Los Gitanos en La Puerta, 1930.
Oswaldo Manrique
A comienzos del
siglo XX, los hijos, de la nueva generación de pobladores de La Puerta, se encontraron
con una estampa de familias que se diferenciaban con lo que hasta ese momento habían
conocido, en sus predios de correrías y andanzas. Vieron que por la Calle Real,
deambulaban hombres y mujeres con indumentarias extravagantes y hablando entre
ellos, en un idioma extraño, pero que también hablaban y saludaban en español,
eran los gitanos. Caminaban, por las calles y las transversales, y cogían agua,
en la 8ª, con sus pimpinas de barro, sus llamativos vestidos; hacia que los
niños las siguieran hasta su destino inmediato, la antigua Plazoleta de la
Santa Cruz del Calvario, o plaza del Calvario, cerca donde hoy permanece
erguida la Cruz de la Santa Misión. Los gitanos en Venezuela como tema, ha sido
escasamente estudiado por los historiadores, no se cuenta con mayor información
de ellos.
Se estima que a lo
largo del siglo XIX, se produce desde Europa, una fuerte migración masiva caló,
hacia las colonias americanas. Se ha escrito que son originarios de un pueblo de
la India y que se fueron expandiendo por Europa, otros consideran que son de
procedencia romaní, por lo menos, las migraciones que vinieron a Venezuela,
Brasil y Argentina durante el siglo XX. Por haberlo escuchado recientemente, de
descendientes del legendario Coronel Sandalio Ruz, pudimos enterarnos, que existió
una legión de gitanos armados y a caballo mentados los “zarcilleros”, que acudieron
a darle apoyo en la revuelta antigomecista de la Sierra de la Culata, en 1914;
gente que venía desde los pueblos del sur del lago de Maracaibo, que tenía
conexión con grupos ubicados en las islas del Caribe.
Una de las pocas o quizás la única y corta referencia documental
sobre este grupo étnico en tierras trujillanas, nos la suministró Ada Abreu Burelli
de Rodríguez, dama puertense y docente, quien rememorando aspectos de su infancia, indicó que un dia en los subidos años 30 del siglo XX,
llegaron a la Plazoleta de la Santa Cruz del Calvario, de La Puerta, un grupo
de personas que por su forma de vestir, andar y de ubicarse con sus enseres y
cosas, los identificaban con esa gente extraña de origen desconocido, llamados
gitanos.
Fotografía muy antigua, jóvenes mujeres gitanas con su saya o vestido largo, y en el cabello una pañoleta.
La interesante
crónica de la señora Burelli de Rodríguez, tras un corto y grande paréntesis en
su vida y la fluidez de su imaginación, comenzó a copiar de forma costumbrista
y fresca, lo que hizo el grupo de gitanos, era una especie de feria y mercado,
todo bajo un riguroso orden, en el aparente desorden, en aquel terreno hirsuto,
en el que vio a todos trabajando, cada uno en una determinada ocupación.
En su hermosa prosa,
inicia la descripción del momento de ese recordado encuentro, <<todo en el pueblo era blanco bajo
aquel vello de neblina, que avanzaba rápidamente cubriendo todo. Casas, calles,
el valle quedaban guardados como dentro de un fresco capullo. Llegaba como en
copos de algodón y mucha gente se deprimía por ello, pero yo veía que todas las
cosas se llenaban de gracia, al quedar sumergidas en tan delicada
blancura>> (Abreu Burelli de Rodríguez, Ada. Reencuentro con mi infancia. En: Abreu
Burelli, Alirio. Un valle, una aldea, un
río. Pág.75). Para este tiempo, en los alrededores de la Plaza Bolívar de La Puerta, a unos 200 metros de la Plazoleta del Calvario, solo existían 11 casas y una pulpería. En uno de los pasajes siguientes de sus
recuerdos, aportó lo que significó para ella y para sus amigos y compañeros, la
llegada de los gitanos.
La Plazoleta de la Santa Cruz del Calvario, se convierte en la Plaza de los Gitanos.
Llegaron amaneciendo
un día, en sus bestias y burros, cargando con sus bienes principales, la tienda
o campamento rustico de armar, que podían levantar en cualquier momento y
espacio libre. Burelli de Rodríguez, en sus recopiladas imágenes, encontró una a
la que le dio especial significación, <<Una tarde al salir de la
escuela…en la plazoleta de la Santa Cruz del Calvario. Nos quedamos cerca…un
grupo para ver lo que pasaba… ¿y qué vimos? ¡Gitanos! Habían expandido allí una
carpa enorme y estaban todos ellos en plena actividad. (pág. 81). Símbolo
esta carpa, de que no estaban atados a ningún sitio ni pertenencia, nada los
ataba a esa tierra, estaban eventualmente y solo se identificaban con su grupo étnico
que eran: gitanos.
