sábado, 6 de julio de 2024

El colorido espacio de doña Paula de Saavedra y sus “Chinitas”.


Por Oswaldo Manrique (*)


Sentada en su apostadero acostumbrado en la parte alta del Llano de San Pedro, doña Paula la encomendera de la cabecera del Valle del Bomboy, los observa venir tanto con los ojos de la ganancia, como con los de la tranquila y regocijante realización. Los Bomboyes, hombres y mujeres del Valle y de los páramos, son gente sencilla y calmada, que habitaban a pesar de la obligada mudanza, su condición y yugo, en un espacio de tierras exclusivo para ellos, para su uso y explotación desde 1608, conocido como “Pueblo de Indios” de la Doctrina de Nuestro Señor San Pablo” (hoy, parte del área urbana La Puerta), pero cercano a las posesiones y estancia de esta encomendera. Por práctica impuesta, cada encomienda o comunidad tenía su propio Cacique, quien organizaba los turnos y faenas de trabajo de los hombres útiles y las mujeres.


En la madrugada, don Fernando, el Cacique de la encomienda de doña Paula, ayudaba a Andréz, Domingo, y Gaspar a preparar las mulas, a enjalmar, a apretar maletas y la carga que habitualmente llevan al Puerto de Gibraltar, los guiaba el pequeño y dinámico Juan Fanay, que disciplinaba el grupo, este arriero medía un metro y poco de estatura, muy conocedor de esos caminos, era Gayón, oriundo de la Cordillera de Sanare. La  selección  de telas, mantas, alfombras, esteras y carga de algodón, la habían llevado al Tocuyo, en el viaje anterior, lo que disfrutaba este arriero.

En los campos y haciendas, trapiches y talleres del valle de Bomboy, para finales del siglo XVI, <<Junto a los cultivos nuevos, de los cuales llegaron a ser principales el trigo y la caña, y más tarde el añil y el café, los criollos prosiguieron en el beneficio de los frutos aborígenes. El cacao y el tabaco, cuya aparición había transformado la buena sociedad de Europa, llegaron a figurar en gran escala, al igual del añil y del algodón, entre los productos que exportaba la colonia>> (Briceño Iragorry, Tapices, 140). 

Muy avanzado el siglo XVII, tiempo de doña Paula,  gozaban de una floreciente producción de panelas dulces, todo género de conservas, plantaciones del cacao solicitado en otros países, las abundantes menestras y toda clase de vitualla; también tabaco, tejidos, hallándose muy prospera la cría de ganado menor <<las carnes son gustosas y los carneros muy grandes…excelentes quesos>> (Relaciones Geográficas. P.210). 

Los gañanes de la encomienda, Gonzalo, Bartholomé, Lucas y Pablo, se trasladaban a los cañaverales y sementeras en San Pedro, el Pozo, Komboko, Kukuruy que estaban en los alrededores del “Pueblo de Indios”.  También le tocaba atender a su turno, las tierras de la Alumbrina, San Felipe, Agua Azul, Kalembe y Chaín, a cumplir su tarea, siempre pensando y comentando la suerte de Alonso, el otro gañan, que había huido y se encontraba fugitivo y perseguido por el Corregidor y las autoridades. Bartholomé, Pedro, Santhiago, Nicolás y Asencio con sus nombres españolizados, atendían el ordeño, arrebaño y pastoreo y algunas veces el trapiche. Era un trabajo duro, muchas veces de noche, de existencia casi salvaje en el hato, para proteger a los animales.  

Era parte de la cotidianidad, en la hacienda diversificada y extensa de esta encomendera. Don Fernando el cacique, que no era ladino, ni hablaba el español, ni creía en las santerías católicas, sin embargo, organizaba y tenía bajo su gobierno tribal, a 51 indígenas de la encomienda. Eso lo respetaba doña Paula, quien a pesar de todo, era una hacendada con tabaco en el ombligo, en una Provincia donde no existían linderos ni marcas para poner a pastar el ganado, y era necesario imponer autoridad, para cumplir con las exigencias de la hacienda. Los indígenas al reconocerles sus costumbres, su vida familiar, en calma, obedecían, y la encomendera los trataba con respeto, por consiguiente, no había margen para actos de agresión, asi fue su relación por muchos años con la tranquilidad domestica del Cacique.


El mágico y antiguo telar Timoto - Al-Andaluz de doña Paula de Saavedra.


Le tocaba a diario colocar los hilos paralelos para formar la urdimbre, como también, el pie después de urdido, para finalizar la tela. Era Francisco el maestro tejedor, quien siguió la tradición de sus mayores, realizando esta artesanía; era de raza pura Timotes, y aun después de su libertad, siguió trabajando en el telar.   

El telar utilizado para esta época, era el horizontal con entretejidos y pedales, es decir, el Al-Andaluz, principal influencia musulmana en España, en esta actividad, elemento que permitía la elaboración de telas resistentes y finas en algodón, que trajeron los abuelos de doña Paula. Habían superado, el viejo telar de cincho; aunque persistía lo artesanal y básico de la más antigua técnica indígena, para preparar los hilos en la urdidera, y pasarlos al telar.

Esa era la actividad predilecta de doña Paula Saavedra, el telar; allí dictaba las orientaciones de su conocimiento, sujetaba el conjunto de hilos con el que se realizarían sus diseños en la fábrica de hermosos tejidos. Sin duda, valoró la invención mágica de sus confeccionistas, las 14 indias mayores y sus 9 “Chinitas”, que si bien no sabían leer ni escribir, ni tenían estudios, sus creaciones de colores armónicos, eran una manifestación artística y espiritual a la que sacaba provecho.  Recordaba a las “Chinitas”, cuando llegaron por primera vez al telar, a aprender a tejer guiadas por sus madres, y también con la ayuda de Francisco el maestro tejedor. El uso del ancestral telar de cincho, agarrado a la espalda, era lo esencial, para que se le entregara un hilo de color, cuya primera obra se podían llevar como recuerdo a su casa.

