Por Oswaldo Manrique (*)
A propósito del natalicio del prócer
civil Francisco Antonio Rosario, a quien considero es un trujillano olvidado.
Existe un vacío historiográfico
acerca de la infancia del padre Rosario, como también lo hay sobre el tema en
general de la infancia durante la época colonial trujillana. En el caso de los
aborígenes, se conocen las fuertes restricciones que prohibía trabajar a los
menores de 16 años, por lo menos en la fragua agropecuaria y mita (Castellano),
no eran calificados como adultos en la Encomienda.
La mayoría de los historiadores, en
su enfoque religioso, lo aclaman por su aureola de santidad, obviando
específicos atributos personales de su tiempo vital, es decir, como ejemplar
ciudadano, sin la menor duda, como Cura Provincialista, el desenfrenado
conocedor, amante y orfebre constitucionalista de Trujillo, la entidad gigante
de sus sueños, lo que demostró y defendió con hidalguía y patriotismo.
En los siguientes párrafos, se
propone visibilizar un período de la vida de este personaje, que comienza
con su nacimiento y llega hasta su pubertad, cuando decide tomar los hábitos de
novicio, aportando a develar la perspectiva del futuro presbítero y prócer
independencista, en su infancia y tiempo. El Padre Rosario, Cura
Provincialista, el desenfrenado conocedor, amante y orfebre constitucionalista
de Trujillo, la entidad gigante de sus sueños, lo que demostró y defendió con
hidalguía, sabiduría y patriotismo. De eso, intentamos aproximarnos y tratar
aquí.
I.- Al abrigo de un
regazo trujillano. Casa natal del padre Rosario, "po’
allá en La Rosariera".
Al fresco amanecer de un día de 1761, en casa de los Rosario, hubo movimiento, nerviosismo y alegría. La bella mujer, de tez blanca y cara perfilada, conocida en su populoso vecindario de la “Calle Arriba”, dio a luz un niño, ser de deslumbrantes ojos y buen grito. Al rato, comenzaron a llegar al portal de la casa los vecinos, interesados por la salud de la parturienta y ver y cargar al recién nacido. En la larga y empedrada calle del Trujillo aristócrata y colonial, comenzaron a transitar los que difundían la buena nueva: los Rosario, apreciada familia, tienen un nuevo vástago.
Fue un acontecimiento en la ciudad,
el nacimiento de Francisco Antonio. Cronistas e historiadores de la ciudad de
Trujillo, así como, la Municipalidad, han marcado el sitio donde nació. La
imagen que compartimos, en la parte inferior izquierda de la composición que se
acompaña, es de la casa donde nació el Cura Patriota, ubicada en la inclinada y
antigua Calle Regularización, hoy Sector El Carmen, Parroquia Chiquinquirá, en
la ciudad de Trujillo. Antes era un amplio lote de terreno; en la parte de
atrás, pasa la Quebrada Los Cedros, la calle estaba empedrada, que para
facilitar identificar su dirección las voces populares de la comarca, la fueron
llamando "po’ allá en La Rosariera" o “Villa la Rosariera”, pero
catastralmente se conocieron como sectores específicos de la ciudad, verificados
en la obra de Manuel Mendoza. Trujillo
Histórico y Gráfico. Tipografía América. 1930. Fueron lugares y comercios
populares de la denominada “Calle Arriba” propiedad de los Rosario. Para
finales del siglo XIX, ya existía actividad comercial en este sector y un
molino.
Casa natal del padre Francisco Antonio Rosario, antigua Calle Regularización, parte alta o "Calle Arriba" de la ciudad de Trujillo. |
Actualmente, la casa tiene una
inscripción de Catastro Municipal, en la parte alta de la fachada, se lee:
<<Casa donde nació el padre independentista Francisco Antonio Rosario R.
el 13 de junio de 1761>>. Debajo hay otra placa que indica:
<<Calle Francisco A. Rosario>>; asi la adoptó la
Municipalidad.
Muy temprano Francisco Antonio o
“Paquito” como seguramente le decían en la intimidad de la familia isleña y
cristiana, sintió el celo y cuidado de sus padres por darle una adecuada educación,
pues con el buen juicio y sus actitudes naturales, habían proyectado que fuera
sacerdote. Su madre le enseñaba el abecedario, la escritura y lectura sobre
textos religiosos y las primeras nociones de aritmética, enseñanza maternal que
recibía con sumo agrado.
