martes, 15 de septiembre de 2020

Mario Briceño Iragorry, amante de La Puerta.



Oswaldo Manrique R.



<<Nosotros, en cambio, no hemos buscado en nosotros mismos los legítimos valores que pueden alimentar las ansias naturales de progreso. Cegados por varias novedades, nos hemos echado canales afuera en pos de falsos atributos de cultura hasta llegar a creer mas, pongamos por caso, en las “virtudes” del existencialismo que en la fuerza de nuestros propios valores culturales>> (Briceño-Iragorry, Mario. Mensaje Sin Destino.).


Este año se cumplen 123 años del natalicio del maestro Mario Briceño-Iragorry, quien aun, nos sigue enseñando. Su vasta obra, aun por leer la mayor parte y comprender serenamente, en su debida amplitud, así lo confirma. Nos dejó en sus libros, enseñanzas y la restante, nos la sigue dictando; por supuesto, tiene mucho que decir en estos momentos.  



Fotografía portada del libro Mi Infancia y Mi Pueblo, de don Mario Briceño Iragorry.  Cronografía N° 2809.

Hubo un evento significativo, que trata de su práctica y ética política, que me permito recordar. El 16 de diciembre de 1952, a los pocos días de haberse realizado el proceso comicial (30 noviembre 1952) para escoger los representantes ante la Asamblea Nacional Constituyente, denuncia  ante el mundo el gran fraude que se haya podido cometer en comicios americanos, autor material e intelectual, el dictador Marcos Pérez Jiménez. Aunque don Mario salió electo y reconocido como asambleísta por el Distrito Federal, con mucha valentía y dignidad, hizo pública su decisión de no  concurrir ni convalidar a la espuria anti asamblea constituyente que preparaba formar la dictadura, lo que consideraba una traición al pueblo. 

Siendo Abogado, Maestro, Escritor, Ensayista y político destacado,  dedicó la parte profesada de su vida, al estudio de la historia venezolana, promoviendo la construcción del sentimiento de nacionalidad, pertenencia e identidad, con nuestro pequeño y gran terruño, profundo pensador bolivariano, nacionalista y antiimperialista, por esas características, el periodista trujillano y líder popular más  trascendente del siglo XX venezolano, Fabricio Ojeda,  lo calificó como el gran Cruzado Antiimperialista.   

Don Mario Briceño Iragorry, el cruzado nacionalista.
Don Mario, como le decían en sus mejores tiempos, escribió que había nacido en <<la tierra de María Santísima>>,  la ciudad de Trujillo, el 15 de septiembre de 1887, y explicó por qué llamaba así a su región nativa, <<lo hacemos movidos por el deseo de testimoniar en forma sencilla el arraigado afecto para nuestro lugar de origen…de respetar la porción de territorio nacional donde adquirieron el indeclinable y sagrado derecho a ser llamados venezolanos>> (Mi Infancia y Mi pueblo. Pág. 13. ). Murió en Caracas el 6 de junio de 1958, a los pocos días de haber regresado del exilio, moría así, quien se había convertido en la esperanza de los venezolanos, para conducir los destinos de la República.


La Puerta, no es un Pueblo, es una Puebla.

Confieso que entre los temas que he aprendido de Don Mario, o por lo menos me ha puesto a meditar y a investigar, se encuentra que La Puerta, mi localidad de vida, históricamente no es un PUEBLO, sino una PUEBLA; en el momento en que Mario Briceño Iragorry  dictó su discurso de ingreso como individuo de número, en la Academia Nacional de la Historia, en el año 1929, hizo  una mención agradable en relación a La Puerta. Al hacer referencia del hidalgo capitán español  y co-fundador de Trujillo,  Hernando Hurtado de Mendoza, que fue Alférez Real y Alcalde ordinario de dicha ciudad, que le fue adjudicada Encomienda en el valle del Bomboy, también  hizo referencia a su hijo Don Jacinto Hurtado de Mendoza, “…sucesor de su padre en la encomienda que tenía en la Puebla de San Pablo de Bomboy…”. (Discurso de Mario Briceño Iragorry, a su ingreso a la Academia Nacional de la Historia, en 1929) (Subrayado nuestro). Obsérvese que no lo llamó Pueblo, sino Puebla, que tenía y  tiene otro carácter, importancia y significado, y en efecto, es cierto lo que  afirmó  y dijo en su discurso sobre nuestra comarca,  lo he explicado en un artículo ya publicado en el blog, titulado La Puerta, una Puebla, no un Pueblo. 

