domingo, 30 de junio de 2019

Esbozos de la historia escolar del Páramo de La Puerta.



Oswaldo Manrique R.

El primer dato acerca de un sitio donde impartían enseñanza para leer y escribir rudimentariamente  en  el Páramo de La Puerta, fue una pequeña escuela que regentaba el maestro Mateo Valero, ubicada en el Llano de La Lagunita, para lo que diariamente tenían que transitar un buen trecho los muchachos  para llegar a ella.   Uno de mis abuelos, Concio Rivas estudió en ella, y recuerdan mis tíos sus remembranzas de que bastante leyó y pasó las páginas del libro Mandeble, después de las Cartillas, que comentaba en casa con Matilde y Josefa,  sus hermanas, en La Popa; eran esos los textos básicos de aquella enseñanza. Allí, también, recibían las primeras luces de sus ideas más consolidadas, las de Bolívar y Cristo. Esta escuela fue fundada por iniciativa del maestro Mateo, en 1925, en plena época de la dictadura más brutal que ha tenido Venezuela, cuando cerraron y no se crearon más escuelas, la educación se impartía en casas en ruinas, destartaladas y sin servicios; fue un período de obscurantismo e incultura, que concluirá 10 años después; la creación de esta escuela, quebró el récord de más de 300 años de analfabetismo colonial en estas montañas.   
De este maestro, no encontramos mayor información sobre su identidad personal; lo que si consideramos relevante de su vida, es su voluntad y la palabra orientadora en sus alumnos, de un sitio pequeño, apartado, perdido en la geografía venezolana. Su vida de callado hacer, de vocación permanente, sin vanidad ni pretensiones personales,  marcada por ese trabajo de mucho sacrificio, honrado, y poco recompensado, llenó de optimismo a todos sus escueleros, dotándolos de los primeros conocimientos y herramientas para la vida útil.

 La segunda escuela, creada en 1950, bajo los auspicios de las familias de dicha comunidad montañera y la Gobernación del Estado Trujillo, fue la ubicada en el sector “La Popa”, tierra de los Rivas Villegas,  fue designada como maestra la señorita Carmen Araujo, que era oriunda de Tuñame; posteriormente, fungió como maestro de este plantel,  José Paulino Peña, nacido en la ciudad de Valera; luego, Vicente Alirio Villegas, de la población de Santa Ana; y Gerardo Pavón, nativo de La Puerta.



Fotografía 1.- Panorámica del sector “La Popa” del páramo de La Puerta (Los Torres), posesión de la familia Rivas Villegas;  en una de esas casas que se observan, estaba la escuela. Cronografía 2586, lente de Antonio Lino Rivero.


          Estuvo también como docente, Carlos Volcán, dio clases en este plantel desde el 17 de septiembre de 1984, hasta julio de 1988.  En sus inicios como maestro de esta comunidad, Carlos fue entusiasta colaborador con la comunidad y se preocupó para que terminaran la etapa de la carretera del sector “Las Cruces”, “San Rafaelito” y “La Popa” y ayudó haciendo gestiones ante los organismos de gobierno para que la carretera pudiera llegar hasta la Escuela, como en efecto se logró.    



Fotografía 2.-  La maestra Ligia Villarreal, en el acto de entrega de su cargo a la Maestra Yaritza Rivas, a su lado el profesor Carlos Volcán. Escuela de La Popa. Cronografía 2584, colaboración de Tulio Rivas. 

       La tercera, Escuela Concentrada Estadal Páramo de Los Torres, fue construida durante el año 2003 e inaugurada por la Gobernación del estado Trujillo en el 2004, la habían denominado Andrés Bello, ubicada en Los Pozos, fue designada como maestra:  Rosario Rondón, oriunda del páramo. Fue levantada en un lote de terreno que donó el señor Nicolás Villarreal Paredes. Tiene 4 maestras y reciben clases alrededor de 80 niños y niñas. El servicio de transporte escolar lo prestaba hasta hace poco, el señor Jovito Ocanto, vecino del lugar.



Fotografía 3.- Vista de la Escuela Concentrada Estadal Páramo de Los Torres. Cronografía 2542, lente de Antonio Lino Rivero. Al frente, varias viviendas de familias parameñas.

         Esta Escuela Estadal, que no se sabe por cuál razón se le cambió el nombre del maestro Andrés Bello, como originalmente lo había planteado la comunidad, tiene todas la instalaciones básicas de un plantel educativo, amplias aulas, techada, servicios sanitarios,  tanque de agua, adyacente a la carretera, y está totalmente cercada con malla ciclón.



Fotografía 4.- Un grupo de estudiantes y sus maestros en la Escuela Concentrada Estadal Páramo de Los Torres. Cronografía 2543, lente de Antonio Lino Rivero.

De los docentes que dieron clases en estos planteles, se recuerdan a Ismelda Briceño, Ramón Rivas, Carlos Volcán, José Orangel Alarcón, Rosario Rondón, Ligia Villarreal, Yaritza Rivas y María Antonia Villarreal.
Con la edificación de la Capilla a San Benito, en  La Popa,  la construcción de la carretera agrícola que llegó a la mayoría de los sectores y con la creación de esta nueva institución educativa,   el Páramo de La Puerta, comenzó a sentir un nuevo impulso de cambio, gracias al empuje de sus habitantes en lograr sus reivindicaciones mas sentidas, se abrían nuevas perspectivas de progreso y de mejoramiento en la calidad de vida de esta comunidad.  

lunes, 24 de junio de 2019

Los tradicionales Bolos de La Puerta, Estado Trujillo




Oswaldo Manrique R.


En La Hoyada, entre calles 2 y 3 de la avenida Páez de La Puerta, existe una cancha que parece una lengüeta, que hasta hace pocos años (20 años)  sirvió durante los fines de semana, como espacio de diversión y entretenimiento para personas de distintas edades.  Dentro de las mismas instalaciones de la Gallera de Picapiedras, a todo lo largo de uno de sus laterales, algunos se dedicaban a lanzar la bola y otros a ver, gritar, soltar números y otros apostar. Se divertían en este entretenido juego de tumbar los palos, que son trozos de madera labrada, cilíndrica, vertical y alargada con la base plana para poder colocarla y sostenerse en el suelo. 

Cuadro de pines en posición para ser derribados. Gráfica tomada de elheraldo.com.co. 

