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sábado, 7 de enero de 2023

Antonio Dávila González, la "Surupa"

 Antonio Dávila González, la "Surupa". 


Por: Oswaldo Manrique.


     Isnabus es un pequeño poblado, casi caserío, verde, fresco, lleno de silencio y lentitud, quizás esconde infinitas decepciones, pequeñas y grandes. Es basta la vegetación que brota la tierra, marcada de derrames, chorrerones, quebradas, y por un camino que a pesar de su taciturnidad lo lleva a su respiradero, La Puerta, a unos 5,8 km de distancia y 2,6 km de La Lagunita. 

       Isnabus en lengua indígena significa, campo de cenizas, pertenece al Municipio Urdaneta, estado Trujillo. A mediados del siglo pasado, aún desfilaban los arreos de bestias cansinos que enfilan llenos de hortalizas y ramas, partiendo de Isnabus, acompañados de cierta melancolía, por esta serranía de La Culata. 

      Ella tuvo que buscar otro sendero, hacia otro lugar, hacia tierras más generosas, lo había pensado mucho y lo hizo, sin que ninguno de sus parientes pudiera hacer la mínima muestra de salir a retenerla, así era Nicolasa González, a quien pude conocer hace ya varias décadas, en su casa en los altos de la Escuela La Flecha. 

       Se dice que la gente de Isnabus, es gente montuna, hosca, escasa por el pesimismo o temor o presa de esa hoguera infaltable de supersticiones ancestrales, que la conforman irreductible en terquedad y hasta en lo festivo. Pero hay excepciones, son aquellos que piensan que no es ese el mundo que quieren vivir y disfrutar, se sienten templados con otro espíritu.  Las mujeres deambulan entre lo que permiten los tapiales de la vivienda, el fogón, la cotidianidad de la huerta y los encierros de las vacas amansadas por sus becerros, así van agotando su juventud,  vegetando la nostalgia, apartadas de los más hermosos sentimientos de la vida. Eran tiempos duros, hasta crueles, de los que se procuraba huir,  que arropaba también a los hombres encorvados entre las débiles sementeras, el sofocante sol, y el flaco rebaño de animales. Mucha pobreza y enfermedades. 

Antonio Dávila González, la "Surupa"

       Un día, elevándose por encima de aquella realidad, Nicolasa se despidió con aguados ojos, de sus padres y hermanas, que quedaban en aquel olvidado pueblito. Se marchó con el marido. 

       En Tabay, llegaron a trabajar la tierra. Tabay, es como el hermano menor de Mérida, la metropolitana ciudad estudiantil, son muy cercanos y se complementan. Es una meseta a orillas del río Chama, del estado Mérida, a 1708 msnm, pasa la carretera Trasandina. Tabay, en lengua indígena significa casa de los espíritus. Allá fueron a dar, a nutrirse de ese bello lugar, de naturaleza y virtud de esa que fortalece el cuerpo y vigoriza los quehaceres.  Manuel Dávila, el marido, sabía que la paga en esas haciendas era por lo menos al día y segura. 

       Nicolasa y Manuel, dieron el salto, desde las cenizas, al lugar de los espíritus, a la atractiva entrada a las mágicas cumbres de la Sierra Nevada venezolana. Ahí los hizo llegar la necesidad. Manuel, pudo conocer primero y luego recorrer con sus hijos, sitios como Mucurutan, Mucuy Alta y Mucuy Baja, el Arenal y San Jacinto, zonas rurales de importancia, en donde podía trabajar la agricultura.

      En el pueblo existían varias pulperías y tiendas alrededor de la plaza Bolívar, donde los vecinos van a los corredores y conversan, comen chimó y hasta pueden tomarse un cuello corto de sabroso sanjonero. Peones, conuqueros, arrieros, estudiantes, hacendados, paisanos y visitantes, tenían allí espacios de encuentro y distracción.


      Toñito el tabayero.


      El placentero Tabay, del estado Mérida, es buen sitio para fomentar familia. Allí Nicolasa y Manuel Dávila, procrearon cinco hijos, a quienes pusieron por nombres: Isael, Ramona, Isabel, Olinto y Antonio Dávila González, este último, nació en 1953, nuestro apreciado personaje.  Años después, Manuel Dávila murió en el pueblo que le dio acogida, quedando Nicolasa González, al frente de la familia.  Antonio, habituado desde niño a trabajar, decidió buscar trabajo, en las afueras del pueblo, pero con muchas limitaciones con el jornal. En esas andadas de hacienda en hacienda, escuchó que en La Puerta, había novedosas empresas agrícolas y posibilidad de trabajo, mejor remunerado. 

 Antonio Dávila González, la "Surupa", gráfica 2022.

