mitos y leyendas

Creencias, Mitos y Leyendas
de La Puerta (Trujillo, en Venezuela).  


     Oswaldo Manrique R.    


Contenido:

 Nota Introductoria.

1.- Entre las Cruces y el agua bendita.

2.- Momoyes, duendes y espantos.

3.- La leyenda del espanto de la Lavandera. 

4.- La leyenda del Hachero  de la hacienda El Rosario.

5.- La leyenda del padre Rosario y su cruz a cuestas.

.- Las animas en pena de los suicidas de La Flecha.

7.- La leyenda del tesoro del coronel Sandalio Ruz.

8.- La leyenda del pirata Granmont.

9.- La leyenda del “7 diablos”.

10.- Leyenda de Dorokokoe, princesa de las aguas.

11.- El Callejón de los Muertos o de los Espantos.

12.-La leyenda de La Calzona y su Arco Iris. 

Introducción.

Esta es una breve compilación de narraciones extraordinarias, de creencias sencillas, son mitos y leyendas de la población de La Puerta (Trujillo, en Venezuela), de nuestra gente del páramo  y de la del área urbana, que conforman parte de su patrimonio cultural. Todas, están basadas en hechos que ocurrieron y en personajes que existieron o existen, la connotación es que concurren elementos mágicos religiosos, paranormales o extraordinarios, que las convierten en eso: Creencias, Mitos y Leyendas.

La recopilación de ellas, duró varios años, porque los recuerdos se van perdiendo en ese trillo luminoso que llaman tiempo, familiares y vecinos mayores  –a quienes damos las gracias, algunos han muerto-,  nos ayudaron;   el trabajo de corroborarlas en espacio-tiempo fue lento, usando la historiografía existente, periódicos de la región,  algunas se confirmaron con personas que viven fuera del Estado. Hemos seleccionado de la antología que logramos tomar nota, doce (12) narraciones para esta 1ª parte, que se consideran básicas, el resto las iremos publicando luego, en la medida de nuestras posibilidades. 

Considero que es una bonita forma de de revivir y difundir muchos hechos y valores que aún se desconocen, de la fisonomía cultural y la idiosincrasia de los puertenses, es el objetivo de este trabajo.    

La Puerta, julio 2020.






Creencias,  mitos  y  leyendas  de  La  Puerta, Trujillo, Venezuela (1).


Oswaldo Manrique R.


La historia antigua de un pueblo, mas que cuatricentenario como La Puerta, se encuentra ineludiblemente cargada de leyendas, que buscan en el imaginario popular, ir proporcionando explicaciones naturales y lógicas sobre hechos y creencias sobrenaturales; y también, sobre acontecimientos reales  que ocurrieron, de los que la tradición oral ha transmitido con elementos mágicos y fantásticos que convierten ese hecho natural en algo maravilloso. Esto, considero, no debe seguir engavetado o silenciado. 


Vista general de parte del valle del Bomboy (La Puerta, Estado Trujillo, en Venezuela). esta es una de las primeras fotografías, que se le tomaron en el siglo XX.

Dentro del compendio de leyendas de nuestra comarca, existen de personajes históricos, religiosos y extraordinarios como el párroco de nuestra comarca, el padre Rosario, de fantasmas o espíritus burlones como el desquite de los nativos Bomboyes por el despojo de sus tierras del resguardo, o la leyenda de la princesa indígena Dorokokoe, que dan a conocer aspectos de la vida de nuestros primeros pobladores y sus descendientes; también, existen creencias fantásticas de nuestra población,  del siglo XX, como las aventuras de Concio Rivas y otros personajes del Páramo de La Puerta, o los casos de la lavandera del Bomboy y el Hachero de la hacienda El Rosario, que son producto de relatos y recuerdos de los vecinos de mayor edad, conservadas en su memoria; inclusive, las narraciones extraordinarias de nuestros Cuenta Cuentos, que forman parte de nuestro folclore local. Para comenzar  podemos señalar las siguientes:



Entre las Cruces y el agua bendita.

Junto con la devoción y creencias de carácter religioso católico, en nuestro pueblo existen como parte de su cosmovisión, ciertas creencias de orden supersticioso, en las que se mezcla religión, animas y espantos, inclusive deidades indígenas Timotes; algunas como guía ética frente al mal, otras de recordación y cautela, como la vieja disposición de cruces en distintos lugares, dentro y fuera de la vivienda para correr a las brujas y a los espantos. Son algunas costumbres significativas que nos ayudan a comprender la vida cultural del  este pueblo.   Con la llegada de los primeros curas españoles a La Puerta, también llegó la Cruz, símbolo de los seguidores de Cristo, que significa liberación y a la vez, una contra para evitar los males.  Es la Cruz del Salvador, era el símbolo medieval de los guerreros que ocuparon este valle, la trajeron como parte de su inclinación mística-militar, de extender los terrenos de Dios.  Nos llegaron, los soldados de Cristo, los armados y los de templo.  Los encomenderos de La Puerta, eran capitanes conquistadores hispanos en su mayoría, oriundos de Extremadura, zona arraigadamente católica y mariana.  De ellos, nos quedó el legado de la Cruz, como símbolo de protección.


Esto está ubicado en el Páramo de La Puerta, Estado Trujillo, en Venezuela. Colaboración de Tulio Rivas. Cronografía N° 2647. 

 La veneración por la Cruz es de orden familiar, ponen cruces de palma bendita en las puertas de las casas, en los quicios o en las cercas con  ella, las brujas y espantos son alejados, o en sus pequeños altares, algunos la llevan pequeña en sus carteras y otros se la ponen en el pecho. La misa del domingo de ramos es una de las más presenciadas, las colas de gente buscando la palma bendita  son extensas. En Comboco, La Lagunita, El Molino, caseríos y puntos de entrada de la parroquia, desde hace varios siglos, se encuentran erigidas y de forma imponente la Cruz de la Santa Misión, antes de madera y ahora de concreto. Igual es en el Páramo, en los sitios donde ocurrieron los accidentes aéreos, hay altas y macizas cruces elevadas por los deudos de las víctimas, donde cada año se realizan encuentros y actos litúrgicos en conmemoración y recuerdo de sus deudos.

La Cruz, para nuestra comunidad mestiza, ha servido además, para ubicarnos en el tiempo y en el espacio. En la subida a nuestro Páramo, por la Cuesta, hay 3 puntos de descanso interesantes hasta El Llanito, y que sirven a los pobladores en su mayoría descendientes de indígenas, y a los visitantes, que los van mencionando en sus conversaciones, uno es la Cruz Chiquita, como primera parada o descanso; a mitad de jornada, se encuentra Los Santicos, una piedra donde además del símbolo de Cristo hay medallas de la virgen, estampas y otros santos, y otra, la Cruz Grande. Es normal, escucharles decir: “en los santicos lo vide”, “de la cruz chiquita me los truje”, o “po’alli me lo trompiqué”, o “po’ la cruz grande rosnan”, les sirve, como ubicación geográfica y de distancia, y para conocer cuánto falta para llegar a destino. 


Detalle de la Santa Cruz, puesta en lo mas alto de la Torre campanario del antiguo templo de San Pablo Apóstol de La Puerta. Colaboración del Profesor Beltran Briceño. Cronografía N° 3156.

También, hay la tradición,  desde tiempos antiguos del uso del agua bendita, es una especie de contra y protección ante la amenaza de maleficios. Es el agua bendecida por el cura párroco, si es por  el Obispo la consideran de mayor poder contra las posibles cosas malas o enfermedades, algunos lavan y purifican  su vivienda con este liquido propio de las liturgias católicas, o para curar el mal de ojo o para rezos caseros. Es común encontrar en las casas de  familia, artículos religiosos que se consideran como de ayuda piadosa, como los rosarios benditos y los crucifijos de distinto tamaño y material.


