sábado, 16 de noviembre de 2024

Francisco Moreno y su ajicero de alto rango.

Por Oswaldo Manrique.

En nuestros pueblos andinos, hay personas que vemos a diario en las calles, mostrando sus productos y desarrollando su actividad comercial; son de espontánea conversación, que nos regocijan contando cómo y con qué los elaboran y además, relatando sus anécdotas, chistes y ocurrencias, su propia historia de vida. Son seres sencillos, cuyo oficio, cotidianidad, costumbres y espiritualidad, identifican lo que llamamos cultura local. Son personajes populares. Uno de ellos, es Francisco Moreno, el picantero de El Molino. 

Recuerda que siendo muy niño, en su pueblo natal Jajó, le llamaba la atención, el respeto y autoridad que daban los señores de uniforme, tanto militares como los funcionarios policiales. Siempre veía por las calles del histórico y rebelde Jajó, uniformados, con botas negras y brillantes, engorrados, transitándolas caminando o andando en bestias o en vehículos. En los actos en la Plaza, disfrutaba de los desfiles, y de la parada castrense, así se le fue metiendo la idea de querer ser militar. En efecto, adolescente abrazó la carrera de las armas. 

Su ajicero de alto rango.

Al ofrecerme en venta uno de sus atractivos frascos, le hable del ajicero indígena de “cuatro fieras del páramo en armonía”, de mi “Nona” Guadalupe de Rivas, y le comenté lo de los trucos de Adriano González León, aquel del frasco bocón de caramelos, los usados en las bodegas, para que se vieran más apetitoso los coroticos e <<imprescindible la tapa de corcho o madera para evitar la oxidación>>; asimismo, para el cuido de este exquisitez <<aunque se traicione la memoria ancestral trujillana, manténgase refrigerado>>, que según él escritor valerano y amante del ají, <<el tiempo ennoblece y le da la categoría de inmemorial>> (Adriano y su ajicero trujillano. En: historiasdesobremesa.wordpress.com), hermosa forma de describir el origen Timoto.

Mientras abre un frasco sobre el mostrador del negocio de Chinto Peñaloza, en La Puerta, para que perciba el aroma, Francisco me va diciendo: <<esto es de alto rango. Le echo verduras nuevas, frescas, vainitas, zanahoria, chayota, diablito y maguey, todo bien seleccionado>> (Conversación con Francisco Moreno. La Puerta. 9-11-2024), ingredientes que se pueden ver a través del frasco. Específica que, <<El maguey tiene que ser el de la mata de cocuiza, que llaman "cabuya", es diferente al otro. Le echo ramas, ajo, cebolla, perejil, el cilantro fraile>>, hizo hincapié en que el cilantro debe ser "fraile". Puedo dar fe, que el aspecto más que atrayente, es hechicero  y su aroma exquisito. 

Vendedor sin apuros, continúa explicando: <<Hasta un año puede durar este picante, porque está preparado con buenos ingredientes y cuidado. Este picante lo hago con yogurt sabroso que se lo compro a una señora colombiana en la avenida 16 de Valera>>; este ingrediente, mejora la culinaria tradicional y hasta el mestizaje. 

Para su cremosidad, nos dijo: <<también le echo suero de Monay, que es muy cremoso y ahí también compro el chirere "pajarito", ese que no tiene pepa, que es el más sabroso y es lo que hace diferente y sabroso este picante>>, son sus palabras.

La lenta elaboración casera.

Como si emulara el proceso, que dictó González León en su <<Código para un buen ají trujillano o manera de mejorar una madre>>, fue dando pautas. Cuando le pregunté cuántos produce a la semana, respondió: <<Así como lo ve en estos frascos, sacar este ají, lleva muchos días de preparación, un mes. Le puedo decir que de ese mes, 8 días son de puro aliño, es decir, de echarle paleta de madera a la preparación, para que quede como usted lo está viendo. Sí, esto es puro puro, de chirerito pajarito>>, esto lo dijo con mucho entusiasmo. 

La historia del picantero.

La historia de Francisco Moreno el picantero, se inició en Jajó el 9 de marzo de 1956, su padre Francisco Briceño,  trabajó en el Ministerio de Agricultura y Cría, muchos años y su madre Rita Moreno (nombre de artista de Hollywood), dedicada a levantar la familia, cuidar los hijos y atender la casa. Tuvo 11 hermanos (Conversación citada). Hizo sus estudios en la Escuela Pbro. Nicolás Matheus, que queda a dos cuadras de la plaza de Jajó, subiendo, al culminar aquí, empezó a buscar nuevos derroteros. 

Desde niño, le llamó la atención lo militar, el orden, la autoridad, y a los 16 años su mamá le tuvo que dar permiso para entrar a la escuela militar. Estuvo 7 años en la Guardia Nacional, en Copa de Oro, eso queda en el Táchira. Hizo su curso militar en la Escuela de Cordero, San Cristóbal. Sirvió en el Cuartel Delicias Ricaurte N° 11. Francisco con su esposa María Emiliana Espinoza, procrearon 14 hijos. Ella falleció.

Al salir de la Guardia Nacional, se vino a Trujillo y trabajó en la Línea de Transporte la 48, en Valera, <<porque yo había aprendido a manejar en el cuartel, manejé busetas entre ella una Titán de Argenis Carreño. Luego trabajé manejando una gandola en la Avícola Mi Pollo, allá en Santa Isabel,  ahí estuve 9 años y finalmente en la Alcaldía de Valera, donde trabajé 20 años y salí jubilado en el 2008>> (Conversación citada). 

Para el picante tiene que ser hecho por una sola mano.

En su amena conversación, dijo: <<Mientras estuve en San Cristóbal, hice cursos de preparación de ponches, comidas y uno, que no pensé me iba a servir en el futuro: el de hacer picante>>, que es su actual actividad económica. 

Vive en El Molino, cerca de La Puerta, y en la cocina que está al final de su casa, es donde produce sus exquisitos sabroseadores andinos, entre ellos el famoso picante de Francisco Moreno. Al despedirse, repitió su frase "para el picante tiene que ser hecho por una sola mano", que lo elabore una sola persona. Lo vende en envases de 250 gramos, medio kilo, un kilo y el galón de 4 kg. Lo comí y para mí paladar, es muy bueno. 

(*) Portador Patrimonial Historico y Cultural de La Puerta

 omanrique761@gmail.com  


 

 

 

 

 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Cuando Bernardino Silva “El Pinto” perdió El Garabato.

 Por Oswaldo Manrique (*)

En uno de los potreros del fértil Valle del Bomboy, a pocas leguas de Valera, por el viejo camino real, al ser observado por la peonada,  solitario y dedicado a la faena, lo desafiaron a pelear, se defendió como buen bregador,  unos golpes al comienzo y su contrincante en el cuerpo a cuerpo le sacó una respetable “marina”, y el muchacho que tenia escondida una navajita de trabajo, se la atravesó por el hombro al contrario, lo que lo hizo huir. Bernardino, demostró asi, su carácter bravío y violento. 

Arsenio el capataz del hato, que veía esto de lejos, echó un escupitajo de chimó, y le farfulló a uno de sus peones de confianza:

-         Póngale cuidao a ese pinto, que no es de fiar.