Este juego rural tradicional  o versión autóctona que se juega en Los Andes, consiste en poner al final de la cancha, los tres palos sobre el suelo y el jugador al lanzar la bola metálica, debe tumbarlas. El jugador además, de certera puntera para atinarlos, debe tener fuerte brazo para lanzar la pequeña bola. Este pudiera ser la  forma campesina del bowling o boliche norteamericano mecanizado, con la diferencia que este es un juego de salón, con mayor cantidad de pines o piezas de madera, que se derribaran mediante una pesada y gruesa bola, deslizándola por un carril. La cancha de Bolos tiene una dimensión de 25 a 30 metros de largo, por 2 metros de ancho.  Son tres palos de madera; el que tumbe más bolos es el que gana, es decir, el que primero  llegue a 100 tantos o al número de tantos que se establezca en la partida.   
Los bolos se  juegan desde los tiempos del imperio romano y de la sociedad del antiguo Egipto y la griega. Se estima que hace unos 2 mil años, lo jugaban las legiones romanas, que implicaba lanzar objetos de piedras tan cerca como fuera posible de otros, posteriormente pasó al Reino de  España, donde se adoptó en diversas modalidades, siempre con el nombre de Bolos,  y lo trasladó a sus colonias americanas, entre ellas a Venezuela.  Algunas partidas son difíciles, porque se ejecutan tirando la bola directa al lateral de madera, golpeándolo con mucha fuerza para lograr derribar los palos. En otras partidas se premia al que lance los palos lo más lejos posible tras el impacto con la bola, y otra modalidad es la mezcla de estas dos formas. En las fiestas de enero, las del patrono San Pablo y la de la Virgen Santísima de la Paz,  así como, en semana santa, se montaban improvisadas canchas en varios lugares del pueblo. En el bolo de Picapiedra, la bola que lanzaban, era una bola de las que se utilizan en el juego de bolas criollas.

Bola para derribar los pines, bastante parecida a la usada en el deporte de bolas criollas, que se estila en algunos lugares.Gráfica tomada de elheraldo.com.co. 


En el Páramo, hasta el siglo pasado, hubo Bolos más pequeños como el del Tío Raimundo Ramírez, ubicado en La Cabrera, cercano al Xikoke.  Tenía las siguientes medidas: 10 metros de largo, por 1 metro de ancho, los palos y la bola eran de madera. Muchas veces se escuchó gritar a los divertidos jugadores antes de lanzar la bola “tiré y maté, a un bolívar” o “tiré y maté a una locha”, dependía lo que se iba tasar la apuesta en el momento. Donde Félix Ruz, también hubo un Bolito, por lo pequeño y también donde la familia Alarcón, y el de Los Pozos, donde el amigo Inocencio Aldana, “Chenchón”.  Son los cuatro  Bolitos, que tuvieron cierta permanencia en el tiempo.  Ya desaparecidos.  La cancha sobresale por lo alargada,  y a la vez,  angosto su ancho, hecha con gruesos tablones de madera, es de forma rectangular; en el páramo, en semana santa se hace en la Mesa de los Alisos en una franja de tierra llana, sin laterales de madera; aquí, los cancheros que se recuerdan son el Chenchón y el amigo Esteban, hermano de Gabriela. 
Para entrar en la cancha no se requiere mayor cosa. Los utensilios y requerimientos son de lo más simples, no se necesitan para lanzar el juego perfecto –como en el bowling-, los zapatos usados por otros, ni coloridos uniformes o franelas con la coletilla de “donado por fulano de tal”, ni  lustrosas y sudadas gorras. Para jugar, se requiere un mínimo de dos jugadores, quienes en su turno, lanzarán la bola intentando derribar los tres palos, en la forma en que se haya condicionado la partida. Los mirones y los otros cuadraran sus apuestas, de acuerdo a sus posibilidades; el asunto es competir y recrearse un rato, mientras se refrescan con alguna bebida gaseosa o espirituosa.  

En este sector Los Pozos, estaba ubicado el Bolito de Inocencio Aldana, afectuosamnte le decíamos el "Chenchon", gran colaborador de esta comunidad paramera. Cronografía donada por Tulio Rivas para este blog. 


El ingeniero Felipe Núñez, el de Mimbate, hace poco me envió como colaboración la siguiente Nota: medidas aproximadas del bolo de tierra: es un rectángulo de  30 a 40 metros de largo por 1.2 metros de ancho, techado de zinc.  El juego consiste en tumbar palos colocados al final del bolo.  Son tres palos colocados de manera equidistante en la parte final, los cuales cada uno tiene un valor nominal, que colocados de izquierda a derecha tienen el siguiente valor: el primero   vale 5 o 6 dependiendo del sitio, el segundo,  colocado en la  mitad vale 12 y el tercero vale 7.
          En la mayoría de los casos se juegan partidas de 4 contra 4, donde cada jugador debe  lanzar una bola que pesa 8 kilos aproximadamente  a una tabla de 1 metro por 0,2 metros,  ubicada  en el centro de la parte inicial del bolo. El equipo que consiga tumbar más palos y alcanzar la cifra acordada de 72 o 100 (acuerdo antes de iniciar el juego), será el ganador.
          Otra regla adicional: el jugador que logre pasar un palo por encima de un muro ubicado al final del bolo  denominado " matacho", es considerado "mocha" y equivale al doble del valor inicial
Desde la ocupación hispana en los Andes, por su sencillez, pudo comenzarse a jugar entre españoles e indígenas, cuyo mestizaje lo conservó hasta nuestros días, como juego autóctono en esta serranía, aunque ya se juega con menos frecuencia. En la de la Hoyada, era fácil encontrar lanzando a personajes de nuestra parroquia como el zurdo Martínez, al mismo Pica, al gordo Méndez, a nuestro fraternal gallero el Chivo (Jorge), al tío Gerardo Quintero, a Benito, a Marco, el del frente, a Carlos Viera,  Luis Darío  y  a un sin número de  jugadores  tradicionalistas, “lanzando el brazo”.
         La cancha de bolos de Picapiedras, donde libertariamente asistíamos desde jóvenes, un drástico día, a finales de la década de los 90 del siglo XX,  se presentó un Prefecto de Valera  (nativo de La Puerta),  armado como Rambo y lo cerró, prohibiendo su reapertura y acabando con el tradicional juego, alegando que era ilegal. Después de varios siglos de estar jugando bolos en esta vieja comarca, de que se transmitiera de padres a hijos las reglas del juego,  nos enteramos que era ilegal. Se ven cosas que nos pueden sorprender. Lo de la eliminación de la actividad gallística en La Puerta, lo explicaré en un próximo artículo.  


domingo, 23 de junio de 2019

El Cacique Pitimay y su Cima Mágica.





Oswaldo Manrique R.