Creencias, mitos  y  leyendas  de  La  Puerta (2).


              Momoyes, duendes y espantos.

                                                               Oswaldo Manrique R.

Nuestros mayores, nos contaron que en el pueblo, antes que pusieran en funcionamiento los faroles y luego la planta eléctrica que alumbraban las calles (comienzos del siglo XX), se veían y se escuchaban los espantos con figuras humanas, las brujas viejas y en su versión juvenil, las llamadas almas perdidas, los ahorcados, el caballo con el jinete descabezado que todavía  ven en semana santa y las animas de vecinos que conocieron y que murieron en algún suceso trágico y violento.

También creen en los llamados espíritus malos y los espíritus burlones, aquellos duendecillos pequeños, momoyes que se encuentran en las 7 Lagunas, en el Páramo o en La Lagunita, que confunden al que se los encuentra, engañan y duermen a más de un incauto, aunque la mayoría no se deja ver o se convierte en hombres sabios o en hermosas mujeres invitando a fiestas.  Otros se pueden aparecer haciendo ruidos o lo hacen en forma de luces. Existen muchos relatos y versiones en torno a estas creencias. Desde el temor a la cónyuge de Lucifer, conocida como La Sayona y su particular grito “Ay mi hijo”, y que suelen presentarse en forma de personas humanas. 


Los incrédulos o los decepcionados en el intento, dicen que el cuento de los “entierros de botijas con oro”, son obra de los espíritus burlones, otros que si han encontrado algunas cuantas morocotas en vasijas de barro con huesos humanos alrededor, en las casas demolidas en la avenida Bolívar, callan. No me consta, pero me lo han contado.

Lo que sí puedo repetir, por habérselo escuchado a mis abuelos, es que a partir de 1892, en que los gamonales despojaron a los indígenas de las tierras del resguardo, en un juicio amañado, por lo que se vieron obligados a mudarse a otras tierras, abandonar sus casas, a ser esclavos en haciendas cercanas, y los más viejos, se fueron muriendo de tristeza, se inició la venganza de los espíritus indígenas.  Aquí, cuando “La Pelona” dice a llevarse a una persona  apreciada por el pueblo, comienza a llevarse a unos cuantos en seguidilla. La Puerta, fue quedando con pocos habitantes nativos.  Hubo un tiempo en que los techos de las casas, les lanzaban tierra o piedras pequeñas incesantemente,  veían caer la tierra y las piedras;  a  veces, sentían retumbar las paredes; dentro de las viviendas, en pleno centro del pueblo, se escucharon como se quebraban los vasos y platos de vidrio y no se veía al autor; hubo una total conmoción en la comarca; las familias vivían asustadas, intranquilas, temerosas a lo que le harían nuevamente los duendes.  Algunos vecinos se pusieron de acuerdo y se trajeron un faculto en ciencias ocultas de Boconó para destruir el hechizo. Éste, les hizo un rito espiritista para alejar a los duendes, pero continuaron molestando.  Los  más ortodoxos, compraron escapularios y hasta les pusieron manitos de azabache a los niños. Hablaron con el Vicario de Escuque, quien aceptó ayudarlos. Una noche, salieron en una gran procesión, ahumando con el incienso de lado a lado de la calle; rezaron y alumbraron  con cirios amarillos y blancos, para acabar con esos espantos y sus maleficios. Desconocemos si hubo exorcismo, pero el hombre del poder superior a aquellos los corrió. Pensaron que era una venganza de los indios, y que eso era señal de mala suerte.

La Puerta, junio 2020.

omanrique761@gmail.com 


Creencias,  mitos  y  leyendas  de  La  Puerta (3).



           El espanto de la Lavandera. 


                                                               Oswaldo Manrique R.


De nuestros abuelos escuchamos,  el relato  del espanto de la lavandera. Una vieja historia del siglo XIX; al parecer se trataba de una india tributaria, que se volvió loca de tanto lavarle y plancharle ropa a su encomendera, que le daba en gran cantidad, porque le incluía la de sus familiares y la de los caporales.  Recordaban que en vida se le veía en la rivera del Bomboy, con los fustanes remangados y con sus pequeños y broceados pies descalzos. Trabajadora la india,  dejaba la ropa muy blanca y limpia.





  Este espanto, tuvo tanta trascendencia que fue motivo para que se incluyera en la literatura venezolana.

En una visita realizada a La Puerta, por la investigadora argentina Isabel Aretz, conversó con personas de mayor edad en 1955,  y escuchándolas hubo algo que le llamó la atención, que éste era uno de los pueblos venezolanos con mas historias de espantos,  mayormente de los que se oyen y no se ven, que tenían alarmadas y acosadas a las familias de esta población.  Una de esas preocupaciones, lo era que en el rio Bomboy, donde estaban ubicados los lavaderos de ropa, detrás de la Prefectura y muy cerca del viejo cementerio, se escuchaba a una mujer  lavando ropa. Su trabajo consistía en cargar palanganas llenas de ropa, que lavaba con las manos, aplicando jabones de tierra para desinfectarlas, quitar las manchas y blanquear con aguas carbonatadas. Aparecía algunas noches oscuras, en la bajada del rio, donde estaban los lavaderos de ropa.  Cuando los vecinos que escuchaban iban a ver quién  era la mujer que estaba lavando a esa hora de la noche, no encontraban a nadie (Aretz, Isabel. Manual del folklore venezolano. Pag.188. Tipografía Vargas. Caracas. 1956).


La Puerta, junio 2020.



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              Creencias,  mitos  y  leyendas  de  La  Puerta (4).



  El Hachero  de la hacienda El Rosario.


   Oswaldo Manrique R.

¿Quién en La Puerta, no escuchó por boca de sus padres, tíos o abuelos, las apariciones del Hachero, por los lados de la hacienda El Rosario, frente al Hotel Guadalupe? ¿a quién no  asustaron con llevarlo de noche, para donde sale el hachero?  Recién, hemos oído, que los nuevos pobladores han  escuchado algo parecido.  Siempre nos atemorizaba, cuando nuestros ascendientes conversaban del tema, y mucho más cuando afirmaban que el hachero efectivamente salía.




Cuentan que en tiempos del general Gómez, sumido el país en oscuridad, salía un señor  a media noche  de su casa, con su hacha metálica al hombro a cortar árboles; algunos eran  para cumplir encargos y otros los troceaba para hacer palos de leña que también vendía.  Siendo joven, fue hacejero, arrancaba furtivamente leña con sus propias manos, sin utilizar ninguna herramienta, era muy fuerte y corpulento. 

Era selectivo el hachero, le gustaba tumbar algarrobos, vero, say, mapora, y el mují, arboles de muy buena y dura madera.  Igualmente cortaba tirindí, por su duración, el cedro y otros por su aroma, siempre en zonas cercanas, al parecer, fue acabando con un bosque protector de una naciente, el dueño le prohibió que siguiera talando allí, que no entrara más a su tierra. El hachero que todavía era un hombre fornido, hosco y de poco hablar, se molestó y dejó de trabajar, y a los pocos días, el hachero murió de ira y tristeza, algunos dijeron que había muerto, como un querre querre. Al poco tiempo, se comenzó a oír en horas de la noche el ruido de una herramienta,  asestando golpes cortantes, como si estuvieran tumbando arboles, chaz, chaz, chaz se dejaba escuchar sobre los mesones de piedra negra y chamizo hechos en la antigüedad por los indígenas en su resguardo de tierras, posteriormente este lote, es la  hacienda El Rosario, frente a la quebrada La Guadalupe. Se oían los hachazos, uno tras otro, golpes violentos, se sentía el certero golpe de la hoja acerada sobre el tronco del árbol. Cuando la gente  armada de sus mechurrios y linternas iba a ver qué era lo que estaba pasando, no apareció nadie, ni la cortante herramienta, ni árbol alguno.  