Unos cuantos años trabajó en “El Hatico” de  Mendoza, donde tuvo faena y lidió con cualquier clase de animales que allí criaban. Aprendió a montar, ensogar, cuidar y amaestrar bestias de carga y de monta, oficio en el que se hizo diestro. Recién llegado aquí en 1862, con apenas 15 años de edad, le tocó enfrentar a quien lo desafiaba a pelear, inclusive con los más fuertes que él; sin duda, en ese medio encontró amistades non sanctas, supo lo que significaba la vida entre capataces y peones del campo y las mismas bestias. En aquellos días, se apiadó de él un viejo peón de barba blanca y sucia, pantalón roto y descalzo, era “Cencerro”, cuidador de los pastizales, quien escuchó comentarios de venganza, y le recomendó:

-         Hijo, váyase de aquí, esto no es sitio pa’ usté.

-         ¿Viejo, pa’ onde me voy? Le preguntó:

-         Busque otro trabajo menos fiero y menos violento, pa’ que pueda seguir viviendo. Estas palabras le desentonaron el día, pero lo llevaron a reflexionar. Era hora de irse a otro lugar. 

El “Pinto” se fue a trabajar a la hacienda de los Terán Labastida en la Cañada de Mendoza, donde duró mucho tiempo bajo las órdenes de otro capataz, quien le avivó la malicia, la vida mundana, el juego, las mujeres y la vocación por la guerra. Aquí aprendió el manejo de las armas, a defenderse con el machete y a disparar, experticia y facultades que lo harían famoso y peligroso, entre las peonadas, dirigiéndolas e identificándose con ellas. 

Bernardino Silva, es uno de los aventureros más atrayentes de finales del siglo XIX trujillano. Hombre de montaña, de contextura fuerte, de orejas agudas, ojos profundos, boca ancha, largos y gruesos cabellos; era de esa clase de seres ermitaños, encerrado en sus predios y con los suyos, un mestizo, con  manchas blancas en la cara y los brazos, lo que le valía el apodo de "Pinto", aunque también le venía por su entrega total al momento de pelear. Dícese que era oriundo de un caserío ubicado entre el pueblo de Santa Ana y Boconó, nació aproximadamente en el año 1847, no faltó quien dijera que había llegado al mundo en Motatán, en uno de los vagones del mismo ferrocarril de La Ceiba. Lo había criado una indulgente señora, que además de fea no podía tener hijos y había recogido a varios niños entre ellos al “Pinto”.

Su corta historia puede encerrarse entre el día cuando apareció por primera vez en uno de los viejos hatos de ganado en el valle de Bomboy, que tuvo como hogar y centro de su aprendizaje de vida. Luego, su integración a los montoneros “Ponchos”; y finalmente, cuando en un grotesco hecho, perdió “El Garabato”. 

Bernardino Silva “El Pinto”, bandolero o rebelde con causa.

Su rostro magro, de mirada fuerte y amenazadora, daba más temor que las manchas de mal de zapa. A pesar de su hosquedad, un día de 1868,  se fue a vivir con una muchacha nativa de “Las Aletas”, y ocupa un lote de tierra impenetrable.  “El Garabato” que fue el nombre que le pusieron al lugar, de topografía irregular, intrincado el acceso, por su frondosa arboleda se creía que allí no se podía criar ni cultivar nada, se consideraba una especie de zona desconocida y fantasmal, un escondite lleno de muchos espantos,  mitos y leyendas.

Con el tiempo, se fue conformando una pequeña comunidad entre cafetales; ubicada al oeste de la antiquísima “Posesión San Pablo”, de los Terán Labastida, y de asentamientos cercanos como “Angostura” y el denominado “Otro Lado” donde había un trapiche, (Briceño Valero, 123),  tenía la ventaja que por senderos y trochas de la Quebrada de San Pablo,  la Serranía tiene salida a “El Mamón”, vía Escuque, también al Quebradón (Cucharito) y Castil de Reyna, múltiples senderos de escape.

Fue deforestando, sembrado su café y construyó su casa de familia, y también le sirvió para el lucrativo negocio de vender animales, sitio al que comenzaron a llamar en forma definitiva "El Garabato". Al ir creciendo la familia, también sus allegados, fueron levantando casas en los alrededores, siempre respetando la vivienda principal de los Silva, núcleo social del apartado lugar. No salía de estos predios, se sentía seguro allí, ante el latente estado de guerra que vivía la región y él formaba parte de ese vic vac, viviendo apasionadamente lo que le gusta a los andinos: la política.

El hecho de que se supiera que tenía tierra en aquella época, le daba dentro del Valle cierto respeto y solvencia, a pesar que su fama de feroz montonero iba por delante. De la lucha guerrillera siempre podía obtener algún pequeño saldo a su favor. Quizás por eso, se integró al grupo de caudillos locales Araujo y Baptistas, que propugnaban la defensa de la autonomía de la región, su derecho de pertenencia, el arraigo a su tierra, y descartó  adoptar las ideas liberales reivindicatorias e igualitarias tan de moda en el tiempo de su juventud.


 “Pinto” el rebelde y temido montonero de los “Ponchos”.

Era confiable y valioso debido a su relación con las poderosas familias Terán y Maldonado. Pertenecía al grupo del general Blas Briceño conocido como "el Chato" o el “Atila trujillano” y desempeñó un papel significativo en causas y victorias de los “Ponchos”. A finales del siglo XIX, el “Pinto” Silva participó como oficial bajo el liderazgo de los Generales Araujo y Baptista, quienes  dominaron hegemónicamente el poder político en los Andes. En 1892, también se alzó con los Baptista, contra el gobierno del doctor Andueza Palacio, en favor del general Crespo.

El 11 de mayo de 1898, Silva participó con los Burelli, Sandalio Ruz, Miguel Delgado, los Palomares, gente de La Puerta y de Mendoza en la toma de Valera, cuando lo del fraude electoral contra el “Mocho” Hernández. Muy amigo de “Calzones Negros” Palomares y del coronel Noé Matheus, que fue jefe civil de Valera en 1897, guerrilleros como él, rápidamente marcha hacia Motatán a reunirse con el general José Manuel Baptista, y se embarcaron en el ferrocarril para batir a machetazos en Sabana de Mendoza, a la tropa del gobierno liberal.

El  arrojo e intervención militar del “Pinto”  con su montonera siempre fueron decisivos en los triunfos de los “Ponchos”. Para él, el mando en Trujillo solo se entendía y aceptaba cuando estaban los “godos” gobernando. Él había hecho juramento de lealtad con ellos.


Recordando el triunfo en Jajó y la descomunal derrota  de  La Mocotí. La segunda paliza que reciben  los “Ponchos” en Jajó.

Cuando ya se ven derrotados y ordenan el "sálvese quien pueda" Silva se fue por la vía del rio Motatán. Refiere el general Perfecto Crespo en sus memorias que  a la altura de la Quebrada de Cuevas,  tiene un encuentro con unos muchachos "nos hicimos unos tiros con una guerrilla fugitiva del célebre Pinto" (Crespo 55); fue en horas de la tarde del mismo 6 de junio de 1898.

Después de esta nueva derrota en Jajó, "Calzones Negros" Palomares había huido hacia el Paramo de Siete Lagunas; sin embargo, lo fue a visitar en la casa. Lo saludó y preguntó:

 - ¿Cómo está el amigo “Pinto”? Este le respondió: 

- ¡Aquí con las manos yertas y los pies como una barra! A buena hora llegás, “Calzones Negros”. Se dieron la mano, sonrieron y entraron a la sala.

