sábado, 28 de enero de 2023

Lorenzo Ruz, un audaz inventor.

Lorenzo Ruz, un audaz inventor.


Por: Oswaldo Manrique.

En la actualidad se les conoce como innovadores; en el siglo pasado se les llamó inventores, aquellas personas que por voluntariedad y por deseo personal se dedican a crear o a mejorar las cosas y técnicas existentes, gozan de esa especial facultad y talento para inventar cosas, para facilitar  y mejorar el uso de ellas.


El relato que voy a contar es de hace unos cuantas décadas atrás. Saliendo de la adolescencia, sentado con otros muchachos de la época, sin experiencia en el quehacer de la observación humana y su defensa, simplemente mirábamos a nuestro alrededor.  Aquella tarde, en la plaza Bolívar de La Puerta, vi pasar a un señor algo nervioso, vestido con paltó y sombrero,  caminando dando vueltas a la plaza, llamó mi atención que su rostro moreno, curtido por el clima, mostraba algo de felicidad, pero a la vez, iba gesticulando, y llegué al absurdo de pararme a observarlo, mientras él hablaba, calculaba o diseñaba algún invento en el aire, guiado por su genial mente. De pelo lacio y negro, nariz aguileña, de promedia estatura, con un caminar lento e inclinado, seguía dando rondas.  Ahora, la observación la tenían mis amigos, pero sobre mí, como si yo participara en el secreto de aquel hombre, de alegrías, creaciones, esplendidas ideas y nerviosismos.  Era José Lorenzo Ruz Carrizo. 

Lorenzo, así lo llamaban en esta comarca, nació en la posesión de Los Aposentos, sitio social y económicamente más de la parroquia La Puerta, que de otro lado. Eran predios agrícolas de su familia, al igual que los de Altamira de Garabulla, y de los veloces pasitrotes del coronel Sandalio Ruz, el legendario justiciero nacionalista. Según su hijo Carlos José Ruz, Lorenzo, <<nació el 10 de agosto de 1902,  su padre fue Francisco Javier Ruz>>, hermano del legendario Coronel Sandalio y del próspero agricultor Eulalio Ruz, Jefe Civil del Municipio La Puerta en 1894; <<su mamá María Eulogia Carrizo>> (Datos aportados en conversación con Carlos Ruz Abreu, Plaza Bolívar, La Puerta, 31-12-2019). 

Recuerdan que desde muy niño, fue un ser muy observador, meditabundo, le gustaba desarmar las cosas, aparatos de radio, tocadiscos, las baterías, a veces las dañaba,  sentía un gran interés por descubrir cómo funcionaban y qué las movía. Leía mucho, y le experimentar con lo que se le ocurría. Era muy curioso y a veces hasta lo castigaban, porque consideraban que era muy ocioso.

Al igual que sus hermanos y primos, le tocó trabajar la tierra, con la diferencia que él, mejoraba los aperos e implementos de labor, hacia los yugos artesanales, para el arado buscaba las maderas mas solidas y menos pesadas, con lo que le bajaba el peso a al yunta, le iba bien en la agricultura. 

Muy joven, Lorenzo se casó con Braulia Abreu, una joven campesina, simpática, de hermosa sonrisa, que tuvo por muchos años una venta de hortalizas y flores en La Lagunita de La Puerta; ella falleció el 16 de diciembre del 2.000. En dicha unión procrearon varios hijos, <<Carlos José, Catalino, Juan, Edicta Auricela, Eulogia>> (Ídem), que nacieron en Altamira de Garabulla, donde Lorenzo tenía su casa de familia. Tenían una bonita relación y a veces la llevaba de la mano para enseñarle su nueva creación. Estaba pendiente de él, a veces lo encontraba en mangas de camisa bajo la lluvia, probando o ajustando algún implemento o echado llave a una maquina, y cuando lo llamaba, no le respondía, permanecía mudo, ella no lo dejaba solo, y le llevaba la carpeta de lana gruesa y el sombrero, para que regresara a la casa.