II.- Tiempo para jugar ¡Hasta el cielo!
Como a todo niño le gustaba jugar.
Desde muy pequeño, deducía y le alcanzaba el tiempo para pasarlo con Nicolás y
Felipe Santiago que serian los nombres de sus hermanos y con otros niños de la
“Calle Arriba”.
Por lo cariñoso y decente que era,
tenía conquistados a los traviesos que eran sus condiscípulos y amigos y ya
propondría juegos y ocurrencias para ellos, para romper la monotonía y llenar
de alegría aquellos días de infancia. Aparte sus vecinitos, lo miraban al
detalle y comentaban sus cualidades físicas. Cuando le escuchaban y aceptaban
jugar con Paco, éste se la ingeniaba para distraerlos y liderarlos. Esa era una
de sus virtudes naturales: el convencimiento.
Varias veces se escucharon sus gritos
buscando en el fogón de su casa algún tizón seco o de carbón blanco de "La
Chapa", para marcar en el piso las 10 casillas del juego. También saltaban
las niñas, era el momento de ir a las alturas, jugando, brincando, rebotando,
cayendo y riendo.
Los compañeritos le carcajeaban las
maromas y bailes que hacía “Paco” al lanzar la piedra, estando parado detrás
del primer cuadro, era además de perfilado y ágil, muy flaco. Con ese mismo
diminutivo de “Paco”, llamaban a San Francisco, desde pequeño en la calle con
afecto y cariño sus hermanos y allegados; de ahí la semejanza.
La casilla donde caía la piedra,
seguro no la pisaba, porque los enseñaba con su parsimonia y gracia, a contar y
controlar el equilibrio, y el objetivo principal del juego, que era alcanzar el
“cielo”; hasta jugando de niño, se manifestaba como un soldado de la fe católica.
Su agilidad, competía con la de su cómplice Nicolás, al hacer el recorrido
saltando a la “pata coja” sobre el cuadro, solo y con los dos pies si le tocaba
doble casilla. Las reglas -desde que los españoles y curas trajeron este juego
a América-, son precisas: no caerse en el trayecto, ni tirar la piedra fuera
del cuadro, es decir, ir pasando la piedra de cuadro en cuadro, hasta llegar al
último, que era el “cielo”, y luego regresar, y les repetía en forma chocante:
- ¡Hasta el cielo! ¡Hasta el cielo! En efecto, la última casilla, tenía
escrita la palabra "CIELO". Era “Rayuela”, el juego infantil más
popular y religioso durante la Colonia.
Uno de sus biógrafos señala que la madre de “Paco”, fue Ana Catalina Rosario (Rosario, 65), por lo que el futuro procer tendria el apellido repetido; sin embargo, en los Libros de Bautismos de La Puerta de 1796 y siguientes, firma de su puño y letra: <<Franco. Rosario D.>>, indicativo que el apellido de su madre comenza con la letra D.
Como preocupada mujer de aquella epoca, era lectora y generosa, le enseñó el alfabeto, a rezar y el pueblo de Trujillo lo fue moldeando en sus pininos de vida. La monotonía del trabajo en el campo, en el comercio, en la Sala Consistorial, los templos, Conventos y otras faenas, abrumaba la vida de la ciudad, solo alterable por los días pascuales. Los niños anhelaban esos días con sus sueños y aspiraciones. Las fiestas se iniciaban el 24 de diciembre en la tarde, con la procesión de San José y la Virgen, desde el sitio de los catalanes. Se esperaba con alegría las imágenes rodeadas de flores, adornos, cantos, villancicos, en el recorrido hasta la iglesia. La festividad duraba hasta que encendieran los faroles de combustible aceitoso de las calles, para que en la casa, se esperara la llegada del Niño Dios y disfrutar de antemano algún manjar dulce o buñuelo para tan hermosa ocasión.
