viernes, 21 de junio de 2019

Fabricio Ojeda, a 53 años de su siembra.



                                                                                                       Oswaldo Manrique R.

 Rendir tributo a los hombres que, como el trujillano Fabricio Ojeda,  dedicaron la vida entera en favor de su pueblo, antes que enaltecer al desaparecido, es honra ilustre para quienes consagran su recuerdo.  Escribir o hablar sobre Fabricio, significa reivindicar toda una trayectoria de lucha y pensamiento rebelde y libertario, de por sí vigente y vinculada a la América Latina y Caribeña,   en la necesidad actual de ir fomentando esa construcción teórica conceptual que encamine a nuestros pueblos por senderos mejores de vida, soberanía y dignidad. También es, todo un venero de historia, poesía y luz, en momentos de alucinante incertidumbre.
En un artículo que publiqué sobre la pavimentación y acondicionamiento de la carretera Mendoza-La Puerta-Timotes en 1958, fue una propuesta principal que llevó Fabricio al Programa de Gobierno del Vicealmirante Larrazábal, con lo que se pretendía  romper el cerco económico,   el atraso,  el aislamiento, y la incomunicación de La Puerta con los pueblos de Trujillo y con el resto del país, esto le daba nuevas expectativas de progreso.
Fue un marcado ejemplo por sus ideas, por su experiencia política, humana y militante en nuestro país, de alternativa política de avanzada, tenía su propia tesis de la revolución verdadera, sobre la lucha de liberación nacional, la mentalidad de poder  y la nueva democracia popular, tenía su postura particular  –muy obviada hoy-, acerca del militarismo y el bloque cívico militar,  a la par de tener una visión latinoamericanista,  basada en un internacionalismo y geopolítica muy genuina, debido a ser un hombre bien ubicado en su ideal de Patria y  muy estudioso de las realidades y la política de su tiempo.
En mis estudios de varios años, sobre este personaje, sin mediar aspiraciones academicistas, he concluido que, es uno de los trujillanos ejemplares, que mejor ha elevado y enaltecido nuestro gentilicio, marcándolo sobre todo  de mucha dignidad.  Hoy, en conmemoración de los 53 años de su partida, no me voy  a unir a los luctuosos tinterillos del relleno periodístico, sino que voy a compartir una cuartilla de la Biografía que elaboré (consta de más de 250 páginas) sobre Fabricio, el de carne y hueso, que refleja un aspecto alegre, entusiasta y poco conocido de su vida: su infancia.     


Fabricio con pocos años de edad, pantalones cortos, al lado de su abuelo materno Don Pedro Ojeda, en la ciudad de Boconó. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio.  


Picho, el hacedor de pelotas de trapo. El Titán de la batalla de zamuracas y papagayos. Los “vagamundos” escueleros.

“…Se inclinó desde niño a ejecutar actividades físicas, deportivas y recreativas, especialmente el beisbol, con lo cual desplegaba y perfeccionaba su fuerza natural, adquiriendo soltura y destreza en sus movimientos y acciones, pero también como forma de canalizar sus inquietudes de la temprana edad, socializando y sonriendo.  Estudió en el Colegio de Varones de la población de Boconó.   En rememoración de la infancia, el escritor boconés Domingo Miliani, en su novela Los Tres Clavo, dedicada a Fabricio Ojeda, relata actividades que  éste realizaba y le generaban algún dinero, pero a la vez lo divertían ampliamente. Miliani su amigo, lo llamaba “Picho”. Le apasionaba el beisbol, organizaba equipos entre la muchachada del lugar. Estaba al día, en cuanto a número de jonrones, bases robadas, triples y doble plays de los juegos profesionales, así como en estadísticas de los jugadores del Cervecería Caracas y Navegantes del Magallanes, los grandes equipos nacionales de la época. La creatividad por necesidad de los llamados << vagamundos escueleros>>, los hacía elaborar los bates de jumangue o de naranjo, maderas duras que no rajan tan rápido; las pelotas se las compraban a Fabricio, que las vendía baratas a sus compañeros de equipo a “…tres por un real…” (Miliani, Domingo. Los tres Clavo. pág. 49. Alcaldía de Boconó. 2013); porque además, de las reglas del juego,  impuso otras que no estaban en el librito, pero  regla a cumplir,  que, el bateador que la perdía le tocaba reponerla; bola perdida bola pagada.