Los primeros Ruz que se avecindaron en tierras trujillanas, lo hicieron a mediados del siglo XVIII, de origen Al andaluz (Andalucía), y fueron hacendados en los pueblos del Sur del Lago de Maracaibo. Ligado a la lucha política, uno fue rector de la universidad de Caracas, y hasta diputado en la Corte española.  Los que se enraizaron en La Puerta, se ubicaron en un sitio denominado Los Aposentos, colindante con Timotes de Mérida. Como el nombre indica, es un bonito y fresco lugar, algo retirado, cuyo paisaje lo hace placentero para vivir y hasta para trabajar la agricultura. 


Braulia Abreu, esposa de José Lorenzo Ruz Carrizo. Gráfica cortesía de Benito Rivas. 

Allí, Ysidoro Ruz, fundó su familia con María del Carmen Moreno, procrearon varios hijos, entre ellos, el coronel Sandalio Ruz, el coronel Eulalio Ruz y Francisco Javier Ruz, el padre de Lorenzo Ruz. Su familia estuvo dedicada a la agricultura y a las revueltas y revoluciones, Lorenzo en su juventud sin otra fuente de trabajó también "fornaleó" en el campo,  no "guerreó”, porque su mundo era otro, para él la vida tenía otro sentido, por su vocación de inventar, de crear, le dedicaba mucho tiempo a la lectura, leía cuanto libro, revista o publicación llegaba a sus manos. Leía desde las Santas Escrituras, y el Mártir del Golgota, hasta textos de magia, y esoterismo, se conocía al dedillo, las profecías de Nostradamus y realizó algunos ejercicios para comprobar algunas de esas premoniciones.  Fueron sus preferidos, los libros de mecánica y técnicas avanzadas para la época, en distintas cosas, tanto domésticas, agrícolas, como de uso personal. 

Uno de sus libros sobre alquimia, quedó en La Lagunita, en el restaurante de Alberto Romero, que aún se conserva. Tuve la oportunidad de conocer  y conversar personalmente con Teófilo Ruz, su pariente, residenciado en Timotes, también es de la misma genética, innovador con máquinas que reducen el tiempo y el esfuerzo de trabajo y mejoran la técnica de uso de ciertos artefactos y maquinas, para los tiempos actuales.

Lorenzo, de temperamento intranquilo y rebelde, amaneció un día y <<se fue a Colombia, hasta el Centro de Tecnología Dental, lo más avanzado de esos tiempos>>, llegó a trabajar, luego, estuvo practicando e inclusive, posteriormente <<sostenía correspondencia con instituciones Colombianas en dichas disciplinas, recibiendo las revistas y publicaciones>> con las distintas actualizaciones, lo que le permitía mejorar sus primeros inventos.

En La Puerta, se le veía mayormente los días de fiestas, particularmente las del patrono San Pablo Apóstol, en enero, y las de mayo, de San Isidro Labrado, patrono de los agricultores, cuando bajaba en su mula cargada, con sus inventos y creaciones, para exhibir y vender. Los mayores del pueblo, recuerdan que Lorenzo era una persona alegre, visitaba y trataba con familiaridad a la gente del comercio,  don Carmen Matheus, Jacinto Peñaloza, el señor Villarreal, Escolástico y Rodulfo Combita y Anita Villegas, con quienes compartía información de sus distintas innovaciones y también le compraban.  

Juan Ruz, un hijo a quien le llamaban "el loco", trabajó por muchos años en la estación de gasolina de la avenida Bolívar con calle 16 de Valera. 

Lorenzo Ruz era uno de esos inventores andinos autodidactas, que demostró una gran capacidad para innovar técnicas, artefactos, instrumentos y cosas que eran de utilidad para la gente. 

El primer consultorio dental de los caseríos de La Puerta y Timotes.