Cuadro: Antiguo Templo Matriz de la ciudad de Trujillo. |
La celebración litúrgica suprema, era
la organizada por la Sociedad de La Paz,
muy apoteósica con misa de tres padres "Asperge, tercia y sermón" (Briceño Iragorry, 31);
celebración incienzada con frescos aromas de laurel criollo, para luego sacar
la imagen de la Virgen en procesión. Sí, en el templo Matriz de la ciudad, donde “Paco” recibió el sacramento de la
comunión.
La ciudad angosta y clerical, al
contrario de lo que se piensa, estaba poblada por familias descendientes de
conquistadores, colonos, españoles peninsulares, y también, pardos e isleños, que vivían y disfrutaban en
forma aislada su propio mundo, su propio espacio vital reservado y espiritual,
algo introvertidos en su soledad y albedrío.
Cada familia en su casa tenía su
huerto, el solar de la familia Rosario, era grande, repleto de matas frutales,
flores, arbustos medicinales, malezas aromáticas, no tenían necesidad de
pasarse el tiempo en la calle para sobrellevar la vida. En ese mundo reservado
para ellos, se protegía el prestigio del linaje y la distinción, mientras más
fuerte la pobreza de la familia, mayor era la clausura del recinto (Briceño
Iragorry, 42). En 1767, cae como un terrible terremoto el gran cisma que ocurría
dentro de la iglesia: los Jesuitas son expulsados de España y sus Colonias en
América. Ellos que fueron desde 1629, importantes colonos y propagadores de la
fe cristiana, en tierras de Pocó y La Arenosa, ahora execrados; este hecho fue comentado en
lo interno por las familias trujillanas,
con desagrado y discreción. Era esa cautela, parte de esa altivez e
hidalguía españolas, adecuadas a las circunstancias de la vida, quizás mucho
orgullo y sencillez del trujillano.
Lentamente “Paco” caminaba y detenía
el paso cuando transitaba por el frente de las puertas y blasones de las
mansiones de las encumbradas, privilegiadas y ricas familias descendientes de
los conquistadores, Briceño, La Bastida, Mendoza, Azuaje, Pachecos y otros,
símbolo del estirpe y linaje de la ciudad lo que quedaría grabado en su mente y
será farol clasista, en su lucha por un porvenir libertario y de igualdad. En
este ambiente colonial, de injusta distribución de privilegios, se labró su
conciencia infantil, su hogar y su escuela conventual, fueron su fecunda
lección.
Se tiene referencia de sus
características y señales fenotípicas, observadas en su tiempo trascendental,
según lo apuntó el más antiguo de sus biógrafos, los vecinos que lo conocieron
decían que <<era de estatura regular, color trigueño rosado, facciones bien formadas
y enérgicas, cabeza esférica de bonita figura y un tanto despoblada de cabello>>
(Castro, 41), podemos deducir que cuando niño sus rasgos físicos eran
agraciados.
Reía mucho este personaje, fue de
infancia feliz, cuando grande le admiraban por <<el semblante festivo y alegre...
Su rostro dejaba traslucir la suavidad, el contento, la paz y la alegría de que
rebosaba su corazón...Su conversación era festiva, halagadora, llena de gracia;
pero siempre espiritual>> (Castro, 43), un ser vital y de buenas
energías.
III.- Su origen social. Trujillo ciudad de calidades: blancos y curas.
El repique de las campanas del Convento de los
Franciscanos, marcan el paso de la vida de los pobladores de la parte alta. La
Ciudad de Trujillo, situada entre dos paralelas montañosas, su calle principal es
larga, con una inclinación pronunciada, pero desde su casa, muy cerca de la
Quebrada Los Cedros, “Paco” podía observar sin necesidad de catalejo, lo que ocurría hasta cerca del río San Jacinto. Podía
detallar que desde la Plaza Real o Mayor, donde está la Iglesia, en relación
con el rio, se notaba un desnivel bastante considerable, de la misma forma, el
paso diferente de blancos e indios hacia las labranzas.
El cronista de Trujillo, Huma Rosario
Tavera, escribió una biografía de este personaje, de la que me regaló un
ejemplar autografiado. Transcribe una fe de bautismo, en la que se señala que
habría nacido el 13 de junio de 1761, bautizado por el cura Juan Bautista
Viloria, en la parroquia eclesiástica Chiquinquirá, siendo sus padres: Juan
Evangelista Rosario y Ana Catalina Rosario (Rosario, 65). En nuestra
investigación, han resultado infructuosas las diligencias realizadas, para
obtener esta fe de bautismo, para revisar y corroborar si cumple con la formalidad extrínseca del
documento, que le de autenticidad, es decir, su inserción en el libro
correspondiente.