Nació y vivió en la propia cima de la montaña, en el lado Este del valle del Bomboy, hoy La Puerta,  donde podía ser el vigía y protector  de las tierras cultivadas por su tribu.  Pitimay al parecer, fue un hombre reflexivo, cauteloso, logró que se le respetaran sus posesiones y mantuvo con los extranjeros colonos repobladores relaciones de coexistencia pacífica.
Pitimay, fue uno de los caudillos indígenas Timotes que se hizo respetar con su actitud de defender las tierras que le pertenecían y ocupaban desde tiempos inmemoriales sus ancestros. Al parecer, desde la llegada de los conquistadores, encomenderos y hacendados europeos a La Puerta, el conflicto con él lo asumieron éstos, respetándole su posesión en lo que se conoce desde La Culebrina, hasta la cima o montaña de Carorita. Fue el hombre que representaba y ejercía la autoridad en esta comunidad, que formaba parte de una sociedad organizada bajo el liderazgo de un cacique como él, o con varias capitanías o parcialidades, que gobernaban la comunidad de aborígenes del área del Bomboy y sus anexidades “y en señal de respeto los subalternos les rendían tributos y les hacían algunas  labranzas”  (Ramírez Méndez, Luis Alberto.  La tierra prometida del sur del Lago de Maracaibo. De su misma sangre. La frontera indígena (Siglos XVI-XIX) UNERMB. Pág. 115).  Esta estructura de poder, facilitó la negociación y el entendimiento de coexistencia con el conquistador europeo y los curas  en el proceso de evangelización y sometimiento al nuevo régimen económico y social que implantaron los nuevos pobladores, el sistema de tributación  y  en la dirección del establecimiento de las encomiendas del Pueblo Cabecera de Doctrina de San Pablo Apóstol del Bomboy.  




                  Pitimay, el cacique de los 4 rangos. Gráfica y boceto propios de este blog.

Se desconoce si tuvo alguna rivalidad -siendo ambos de la etnia Timotes-, con el señorío del indio Bomboy, o si por el contrario hubo solidaridad con éste, al momento en que fueron encomendados y congregados en el área del valle donde hoy está establecida la población de La Puerta en 1608, ni cuántas eran las leguas de sus respetivos cotos.  De acuerdo a antiguos títulos de propiedad y  documentos de ventas de tierras en la zona alta de Carorita- El Molino-Los Cerrillos-La Culebrina, que hemos podido leer, señalan todavía como linderos la Cima de Pitimay, que  era el cacique de esa comunidad, de donde intuimos que por muchos años, se le consideró y respetó su señorío y la posesión  sobre ella; sin embargo, estas tierras fueron vendidas y privatizadas.  En dichos documentos,  cuando se refiere al sitio, lleva la preposición  de, indicativo que la cima perteneció o era posesión de Pitimay;  por ello, inferimos que este era su espacio geográfico, y que  este caudillo, liderizaba esta comunidad indígena.

La cima de Pitimay, es un lugar ubicado en el lado este de la parroquia, y punto de deslinde geográfico-administrativo  con la parroquia Mendoza Fría. Una montaña alta, con fresco clima, y tierra fértil.  Fue dominio y sitio del cacique o principal llamado Pitimay o jefe de las cuatro rangos dentro de la jerarquía de los nativos de Tierra Colorada (Tierra de Loza, hoy forma parte de Carorita). Según el diccionario de dialectología de Amílcar Fonseca, el vocablo está compuesto como la mayoría de los nombres de caciques, con “piti”  , que significa cuatro, y el sufijo “may” o “mai”, que es un aumentativo que califica el poder del principal indígena, piti-mai = cuatro buenos o superior. 

 Este antroponímico de Pitimay, en nuestro criterio es propio de los Timotes, en esa riqueza de creación de nombres para los principales de los asientos de comunidades indígenas, de acuerdo a las características de los mismos o de las denominadas parcialidades (toponímicos), aunque también se repite en otras localidades de la zona baja del Estado, como Pitijoy;  por lo que  aquel, seria propio de la gran variedad dialectal de los Timotes o de los Kuikas. 

Conforme con lo escrito por nuestros más antiguos cronistas, en 1559 el conquistador Juan de Maldonado, se trazó como objetivo la conquista de los Kuikas y avanzó sobre los Valles de los Timotes, pero a la vez, hacia lo propio el capitán Francisco Ruiz, que había avanzado desde el Tocuyo hasta los predios de Boconó y Niquitao y perpetraba la misma conquista. Esta competencia o rivalidad los obligó a efectuar  un acuerdo que se celebró en Timotes, según  el cual ambos conquistadores establecieron los términos de sus respectivas jurisdicciones o cotos, que son  más o menos los mismos que hoy sirven de términos entre los Estados Mérida y Trujillo, pero para la etnia Timotes, eran un solo y mismo señorío indígena, al cual pertenecían los del valle del Bomboy.   

La Timotes, era un tipo de sociedad igualitaria, sin embargo, el poder y autoridad de sus caciques, venia dado por una estructura jerárquica en las relaciones políticas que también era hereditaria. Había una organización de rangos, que podía tener ámbito sobre varias aldeas indígenas. Igualmente, un  orden social del trabajo, las actividades principales o económicas, se reservaban a los especialistas, agricultores, ceramistas, artesanos, tejedores, guerreros entre otros, y en el aspecto religioso a los mojanes.  Mantenían relaciones de intercambio con otros pueblos indígenas, uno de los antiguos cronistas,  Fray Pedro de Aguado, mencionado por Mario Briceño Iragorry, hace referencia a las relaciones comerciales que sostenían las tribus trujillanas con su vecinos caribes, motilones, jirajaras, ajaguas y otras, con quienes intercambiaban sus productos de cerámica e hilados de algodón y trabajos de pita, a base de fibra de Fourcroya  gigantea, para que les dieran a cambio sal y pescado seco (Briceño Iragorry, Mario. Obras Completas. Vol. 17. Pag. 39. Ed. Congreso de la República. Caracas. 1993). Debo destacar, que el avance técnico y artístico en la producción de cerámica que se llevaban a esos pueblos, se producía en Tierra de Loza o Colorada donde ejercía señorío Pitimay, Este sistema de intercambio se lograba por el camino intermontano del Paramo de las 7 Lagunas (La Puerta), hasta el Puerto de Gibraltar.  La relación era de permuta, no mercantilista, durante el periodo prehispánico.