Sin conocer el número de creaciones y artefactos que fueron producto de su genialidad, se puede mencionar lo que creó en su casa en Garabulla, en aquel lugar estableció una sala de atención dental. Una de sus observaciones perennes, era a la gente de su comarca, cuando les hablaba y veía la carencia de atención a la dentadura; su ingenio y talento le permitieron abordar ese problema de salud pública, en un Municipio trujillano tan importante.

Para eso, antes construyó una máquina de engranajes y correas impulsada por un pedal, y eso daba la energía a un taladro dental, también elaborado por él, y luego rellenaba la pieza dental. Este, parece ser el primer consultorio o servicio dental de la comarca, hasta allá iba la gente de caseríos, paramos y montañas de Timotes, La Puerta y de la Mesa de Esnujaque, a arreglarse la dentadura. 

José Lorenzo Ruz. Imagen cortesía de Carlos Ruz Abreu. 

Recordando las facetas de Lorenzo Ruz, su pariente José Telésforo Ruz Moreno, habitante de La Puerta, nos informó que antiguamente la gente hacía viaje hasta los Aposentos, a la casa del dentista practicante, quien había diseñado una silla con su motor a pedal, con el que daba energía al taladro de piezas dentales. El mismo José Telésforo, explicó que Lorenzo, aun de viejo, elaboraba dientes en oro y plata. En un lado de la casa, tenía un pequeño taller donde entre otras cosas, elaboraba dientes, planchas, coronas para la dentadura, que también las colocaba.

El amigo Benito Rivas, recuerda jocosamente una de las anécdotas de su niñez, que presenció y gozó.  Ruz, era considerado una persona muy preparada para aquel tiempo, mediados del siglo pasado y lo apreciaban mucho; en una oportunidad había una señora que trabajaba en la casa de su vecino el profesor Isaac Araujo, que fue el director de la Escuela de Peritos de La Puerta, y su esposa Isabel; ellos vivían en una casa en la avenida Páez. La trabajadora domestica no tenia dentadura y habló con Lorenzo para que le hiciera la “plancha”, como le decían a toda la prótesis dental, y él la vio y le tomó medida; a los días le trajo la dentadura postiza a Prudenciana; cierto día, una vecina entra en la casa donde trabajaba y le dice a la señora Isabel: - ¡Nos fregamos Isabel, ahora fulana se la pasa todo el tiempo riéndose!  El asunto no era que se riera, sino que los dientes de arriba y los de abajo, eran muy grandes y parecía que siempre estaba riéndose.   

Su formación, de acuerdo a Carlos Ruz, hijo de Lorenzo, quien vive en la ciudad de Valera, señaló que su padre, había practicado en su juventud este oficio, como ayudante en la ciudad de Pamplona, Colombia.  En esa ciudad adquirió el conocimiento de esa disciplina, que aportó al menguado sistema de salud con el que contaba La Puerta, en aquellos tiempos.

En Garabulla, su taller de inventos maravillosos.

Ruz, pudo entonces continuar con sus inventos, para lo cual, montó su propio taller de inventos y mejorías de cosas, en su propia casa en la montaña de Garabulla,  donde logró darle cuerpo a ideas que favorecían a sus vecinos, amigos y clientes, y a las creaciones maravillosas para su familia. Dentro de esa otras de sus habilidades y técnicas, fue la de elaborar armas, fusiles, chopos, escopetas, revólveres, cuchillos, machetes. Era muy común en aquellos tiempos, buscar y encontrar en el Zanjón de los Muertos, en La Mocotí-El Portachuelo, también llamado “el paso de Bolívar”,  donde se graduó de general Rafael Montilla Petaquero  (el legendario “Tigre de Guaitó”), Remington y máuseres destrozados, con los que los campesinos de nuestro páramo,  elaboraban  armas caseras, los famosos “chopos”.

La Alquimia lo atrajo desde temprana edad.