En lo que sí coincide la mayoría de
sus biógrafos y comentaristas, es en datos importantes de dicha fe de bautismo
o sus formalidades intrínsecas, como por ejemplo: que Francisco Antonio
Rosario D., nació en Trujillo, un día del año 1761 (Enrique María Castro, 11; De
Santiago, 281; Isilio Antonio Rosales, 182; Mario Briceño Perozo, 122; Mario
Briceño Iragorry, Julio Febres Cordero, y Vicente Dávila, 294; Huma Rosario
Tavera, 65); presumo y con certeza que guiándose y tomando en consideración el
año de su ordenación sacerdotal 1786-1787, pues según las Sinodales, se
requería los 25 años cumplidos para ser ordenado.
El tiempo colonial social, moral y
espiritual de la ciudad de Trujillo, estuvo gobernado por la Iglesia en forma
muy rígida. La Curia en estos asuntos sacramentales era estricta y celosa. El
bautizo había que hacerlo de inmediato, a pocas horas o días de nacido, era obligatorio para todos, los padres podían
ser excomulgados de no bautizar prontamente a sus hijos, no solo por aquello
de la “salud de las almas”, sino porque
de ese acto solemne, formal y documental derivaba la condición social de la
persona. A pocos días de su nacimiento,
guiados por el monaguillo, los familiares y padrinos acompañaron a la dama que
cargó a Francisco Antonio hasta la pila bautismal de la Ermita de la Chiquinquirá, que era el recinto
eclesiástico de la parte alta de la ciudad y más cercana a la casa de la
familia Rosario, esta larga Capilla medía unas 36 varas de fondo por 6, 5 de
ancho, con fachada de rafería de cal y canto, en obra limpia, techada de tejas,
piso sin ladrillos ni mosaicos (Tarcila Briceño, 66). Las dos puertas que dan a
la plaza estaban abiertas, entraron, pasaron el campanario, y al fondo pudieron
observar la majestuosidad del <<Altar mayor presidiendo por la Virgen de la
Chiquinquirá y un altar pequeño del Niño Jesús>> (Ídem). Se podía
ver que las otras dos puertas al lado del evangelio también estaban abiertas,
lo que dio mayor iluminación al momento bautismal.
Un elemento con el que también
cumplieron los padres, fue que le dieron al recién nacido el nombre
correspondiente del santoral católico, el 13 de junio, dedicado a San Antonio;
el nombre de Francisco, quizás en tributo a la advocación del Convento cercano
y reverenciado de los recoletos. Otro dato bastante probable señalado en dicha
fe de bautismo, es que haya sido bautizado por el Teniente Cura don Juan Bautista
Viloria, o por Don Domingo de Briceño, o el ilustrado y virtuoso Dr. Gregorio
Martin Betancourt y Berdugo (Fonseca, T2, 213), facultados en 1761 para
bautizar.
Su infancia y adolescencia,
transcurrió en la casa grande, que fue aquella pequeña ciudad, de la calle
larga empedrada, que se convirtió para muchos, en el verdadero hogar, de fresca
niebla y sol, ternura y afecto, que se desprenden de la propia <<tierra
de María Santísima>>, como la llamó Mario Briceño Iragorry.
Allí, acabando de cumplir dos siglos
de fundada, en aquella ciudad colonial andina abrió sus ojos a la vida,
Francisco Antonio Rosario. Trujillo, ubicada en el occidente de Venezuela, en
una terraza salpicada y refrescada por el río Kastán, este apacible lugar con
casas blancas antiguas, provistas de techos de tejas rojas, fachadas con linajudos
blasones, que fueron levantando los capitanes fundadores, cerca de la Plaza
Real y su Templo colonial y católico, en cuyo interior permanecía la antigua
imagen de la Patrona Virgen de la Paz, que seguramente recibió innumerables
miradas y oraciones del niño Francisco Antonio. Al caminar en sus tiempos
infantiles y juveniles, por la extensa calle, estaría incompleta su marcha si
no observaba el Convento Regina Angelorum, o al comenzar la ruta desde el
Convento de Nuestra Señora de la Candelaria de los Dominicos, para subir a la
Ermita, cercano al prestigioso e imponente Convento de formación de los
Franciscanos, el San Francisco de Asís o San Antonio Tavira de Padua de la
Recolección; los Conventos, formaban parte de la tradición cultural y espiritual
de las familias trujillanas (Briceño Iragorry, Mario. Mi infancia y mi pueblo. Evocación de Trujillo. Págs. 20-24.