Este relato,  también lo escuchó la profesora folklorologa argentina Isabel Aretz, de viva voz de algunos puertenses en la visita que hizo con el folklorista venezolano  Luis Felipe Ramón y Rivera a esta parroquia en 1950, y les preguntó ¿cómo habían eliminado ese espanto?  Y le respondieron: eso está a cargo de un “hombre que tenga poder igual” al del espanto (Aretz, Isabel. Manual del folklore venezolano. Pag.188. Tipografía Vargas. Caracas. 1956).   A pesar de esto, al parecer el espanto se reactualizó porque las actuales generaciones también han escuchado la repetición de este mismo espanto.  Siempre, y por haberlo escuchado a los abuelos, lo inmediato es el uso de agua bendita para correrlo bien lejos.



La Puerta, junio 2020.


omanrique761@gmail.com 






La leyenda del espanto del padre Rosario  (5).



Oswaldo Manrique R.

 En muchos pueblos, hay relatos y cuentos de espantos parecidos, sobre todo los de carácter religioso. En La Puerta, se veía anteriormente y algunos dicen que todavía se ve, en tiempos de cuaresma o los mismos jueves y viernes santos, caminar a paso lento, con una enorme cruz de madera al hombro: al Padre Rosario, que fue cura párroco desde 1793.   Él, se había formado su propio martirio. Buscó una enorme y pesada cruz de madera, se hincaba frente a ella, se la ponía en el hombro y comenzaba su periplo por las calles de La Puerta, donde se ubica históricamente el oratorio personal que ordenó construir, como su refugio personal.  Se escuchaban sus pasos lentos, pasando por la calle real o principal, se arrodillaba y rezaba cuando pasaba frente al templo de San Pablo Apóstol. Algunos antiguos puertenses comentaban, que en su periplo nocturno, el alma penitente del cura se detenía en lo que es hoy El Calvario (Capilla de Fátima, frente al Centro Comercial Valle Verde) y rezaba un largo rato arrodillado, que por eso, seria que construyeron primero una gran Cruz, y después, la Capilla que hay en ese lugar. Cuando terminaba de rezar aquí,  continuaba su marcha a La Flecha, y subía con su peso, sin ayuda, paraba en la gruta de Quebrada Seca, donde está el cementerio indígena, aquí se santiguaba, era muy creyente del Cristo Indígena de los Milagros,  y proseguía su caminata a la  Cruz de la Santa Misión en La Lagunita,  rezaba y tomaba unos minutos para reflexionar; de ahí, se devolvía con la misma Cruz,  y regresaba a La Puerta al oratorio. La semana siguiente cumplía el periplo desde el templo de Mendoza, hasta la iglesia de Escuque y así, con sus manos y hombro sostenía su pesada carga, y con sus adoloridos pies estuvo condenado a este suplicio por varios años. Había ingresado en una fase de misticismo.


Francisco Antonio Rosario, llegó designado como cura párroco de La Puerta, en 1793.  
El padre Francisco Antonio Rosario Rosario, nació en Trujillo, el 13 de junio de 1761. Estudio para sacerdote en Mérida y en Maracaibo. Era un hombre, catire, ojos azules, de contextura física gruesa, era muy alto para aquella época, media 1,85 metros de estatura. Algún cronista ha apuntado que cuando tenía 10 años de edad, paseando por la Peña de la Virgen en la ciudad de Trujillo, se le habría aparecido la Virgen del Rosario y le dijo que se metiera cura. Muy patriota, fue coredactor de la primera Constitución de Trujillo y de la Proclama de la Libertad, en 1811.

Sus biógrafos, han señalado que cuando repartió toda su fortuna entre los pobres y construyó el templo de San Antonio Abad, en Mendoza Fría, se quedó para él, solo con un pequeño terreno en La Puerta,  “allí construyó un oratorio privado, donde acostumbraba hacer retiro espiritual, y a practicar la penitencia y la oración con mas libertada” (De Santiago, Pedro A. Biografías Trujillanas. Pág. 282. Edime. España.  1956). Tuvo una vida dispendiosa durante los años más reveladores de su agitada vida como cura doctrinero y párroco de La Puerta. Las personas que lo veían, se apiadaban de él, no quería ayuda, había donado toda su fortuna a los pobres, y se persignaban cuando lo veían o lo llamaban loco.


Por este paraje antiguo, hoy vía amplia hacia La Flecha, frente al Centro Comercial Valle Verde y la Cruz de la Misión,  deambulaba el Padre Rosario, arrastrando su cruz grande de madera, en noches frías neblinosas y oscuras,  de penitencia.  Se puede percibir, la primera Capilla del Calvario, hoy de la Virgen de Fátima. Cronografía N° 145106165. 

Algunos lo percibían  espantados y temerosos; los que lo conocían le pedían la bendición y otros le decían: <<El Señor lo lleve con bien padre>>.    Estos años de su vida los consideró como  los  más sosegados, entregado a la penitencia y la soledad, después de las batallas dadas como pastor de su feligresía de La Puerta, y por la independencia de su Patria, por eso fue llamado “Patriota esclarecido y un santo penitente” (Ídem). Esos años de enmienda, demuestran su virtud de reconocerse pecador, arrepentirse como cualquier ser humano, y su propósito de no pecar jamás como lo hizo.


En esta antigua Capilla de San Pablo Apóstol de la Puerta, ofició como cura párroco el Padre Rosario, cuando sustituyó al Presbitero Pedro Santa Ana de Coronado. Cronografía N° 3155. 

El padre Rosario, murió en un confesionario escuchando a una feligresa de su iglesia, el 31 de julio de 1847, a la edad de 86 años. Las personas que lo vistieron para meterlo en la urna, vieron en su cuerpo estigmas,  marcas de flagelación y castigo.     
La deducción que se tiene, en la comunidad, es que cuando sale arrastrando su Cruz, es un recordatorio que hace, de que no se ha hecho ningún esfuerzo para promover la noble causa por su beatificación y canonización, por sus virtudes, la severidad de su autopenitencia, y su labor espiritual y caritativa.

La Puerta, julio, 2020.



    
Las ánimas en pena de los suicidas
de La Flecha (6).

Oswaldo Manrique R.

 A finales de los años 90 del siglo pasado, nuestra comarca, fue adquiriendo fama de estar estigmatizada por alguna blasfemia poderosa, para que se dieran tantos suicidios, algunos decían que era por los encomenderos y lo de la mano del Tirano Aguirre.  Aun sin conocer datos estadísticos del Ministerio para la Salud, de la época, teníamos noticias que entre La Flecha y el Alto de San Juan, hacia la zona sur de nuestra parroquia, la utilización del mecate, se estaba haciendo instrumento de tan fatal conclusión. Muchos vecinos, han comentado oscuras historias de los protagonistas de estos hechos,  en su mayoría jóvenes. Se había convertido esa zona, en paso de animas y espantos y lo más grave, en zona de suicidas.

¿A quién no le llegaron a comentar durante las noches de la Semana Santa, y fueron varias las personas, inclusive turistas que veían y sentían, como deambulaban almas en pena, especies de zombis,  entre la Bomba de La Flecha y la entrada de Carorita?. Se desconoce cuáles fueron las razones para que ocurrieran esos suicidios en esta zona, lo que sí se sabe, es ¿por qué el uso de la cabuya? una sola respuesta: es la 9mm. del pobre.
  


