domingo, 30 de mayo de 2021

Ramón Volcán El "Cholo" (Dirigente campesino de La Maraquita)

 

Ramón Volcán  El "Cholo" (Dirigente campesino de La Maraquita).  



                    Oswaldo Manrique.




La llegada del "Cholito" Ramón, alegró al Patriarca de los Volcanes. 


El patriarca de los Volcanes, lo observa, lo sigue,  lo protege y le asignó el apelativo que sintetizó las características que desde su óptica, él le vio. Cuando ya caminaba y corría y se daba sus botes, le reía las rodadas y caídas,  porque el muchacho era muy robusto, se la pasaba comiendo, andaba careto entre restos de comida y la tierra adherida en sus juegos.  Lo llamó "Cholito".  Si hubo alguien, en los tiempos de ancianidad del recordado montonero, que fue su preocupación y dedicación, fue su nieto Ramón, el hijo de su hija Micaela Volcán con Mario Torres, aunque este no lo reconoció legalmente. Micaela, murió en un accidente en una acequia en La Maraquita.

Ramón Volcán, nació en La Maraquita en el año 1923, murió en enero del 2015, a los 92 años. Ramón era hijo de Micaela Volcán, hija del legendario Mitrídates Volcanes.


Gráfica 1.  Ramón Volcán, acondicionando el dique, en lo alto de La Maraquita, para surtir de agua al pueblo de La Puerta, obra realizada por Mitrídates. También, de dicha faena se coordinaba para el riego agrícola de la zona. Fotografía cortesía de Oscar y Ayarid Volcán.

El sentimiento paternal resurgió en Mitrídates, con mayor tolerancia, y sus expresiones fueron para el recién nacido.  Se preocupaba por el niño, que no le faltara nada en su cuido y crianza.  El Cholito, fue a la escuela, todas las mañanas se paraba temprano para ir a La Puerta, a estudiar en la escuela de primeras letras; le cumplía al abuelo, pero le gustaba trabajar en el campo. El abuelo procuró entusiasmarlo, y lo incentivaba, le iba dando de acuerdo a su parecer, animales domésticos, gallinas, puercos, pavos, ovejos para que los fuera criando, luego le regaló vacas. Cuando llegó a la mayoría de edad, el joven Ramón tenía sus propios animales y ayuda para su economía doméstica. 

Esa combinación de sementeras, cercanas a la casa de la familia Volcanes en La Maraquita, con inmediato huerto y un poco más allá, la granja abierta, con la cría de puercos, chivos, ovejos y el espacio de las gallinas, pavos, orienta la cotidianidad de los muchachos. En las mañanas, luego del ordeño de las vacas, para elaborar el queso, la mantequilla, suero, Anita se terciaba la marusa de maíz y subía por el camino lateral izquierdo,  para encontrarse con las gallinas. Era una actividad que había asumido como propia de ella. Disfrutaba echarles maíz, verlas picar y hasta hablar con ellas.

Gráfica 4.  Anita la tuñeca, mamá de Pablo Volcán, empresario de la zona. Fotografía cortesía de Oscar y Ayarid Volcán.


Las miraba, observaba a las cluecas, igual al viejo gallo y a los más jóvenes en sus peleas y correderas, lo que le daba temas para compartir con sus hermanas Vitalosia y Victoria, y los sobrinos. Ya conocía el sonido que despedía cada gallina vieja; a veces, estando frente al fogón, se le escucho un chito, para anunciar cuando iban a cantar los gallos.  Buscaba con tiempo, los huevos, que en cesta le daba a Ramón, el "Cholito", para que fuera al pueblo casa por casa a venderlos. Esto ayudaba a la economía doméstica. 


El abuelo Mitrídates y sus aventuras con el taita Sandalio.


La historia guerrera del abuelo Mitrídates Volcanes, se inició desde su tempranas agitación juvenil, como peón y sirviente al igual que su familia, de un esclavista hacendado en Pueblo Llano, pudo percibir directamente en carne propia, el régimen de explotación, lo que lo hizo un ser inconforme, que vio como única opción para el campesino pobre, incorporarse a las tropas de los caudillos revolucionarios que andaban por la cordillera, que defendían a la facción de los liberales o bien a la de los “godos” o “ponchos” Araujo-Baptista, lo que era una constante lucha guerrillera por dominar el poder político en la región andina. 

Gráfica 3.   Cornelio, hijo de Mitrídates, muy buen labriego pero era mudo, a su lado, su sobrino Ramón el Cholito, Pedro hijo de Anita Volcán y Martín Sulbarán, Carlos Volcán el profesor, recientemente fallecido, y Oscar Volcán. Fotografía cortesía de Oscar y Ayarid Volcán.


Cuando se incorpora a las huestes de campesinos, peones, compadres, indígenas, parientes, socios y gente en situación precaria y sin futuro, del afamado Sandalio Ruz, lo hizo porque vio que estaban sus iguales, en las mismas condiciones socioeconómicas. El jefe, republicano nacionalista perteneciente al bando de los ponchos, defensor de la Constitución y de ideas allí plasmadas, era la de construir la república de los buenos ciudadanos, es decir, aquellos que deben tener propiedad, todos los buenos ciudadanos debían tener su propiedad, con la cual trabajar, de la cual vivir, obtener ingresos y sostener a su familia y prosperar. 

Su idea giraba en que cada campesino tuviera su parcela de tierra, su siembra y sus animales, especie de granjeros, pero a la vez, ese campesino era un soldado del caudillo, defensor de sus derechos. Se era parcelero y se era soldado, se era arrendatario y se era tropa, para la defensa de la propiedad, de lo que considera suyo, lo propio, campesino y tropa, a la vez, ese era el concepto de ciudadanía republicana. 