         El que conoce a Antonio Dávila González, a primera vista se confunde, tiene aspecto de ermitaño, es hombre trigueño, de apariencia hosca, su cara no caracteriza su jovial personalidad, es decente en su hablar, de conversa pausada, el prototipo del andino servicial y agradecido. Se gana el respeto inmediato de su interlocutor, de buen trato.

     Un día de 1971, se atrevió a surcar las cerradas cuestas del Páramo. Siendo mayor de edad, se despidió de Nicolasa, su mamá y se montó con una marusa y algo de avio, en un pequeño "chingo" que lo llevó a Apartaderos, ahí se bajó y fue pidiendo cola en camiones, hasta llegar al destino que se había propuesto.  Entusiasmado por conseguir trabajo, y viajando solo, iba maravillado de ver la hilera de pintorescos pueblos de La Culata. No olvida su paso por Cacúte, el bello Mucurubá, el helado paisaje de Mucuhíes, San Rafael, el ascenso lento y rudo al Pico El Águila, hoy del Cóndor; luego el descenso, hacia La Venta, Chachopo, Timotes, bordeando el rio padre: el  Motatán; fue una agradable experiencia que aun guarda en su arsenal de recuerdos.

Antonio Dávila González, la "Surupa", gráfica 2020.

    En La Puerta, lo llaman la "Surupa", y no sabe quién le puso ese mote;  vocablo hindú que significa hermosa; pero para las conversas de los andinos, se trata de un pequeño escarabajo; sin embargo, a pesar del tiempo asentado en esta parroquia, se siente muy tabayero o tabayense, como agrade mas.

     Hizo un pequeño recuento, en relación a su llegada a La Puerta, <<A los 18 años llegué a trabajar en los champiñones y para aquel año era un trabajo fuerte, mucho trabajo, yo estaba joven.  Recuerdo que el Gato Luis y Esteban eran los jefes inmediatos y el señor Clemente Alarcón, y el poeta Tista Araujo, eran también obreros, porque era una compañía muy grande>> (Conversación con Antonio Dávila. Plaza Bolívar de La Puerta. 29 enero de 2022). Siendo joven agricultor, pudo adaptarse rápidamente, al sistema de trabajo de la compañía, ubicada en la finca El Pozo, cercana a La Flecha, en donde hubo un importante desarrollo agroindustrial.  

      No recuerda cuántos años laboró en la champiñonera, sin embargo, una dura realidad le tocó vivir a Dávila, <<Le confieso que yo lo que quería era trabajar, me vine sin estudios, yo no estudié,  no sé ni firmar>> (ídem); en esas condiciones, no se achicopaló, preguntando por aquí y preguntando por allá, fue aclarando la oscuridad. Lo formó la universidad de la vida, corrió con suerte.

Antonio Dávila González, la "Surupa", gráfica 2020.

      Su mamá al poco tiempo, también se vino a vivir a La Puerta, específicamente a La Flecha, donde tenía una parcela que sembraba y la casa; los hermanos de Antonio murieron todos en Tabay, menos Isael. Nicolasa González, murió en La Puerta, orgullosa mujer, jamás regresó a Isnabus, pensaría “chivo que se devuelve se’snuca”.

     En los espacios del sector El Pozo, y La Flecha, entre los compañeros y nuevos amigos, fue aprendiendo el trabajo y cómo se llamaban las cosas, los materiales, las maquinas, los implementos y las fases, en la producción champiñonera, rememoró que, <<en esta empresa Interagro, estábamos como 30 trabajadores>> (ídem). Acoplados al régimen de la unidad de producción agroindustrial. Esta Parroquia, quedó impactada por este emprendimiento de nuevo cultivo.

      Pero llegó un momento lamentable, el cierre, que fue como un golpe clavado en la espalda y le brotó la nostalgia, lo describe con sencillas y parcas palabras: <<Un día se acabó la compañía, porque ya no producía y me fui a trabajar a Los Teques>> (ídem);  se empinó, se elevó por encima de esa tristeza y se fue al centro del país.

       En asuntos de vida personal y afectiva, Antonio cultivó fervorosamente el amor con una joven nativa de La Flecha, de nombre Edicta Albornoz, con quien hizo pareja y procreó cinco hijos Adela, Yaritza, Yoselin,  Frank, y Yuma Albornoz, que ya son adultos. Este tabayero, echó raíces en La Puerta. 

      Antonio el tabayero, el tabayense o la "Surupa", como afectuosamente algunos lo llaman en el pueblo, ya se acerca a los 70 años de edad, y sigue trabajando limpiando solares y jardines en las casas de La Puerta, y expresando su frase de todos los momentos: -¡Muy importante! ; así persiste en su afán de trabajar y continuar sirviendo a la comunidad.

La Puerta, diciembre 2022.

omanrique761@gmail.com 

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