Oswaldo Manrique R.
Rendir tributo a los hombres que, como el
trujillano Fabricio Ojeda, dedicaron la
vida entera en favor de su pueblo, antes que enaltecer al desaparecido, es
honra ilustre para quienes consagran su recuerdo. Escribir o hablar sobre Fabricio, significa reivindicar
toda una trayectoria de lucha y pensamiento rebelde y libertario, de por sí
vigente y vinculada a la América Latina y Caribeña, en la necesidad actual de ir fomentando esa
construcción teórica conceptual que encamine a nuestros pueblos por senderos
mejores de vida, soberanía y dignidad. También es, todo un venero de historia,
poesía y luz, en momentos de alucinante incertidumbre.
En un artículo que publiqué sobre la
pavimentación y acondicionamiento de la carretera Mendoza-La Puerta-Timotes en
1958, fue una propuesta principal que llevó Fabricio al Programa de Gobierno
del Vicealmirante Larrazábal, con lo que se pretendía romper el cerco económico, el atraso, el aislamiento, y la incomunicación de La
Puerta con los pueblos de Trujillo y con el resto del país, esto le daba nuevas
expectativas de progreso.
Fue un marcado ejemplo por sus ideas,
por su experiencia política, humana y militante en nuestro país, de alternativa
política de avanzada, tenía su propia tesis de la revolución verdadera, sobre la
lucha de liberación nacional, la mentalidad de poder y la nueva democracia popular, tenía su
postura particular –muy obviada hoy-, acerca
del militarismo y el bloque cívico militar,
a la par de tener una visión latinoamericanista, basada en un internacionalismo y geopolítica
muy genuina, debido a ser un hombre bien ubicado en su ideal de Patria y muy estudioso de las realidades y la política
de su tiempo.
En mis estudios de varios años, sobre
este personaje, sin mediar aspiraciones academicistas, he concluido que, es uno
de los trujillanos ejemplares, que mejor ha elevado y enaltecido nuestro
gentilicio, marcándolo sobre todo de mucha
dignidad. Hoy, en conmemoración de los
53 años de su partida, no me voy a unir
a los luctuosos tinterillos del relleno periodístico, sino que voy a compartir
una cuartilla de la Biografía que elaboré (consta de más de 250 páginas) sobre
Fabricio, el de carne y hueso, que refleja un aspecto alegre, entusiasta y poco
conocido de su vida: su infancia.
Picho, el hacedor de
pelotas de trapo. El Titán de la batalla de zamuracas y papagayos. Los “vagamundos”
escueleros.
“…Se inclinó desde niño
a ejecutar actividades físicas, deportivas y recreativas, especialmente el
beisbol, con lo cual desplegaba y perfeccionaba su fuerza natural, adquiriendo
soltura y destreza en sus movimientos y acciones, pero también como forma de
canalizar sus inquietudes de la temprana edad, socializando y sonriendo. Estudió en el Colegio de Varones de la
población de Boconó. En rememoración de la infancia, el escritor
boconés Domingo Miliani, en su novela Los Tres Clavo, dedicada a Fabricio
Ojeda, relata actividades que éste
realizaba y le generaban algún dinero, pero a la vez lo divertían ampliamente.
Miliani su amigo, lo llamaba “Picho”. Le apasionaba el beisbol, organizaba
equipos entre la muchachada del lugar. Estaba al día, en cuanto a número de
jonrones, bases robadas, triples y doble plays de los juegos profesionales, así
como en estadísticas de los jugadores del Cervecería Caracas y Navegantes del
Magallanes, los grandes equipos nacionales de la época. La creatividad por
necesidad de los llamados << vagamundos escueleros>>, los hacía
elaborar los bates de jumangue o de naranjo, maderas duras que no rajan tan
rápido; las pelotas se las compraban a Fabricio, que las vendía baratas a sus
compañeros de equipo a “…tres por un real…” (Miliani, Domingo. Los tres Clavo.
pág. 49. Alcaldía de Boconó. 2013); porque además, de las reglas del juego, impuso otras que no estaban en el librito,
pero regla a cumplir, que, el bateador que la perdía le tocaba
reponerla; bola perdida bola pagada.