Editorial Arturo Cardozo.Trujillo.2004). A cuál infante o muchacho trujillano
de aquella época, le podía ser indiferente el ambiente de aquella ciudad
conventual, religiosa y Mariana.
Casa natal del padre Francisco Antonio Rosario, antigua Calle Regularización, parte alta o "Calle Arriba" de la ciudad de Trujillo. |
Las instrucciones del Monarca,
obligaban que al imponerse el régimen colonial de España en América, los
aborígenes obligatoriamente vivieran en pueblos
de indios, los encomenderos en sus estancias y haciendas para facilitar la
explotación de tierras y esclavos, y solo en las ciudades, asiento de los
poderes, vivían los blancos. Trujillo era una ciudad de blancos y curas.
“Paco” según uno de sus biógrafos,
tuvo dos hermanos que fueron curas como él, <<Felipe Rosario, que fustiga el
presbítero Rondón, según se dice en la vida de este prócer, por su realismo>>,
así mismo, <<debe ser su deudo, Nicolás Rosario que fue preso en Mérida por el
comandante Faría>>
(Dávila 297), La familia Rosario era numerosa. Una familia de profundo fervor
religioso, de ahí salen esos rasgos principales de Francisco Antonio un ser de
bondad natural, inquieto, preocupado y responsable, que en su madurez
demostrará ser un hombre de amor y de obras.
Uno de los estudiosos de su vida,
dijo: << aquel aristócrata nacido en el lujo y acostumbrado a la molicie>>
(Discurso del Dr. Regulo Burelli Rivas, en la inauguración de la lápida
conmemorativa del centenario del fallecimiento del Cura Patriota Francisco
Rosario. Pág. 16. Mendoza, 1947). Gozó desde niño de todas las comodidades
y afectos, y ya mayor, fue un ser dispendioso y caritativo, pues provenía de un
hogar de buena familia cristiana y noble <<repartía el bien a manos llenas,
tanto espiritual como corporal>> (Dávila 297), procedía de
familia con fortuna y bienes.
Las notas sobre la heráldica y
orígenes del apellido Rosario, señalan
que la familia de este nombre es originaria de las Islas Canarias, Reyno de
España, y de cierto linaje (Resumen del Instituto de Historia Familiar y
Heráldica. En www.heraldicafamiliar.com), posee escudo o blasón. Algunos
especialistas en el tema, han señalado, que los canarios eran considerados
blancos, pero de orilla, sin ninguna condición social, de oficios manuales y
ocupaciones nada relevantes, gente de vida modesta. Los que llegaron a
Venezuela, demostraron su gran habilidad para el comercio, la producción
agrícola, grandes navegantes y amasaron grandes fortunas.
La primera persona con este apellido
Rosario, que se estableció en tierra trujillana, pudo haber llegado a comienzos
del siglo XVII, con las migraciones de isleños, que venían en búsqueda de
nuevas opciones de vida y fortuna, y adoptaron carácter de colonos. Varios,
ingresaron con los hermanos Fernández Saavedra, navegantes y dueños de barcos
que anclaban en el Puerto de Gibraltar. Los colonos de apellido Rosario, se
concentraron en esta ciudad de Trujillo, hemos revisado el censo residencial y
de servicios antiguos y actuales, encontramos que es muy escaso este apellido
en el resto de la Provincia; Francisco Antonio, pertenecía a familia de esta
distinción. Argumentamos esto, porque en aquel tiempo, los indígenas,
negros y pardos, no tenían acceso a los estudios sacerdotales. Esa limitante, nos induce a pensar que era descendiente
de un hidalgo o colono canario, es decir, noble de tercera clase, quien fomentó
familia en Trujillo, con una vinculación muy cercana a la vida religiosa,
entendiendo que esta ciudad poseía carácter conventual. Francisco Antonio
Rosario D., en nuestra cavilación, se identificó desde su infancia, con los
asuntos del Templo cercano, con el Matriz y de los Conventos vecinos, en los
que fue aceptado por los religiosos, y su educación pudo ser confiada a
algún presbítero de la confianza de sus padres y familiares.