A diario, iba a  inspeccionar la siembra de algodón y añil, luego se instalaba en el telar a participar con las trabajadoras en la selección del algodón y la pita de la que revisaba constantemente la hoja para saber el tamaño de la hilacha, y de otras fibras. Andaba por los patios, veía a las mujeres preparando en las enormes vasijas los distintos colores para ir pasando los ovillos de algodón. En otro espacio techado de la casa vieja, podía examinar en la parte superior donde van pasando los hilos. Allí se elaboraban distintas piezas femeninas como mantillas, velos finos para cubrirse la cabeza, el cuello o el rostro, paños del mejor algodón de la Cordillera  trujillana.

Igualmente, tomaba cuenta de la prospera cría de ovejunos, que fue produciendo la lana con la que elaboraban las famosas mantas, gruesas o delgadas, rectangulares, además las llamadas “burreras”, de alta utilidad para cobijarse en la cama. Del mismo modo fabricaba los “ponchos” de lana, con lo que se abrigaban los hombres en la noche, a la intemperie o en los largos viajes, que con el correr de los años, serian símbolo de la oligarquía trujillana. Elaboraban en lana las fajas con los encantadores hilos del arco iris, los famosos chumbes, con lo que ajustaban sus sayas de vestir, o los cinchos para cargar en la espalda a los niños “a kachute”, que develaban historia y cultura indígena. 

De tela ordinaria de algodón, se confeccionaba en la Serranía, los calzones o  ropa suelta sencilla que usan los hombres y la gente común para abrigarse que forma parte de la indumentaria diaria. En sus celebraciones, los indígenas acostumbraban a regalar mantas de algodón como señal de amistad y alegría.  

De toda la hacienda y su factoría, doña Paula sentía gran atracción por el trabajo que realizaban las mujeres, particularmente sus “chinitas”. En la parte inicial y angosta, en el Sur del valle, en la parte alta del llano de San Pedro, repleto de algodón, añil, fique, existía de muchos años, una casa telar, de tapiales y horcones, techo de paja paramera, que fungía como taller artesanal de las indígenas de su encomienda.

Las mujeres nativas tenían sus horas para estar en sus dispersos conucos y barbechos en el Resguardo, recogiendo maíz,  papa, arveja, caraota, batata, apio, auyama, ají, como era la costumbre para alimentar a la familia; asimismo algo de tabaco.  En la mañana, salía Beatriz, con Pascuala, Cathalina y Lucía, caminaban con las nueve “chinitas” de doña Paula, rumbo a  San Pedro, a realizar su trabajo, su laborioso arte en los telares; a veces, se reunían estas 23 integrantes de la encomienda a trabajar. En Tapices de Historia Patria, el escritor Mario Briceño Iragorry, apuntó que, <<Las indias de las encomiendas de Trujillo labraban diariamente el algodón, que ora se utilizaba, a la par de la lana, en la confección de tejidos y de “alfombras de gran primor”, ora se enviaba a El Tocuyo para alimentar telares que allí existían desde tiempos de Pérez de Tolosa>> (MBI, Tapices, 144); para este tiempo existían grandes rebaños de animales, entre ellos, de  ovejos, que se comercializaban con el Nuevo Reino de Granada. De pita o fique y otras fibras naturales se elaboraba las cabuyas, y  los costales y  las cubiertas que servían de enjalma a las bestias de carga.

Eran las cábalas y urdimbres de hilos de colores, que guiaban la cotidianidad de aquel colectivo de trabajo de colores, formas y símbolos,  adentro y alrededor del telar que tejía diariamente la manta enorme de la vida. Para ella, para doña Paula Saavedra, esto era un espacio atractivo, adictivo, interesante, de múltiples posibilidades, que la actividad de sus “chinitas” y sus encomendadas, llenaban de arte y belleza.


La Encomendera Paula Saavedra y su desafío feminista.   


Llama la atención a los historiadores, el hecho que en el Pueblo de Doctrina del Señor San Pablo (hoy La Puerta), se encontraran dos mujeres en posesión de tierras, trabajando y administrando plantaciones, factorías, talleres y al frente de Encomiendas de indígenas Timotes, una de ellas: Doña Paula de Saavedra, quien pudo encarnar un tipo de mujer distinto, que con su manera de afrontar la vida, buscó impulsar desde su plantación y encomienda, un cambio en cuanto a la hegemonía de poder, la relación y trato con sus indígenas, en rechazo al modelo hegemónico patriarcal de la sociedad colonial. Es claro su contundente desafío como mujer, frente a ese “Orden” establecido por el pre-capitalismo colonial mundial.

Doña Paula o Paola, según la senda investigada para estas anotaciones, nació en 1647, en la ciudad de Trujillo. Era pariente del capitán Juan Álvarez de Daboín, de los primeros beneficiarios de la “Encomienda Valle de Bomboy”, a la que había renunciado en 1601,  su padre cofundador de Trujillo, el capitán portugués Tomé Dabuyn; ambos fueron Alcaldes de dicha ciudad. Asimismo, descendía  del conquistador capitán Rodrigo Fernández de Saavedra, nacido en Islas Canarias, España; éste y su hermano Pedro de Azuaje y Saavedra, destacaron militarmente en la invasión de los Andes, jugando un papel significativo en el impulso del cultivo y comercialización del tabaco en la provincia de Barinas y Trujillo; fue Alcalde y Regidor de Trujillo, y en otra línea la misma Paula, estaba emparentada con la familia del capitán y fundador de Trujillo Francisco de Graterol, el mismo que según los antiguos cronistas de indias, venció y le cortó las manos al Tirano Aguirre, en Barquisimeto.

Cita nuestro historiador trujillano Mario Briceño Iragorry,  que “…Los Saavedra procedían de una noble casa española establecida en Andalucía en tiempos del Rey D. Fernando III de Castilla y estuvo representada en la conquista de Indias por ilustres vástagos>>  (Briceño Iragorry: pág. 37). En las venas de doña Paula,  corría sangre con ese temple y coraje,  también musulmana y mora.

De la lectura del Acta y Censo del Alférez Valera y Mesa de 1687, al momento de ejecutar la Real Cedula del Rey de España, que ordenó dar la libertad a los indígenas encomendados, se distinguen varios e interesantes datos. Uno de ellos, el porcentaje significativo de mujeres indígenas, en la 2ª. Encomienda de la Cuarta Doctrina, cuya titular era  Paula Saavedra, debido al tipo de unidad de producción que dirigía esta mujer blanca criolla, particularmente por los telares. (Castellanos, Rafael Ramón.  Relación de un viaje por tierra de los Cuicas: con notas del libro del Obispo Mariano Martí.Pág. 83). Era una plantación importante y diversificada de caña dulce y trapiches, con siembra de algodón y fique, con talleres de hilado y telares, que son actividades y oficios para mujeres por ser más selectivas, acuciosas y con mucha paciencia para realizar trabajos de este tipo. Junto con esto, se extrae que las condiciones de trabajo serian distintas a las otras encomiendas, pues, se nota que habría puestos de faena o  labores que ellas podían realizar.