El sistema de propiedad que propugnaba el coronel Ruz, era que la tierra es de quien la toma, desforesta, la prepara, la siembra,  consigue el riego y la hace producir, bien porque la compre, herede o la ocupe en buenos términos. La propiedad bien lograda, con esfuerzo, eso lo fue amasando en su pensamiento, y en su juventud madura, cuando los ponchos se habían consolidado en el poder, y hubo calma social en el país, comenzó a hablar con sus compañeros guerrilleros y sus colaboradores cercanos como Pedro Torres, cuevas y otros, su idea de ocupar para sembrar un área de tierra selvática, inhóspita, de zanjones y de deslave, que no la sembraba nadie, perteneciente al antiguo resguardo indígena de La Puerta, y establecerse allí y formar una comunidad campesina. Donde no se pagara arriendo, ni se fuera peón ni sirviente ni esclavo. Fue así como se decidió con sus compañeros, tomar la tierra de la Maraquita, con lo que se pondría en propiedad de la misma, son despojar a nadie de lo suyo y siempre respetando al pueblo, que para el justiciero coronel, era fundamental, respetar al pueblo. Esas eran las ideas que sustento este guerrillero agrarista, libertario y nacionalista. 

Aunque nunca se le considero idóneo para cultivar, los hacendados desde que despojaron a los indígenas bomboyes en 1891, mediante un juicio fraudulento, se lo reservaban para ellos. Desafió Mitrídates a la naturaleza y a la hegemonía de los terratenientes, los enfrentó y para que no quedara dudas, fijó y construyó su casa, en un lateral de ese sitio, en el caserío el Pozo, desde donde  podía controlar La Maraquita. Fomentó su familia con Micaela Sulbarán, su esposa, y procrearon a Eleuterio, Carmelito, Vitalosia, Anita y Micaela Volcán, la madre del “Cholito” Ramón,  allí nacieron, allí vivieron, se hicieron adultos y gente de trabajo.

Bajo esas circunstancias geográficas y marco histórico, este antiguo derrame o quebrada La maraquita, en la parroquia andina La Puerta, en el estado Trujillo, Venezuela, cuya rivera servía de primer camino de los aborígenes bomboyes y Timotes, fue desarrollando su idea de lograr una envidiable tierra de labor agrícola; pero además, se fue asentando una comunidad que hoy conocemos como la Flecha y la Maraquita. 

 El nombre de este derrame, surge de sus portentosas características, nace en el Páramo de las Siete Lagunas, y pudo haber sido bautizado con ese nombre por cualquier poblador español en la época de las encomiendas. Lo que se sabe como información de los viejos vecinos, es que cuando la quebrada desbordaba sus aguas en la montaña, desde la cabecera, se escuchaba un ruido muy característico que asemejaba una maraca, que indicaba la fuerza de su caudal, que muchas veces hizo estragos, lo que impedía que se sembrara en ese lugar. Era una zona de deslave, representaba peligro para cualquier inversión. Fueron sus zanjones y farallones de su cauce, el primero, viejo y abandonado  camino indígena que conecta el pueblo de indios de La Puerta hasta su Páramo; al intervenir Mitrídates con sus compañeros, volvió a verse, le realizaron el despedrado, corrección y desmalezamiento  y comenzó a ser usado nuevamente. 

Gráfica 7. Panorámica de la casa materna del Cholito, en la zona de la Maraquita. Cronografía propia de este blog. 


Fue la audacia, el conocimiento y la intervención de Mitrídates y los campesinos que lo acompañaros  en su mayoría montoneros del coronel Sandalio Ruz, que lograron desde la cabecera del derrame, ponerlo al servicio de la agricultura, creando canales y deposito para aprovechar la lluvia, para el riego. De toda esta obra para vencer la naturaleza, tuvo conocimiento Ramón el Cholito, que acompañaba a su abuelo, en estas recorridas, y al morir éste, se encargó de no abandonarla, y mantenerla como fuente de riqueza agrícola y sostenimiento de las familias. Se encargaba del mantenimiento, limpieza, obras civiles del sistema de riego, de la caja de agua, de los canales, luego la tubería; labor comunitaria que le traería cierto respeto entre los campesinos.


El Cholito, sigue la huella de su abuelo en la acción social campesina.

A mediados del siglo XX, muy anciano,  muere Mitrídates, su nieto Ramón, siguió atendiendo los negocios agrícolas del abuelo, además de que tenía su parcela sembrada con buen  cafetal, pero las circunstancias del mercado, lo obligaron a cambiar y fue dedicándose a las frutas, y de pronto, gozaba de un abundante cambural en estas tierras de La Maraquita.

Gráfica 2.  Acto público en la plaza Bolívar de La Puerta, colocación de ofrenda floral al Padre de la Patria, se observa de traje oscuro y camisa floreada a Ramón Volcán, presidente de la Junta Comunal, acompañado del hoy Dr. Amado Araujo, del señor Ricardo Parra y otras personalidades de esta localidad, 1973. Fotografía cortesía de Oscar y Ayarid Volcán.  

Desde joven le gustó la política local. Influenciado por las ideas nacionalistas y libertarias de su abuelo Mitrídates, se incorporó al partido Acción Democrática (AD), en el que militó durante toda su vida. Bien afianzado en su trabajo campesino de La Maraquita, con relaciones en su partido, y con un discurso sencillo, que calaba entre su gente, se le facilitó y se postulo como candidato a Presidente de la Junta Comunal de La Puerta, a los pocos meses, ganó las lecciones, lo juramentaron y asumió el cargo. Esto fue en la década de los años 70, donde realizó una reconocida labor al servicio de los campesinos de la comarca. Trabajó varios años en el dique de La Marquita. En AD, sus compañeros campesinos eran: Eliseo Briceño y Germán Lobo, de la Flecha; Juan Villarreal, del caserío San Pedro y otros tantos de los distintos caseríos y montañas de La Puerta.


De anécdotas y otras narraciones.

Ramón, que siempre fue un jocoso hombre con la familia, y le gustaba comentar las ocurrencias y anécdotas de sus parientes, era un libro de relatos encantadores. Contaba que cuando sus esporádicas visitas, se regresaba su tía Vitalosia a su casa, se le quedaba mirando fijamente su andar,  y sonreía al verla caminar entera como si fuera una joven, y cargando sus 100 años a cuestas. Las mujeres de su familia, estaban enteras y se quejaban poco por cuestiones de enfermedades, estaba en buenas condiciones físicas y de salud,  repetía con sobriedad y gracia:

 - era la gente de antes, era la gente de antes.