- Tarde pero segura la visita pa’ los amigos, aunque ando a “mata mula”, sin descanso. Al caminar, el anfitrión le dice:

- Un “mangas miada” lagartija, me dijo que vos estabas “bajo sombra”. Se carcajearon.  Ambos rememoraron las anécdotas y aflicciones de las dos batallas, la del 92 y la reciente de 1898, que consideró injustificada. Avanzada la conversa, “Calzones Negros” le confiesa que va a "saltar la talanquera": 

- Yo no voy a seguir detrás de los Araujeros, me voy sumar a la tropa del “Tigre de Guaitó”, conversé con él y voy con el grado de oficial y en su Estado Mayor.

- ¿Calzones y qué bicho le picó para ese cambio tan violento y a estas alturas? Palomares le respondió:  

- El general Rafael Montilla Petaquero, se va de campaña y me invitó a unirme a las tropas liberales. Lo cierto fue que aquel, le dio la opción de sumarse a su ejército, para no mandarlo a fusilar por los daños y saqueos a los hacendados liberales; este “Montillero” murió a los pocos años en combate en Los Cascajos, cerca de Carora.  El “Pinto” quedó sorprendido por el cambio del amigo y le dijo: 

- A mi me dio muy mala espina, que el “Chatico” desafiara al ”Tigre”. Con esa derrota en La Mocotí, después de haber ganado en Jajó, fue un terrible descalabro para nosotros que expusimos el pecho en batalla. 

- ¡A mí también! No fuimos a echar pulso, fuimos a machetear cabezas. Fue la respuesta que le dio "Calzones Negros" Palomares.

- Pues yo no pienso saltar la talanquera, a fin de cuentas ya el gobierno me declaró enemigo público.  

- Eso se le respeta “Pinto”.

- Bueno, ya no hay remedio en mi caso; “Calzones”, a lo hecho pecho, aunque nos equivoquemos, debemos correr con las consecuencias.

Las  inoficiosas diferencias internas en los partidos políticos (Ponchos y Lagartijos), familiares y parentales, torcían e infectaban de discordia cualquier ideal o reivindicación justiciera, sobre todo cuando enarbolaban la bandera aquella de la “democracia y el pueblo”.

Lo que también era cierto es que, al “Pinto” andando con el “Chato” Briceño, le había ido bien, lo enseñaron a pelear, táctica  en combate y al final de cada una de las batallas lo permisaban para tomar ganados, muebles y lo coronaban con el producto del saqueo de los bienes de los perdedores. Con los “Ponchos” le fue muy bien económicamente y podía sostener su propia guerrilla, que lo convirtió en un hombre de poder y de respeto por terror, que para cualquier conspiración, levantamiento o revuelta armada siempre había que tomarlo en cuenta. Eran los tiempos y prácticas de los caudillos andinos. 

Enfrenta con su tropa, la dulce revancha liberal. 

Desde que sucedió la batalla de Jajó, la población varonil había emigrado hacia otros lugares de la República, inclusive a Colombia, esta situación animó a todo aquel liberal o amigo de liberales o parientes que habían perdido animales y valores en esas marchas y saqueos del “Chatico” Briceño obligándolos a formarse en grupos y montoneras a fin de recobrar en las tierras del Chatico y sus copartidarios donde  <<la voz pública afirmaba que se encontraban abandonados y que el “Chatico” los disfrutaba y disponía de ellos cínica y tranquilamente como si fueran bienes adquiridos legalmente>> (Gabaldón, 120). Se organizaron grupos armados para la revancha, en varios lugares del Estado.

Como todo montonero, rezaba mucho antes de salir en jornada de guerra. “El Pinto”, no era un hombre común.  Terrible presagio, fue el que le produjo su participación en la batalla de Jajó, donde el “Tigre Montilla” le dio hasta con el chucho en la cabeza al “Atila” trujillano. Para colmo, en la precipitada huida tuvo que echarse plomo con un grupo de jóvenes liberales de Valera, comandado por un muchachito de nombre Perfecto Crespo, que a los pocos años sería flamante general liberal y lo incluiría en sus memorias. “El Pinto” seguiría en sus actividades insurreccionales, ahora como defensor armado contra las arbitrariedades y saqueos de los “Lagartijos”, que venían a recuperar sus bienes y algo más. Su camándula, su bestia aperada, su armamento y demás objetos de campaña. 

Los contrarios, hacendados también, se organizaron, para enfrentar a los revancheros,  <<de donde resultó que, en la cañada de Mendoza Fría y en las riveras del Río Motatán, se apostaron grupos para impedir la realización de la revancha y para matar y atacar a los expedicionarios que se expusieran a su certera puntería. Una de las agrupaciones dichas la capitaneaban los Palomares y la otra, el feroz y terrible Pinto, sobreviniendo escaramuzas de donde resultaron muchas muertes y la subsiguiente zozobra y desgracia del lugar, pues en estos choques no se repararon medios para conseguir los fines>> (Gabaldón, 121).  Según este párrafo, la fama del “Pinto”, en opinión de los “Lagartijas”, era de bandolero, intolerable y de gran dureza.

Al Pinto, lo despachan en El Garabato.  ¡Qué noche tan cruel! 

Supersticioso, pensaba que vendría otro combate final, los “Ponchos” no se quedarían mucho tiempo mascullando la derrota y fuera del poder. Estaba predestinado para morir en combate. Al retirarse las fuerzas vencedoras en Jajó, quedó al mando del Distrito Valera el general Emilio Rivas,  quien comenzó la persecución de los enemigos “Ponchos”. Lo primero que hizo fue llamar al coronel Rivas, no eran familia, y cuando estuvo en el Despacho, habló de las andadas del “Pinto” y le ordenó:

- Coronel necesito que acabe con esa rabia. El otro Rivas, salió a cumplir la orden de su superior. La oficialidad subalterna del general Rivas, estaba integrada por Pablo Emilio Manzanilla, Antonio Rivas, José Miliani, Justo Cadenas, Justo Malavé, Juan Terán, Ramón Rangel y José Antonio Rivas.

La comisión designada por el general Emilio Rivas, le  montó un cerco y una emboscada alrededor de la casa donde se encontraba. Crespo testigo de estos hechos, en su memorial escribió que este, <<envió al coronel Rivas a una comisión al Garabato y cercaron la casa donde estaba escondido Bernardino Silva con algunos compañeros y sus hijos; al dárseles voces de que abrieran la puerta, contestaron con tiros. De aquella refriega resultó herido gravemente el coronel Rivas, quien murió allí mismo y también un hijo del Pinto. Al fin desocuparon la casa y al salir fue reducida a cenizas. ¡Cosas de la guerra!>> (Crespo, 57).  Bernardino Silva vendió cara su vida, cazó al cazador antes de morir, pero  abusando de la fuerza sus enemigos, le destruyeron “El Garabato” objetivo de sus sueños.

Al llamarlo a rendición, jamás pensó en entregarse, y los hijos y sus compañeros estaban decididos a todo, y se echaron plomo con la comisión del gobierno. Les gritó desafiante:

-         ¡Vengan por mí, babosas “lagartijas”!

“El Pinto” se batió a tiros, se molestó más cuando vio caer herido de bala a uno de sus hijos, y recibiendo varios disparos en distintas partes de su cuerpo, les volvió a gritar:

-         ¡Viva el general Araujo y los “Ponchos”, Carajo!  Siguió disparando hasta dar el último sacudimiento y desplomarse.

Uno de los de la Comisión, al ver al coronel Rivas tendido en el suelo,  se tocaba con cierto nerviosismo el bigote,  pensando:

- Pobrecito mi Coronel, le salió el tiro por la culata.  Seguido a la acción de crueldad de los militares del gobierno, el cuadro que dejaron era macabro y sangriento.