Lo otro es, lo relacionado con la función de la historia, que le da un carácter diferencial, y que se debe asumir como una enseñanza importante en estos tiempos, al respecto escribió: 
<< es  mantener viva  la  memoria  de  los  valores  que  sirven  de  vértebra al  edificio  social.   Su  objeto  es  presentar  las  formas antiguas  como  elementos  indispensables  para  el  pro­ceso  de  reelaboración  de  cultura  que  corresponde  a cada  generación.   No  se  puede  mejorar  lo  que  no  se conoce.   No  se  puede  crear  cuando  se  ignora  la   resis­tencia  de  los  elementos  donde  se  fundará  la  nueva obra.   Para .que  la  Patria  sea  la  tierra  feliz  de  nues­tros  hijos,  debemos  verla  y  amarla  como  el  grato  le­gado  de  nuestros  padres.   Cuando  el  extranjero  sin estirpe  local  hace  suyo  y  lega  a  sus  hijos  el  suelo  de la  nueva  Patria,  le  lega  no  sólo  un  campo  para  la lucha y  para  la  muerte, sino  el  patrimonio  de  Historia a  cuyo  goce  y  signos  se  ha  sumado  voluntariamente>> (Briceño-Iragorry, Mario. Introducción   y   defensa de nuestra historia. Pág. 13. Tipografía Americana. Caracas. 1952).   

Como tercer punto, me enseñó cómo se siente y se quiere a un pueblo, de forma desprendida y hasta poética,  cuando describió a La Puerta de comienzos del siglo XX, en su única novela Los Ribera, publicada en 1957, que invito a todos a releer. En ella, describió a esta comarca rural así:

<<Un camino que conduce a La Puerta a través del estrecho y delicioso valle…Enfrascados los viajeros en el interesante tema de la política, no se dieron cuenta de la vía ni de los dorados trigales del contorno, hasta que llegaron al deliciosos sitio de “El Pozo”, ya despejado de la niebla mañanera y en cambio alumbrado por un sol esplendoroso que daba mayor nitidez a los lirios inmensos y vueltos hacia el suelo, pendiente de las frondosas matas de floripón ahiladas a la vera del camino>>  (Briceño-Iragorry, Mario. Los Ribera. Pág. 80.En: La Puerta, un pueblo. José Rafael Abreu. Tomado de Un valle, una aldea, un río, de Alirio Abreu Burelli).

Al parecer a finales del siglo XIX y comienzos del XX, La Puerta, era insignificante, inclusive para los viajeros y visitantes. El camino que conducía a La Puerta desde Mérida, en bestias, tocaba pasar Timotes, La Mucutí, El Portachuelo, La Lagunita, Quebrada Seca, que eran las posesiones y grandes trigales  del coronel Sandalio Ruz y su familia,  y de los hermanos Burelli García, para luego llegar a la finca “El Pozo”, cercana a la zona urbana de La Puerta. No existía la actual carretera, solo la vía intermontana de la cordillera.



En la gráfica, un aspecto de la antigua población de la puerta. Cronografía N° 3237.

Con seguridad este destacado ensayista, el conocimiento que tuvo de La Puerta, lo percibió directamente, en su fase de estudiante, cuando hizo sus estudios en el Colegio Nacional de Varones de Valera, y luego en 1916, cuando tenía que recorrer en caballo o en bestia, el único camino de Valera a Mérida, que es justamente el que describió en su novela.
Al escrutar que había pocas casas, narra que se apearon en la más grande y bonita, los atendió su dueño Don Natividad Sulbarán, a quien describió, que, <<lucia su ruana azul y su ancho sombrero pelo de guama>> éste  Sulbarán, además de hacendado, era primera autoridad del Municipio. Los invitó a desayunar, <<les fueron servidos los típicos platos de la tierra fría>> (Ídem). Don Natividad existió y dejó descendencia; la finca también existe. Describió la amabilidad de la gente, y el gusto de ver y tener la visita de esporádicos visitantes, de seres de otros lugares, así fuesen de Mérida y del mismo Trujillo.  




Don Natividad Sulbarán, hacendado, propietario de la Hacienda “El Pozo”, al que se refiere Briceño Iragorry en su novela Los Ribera. Cronografía N° 2802. 