Se han conocido casos, de suicidios con veneno o con cuchillo, pero la cabuya es el instrumento letal común del joven suicida. 
Hemos escuchado que, varios de estos paisanos, movidos por alguna razón insuperable,  deciden quitarse la vida usando la cabuya; igualmente hemos sabido de pocas personas que lo han intentado dos veces, la primera con veneno y la otra con cuchillo.  Se desconoce quién fue la primera persona que decidió tomar esa determinación, lo que sí es cierto es que se dio una cadena de decesos que no disminuyó sino a comienzos del siglo XXI. Realmente, en la comunidad se evitaba hablar de estos temas, que consideran  algo tabú, aunque llamaba la atención, que el fenómeno ocurriera específicamente allí, en donde se tejieron muchas leyendas pavorosas sobre las animas de los suicidas; espantos, soplos ardorosos sobre las orejas en la oscuridad, hálitos de arenilla escarchada, entre otros comentarios que generaban terror.
En la época actual, las redes sociales, como el reciente caso de Instagram y Facebook,  motivan estas infaustas determinaciones, pero fundamentalmente, el desamor, incomprensión, falta de afecto, estrechez económica, desempleo, racismo, bulling, anorexia, bulimia, desfavorable resultado en algún negocio, perdida de la cosecha, infidelidad, son tantas las motivaciones, que cubriríamos varias páginas. Supimos del caso, de un joven recién casado, quien se enteró, que había contraído matrimonio con una hermana natural, noticia que fue consternante para la comunidad. Pero en esto, también se mezclan algunos pincelazos de comicidad con lo trágico. Conocimos el caso de un suicida enamorado, que se tomó todo un pote de veneno de plantas que había comprado y resultó que estaba vencido, pero al salvarse comenzaron a llamarlo “Granmonson”;  otro   amarró la cabuya en un árbol alto, y su chaqueta se enganchó de otro ramal y se salvó, así le pasó al padre Trejo (no por suicidio) en una corrida de toros en la plaza Bolívar de La Puerta, duraron varias horas para bajarlo; o el que guindó el mecate del lado más oxidado del tubo del techo, se partió, cayó, pegándose en la cabeza, y quedó mal del cerebro; o el que usó una cabuya vieja y corta, también salvo la vida, pero quedó sin habla;  en fin, hay graciosos relatos.




Según la doctrina de la iglesia sobre las almas en pena, y otros entendidos de esto temas, al concluir nuestra estancia en la tierra, solo nos espera el paraíso, el purgatorio o la condenación eterna. ¿Qué tal? Tomada de: hispanidadcatolica.com. 
         Estos hechos para la comunidad, fueron abordados con distintas versiones y causas, pero con un mismo instrumento letal: la cabuya,  que los convertían en una especie de mitos, al ser sus protagonistas jóvenes sin ningunas ganas ni motivos de seguir viviendo.   Sería interesante ahondar en la investigación de este fenómeno, o si esto tiene algo que ver con lo que señaló el maestro Briceño Iragorry, en su novela Los Ribera, que los pobladores de La Puerta, tienen estrecha relación con la cultura de la muerte. Un colega me ha informado, que existe una pequeña publicación que trata sobre este tema, que seria bueno compartir.    
En una oportunidad, conversando con algunos vecinos de este pueblo, tocamos el punto de la cantidad de suicidios que ocurren en nuestra población, y la mayoría coincidían en que estos hechos no responden a una sola razón o motivo para tomar tan traumática y fatal determinación. Se analizaron las vidas y características sociales, económicas y culturales y fundamentalmente familiares  de varios de estos difuntos y difuntas,  y concluíamos en que en realidad por la diversidad de causas, y la complejidad del asunto, no existía una motivación específica y coincidente.  

La Puerta, 2020.






La leyenda del tesoro del coronel Sandalio Ruz (7).


Oswaldo Manrique R.

Los entierros de tesoros valiosos, morocotas, joyas, diamantes y otras gemas de valor, desde la época colonial, hasta llegado mediado del siglo XX, las familias pudientes tenían como costumbre enterrar dichos bienes en algún lugar de la casa, como una forma de protegerlos o bien tapiándolos en las paredes. En La Puerta, Estado Trujillo, Venezuela, hubo hacendados, ricos y gente pudiente.

Hemos escuchado de familiares y algunos habitantes del Portachuelo, la Mucutí, los Aposentos,  Altamira de Garabulla, y Timotes, que en la época en que el coronel Sandalio Ruz y sus guerrilleros (finales del siglo XIX),  salieron a enfrentar a los Lagartijos, enemigos de las fuerzas conservadores del Araujismo-Baptistero,  dueños, terratenientes y poseedores del poder y gobierno en Trujillo y de estos contornos andinos, se le atribuía al caudillo de la Cordillera de la Culata, quien vivía en su casa de hogar familiar en La Cañada, cerca de la Mucutí y el Portachuelo, y en la enorme casa-galería  paterna de los Ruz,  en Garabulla, que acumulaba lotes de dinero y joyas en dichas casas. 


Coronel Sandalio Ruz. Boceto tributo al legendario Caudillo de la Cordillera de La Puerta. Cronografía propia de este blog, N° 3166.

         La muerte del Coronel que ocurrió  a las doce  del mediodía del 14 de marzo de 1929, en su casa en La Cañada, cerca de Los Pavones, adyacente a la Quebrada de Tafallez,  se mantuvo en secreto, al igual que el lugar donde fue enterrado por varias décadas. Apenas hace pocos años (2016) fue localizada, y quien escribe esto, fue la primera persona que obtuvo copia de su acta de defunción en el 2020. Cuando se supo que realmente el legendario Sandalio Ruz, estaba muerto, mucha gente planificó entrar a las casas a desenterrar el tesoro del coronel. Muerta la esposa, María Antonia Carrizo, y enterados que sus hijos no vivirían en esos inmuebles, intentaron escarbar en medio de la noche, algunos lotes cercanos, considerando que no los tendría dentro de la casas.
Se decía, que en las noches se veían luces incandescentes que se movían en la oscuridad; igualmente, candelazos saltando entre el monte, muy cercano a la casa. Algunos que intentaron saquearla y que llevaban su moneda de oro debajo de la lengua, así como, un rezandero con agua bendita, dijeron que había que esperar, porque habían visto unos animales infernales y extraños, para que no entraran al lugar; porque seguramente había conjuro y maldiciones.
 Muertos los hijos, uno era agricultor en Jajó, y otro comerciante cerca de Tafallés, a los que heredaron las casas, se les presentaron varias ofertas, porque persistía la creencia de los entierros de morocotas. Ellos creían el decir de sus ascendientes de que no había nada y las vendieron, y quienes lograron adquirirlas, inmediatamente comenzaron a abrir huecos profundos como si se tratara de la veta de alguna mina del dorado metal. La casa, de vez en cuando es visitada por los buscadores de tesoros, dejando solo enormes huecos y ruinas de este patrimonio histórico, y no se supo de que se haya encontrado morocota alguna, del Coronel Sandalio, a quien debe reconocérsele como el caudillo justiciero y nacionalista que se alzó contra la peor dictadura que ha soportado Venezuela en su historia. Hasta aquí relato esta historia.

La Puerta, julio 2020.
Omanrique761@gmail.com


La leyenda del pirata Granmont (8).

                                              Oswaldo Manrique R.