Las “chinitas” de doña Paula Saavedra.


Otro aspecto interesante que se desprende de dicho documento, es el trato a las mujeres indígenas dado por su encomendera, es la única encomienda de este Pueblo de Doctrina, quizás de todas las de la geografía trujillana, en el que se recoge una expresión de trato cariñoso hacia sus indígenas menores de 14 años, como se puede observar en el Acta en referencia, se le da trato de “Chinitas”, y no de mujeres menores, como se indica en el resto de las encomiendas. (Castellanos: pág. 84). Esto sugiere o apunta a un trato afectuoso o matriarcal hacia las niñas y adolescentes, por parte  de su encomendera, lo que no se nota en el resto de las encomiendas matriculadas.

Su perspicacia de mujer, la pasó sobre el arduo trabajo de las indígenas, tanto en las sementeras como en el telar, donde éstas vertían sus técnicas y conocimientos ancestrales, así como, su sentido de la belleza, artístico y estético, por su cumplimiento y responsabilidad en la labor, y su preocupación por la familia. Un rol importante dentro de la economía de plantación y las relaciones de género en la sociedad colonial, tópico de interés y sobre el que se requiere investigación suficiente.   

Hay pequeñas acciones o sencillos detalles que tienen alta significación en la vida personal y social de los humanos, entre ellas, la forma de reconocer, tratar y llamar a los demás; eso habla muy bien –en nuestro criterio-, de esta mantuana. En Trujillo, al expresar la palabra “chinita”, y llamar así a una joven o niña, se considera el especial trato y cariño hacia ella. Si bien no es asunto de semiótica ni de teología, también “Chinita” en la simbología religiosa, la entendemos en los Andes venezolanos, como trato dado a la Virgen de Chiquinquirá, que denota una especial y antigua devoción mariana. Según el Diccionario del Español de América (Morínigo, 1996) “china”, vocablo de origen quechua, es un calificativo cariñoso, usado desde el siglo XVIII, en Venezuela, particularmente de los Andes, en los primeros tiempos para referirse a la niña, muchacha, la india púber y luego se amplió su significación al género masculino; aun se usa esta palabra en nuestras familias.  

 Es muy particular, que el único registro –en este sentido-, observado en el acta señalada, es el de la encomienda de doña Paula de Saavedra, es decir, la segunda encomienda correspondiente a la 4ª. Doctrina del  Señor San Pablo (La Puerta). Dándole validez a la buena fe de su testimonio, en virtud de que dicha Matrícula recoge in situ, delante del Corregidor de Naturales, el Cura Doctrinero, los indígenas y sus Caciques y Mandones, las informaciones suministradas por la misma encomendera. Ese interesante dato resalta no la rareza de su uso, sino la significación de esa diversidad desafiante e histórica de la mujer al frente de una encomienda de indios en tiempos de violencia, patriarcado y masculinísmo  que evidencia su sensibilidad y formación religiosa.

         Pudiéramos establecer por añadidura que por ser mujer, Paula Saavedra, seria enemiga y protegería a sus indígenas ante posibles  violaciones y maltratos, como era usual por parte de los encomenderos hombres.  Esto marcaria la diferencia, contra las prácticas de explotación, y a la vez, contra las políticas hegemónicas de género,  del conquistador hispano,  establecidas por la Monarquía, en su proceso histórico colonial. Evidentemente, guiadas por incipientes ideas de justicia y hasta feministas que se sostenían en derechos humanistas cristianos, que enarbolaban entre otros, el padre Bartolomé de Las Casas, defensor de los indígenas. 

¿Y cómo pudo esta mujer, obtener en el marco de un derecho de hombres y hecho para favorecer y proteger a los hombres, la titularidad de la encomienda del valle del Bomboy y la posesión de tierras? se preguntaran. Los causahabientes de los conquistadores, gozaban del derecho a heredar las encomiendas y tierras asignadas a  éstos, como pago por acciones de invasión en nombre del Imperio Español. No obstante, se alegaba en contra que la Ley de 1545, prohibía dar estas encomiendas a mujeres.

         A pesar del desconocimiento de leyes y derechos indianos, que como mujer pudo tener la señora Saavedra, supo hacer uso de ellas para exigir el reconocimiento legal y otorgamiento de la Titularidad, de la posesión de las tierras y la Encomienda de indios Timotes en el valle del Bomboy. Su condición  de vasalla del Rey y con libertas, es decir, estatus de mujer libre, aunque no totalmente liberta,  con  restricciones, puesto que estaba sometida a unas reglas practicas y convencionalismos sociales que prohibían su participación en asuntos públicos y esenciales en las provincias y colonias del reino español, donde la arbitrariedad se hacía tradición, normas también compartidas por la celosa y misógina curia religiosa, fundamentadas en el papel de adoración permanente que debía cumplir la mujer  hacia la Santa Madre Iglesia. Todos estos elementos adversos, los  tuvo que sortear nuestra encomendera.

Considerada una mujer de temple, inteligente,  de piel excesivamente blanca, estatura media, joven y de buen porte, muy sana, con un donaire de dama mantuana, era mujer de virtudes, de mucha sensibilidad humana y preocupada por sus semejantes. Trascendiendo el espacio de su rol como mujer, esposa, madre, hija, hermana,  armada de sus derechos y ejerciéndolos mediante sus letrados, ante una complicada estructura de poder, sobrepasó el límite de intervención y aporte de las mujeres, logrando que se le otorgara la encomienda y vencer en su reto al poder colonial y patriarcal. Con ese desafío y actitud, supo demostrar  firmeza y tenacidad suficiente para asumir la Encomienda, de una forma distinta, que develó que podía ser posible un orden con relaciones de poder distinto, en el que destacaría la condición de la mujer emprendedora, colocándola en el lugar que legal y legítimamente le correspondía en ese tiempo.   