La fascinación que
nos dejó la narradora, en su evocación, nos traslada al momento y al espacio físico,
mas no le dio importancia a su oriundez, de dónde venían, porque lo extraordinario
de su impetuosa llegada y lo maravilloso que hacían al haber llegado derribaba
lo demás; continuó su relato así: <<Ya el hecho de ver gitanos en el pueblo
de la noche a la mañana era algo extraordinario, pero lo que ellos hacían era
también para nosotros muy interesante>> (pág. 81). Con bastante seguridad, si les preguntaban de dónde venían o donde estaban
residenciados, respondían que su residencia es el mundo y donde les cogiera la noche.
Eran seres sedentarios, errantes, sin sitio fijo para quedarse, compartían
donde se lo permitiese la gente buena y tolerante. Muchos de los jóvenes, fascinados
y embobados, caían no solo ante la filosofía de vida de los gitanos, sino por las formas y
movimientos atrayentes, así como las zarpas de las mozas gitanas, eran bellas, y
de eso, quedaba prendado cualquiera.
Dentro de esas cosas
interesantes que hacían los singulares visitantes, la señora Abreu Burelli
señaló: <<Sus comidas ofrecían extraños olores con muy raros condimentos>> (pág.82). Pudo haberla impactado, por ser una niña nuestra narradora, por
ejemplo, los olores a fritanga en manteca roja, de pedazos de auyama, tomate y
cebolla; es posible que le haya extrañado el aroma intenso del potaje de
andrajos o las berzas gitanas, mezclas de arroz, caraotas, repollo y otras
verduras, con pedazos de puerco ahumado, que son comidas fuertes para resistir
el frío, y las sirven directamente del fogón al plato, para comer calientes.
Los gitanos tienen como formalidad, que los asuntos importantes los tratan alrededor
de una taza de café, como señal de respeto y de amistad; inclusive los arreglos
para acceder al casamiento de las parejas.
En este terreno, más monte que
plazoleta, llegaron y montaron su carpa y cerca, mantenían sus animales de
carga y los de cría; hoy, en este mismo sitio, está el Centro Comercial Valle Verde, la capilla del Calvario y una pequeña plaza, llamada de los hippies. Eran personas ambulantes, errantes, a donde iban, llevaban
todas sus pertenencias, que por supuesto eran cosas sencillas y de utilidad
cotidiana. Los que más disfrutaban de estas
estadías de los gitanas en el valle del Bomboy, eran los niños <<desde su vaivén tiraban comida a sus
perros y a animales que enjaulados iban llevando de pueblo en pueblo. >>
(pág. 81) Los niños entusiasmados con los animales, iban a echarles
comida a los perros de distintas tamaños y de extrañas razas, también a algunos
animales encerrados, como los monos. A
pesar de su manera humilde de vivir, aun en los montarascales, la familia
gitana siempre asiste y atiende a sus animales, armándole su corral, porque son
una de sus fuentes de vida, siempre tienen que estar bien cuidados, sobre todo
para la negociación y venta. Son especialistas en el mundo de los caballos.
En esta antigua gráfica, se puede observar lo que era la vieja capilla del Calvario, La Puerta, Trujillo, en Venezuela.
En la práctica, era una especie de
feria ambulante. A Los vecinos y principalmente los niños y jóvenes, les
cambiaba la cotidianidad. El primero que los veía daba la noticia a los más
alejados, para que acudieran a ver a aquellas personas, que consideraban un
evento nuevo o espectáculo circense. Iban a ver aquellos seres excepcionales,
diferentes, y los niños gritaban ¡Gitanos! ¡Gitanos! Y se arremolinaban a
observarlos, a detallarlos, en todos los aspectos, hombres, mujeres y niños,
cómo vivían, qué comían, dónde dormían, y cómo se hablaba, aunque nuestra fina cronista, no lo
menciona, los gitanos, dominan a la perfección, el español y su
desconocido dialecto, que llaman Caló, en fin, un evento completo y único, que
no se podían perder los pobladores.