El relato que exponemos a continuación, solo se lo he escuchado a un familiar que vive en Caracas, y quien logró interesarme por la abrupta incursión del corsario francés a las tierras trujillanas en 1678, de lo cual escribieron don Mario Briceño Iragorry, y el Dr. Luís Brito García, enormes y brillantes obras literarias. 

Al parecer, Granmont de la Mote, tenía conocimiento de las riquezas de esta provincia, y le habían contado que existía un santuario llamdo Maen Shombuk, en un alto páramo, en donde los indígenas ofrendaban a su Dios Chés, con  hermosos chorotes, algunos en metales preciosos, joyas y posiblemente oro, ricos productos de alfarería y telas, y como había decidió entrar por la vía del páramo hasta una pequeña aldea, denominada La Puerta, para lograr pasar el Motatán, y llegar a Trujillo para saquearla, -que era en definitiva su objetivo-, lo recomendable era pasar por allí, por lo mas apartado, las 7 Lagunas.  

El corsario francés Granmont de la Mote, y parte de su legión de  piratas. 

Los piratas al llegar al santuario Maen Shombuk, quedaron extasiados, maravillados del sitio, lo recorrieron y visitaron las cuevas, estuvieron allí,  y por si fuera poco, recogieron un poco del polvillo dorado que rociaban los Mojanes y el sumo Sacerdote en la piedra Kachuta en sus ceremonias mágico religiosas, lo que los impregnó de nuevas energías para continuar su campaña con  recargados bríos y entusiasmo.

Granmont bajó con parte de sus hombres por todo el borde del Chorrerón de la Maraquita, y  a otros los envió por el paramito, para ir saqueando las haciendas y casas que encontraran  en el Portachuelo, y bajaran a La Puerta, donde se encontrarían. Al intentar llegar a este aldea indígena, las trincheras y las milicias al mando del capitán Fernando Valera y Alarcón, lo enfrentaron y se dio cuenta  que iba a perder el viaje y tiempo en este combate, ordenó aligerar la carga, soltando al río Bomboy, varias cosas, entre ellas el polvillo que traía del santuario, y como si hubiera detenido el tiempo y enceguecido  a los soldados españoles, cogió por una trocha hacia la Cañada de Mendoza, paso el río Motatán y evadió a sus atrincherados enemigos. Esta versión, explica que sería ese polvillo amarillo o dorado, que tenia poderes mágicos,  el que causó la ceguera de las milicias reales, que no  vieron que el corsario y sus hombres se les escabulleron.   Así, lo escuché decir y contar, pero los hechos principales ocurrieron, están debidamente investigados, y sus resultados expuestos y comentados por los historiadores arriba mencionados.   


La Puerta, julio 2020.





La leyenda del “7 diablos”. (9)  


Oswaldo Manrique R.

Una de las leyendas contemporáneas más difundidas en nuestra comarca andina, es la del “7 Diablos”. Se trata de un señor quien ganó una tenebrosa y lamentable fama, de tener pacto con el mismo Satanás. En sus últimos años, quien conocía su historia, procuraba evadirlo, para no conseguírselo ni siquiera para saludarlo. Era un ser excluido por sus propios vecinos. Vivía en el caserío La Flecha. 

La muerte acompañada de monstruoso animal. Estampa alegórica, tomada de Tanatorio, obra poética de Carlos Contramaestre. Fondo Editorial Arturo Cardozo. Trujillo. 2005.   Cronografía N° 3470.

La leyenda no es tan antigua, proviene específicamente de la década de los años 70 del siglo XX. Fue entonces cuando los puertenses, comenzaron a hablar de las extrañas y malignas cualidades de este hombre medroso, desaliñado y maléfico aspecto que solía ser visto caminando solitario por las calles del pueblo, o por la rivera oeste del Bomboy, hasta su morada en el caserío la Flecha, pero cualquier cristiano, que no tuviera referencias de él, lo veía como un ser normal.  La conseja era, que quien lo veía o tenia la desdicha de ser visto por él  o ser saludado por él, con toda seguridad le ocurría algo funesto, un  accidente o alguna tragedia; era considerado un ave de mal agüero.
Un joven a quien le decían el “Cacharrito”, porque no era agraciado físicamente,  nativo del caserío  La Flecha, sector sur de la Parroquia La Puerta, del Estado Trujillo, se le conoció por sus dotes de buen trabajador de hacienda, y de trapiches.  Delgado, joven, hirsuto su negro cabello, siempre recortado, teniendo en el color de su piel un vago color ambarino del Timote ancestral; a primera vista se confundía con un individuo sin notoriedad ni importancia, acostumbrado a laborar en los peonadas de las haciendas o a fajarse en las fraguas de los trapiches. Bajo de estatura, sus camisas descoloridas de tanta estrujada en la batea, sus manos gruesas llenas de venas, soportando la circulación de la sangre indígena, no revelaba la menor particularidad que pudiera  diferenciarlo  junto a los demás jóvenes de su tipo. Pero se convertirá con el tiempo, en un elemento interesante dentro de los vecinos del caserío La Flecha.  Era de apellido Dávila, hijo de una señora mestiza, curandera, con conocimientos en practicas curativas rituales y empiricas, era faculta en asuntos de salud, muy efectiva, era muy solicitada por la gente del pueblo.  
Al parecer, su madre era una autentica Mojana o respetada sacerdotisa indígena, con los conocimientos ancestrales en varios renglones de la vida, inclusive, en asuntos esotéricos y mágicos. Se supo que rendía devoción al Dios Chés, de los indígenas Timotes, y que en determinadas oportunidades del año subía a la Piedra del Muñeco, en el Santuario Maen Shombuk (en el Páramo de las 7 Lagunas), a celebrar sus ritos mágico religiosos.  Se internaba en lo más alto, áspero e inaccesible  de aquellas peñas, en donde decía encontrarse con la Diosa Chía, habitante suprema de ese lugar. Su mamá sabía muchas cosas, cuando era niño,  le contaba hermosas historias de los primeros pobladores. Algunos de sus vecinos, decían que era hechicera y hacia buenos ensalmes, pero él la veía ayudando a la gente que la buscaba, y todas las noches la observaba orando, arrodillada ante el Crucifijo y sus santos. Algunos y algunas, se les veía salir de su casa, con polvos y yerbas, que la mamá de “Cacharrito” les preparaba para lograr extraños fenómenos y resultados espirituales y físicos al que los tomara, en sopas, o jugos.
La interesante mujer, tuvo varios hijos, los cuales se convirtieron en hombres de bien, unos empresarios de Valera y otros profesionales universitarios.  El “Cacharrito” Dávila que era como le decían a nuestro personaje, no quiso ir a la universidad, desconocemos si terminó la primaria. Lo que si sospechaban los vecinos, era que le gustaban las practicas y los saberes de su mamá, y algo de eso fue aprendiendo, particularmente lo relacionado con las plantas medicinales, no para atender gente, sino para su conocimiento y ayudar a la salud de los amigos. 
Algunos decían que “Cacharrito” Dávila, era brujo que había profundizado en los niveles de la magia negra y tenía pacto con el diablo. Uno de sus amigos comentó, que a veces se le veía muy pensativo, sentado cerca del muro de la Bomba de gasolina de La Flecha, que se mostraba soñador y le brillaban los ojos como una luz fiera y una  áspera sensación que daba terror. Este tipo de arreglos con el demonio, es un referente muy comentado en nuestros pueblos andinos, en el que la persona que se acuerda con éste, le ofrece su alma a cambio de favores que van desde fortunas millonarias, triunfo en el amor y obtener poder, hasta los que no piden nada, simplemente son fanáticos de demonio.  El costo según los religiosos, es la condenación eterna del alma.  “Cacharrito”, comenzó ya mayor de edad, a tener problemas con la justicia, se volvió pendenciero, quería pelear con todos, quizás era asunto de exceso de adrenalina.  Nunca demostró miedo en la plantación de caña donde trabajaba como machetero, no les tenía miedo a las culebras ocultas bajo el chamizal; se comentaba, que estos ofidios se le escondían a su llegada. Una vez, se rumoreó que entró en una fiesta y al poco rato,  discutió y peleó con algunos de los presentes y lo fueron rodeando en el medio de la sala, en segundos se les esfumó.   Estuvo, preso varias veces, y no le pasaba nada, siempre lo ponían en libertad a los pocos días, cuando no se lograba escapar, porque decían que se convertía en animal y desaparecía; por lo que la gente comentaba que tenía pacto con el  diablo. 
Por fin, un día, obstinado de tanto meterse en problemas, mal visto por sus vecinos y familiares, hombre sin amores ni afectos inmediatos ni mediatos, sin amigos, a la deriva, decidió rehacer su vida. Dedicarse a trabajar, negoció una parcela de tierra y se consagró a trabajarla, según la oralidad local, se le veía bajar a Valera a llevar lo que allí producía. Procuraba no meterse en problemas; sin embargo, el destino juega con la suerte de los hombres.
Un día, en los años 70 del siglo pasado, a Dávila ya no le decían “Cacharrito”, los que lo conocían  le habían puesto el remoquete de “7 Diablos”, que se fue difundiendo en el resto del pueblo,  por lo agresivo y camorrero  que era el hombre, debido a que tenía poderes y pacto con Lucifer. Por ese tiempo,  el hombre compró un terreno en la entrada de Carorita, acababa salir de la cárcel, donde estuvo purgando pena por alguna fechoría. Al parecer eran tierras de una familia de apellido Salas, el negocio como que era turbio.  El “7 Diablos” estaba en el cine de La Puerta, disfrutando una película de Tin Tan; al verlo, 3 de  los Salas se fueron al Calvario a cazarlo para arreglar cuentas.  El “7 Diablos”, vio a sus cazadores en la oscuridad, y los enfrentó. Según una de las versiones del  cuento,  le lanzaron una fuerte puñalada, y la pegan al botón de la chaqueta de cuero  que cargaba. El carajo trastabillando por el golpe, les respondió con su “marina”, cuando lo llevan a la Prefectura, declaró que los había puñaleado a los tres y los mató. La agilidad y experiencia en el manejo de armas blancas, lo salvó en este enfrentamiento.  Allí mismo, paran a un señor con una camioneta, y montan a los heridos, para  trasladarlos a curarlos. Uno de ellos, estaba tan mal, que le metían  la víscera en el cuerpo, aguantando, hasta que lo llevan al Hospital Central de Valera.  En efecto, como lo dijo el “7 Diablos” esos heridos eran hombres muertos, murieron en el hospital.   Esto ocurrió y fue reseñado por la prensa regional, que en nota de sucesos, señaló que el victimario fue Carmen Mendoza Dávila,  y los difuntos de apellido Salas.
Quizás, pudiera pensarse, que esto es mito o simple cuento, pero no, esto ocurrió, aunque lo ingrese en este segmento de mitos y leyendas. 