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Lo más probable, tras el enfoque histórico, es que con esa actitud de desafío, con sus delicados y elegantes modales, doña Paula puso en evidencia las injusticias, deficiencias, y hasta la crisis estructural en ciernes de la sociedad colonial trujillana, en la que intentó imponer cambios al asumir su nuevo rol de poder como hacendada y encomendera, generando molestias, rechazo y rencores de aquellos que se abrogaban sus derechos.

(*) Portador Patrimonial Historico y Cultural de La Puerta. 

omanrique761@gmail.com 

sábado, 29 de junio de 2024

La joven encomendera Juana de Mendoza y sus Chontales.

La joven encomendera Juana de Mendoza y sus Chontales.

Por Oswaldo Manrique (*)

De nuestra serie Heroínas del Bomboy, y a propósito del natalicio del Dr. Cristóbal Mendoza, primer Presidente de Venezuela, y luego, Vicepresidente de la República de Colombia, es pertinente conocer algunos antecedentes familiares de tan eximio repúblico, particularmente, con Catalina Fajardo, la entusiasta forjadora de pueblos trujillanos, de la que ya hemos publicado su semblanza en este mismo medio, y la relación con Juana Mendoza y Losada, la joven encomendera del Valle de Bomboy, quienes cumplieron un interesante rol en la formación y en la historia de esta Provincia. 

Los feraces potreros y sementeras de San Pablo del Valle del Bomboy, hasta más allá de Castil de Reyna, en gran parte del siglo XVII, difuminaban un verdor extasiante que enmarcaba los tapiales de la casa de arriba, en donde lidiaba la joven mujer con sus chontales y con el peso de aquel fantasma que deambulaba en esta fría tierra de una Provincia que aun estaba por construir; era el espíritu del viejo hidalgo: su abuelo cuyas hazañas trágicas y dignas, se habían transformado en símbolo de una lucha, de un sentimiento y de un orgullo familiar, héroe de lo que sería un nuevo país.

Como uno de los principales capitanes en la conquista y fundación de las colonias en América, su abuelo  Alonso Andrea de Ledesma, había vivido, enfrentado y encarnado las luchas contra los invasores extranjeros, contra los más temidos piratas y corsarios de imperios europeos, que se asentaron en el Caribe, <<Si Ledesma cimentó larga estirpe en cuyas ramas figura nada menos que el egregio Triunviro Cristóbal Mendoza, su caballo dejó prole que, saltando sobre los ventisqueros de América, supo ganar la ancha punta de nuestras perpetuas armas republicanas>>, agregando que ese viejo corcel, reaparecía en la historia con su furor de sostenida frescura, cuando <<Los nuevos filibusteros –ladrones de espacio y de conciencias- andan entre las aguas de la Patria, amenazando nuestra economía y ultrajando la dignidad de nuestros colores>> (Briceño Iragorry, 16); fuerte llamado a la conciencia, a la ética, al espíritu nacional, y a la Paz como <<sistema de holgura moral>>, hizo aquí don Mario. 

A primeras horas de la mañana, la Encomendera contemplaba el apacible lugar. Repentinamente escuchó algo. Era un zumbido pulsante entre el Bomboy y la quebrada de San Pablo, cuando vio que se acercaban unos y sonrió.

-         ¿Chakanastá Ña Shuana? La saludó al llegar, el hombre mayor, con sombrero adornado con plumas de guacamaya. La joven Juana le contestó en  las típicas palabras con que se entendían, en aquella cotidianidad rural:

-         ¡Chekenesté!   El viejo Don Gonzalo, cacique del grupo de sus  nativos encomendados, supo que estaba bien y le llevaba algo que le había pedido. Al entregárselo le dijo:

-         Truje chindungo  Se refería a un manare o canasta para aparar papas o  “turmas”; lo que le agradeció la joven patrona. La papa era el principal rubro agrícola y en sus distintas variedades en la alimentación de los indígenas de los Páramos, lo que intercambiaban por el maíz y luego el trigo del valle. Las mujeres encabezadas por Xazintha, esposa de Domingo el gañan y Micaela mujer de Bisente Mauro, siguieron el camino hacia los telares y los hombres a los barbechos. Antes les había preguntado por Blacito Pérez el huérfano, miembro de esta comunidad de indígenas. 

Doña Juana sabía entenderse, como lo hicieron sus abuelos y sus padres, con sus chontales, a quienes el resto de los colonos los consideraban hoscos, salvajes, rústicos  e incultos, o con dificultades para comunicarse, o “tonticos” por hablar en su lengua indígena, pero ella a pesar de la combinación de palabras  al-andaluces traídas por sus abuelos, con las autóctonas Timotes, les entendía sus expresiones, señas y vocablos. No impuso, el idioma hegemónico, esto lo corroboró el Obispo Martí en su Visita Pastoral por dicho Valle, en el siglo siguiente, al entrevistar a los descendientes de estos chontales encomendados. Todos la conocen, la respetan y los chontales la llaman Shuana.

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Uno de los casos interesantes por investigar en la historia del indigenismo trujillano, lo es el de la Encomendera Juana de Mendoza y Losada. En 1687, cuando el alférez Don Diego Jacinto Balera y Messa, Alcalde Ordinario de Trujillo, realizó el censo de encomiendas, matriculó personalmente 12 Doctrinas y 49 encomiendas, de las cuales 10, estaban en poder de mujeres por herencia, una era la de doña Juana de Mendoza, lo que era mal visto y objetado por los descendientes de los conquistadores, quienes consideraban que era un premio de guerra, pero en forma directa no lo prohibía la Ley Real del siglo anterior, aunque si era exigente en cuanto a su otorgamiento.  