Alguno llegó a comentar,  que un tiempo, se dedicó a la alquimia, en la búsqueda de la fórmula inalcanzable del oro, lo que le permitió afianzarse en la química. En realidad incursionó con bastante interés en el campo de la química, y obtuvo la sapiencia de la elaboración de pólvora para los fuegos artificiales que le encargaban para las fiestas tradicionales de La Puerta y otros pueblos. Cuenta Alberto Romero, habitante de La Lagunita, que una vez se pusieron a verlo, por un hueco del taller, cómo elaboraba las piedras explosivas, de esas que se lanzan fuerte contra el piso y explotan, anotaron qué cantidad de elementos químicos, y los jóvenes que lo siguieron, repitieron después todos los pasos para elaborarlas y cuando las probaron no explotaban las piedras hechas por ellos. El Lorenzo, tenía su secreto.

Algunos lo tildaban de loco por sus inventos, pero no se puede negar que sus ideas y las cosas que creaba, eran producto de su lógica particular, de su razonamiento, vinculados al estudio autodidacta de materias como la física y la química que fueron atrayentes para él, pero fundamentalmente fue un gran observador de su entorno, río, agua, viento, molino, trapiche, gente, hacia eso, iban dirigidas sus observaciones, su análisis y sus innovaciones. 

Como inventor artesanal, no podemos dejar de mencionar, la elaboración de ollas, aperos de labor que hacía en forma artesanal. Dentro de su multifacética vida, recorría cada cierto tiempo los más alejados caseríos, llevaba sus bien amoladas tijeras y hojilla, para peluquear y afeitar a la gente, niños y adultos; pero también, eliminaba abscesos, vejigas cutáneas, callosidades, y hasta sobaba, poniendo los huesos en su lugar. Murió el 10 de diciembre de 1986.  Fue buen ciudadano y un hombre de bien, en todo lo que emprendió en su vida. A pesar que algunos lo tildaron de "loco" por sus inventos, fue un creador popular, que se dio y entregó  al mejoramiento de la vida, y a dar respuesta y solución a las necesidades de sus vecinos; asimismo, sirvió a su Nación con decencia y pasión creadora. 

La Puerta, diciembre de 2022.

Omanrique761@gmail.com

sábado, 7 de enero de 2023

Antonio Dávila González, la "Surupa"

 Antonio Dávila González, la "Surupa". 


Por: Oswaldo Manrique.


     Isnabus es un pequeño poblado, casi caserío, verde, fresco, lleno de silencio y lentitud, quizás esconde infinitas decepciones, pequeñas y grandes. Es basta la vegetación que brota la tierra, marcada de derrames, chorrerones, quebradas, y por un camino que a pesar de su taciturnidad lo lleva a su respiradero, La Puerta, a unos 5,8 km de distancia y 2,6 km de La Lagunita. 

       Isnabus en lengua indígena significa, campo de cenizas, pertenece al Municipio Urdaneta, estado Trujillo. A mediados del siglo pasado, aún desfilaban los arreos de bestias cansinos que enfilan llenos de hortalizas y ramas, partiendo de Isnabus, acompañados de cierta melancolía, por esta serranía de La Culata. 

      Ella tuvo que buscar otro sendero, hacia otro lugar, hacia tierras más generosas, lo había pensado mucho y lo hizo, sin que ninguno de sus parientes pudiera hacer la mínima muestra de salir a retenerla, así era Nicolasa González, a quien pude conocer hace ya varias décadas, en su casa en los altos de la Escuela La Flecha. 

       Se dice que la gente de Isnabus, es gente montuna, hosca, escasa por el pesimismo o temor o presa de esa hoguera infaltable de supersticiones ancestrales, que la conforman irreductible en terquedad y hasta en lo festivo. Pero hay excepciones, son aquellos que piensan que no es ese el mundo que quieren vivir y disfrutar, se sienten templados con otro espíritu.  Las mujeres deambulan entre lo que permiten los tapiales de la vivienda, el fogón, la cotidianidad de la huerta y los encierros de las vacas amansadas por sus becerros, así van agotando su juventud,  vegetando la nostalgia, apartadas de los más hermosos sentimientos de la vida. Eran tiempos duros, hasta crueles, de los que se procuraba huir,  que arropaba también a los hombres encorvados entre las débiles sementeras, el sofocante sol, y el flaco rebaño de animales. Mucha pobreza y enfermedades. 