         Al recordar su viaje, <<continuaron entre sembradíos de trigo y maíz, el camino del estrecho y delicioso valle de La Puerta>>, hace referencia al poblado urbano, “La pequeña población se ha mantenido pese a su antigua data en escaso desarrollo” (Ídem); por supuesto, no se refiere al despojo de tierras de 1892, que  hicieron a los indígenas, la demolición de sus viviendas y su desalojo, quedando este sitio, en poder de los gamonales.
Describe don Mario, como si de un video de turismo se tratara, lo siguiente: <<Las casas son sencillas, las aceras están a medio hacer, la iglesia es pobre, la plaza es solo un solar abierto, sembrado de menuda hierba>> (Ídem); en efecto, lo que se conocía como plaza real, luego plaza principal y finalmente Bolívar, era eso, un gran cuadrado de tierra con alguna hierba menuda, y era totalmente inclinada, con una acequia en uno de sus costados.
Su percepción sobre la gente es la siguiente: <<Sus vecinos son buena gente agricultora, que vive de la molienda del trigo, de la fabricación del queso y de la saca de panela>>; verdaderamente, eran inmensos trigales, que arrimaban al molino de la Calle 3, de los hermanos Burelli García; también, lucían extensos cañaverales e ingenios, muchos trapiches que destacaban en las diferentes haciendas, con alambiques que sacaban productos y bebidas alcohólicas; existía mucha cría de ganado vacuno y ovino para la elaboración de quesos, cuajadas, sueros y otros  alimentos, particularmente en las riveras del río Bomboy, ciénagas, y en las tierras reservadas para el desarrollo urbano del Municipio, que fueron también despojadas; era una autentica comarca rural.


La Puerta está obligada a pensar en la muerte.

Es interesante la apreciación de Briceño Iragorry, sobre un tema fundamental en su obra, la educación y religión de los pueblos, escribió: <<Apenas había una escuela primaria y el Cura poco cuidaba de sus feligreses…No obstante las pocas letras de sus moradores, La Puerta es a manera de aula para aprender filosofía convencional>>; y va revelando por qué, en contraste de la frondosa serranía, se había trazado el cementerio, por lo que la vida de esta población <<discurre frente a los propios muertos>>; es cierto, la Plaza Bolívar, la escuela de primeras letras, la sede de la Prefectura, autoridad policial y el templo, están justamente cerca y a un nivel superior o terraza, donde se podía observar el camposanto; por supuesto, en esa época no existían edificaciones en el lado donde hoy están la Prefectura y el Puesto Policial, el Hotel El Padrino y otras casas, no había nada y se veía fácilmente el cementerio.



Fotografía portada de un ejemplar de Obras Selectas, en que se incluye la novela Los Ribera, de don Mario Briceño Iragorry, en la que vierte su agradable  descripción de La Puerta.    

         En  esa  percepción, sobre tópicos filosóficos de la vida y como tema de dimensión espiritual y religiosa, agregó lo siguiente:<<En la mañana, al mediodía, en la tarde…la gente de La Puerta está obligada a pensar en la muerte>>, y hasta los arboles y vegetación pareciera que por el movimiento de la ventisca, <<parece que fueran inclinados por la ventisca para saludar constantemente a los difuntos. Sin que la meditación ocupase a planos superiores, el hombre de La Puerta se acostumbró a mirar con naturalidad cercana el problema de la muerte y aprendió a compenetrase a la vez, con lo transitorio de la vida>>  (Ídem).  Como colofón de su interpretación, de la espiritualidad colectiva de esta población, insertó palabras del padre Contreras, quien al pasar por el cementerio, rezó alguna oración a los difuntos, y refiriéndose al pueblo, dijo: <<Ojala el pensamiento de la muerte, los enseñe a bien vivir>>. Seguramente, este cura es Humberto Contreras, párroco de la ciudad de Valera, quien realizó una obra social recordada,  enorme y duradera, y es posible que lo incluyera en su novela como un homenaje a este sacerdote.  



Fotografía del joven escritor Mario Briceño Iragorry, con su familia.

Como se puede intuir y obtener, de la fina, adecuada y razonada descripción que hizo Mario Briceño Iragorry, de La Puerta de finales del siglo XIX y comienzos del XX, no solo detalla la fisonomía, virtudes y patrimonio geofísico del lugar, sino que precisa valores y aspectos por los que se guiaba la quieta y hasta filosófica población, que le da una adecuada densidad histórica, al espacio y tiempo en que se desarrolló la actividad principal de los caudillos, y que le aporta eso que llamó “fisonomía diferencial a los pueblos”. Aparte de eso, manifestó su querencia personal hacia esta Puebla.  
El 6 de marzo de 1991, los restos mortales de don Mario, ingresaron al Panteón Nacional. Se deben re-publicar sus obras completas.




 La Puerta,  septiembre del 2020.



2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, todas sus obras deben ser conocidas sobre todo
    en las escuelas.Existen algunas instituciones que llevan su nombre y la mayoría de sus miembros desconocen quién fue Don Mario.

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  2. saludos amigo Felipe. eso es cierto, la dimensión intelectual de Mario Briceño Iragorry, es desconocida por sus coterraneos; sobre todo en estos tiempos, es mucho lo que tiene que aportar este trujillano. Quien lea sus obras, se sorprenderá de la vigencia de su pensamiento. OM.

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