En 1761, ejercía el poder civil en
Trujillo, el Teniente de Gobernador, capitán Sancho Antonio Briceño, poderoso
terrateniente, descendiente de uno de los fundadores de la ciudad. La
historiografía señala que con él se inició una saga de Gobiernos marcados por
la arbitrariedad y la corrupción, intimidaba o arremetía con violencia a los
vecinos para imponer el gobernante y los alcaldes y corregidores de su
preferencia, para apoderarse de los impuestos y tributos y dineros públicos de
la Corona; además ejercía el contrabando e imponía contribuciones ilegales a la
gente, que también se embolsillaba. Fue tan deleznable la situación, que años
más tarde, en 1775, el Contador Mayor de Caracas - después Intendente-
José de Avalos solicitó <<Se mande salir, y más de 50 o 100 leguas en
contorno, a dicho D. Sancho, a sus hijos y demás parientes de su apellido, con
prohibición absoluta de poder volver a ningún tiempo a dicho país>> (Informe de Avalos), medida que
no llegó a ser ejecutada.
La época del padre Rosario es la del
Trujillo de las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, que coincide con el
reinado de Carlos III y sus grandes reformas administrativas y los
reordenamientos de los territorios y colonias americanas, prolongada hasta la primera mitad del siglo XIX. La historiadora Diana
Rengifo, afirma que para Trujillo, <<el siglo XVIII inicia el proceso de
maduración citadina>>
(Rengifo, pág. 75), se entiende como tiempo de
ebullición social, política e ideológica, de avanzada de los pardos como
grupo social, en un ambiente relativamente próspero, pero también signado por
la pobreza.
En 1767, con 6 años de edad, ingresó
a la escuela franciscana de primeras letras, la más cercana y a pocos pasos de
su residencia, <<El joven Francisco Antonio hizo rápidos progresos en el
aprendizaje de las primeras letras a que le dedicaron sus padres. Adquirido los
conocimientos necesarios en la escuela le pusieron estudiar latinidad>> (Castro, 12), eso le permitió
sus primeros paseos por la ciudad, guiado por su papá, quien bajando por la
Calle Real le iba enseñando los solares y las casas con su correspondiente
blasón, anunciando las linajudas familias que las habitaban.
Se interesó en sus salidas, por
visitar el nicho del Cristo de la Salud
llamado Cristo de los Milagros, que antes estuvo en la Plaza del Calvario, hoy
Plaza El Carmen, bastante cerca de su casa y también la Ermita de la
Chiquinquirá, y el templo Matriz. El Cristo
de la Salud, era una hermosa talla que la mayoría de los vecinos veneraba
por los milagros que realizaba, era el mayor tesoro que tenía la ciudad
colonial. Fueron los primeros lugares que conoció, cuando lo llevaban a caminar
varias cuadras empedradas, desde la “Calle Arriba” a la “Calle Abajo”, haciendo
parada obligatoria ante la “Quebrada los Cedros” y la “Caja de Agua”.
Un día de 1769, lo invita un niño amigo,
a realizar una pequeña aventura, algo que siempre quiso hacer. La propuesta
para esos años, era atrevida y audaz, y accedió, se atrevió a entrar a
escondidas a averiguar qué oscuros secretos guardaba, los motivos del
hermetismo y quiénes estaban dentro de las enormes e inexpugnables paredes y portones del Convento de los Franciscanos. Era el
Convento de San Francisco, el guía y consejero de aquella populosa comunidad de
la parte alta o “Calle Arriba”, es decir, en las afueras de la ciudad, que siendo
de blancos criollos, no gozaba del abolengo, calidad e hidalguía de los
habitantes de la “Calle Abajo”.