Fabricio Gabaldon, en su testimonio sobre esos hechos, explica que los gobernantes liberales generales Espíritu Santos Morales y Rafael González  Pacheco, permitieron dichas prácticas y solo deseaban <<la captura del Pinto y los Palomares para que quedara sosegado y garantizado el lugar, tal como se lo imponían sus deberes de mandatarios; al fin se logró con la muerte que le ocasionaron al Pinto y a sus hijos, desarrollando y poniendo en práctica para ello, como si se tratara de la casa de un animal ladino y feroz, un plan que les dio los resultados que aspiraron>> (Gabaldón, 121) . Esa fatídica noche, la sombra estiró sus alones, en aquel lugar dejó muertos, ruinas y cenizas de casas, montones de ceniza, que solo merodeaban perros hambrientos, buscando despojos de aquella atroz carnicería. “El Garabato”, lo convirtieron en un camposanto sin epitafios ni explicaciones.

Siempre anduvo armado, alerta para lo que se le presentara, de franela y calzones cortos, en la montaña no le faltaba su poncho oscuro y en el cuello un pañuelo colorado. La noche que lo sorprendieron, recibió varios impactos de bala en su cuerpo, uno, dos, tres, muchos, parecía que lo iban destrizando desde su interior, sus piernas se estremecían de dolor, comenzó a tambalearse en silencio y, por fin, se desplomó, seguía agónico, sin quejarse. ¡Lo habían masacrado!

¡Qué dramática estampa! Tirado en el lodazal. Resultado de la crueldad política de aquel momento. Sí, era “El Pinto”: ¡qué yacía detrás de una arboleda, aunque en la desdicha, se le vio eufórico y digno al vender cara su muerte, asi mismo, se le vio en batalla, ¡conocible! Después de un último intento por levantar y disparar su arma, quedó inerte y silencioso. Al amanecer, vecinos y niños que fueron acercándose hicieron rondas fúnebres, lo vieron con gran tristeza, lo conocieron y respetaron como colaborador, amigo, trabajador, una señora que fue con su hijo pequeño, como si fueran compañeros de desgracia, persignándose, murmuró:

-¡Ah pecao, como mataron al  Pinto!

Años después quedaba en el olvido, en aquel hermoso valle, los recuerdos de los alborotos y revueltas, que dieron lustre al nombre de Bernardino Silva, mejor conocido como “El Pinto”.

*

Uno de los temas representativos de la historia social y de la ruralidad andina en el siglo XIX, lo fue el caudillismo local, con sus montoneras, que muchas veces hacían justicia por sus propias manos, guiados por sus propios códigos, a quienes se les llamó bandoleros, forajidos o salteadores de caminos o alzados, sin embargo, su guerrilla encarnaba una respuesta o reacción de carácter política conservadora, de estos campesinos contra la arbitrariedad de los gobernantes “Lagartijos”.

Bernardino Silva “El Pinto” fue un rebelde, figura clave a rescatar y visibilizar que se alzó guiado por sus resumidos ideales: defender sus bienes y la propiedad privada, defender la autonomía de su Provincia, mermada con los cambios de gobierno, y la defensa de su Patria.

(*) Portador Patrimonial Historico y Cultral de La Puerta.

omanrique761@gmail.com 


sábado, 2 de noviembre de 2024

Pablito Villarreal y su testimonio ante el olvido.

Por Oswaldo Manrique (*)

El olvido está lleno de memoria, apuntó Mario Benedetti, a los advertidos. Uno de los elementos interesantes y complejos de los pueblos en el disfrute de su identidad, es el derecho que tienen a interpretar y expresar su historia, a reconstruir su memoria desde su gente, de la de a pie, sencilla y diáfana, a través del diálogo jorungador, eso que conocemos aquí como “alegar sabroso”, cargado de gracia, de humor. Hay personas en nuestros pueblos andinos, en los alrededores de su Plaza Bolívar, a quienes se les reconoce esa cualidad y capacidad de recordación de los hechos, sitios, personajes y saberes de su localidad, incluso, siempre en disposición de atender a sus vecinos y a los visitantes en sus requerimientos de información, son una especie de guías de lugares, conocedores de esa realidad, que impiden sean condenados al olvido. Están aquilatados, difícil dudar hasta de sus dichos alegres, porque toda su vida la han pasado en el pueblo al que pertenecen. 

Uno de ellos, que goza de la virtud de la narración popular y de humor de La Puerta, es Pablo Villarreal conocido por todos como “Pablito”. Mi interés al acercarme a la historia urbana, a la historia de la Plaza, es obtener y compartir la historia sencilla popular y campesina, a través de las remembranzas de uno de sus iguales, de los de ellos, desde sus propias experiencias de vida; en nuestra conversación aunque llevaba un orden establecido, el interlocutor espontáneamente en el transcurso de ella, lo fue interrumpiendo por el flujo espontaneo de sus recuerdos, una anécdota, una circunstancia graciosa y finalmente cambiando. Fueron muchas historias, hechos y personajes para una sola tanda.

Cuando me vio llegar, con lápiz y papel en la mano, tenía cara de alegría porque ya tenía previsto narrarme la historia que seguramente él pensaba que le iba a preguntar: las de hechos y personajes de nuestro querido Páramo de La Puerta. Pero se sorprendió, cuando le comencé a pedir sus datos biográficos, su información de vida y esto le hizo mover el entrecejo y enserió. 

Pablo Antonio Villarreal Paredes, que es su nombre completo,  nació en el Páramo de la Media Loma, jurisdicción de la parroquia La Puerta, estado Trujillo, el 10 de diciembre de 1954, allí en el Sector Las Aguaditas <<en unas casas de paja,  donde vivían los Villarreal por muchos años. Hice mis estudios primarios en la escuelita que tenía el maestro Paulino, cerca de La Popa, donde Marta Briceño, la mamá del doctor Troconis, el famoso oftalmólogo trujillano>> (Conversación con Pablo Villarreal, La Puerta, 25 agosto 2023). Cuando bajó de la montaña, lo hizo para continuar los estudios, en la escuela José Luis Faure Sabaut; llegó a vivir al área urbana de La Puerta, donde fijó definitivamente su residencia en la misma casa que sigue ocupando hoy, ubicada frente a la Prefectura, en la esquina de la Calle 7 con avenida Páez, sitio al que llaman la esquina o el negocio "Donde Pablito". 

El hombre, buen conversador, servicial, culto, educado, desde su llegada se fue ganando la estimación de la comunidad y desde entonces, se le ha considerado buen vecino y ciudadano por sus méritos personales. Con una memoria privilegiada, siempre está presto a testimoniar sobre la historia contemporánea de esta localidad y particularmente la del entorno de la Plaza Bolívar, que ha vivido a cabalidad por más de medio siglo.  Luego de eso, retomó el regocijo cuando comencé a preguntarle sobre “Mano Chico” su padre, sobre la casa donde vive, pero él de una vez con aquella facilidad que tiene el buen conversador fue insertando expresiones muy particulares de personajes, y narrándome una a una con especificidades sus pequeñas biografías, así como hechos tan interesantes,  que no se le pierde a la conversación, nada, en forma alguna.