Un día estaban reunidos desayunando alrededor del fogón de la casa de Mitrídates, y recibieron la noticia de que su tío Eleuterio, que era un poco lento y algo supersticioso, al parecer, hacia alardes de sus conocimientos esotéricos.  Se había ido a la zona baja, andaba en sus discretas y reservadas misiones de ocultismo y allí, andando a su habitual velocidad, lo atropelló un carro y murió. El comentario en la familia, fue, ya ven, no le valieron los conocimientos que tenia de los poderes para vencer el mal y las otras fuerzas misteriosas. 

Cuando estaba en franca conversa y alguno de los interlocutores metía una mentira, les soltaba: <<Bajú que los muertos pen>>. Era una de sus farsas usuales, para espantar bimboladas.  Si estaba en su casa y veía el día muy nublado, llamaba a la esposa: << ¡Salga Victoria!  que esto está pa’ besar burros>>.


Gráfica 5.  Vitalosia Volcán, con su hermana Anita. Fotografía cortesía de Oscar y Ayarid Volcán.


 Le encantaba escuchar a su taita Mitrídates, sus relatos de la guerra de los 15 días, la insólita y justificada aventura contra el Dictador Juan Vicente Gómez, la Patria es primera.  Aunque con cierta nostalgia, el abuelo los narraba una y otra vez, con pasión, con detalles, como si los estuviera protagonizando de nuevo.  Recordaba, las visitas que le realizaban con bastante frecuencia, los personajes de la política de la región a su “taita”. Era costumbre también ver a los “caciques” y gamonales del pueblo en su casa, pidiéndole opinión a su abuelo.

Gráfica 6.  Vitalosia Volcán (primera de la izquierda), murió cuando tenía 100 años, Victoria Franco esposa de Ramón Volcán; sentada Anita, en la esquina Pedro su hijo, Ricardo Volcán hijo de victoria, también está, Antonio y Carlos Volcán. Fotografía cortesía de Oscar y Ayarid Volcán.


 - ¡Se las comieron todas!  Fue la exclamación de Anita, contándole a Victoria Franco, cuando esta ya se había casado con Ramón Volcán. Anita, -según familiares-, procreó su hijo Pedro, en amores con el hacendado Martín Sulbarán, murió en 1990, en La Puerta, tenía 80 años. Vitalosia, murió contando los 100 años de edad. Se trataba de la tropa de Sandalio Ruz, que llegó en tiempos de inestabilidad nacional, a sus predios familiares. Pero luego de contarle la historia, soltaba la expresión de su reacción e impotencia ante el hecho, y agregó: - ¡y entre esos, estaba papá!  Se desarrollaba la guerra de los 15 días, fue el alzamiento en 1914, contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando éste, comenzó con la entrega a empresas y gobiernos extranjeros las concesiones petroleras y mineras, así como la entrega de gran parte del territorio del Sur de Venezuela. La llamada guerra de los 15 días, fue el acto bélico campesino de corte nacionalista del occidente, más relevante, conducido por los tres varones de la Cordillera de La Puerta. Fueron días de armas, de tiros y machetes en estas montañas, bajo la pisada rápida y polvorienta de las bestias.


La Puerta, mayo del 2021.

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martes, 25 de mayo de 2021

El “Chulo” de Santa Bárbara.

 


Oswaldo Manrique


Algunos años, que no se sabe de su paradero; hemos preguntado por él, han dicho que fue llevado al Hogar de Ancianos de Betijoque. Lo recordamos caminando “antiparabólico” y alegre, ensimismado en su soliloquio festivo, por la sinuosa carretera desde Santa Bárbara, a la “Y”, para llegar a las también empinadas calles de La Puerta. Es todo un simpático personaje de esos que le dan bastante colorido a la vida de nuestra Parroquia, se trata del llamado “Chulo” de Santa Bárbara.

Su nombre, Benito Rangel, nació en 1955, en el sector Santa Bárbara, cercano a El Molino, Parroquia La Puerta, estado Trujillo, Venezuela; su padre, Manuel Rangel, que trabajó como molinero de caña, en el trapiche de Felipe Vieras. La madre, Ubaldina Rangel, una modesta mujer que tuvo la gran tarea de criar a sus hijos con los problemas y condiciones que traen de nacimiento; pero siempre observando las normas familiares y religiosas como toda familia de esta zona andina. La oralidad vecinal, reitera que el apelativo “Chulo”, le llegó, porque en su casa, solo trabajaba el señor Manuel, que era un viejito, y los tres hijos no trabajaban, le decían la casa de los “Chulos”, algunos le dicen a Benito, “Chulito”.

El de gorra azul de medio lado, es Benito Rangel el "Chulito", como fiel devoto, es de los primeros en la procesión de la Virgen de la Paz,  saliendo del templo parroquial de La Puerta.  

Benito, nació con una discapacidad intelectual, por eso lo llamaban “tonto”, aunque perfectamente en su aspecto físico, no es tan alto, de piel blanca, ojos claros, pelo liso, parece hijo de portugués. La gente se burla de él, y él se burla de la gente. Sonríe cuando hace alguna maldad, pero es inofensivo.

Benito Rangel, creció en una modesta vivienda, ubicada entre las ventiscas que llegan del abra serrano de la Culata, y el fresco y húmedo clima que surge del rio Bomboy, en su cauce de norte a sur, sector Santa Bárbara, a unos dos kilómetros de la cabecera o área urbana de La Puerta; compartida por sus padres y sus 4 hermanos, Pedro, Irenio, Trino, y una hembra, que estuvo casada con Pulido, un funcionario que cumplió labores en el  Puesto Policial de La Puerta, murió en Valera. Sus hermanos tan tremendos como él, le hacían la vida llevadera, junto con los afectos de Ubaldina, la madre. Algunos de ellos, han muerto.