         Por las características de esta raza, se estima que este jefe nativo era un hombre pequeño, de piel broncínea, piernas arqueadas, pelo negro y grueso, en su cabeza llevaba un aro con 4 puntas, que simbolizaban su jerarquía dentro de la tribu.  A la llegada del conquistador europeo, como jefe indígena, estuvo exento de trabajar y de pagar tributo a los encomenderos y curas; éstos, para mantener buenas relaciones con él, le respetaban sus costumbres y autoridad, le daban trato de cacique y algunos privilegios. Los curas doctrineros especialmente el estricto padre Montero,  no les permitía actos o ritos de mojaneria.
De nuestras indagaciones, tanto en documentos traslativos de propiedad sobre las tierras de la actual Carorita, inscritos en el Registro Subalterno de Valera; el mantenimiento impoluto de la Cima y de la posesión de tierras donde fue caudillo;  el reconocimiento municipal como uno de los linderos oficiales de nuestra parroquia,  y de la fuerza histórica de la tradición oral, se intuye que posiblemente el cacique Pitimay, jefe de los 4 rangos, habría negociado con el capitán Juan Álvarez Daboín, no así, el Cacique Bomboy, ni el indio Chegué, que se mantuvo rebelde en el páramo de las 7 Lagunas y entre los predios de los Xikokes y los Mucutís.  
Pitimay a pesar de que pudo haber negociado o haberse inclinado ante el poder del capitán Daboín y sus soldados, y aceptar que sus congéneres trabajaran como esclavos a los encomenderos en sus haciendas o pagar tributo con gran parte de sus cosechas, por esto, no perdió el respeto de su gente, quien lo mantuvo en alta estima y como su líder. Muchos de los Timotos y Kombokos que estaban indignados por la invasión de sus tierras, habrían compartido su criterio, al explicarles que era preferible sobrevivir esclavizado, que morir descuartizados por el sanguinario Daboín. Valía mas trabajar para ellos y seguir vivos, que estar reposando dentro de un mintoye en las Cuevas del Páramo.  

Al morir Pitimay, reconocedores de su alta dignidad y respetuosos como eran de sus caudillos, sus ayudantes buscaron en Tierra Colorada, la vasija más gorda de barro grueso, la que movilizaron con varias cabuyas;  seria el receptáculo (Mintoye) donde permanecería para siempre su jefe, su tabiskey.  Antes de exponerlo al escrutinio de su tribu, lo bañarían, le rociaron aguas olorosas de fragancias naturales, uno de sus familiares le cerró los ojos y permitirían que su pueblo, los sacerdotes, caciques, los nobles y principales fueran a ver su cuerpo por última vez en el lugar sagrado donde lo custodiaron. Luego, lo meterían con las rodillas encogidas y pegadas al pecho, en el mintoy eterno, el que llevarían hasta una de las cuevas del Páramo de las 7 Lagunas, donde corresponde a los de su jerarquía y de acuerdo a sus creencias,  se reuniría con sus iguales. Metieron también en la vasija,  como era costumbre, sus cosas personales, su pequeña capa tejida solo usada por los jefes, y ceñida a su cabeza el símbolo  jerárquico de las 4 plumas.

Se cree, que los conquistadores no le dieron mucha importancia a la posesión de tierras de Pitimay, por haber negociado la coexistencia pacífica con este cacique, a pesar que,  por ser una cima o alta montaña ya era de mucha significación por su carácter mágico y sagrado dentro de la cosmovisión  de los aborígenes.   

Amigos lectores, este es uno de los cinco caudillos y principales indígenas del siglo XVII (Primera Parte), que hemos encontrado en nuestra investigación para la reconstrucción de la Historia Local de La Puerta, que vengo desarrollando  y  publicaré en 5 Notas; la segunda parte, corresponde a los Cacique y Mandones de las Encomiendas (Siglo XVIII); de conocer o tener Ud., información y fuente documental sobre otros jefes aborígenes se le agradece compartirlo, para incorporarlo en este esfuerzo por el rescate de nuestra memoria histórica.

viernes, 21 de junio de 2019

Fabricio Ojeda, a 53 años de su siembra.



                                                                                                       Oswaldo Manrique R.

 Rendir tributo a los hombres que, como el trujillano Fabricio Ojeda,  dedicaron la vida entera en favor de su pueblo, antes que enaltecer al desaparecido, es honra ilustre para quienes consagran su recuerdo.  Escribir o hablar sobre Fabricio, significa reivindicar toda una trayectoria de lucha y pensamiento rebelde y libertario, de por sí vigente y vinculada a la América Latina y Caribeña,   en la necesidad actual de ir fomentando esa construcción teórica conceptual que encamine a nuestros pueblos por senderos mejores de vida, soberanía y dignidad. También es, todo un venero de historia, poesía y luz, en momentos de alucinante incertidumbre.
En un artículo que publiqué sobre la pavimentación y acondicionamiento de la carretera Mendoza-La Puerta-Timotes en 1958, fue una propuesta principal que llevó Fabricio al Programa de Gobierno del Vicealmirante Larrazábal, con lo que se pretendía  romper el cerco económico,   el atraso,  el aislamiento, y la incomunicación de La Puerta con los pueblos de Trujillo y con el resto del país, esto le daba nuevas expectativas de progreso.
Fue un marcado ejemplo por sus ideas, por su experiencia política, humana y militante en nuestro país, de alternativa política de avanzada, tenía su propia tesis de la revolución verdadera, sobre la lucha de liberación nacional, la mentalidad de poder  y la nueva democracia popular, tenía su postura particular  –muy obviada hoy-, acerca del militarismo y el bloque cívico militar,  a la par de tener una visión latinoamericanista,  basada en un internacionalismo y geopolítica muy genuina, debido a ser un hombre bien ubicado en su ideal de Patria y  muy estudioso de las realidades y la política de su tiempo.
En mis estudios de varios años, sobre este personaje, sin mediar aspiraciones academicistas, he concluido que, es uno de los trujillanos ejemplares, que mejor ha elevado y enaltecido nuestro gentilicio, marcándolo sobre todo  de mucha dignidad.  Hoy, en conmemoración de los 53 años de su partida, no me voy  a unir a los luctuosos tinterillos del relleno periodístico, sino que voy a compartir una cuartilla de la Biografía que elaboré (consta de más de 250 páginas) sobre Fabricio, el de carne y hueso, que refleja un aspecto alegre, entusiasta y poco conocido de su vida: su infancia.     


Fabricio con pocos años de edad, pantalones cortos, al lado de su abuelo materno Don Pedro Ojeda, en la ciudad de Boconó. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio.  


Picho, el hacedor de pelotas de trapo. El Titán de la batalla de zamuracas y papagayos. Los “vagamundos” escueleros.