El negocio de comestibles y otros rubros mercantiles que ahí hubo, fue establecido por su padre Francisco Villarreal y su madre Baldomera, en el que se podía adquirir cualquier elemento necesario para la agricultura o de utilidad para las familias, debido a que "Mano Chico", también comerciante, era agricultor.  "Mano Chico" que ese era el tratamiento que le dieron sus familiares, amigos y clientes al padre de “Pablito”, no le gustaba vivir en el pueblo, siempre vivió en el páramo de La Puerta, allá en "Piedras Negras" y solo por razones de salud o sea por necesidad de atención médica, bajaba a vivir al pueblo.  Considerado una persona a quien consultar, tanto por sus recursos económicos, como por su experiencia, lo requería su gente del Páramo para que los aconsejara para tomar alguna decisión de importancia, personal o familiar o también para guiarse en una negociación o transacción. Siendo útil, figuró en asociaciones de carácter cívico y en pro de favorecer a la comunidad de La Puerta en aquellos tiempos. 

Tras una enfermedad, falleció el día 23 marzo 1982, a los 73 años de edad. Su esposa Baldomera Paredes lo sobrevivió y murió el 1° agosto 1992, con 85 años de edad. (Conversación con Pablo Villarreal. La Puerta, 25 de agosto del 2023).

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En los antiguos exhibidores hechos de ruda madera paramera, hay botellas y envases de vidrio ya en desuso, y el mostrador también de madera, está ocupado hoy por viejos y nalgudos televisores y algunos electrodomésticos, piezas usadas y repuestos, y su gato negro. La otra pared, de fuerte tapial, atiborrada de carteles de propaganda, viejos calendarios y hasta reseñas y fotografías de personajes de este pueblo. Cuando le preguntan ¿Cómo era fulano? Él le enseña la foto, y le dice: - ¡véalo ahí! 

Recordó que su padre le dejó una enseñanza, muy fundamental para su vida, <<me dijo: - Si usted le trabaja a otro por un sueldo no está haciendo nada, usted tiene que trabajar para lograr y hacer lo suyo propio, esa es la ley de la vida y así, aceptando esa enseñanza he llevado mi vida, lo mío es mío lo que he podido lograr>>. 

Al explicar que el primero de los Villarreal de su familia en esta comarca fue Francisco Villarreal (abuelo), quién había sido desalojado de Palmira, estado Mérida, por las fuerzas tachirenses, de ahí se fue obligado a Piñango, y con su esposa Casimira Hoyos, se estableció en los páramos de La Puerta. Describe Pablo que, <<las casitas donde vivían eran de techo de paja y paredes de bahareque, de carruso y barro, eran propiedad de Abdón Lamus, quién pasaba cobrando arriendo. Un día pasó a cobrar, y mi papá le propuso comprarle y le vendió la finca "Piedras Blancas", a mi  papá Francisco Villarreal y a mi mamá Baldomera Paredes de Villarreal, ese negocio se hizo con monedas de plata blanca>> (Conversación citada).

La antañona casa de las 4 puertas.

Una de las más viejas casas de La Puerta, es la que está cercana a la plaza Bolívar, en el lindero Norte de la Prefectura.  Se calcula que pudiese tener más de 80 años de construida, incluida la sala o local comercial y su estantería, que es de sólida madera. De paredes de gruesos tapiales, aún conserva su estilo arquitectónico y construcción andinos. Es la casa de Pablo Villarreal, ahí tiene su negocio de arreglo de electrodomésticos.

Recuerda Pablo que, Rafael Villarreal y su hermano Urbano, que no eran su familia, provenían de Valeralta, y fue el comerciante que por los años 40,  <<construyó la casa de cuatro puertas, frente a la Prefectura de La Puerta en la avenida Páez, allí inició sus negocios; le fue tan bien, que a pocos metros, pasando el río Bomboy, estableció un centro de acopio. Tenía la ventaja que le compraba las cosechas completas de papa, a los agricultores del Páramo>>. En esa época una carga de papá de 92 kilogramos la vendían en 80 Bolívares aproximadamente. Urbano, era el suegro de Gil Combita, que tenía negocio: el “Tropical”, cerca de la casa de Laura Sulbarán  (Ave Bolívar con Calle 3).       

Su fachada este o frente, da con la calle Páez, por el oeste, con el río Bomboy, y se pueden ver los dos cementerios y el sector Pueblo Nuevo, en la carretera trasandina. Según “Pablito” Villarreal, << la madera de las puertas, la llevó Concio Rivas "el Cantor de las Siete Lagunas" que era aserrador y la sacó del "Riñón del Páramo">>; este, también construyó el muro de concreto que sostiene y protege dicha casa, en la bajada del río; aquí era el descansadero y comedero de las bestias de carga que bajaban del paramo con productos agrícolas.

Benito Rivas recuerda que la casa de las 4 puertas en <<la parte de abajo, especie de sótano era como un depósito, donde llegaba gran parte de la producción de papa y hortalizas del Páramo>> (Rivas). Fue construida en los años 40, al parecer fue propiedad del padre Verde. Existe una fotografía de ese tiempo, donde se puede observar que no existía el edificio de la Prefectura. 

Pablito y los pobladores de las adyacencias de la Plaza.

En su relato familiar, Villarreal indicó que, <<del páramo de Piedras Blancas lo que sembraban lo llevaban a vender a Monte Carmelo era fácil llegar allá y de ahí Agua Viva y Maracaibo, a los dos días volvían a subir, con dinero y con las compras, los comestibles, el pescado y el plátano>> (Conversación con Pablo Villarreal, 25 agosto 2023); era mas práctico por el camino llegar al Lago, que a Valera.

Agregó: <<mi  papá me decía que los terratenientes del pueblo en aquellos tiempos, principio del siglo XX, eran Felipe Viera, el viejo Ciriaco Carrasquero, Antonio González “el quemado”, su compa Audón Lamus y uno de apellido Viloria>> (Ídem); coinciden en parte con el censo de 1929, Geografía General de Venezuela, del francés Bennet. 

Se acuerda que en 1967, abandonó la Serranía y se vino a vivir a La Puerta, a estudiar, <<Antes de que mi padre tomara las riendas de este local, aquí estuvo el negocio de víveres de Rogelio Torres, luego Pedro Rondón y Emiliano Rodríguez, que también eran gente del Páramo>> (Ídem); se refiere a la casa de las 4 puertas.

En su arsenal de información histórica, nos da una panorámica del comercio del centro del pueblo,  <<en la otra esquina estaba la casa de Pedro Villegas (frente a la casa de las 4 puertas), hermano de Carracciolo Villegas. Este Pedro dejó 18 hijos>>. Pedro Villegas montó un negocio de víveres, <<llegó con su hermano Carracciolo Villegas que se casó con Matilde Rivas de Villegas, hermana de Concio Rivas y procrearon a varios hijos entre ellos Filadelfo Villegas, a quien se reconoce como el dinámico promotor de la carretera de La Lagunita y también la del Páramo de los Torres en 1983; y se casó con la primera maestra de La Lagunita doña Amparo Pacheco, quien venía de Monte Carmelo, hija del señor  Pánfilo Artigas. Luego en este local se estableció la casa comercial de Don Carmen Matheus, que era oriundo de la Mesa del Palmar, Municipio Monte Carmelo y se vino con sus hermanos Francisco “Chico”,  Juan y Rosa>> (Ídem); familias que se han mantenido en la Parroquia.

¡Ahí vienen los bachilleres!

Pablito y su padre, han sido testigos de asentamientos importantes de familias campesinas muy respetables, venidas de otras partes del Estado. Una de las historias que le fluye con facilidad a Pablito, es la de la familia Ramírez, que pasó la misma tragedia de despojo de sus tierras que los Villarreal,  al señalar que de los primeros siete apellidos que se avecindaron en aquella época en los páramos de La Puerta, está el matrimonio conformado por Pedro Ramírez y Teresa Terán y sus hijos, quienes vivían en las Mesitas de Niquitao.