Recuerdan vecinos, que de pequeño, lo sacaban a caminar al pueblo, y lo llevaban agarrado de la mano, eran vivencias nuevas para él. Él, como cualquier otro, con esta condición, tiene dificultad para el aprendizaje, el estudio, pero no impedimento para el trabajo, colaborar, comprende a la gente, devoto católico y entiende a la gente cuando se comunica con él, sin burla.

Siendo la discapacidad intelectual, la deficiencia en el desarrollo humano, más común, es de las condiciones que menos apoyo tienen por parte del Estado y la sociedad; tal como lo explicó Galeano, se invierten más en la cirugía estética, para obtener belleza ficticia, y muy poco en aquel tipo de necesidades. Cuando se le escapa a la familia, siempre se va a La Puerta, se pone a beber miche y se pone a hacer barrabasadas, como si fuese un niño y ya pasa de los 60 años de edad. Duerme en la calle, en la plaza.  Es uno de los personajes del pueblo, que menos fotografías tiene. Los que no lo conocen,  piensan que es un peligro y le dicen a sus hijos, que pasen rápido a la acera de enfrente, para no encontrárselo; cuando es simplemente un ser humano pacifico.  

¡Maiiiaaaa! ¡Maiiiaaaa! Es su grito de llegada, el anuncio de su presencia, siempre se le escuchará esa palabra en alta y afincada voz; se dice que es su manera de expresar Virgen María o Santa Maria, de la que es gran devoto, va a misa y le presta atención a la palabra del cura oficiante, y no se pierde las procesiones de la Virgen de la Paz, y San Isidro. Se le podía ver su alegría, y conversarlo en las festividades religiosas.

“Chulo” algunas veces, es tremendo; cuando existía el negocio de billares y esparcimiento, donde el “Gato” Cesar, en la entrada de Santa Bárbara, los ociosos para divertirse, le ofrecían un palo de miche al Chulo, para verlo hacer alguna maldad; en una oportunidad, le pagaron un trago para que le metiera un golpe a un señor muy mal encarado, que había estado en la cárcel por homicidio; el “Chulo”, fue y le dio un fuerte puñetazo al hombre por la espalda, que lo cimbró, y molesto el golpeado, comenzó a desafiar a todos los presentes para que dijeran quién había sido el de la gracia. El “Chulo”, no habló, y quedó como comentario del pueblo, por mucho tiempo. Muchas anecdotas se pueden contar de él.

Camina mucho, a veces anda con un pedazo de palo como garrote. Acostumbra usar una gorra, que siempre lleva de lado, como si se le fuera a caer;  es amigo de todos, hasta de los que golpea por encargo. Sin duda, que esa es la forma con la que el “Chulito” en La Puerta, logró superar las adversidades, las burlas, discriminaciones y el aislamiento social. Larga vida al Chulito de Santa Barbara.

La Puerta, mayo 2021.

Omanrique761@gmail.com



domingo, 23 de mayo de 2021

Manaú, con raíces indígenas brasileras.

 

Manaú, con raíces indígenas brasileras.

Oswaldo Manrique.

Escribo estas líneas como un tributo amistoso -en vida-, a uno de los personajes de nuestra localidad, que considero muy empático, buen conversador, llama la atención por su manera silenciosa de andar, humilde, trabajador  y sincero en su compromiso; me refiero al popular Manaú.  Su nombre completo: José Nicolás Manaú Araujo.

Nuestro conocido personaje, nació en el año 1936, cuando el bello pueblo de La Puerta, constituía el encanto de su vegetación exuberante, envuelto en el capullo neblinoso que le depara la Sierra de la Culata, y de unos campos cuidadosamente cultivados por sus laboriosos habitantes. Fue fruto de los amores de una joven nativa del Alto de San Juan, de nombre Cecilia Araujo, y de un descendiente de brasileros, Andalecio Manaú. Cecilia dio a luz en La Puerta, específicamente en la casa N° 31, de la Calle Sucre, antiguamente le decían a este sitio, el callejón de los Muertos. 

En la gráfica, de cuerpo entero, nuestro amigo José Nicolas Manaú Araújo, el popular Manaú; a sus 85 años, todavía se siente útil y trabaja, como cualquier jornalero.  

Fue muy preciso él,  cuando dio su nombre completo, dijo me llamó Nicolás, y mi apellido Manaú, con acento en la “U”. Seguidamente como corriendo el velo, aclaró, no es un apellido de origen africano como parece, sino brasilero; dejó entrever que en otras oportunidades había discutido sobre esto. En efecto, la palabra Manaú, proviene de los Manaós, importante tribu indígena existente antes de la llegada de los colonizadores portugueses, ubicada en la región de Manaos, República de Brasil. Como dato interesante Manaú, significa «Madre de los Dioses», en lengua indígena.

Un día de este mes de mayo del 2021, tuve la oportunidad de sentarme a conversar con Manaú, luego de dos años que le pidiera me concediera unos minutos para “echar unos párrafos” sobre su vida. Nos sentamos en la esquina del muerto, en la Avenida Sucre de La Puerta y sostuvimos una amena “alegada”; es un hombre de contextura delgada, mediana estatura, pelo hirsuto, trigueño, sin barba, buen conversador, usa gorra, y botas charqueras; a pesar de sus años, que ya suma 85, tiene buena memoria, sostenía un machete, envainado en hojas de papel; dentro de sus recuerdos familiares, explicó cómo llegó su papá a nuestra Parroquia.