“…Se inclinó desde niño a ejecutar actividades físicas, deportivas y recreativas, especialmente el beisbol, con lo cual desplegaba y perfeccionaba su fuerza natural, adquiriendo soltura y destreza en sus movimientos y acciones, pero también como forma de canalizar sus inquietudes de la temprana edad, socializando y sonriendo.  Estudió en el Colegio de Varones de la población de Boconó.   En rememoración de la infancia, el escritor boconés Domingo Miliani, en su novela Los Tres Clavo, dedicada a Fabricio Ojeda, relata actividades que  éste realizaba y le generaban algún dinero, pero a la vez lo divertían ampliamente. Miliani su amigo, lo llamaba “Picho”. Le apasionaba el beisbol, organizaba equipos entre la muchachada del lugar. Estaba al día, en cuanto a número de jonrones, bases robadas, triples y doble plays de los juegos profesionales, así como en estadísticas de los jugadores del Cervecería Caracas y Navegantes del Magallanes, los grandes equipos nacionales de la época. La creatividad por necesidad de los llamados << vagamundos escueleros>>, los hacía elaborar los bates de jumangue o de naranjo, maderas duras que no rajan tan rápido; las pelotas se las compraban a Fabricio, que las vendía baratas a sus compañeros de equipo a “…tres por un real…” (Miliani, Domingo. Los tres Clavo. pág. 49. Alcaldía de Boconó. 2013); porque además, de las reglas del juego,  impuso otras que no estaban en el librito, pero  regla a cumplir,  que, el bateador que la perdía le tocaba reponerla; bola perdida bola pagada.



Fabricio Ojeda, en plena adolescencia. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio. 


Este oficio desempeñado por “Picho”, tenía su técnica, rudimentaria  pero técnica a fin de cuentas. Coser pelotas de cabuya a mano, requería fuerza, paciencia y precisión; las elaboraba buenas y por el precio resultaban una ganga, hasta que se incorporó al equipo del Unión Obrera, donde estaban los peloteros de la Calle Arriba, donde él vecinalmente pertenecía. Los otros <<vagamundos escueleros>> y compinches, lo iban a ver jugar y pegar jonrones, contra el eterno rival: Cigarrilleros del Bandera Roja.
En conversación que tuve con el profesor Evelio Barazarte, su primo, da fe  que Fabricio de muchacho trabajó en una panadería; también  recogían agua en envases y ollas, en la acequia que había al final de la calle Andrés Bello, surtida por las aguas permanentes de la Quebrada Segovia, que luego vendían casa por casa o a quien se la encargara. Igualmente,  hace remembranza de cómo en aquellas tardes acudían a la Gran Colombia o calle larga, una de las nueve flacuchentas calles, en las que se encontraba organizado el tránsito en Boconó, a jugar  pelota caimanera, menos los sábados, que se convertía en mercado, y las mulas y  burros bajaban de la montaña las cargas de los campesinos, para su venta o trueque, donde podían cambiar entre muchas cosas, un novillo por una marrana parida o un burro de silla por un puerco bastante obeso según las crónicas, método aborigen de permuta de bienes característico de los pueblos andinos, herencia económica de los kuikas o Timotes. Aquel pueblo de agricultura, cuyas calles de tierra, sobrellevaban las  bestias de carga, como medio de transporte, tenía su propio campeonato de muchachos beisboleros.
         Al llegar la temporada, como en todo pueblo de provincia, los muchachos emprendían la elaboración de sus naves intercelestes y aerodinámicas, con los mas particulares colores y dispositivos de combate, propios de su imaginación. Ahí destacaba Fabricio, elevando cometas, zamuracas y papagayos. Cuando el viento estaba parejo y alto, hacían “duelos con hojillas encajadas en madera, amarradas a las colas de trapo...” (Miliani: 43); y esto, cuando podía, debido a que ayudaba a su abuelo en el taller de hojalatería. Si no organizaba la escuadrilla, que era más una caravana de cometas de papeles lucidos y fosforescentes colores, con largas colas de tela, palpitando en vuelo, se formaban los grupos de tres o cuatro amigos  para la batalla, con el objetivo de tumbar a los inexpertos o descuidados en el corte del hilo a tiempo. Eran combates de táctica y estrategia aérea, de escapes y  persecuciones en el propio techo de las nubes, conocía el curso del viento, donde la carrera del ponedor en sincronía con el manejo de la pita, daban el don de la elevación del astro. Los <<escueleros>>, como les llamaban los vecinos, a veces no iban a la escuela, por presenciar estas jornadas aéreas, sobre todo cuando “Picho” desafiaba con sus modelos armados de cuatro cruces de hojillas; “…nadie como Picho para calcular los frenillos de una cometa nunca se va de lado, los tres hilos quedan en proporción…”( Miliani: 99). Desde los diez años, se notaba su capacidad organizativa y de liderazgo, su carácter indomable y la perseverancia en sus cometidos…” (Manrique, Oswaldo. Fabricio Ojeda. Biografía. Inédita).



Fabricio Ojeda, en su juventud, con su primera maquina de escribir manual. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio. 


Reivindicar a Fabricio, seriamente,  desde sus ideas, abandonando su utilización como telón de fondo de demagogos, politiqueros, ansiosos de protagonismos; frenar su uso, como cédula o patente para obtener dinero, créditos y prebendas, o  como jabón que limpia traiciones y oscuros pasados, es de imperiosa necesidad. Se debe parar, tanta celebración y fiesta utilizando su imagen, para evadir lo principal: el análisis de su  pensamiento. Es hora de enseriar la política y de debatir las ideas, Fabricio tiene mucho que aportar. Yo, gustosamente dispuesto,  para cuando me convoquen.



miércoles, 19 de junio de 2019

El primer cura de La Puerta. La primera sotana del valle del Bomboi.



Oswaldo Manrique. La Puerta, 2019.

En el año 1636, todas las aldeas indígenas de la provincia de Trujillo, fueron visitadas por el Obispo Dr. Juan López Agurto de la Mata.  Éste en su informe, da cuenta que hasta el año anterior, en lo que comprendía la jurisdicción del pueblo de San Pablo Apóstol del Bomboi, estuvo como Cura Doctrinero el padre Antonio Montero, y recibió la parroquia el cura Salvador Carmona.  Indica además, que era Vicario foráneo el padre Melchor López (Briceño Perozo, Mario. Historia del Estado Trujillo. pág. 60. ANH. Caracas. 1984). Esta es una referencia importante, en el proceso religioso y de formación de La Puerta, como pueblo.


         Tiempo antes, en  1608, el obispo Fray Antonio de Alcega, cura franciscano, en su visita pastoral a Trujillo, hizo la distribución de las Doctrinas con lo que se le dio dirección y organización al cauce  poblacional de esta Provincia, para lo cual, encargó de cada una de las Doctrinas no solo a religiosos, sino que incorporó a sacerdotes seculares, otorgándoles a todos la igualdad necesaria, es decir, la condición y categoría de párrocos. En la denominada Séptima Doctrina, en lo que hoy es La Puerta, Mendoza y parte de Timotes, estuvo integrada por la encomienda otorgada a Juan Álvarez Dabuim, con 408 indios habitantes del valle del Bomboi, una de las más extensas, que cubría el territorio desde El Portachuelo, hasta El Quebradon-Carmania, límites con lo que hoy es la ciudad de Valera;  incluía asimismo esta Doctrina,  la encomienda del capitán Blas Tafallés, con 108 indios habitantes de Timotes, que  alcanzaba  a los Mucutís;  la del capitán Pedro Gómez Carrillo, con 131 indios Timotes, Don Francisco de la Piñuela, con 175 indios Timotes, y la del capitán Hernando Hurtado de Mendoza, con 137 indios, también Timotes. Son estos grupos de indígenas los que fueron encomendados para ser adoctrinados y congregados por los misioneros españoles, que van a encauzar posteriormente lo que será el Pueblo de San Pablo Apóstol del Bomboi, y que abordará  como cura doctrinero el padre Antonio Montero. 