Antonio Dávila González, la "Surupa"

       Un día, elevándose por encima de aquella realidad, Nicolasa se despidió con aguados ojos, de sus padres y hermanas, que quedaban en aquel olvidado pueblito. Se marchó con el marido. 

       En Tabay, llegaron a trabajar la tierra. Tabay, es como el hermano menor de Mérida, la metropolitana ciudad estudiantil, son muy cercanos y se complementan. Es una meseta a orillas del río Chama, del estado Mérida, a 1708 msnm, pasa la carretera Trasandina. Tabay, en lengua indígena significa casa de los espíritus. Allá fueron a dar, a nutrirse de ese bello lugar, de naturaleza y virtud de esa que fortalece el cuerpo y vigoriza los quehaceres.  Manuel Dávila, el marido, sabía que la paga en esas haciendas era por lo menos al día y segura. 

       Nicolasa y Manuel, dieron el salto, desde las cenizas, al lugar de los espíritus, a la atractiva entrada a las mágicas cumbres de la Sierra Nevada venezolana. Ahí los hizo llegar la necesidad. Manuel, pudo conocer primero y luego recorrer con sus hijos, sitios como Mucurutan, Mucuy Alta y Mucuy Baja, el Arenal y San Jacinto, zonas rurales de importancia, en donde podía trabajar la agricultura.

      En el pueblo existían varias pulperías y tiendas alrededor de la plaza Bolívar, donde los vecinos van a los corredores y conversan, comen chimó y hasta pueden tomarse un cuello corto de sabroso sanjonero. Peones, conuqueros, arrieros, estudiantes, hacendados, paisanos y visitantes, tenían allí espacios de encuentro y distracción.


      Toñito el tabayero.


      El placentero Tabay, del estado Mérida, es buen sitio para fomentar familia. Allí Nicolasa y Manuel Dávila, procrearon cinco hijos, a quienes pusieron por nombres: Isael, Ramona, Isabel, Olinto y Antonio Dávila González, este último, nació en 1953, nuestro apreciado personaje.  Años después, Manuel Dávila murió en el pueblo que le dio acogida, quedando Nicolasa González, al frente de la familia.  Antonio, habituado desde niño a trabajar, decidió buscar trabajo, en las afueras del pueblo, pero con muchas limitaciones con el jornal. En esas andadas de hacienda en hacienda, escuchó que en La Puerta, había novedosas empresas agrícolas y posibilidad de trabajo, mejor remunerado. 

 Antonio Dávila González, la "Surupa", gráfica 2022.

         El que conoce a Antonio Dávila González, a primera vista se confunde, tiene aspecto de ermitaño, es hombre trigueño, de apariencia hosca, su cara no caracteriza su jovial personalidad, es decente en su hablar, de conversa pausada, el prototipo del andino servicial y agradecido. Se gana el respeto inmediato de su interlocutor, de buen trato.

     Un día de 1971, se atrevió a surcar las cerradas cuestas del Páramo. Siendo mayor de edad, se despidió de Nicolasa, su mamá y se montó con una marusa y algo de avio, en un pequeño "chingo" que lo llevó a Apartaderos, ahí se bajó y fue pidiendo cola en camiones, hasta llegar al destino que se había propuesto.  Entusiasmado por conseguir trabajo, y viajando solo, iba maravillado de ver la hilera de pintorescos pueblos de La Culata. No olvida su paso por Cacúte, el bello Mucurubá, el helado paisaje de Mucuhíes, San Rafael, el ascenso lento y rudo al Pico El Águila, hoy del Cóndor; luego el descenso, hacia La Venta, Chachopo, Timotes, bordeando el rio padre: el  Motatán; fue una agradable experiencia que aun guarda en su arsenal de recuerdos.