Afirmaba con cierto
embeleso, que <<En todo eran muy diferentes: sus ropas vistosas, su
comportamiento, sus posturas entre ellos mismos>> (pág.82); las
mujeres acostumbran a usar su saya o vestido largo como única vestimenta y encima
lo que llaman la capa de paño amplia y colorida, también su pañoleta para
recogerse el pelo, y en ocasiones especiales, otra indumentaria mas
confeccionada. Los hombres, con su traje masculino, a veces con chamarra, una
faja gruesa, en la cintura y parte del abdomen, con su habitual capa y sombrero
oscuro, que en la práctica, eran elementos de la indumentaria usada por el campesino
andino.
Estampa cotidiana de una muy antigua familia gitana.
El traje
más importante de la gitanería, es el de la mujer, su vistosidad y su difusión,
es como el símbolo étnico, es conocido
como vestido de bailaoras de “flamenco”, de sevillana o de gitana, arte musical
universal; también de la cultura andaluza. Su traje es sencillo, una bata con
volantes, bordados y colores muy atractivos, elaborados por ellas mismas, con
escotes cuadrados o redondeados, bien ceñidos en el talle, para luego bajar
abriéndose con la cadera; la falda y las mangas suelen estar con aplicaciones y
volantes. Cuando pasean o van a una fiesta con sus maridos, llevan este
peculiar atuendo, junto con su mantón, zarcillos, flores adornando el cabello,
muchas veces en dos clinejas, collares, pulseras, las infaltables peinetas y el
abanico, lo que se convertía en un
objeto de atracción para las señoras de la comarca.
Quizás lo que más
observó la señora Ada Abreu Burelli, como parte del comportamiento y trato con
los pobladores de La Puerta, fue la fina
galantería tanto de hombres como de las mujeres gitanas, esa manera graciosa y
zalamera de halagar y de agradar a las personas, lo que llaman: gitanería. Los varones, usan
un tono de voz algo subido, acompañado de variadas gesticulaciones, sin embargo, son de los que les gusta conversar en forma muy cercana, casi al oído, quizás
para mayor dominio dialogal.
a pesar de ese particular comportamiento y posturas entre ellos a que se refiere la cronista, tienen
códigos y normas ancestrales que rigen la moral gitana, eso saltaba a la vista
de los pobladores; que observaban que los gitanos que no pertenecían al grupo
familiar más íntimo, guardaban cierta distancia. La regla del respeto mutuo, y
la reverencia y escucha de los mayores, es algo muy acendrado en su código de
vida; asimismo el valor de la palabra y el compromiso entre ellos. El que se veía de mayor edad, o
abuelo, era el más respetado o imponía por sí solo, el acatamiento debido del
grupo, sin embargo, se les respeta por ser los de mayor experiencia y mayores
conocimientos. A algunos de ellos se les llama “tío”. Es una sociedad
patriarcal. .
No era de sorprender, que a estos seres, se
les pegaran arrieros, viajeros, aventureros, contrabandistas, salteadores y
aquellos pobres de espíritu y de bienes, que les tocaba vivir por los caminos,
que coincidían con la forma sencilla y alegre de vivir los gitanos.
Al llegar la noche,
guardaban las mesas, varias sillas, tal vez la guitarra, un brasero, una
lámpara de barro y unos pocos útiles de cocina;
se entiende que todas aquellas que podían trasladar sin problemas, el
nómada grupo. Extenuados los gitanos por lo azaroso de la jornada, al no llevar camas, lo que más deseaban era tirarse en algún espacio felpudo o alguna estera o
colchoneta o manta para dormir normal en el suelo dentro de la carpa y entregarse a Morfeo, abrumados
por el frío, la niebla y el agradable rumor de los caballos y mulas comiéndose
el pasto.
No sabemos si es
coincidencia, o forma parte de la tradición, que desde los años 70 del pasado
siglo, en esta Plazoleta, se estableció una especie de mercado los fines de
semana y en temporadas altas de turismo, donde se acercaban a vender sus
mercaderías algunos artesanos venidos de distintos pueblos del país, que tenían
su ruta anual de ventas, por lo que se le ha llamado la placita de los Hippies.
Realmente, de esos artesanos, no quedaron expresiones culturales de sus
pueblos, solo mercadería norteamericana, colombiana y de algunas maquilas. Al
frente, donde hoy está el Centro Comercial Valle Verde, era el sitio de los
parques mecánicos, de la caseta de baile y las mesas de juego y también de
comida, que se levantaban en las fiestas de enero.
Escena familiar gitana, sentados sobre un fardo o alfombra, y un niño bailando.
Nuestra feliz
narradora, nos entusiasma cuando escribe: <<Los Gitanos, algo digno de verse.