El tercero de los hijos de Catalina Fajardo con el capitán Cristóbal Hurtado de Mendoza: Hernando de Mendoza y Fajardo, y su esposa Inés de Losada y Cabrita,  son los Padres de: Juana de Mendoza y Losada,  bautizada con 9 meses de edad,  el 7 de abril de 1665, debió nacer en julio de 1664, según los estudios genealógicos consultados; el Capitán español “Hernando Hurtado de Mendoza, tenia encomienda en la Puebla de San Pablo de Bomboy… Hernando de Mendoza, bautizado el 16 de diciembre de 1624, cuya casa  fue una de las que se destruyeron cuando Gramont incendió la ciudad de Trujillo, casado con Inés de Losada… (V. descendencia de Alonso Andrea de Ledesma. En: Briceño Iragorry, Mario.  El conquistador español. Los fundadores de Nuestra Señora de La Paz de Trujillo”. Caracas, 25 de enero de 1930. Pág. 41). Se entiende que era descendiente de capitanes europeos fundadores de Trujillo, con temperamento y valor demostrado al enfrentar a los corsarios saqueadores de los pueblos y la ciudad de Trujillo. Además, al ser nieta de Catalina Fajardo, era descendiente tanto del legendario capitán Alonso Andrea de Ledesma, como del capitán Blas Tafallés. Ni don Hernando su padre, ni ella, usaron el apelativo Hurtado.

 Considerada como persona limitadamente libre, en estado de vasallaje del Reino español, la mujer blanca criolla, en la mayoría de los casos no tenía cómo garantizar el ejercicio de sus menguados derechos políticos, sociales, civiles, económicos, culturales y privados. Excluido estaba para ellas, el derecho a participar e intervenir, en igualdad de condiciones con los denominados Masculinos Universales, en asuntos sustanciales como los políticos y patrimoniales, y poder gozar de los privilegios que a estos se les concedían. Esta condición de sojuzgamiento jurídico y religioso, en el régimen colonial venía siendo cuestionada en Francia, Alemania e Inglaterra; ideas que se iban trasfundiendo con el comercio  a las colonias americanas.

Pudiera considerarse a esta trujillana, como una figura, que enfrentó de esa forma y sin mucho protagonismo, al sistema colonial, y  asimismo, ser un símbolo de la confrontación y lucha demostrativa de mujeres que tuvieron la tenacidad de tomar las riendas de la encomienda de indígenas y de sus tierras, plantaciones, industrias y hatos, aunque no dejaron de estar sujetas al poder monárquico y a la hegemonía legal y real del hombre, del patriarcado, y al violento poder del machismo y su cultura.

         Obtuvo Doña Juana por herencia y derecho de su padre Hernando de Mendoza, quien había nacido en 1624 y confirmado el 13 de enero de 1608 (Windvik), se casó con Doña Inés de Losada Cabrita, bautizada el 13 de junio de 1646 (V. descendencia de Alonso Andrea de Ledesma.), la Encomienda Cuarta, que formaba parte de la Cuarta Doctrina, denominada del Pueblo de Nuestro Señor San Pablo del Bomboy (hoy, La Puerta). Indicó Briceño Iragorry, que  “…Jacinto Hurtado de Mendoza, sucesor de su padre (Cristóbal Hurtado de Mendoza) en la encomienda que tenía en la Puebla de San Pablo de Bomboy…” (Ídem). En 1620, por iniciativa de Catalina Fajardo, este mismo grupo de indígenas encomendados, regresó a vivir a su lugar de origen, en un nuevo “pueblo de indios”, llamado San Antonio de los Timotes, hoy Mendoza. Éste Jacinto, planteó querella y reclamó sus derechos a la muerte de su padre, porque había sido declarada vacante esta encomienda, por las autoridades coloniales. Jacinto era hermano de Hernando de Mendoza, padre de Juana de Mendoza y Losada.

Con apenas 22 años de edad, Juana había tomado la titularidad y administración de una importante extensión de tierras a lo largo del valle de Bomboy, las que venían siendo sembradas con plantaciones de caña dulce, y otras, hacia el norte, entre la Cañada de Mendoza y la posesión Dorokoke,  fomentadas mayormente con hatos y potreros por sus abuelos Catalina y Cristóbal, y luego por su padre Hernando de Mendoza; a pesar de ello, el reto asumido en pleno siglo XVII,  suponía su esfuerzo como encomendera, para optimizar la producción de su hacienda, adecuándose al modelo agrícola de exportación que se estaba consolidando en este tiempo.   

Provenía Juana, de una familia profundamente religiosa, honesta y emprendedora, asi como de ejecutantes de cargos públicos y de gobierno. El abuelo Cristóbal, inició estudios para sacerdote, “… recibió primera tonsura en Trujillo el año de 1607 de manos del Ilustrísimo Señor Alcega, pero dejada la carrera eclesiástica…” (Ídem); luego cambió de parecer, se casó con Catalina Fajardo, se incorporó a sus negocios familiares y a la función pública, ocupando el cargo de Alcalde Ordinario y de la Santa Hermandad de Trujillo.

La encomienda que se le transfirió a Doña Juana, contaba, “…veinte y cuatro almas en la forma siguiente: — Ocho indios útiles y de trabajo 8 — Cuatro muchachos de menor edad de catorce años. 4 — Nueve indias de mayor edad de catorce años para arriba 9 — Tres muchachas de menor edad de catorce años.... 3. 24 Con lo cual se acabó la matrícula de los indios naturales de esta dicha encomienda inclusa en esta doctrina del Señor San Pablo”, según  lo que refleja el Acta de censo y otorgamiento de libertad de los indígenas encomendados, del 14 de noviembre de 1687, suscrita por el alférez Don Diego Jacinto Balera y Messa, Alcalde Ordinario de Trujillo, el Corregidor de indios Capitán Antonio Oviedo y el cura doctrinero licenciado Juan Buenaventura Cabrita Losada (Castellanos: pág. 87). Era una comunidad de 24 indígenas Timotes a su cargo, siendo su cacique Don Gonzalo, quien no era ladino, es decir, un chontal, que aun cuando la entendía no hablaba la lengua española, por lo que se presume que parte de su comunidad tampoco la usaba.

Luego de ese cambio de nativo encomendado por el de tributario, doña Juana, debía continuar dándole trabajo en las haciendas y hatos, con la responsabilidad de su alimentación,  cuido y sin adoctrinamiento católico y sin obligarlos a hablar español, de acuerdo al nuevo régimen colonial de tributación; permanecer siendo chontales, era su derecho.