         Partiendo de la mencionada e inicial fuente documental, el primer Cura Doctrinero que ejerció labor evangelizadora en el Pueblo de San Pablo Apóstol del valle del Bomboi,   el primer rector espiritual de esta comarca, fue el padre franciscano Antonio Montero,  por lo menos hasta 1635, año en que le entregó la parroquia al clérigo -también de la misma Orden-, Salvador Carmona y se trasladó a la iglesia de San Miguel de Burbusay. Podemos distinguir, que, luego de la exploración y visita canónica del Obispo Alcega,  la primera sotana autorizada que se conoció y sirvió al curato de La Puerta, en la otrora capilla de palma, fue la del sacerdote Antonio Montero.


Historiográficamente se ubica la fundación del Convento Franciscano de Trujillo, en el año 1578,  que se corresponde con la misión del segundo grupo de los frailes españoles observantes que llegaron en 1576, saliendo ese mismo año de La Española, Santo Domingo (hoy República Dominicana), para establecerse específicamente en Trujillo, Provincia de Venezuela, contando con el apoyo del Gobernador y Capitán General  Diego de Mazariegos, con lo cual comenzó el proceso de erección de la Provincia Franciscana (Arellano, Fernando. SJ. Una introducción a la Venezuela prehispánica. Pág. 198. UCAB. Caracas. 1986. Versión digital). El nombre del Convento es prosopopeyico: Convento de San Francisco de Asís o San Antonio Tavira de Padua de la Recolección. 

Se vislumbra que Antonio Montero, no siendo español,  integró ese grupo de franciscanos y se encargó de la catolización de los indios Timotes de este valle porque se requerían curas nacidos en Trujillo y conocedores de la zona, de la  gente y del idioma indígena;  y con suficiente espíritu de misericordia evangélica y de humanismo protector que animó todos sus actos, dio comienzo a su ministerio pastoral aquí. Apreciándose igualmente que Trujillo era, un objetivo principal del primer ensayo evangelizador de los franciscanos en Tierra Firme. Su personal misionero, venía exclusivamente de España, para fundar y ocuparse de los pueblos indígenas para su paulatina evangelización y europeización, excepción hecha con este sacerdote.
Su padre,  el legendario Capitán Juan García Montero, descendiente del conquistador Juan Román, compañero de armas y amigo de Juan  Rodríguez Suárez, el caballero de la capa roja, fundador de la ciudad de Mérida; también fue de los guerreros españoles que asistió al desbarate del Tirano Lope de Aguirre con sus armas y caballo (llamado por otros historiadores: Príncipe de la libertad), desde Trujillo. Servicios de guerra, por los que obtuvo en 1595, encomienda en Boconó, en la que “entraban los caciques Alonso Bucis, el Principal Bohote, el Principal Bijeo, el principal Pitahay, y los principales Mitieis, Momoitatu, Estabanda y Mitubu con sus demás indios”.   (Briceño Iragorry, Mario. Los fundadores de Nuestra Señora de La Paz de Trujillo. 1930. Versión digital). El capitán  García Montero, fue amigo personal del ilustre Obispo Fray Antonio de Alcega, a quien acompañó por su recorrido pastoral a la Provincia de Nirgua,  contando  en 1648, con  80 años de edad.   La madre fue  Olaya Pacheco.   A pesar de la avanzada edad del padre, fue algo prolífico, tuvo varios hijos: Clemente Montero, el mayor, sucesor de su padre en la encomienda;  Jacinto Montero, quien fue Regidor de Trujillo y  estuvo el año de 1666 en la defensa de Maracaibo contra los piratas; Antonio, el cura, fue el tercero de 7 hermanos; Isabel García;  Mariana de la Paz; Juana Sánchez; Catalina García;  y Olaya Pacheco.   Las familias con amplia prole, se trazaban estratégicamente el destino de la familia, entre ello,  la de hacer ingresar a alguno de los hijos en la carrera eclesiástica, que les daba cierto poder, aumentaba su prestigio y además un ingreso económico vitalicio, generado por  las denominadas capellanías. 

Los elementos documentales que hemos revisado, en conjunción con el mismo contexto histórico, nos lleva a pensar que este religioso, tuvo su formación como sacerdote en el Convento de los Franciscanos, en la denominada “Callearriba” de la ciudad de Trujillo, cumpliendo allí, requisitos académicos en filosofía y teología, disciplinas que abultaron su conocimiento intelectual de la época. En las aulas de ese convento franciscano, se pudo haber recluido durante un tiempo a ilustrarse, y en la fría habitación o en los pasillos a repasar y madurar dogmas y apotegmas sobre los más abstractos y trascendentes asuntos metafísicos, herramientas con las que iba a confrontar la cosmovisión y creencias de los indígenas que pretendía convertir al  cristianismo.




A contravía de la prevalente tesis economicista y del materialismo histórico,   el historiador francés Febvre, afirma que las motivaciones de los conquistadores españoles para invadir y ocupar las tierras americanas y someter a los aborígenes, fueron de orden divino, de aspiraciones místicas y dogmas. No habría según esto, causas de carácter material, ambición de fortunas y de poder en las  posesiones  ocupadas, por eso denominó estos siglos XV y XVI, como de la expansión del “antiguo fervor proselitista… para ensanchar los límites del cristianismo…” (Febvre, Lucien. El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais. Pag. 136. 1993).  A tenor de esta tesis tan contradictoria, los españoles, vascos, portugueses, italianos que llegaron a La Puerta como invasores y colonizadores, lo hicieron en nombre de la fe cristiana.

         El apellido Montero es muy antiguo y procede de la zona de Castilla en el Reino de España.  Este apellido estuvo presente en la conquista y posterior colonización de América, donde personajes llamados Montero participaron en las hazañas de los guerreros hispanos.   Cita Mario Briceño Perozo, en su libro Historia del Estado Trujillo, la existencia de un encomendero de apellido Montero,  se refiere al capitán español Juan García Montero, padre del  levita  Antonio.   En la indagación hecha para esta crónica,  encontramos que el capitán   Juan García Montero, llegado al Tocuyo, fue compañero de Juan Pacheco Maldonado en la campaña de 1607, contra las tribus rebeldes del lago de Maracaibo; asimismo existe la posibilidad que el padre Antonio Montero, fuera pariente de Don Bernabé Montero de Espinosa, otra rama de este apellido, que se estableció para dicha época como colono  en la ciudad de Coro.

