Oswaldo
Manrique R.
En La Hoyada, entre
calles 2 y 3 de la avenida Páez de La Puerta, existe una cancha que parece una
lengüeta, que hasta hace pocos años (20 años)
sirvió durante los fines de semana, como espacio de diversión y
entretenimiento para personas de distintas edades. Dentro de las mismas instalaciones de la
Gallera de Picapiedras, a todo lo largo de uno de sus laterales, algunos se
dedicaban a lanzar la bola y otros a ver, gritar, soltar números y otros
apostar. Se divertían en este entretenido juego de tumbar los palos, que son
trozos de madera labrada, cilíndrica, vertical y alargada con la base plana
para poder colocarla y sostenerse en el suelo.
Cuadro de pines en posición para ser derribados. Gráfica tomada de elheraldo.com.co. |
Este juego rural
tradicional o versión autóctona que se
juega en Los Andes, consiste en poner al final de la cancha, los tres palos
sobre el suelo y el jugador al lanzar la bola metálica, debe tumbarlas. El
jugador además, de certera puntera para atinarlos, debe tener fuerte brazo para
lanzar la pequeña bola. Este pudiera ser la
forma campesina del bowling o boliche norteamericano mecanizado, con la
diferencia que este es un juego de salón, con mayor cantidad de pines o piezas
de madera, que se derribaran mediante una pesada y gruesa bola, deslizándola
por un carril. La cancha
de Bolos tiene una dimensión de 25 a 30 metros de largo, por 2 metros de
ancho. Son tres palos de madera; el que
tumbe más bolos es el que gana, es decir, el que primero llegue a 100 tantos o al número de tantos que
se establezca en la partida.
Los bolos se juegan desde los tiempos del imperio romano y
de la sociedad del antiguo Egipto y la griega. Se estima que hace unos 2 mil
años, lo jugaban las legiones romanas, que implicaba lanzar objetos de piedras
tan cerca como fuera posible de otros, posteriormente pasó al Reino de España, donde se adoptó en diversas
modalidades, siempre con el nombre de Bolos,
y lo trasladó a sus colonias americanas, entre ellas a Venezuela. Algunas partidas son difíciles, porque se
ejecutan tirando la bola directa al lateral de madera, golpeándolo con mucha fuerza
para lograr derribar los palos. En otras partidas se premia al que lance los palos lo más
lejos posible tras el impacto con la bola, y otra modalidad es la mezcla de
estas dos formas. En las fiestas de enero, las del patrono San Pablo y la de
la Virgen Santísima de la Paz, así como,
en semana santa, se montaban improvisadas canchas en varios lugares del pueblo. En el bolo de Picapiedra, la bola
que lanzaban, era una bola de las que se utilizan en el juego de bolas
criollas.
Bola para derribar los pines, bastante parecida a la usada en el deporte de bolas criollas, que se estila en algunos lugares.Gráfica tomada de elheraldo.com.co. |
En el Páramo, hasta el siglo pasado,
hubo Bolos más pequeños como el del Tío Raimundo Ramírez, ubicado en La
Cabrera, cercano al Xikoke. Tenía las
siguientes medidas: 10 metros de largo, por 1 metro de ancho, los palos y la
bola eran de madera. Muchas veces se escuchó gritar a los divertidos jugadores
antes de lanzar la bola “tiré y maté, a
un bolívar” o “tiré y maté a una
locha”, dependía lo que se iba tasar la apuesta en el momento. Donde Félix
Ruz, también hubo un Bolito, por lo pequeño y también donde la familia Alarcón,
y el de Los Pozos, donde el amigo Inocencio Aldana, “Chenchón”. Son los cuatro Bolitos, que tuvieron cierta permanencia en
el tiempo. Ya desaparecidos. La cancha
sobresale por lo alargada, y a la
vez, angosto su ancho, hecha con gruesos
tablones de madera, es de forma rectangular; en el páramo, en semana santa se
hace en la Mesa de los Alisos en una franja de tierra llana, sin laterales de
madera; aquí, los cancheros que se recuerdan son el Chenchón y el amigo
Esteban, hermano de Gabriela.
Para entrar en la cancha no se requiere mayor cosa. Los
utensilios y requerimientos son de lo más simples, no se necesitan para lanzar
el juego perfecto –como en el bowling-, los zapatos usados por otros, ni
coloridos uniformes o franelas con la coletilla de “donado por fulano de tal”,
ni lustrosas y sudadas gorras. Para
jugar, se requiere un mínimo de dos jugadores, quienes en su turno, lanzarán la
bola intentando derribar los tres palos, en la forma en que se haya condicionado
la partida. Los mirones y los otros cuadraran sus apuestas, de acuerdo a sus
posibilidades; el asunto es competir y recrearse un rato, mientras se refrescan
con alguna bebida gaseosa o espirituosa.
El ingeniero Felipe Núñez, el de
Mimbate, hace poco me envió como colaboración la siguiente Nota: medidas
aproximadas del bolo de tierra: es un rectángulo de 30 a 40 metros de
largo por 1.2 metros de ancho, techado de zinc.
El juego consiste en tumbar palos colocados al final del bolo. Son
tres palos colocados de manera equidistante en la parte final, los
cuales cada uno tiene un valor nominal, que colocados de izquierda a
derecha tienen el siguiente valor: el primero vale 5 o 6
dependiendo del sitio, el segundo, colocado en la mitad vale 12 y
el tercero vale 7.
En la mayoría de los casos se juegan
partidas de 4 contra 4, donde cada jugador debe lanzar una bola que pesa
8 kilos aproximadamente a una tabla de 1 metro por 0,2 metros, ubicada
en el centro de la parte inicial del bolo. El equipo que consiga tumbar más
palos y alcanzar la cifra acordada de 72 o 100 (acuerdo antes de iniciar
el juego), será el ganador.
Otra regla adicional: el jugador que
logre pasar un palo por encima de un muro ubicado al final del bolo
denominado " matacho", es considerado "mocha" y equivale al
doble del valor inicial
Desde la ocupación
hispana en los Andes, por su sencillez, pudo comenzarse a jugar entre españoles
e indígenas, cuyo mestizaje lo conservó hasta nuestros días, como juego
autóctono en esta serranía, aunque ya se juega con menos frecuencia. En la de
la Hoyada, era fácil encontrar lanzando a personajes de nuestra parroquia como
el zurdo Martínez, al mismo Pica, al gordo Méndez, a nuestro fraternal gallero
el Chivo (Jorge), al tío Gerardo Quintero, a Benito, a Marco, el del frente, a Carlos
Viera, Luis Darío y a un
sin número de jugadores tradicionalistas, “lanzando el brazo”.
La
cancha de bolos de Picapiedras, donde libertariamente asistíamos desde jóvenes,
un drástico día, a finales de la década de los 90 del siglo XX, se presentó un Prefecto de Valera (nativo de La Puerta), armado como Rambo y lo cerró, prohibiendo su
reapertura y acabando con el tradicional juego, alegando que era ilegal. Después
de varios siglos de estar jugando bolos en esta vieja comarca, de que se transmitiera
de padres a hijos las reglas del juego, nos enteramos que era ilegal. Se ven cosas que
nos pueden sorprender. Lo de la eliminación de la actividad gallística en La
Puerta, lo explicaré en un próximo artículo.
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