Andalecio, el padre, era un hombre atrevido y de decisiones, cuando estaba cumpliendo el servicio militar durante la dictadura de Juan Vicente Gómez,  porque fue reclutado forzosamente, era normal que se llevaran a niños y jóvenes, lo enviaron a cumplir su obligación en el Central Azucarero Venezuela, propiedad de capital norteamericano y venezolano, el primero en producir azúcar refinado en Venezuela para exportación, ubicado en sector El Batey, a orillas del Lago, Jurisdicción del actual municipio Sucre en el estado Zulia, cansado de la vida inhóspita, era zona selvática,  y hastiado de los castigos que recibía, se rebeló y se fugó, viniendo a parar a La Puerta, donde comenzó a trabajar en los trapiches. Laboró como “adorotador”, es decir, el obrero que envuelve la panela con fajina, hoja de cambur u hoja de bolsas gruesas de papel; según nuestro personaje, también se llegó a envolver en liencillo de bolsa de granos o de harina, de esas con que las señoras se confeccionaban sus ropas intimas, y los hombres usaban como pantalones; era época de mucha pobreza.

En el transcurso de la conversación, nuestro personaje fue corriendo la cortina y testimonió que en su infancia, cursó sus estudios de primeras letras con el Bachiller Stormes, en la Casa de teja, cerca del trapiche; el maestro vivía donde la señora carmelita, en su “Hospedaje y restauran Violeta”, ubicado en una casa contigua a la de la familia Palomares, en la esquina calle 4 con avenida Bolívar. También recibió clases del bachiller Carmelo y de la señora Ada Abreu.

Posteriormente, siguió sus estudios en la otra escuela hasta 3er grado, que hubo en donde hoy están los Ramírez, allí le impartieron clase las maestra Pepita Abreu, la Niña Carrasquero. Cuando la escuela Faure, se estableció en la esquina de la Plaza Bolívar, el bachiller Barrios, era el director, luego fue el maestro Julio Gómez, que mató a Chico Matheus. Recordó que el comedor estudiantil, era una casa donde hoy están los Monederos frente a la Plaza, a un costado del caminito que utilizaban las señoras del pueblo, para bajar a lavar la ropa al río Bomboy.

Apenas con pequeña formación, su papá Andalecio, así como era muy trabajador, fue hombre de severas disciplinas en la forma de trato y respeto a la gente, preocupado por los modales y la limpia indumentaria de los hijos, como por su educación; mientras, Nicolás con varios de sus hermanos y amigos, trazaba en sus sueños lo que quería, así como, en sus andanzas por los parajes mágicos de su terruño nativo. Luego, sus padres lo llevaron a estudiar en un plantel en Bachaquero, estado Zulia, donde cursó el primer año de bachillerato; aquí concluyeron sus estudios formales. 

Desde muchacho le gustó trabajar, lo hizo  en la bomba de gasolina que estaba en la entrada del Hotel Guadalupe, por unos 4 años. Recordó que Manuel la Torre, que era constructor y le daban trabajos para hacer zanjas para puentes, y haciendo los desvíos se  lo llevó a trabajar en Timotes, le pagaban 7 bolívares por día;  ya habían hecho la carretera La Flecha –Timotes; no existían los desvíos de la “Y”, ni el de La Flecha, que los construían para que los camiones de carga, no entraran al pueblo y dañaran la vialidad interna. El jefe de toda esta obra era el Dr. Germán Ramírez.

Llegado a la mayoría de edad, comienza a sentir la necesidad de abrir nuevas perspectivas a su espíritu sediento de emociones y de necesidades económicas. En lo sentimental, descubrió el gran amor que profeso por una joven estudiante y vecina, María Cliofe Franco, quien padeciendo de las mismas estrecheces económicas y falta de oportunidades, se fue con una pariente a otra ciudad. Ya su novia, le había hecho padre, nació su hijo Alirio, que trabajó mucho tiempo en la Fuente de Soda y restauran El Valle, con Kike Matheus, posteriormente fue encargado de los billares. Nicolás, nunca se casó.

José Nicolas Manaú Araújo, el popular Manaú, con su machete bajo el brazo.


La mayoría de los puertenses y el resto de los trujillanos, tradicionalmente siente un fuerte atractivo por la ciudad de Maracaibo. El joven Nicolás, conociendo a una emprendedora mujer de nombre Francisca Barreto, aprovechó y junto con su amigo Cruz Briceño, se fue con esta señora. Llegaron a un pequeña posada donde los dejaron, pero no se alojaron. Su amigo, sabía la dirección de la casa de su coterráneo Martín Rivero, padre de Antonio Lino, y lo buscaron, les orientó para quedarse. En la tierra del Sol amada, vendió café, recordó que andaban con sus termos por el centro de la ciudad, por el mercado, en  los alrededores del hotel, al final del ferry, tenía 24 años de edad. Le gustaba vender aquí, porque llegaba desde la Ceiba, un barco de vapor que conducía a trujillanos contagiados de afanes andariegos y en busca de mejorar económicamente.
 

Trabajó como jardinero del Club Náutico, solo para personas de la alta sociedad marabina.  Buscando nuevas experiencias y opciones de mejoramiento laboral, vivió en Caracas, la Victoria y Tejerías en el estado Aragua, aquí trabajó en una beneficiadora de pollos, estuvo así unos 4 años, procreó con una muchacha de la zona, de nombre Beatriz, una hija.  

Al concluir su periplo por varias ciudades del país, y cargado de experiencias, regresó a la Puerta, bregó  en los únicos sitios donde daban trabajo, en las haciendas de caña dulce, la de Felipe vieras, en Los Barriales, la Cordillera, de Luis Ignacio Araujo, y la Esperanza, de los Carrasquero, aquí en donde está el Parque, la otra, estaba en Quebrada Seca y el Pozo. La de los González, era San Isidro, ubicada en La Flecha. Nos pagaban un real y cuartillo, por cada carga de panela que constaba de 48 panelas y de 24 de las grandes de a kilo. En la Champiñonera de Antonio Ramón Simancas y de un norteamericano que llamaban Mckellen,  estuvo varios años. 