Los Franciscanos, cuando llegaron a Venezuela,  recién ocupada por los guerreros españoles, vinieron con una idea diferente a la simple evangelización, tenían como objetivo crear pueblos católicos, con o sin el apoyo de los soldados. Para ellos, la labor estaba conjugada a la socialización occidental de los indígenas, y así, lo fueron demostrando creando muchos pueblos de doctrina, en retiradas zonas de Venezuela; en Trujillo, se reconoce su trabajo en la capital de la provincia, y en varias de sus comarcas como San Miguel de Burbusay  y la nuestra.  La labor inicial de los franciscanos era la de evangelizar y para ello, tenían que reducir y congregar a los aborígenes, lo que obviamente no fue tarea sencilla para los misioneros. Sin embargo, el padre Montero, en su labor pastoral, los fue congregando y organizándolos en la fe, formando a los fiscales de doctrina, con jóvenes que escogía en las mismas encomiendas y a los ayudantes eclesiásticos. Además de la catequesis, les suministraba nuevos hábitos y costumbres y el nuevo idioma, el castellano.


Fachada actual de la iglesia San Pablo Apóstol de La Puerta. Cronografía propia de este              blog. 

         Cuando pudo celebrar en enero siguiente, la fiesta patronal de San Pablo Apóstol, tuvo la participación de indígenas, colonos y hacendados y sus esposas y familias. Esta jornada de fe, fue prestigiada con la asistencia del clero de la Vicaría de Trujillo, y de otros sacerdotes; demostrando que su novel feligresía fomentaba  humanismo y religiosidad, pero además,  iba adoptando  cuerpo de comunidad. Como todo cura franciscano, percibimos que la incorporación de la Inmaculada Concepción, también llamada  Purísima Concepción de María o simplemente la Purísima, como una de las cuatro joyas de nuestro templo, es obra de Montero. Esto lo basamos en una de las disposiciones del Papa Sixto IV, también franciscano, que impuso la devoción y celebración de la Inmaculada, como esfuerzo emblemático de dicha congregación religiosa.

En los siguientes meses de su llegada a este valle, empezó la reparación y acondicionamiento de la Capilla doctrinera, una enramada, especie de gran choza sobre palos de tirindí y laurel, que requería  preparación y ornamentos y prendas necesarias para el culto.   Montero embelleció el templo rural dotándolo de algunas imágenes incrustadas  en las paredes de tapias, quizás algún retablo con imágenes sagradas, o apropiadamente pintadas en telas y lienzos durables,  y el Santo Cristo, trajo los vasos sagrados y preciosas decoraciones. Para ello, tuvo la ayuda de Doña María Estrada, mujer profundamente creyente y cristiana, era esposa del encomendero capitán  Don  Hernando  Hurtado de Mendoza. Un hijo de los  Hurtado de Mendoza,  de nombre Cristóbal como todo un vástago de español,   quiso ser cura, sus padres   tuvieron que dar en garantía la casa, el solar y sus tierras y hasta los esclavos que tenían, para que él entrara al Seminario, se dedicara a sus estudios sacerdotales, recibió primera tonsura en Trujillo el año de 1607, de manos del Ilustrísimo Señor Fray Antonio de Alcega,  posteriormente dejó la carrera eclesiástica, para atender la encomienda de su padre; esto da una idea del grado y magnitud de la catolicidad de esta familia fundadora y de la ayuda que seguramente le prestaron al padre Montero, para los inicios de la catequización y la labor litúrgica. Pudo contar también, con la ayuda de la española Catalina Castañeda, casada con el Capitán Gómez Carrillo, también encomendero de este valle. Y seguramente, haría aportes doña Marina de Ledesma, mujer que fue del Capitán Blas Tafallés, Alcalde de la Santa Hermandad en Trujillo en el citado año, todos ellos profusos creyentes de la fe católica.

Además fue, el primer encomendero de este valle Juan Álvarez Davoín, Alcalde Ordinario de la ciudad de Trujillo en 1630 y también de Maracaibo, casado con María de Saavedra, hija del Conquistador de Mérida Capitán Hernando de Cerrada. Este matrimonio de procedencia lusitana, era profundamente católico, tuvo 7 hijos, en el siguiente orden: María Álvarez Davoín;  Clara Álvarez Saavedra, bautizada el 20 de agosto de 1608; Capitán Tomás Davoín Pereira, casado con Petronila de Alarcón; Catalina Álvarez Davoín,  Juan Álvarez Davoín, a quien le decían el Mozo; Inés,  bautizada el 2 de marzo de 1613, y Margarita Álvarez,   bautizada el 14 de junio de 1614.


             Boceto Cristo en la Cruz. Fotografía y boceto propios de este blog. 


Este grupo de apellidos de nuestros encomenderos, mayoritariamente españoles, proceden de la zona más categóricamente católicas, como lo es Extremadura, donde existe una profunda devoción por la Virgen María; ellos, marcan el historial genealógico y religioso de nuestra comarca, algunos se han extinguido o van camino a su desaparición como: Tafallés,  otros como, Briceños, Mendoza, Saavedra, Graterol, Davoin, Pacheco,  conformaban el selecto grupo de los dueños del valle durante la época colonial, apellidos que persisten hasta nuestros días y que conforman la columna vertebral de nuestra población, y de su  espiritualidad.   La familia más numerosa de toda la provincia, que sentó raíces en nuestra parroquia, los Briceños (descendientes del conquistador fundador Sancho Briceño),  que opacó a los La Bastida (el otro conquistador), sumada a las de los señalados encomenderos,  son las familias genésicas, que fundamentan el sentimiento religioso arraigado en nuestra población desde su comienzo en el siglo XVII, como pueblo de doctrina católica.
En aquella modesta capilla, ubicada en un lote de terreno de la esquina nor-este de la Plaza Real, visitado por el Obispo Alcega,  que a comienzos del siglo XVII, fue asignado a la iglesia, fue donde nuestro primer clérigo oficiaba y servía como espacio para los fieles en el cumplimiento de sus obligaciones católicas y así establecer la estable vida religiosa de esta comarca.  Una vez que se fueron estructurando las Cofradías del Patrono, de la Purísima y San Isidro, por el empuje de las señoras de los encomenderos, se logra avanzar hacia la catolicidad colectiva, imprimiendo y sintiéndose en el valle, la misticidad religiosa que hoy se mantiene.