Sobre el termino chontal, el Vocabulario de indigenismos en las Crónicas de Indias, de Manuel Alvar Ezquerra, Madrid, 1997,  recoge lo siguiente: <<Temiéndose….especialmente de yndios chontales no les hiciesen alguna molestia o vejación>> (Pedro de Aguado). También, <<Esos chontales es gente más avillanada e moran en las sierras o en las faldas dellas>> (Gonzalo Fernández de Oviedo). Igualmente, <<Quedando los ladinos y chontales de nunca dar oídos//jamás a semejantes devaneos>>  (Juan de Castellanos). Asimismo, <<Era toda esta gente muy chontal y salvajina, por no haber tratado jamás con españoles>>  (Fray Pedro Simón). 

Doña Juana, era hermana de Buenaventura Hurtado de Mendoza, bautizado el 14 de julio de 1665, según el trabajo genealógico usado por el maestro Briceño Iragorry. Éste Buenaventura, siguiendo la tradición familiar,  llegó a ser Alcalde de Trujillo, se casó con Beatriz Constanza Barreto Montilla y concibieron a Luis Bernardo Hurtado de Mendoza, quien al tener la mayoría de edad, a su vez, se casó  con Gertrudis Eulalia Montilla Briceño y procrearon a Don Cristóbal Hurtado de Mendoza, (1772-1829). Graduado Cristóbal en jurisprudencia, fue Protector de  Naturales en Barinas, se sumó al movimiento independentista en 1810, con una participación destacada, ocupando la primera magistratura en la Junta Suprema. Señaló en 1929, el historiador Briceño Iragorry, a su ingreso a la Academia Nacional de la Historia, que, el Capitán Hernando Hurtado de Mendoza, era ascendiente  del ”… Dr. Cristóbal Mendoza, primer Presidente de Venezuela, nacido en la ciudad de Trujillo el 23 de junio de 1774 y no el 24 de julio como se ha venido diciendo”. (Briceño Iragorry, Mario. Discurso a su ingreso a la Academia Nacional de la Historia, en 1929); igualmente lo es doña Juana Hurtado de Mendoza y Losada.  El Dr. Cristóbal, fue elegido  en 1825,  Vicepresidente de la República de Colombia, también indebidamente llamada la Gran Colombia; falleció en Caracas, sus hermanos y hermanas, todos próceres de la independencia, lo que eleva al máximo el gentilicio trujillano.

Juana de Mendoza y Losada, fue una de las primeras mujeres trujillanas, que avanzado el siglo XVII, se enfrentó al régimen colonial patriarcal y al hegemonismo y privilegios de los varones descendientes de conquistadores, al lograr convertirse efectivamente en Encomendera, obteniendo la titularidad de la encomienda de su familia.  En 1687, siendo muy joven, pues apenas contaba con 22 años de edad, son eliminadas las encomiendas, pues se realizó el acto de dar libertad a los indígenas que tenía encomendados.  Dando paso así, por lo menos en esta posición de poder, a un nuevo rol igualitario para las mujeres y hombres de la Provincia.

Ese episodio, exigiendo el otorgamiento de la  Encomienda para ella administrarla, la que asumió efectivamente con lazos laborales basados en el trato y respeto a sus nativos encomendados, simbolizaba el sentimiento humanista frente a la barbarie hispana, y símbolo de la lucha que desde varios frentes se dio contra el patriarcado machista y las relaciones de poder de la cultura occidental, en nuestro continente.

Doña Juana de Mendoza y Losada, una de las heroínas del Bomboy, demostró sin saberlo, que las relaciones de poder existentes podían variar, por lo menos en cuanto al respeto por el ser humano;  por eso no dudamos en reconocerla como una gran dama mantuana, con un temperamento arrollador, de mucha firmeza, constancia y arrojo, en tiempo y lugar toscos, como el de este Valle en el siglo XVII, invocado como Pueblo de Nuestro Señor San Pablo del Bomboy, hoy La Puerta, y San Antonio de los Timotes, hoy Mendoza del Bomboy.  

*

Fui sorprendido el lunes próximo pasado, al enterarme por televisión del traslado al Panteón Nacional de una caja simbólica con tierra, en lugar de los restos mortales del prócer independencista Dr. Cristóbal Mendoza. Al igual que otros trujillanos, espero leer el Informe oficial que ordenó publicar el Presidente de la República, sobre las razones que privaron en este asunto, para poder entender si realmente dicha ceremonia debe considerarse un honor al gentilicio trujillano y a la Nación,  u otra cosa. 

La Puerta, junio 2024.

(*) Portador Patrimonial Historico y Cultural de la Puerta. 

omanrique761@gmail.com   





sábado, 22 de junio de 2024

Cultura y sencillez en Juanita Archila de Uzcátegui.


Por Oswaldo Manrique (*)


La primera promotora cultural de La Puerta.

Durante las primeras décadas del siglo XX, La Puerta, tras el alzamiento de los caudillos de la Cordillera, estuvo inmersa en una difícil situación con la dictadura de Juan Vicente Gómez, comunidad azotada además, por la penuria, el analfabetismo  y las enfermedades, sin embargo, se sentía el aliento de pobladores, con inquietudes formadoras de alto valor educativo y cultural, de ideas nacionalistas y de justicia.

En esos retirados años, estuvo presente el ímpetu humano por construir una nueva comunidad a pesar de las máculas históricas de los caudillos. Casas a medio construir, que no pasaban de cincuenta, en una persistente penumbra, calles de tierra y barro, con un oblicuo recuadro que llamaban Plaza atravesada por quebradas que se desprendían de la montaña. Uno de los testigos que refiere al pueblo de La Puerta, como obra colectiva de improvisados constructores, señaló: pero <<igualmente la empresa común de ánimos empeñosos que, tal vez conformes con su propia estrechez, pero inconforme con ella como para transmitirla,  lucharon por transformar, mejorándola hasta donde pudieron, la atmósfera en que debieron cumplir la difícil parábola de sus días terrenos. Entre lo más esforzados orientadores, están... las maestras como doña Juana Archila>> (Mágica puerta de la infancia. Discurso de Régulo Burelli Rivas, 8 - 8 - 1970); destacaron algunos rostros de bellas mujeres que habían llegado desde otros lugares. Archila, contribuyó a elevar de nivel de conciencia ciudadana y la misma existencia de esta comarca.

Doña Juanita, la maestra que abría horizontes más amplios.