Para aquellos tiempos, los políticos eran por familias, la de Antonio González, que murió quemado, y Chico Matheus, que pertenecían a AD, los Carrasquero que eran copeyanos, también lo era el padre Verde, que se la pasaba armado con su revólver, y propietario de la cuadra Sur de la Plaza, se la vendió a Luis Ignacio Araujo. Los del gobierno fueron don Obdulio Palomares, como jefe civil del Municipio, dueño de la propiedad El Higuerón, detrás del Guadalupe, que colinda con el zanjón del Muerto, de Víctor González. Igualmente fueron Prefectos, Pancho Delgado y el señor Materan esposo de Francisca Palomares, hermana de Obdulio. 

  La Puerta, mayo 2021.

omanrique761@gmail.com 


miércoles, 19 de mayo de 2021

Gitanos en La Puerta, 1930

 

Los Gitanos en La Puerta, 1930.


Oswaldo Manrique

A comienzos del siglo XX, los hijos, de la nueva generación de pobladores de La Puerta, se encontraron con una estampa de familias que se diferenciaban con lo que hasta ese momento habían conocido, en sus predios de correrías y andanzas. Vieron que por la Calle Real, deambulaban hombres y mujeres con indumentarias extravagantes y hablando entre ellos, en un idioma extraño, pero que también hablaban y saludaban en español, eran los gitanos. Caminaban, por las calles y las transversales, y cogían agua, en la 8ª, con sus pimpinas de barro, sus llamativos vestidos; hacia que los niños las siguieran hasta su destino inmediato, la antigua Plazoleta de la Santa Cruz del Calvario, o plaza del Calvario, cerca donde hoy permanece erguida la Cruz de la Santa Misión. Los gitanos en Venezuela como tema, ha sido escasamente estudiado por los historiadores, no se cuenta con mayor información de ellos.

Se estima que a lo largo del siglo XIX, se produce desde Europa, una fuerte migración masiva caló, hacia las colonias americanas. Se ha escrito que son originarios de un pueblo de la India y que se fueron expandiendo por Europa, otros consideran que son de procedencia romaní, por lo menos, las migraciones que vinieron a Venezuela, Brasil y Argentina durante el siglo XX. Por haberlo escuchado recientemente, de descendientes del legendario Coronel Sandalio Ruz, pudimos enterarnos, que existió una legión de gitanos armados y a caballo mentados los “zarcilleros”, que acudieron a darle apoyo en la revuelta antigomecista de la Sierra de la Culata, en 1914; gente que venía desde los pueblos del sur del lago de Maracaibo, que tenía conexión con grupos ubicados en las islas del Caribe.

 Una de las pocas o quizás la única y corta referencia documental sobre este grupo étnico en tierras trujillanas, nos la suministró Ada Abreu Burelli de Rodríguez, dama puertense y docente, quien rememorando aspectos de su infancia, indicó que un dia en los subidos años 30 del siglo XX, llegaron a la Plazoleta de la Santa Cruz del Calvario, de La Puerta, un grupo de personas que por su forma de vestir, andar y de ubicarse con sus enseres y cosas, los identificaban con esa gente extraña de origen desconocido, llamados gitanos. 

Fotografía muy antigua, jóvenes mujeres gitanas con su saya o vestido largo, y en el cabello una pañoleta.

La interesante crónica de la señora Burelli de Rodríguez, tras un corto y grande paréntesis en su vida y la fluidez de su imaginación, comenzó a copiar de forma costumbrista y fresca, lo que hizo el grupo de gitanos, era una especie de feria y mercado, todo bajo un riguroso orden, en el aparente desorden, en aquel terreno hirsuto, en el que vio a todos trabajando, cada uno en una determinada ocupación.

En su hermosa prosa, inicia la descripción del momento de ese recordado encuentro,  <<todo en el pueblo era blanco bajo aquel vello de neblina, que avanzaba rápidamente cubriendo todo. Casas, calles, el valle quedaban guardados como dentro de un fresco capullo. Llegaba como en copos de algodón y mucha gente se deprimía por ello, pero yo veía que todas las cosas se llenaban de gracia, al quedar sumergidas en tan delicada blancura>> (Abreu Burelli de Rodríguez, Ada.  Reencuentro con mi infancia. En: Abreu Burelli, Alirio. Un valle, una aldea, un río. Pág.75). Para este tiempo, en los alrededores de la Plaza Bolívar de La Puerta, a unos 200 metros de la Plazoleta del Calvario, solo existían 11 casas y una pulpería. En uno de los pasajes siguientes de sus recuerdos, aportó lo que significó para ella y para sus amigos y compañeros, la llegada de los gitanos. 


La Plazoleta de la Santa Cruz del Calvario, se convierte en la Plaza de los Gitanos.


Llegaron amaneciendo un día, en sus bestias y burros, cargando con sus bienes principales, la tienda o campamento rustico de armar, que podían levantar en cualquier momento y espacio libre. Burelli de Rodríguez, en sus recopiladas imágenes, encontró una a la que le dio especial significación, <<Una tarde al salir de la escuela…en la plazoleta de la Santa Cruz del Calvario. Nos quedamos cerca…un grupo para ver lo que pasaba… ¿y qué vimos? ¡Gitanos! Habían expandido allí una carpa enorme y estaban todos ellos en plena actividad. (pág. 81). Símbolo esta carpa, de que no estaban atados a ningún sitio ni pertenencia, nada los ataba a esa tierra, estaban eventualmente y solo se identificaban con su grupo étnico que eran: gitanos.

La fascinación que nos dejó la narradora, en su evocación, nos traslada al momento y al espacio físico, mas no le dio importancia a su oriundez, de dónde venían, porque lo extraordinario de su impetuosa llegada y lo maravilloso que hacían al haber llegado derribaba lo demás; continuó su relato así: <<Ya el hecho de ver gitanos en el pueblo de la noche a la mañana era algo extraordinario, pero lo que ellos hacían era también para nosotros muy interesante>> (pág. 81). Con bastante seguridad, si les preguntaban de dónde venían o donde estaban residenciados, respondían que su residencia es el mundo y donde les cogiera la noche. Eran seres sedentarios, errantes, sin sitio fijo para quedarse, compartían donde se lo permitiese la gente buena y tolerante. Muchos de los jóvenes, fascinados y embobados, caían no solo ante la filosofía de  vida de los gitanos, sino por las formas y movimientos atrayentes, así como las zarpas de las mozas gitanas, eran bellas, y de eso, quedaba prendado cualquiera. 