La Puerta, julio  2020.






Leyenda de Dorokokoe, princesa de las aguas (10).

Oswaldo Manrique R.

El escaso conocimiento que se tiene sobre las deidades mitológicas de nuestros primeros pobladores, de sus creencias mágicas religiosas, de sus valores en relación a tierra-naturaleza, su sentimiento y cosmovisión, requiere hacer un esfuerzo por ir recuperándolo, porque ese patrimonio cultural e histórico, son parte de nuestras raíces. 
En la mitología indígena del valle del Bomboy y páramos adyacentes,  poblados desde tiempos inmemoriales por la nación Timoto, se atribuye a seres hermosos  poderes y atributos sobrenaturales. Podemos señalar a Chés, que simboliza el dios Sol, de la fuerza y el castigo, de la prosperidad y las cosechas;  a Chia, diosa luna, ocupante natural de los páramos,  y a Ikake, diosa de la naturaleza, según el Canto Guerrero Timoto-Kuikas, logrado recopilar por el sabio etnólogo y lingüista de la Mesa de Esnujaque, Rafael María  Urrecheaga;   sin embargo, entre ese grupo,  hay otros entes,  algunas mujeres, del periodo prehispánico de las que poco se conoce, menciono aunque con algo de leyenda a la princesa indígena Dorokokoe, la domadora de aguas y tormentas.
En los habitantes de nuestros Páramos de La Puerta, las 7 Lagunas (Maen Shombuk) y el de Mendoza, existe la muy ancestral leyenda de una princesa indígena que recorría estas montañas, que –según nuestros más  viejos ascendientes-,  la describían como una mujer de una extraordinaria belleza, de ojos grisáceos que  armonizaba con su piel bronceada, de hermosa y larga cabellera, de linda sonrisa, y fue ejemplo de abnegación y entrega por su pueblo indígena Timotes; un modelo de vida sagrada entre las mujeres del periodo prehispánico.
Con algo de leyenda debemos mencionar a la princesa indígena Dorokokoe, domadora de aguas y tormentas, por quien nuestros aborígenes Bomboyes, Kombokos, Xikokes, Mucutís,  sentían una especial estima y misticismo, al haber intercedido con su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, en grandes emergencias y sequias.  



Antes de la llegada de los conquistadores españoles, la princesa Dorokokoe, era objeto de devoción de los indígenas del Bomboy y los páramos cercanos. Imagen tomada de albaciudad.blogspot.com.


 Esta princesa nunca se casó, desde muy niña fue acosada por el maligno Keuña, y sus bichos infernales, por lo que se movilizaron todos los dioses y espíritus de Maen Shombuk;  era la gran Mojana  y protegida de los aborígenes; cuando ocurrió el día negro de las tormentas, del funesto diluvio, se inmoló y sacrificó su vida para conservarle la vida a sus congéneres. De su inmolación o transito al plano de la ausencia, surgió la leyenda, que su larga cabellera se bifurcó y convirtió en las quebradas y chorrerones que bajan de las montañas  y  así,  se transformó en vida y agua, vida y luz, vida y prosperidad  para los habitantes del valle del Bomboy.  El mito de Dorokokoe, sobrevivió a raíz, de la llegada del conquistador y cura Capitán Cristóbal Hurtado de Mendoza, uno de los primeros encomenderos de este valle, perteneciente a la Doctrina de San Pablo Apóstol del Bomboy, hoy La Puerta,  quien  adquirió en 1665, junto con su esposa Catalina Fajardo,  una posesión que llevaba el nombre de esta Princesa aborigen, cuya historia ha sido objeto de varias versiones; nosotros nos adherimos a la significativa de los páramos.  
Las leyendas, al igual que las tradiciones y costumbres, son parte de la cultura e historia de los pueblos, que se deben rescatar, conservar y transmitir a las futuras generaciones. Las peculiaridades de la vida de Dorokokoe, la convierten en una interesante leyenda, de la forma más sencilla.   

Nota: La leyenda completa de Dorokokoe, se ha recopilado en un  trabajo nuestro, aun no publicado.

La Puerta, julio 2020.






La Puerta y su Callejón de los Muertos 
o de los Espantos              (11). 



Oswaldo Manrique R.