>> (pág. 81). En efecto, eran polifacéticos, podían estar cantando
o tocando guitarra y a la vez, atendían la venta de toda clase de adornos y
mercadería colorida que traían, pañuelos de colores, mantillas, anillos, collares,
cintillos, peinetas, pañoletas, abanicos, y bisutería de cualquier tipo.
Además de la venta
de baratijas y el juego de bolos, una de las atracciones que más le gustaba a
los campesinos y a los residentes, era el de las mesas de “matute”, que
montaban los gitanos, donde se presentaban a apostar y jugar unos señores muy
serios y bien trajeados. Eran los que jugaban fuerte, baraja, dados y cuanto
juego se les ocurriera poner, tahúres.
La clarividente, guía de felicidad y prosperidad.
Cumplían su misión angelical de
revelar predicciones Las mujeres y de forma marcada las jóvenes, el color de su
piel y su cabello siempre largo, siempre iba acompasada del movimiento de sus
cuerpos, eso que llaman “salero”, virtud esta que han cantado muchos poetas,
coplas, que muchos hemos escuchados al son de la guitarra y los golpes
rítmicos. Ada Abreu, en su <Reencuentro con mi infancia>>
relató que la vez que fue a verlos, había una jovencita <<de cabellos largos, leía
en la mano el futuro de los curiosos que los rodeaban>> (Abreu Burelli,
Alirio. Un valle, una aldea, un río.
Pág. 81). Esta estampa, es una de sus atracciones principales. Ellos son
supersticiosos, se vanaglorian de saber usar de la talismanica piedra de imán,
algunos la llevan colgada al cuello, la llaman “Bar lachi”, “la piedra preciosa
a la que se le pega la aguja”; inclusive, para los graves problemas económicos
y de desamores o el mas difícil, recomiendan un remedio a base de ralladura de
piedra de imán, en aguardiente, con eso se eliminan los obstáculos y
contrariedades. Desde tiempos inmemoriales, se
les ha calificado como expertos en la quiromancia. Para las mujeres mayores, y
las jóvenes, adivinar la buena ventura es su actividad primordial, destacan en
eso, y lo han convertido como su principal fuente de ingreso económico, las mayores, llevaban en su cintura una
pequeña cartera femenina y delicada, que llaman kisí para el cobro de sus
adivinaciones, aunque sean producto de picardías
y triquiñuelas o falsear situaciones y
de mentiras, embaucadoras, sobre todo con la lectura de las manos.
Estampa folclórica de jóvenes gitanas, en época mas reciente.
Dentro de sus creencias y
supersticiones, según el investigador argentino
Facundo Bochatay (https://www.emagister.com/), en la cultura gitana, encontramos
como elementos importantes, los siguientes: creen en la fuerza enorme de la
buena suerte, de los amuletos y talismanes, asi como del poder de las
maldiciones. Del conocimiento de su cultura ancestral y mágica, tienen mucha fe
a los rituales de curación, porque valoran la existencia de la mala suerte, que
llaman “bibaxt” y de “muló”, de los espíritus sobrenaturales.
Usan una especie de guía de
superstición, con el denominado “Marimé”, que son aquellas circunstancias en
las que se manifiesta alguna situación de impureza, asquerosa, o sucia, como
cuando se les cae un cubierto al piso, no debía ser usado y si caía debajo de
las piernas tenía que ser botado; algo similar ocurría con las piernas de las
mujeres que no debían estar a la vista.
Para concluir, la
señora Abreu Burelli de Rodríguez, resume que aquella estadía era, <<Toda
una fascinación para los habitantes del lugar, quienes sin mucho entusiasmo
debían retirarse a continuar sus quehaceres: arrancar papas, hacer las compras
en las pequeñas pulperías o llevar las cañas al trapiche>> (pag.82). En realidad su manera de ser, entretenía y eran un
espectáculo, para los puertenses de aquella época, era algo fabuloso, digno de
ver y apreciar. Los gitanos en diversas
épocas de la historia de la humanidad, fueron mal tratados, particularmente en tiempos
de la Colonia española, hubo con ellos, incomprensión, racismo e intolerancia.
Durante la primera
mitad del siglo XIX, a pesar de los avances del liberalismo, de la revolución industrial
y de los derechos del hombre, los gitanos fueron nuevamente perseguidos para
que abandonaran el uso de su lengua, modales y forma de vestir, a lo que por
supuesto, se negaron. Se estima que actualmente en Venezuela, viven 5.000
gitanos.
La Puerta, mayo
2021.
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