Arepa e’ techo.
Personaje popular.
Oswaldo Manrique Ramírez.
Existen personajes
populares realmente interesantes, no por inmensas y encumbradas obras de
caridad, sino porque son vidas que deleitan y hacen la cotidianidad de la
población mucho más llevadera y agradable, y eso, tiene un valor
inmensurable. Algunos son seres
solitarios, sin malicia, tratarlos es casi como interpretar su silencio. Al
elaborar este articulo nos proponemos eso, escudriñar un poco en esta historia
de muy pocas palabras.
Hace muchos años, a mediados del siglo pasado, cuando aun, no había llegado la invasión del concreto armado y el realengo cemento por estos trillos, vivía en La Puerta, uno de estos seres solitarios y especiales, integrante de una humilde familia que vivía en una pequeña casa, cerca de lo que se conoció antiguamente como El Matadero, hoy Calle 2 de La Puerta.
Ramón Salas "Arepa e' techo", caminando hacia la plaza Bolívar de La Puerta, siempre con su alegre y permanente sonrisa. Cortesia de Felipe Rondon.
Sus facciones y
rasgos físicos eran los de un nativo Timote, su pelo negro, chorreado, contrastaba
armónicamente con su piel trigueña indo ambiental. Estatura mediana, de sana
corpulencia, sonrisa franca, en la fotografía que aquí compartimos, se puede
observar el personaje que debemos comentar con pocas palabras. Esa imagen
quizás de los años 70, es bastante elocuente y con evidentes detalles. Es algo,
que hace fascinante esta historia que aquí tratamos, que sintetizo en la
sonrisa generosa y sincera que atrae.
Procuraba vestir,
con su paltó del mismo color del pantalón. Camisa oscura, calzaba alpargatas
también oscuras y sus calcetines. Su
nombre Pablo Salas, le decían popularmente “Arepa e’ techo”. De niño era introvertido, poco conversador, a veces
confundía palabras, las utilizaba intentando decir otra cosa, porque le sonaban
parecidas.
No pudo adelantar en
la escuela, sufría de fuertes dolores de cabeza y no podía anotar las tareas
que la maestra ponía en el pizarrón, mucho menos hacerlas, ni en el salón de
clase ni en su casa donde todos trabajaban. Pudo
haber tenido dislexia, como dificultad para leer, ver o hacerse entender, pero
algo aseguraba que su inteligencia era normal, su buen trato a las personas. El
asunto es que esa dificultad no se puede detectar a temprana edad, sino con la
adultez.
Los curiosos,
ociosos y los infaltables “jetones”, al
hacer su particular diagnostico decían
que padecía de ese extraño mal llamado
“tontera”. El ambiente rural de La
Puerta, reforzaba las condiciones humildes de su familia, como para dificultar
la atención médica. Una hilera de pequeñas habitaciones de barro, donde vivía
con sus padres y sus hermanos, en el final de la Calle 2, cerca del río Bomboy,
conocida antiguamente como El Matadero, de La Puerta, Estado Trujillo, en
Venezuela; desde la entrada de dos puertas de madera pintada en color vino
tinto, orificio de tapiales, se observaba el amplio solar sembrado de
hortalizas, matas y rubros de cosecha rápida, para el consumo de la familia,
también gallinas, algún cerdo, donde pasaba la mayor parte de su infancia, al
parecer su lugar preferido para jugar, junto a unos árboles frutales. Ese fue su mundo infantil.
El original apodo,
le venía porque en las mañanas, cuando las madres estaban elaborando sus
desayunos, y salían por los techos el convocante olor de los fogones mezclados
con los aromas, se presentaba y tocaba
en las casas de familia, con su pocillo para que le echaran café, y además como
hablaba con cierta dificultad, hacia
muecas mirando hacia arriba, se le escuchaba: -¡aepa y echo! intentando
decir que le dieran arepa con queso. Con
esta expresión, se ganó el citado sobrenombre. Un día tocaba en la casa de los
Rondones, otro, se metía donde los Combita en la Calle Páez, o en la siguiente
de los Abreu, y de esa forma, calculando las distintas casas y
posibilidades, llenaba su estomago en
las mañanas.
Cargando
con su dificultad para contestar de inmediato, o localizar la palabra idónea
para responder lo que le preguntaban, algunas veces, trabajaba en las haciendas,
otras hacia mandados o cargaba una marusa con algunas ramas que le daban para
vender, pero gozaba de algo característico, siempre andaba sonriendo. Esto, le
daba un enorme sentido a su vida. Se
ponía muy molesto, cuando los muchachos le gritaban Arepa e’ techo, los
perseguía y los “jartaba”, cuando no les lanzaba piedras.
Los seres como Pablo
Salas, son tan impredecibles como geniales.
Una mañana, llegando a la Plaza Bolívar, dejó en la Prefectura un saco
que cargaba y se fue a la estatua del Libertador, le hizo parada y saludo
militar y se retiró. Esto, dejó sorprendidos a los funcionarios de policía.
Regresó a buscar su saco y siguió hacia el final de la avenida Páez. Era parte
de las ocurrencias que siempre le acompañaban. Su familia, que conocía que era
una persona tranquila y sana, le permitía salir a la calle desde pequeño. En
las fiestas del pueblo, en enero, o en mayo, o en diciembre, se divertía y las
recordaba y comentaba en las semanas siguientes, carruseles, procesiones,
corridas de toros, desfiles, como estampas inolvidables.