Dentro de esas cosas interesantes que hacían los singulares visitantes, la señora Abreu Burelli señaló: <<Sus comidas ofrecían extraños olores con muy raros condimentos>> (pág.82). Pudo haberla impactado, por ser una niña nuestra narradora, por ejemplo, los olores a fritanga en manteca roja, de pedazos de auyama, tomate y cebolla; es posible que le haya extrañado el aroma intenso del potaje de andrajos o las berzas gitanas, mezclas de arroz, caraotas, repollo y otras verduras, con pedazos de puerco ahumado, que son comidas fuertes para resistir el frío, y las sirven directamente del fogón al plato, para comer calientes. Los gitanos tienen como formalidad, que los asuntos importantes los tratan alrededor de una taza de café, como señal de respeto y de amistad; inclusive los arreglos para acceder al casamiento de las parejas.

En este terreno, más monte que plazoleta, llegaron y montaron su carpa y cerca, mantenían sus animales de carga y los de cría; hoy, en este mismo sitio, está el Centro Comercial Valle Verde, la capilla del Calvario y una pequeña plaza, llamada de los hippies. Eran personas ambulantes, errantes, a donde iban, llevaban todas sus pertenencias, que por supuesto eran cosas sencillas y de utilidad cotidiana. Los que más disfrutaban de estas estadías de los gitanas en el valle del Bomboy, eran los niños  <<desde su vaivén tiraban comida a sus perros y a animales que enjaulados iban llevando de pueblo en pueblo. >> (pág. 81) Los niños entusiasmados con los animales, iban a echarles comida a los perros de distintas tamaños y de extrañas razas, también a algunos animales encerrados, como los monos. A pesar de su manera humilde de vivir, aun en los montarascales, la familia gitana siempre asiste y atiende a sus animales, armándole su corral, porque son una de sus fuentes de vida, siempre tienen que estar bien cuidados, sobre todo para la negociación y venta. Son especialistas en el mundo de los caballos.

En esta antigua gráfica, se puede observar lo que era la vieja capilla del Calvario, La Puerta, Trujillo, en Venezuela.

En la práctica, era una especie de feria ambulante. A Los vecinos y principalmente los niños y jóvenes, les cambiaba la cotidianidad. El primero que los veía daba la noticia a los más alejados, para que acudieran a ver a aquellas personas, que consideraban un evento nuevo o espectáculo circense. Iban a ver aquellos seres excepcionales, diferentes, y los niños gritaban ¡Gitanos! ¡Gitanos! Y se arremolinaban a observarlos, a detallarlos, en todos los aspectos, hombres, mujeres y niños, cómo vivían, qué comían, dónde dormían, y cómo se hablaba, aunque nuestra fina cronista, no lo menciona, los gitanos, dominan a la perfección, el español y su desconocido dialecto, que llaman Caló, en fin, un evento completo y único, que no se podían perder los pobladores. 

Afirmaba con cierto embeleso, que <<En todo eran muy diferentes: sus ropas vistosas, su comportamiento, sus posturas entre ellos mismos>> (pág.82); las mujeres acostumbran a usar su saya o vestido largo como única vestimenta y encima lo que llaman la capa de paño amplia y colorida, también su pañoleta para recogerse el pelo, y en ocasiones especiales, otra indumentaria mas confeccionada. Los hombres, con su traje masculino, a veces con chamarra, una faja gruesa, en la cintura y parte del abdomen, con su habitual capa y sombrero oscuro, que en la práctica, eran elementos de la indumentaria usada por el campesino andino.

Estampa cotidiana de una muy antigua familia gitana. 

El traje más importante de la gitanería, es el de la mujer, su vistosidad y su difusión, es como el símbolo étnico,  es conocido como vestido de bailaoras de “flamenco”, de sevillana o de gitana, arte musical universal; también de la cultura andaluza. Su traje es sencillo, una bata con volantes, bordados y colores muy atractivos, elaborados por ellas mismas, con escotes cuadrados o redondeados, bien ceñidos en el talle, para luego bajar abriéndose con la cadera; la falda y las mangas suelen estar con aplicaciones y volantes. Cuando pasean o van a una fiesta con sus maridos, llevan este peculiar atuendo, junto con su mantón, zarcillos, flores adornando el cabello, muchas veces en dos clinejas, collares, pulseras, las infaltables peinetas y el abanico,  lo que se convertía en un objeto de atracción para las señoras de la comarca.

Quizás lo que más observó la señora Ada Abreu Burelli, como parte del comportamiento y trato con los pobladores de La Puerta,  fue la fina galantería tanto de hombres como de las mujeres gitanas, esa manera graciosa y zalamera de halagar y de agradar a las personas,  lo que llaman: gitanería. Los varones, usan un tono de voz algo subido, acompañado de variadas gesticulaciones, sin embargo, son de los que les gusta conversar en forma muy cercana, casi al oído, quizás para mayor dominio dialogal.

a pesar de ese particular comportamiento y posturas entre ellos a que se refiere la cronista, tienen códigos y normas ancestrales que rigen la moral gitana, eso saltaba a la vista de los pobladores; que observaban que los gitanos que no pertenecían al grupo familiar más íntimo, guardaban cierta distancia. La regla del respeto mutuo, y la reverencia y escucha de los mayores, es algo muy acendrado en su código de vida; asimismo el valor de la palabra y el compromiso entre ellos. El que se veía de mayor edad, o abuelo, era el más respetado o imponía por sí solo, el acatamiento debido del grupo, sin embargo, se les respeta por ser los de mayor experiencia y mayores conocimientos. A algunos de ellos se les llama “tío”. Es una sociedad patriarcal. .

 No era de sorprender, que a estos seres, se les pegaran arrieros, viajeros, aventureros, contrabandistas, salteadores y aquellos pobres de espíritu y de bienes, que les tocaba vivir por los caminos, que coincidían con la forma sencilla y alegre de vivir los gitanos. 