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Fabricio Ojeda, en plena adolescencia. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio. |
Este oficio desempeñado por “Picho”, tenía su técnica, rudimentaria pero técnica a fin de cuentas. Coser pelotas
de cabuya a mano, requería fuerza, paciencia y precisión; las elaboraba buenas
y por el precio resultaban una ganga, hasta que se incorporó al equipo del
Unión Obrera, donde estaban los peloteros de la Calle Arriba, donde él
vecinalmente pertenecía. Los otros <<vagamundos escueleros>> y
compinches, lo iban a ver jugar y pegar jonrones, contra el eterno rival:
Cigarrilleros del Bandera Roja.
En conversación que tuve con el profesor Evelio Barazarte, su primo, da
fe que Fabricio de muchacho trabajó en
una panadería; también recogían agua en
envases y ollas, en la acequia que había al final de la calle Andrés Bello,
surtida por las aguas permanentes de la Quebrada Segovia, que luego vendían
casa por casa o a quien se la encargara. Igualmente, hace remembranza de cómo en aquellas tardes
acudían a la Gran Colombia o calle larga, una de las nueve flacuchentas calles,
en las que se encontraba organizado el tránsito en Boconó, a jugar pelota caimanera, menos los sábados, que se
convertía en mercado, y las mulas y
burros bajaban de la montaña las cargas de los campesinos, para su venta
o trueque, donde podían cambiar entre muchas cosas, un novillo por una marrana
parida o un burro de silla por un puerco bastante obeso según las crónicas,
método aborigen de permuta de bienes característico de los pueblos andinos,
herencia económica de los kuikas o Timotes. Aquel pueblo de agricultura, cuyas
calles de tierra, sobrellevaban las bestias de carga, como medio de transporte,
tenía su propio campeonato de muchachos beisboleros.
Al
llegar la temporada, como en todo pueblo de provincia, los muchachos emprendían
la elaboración de sus naves intercelestes y aerodinámicas, con los mas
particulares colores y dispositivos de combate, propios de su imaginación. Ahí
destacaba Fabricio, elevando cometas, zamuracas y papagayos. Cuando el viento
estaba parejo y alto, hacían “duelos con hojillas encajadas en madera,
amarradas a las colas de trapo...” (Miliani: 43); y esto, cuando podía, debido
a que ayudaba a su abuelo en el taller de hojalatería. Si no organizaba la
escuadrilla, que era más una caravana de cometas de papeles lucidos y
fosforescentes colores, con largas colas de tela, palpitando en vuelo, se
formaban los grupos de tres o cuatro amigos
para la batalla, con el objetivo de tumbar a los inexpertos o
descuidados en el corte del hilo a tiempo. Eran combates de táctica y
estrategia aérea, de escapes y
persecuciones en el propio techo de las nubes, conocía el curso del
viento, donde la carrera del ponedor en sincronía con el manejo de la pita,
daban el don de la elevación del astro. Los <<escueleros>>, como
les llamaban los vecinos, a veces no iban a la escuela, por presenciar estas
jornadas aéreas, sobre todo cuando “Picho” desafiaba con sus modelos armados de
cuatro cruces de hojillas; “…nadie como Picho para calcular los frenillos de
una cometa nunca se va de lado, los tres hilos quedan en proporción…”( Miliani:
99). Desde los diez años, se notaba su capacidad organizativa y de liderazgo,
su carácter indomable y la perseverancia en sus cometidos…” (Manrique, Oswaldo. Fabricio Ojeda. Biografía. Inédita).
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Fabricio Ojeda, en su juventud, con su primera maquina de escribir manual. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio. |
Reivindicar a Fabricio, seriamente, desde sus ideas, abandonando su utilización
como telón de fondo de demagogos, politiqueros, ansiosos de protagonismos; frenar
su uso, como cédula o patente para obtener dinero, créditos y prebendas, o como jabón que limpia traiciones y oscuros
pasados, es de imperiosa necesidad. Se debe parar, tanta celebración y fiesta
utilizando su imagen, para evadir lo principal: el análisis de su pensamiento. Es hora de enseriar la política y
de debatir las ideas, Fabricio tiene mucho que aportar. Yo, gustosamente
dispuesto, para cuando me convoquen.
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