Hábil en eso de los incisos anecdóticos, contó que en una oportunidad, estaban en la casa de esta familia y observan que <<iban en esa dirección, varias personas, y le dicen al viejo Pedro: - ahí vienen los bachilleres, sí, son los bachilleres. El viejo inmediatamente se movió a preparar todo para recibirlos, le dijo a una de las muchachas que montara café, cuando al rato llega la gente, resulta que eran los mismos hijos de él, a quienes le decían "los bachilleres", no por estudiosos sino por los labiosos que eran>>; al sorprendido Pedro, hombre trabajador, no le quedó más remedio que callar y sonreír.

De José Rafael Abreu y el Dr. Truzkoski.

Una de las jocosas anécdotas que contó Pablito, es la siguiente: <<en una oportunidad José Rafael Abreu, el hacendado que publicó el librito “La Puerta un pueblo”, le hizo una invitación a Truzkoski, el doctor de la Medicatura, que era su médico de familia, a quien consultaba a menudo por cualquier dolencia, al doctor le tocaba a veces ir a su casa para revisarlo. Un día lo invitó a almorzar y el doctor aceptó. Ese mediodía, el doctor se fue detrás de Abreu que tenía fama de ser muy "hueso", y paró y entró en una bodega. Abreu compró una lata de “Diablito” para untar  y unas galletas de soda. El doctor le preguntó ¿y esto es lo que vamos a almorzar? Abreu le respondió: - Yo lo invité a comer. Aquí está la comida>>. El doctor no lo vio más en su consulta médica. 

Una de las del Taita Sandalio Ruz.

Como si tuviera los relatos computarizados, recordó fácilmente un hecho histórico de armas, que le contó “Mano Chico” su papá, que se dio en La Lagunita, antes de la dictadura gomecista, dijo: <<Un día las fuerzas liberales  planearon capturar de sorpresa, al coronel Sandalio Ruz, para eso enviaron al general José Abad Paredes. El hijo de este general aún vive en Maracaibo. Mucha "gente de caballo" llegó a La Lagunita y se dispersaron en varios flancos, para cercar y capturar al coronel en sus propios predios; todo el despliegue anduvo bien, cuando iban a arremeter contra el Coronel, de pronto comenzaron a llegar los montoneros del "Taita" Sandalio, y se fajaron a echarse plomo. Luego de horas de estar disparando de parte y parte, el general José Abad viendo que no podía avanzar, decidió llamar a retirada y se fue a sus cuarteles>> (Conversación con Pablo Villarreal, 25 agosto 2023). Todos se preguntaron en el pueblo: ¿y cómo se comunicaron los adeptos guerrilleros, para ir defender al Coronel?  No se supo ni se sabe.

El general Paredes <<No pudo hacer nada y se mantuvo la leyenda de que a Sandalio lo escondían fuerzas especiales y espirituales>> (Ídem); una de tantas del legendario coronel Sandalio Ruz, contadas por Villarreal.  

Pablo Villarreal, es sin duda, un cronista popular,  el de la "Esquina de Pablito", “Pablito" el de la Plaza, “Pablito" el de la casa de las 4 puertas, ahí, frente al edificio de la Prefectura de La Puerta, estado Trujillo, los que no han conversado con él, se lo pierden.  Sea este un merecido reconocimiento, para este útil y pintoresco personaje conocido por todos y apreciado en nuestra comunidad puertense.

(*) Portador Patrimonial Historico y Cultural de La Puerta. 

omanrique761@gmail.com

sábado, 26 de octubre de 2024

Al paso del Dr. José Gregorio Hernández por La Puerta, en 1888.

Por Oswaldo Manrique (*)

Luego de pasar la Navidad con su familia, de profundas convicciones católicas, donde disfrutó el reencuentro y compartió la mesa de apetitosos y tradicionales pasteles (hallacas), un poco de carne compuesta, ensalada de gallina, papas cocidas bautizadas de saní, arepas de harina del norte, pan criollo, dulce de lechosa y curruchete, frutas, leche de burra, jugos, emprendió viaje a Mérida acompañado de un guía, muy conocedor de la ruta, también llevaba un sirviente. Pasó por Valera, y unos amigos le organizaron una fiesta, que tuvo que atender. En una de sus cartas, escribió sobre este pasaje, <<no hubo más remedio que acceder a bailar toda la noche hasta que a las cuatro monté a caballo para seguir mi viaje>> (Hernández), a esa hora, emprende la marcha hacia San Juan de Colón (Táchira). Valera, a unas 6 leguas de distancia de La Puerta, equivalía para aquel tiempo una jornada y media y hasta dos jornadas normales de camino en mula; él, muy disciplinado, intentó hacerla en una jornada, con el aplomo que lo sostenía sobre su brioso caballo.

Al ver su aspecto físico y andar, su vestimenta, elegancia y escuchar su forma de hablar, se sabía que era un joven de distinguida y próspera familia, pero además, se notaba que era de esfuerzo y méritos propios. Logró su doctorado en Caracas. Andaba en la búsqueda de un pueblo andino, donde poder demostrar sus conocimientos y capacidades. En la oscuridad, con su misma resolución, con expresión y acento capitalino, dijo:

-         ¡Epa vale! vámonos que nos va a agarrar el sol de Valera. Serían las palabras madrugadoras, con interjección y acento caraqueño que se le escucharon al recién graduado galeno trujillano, dirigidas a sus acompañantes de viaje. El sirviente había montado las maletas en la mula; los caballos ya tenían puestas sus enjalmas y sillas. 

El 26 de diciembre de 1888, salieron de Valera a esa hora de la madrugada; subieron por el camino viejo y ancho, vía a Mendoza, bajo cerradas arboledas de café. No existía carretera para automóviles, ni por el peligroso margen del brioso río Motatán (Quebrada de Cuevas, La Mesa, Timotes), camino resbaloso, era inhóspito. Tampoco existía carretera de Valera a La Puerta, pero existía el Decreto de 1881 de Juan Pablo Bustillos, para su construcción.

Los chonatales de San Isidro, sintieron el paso veloz de las bestias con los tres viajeros y una de carga. Así, nuestro personaje comenzó a conectarse, respirar y escuchar la naturaleza serrana. Pararon casi a la mitad de trayecto, en Mendoza, era apropiado que buscaran algún sitio donde comer algo y estirar las piernas. Reanudan la marcha comenzando la tarde. Bajaron La Quebradita. Antes de salir, en Valera, pensaron que en unas 8 o 9 horas, a resuelta galopa y paso forzado, en sus caballos y mulas, podía rendirles la jornada, inclusive para llegar a Timotes. Uno de sus biógrafos, al develar la ruta planeada por el Dr. Hernández, indicó que, <<Su primera parada sería en La Puerta>> (González Cruz, 35).

Precisamente iban subiendo hacia La Puerta, en algunos tramos por laderas de los mismos páramos, vadeando torrenteras, asegurando que las bestias no tuvieran tropiezos, sembradíos de caña dulce, frondosos cafetales custodiados por filas de bucares, un paisaje fresco para los ojos.

 Mayormente fueron bordeando el zigzagueante y espumoso río Bomboy, que nace en aquel próximo punto geográfico, que desea ver con sus propios ojos y no pecar de desinformado; eran los trillos del virtuoso padre Rosario. Pasaron caseríos como La Mocojó, La Culebrina, se detuvieron en el famoso paradero “Convento de las Viejas”, en El Rincón, a comer empanadas, pastelitos o hallacas de caraota, o arepa de harina y cuajada, dulces y tomar algún café o jugo fresco elaborados por las hermanas Rivas. El baquiano, bebería un cuello corto de miche, para acomodar el cuerpo. Al terminar de merendar continuaron la marcha. Franquearon Dos Cerritos, la otra capilla del Padre Rosario; siguieron por San Felipe, pasaron la Quebrada de las Yeguas. Era un camino difícil.