         En muchas ocasiones se le vería sin su habitual negra vestidura, siempre  abrochada desde  arriba hasta abajo, de esas que usan los eclesiásticos y los legos que sirven en las funciones de la iglesia, para asumir las labores del campo y de su subsistencia. Con la preparación y la voluntad franciscana, en los ratos que se permitía, cultivaba el solar aledaño al templo, para producir alimentos, en lo que lo ayudaban los indígenas, y aprendió de estos, la técnica del conuqueo; seguramente de esta actividad, quedaría por mucho tiempo el cambural y plátano en este sitio, de lo que gustaban los europeos. Los nativos, compartieron con él, sus técnicas comunitarias de labranza y su tierra, sin ninguna aspiración a prebendas o pagos por esta relación humana y solidaria, pudiendo ver en él, una especie de protector y hombre de buenas cualidades humanas, que lo asimilaron como nuevo integrante de su comunidad, frente al español explotador y maltratador.

Tuvo que recorrer  las distintas encomiendas de su parroquia para saber de los aborígenes  a su cargo, estimulando entre  ellos su incorporación a la fe cristiana. Ni los caminos más apartados e inclementes, ni las fuertes  corrientes de los ríos y quebradas lo detenían, no le preocupaban los peligros, fuese a pie o a caballo, para cumplir su labor pastoral, desde La Puerta, Mendoza, Tomón, Castil de Reina, llegar hasta la cima de Pitimay, para salir a la tierra de Cucuruy, o ir a los inhóspitos dominios de Chegué, Portachuelo, Tafallés, Mucutí, atravesar  Comboco o el Chorreron de La Maraquita, ni los sitios más inhóspitos por la cruda intemperie fueron obstáculos para cumplir su deber como pastor. Los sitios más apartados, páramos, montes, valles, vieron pasar el peregrino: padre Antonio; siempre tenía tiempo para atender las tareas de su función ministerial. Tuvo especial cuido con la aldea de Mombom, del Páramo de 7 Lagunas, y anduvo por Jajó y la Quebrada Grande y Timotes fueron los parajes de su misión eclesiástica, fue a organizar y catequizar a sus indígenas.  

Virtualmente, en esta zona tribal de la etnia Timoto, este clérigo entró a negociar la cooperación de los caudillos indígenas para desempeñar su misión; quizás con el cacique Pitimay, el caudillo de los cuatro rangos, asentado   entre el filo este de nuestra comarca y Komboko, o con Chegué, el rebelde de los Xikokes del Páramo, ubicados en el lado oeste, cerca de los Mucutís; o del mismo Kukuruy, jefe de los alfareros de Tierra de Loza, hacia el sur, o el mismo Bomboi en sus predios del valle. Con toda seguridad, estaba informado de los suicidios colectivos de algunos grupos Timotes, ante la imposición del nuevo régimen de esclavitud, otros huyeron a distintos lugares. No era una zona sumisa la que le habían asignado, aunque él, como hijo de un encomendero tenía la experiencia en el procedimiento de conversión de los indígenas.  La forma en que pudo entrar en contacto con los nativos, su tratamiento humanista y sucesivo, y su don de patriarca evangelizador, le ganó el afecto y respeto, al punto que su culto y sus procesiones era encabezados por ellos. 

Una vez calmado el valle, desprovisto de actos violentos y de fuerza armada, fueron viendo el empuje a gran escala del trabajo agrícola en una nueva relación social, hacendado-indígenas agricultores, que acondicionaba y mantenía el apoyo dado por los abnegados religiosos, adoctrinando a los nativos e insertándolos en la nueva cultura. Fueron estos, en su persistente y admirable lucha diaria, los que sentaron las bases para la construcción de este pueblo colonial.

Nuestro cura franciscano, en su visión creadora, se trazó el objetivo de crear un verdadero pueblo de Dios y para la Corona de España; a partir de la habilitación concreta de la Capilla, dotación de sus imágenes, retablos, y del mobiliario y utensilios del altar y para la liturgia, comenzó a organizar y establecer en el área de los terrenos asignados a los indígenas dispersos a orillas del río, e  ir concentrándolos organizadamente, para sus viviendas y en función del trabajo agrícola, en base a la sobre usada cuadricula española, perfilando lo que sería con el tiempo, las calles y avenidas que hoy tenemos, lo que le dio características de pueblo y elementos claros para la socialización de los aborígenes y los nuevos pobladores.

 Entre abril y junio de 1624, recibió la visita canónica y pastoral del obispo Fray Gonzalo de Angulo,   corroborando este prelado que ya se estaba consolidando la concentración de los indígenas y se abría por esta organización de la novel feligresía nativa, la posibilidad de formar nuevos pueblos; gracias a este positivo resultado, pudo sentar las bases para el nacimiento del pueblo de San Antonio Abad (hoy Mendoza Fría). Se debe agregar que en este proceso evangelizador, cooperaron los religiosos padre Salvador Carmona y el fraile Juan de León.  Nuestro clérigo, al final de sus jornadas y luego de evaluar las visitas a las distintas encomiendas, se convencía de la docilidad de la mayoría de los nativos, a tal grado que se quedó varios años al frente de esta parroquia; ellos, compartieron con él, la arepa, la siembra de maíz,  papa, caraota, auyama, chayota, tomate, kuruba, consumiría el tabaco y el chimó que le brindaban, aunque estaba prohibido para los curas,  usaría la vestimenta de algodón y de fique que le proporcionarían los encomendados, que eran producto de su sistema económico colectivista y de subsistencia, que eran gente que solo vivían en la búsqueda de la armonía, amistosos, respetuosos y dignos.

A fines de 1635, por disposición superior, fue designado cura doctrinero de la parroquia de San Miguel de Burbusay, un pueblo mucho más antiguo que La Puerta, el que es considerado como  una reliquia colonial y posee un retablo hecho por el enigmático pintor del Tocuyo.  El padre Montero, por su condición de franciscano,  tuvo mucha conexión con el templo de San Miguel, porque fue fundada por curas de la Orden Franciscana  de  la ciudad del Tocuyo. 

Justo es reconocer que gracias a la labor evangelizadora del padre Montero en los nativos de La Puerta, su espíritu emprendedor y el entusiasmo que puso en toda la organización social del culto católico, favoreció la pacifica actividad económica de los colonos españoles, y la evolución de aquella aldea indígena, para convertirse en la parroquia que hoy conocemos.   Murió, fortalecido por su labor cumplida,  cuando le tocó, recibió la unción del oleo sagrado de extremaunción y expiró dulcemente en la paz del Señor.

Agripina Burelli Garcia de Parra, la Preceptora de la primera escuela de La Puerta.

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