Se entiende que los jóvenes de hoy, los millennials, no se sorprendan ni asusten con nada de lo que ven; inclusive, las películas de espantos y los clásicos del pánico que ayer nos generaban insomnio, les  producen altas risotadas, alguno dirá son de ínfimos efectos especiales o simplemente cintas de bajo presupuesto.
Hasta mediados del siglo XX, la mayoría de pobladores de  La Puerta, eran agricultores, arrieros y comerciantes, gente mestiza, que fueron formando su imaginario popular en el casco histórico de La Puerta. Fueron tiempos en los que se creía mucho en supersticiones como la mala mirada o mal de ojo, o  el efecto maligno de la lluvia del arco iris; a esto se sumaba, el conjunto de leyendas y misterios que se tejían en determinados sitios de la comarca, como el espanto de la enfermera del blanco brillante a al entra de la parroquia, las apariciones del Hachero de la finca El Rosario, o el de la india lavandera que salía en el río, detrás de la Prefectura.   Uno de esos lugares es el denominado Callejón de los Muertos o el Callejón de los Espantos e insepultos.   

Espíritus Burlones. Obra alegórica de la colección Tanatorio, del artista plástico y poeta Carlos Contramaestre, año 1963. Cronografía N° 3466.
Se cuenta que cuando comenzaron a construir la urbanización los Jumangues, luego del pleito del “Comité Pro Defensa”, con los constructores, y la correspondiente negociación, por los años 80,   fueron muchos los que se enfermaron y otro tanto, se convirtieron en pacientes obligados y casos idóneos de la psiquiatría,  al producirse  una serie de hechos, que rayaban en lo inverosímil, espantoso y hasta en lo trágico-mágico; inclusive se cuenta que una señora que vivía alquilada en una casa cercana a la iglesia, quedó afectada de la cabeza, cuando un espanto que salió de la tierra, la agarró de una pierna y no pudo zafarse durante un buen rato, había quedado muda por un buen tiempo. Esas leyendas o relatos, forman parte de nuestro patrimonio colectivo inmaterial y cultural, que nos han venido legando nuestros antepasados, a través del tiempo y la oralidad.
Cuando estábamos muchachos, nuestros mayores nos aconsejaban que nunca pasáramos solos por los Canales de la Sucre,  y menos de noche. Nos decían que algo extraño ocurría en esa Calle, que se escuchaban espantos lamentándose con gritos desesperados. Cuando comenzaron los movimientos de tierra para terracear y construir la urbanización Los Jumangues, sobre el antiguo cementerio indígena, se hablaba que varios de los muertos quedaron  insepultos por la acción de las maquinas retroexcavadoras. Se comentó con mucha indignación, que fueron varios los cráneos que rodaron hasta la avenida Bolívar, algunos de los escueleros llevaron a sus clases, dentro de sus maletines, fémures, rotulas, pedazos de dedos, desconociendo que eran los restos de los pobladores originarios. Hubo uno, que llevó el hueso de un brazo, que se lo pasaba durante la clase por el cuello y la espalda a los compañeros que tenía en el pupitre delantero;  algunos tomaron los restos óseos encontrados en el Callejón, como un rompecabezas;  otro, comentó que estaba armando con alambre un esqueleto en el patio de su casa, porque quería revivir a un tal Frankenstein. Se supo de un escuelero, que metió en agua hirviendo a unos huesos, los pulió y se puso hacer llaveros, por supuesto,  no vendió ninguno.    Algunos testigos de la acción de las maquinas, decían que eran los mismos muertos de Los Jumangues, de los Bomboyes que se salían de las sepulturas que les habían asignado los curas doctrineros y deambulaban sin rumbo, buscando abrigo o ayuda, y eso lo podía sorprender a uno, y se lo llevaba la “Pelona”. Así de simple era la recomendación.
Quizás cuando se habla de los espíritus indígenas, los burlones y alegres y los no tan alegres, de los pueblo andinos, sea una especie de perspicaz venganza, contra aquella gente  amarga y sorda, ante el llamado de la conciencia.  La oralidad local, se acuerda que, en Semana Santa, se escuchaba el lamento doloroso y trágico de alguien, que salía de una casa deshabitada, que quedaba entre los dos Canales, hoy parte de la avenida Sucre, produciendo un clima de terror en la comunidad.    Además contaban,  que una vez, a un señor Aparicio Briceño, se le ocurrió pasar por el Canal Abajo y se regresó, y desde el Canal Arriba lo llamaban varias personas claramente por su nombre, ¡Aparicio! ¡Aparicio!,  él se volteo a ver quién era y no vio a nadie,  de pronto se sintió mal, se sentó y no supo más de él, pasó la noche con la mente en blanco.  Al día siguiente, amaneció a la orilla del rio, no se acordaba de nada. Según lo que contaban los viejos, existía una añeja rivalidad entre los espantos de la Calle Arriba con los de la Calle Abajo. Al parecer, por esto, tanto la rivalidad como la venganza, son el esqueleto de aquellas ánimas.
    *
Intranquilidad, era lo que nos mantenía unidos, a mis primos Eduardo, Chenchito, unos amigos y a mí  adolescentes, aquella noche santa, sentados frente al templo de San Pablo Apóstol, mientras respirábamos el aire fresco parroquial, y veíamos a unos cuantos echándose un palo de zanjonero y otros escupiendo el chimoito, en la calle. Se escuchaban los últimos compases del Popule Meus junto con el aroma frio de la solemnidad mezclado con el incienso, que salían de la casa de Dios.  Mientras estábamos recostados del espaldar de la banca, apreciábamos tranquilamente la salida de los feligreses de la misa. De pronto se le ocurrió a uno del grupo, irnos de aquel sitio, de saltar aquel momento, que considerábamos el final de la Semana Santa. Cierto, era de noche, sentimos la necesidad de hacer algo más alegre, entretenido o aventurero.
Esa noche santa, luego de los actos religiosos, la gente se fue a sus casas, y nosotros salimos de  la plaza, con ganas de seguir caminando, brincando y hablando, echando cuentos del más allá; recuerdo la coletilla que le imponía Eduardo a sus cuentos, “Verdaíta de Juan Hilario”. En las calles había frio, niebla y soledad, o soledad, niebla y frio, solo eso.
Subimos detrás de la iglesia, se respiraba el olor quedante del jumangue, luego del aguacero; íbamos a acercarnos a la casa del misterio y del horrible quejido, esperando conocer de qué se trataba aquello, pero nuestro valor no llegaba a tanto, nosotros mismos nos espantábamos y caminábamos asustados huyendo de los Canales, a uno de mis amigos se le salieron los zapatos de los pies, no supe si era porque eran prestados o mal amarrados. Lo que si supe, era que llevábamos el miedo entre la ropa misma.


La Puerta, en 1990. La parte arriba, de la larga calle que se observa como una lengüeta blanca, es el denominado antiguamente como el Callejón de los Muertos, hoy Los Jumangues, que trajo diversas y encontradas historias sobre espantos, desgarradores gritos y aparecidos misteriosos;   era el viejo cementerio indígena. Cronografía  N° 2765. 