 Tuvo que parar en el Resguardo Indígena, las bestias necesitaban descanso. Cuando llegó a La Puerta, entró por la vuelta que da al hermoso y prestigioso Oratorio de la Virgen de Guadalupe de Indios, lugar de peregrinos. Su curiosidad católica lo hizo detener y preguntar a los Bomboyes que estaban sembrando cerca, sobre aquel sagrado recinto, construido varias décadas antes por el prócer independentista presbítero Francisco Rosario D. 

  Montó nuevamente y se dirigió hacia la inclinada plazoleta, donde se bajó, caminó por la única calle hasta el viejo y cerrado Templo San Pablo Apóstol y desde allí observó aquel lugar, del que le habían hablado, unos bohíos grandes y otros pequeños de bahareque y con techos de fajina, de acuerdo al grupo familiar. En los alrededores del Resguardo, pasando el río, varias casas de tapial y piedra, donde vivían los caudillos “ponchos” y hacendados.  

Recorrió hasta la vieja casa de los antiguos Corregidores, ahora sede de la Jefatura Civil, explicó que era médico y estaba visitando los pueblos, buscando un lugar para ejercer su profesión, se dirigía al Táchira. Algunos curiosos, que lo entendían, se le acercaron, le comentaron que ellos tenían los secretos para curarse solos, con sus ramas y oraciones. Al más conversador, sin preguntarle, le escucharía:

-         Aquí, el díctamo real es lo que nos ayuda contra la vejez, si es del dorado mejor, más fuerza.

José Gregorio, aquel hombre de 1,60 metros de estatura, piel blanca marcada por el sol, <<carácter alegre y dulce, era gentil…compasivo, generoso, caritativo, respetuoso…sencillo>> (Suarez, María Matilde. José Gregorio Hernández, Él era así), sin ínfulas de sabio científico, con amables razones persuasivas, les dijo:

- Soy cristiano, se rezar, y también sé de yerbas. El novel galeno, también conocía de medicina natural y herbolaria, sin embargo, hasta allí llegó el comentario. Mirando el templo, les comentó:

-         Aquí como que no celebran la navidad. La iglesia cerrada. Los concurrentes contestaron:

-         Por estos días, la “Serenada”, salen las máscaras, música, guaruras y maracas para el Niño y la fiesta de la Guadalupe, y la bajada del Ches. Son fiestas muy bonitas de aquí. Mientras uno dijo:

-         Sí, el cura no viene desde hace mucho, vive en Mendoza, está muy ocupado. Otro, regañó al que dijo esto, en un tono desagradable y le increpó:

-         ¡Cállese! Él viene cuando puede. Llegó el silencio, callaron, no era regaño, sino que no querían al cura León, que estaba involucrado en la conspiración para despojarlos de las tierras. Había un Jefe Civil de nombre José Natividad Aponte, muy de la iglesia, que no sabía leer ni escribir,  pero a quien realmente le hacían caso, era a su Cacique.

 Se veían como parte de esa armonía interna y comunitaria, los niños, en la única calle o camino real, jugando, compartiendo sus alegrías, todos gozando las maravillas de esta tierra. Conformaban la morada de la abstracción social, contemplativa comunidad, tan cercana al río, que perfeccionaba aquel holístico y tranquilo lugar de bellos paisajes, que el poeta Pérez Carmona llamó “el descanso de los dioses”.

Era cotidiano que las nativas, ataviadas con su campechano sumbay bajo la ruana, aguantada por un tupu alrededor del cuello, muchas con sombrero de cola de burra, los muchachos que apenas si dicen algunas palabras en castellano, miraban asombradas entrar aquellos visitantes, que a su vez, también les echaban un vistazo a lo que hacían.

Lo atrayente de esta comunidad no era la belleza del paisaje, clima y sus siembras, sino su armonía y la forma de entenderse, de colaborarse. En aquel fértil valle, custodiado por dos serranías, las sencillas viviendas de bahareque y techos pajizos, concordaban con  el amplio espacio donde las mujeres en una esquina de la plazoleta, cerca de la iglesia, exhibían cestas de frutos que cultivaban, no falta el trigo, maíz, papas, arvejas, caña de azúcar y todos los demás rubros de las zonas frías, además, de tener rebaños de ganado vacuno y lanar. Pudo observar, cotidianidades. En un solar, indígenas desgranando maíz, otras pasaban cargando a sus pequeños hijos dentro de fardos terciados en la espalda; las más jóvenes de sombrerillos con plumas de colores, calzadas con cotizas, usando sus metálicos adornos en las mejillas. En un abierto, se secaba café; mas allá, pudo observar a las hilanderas del algodón y las tejedoras del fique, y en uno de los amplios bohíos, mujeres con manares seleccionando y enrollando hojas de tabaco, todas sonriendo y hablando en su particular lengua Timoto-Al-Andaluz. 

Se puede entender que como científico y conocedor de sus coterráneos, sabía que culturalmente los nativos, mantenían sus creencias, eran fervorosos con su medicina ancestral y su botánica que les daba eficacia en cuanto a su salud, y hasta gozaban de longevidad, inclusive, sumaría lo de la superstición, eso que denominan el conjuro de Chegué y los mojanes con su poder magnético maravilloso, llámenlo augurio, sortilegios o magia, era a lo que estaban acostumbrados y a ello se aferraban, era lo que les ofrecía con generosidad la naturaleza, por lo que se sentían en un espacio dichoso.

Pero, lo que impresionaba era esa áurea de una gente armónica y amable, con una cultura, cotidianidad y estilo de vida distintas, que los hacía diferentes; eso era lo atrayente, casi con un halo de enigma, de uno de los más antiguos pueblos indígenas, incluido en los 16, considerados étnicamente “casi totalmente puro”, ubicado a seis leguas de Valera y a poca distancia de Timotes.

Muchos han preguntado: ¿pasó realmente el médico José Gregorio Hernández, por La Puerta en 1888? y cabe la pregunta: ¿y si pasó, por qué no la mencionó, como tampoco a Mendoza, en su carta descriptiva del paso por la Cordillera? A la primera interrogante, es afirmativa la respuesta. Decir que no entró, seria calificarlo de prejuicioso y desconocer sus cualidades y formación científicas.

 Por la ruta que tuvo que andar, su disposición a recorrer toda la Cordillera, previendo parar en La Puerta, montado en bestias, acompañado como iba de dos personas, su baquiano y su sirviente, una mula de carga, e incomodado por el trasnocho de la fiesta, se comprende que obligatoriamente se detuvo a descansar y conocer a Mendoza y luego en La Puerta, existiendo en este punto, una de las pocas comunidades aborígenes sobrevivientes.

 A la subsecuente interrogante, se debe responder con esto: ¿se podría dudar de las ganas de conocer este pueblo indígena, dudar de su ansiedad como investigador, su pensamiento, interrogantes, quizás nervios, que abrumaban a aquel científico, cuando le tocó ineludiblemente pasar por este lugar?