Antonio Dávila González, la "Surupa", gráfica 2020.

    En La Puerta, lo llaman la "Surupa", y no sabe quién le puso ese mote;  vocablo hindú que significa hermosa; pero para las conversas de los andinos, se trata de un pequeño escarabajo; sin embargo, a pesar del tiempo asentado en esta parroquia, se siente muy tabayero o tabayense, como agrade mas.

     Hizo un pequeño recuento, en relación a su llegada a La Puerta, <<A los 18 años llegué a trabajar en los champiñones y para aquel año era un trabajo fuerte, mucho trabajo, yo estaba joven.  Recuerdo que el Gato Luis y Esteban eran los jefes inmediatos y el señor Clemente Alarcón, y el poeta Tista Araujo, eran también obreros, porque era una compañía muy grande>> (Conversación con Antonio Dávila. Plaza Bolívar de La Puerta. 29 enero de 2022). Siendo joven agricultor, pudo adaptarse rápidamente, al sistema de trabajo de la compañía, ubicada en la finca El Pozo, cercana a La Flecha, en donde hubo un importante desarrollo agroindustrial.  

      No recuerda cuántos años laboró en la champiñonera, sin embargo, una dura realidad le tocó vivir a Dávila, <<Le confieso que yo lo que quería era trabajar, me vine sin estudios, yo no estudié,  no sé ni firmar>> (ídem); en esas condiciones, no se achicopaló, preguntando por aquí y preguntando por allá, fue aclarando la oscuridad. Lo formó la universidad de la vida, corrió con suerte.

Antonio Dávila González, la "Surupa", gráfica 2020.

      Su mamá al poco tiempo, también se vino a vivir a La Puerta, específicamente a La Flecha, donde tenía una parcela que sembraba y la casa; los hermanos de Antonio murieron todos en Tabay, menos Isael. Nicolasa González, murió en La Puerta, orgullosa mujer, jamás regresó a Isnabus, pensaría “chivo que se devuelve se’snuca”.

     En los espacios del sector El Pozo, y La Flecha, entre los compañeros y nuevos amigos, fue aprendiendo el trabajo y cómo se llamaban las cosas, los materiales, las maquinas, los implementos y las fases, en la producción champiñonera, rememoró que, <<en esta empresa Interagro, estábamos como 30 trabajadores>> (ídem). Acoplados al régimen de la unidad de producción agroindustrial. Esta Parroquia, quedó impactada por este emprendimiento de nuevo cultivo.

      Pero llegó un momento lamentable, el cierre, que fue como un golpe clavado en la espalda y le brotó la nostalgia, lo describe con sencillas y parcas palabras: <<Un día se acabó la compañía, porque ya no producía y me fui a trabajar a Los Teques>> (ídem);  se empinó, se elevó por encima de esa tristeza y se fue al centro del país.

       En asuntos de vida personal y afectiva, Antonio cultivó fervorosamente el amor con una joven nativa de La Flecha, de nombre Edicta Albornoz, con quien hizo pareja y procreó cinco hijos Adela, Yaritza, Yoselin,  Frank, y Yuma Albornoz, que ya son adultos. Este tabayero, echó raíces en La Puerta. 

      Antonio el tabayero, el tabayense o la "Surupa", como afectuosamente algunos lo llaman en el pueblo, ya se acerca a los 70 años de edad, y sigue trabajando limpiando solares y jardines en las casas de La Puerta, y expresando su frase de todos los momentos: -¡Muy importante! ; así persiste en su afán de trabajar y continuar sirviendo a la comunidad.

La Puerta, diciembre 2022.

omanrique761@gmail.com 

Agripina Burelli Garcia de Parra, la Preceptora de la primera escuela de La Puerta.

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