Fabricio Ojeda, en plena adolescencia. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio. 


Este oficio desempeñado por “Picho”, tenía su técnica, rudimentaria  pero técnica a fin de cuentas. Coser pelotas de cabuya a mano, requería fuerza, paciencia y precisión; las elaboraba buenas y por el precio resultaban una ganga, hasta que se incorporó al equipo del Unión Obrera, donde estaban los peloteros de la Calle Arriba, donde él vecinalmente pertenecía. Los otros <<vagamundos escueleros>> y compinches, lo iban a ver jugar y pegar jonrones, contra el eterno rival: Cigarrilleros del Bandera Roja.
En conversación que tuve con el profesor Evelio Barazarte, su primo, da fe  que Fabricio de muchacho trabajó en una panadería; también  recogían agua en envases y ollas, en la acequia que había al final de la calle Andrés Bello, surtida por las aguas permanentes de la Quebrada Segovia, que luego vendían casa por casa o a quien se la encargara. Igualmente,  hace remembranza de cómo en aquellas tardes acudían a la Gran Colombia o calle larga, una de las nueve flacuchentas calles, en las que se encontraba organizado el tránsito en Boconó, a jugar  pelota caimanera, menos los sábados, que se convertía en mercado, y las mulas y  burros bajaban de la montaña las cargas de los campesinos, para su venta o trueque, donde podían cambiar entre muchas cosas, un novillo por una marrana parida o un burro de silla por un puerco bastante obeso según las crónicas, método aborigen de permuta de bienes característico de los pueblos andinos, herencia económica de los kuikas o Timotes. Aquel pueblo de agricultura, cuyas calles de tierra, sobrellevaban las  bestias de carga, como medio de transporte, tenía su propio campeonato de muchachos beisboleros.
         Al llegar la temporada, como en todo pueblo de provincia, los muchachos emprendían la elaboración de sus naves intercelestes y aerodinámicas, con los mas particulares colores y dispositivos de combate, propios de su imaginación. Ahí destacaba Fabricio, elevando cometas, zamuracas y papagayos. Cuando el viento estaba parejo y alto, hacían “duelos con hojillas encajadas en madera, amarradas a las colas de trapo...” (Miliani: 43); y esto, cuando podía, debido a que ayudaba a su abuelo en el taller de hojalatería. Si no organizaba la escuadrilla, que era más una caravana de cometas de papeles lucidos y fosforescentes colores, con largas colas de tela, palpitando en vuelo, se formaban los grupos de tres o cuatro amigos  para la batalla, con el objetivo de tumbar a los inexpertos o descuidados en el corte del hilo a tiempo. Eran combates de táctica y estrategia aérea, de escapes y  persecuciones en el propio techo de las nubes, conocía el curso del viento, donde la carrera del ponedor en sincronía con el manejo de la pita, daban el don de la elevación del astro. Los <<escueleros>>, como les llamaban los vecinos, a veces no iban a la escuela, por presenciar estas jornadas aéreas, sobre todo cuando “Picho” desafiaba con sus modelos armados de cuatro cruces de hojillas; “…nadie como Picho para calcular los frenillos de una cometa nunca se va de lado, los tres hilos quedan en proporción…”( Miliani: 99). Desde los diez años, se notaba su capacidad organizativa y de liderazgo, su carácter indomable y la perseverancia en sus cometidos…” (Manrique, Oswaldo. Fabricio Ojeda. Biografía. Inédita).



Fabricio Ojeda, en su juventud, con su primera maquina de escribir manual. Fotografía colaboración del Lic. Germán Carias Sisco, amigo personal de Fabricio. 


Reivindicar a Fabricio, seriamente,  desde sus ideas, abandonando su utilización como telón de fondo de demagogos, politiqueros, ansiosos de protagonismos; frenar su uso, como cédula o patente para obtener dinero, créditos y prebendas, o  como jabón que limpia traiciones y oscuros pasados, es de imperiosa necesidad. Se debe parar, tanta celebración y fiesta utilizando su imagen, para evadir lo principal: el análisis de su  pensamiento. Es hora de enseriar la política y de debatir las ideas, Fabricio tiene mucho que aportar. Yo, gustosamente dispuesto,  para cuando me convoquen.



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