Siendo este médico, científico y virtuoso de la filosofía, sabía que dentro de la cosmovisión de esta comunidad indígena, se continuaban practicando los rituales de sanación, con el conocimiento de la herbolaria, y las plantas medicinales, así como, complementadas con las diversas técnicas de curación espiritual. Esta comunidad, relacionada con la civilización Chibcha Mukus, consideraba que las enfermedades eran producidas por el desajuste entre el cuerpo y el espíritu, por eso, la abordaban con rituales para restaurar la armonía necesaria y la salud, también fundamentada en la sana alimentación. La Puerta, era para aquel tiempo un Resguardo Indígena aislado, abandonado por los organismos de gobierno. Para dicho año (1888), La Puerta en lo que hoy es su área urbana, estaba habitada solo por indígenas Bomboyes, quienes fueron prudentes con su entorno, vivían los tiempos de la República Post Independentista Liberal Guzmancista, y trataron de relacionarse con una vecindad hostil, de caudillos, hacendados y gamonales de pueblos aledaños, que ambicionaba apoderarse de sus tierras, lo que lograron en 1891, 3 años después de esta visita.

Desde una perspectiva historiográfica critica, es fundamental lo que encontramos en las Cartas del Beato, al no comentar su recorrido por este pueblo, estando a poca distancia de Timotes, aunque se puede entrever una especie de dialéctica compleja, entre científica y el realismo de creencias, entre lo espiritual y lo catolicista, entre la ciencia y la vertiente de la cultura de la civilización indígena comunitaria, que poblaba estas tierras desde 500 a 1.000 años A.C., y perduraba hasta ese momento. El núcleo poblacional de La Puerta, que conoció el Dr. Hernández en 1888, tenía unos 230 habitantes nativos Bomboyes, y unas 70 viviendas indígenas, según estadísticas de Américo Briceño Valero.

El Dr. Hernández, tenía su criterio científico, el cual adelantó días antes de este paseo por La Puerta, cuando se refirió a los enfermos tratados por él, en Betijoque e Isnotú, <<es tan difícil curar a la gente de aquí, porque hay que luchar contra las preocupaciones y ridiculeces que tienen arraigadas: creen en el daño, en las gallinas y las vacas negras, en los remedios que hacen diciendo palabras misteriosas: en suma, yo no sabía que estábamos tan atrasados en estos países>> (Hernández. Carta del 18 de septiembre 1888). Se intuye que por las mismas razones o con mayor énfasis, para dicho año en La Puerta, siendo una comunidad indígena aislada, es obvio, que practicaban los rituales y conocimientos ancestrales para sus curaciones. Con esas razones, es obvio, que entró a conocer esta comunidad y obtuvo su apreciación subjetiva del recorrido.  

*

El recordado historiador y amigo Arturo Cardozo, sobre la corta  estadía de José Gregorio en Trujillo, transcribió un fragmento de una carta al Dr. Domínici: <<en el gobierno de aquí se me ha marcado como godo; se está, estudiando mi expulsión del Estado o más bien si me envían preso a Caracas…Si me echan de aquí, ¿A dónde voy? Esta es mi duda; como tú comprenderás sin que yo haya dado lugar a nada porque solo me preocupan mis libros. Si me apura la cosa me iré a Caracas y allá decidiremos el remedio>> (Cardozo, 225). El ocurrente Dr. Cardozo, cerró este capítulo, escribiendo: <<La “cosa le apuró”, porque, para abril ya estaba en la capital de la República, preparándose para su viaje a Europa>>; del año 1889.

*

El paso del Dr. José Gregorio Hernández, por La Puerta, tiene relevancia histórica tomando en consideración la búsqueda de las razones para que se tenga en esta localidad una devoción tan antigua por este Beato, quizás una de las primeras en Venezuela, en momentos en que se espera que desde Roma, se dicte su condición de santidad, lo que obliga o merece mayor investigación.

Hemos escrito, que la devoción desde el punto de vista orgánico, como grupo católico que existe en La Puerta por el Dr. José Gregorio Hernández, se lo acreditamos al padre Ramón de Jesús Trejo, quien fue Cura en Isnotú, denominado el primer gran devoto, que tuvo entre sus iniciativas la de elaborar, dibujar y diseñar, junto al artesano italiano Salvatore, el primer vitral dedicado a José Gregorio, en el año 1948, reservando antes y después de ser párroco, el nicho en la fachada principal del nuevo templo parroquial de San Pablo Apóstol de La Puerta, para quien no tenía la condición de Venerable, Beato y menos de Santo, justo al lado de San Benito de Palermo; sin embargo, es bastante probable, que aquel paso del llamado Médico de los Pobres, por estos lares, tenga alguna relación con esa devoción. Trejo, aupó la organización y actividades litúrgicas del grupo de devotos de "Mano Goyo", como también se le llama en la comunidad, de los más participativos en las peregrinaciones y caminatas a Isnotú. 

Sin vanidad parroquiana, pero sí, con cierto orgullo, estos antecedentes devocionarios a los que me he referido, merecen su investigación y reconocimiento. 

* 

El sirviente, despegando las bridas de las frondosas matas de cío, donde descansaban las bestias, esperaba la orden de los señores, quienes absortos por lo que veían, quedaron suspendidos en el mutismo. Luego, a los pocos segundos, se vieron las caras, y sincronizados con la mirada, José Gregorio se paró del banco donde estaba sentado, y sonriendo, para no comentar su impresión, ni sacar conclusiones de lo que había visto,  expresó:

-         ¿Seguimos  vale?  Sonrieron los viajeros.

-         Sí doctor, eso es todo lo que hay para ver aquí. Le señaló el acompañante conocedor de la ruta.

-         Por lo menos vimos buena parte de lo que hay para ver, pero es mucho lo que hay para saber. Replicaría el filósofo, inspirado en su pasión racional y espiritual por la humanidad. Miraron los caballos, y se decidieron montar, sin apartar las miradas de los indígenas de aquella mustia y particular aldea, se fueron despidiendo.

En algún momento, el Dr. Hernández, pensaría dentro de su agitado viaje, en la vida armónica y especial de aquellos abandonados seres humanos, casi como si estuvieran en conforme resistencia en los confines de la tierra, enfrentándola con la sustancia misma de la candidez y la inocencia.

Se acomodó en la silla y echó a andar, tras el baquiano, exclamando:

-         ¡Ahora Timotes!

Miró al subir por las curvas de San Martín, los hermosos y rubios trigales, y dentro de ellos, mestizos abandonando la “fornaleada” y otros simplemente sentados en los pretiles de las casas abrumados por los acordes de los fogones, conjugados con el frío y la niebla.

Al llegar al Portachuelo de La Lagunita, comenzó su descenso por la difícil Cuesta de La Mocotí, única vía para llegar al cercano Timotes. Unos diez años antes, habían mejorado el camino hasta La Mocotí, con algunos arreglos en tramos y vueltas que conducen hacia esa ciudad, del antiguo Estado Guzmán (Mérida).

Los iluminó Chía, con su halo claro y fresco, con manojos de estrellas en el firmamento.

Como cierre de la apresurada y fatigosa jornada, trasnochado y con las asentaderas humeantes de cansancio y dolor, en la noche le comentó al acompañante viajero:

-         ¡Epa chico! en este viaje <<no se presentó ningún incidente en particular>>. El guía quien se vio afectado por el páramo, al igual que el sirviente, le respondió:

-         ¡Si, doctor! todo en la travesía estuvo calmado. Las bestias rindieron.  El sabio médico, le añadió:

-         Lo que te puedo comentar, es que muy <<maltratado llegué a Timotes>> (Hernández). 


(*) Portador Patrimonial Cultural e Historico de La Puerta. 

 

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