Nadie se aventuraba a caminar a esa hora por el Callejón de los Muertos insepultos, otras personas le decían el Callejón de los Espantos, porque eran ánimas en pena,  solo a nosotros. Había estado lloviendo mucho durante la tarde, comenzamos a subir con áspera neblina, y no veíamos más allá de nuestras rodillas, pero sentíamos los pies pesados al  posar los zapatos en la calle. Lo interesante de esta pequeña aventura era que teníamos que pasar por la casa horrible, que era una casa igual a las demás, la que decían que estando deshabitada, se veían cocuyos y se escuchaba el misterioso grito.
A media cuadra, dábamos dos pasos, parábamos y retrocedíamos,  una terrible sensación nos abrumó.  Sentimos que alguien nos veía y que nos seguía, detrás del grupo. Estábamos seguros que alguien nos acosaba detrás de las sombras. Hasta que un grito desgarrador de mujer, se escuchó salir de alguna garganta.  Sobresaltados y en pánico, nos agarramos de las manos,  volteamos a ver pero solo había escombros y basura regada en la calle de los Canales, estábamos muertos de miedo o vivos viviendo el mismísimo terror.
Quedamos suspendidos en el tiempo por algunos segundos, en el que obligados y sin poder movernos, tuvimos que ver una escena espeluznante, varios brazos abiertos con sus manos, solo brazos y manos humanos sin sus cuerpos, moviéndose como si intentaran salir de la tierra. Cuando reaccionamos, salimos espantados corriendo hacia nuestras casas. Calmados, pero con el terror interno, nos detuvimos  cerca de la Prefectura,  uno de los amigos de la aventura dijo que vio un hombre tan requetefeo que era difícil describirlo, que le daba miedo describirlo o decir cómo era y en efecto, nunca lo dijo. La familia se mudó a la capital y no lo volvimos a ver.
         Asustados, caminamos casi pegados, como en bloque para protegernos, algo rápido, que sorprendidos por la velocidad, no nos dimos cuenta que habíamos llegado a la casa de Guadalupe, mi abuela. No puedo olvidar que en el camino la casa, encontramos a un señor que nos preguntó ¿muchachos, ya terminaría la misa de 11?, y uno le contestó que sí, sin  saber  quién era, ni lo que le respondió. Subió el neblineo, y volvimos a ver y no había nadie, lo que nos hizo correr para no encontrarnos a nadie más. Al día siguiente, ninguno quiso salir de la casa, hasta molimos maíz ese día. Cosas de infancia y aprendimos la lección del callejón de los espantos. Fueron noches de miedo, de pesadilla y de no poder conciliar el sueño, porque hasta se escuchaban ruidos extraños, estando todos durmiendo. No existían los celulares, ni internet, ni las redes sociales, ni los youtubers para que alzaran la voz contra esos trashumantes aparecidos. Eran otros tiempos.
Hasta hace algunos años, se comentaba que en el Callejón de los Muertos, en tiempo de bajada del Chés, entre diciembre y enero,  se veían pasar en las noches,  grandes sombras, precedidas del angustioso aullido coral de los lobos, perros y animales afines.   

La Puerta, julio 2020.


La leyenda de La Calzona y su Arco Iris (12).



Oswaldo Manrique Ramírez.

Aquellas aguas, son serenas, tranquilas, cristalizadas y frías en cualquier época del año, declive natural de la Sierra Nevada. Es un páramo surtido de helados manantiales, que armonizan con el exuberante paisaje, el sonido de las aves, como armónico concierto, dirigido por los rayos dorados del Dios Ches, al posarse sobre la empinada cumbre.


Los seres protectores de los 7 espejos de aguas, que conforman el Santuario Maen Shombuk (7 Lagunas),  acostumbran estar en las piedras y en el borde de las lagunas, que muestran la cuenca cristalina y fría, aromatizada por la fresca vegetación del musgo,  el Guake (frailejón)  y el catirito Díctamo real; están sentados en permanente vigilia de esos ojos de agua; algunos dicen que son espíritus burlones, otros que son criaturas hijas del mismísimo demonio de la alegría y de la burla.

 La historia que vamos a compartir a continuación, la narró el amigo Alfonso Araujo, quien fue Prefecto de La Puerta, en los años 70, hoy residenciado en Barquisimeto. Relató que estuvo en un velorio que se realizaba en casa de un familiar, ubicada en la calle 4 con Avenida Bolívar, y estaba él en compañía de su pariente Ramón Araujo a quien le dicen afectivamente “Ramoneta”, para distinguirlo de los innumerables Ramones Araujo que existen en la comarca. Le preguntó como estaba el páramo, y le dijo que aspiraba ir en cualquier momento a visitar las 7 Lagunas. Luego del rosario, y de la primera rociada de sanjonero,  le contó a Alfonso y a otros que estaban en el rezo, oyéndolo, que las lagunas son muy jodedoras y asustan a los visitantes y a los que no son también. Como ellas saben que son muy bonitas, se las dan de fachosas, y no les gusta que las molesten, porque si no, ellas reaccionan por medio de personas o animales que se le aparecen a los visitantes.

Contó este parameño, que tiene unos 80 años de edad,  que en una ocasión, le ocurrió algo sobrenatural en la Laguna La Calzona, la que tiene más historias de encantos y aparecidos. Una madrugada de un año no tan reciente, tranquila Chía única ocupante de aquel Santuario, se le ocurrió al entusiasta y trabajador “Ramoneta”, levantarse e ir a buscar los animales que tenia pastando cerca de las lagunas. Era algo normal, a lo que están acostumbrados, quienes como él, todavía viven en la zona. Localizó a los animales y los enrumbaba para llevarlos a su casa; cuando está pasando por la Calzona, estaba sola y vio que habían arrancado unos cristales grandes de hielo y estaban regados en un lado.  Él, si notó, que había un hermoso y reluciente arco iris a esa hora, se detuvo y de pronto, salieron desde el mismo centro de la laguna, tres hombres desnudos, llevaban bandejas, una con bastantes frutas, fresas, uvas, naranjas, cambures, duraznos, kurubas, moras piñas, tomate de árbol; otro llevaba, pedazos de carne asada, yuca y ocumo; y el último, llevaba unos muñecos luminosos como hechos de oro y piedras brillantes.   Maravillado y perplejo, se quedó viendo todo aquello.  

La oralidad parameña, reafirma la creencia indígena que el arco iris es una especie de ser mágico, de expresión bífida, unas veces puede actuar en dirección de la bondad, y otras, como entidad dañina. Son, según la vieja conseja vernácula, los primeros pobladores que no quisieron abandonar a sus dioses y salieron huyendo de la violencia religiosa y la explotación,  a que los sometieron los invasores españoles, y se hundieron en las profundidades de las lagunas.  Para otras personas, son espíritus caídos del cielo, y tienen  la característica o inclinación como duendes burlones que son, que gustan de las personas rubias, pelirrojas, blancas, güeras y catiras.

El amigo Alfonso expresó, que “Ramoneta”, para poder continuar su relato se echó otro palo de sanjonero, porque le daba escalofrío contar aquello tan feo que le sucedió. Continuó contando, que él asombrado de todo aquello y curioso por ver aquellos  hechos mágicos, de pronto cayó una gruesa niebla y la vista se le nubló, se oscureció y no pudo seguir viendo aquello tan maravilloso,  sintió mucho silencio y se quedó dormido. Estuvo mucho rato desplomado y dormido en el sitio. Lo despertó un burrito, se movió, le costó para levantarse, cuando volteó y despabiló los ojos, se dio cuenta que estaba rodeado de pura bosta de vaca. El burrito se fue corriendo. Era otro día. Así se lo escuché al amigo Alfonso Araujo.       

Para evitar caer en las redes de estos entes burlones, también les dicen “Cabruncos” porque han visto que llevan guadaña, son espíritus que viven en las profundidades de las lagunas, y se alteran cuando oyen bullas o griterío, o se les lanza piedras al centro de sus aguas, dicen que cuando se molestan sueltan una espesa neblina, que envuelve y confunden a la gente y van a aparecer a otros lugares;   otros le dicen “Momoyes”,   la recomendación que les dan los pocos pobladores cercanos a las lagunas,  a los visitantes blancos y nórdicos de ellas, es que suban surtidos de su cajeta de chimó, de una oración, una estampa o la imagen de un santo y una medalla, si es bendita mejor.

La Puerta, julio, 2020.



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