Cuando llegó a La Puerta, era una mujer bastante mayor, había nacido en el año 1879, pero traía un buen dinamismo y el conocimiento para emprender una loable y significativa labor educativa en un pueblo aislado, desinformado y mayormente analfabeta. Eran tiempos en los que algunas familias, cuidaban su cabello con Tricofero de Barry o el Tónico Oriental, y se perfumaron con Agua Florida de Murray, el perfume universal. En cuestiones de salud, se prevenían con el Jarabe de Vida de Reuter, todos estos productos lo podían adquirir en la Botica Alemana de los Haack, o en la Botica Inglesa

Su pariente el académico e  historiador merideño Asdrúbal Baptista Troconis, en la sección Maestras y Maestros, de su revista de historia, reprodujo una referencia de uno de los alumnos de Juanita Archila de Uzcátegui, quien la  inscribió en sus memorias, así: <<De fiesta fue para nosotros la llegada al pueblo de una maestra oficial, ya mayor, llamada doña Juanita Archila de Uzcátegui. No era la primera maestra estadal o Federal, porque cuando yo crecí había una excelente también oficial llamada Concepción de Salinas>>  (Burelli Rivas, Miguel Ángel. En: Baptista, Asdrúbal. El desafío de la historia. Maestras y Maestros.  Vol. 30. Macpecri); no fue la primera, pero si, la más destacada.

Agregó el mismo Burelli, lo siguiente: <<Doña  Juanita instaló la escuela en la esquina culta del pueblo. Ella nos enseñaba a recitar poemas, a escribir pequeñas alocuciones patriotas para las ocasiones solemnes o nos hacia breves discursos para que los declamáramos en los días grandes de la Patria.  Sobre todo, ella nos abría, con sus cuentos y narraciones horizontes más amplios que los del tercer grado a que equivalía su escuela.  Y lo hacía con gracia de persona fina educada, que había conocido y vivido entre gente culta>>  (Ídem); la esquina culta, para la pequeña oligarquía municipal, era la casa construida por el coronel Eulalio Ruz, temido personaje “Poncho” de la época de los caudillos, justamente donde está hoy la Escuela de Música de La Puerta, vecina a las casas de las familias Abreu, Burelli, González, Viloria y Bello.

Su ex alumna, Ligia Burelli, recuerda su gestión docente en la siguiente forma: <<pero que en clase era más estricta que un mariscal prusiano>> (Burelli, Ligia. Un día volver. Página 295. Caracas 1992), y explicó que: cuando algún padre preocupado aspiraba que su hijo estuviera en la escuela, aunque fuera en calidad de oyente, doña Juanita, gustosamente lo aceptaba, pero <<siempre que no le ocasionaran problemas>>, si los niños se entretenían o eran rocheleros o muy conversadores en clase, ella con su originalidad y decencia, se los enviaba <<con una carta para los representantes que no era otra cosa que su expulsión por mala conducta>> (Burelli, Ligia, 296), claras reglas de convivencia.

En Reencuentro Con Una Infancia, otra de sus ex alumnas Adela Abreu Burelli, anotó: <<la escuela nos brindó una excelente maestra: doña Juana Archila, ella no solo enseñaba las cuatro reglas, enseñaba también canto y guitarra, bordado y dulcería>> (En: Un valle, una aldea, un río, 82); impartió con estas actividades atrayentes, un nuevo tipo de enseñanza para esa época.

Juanita Archila pudo haber llegado a La Puerta, a finales de la década de los 20, cuando existía la Escuela Federal de Niñas, Mixta de La Puerta, N° 22. Allí compartió actividades docentes con las maestras Concepción de Salinas, Adriana Gabaldón de Mora, Edilia Carrasquero. 

La Carretera Trasandina la habían puesto en servicio. Se realizaban los grandes carnavales de Valera y de Trujillo y se celebraban a al estilo de grandes comparsas y emotivos montajes al  estilo Valentino o estampas hawaianas, ya se bailaba Charleston, equilibrado con El Manisero, las canciones de Carlos Gardel, se escucha y se baila mucho tango, predilectas del Dictador;  Para el recordado Cronista Luis González, también se escuchaban las populares Para Vigo Me Voy, Son de la Loma, Negra Consentida, Frenesí y la Cumbancha.

En 1935, ocurrió la muerte de Gómez, hecho fundamental que rompe con un régimen cruel, que mantuvo la cotidianidad, horario y vida del pueblo de La Puerta sometido a "la matraca",  lo que había anulado su capacidad de reacción. Al año siguiente, comienza a escucharse Radio Valera que además de romper el aislamiento, cambia la dinámica social y cultural de la región. 

En 1937, la maestra Archila, es designada Directora de la Escuela Pública de Niñas de La Puerta, función que cumplió hasta 1943 (Abreu), cuando fue creado el Grupo Escolar José Luis Faure Sabaut, principal centro de estudios de nuestra Parroquia.

Durante este año 37, ocurrió en este Municipio un sacudón en la educación, porque además de la escuela mixta de niñas, fueron creadas escuelas primarias en sitios cercanos como El Molino y Las Delicias, y asimismo, en los caseríos de montaña como la del Páramo de los Torres, Carorita, La Lagunita y San Pedro, impulso educativo dado por el eminente educador Br. Emiro Fuenmayor (Abreu), Inspector de Educación Nacional en el estado Trujillo, quien  promovió el desarrollo y expansión de una escuela activa y criolla, es decir, dando rienda a la concepción de la nueva escuela.


Panorámica de La Puerta (área urbana), captada desde el viejo camino del Cementerio. Gráfica tomada de de Un valle, una aldea, un río, de Alirio Abreu Burelli.

Primera promotora cultural de La Puerta: Juanita Archila de Uzcátegui, la hermosa y polifacética educadora, baladista, escritora, teatrera, patriota y madre. Baladas en tiempo de tangos. 

Gozaba de un rostro bello, encantador, pelo blanco corto a la moda, ojos claros, piel blanca, su figura encantadora, siempre ataviada de vestidos sencillos y a la vez formales para un clima frío. Si me pidieran caracterizarla en pocas palabras, diría que, energética, porque gozó de esa virtud y capacidad para convencer, organizar y entusiasmar a la gente a participar en la actividad vecinal, se debe sumar otra, la de formadora, por su amplio conocimiento en las diferentes disciplinas que impartió como educadora y a la vez, como activista socio cultural; y finalmente, la cualidad de sencillez siendo bella física y espiritualmente, porque así la veían sus estudiantes, <<doña Juanita, la señora bella, de cabello plateado>> (Burelli, Ligia, 296). Sin duda, a más de bella, fue una dama propositiva. 