Plaza Bolívar de La Puerta, sitio donde Arepa e' techo, rendía respeto al Libertador. |
De
adulto, tampoco se le trataron esos trastornos,
continuó con su mala pronunciación, inclusive, tenía problemas para
aceptar los juegos y chanzas de los infaltables ociosos del pueblo que le
gritaban “Arepa e techo”. Tenía dificultad para recordar. Baja autoestima, a
pesar de su permanente sonrisa, ansiedad, retraimiento y discusiones hacia sus amigos y familiares. A pesar que tenía
sus dificultades para hablar, siempre lograba hacerse entender por sus
interlocutores.
El papá de Ramón, Pablo Salas, hombre
muy trabajador, mantuvo negocios con el señor Tolentino Pacheco, el tendero de
la avenida Bolívar, también trabajó un tiempo en la hacienda de Felipe
Viera, luego, ya anciano, seguía sembrando productivamente su lote de terreno
ubicado en la Calle 2, cercano a lo que antiguamente llamaban “El Matadero”,
adyacente al río Bomboy. Su hijo Guillermo, se fue a vivir en San Rafael, y
Reyes, se fue a La Mesa de Esnujaque. Al morir el señor Salas, Ramón quedó
solo.
Como no era tan feo,
piel morena, pelo liso, negro brillante y tenía sus atributos personales, tuvo
la suerte en una oportunidad que estaba observando a los clientes en la Terraza
Zulia, del señor Benito Sánchez, en el populoso sector de La Hoyada, conocer una dama zuliana, que entabló amistad
con él, y se enamoraron, lo que sorprendió a los averiguadores, quienes
inmediatamente comenzaron a hacer conjeturas ociosas sobre sus dimensiones
varoniles, contrastandolas con las tradicionales de otros paisanos. De esa
forma, tuvieron tema para ir abordando
con elucubraciones, humor, medidas,
interrogantes y distintos puntos de vista la suerte de Arepa e’ techo.
Ramón Salas "Arepa e' techo" |
Su idilio, dio para que varios en el pueblo hablaran
de él. Inclusive, generó cuentos y chistes, de cuando las monjas lo ayudaban
con la comida y su aseo personal, allí le cortaban el pelo y lo vestían. Pero el
comentario de otros paisanos que viajaron a Maracaibo, lo vieron en las calles
pidiendo, y al parecer, la mujer aprovechaba el dinero que él recogía. Al
tiempo, este personaje regresó y se lo llevó su hermano Reyes Salas, que vive
en La Mesa de Esnujaque.
Cuando lo veían, le
preguntaban cómo era la vida con ella, con su pareja y lo que lograba decir en su media lengua,
era que lo bañaba mucho; y así, la dama
visitante, eficiente observadora de lo que no observaban en el pueblo, se lo llevó a vivir con ella a la ciudad de
Maracaibo. Recuerda la oralidad parroquiana que, fueron momentos de expresiva
felicidad para Pablo. Cuando la dama lo invitó a que se fuera con ella a la capital zuliana, le reventó la emoción y
la alegría, comentaban sus conocidos que nunca lo habían visto con tanta
felicidad.
Al llegar a
Maracaibo, fue cuando por primera vez, pudo apreciar un paisaje distinto,
distintos urbanismos, otra gente, otro trato, otra dimensión de la vida; y por
si fuera poco, en dicha ciudad, dinámica y calurosa, lo recibió una familia que
lo acogió durante varios meses. Quizás su timidez, intranquilidad, huidizo, y
su misma condición especial, lo hizo regresar a La Puerta, donde sus parientes,
por no sentirse capaz de afrontar esa nueva realidad. Al tiempo, este personaje
regresó y se lo llevó su hermano Reyes Salas, que vive en La Mesa de Esnujaque.
Ramón, volvió a La Puerta, habían dejado al
cuido el solar que le había quedado en herencia de su padre, apenas le
permitían dormir en un cuarto de la hilera que había, tuvo que afrontar la
vida solo, las Monjas de Tarbes, de la Calle 9 de La Puerta, lo atendían y le
daban comida. Recordó Alfonso Araujo, que hubo un tiempo en que nadie lo
atendía, y anduvo deambulando por las calles, y siendo él Prefecto del
Municipio, lo recogió y <<lo
llevé al Ancianato de Betijoque, para que lo asearan y le dieran la comida,
porque lo habían abandonado, eso fue en 1979, lo llevé junto con el señor
Virgilio Araujo, que tendría unos 90 años, y también, a Magdalena Briceño “la
enamorada”, a esta bonita mujer, la recuerdan los jóvenes ociosos de aquella
época. A Magdalena la llevé a donde las monjas, y allá estuvo bastante tiempo,
bien atendida>>; quizás, la dislexia o la dificultad para
expresarse, no se la trató un médico especialista, y se le
confundía como un enfermo mental, que no lo era. Ramón Salas,
jamás recuperó su herencia, hoy, en ese lote de terreno
se encuentra levantada una edificación de
inversiones multimillonarias; él, está vivo en un ancianato.
Posiblemente la semblanza de este personaje, como otras que hemos venido publicando, nos lleve a reflexionar sobre si son raros, locos, soñadores, graciosos, ángeles, en fin, tratar de comprender la moraleja, y asimismo, las ironías que se desprenden de estas vidas.
La Puerta, noviembre 2021.
omanrique761@gmail.com
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