La investigadora Tarcila Briceño,
escribió que: dicho recinto tenía una iglesia de mediana capacidad con una
capilla al lado del evangelio que la hacía parecer de dos naves, donde se
encuentra un altar de San Antonio de Padua (Briceño T, 78), que era el segundo
patrono del Claustro.
La solemnidad y nivel académico de este centro
de enseñanza, lo hacía atrayente según
lo describe el historiador Mario Briceño Perozo, se eleva la distinción porque funcionó <<El
de San Francisco destacó por su hermoso templo y fue famosa la rica biblioteca
de que disponían maestros y alumnos. Se comunicaba por una vía subterránea con
el convento de los Dominicos en La Candelaria…brillaron en Trujillo eminentes
humanistas vinculados a este ilustre monasterio>> (Briceño Perozo,
174); el más importante y adecuado centro de enseñanza avanzada de la ciudad,
lo observó en aventura el niño Francisco Antonio.
Para este tiempo, cumplía el cargo
como Reverendo Padre Guardián de ese Convento, y Predicador General Fray José
Francisco Portillo, de la congregación franciscana (Fonseca, T2, 214); “Paco”,
contaba con 8 años de edad, y esa experiencia lo abrumó de una paz interior,
que causó preocupación a sus padres. Ya no quería andar jugando en la calle,
vivía tranquilo, meditabundo, dedicado a leer el catecismo y otros textos
católicos de la madre, leía salmos en el mesón y cualquier libro relacionado
con el campo del cristianismo, se
transformó en un ser estudioso y mucho más espiritual, lo que también notaron sus maestros y sus
amigos.
Con su crecimiento físico, fue aumentando
su lectura religiosa y su correspondencia con el mundo de salvación de
almas. En 1770, rozando los 9 años de
edad, participa por primera vez del sacramento de la eucaristía, recibiendo su
comunión; era Vicario don Vicente de Segovia, quien era apreciado por los
feligreses, a pesar de su dispendiosa, indecorosa y pública vida de
amancebamientos, y como Cura Rector propio de la ciudad, el Br. Don Idelfonso
Escalona Cabeza de Vaca, de 43 años de edad, quien había cursado estudios de
Filosofía y Teología (Ramos de Lora, Papeles).
Este mismo año, comenzaron a llegar
noticias de la zona baja, sobre el avance de la invasión de los indios
Motilones. Los pobladores de la ciudad, incluyendo la familia Rosario, se
dirigieron a la Plaza Real, y frente a la Sala Consistorial manifestaron su
preocupación porque se pudiera convertir en otro saqueo como el del pirata
Granmont en 1678. El 10 de octubre de 1770, se reunió casi en emergencia el
Cabildo, para organizar una arremetida en contra de los “invasores”, que se
habían apoderado y ocupado los Llanos de Cornieles y el Cenizo hasta las
orillas de la Quebrada La Vichú, al pie de Bitijoc, y avanzaban hacia otros
lugares trujillanos. Entre los caciques invasores estaba un descendiente de las
hermanas Argüelles raptadas por los Quiriquires en Gibraltar a comienzos de ese
siglo. La intranquilidad era total, fue <<necesaria una prolongada y tenaz
movilización de trujillanos para lograr al fin, la expulsión de los indígenas>>
(Cardozo, 19); lo que finalmente lograron, volviendo la tranquilidad a estas
familias.
Curioso, pero desde 1738, que
transitó el Dr. José Félix Valverde, Trujillo no tuvo Visitas Pastorales de Obispos. En junio de 1773, “Paco” cumplió sus 12 años
de edad, considerada ésta, la edad del uso de razón, participa del sacramento de la Confirmación,
siendo el Vicario Don Vicente de Segovia, de 50 años de edad, con mayor
formación teológica y válidamente ordenado, quien cumplió más de 24 años de
antigüedad y servicio en el Curato (Ramos de Lora, Papeles). El padre
Vicente, sentía gran simpatía y afecto por el cordial niño Francisco, y es uno
de los sacerdotes que lo prepara y fortalece espiritualmente en su inclinación
a la vida sacerdotal, también a sus hermanos. el rebelde Nicolás y al conservador y
realista Felipe Santiago Rosario.
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