Su forma de hablar el idioma, casi a la perfección, el conocimiento y la naturalidad al expresarse ante sus alumnas y alumnos, y hasta con las mismas familias del vecindario, la hacían destacar, en aquella aislada comunidad andina. Su experiencia como educadora, sus modales y convencionalismos sociales, culturales y religiosos, progresivamente fueron incidiendo como guía, en la conducta de sus estudiantes <<Y lo hacía con gracia de persona fina educada, que había conocido y vivido entre gente culta>>  (Burelli, M); y  del mismo modo, en los representantes y en el resto de la comunidad.  Su estampa y ademanes eran los de una dama de mundo, su pelo blanco denota experiencia y vivencias enigmáticas, que contrastaba con su franca y hermosa sonrisa que expedían sus finos labios. Mediana y firme de estatura le permitió andar a su conveniencia en forma dinámica, por los distintos lugares y caminos de la apartada comarca. 

A la par, su intranquilidad y buenos deseos, los canalizó volcándolos en la promoción y organización del ambiente cultural y patriótico, la historiografía la reconoce como primera promotora cultural de La Puerta, cuando ni siquiera existía electricidad, ni carretera, ni biblioteca, ni periódicos, apenas una limitada escuela rural, su casa de habitación familiar, se fue convirtiendo poco a poco en fuente de iluminación cultural y ciudadanía. 

Para doña Juanita, las veladas o actos culturales y reuniones familiares y del vecindario, no tendrían el resultado esperado, sino iban acompañadas con un toque musical, lo que iba creando una atmósfera propicia para la hermandad, e ir abandonando las reminiscencias impositivas de los caudillos locales. Sabía que establecer la cultura musical en La Puerta, era un proceso lento, pero que no se podía abandonar, y enseñaba a su alumnos a cantar y a tocar guitarra.

Dentro de sus virtudes y polifacética vida, una de sus alumnas de aquella escuela novedosa, la recuerda <<doña Juanita, la señora bella, de cabello plateado, que cantaba baladas y se acompañaba ella misma con su guitarra>> (Burelli, Ligia, 296). Cantaba baladas, género, que tenía su incipiente origen en los inmigrantes europeos en América, a partir de 1920, lo que contrastaba con  otros géneros musicales de moda, como los tangos que gustaban al general Gómez, y tal vez, las rancheras mexicanas; sin embargo, cantaba algo más sustancial, sentimental y profundo, pero  en ritmo lento, a pesar que para ese tiempo, ya estaban resurgiendo expresiones nacionales como el vals criollo, canciones como Adiós a Ocumare, predilecta de Cipriano Castro, que debía tocarse en todas las retretas municipales, o el afamado Conticinio del trujillano Laudelino Mejías.

En 1930, la organización de los eventos locales en tributo al Centenario de la muerte del Libertador, en el marco de la conmemoración nacional, tuvo la marca patriota y bolivariana de doña Juanita Archila, de quien comentaban era oriunda de Colombia. Tanto en la elaboración del guión de la magna velada cultural, como en la organización y formación del reducido grupo teatral y musical, en lo que también ayudó don Lucio Augusto Viloria, así como la puesta en escena, con los actores y actrices de las familias de esta incipiente comunidad de La Puerta, en diciembre de 1930, fue un significativo antecedente de la obra cultural de la maestra Juanita, que dio brillo y enalteció el gentilicio local. Fueron muchas horas invertidas en el estudio e investigación al tratar y escenificar la crónica sobre el Libertador moribundo en su viaje hacia la muerte, lo que  al menos como dato curioso, merece su reconocimiento cultural e histórico.

Panorámica de La Puerta (hacia la parte sur, vía a La flecha), captada desde el Campanario del templo San Pablo Apóstol, hoy sin campanas, que no las han querido regresar. Gráfica tomada de de Un valle, una aldea, un río, de Alirio Abreu Burelli.

La actividad de teatro y las veladas musicales, populares, festivas y religiosas en La Puerta, cumpliría una labor importante en el proceso de Neo poblamiento y de construcción urbana de comienzos del siglo XX, casi de concientización, en aquel ambiente de analfabetismo y penurias, en medio del proyecto frustrado de construcción de un pueblo racista (sin indios y sin negros), como aspiración de hacendados y gamonales, pero tuvo en el arte escénico el espacio propicio para generar mediante el entretenimiento, invitación y estímulo a los visitantes a integrarse y contribuir al impulso de esta comunidad en formación, un nuevo imaginario colectivo y local.

Honesta, amable, sociable, dinámica, sin desmayo en sus propósitos, con ella, la comunidad tenía la certeza de que todo saldría satisfactorio, por eso la acompañaban las familias principales y hacendados. Le alcanzaba el tiempo para todo, un pariente de doña Juanita, nos comentó que, <<en La Puerta ella crió a mi padre Pedro Pablo Archila Rodríguez y a Jesús Enrique Archila Rodríguez>> (Edgard Archila. Dic. 2023), estaba casada, y criaba a sus hermanos.

Sus restos mortales fueron enterrados en el camposanto de La Cejita, del hoy Municipio San Rafael de Carvajal, estado Trujillo, y al ser objeto de una crecida de las aguas, desaparecieron. El mismo Edgard, ratificó esta información: <<enterrada allí, sus restos desaparecieron por una inundación>> (Edgard Archila. Dic. 2023). Murió en 1959.

Expreso mi agradecimiento al señor Edgard Archila, por su generosidad en aportar datos del personaje, para la elaboración de esta semblanza.

Esta apartada comunidad andina, llamada La Puerta, debe sentirse en deuda, con doña Juanita Archila de Uzcátegui, noble, culta y sencilla educadora, quien consagró sus esfuerzos, conocimientos y talento, por sus emprendimientos al mejoramiento de la educación y la cultura de esta población,  en un  tiempo que estuvo ayuno de todo, y por incidir como notable pedagoga en la educación de buena parte de esta población, asi como por ser la  primera promotora cultural de La Puerta, lo que la convierte en un meritorio personaje de nuestra historia local.

 

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.

La Puerta, junio 2024.

 Omanrique761@gmail.com

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