Al llegar la noche, guardaban las mesas, varias sillas, tal vez la guitarra, un brasero, una lámpara de barro y unos pocos útiles de cocina;  se entiende que todas aquellas que podían trasladar sin problemas, el nómada grupo. Extenuados los gitanos por lo azaroso de la jornada, al no llevar camas, lo que más deseaban era tirarse en  algún espacio felpudo o alguna estera o colchoneta o manta para dormir normal en el suelo dentro de la carpa y entregarse a Morfeo, abrumados por el frío, la niebla y el agradable rumor de los caballos y mulas comiéndose el pasto.

No sabemos si es coincidencia, o forma parte de la tradición, que desde los años 70 del pasado siglo, en esta Plazoleta, se estableció una especie de mercado los fines de semana y en temporadas altas de turismo, donde se acercaban a vender sus mercaderías algunos artesanos venidos de distintos pueblos del país, que tenían su ruta anual de ventas, por lo que se le ha llamado la placita de los Hippies. Realmente, de esos artesanos, no quedaron expresiones culturales de sus pueblos, solo mercadería norteamericana, colombiana y de algunas maquilas. Al frente, donde hoy está el Centro Comercial Valle Verde, era el sitio de los parques mecánicos, de la caseta de baile y las mesas de juego y también de comida, que se levantaban en las fiestas de enero.

Escena familiar gitana, sentados sobre un fardo o alfombra, y un niño bailando.

Nuestra feliz narradora, nos entusiasma cuando escribe: <<Los Gitanos, algo digno de verse. >> (pág. 81). En efecto, eran polifacéticos, podían estar cantando o tocando guitarra y a la vez, atendían la venta de toda clase de adornos y mercadería colorida que traían, pañuelos de colores, mantillas, anillos, collares, cintillos, peinetas, pañoletas, abanicos, y bisutería de cualquier tipo.

Además de la venta de baratijas y el juego de bolos, una de las atracciones que más le gustaba a los campesinos y a los residentes, era el de las mesas de “matute”, que montaban los gitanos, donde se presentaban a apostar y jugar unos señores muy serios y bien trajeados. Eran los que jugaban fuerte, baraja, dados y cuanto juego se les ocurriera poner, tahúres.

La clarividente, guía de felicidad y prosperidad.

Cumplían su misión angelical de revelar predicciones Las mujeres y de forma marcada las jóvenes, el color de su piel y su cabello siempre largo, siempre iba acompasada del movimiento de sus cuerpos, eso que llaman “salero”, virtud esta que han cantado muchos poetas, coplas, que muchos hemos escuchados al son de la guitarra y los golpes rítmicos.  Ada Abreu, en su <Reencuentro con mi infancia>> relató que la vez que fue a verlos, había una jovencita <<de cabellos largos, leía en la mano el futuro de los curiosos que los rodeaban>> (Abreu Burelli, Alirio. Un valle, una aldea, un río. Pág. 81). Esta estampa, es una de sus atracciones principales. Ellos son supersticiosos, se vanaglorian de saber usar de la talismanica piedra de imán, algunos la llevan colgada al cuello, la llaman “Bar lachi”, “la piedra preciosa a la que se le pega la aguja”; inclusive, para los graves problemas económicos y de desamores o el mas difícil, recomiendan un remedio a base de ralladura de piedra de imán, en aguardiente, con eso se eliminan los obstáculos y contrariedades. Desde tiempos inmemoriales, se les ha calificado como expertos en la quiromancia. Para las mujeres mayores, y las jóvenes, adivinar la buena ventura es su actividad primordial, destacan en eso, y lo han convertido como su principal fuente de ingreso económico, las mayores, llevaban en su cintura una pequeña cartera femenina y delicada, que llaman kisí para el cobro de sus adivinaciones, aunque sean producto de picardías y triquiñuelas o  falsear situaciones y de mentiras, embaucadoras, sobre todo con la lectura de las manos.

Estampa folclórica de jóvenes gitanas, en época mas reciente.

Dentro de sus creencias y supersticiones, según el investigador argentino  Facundo Bochatay (https://www.emagister.com/), en la cultura gitana, encontramos como elementos importantes, los siguientes: creen en la fuerza enorme de la buena suerte, de los amuletos y talismanes, asi como del poder de las maldiciones. Del conocimiento de su cultura ancestral y mágica, tienen mucha fe a los rituales de curación, porque valoran la existencia de la mala suerte, que llaman “bibaxt” y de “muló”, de los espíritus sobrenaturales.

Usan una especie de guía de superstición, con el denominado “Marimé”, que son aquellas circunstancias en las que se manifiesta alguna situación de impureza, asquerosa, o sucia, como cuando se les cae un cubierto al piso, no debía ser usado y si caía debajo de las piernas tenía que ser botado; algo similar ocurría con las piernas de las mujeres que no debían estar a la vista.

Para concluir, la señora Abreu Burelli de Rodríguez, resume que aquella estadía era, <<Toda una fascinación para los habitantes del lugar, quienes sin mucho entusiasmo debían retirarse a continuar sus quehaceres: arrancar papas, hacer las compras en las pequeñas pulperías o llevar las cañas al trapiche>>  (pag.82). En realidad su manera de ser, entretenía y eran un espectáculo, para los puertenses de aquella época, era algo fabuloso, digno de ver y apreciar. Los gitanos en diversas épocas de la historia de la humanidad, fueron mal tratados, particularmente en tiempos de la Colonia española, hubo con ellos, incomprensión, racismo e intolerancia.

Durante la primera mitad del siglo XIX, a pesar de los avances del liberalismo, de la revolución industrial y de los derechos del hombre, los gitanos fueron nuevamente perseguidos para que abandonaran el uso de su lengua, modales y forma de vestir, a lo que por supuesto, se negaron. Se estima que actualmente en Venezuela, viven 5.000 gitanos.

La Puerta, mayo 2021.

Omanrique761@gmail.com








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