miércoles, 1 de diciembre de 2021

Arepa e’ techo.

 

Arepa e’ techo.  Personaje popular.



Oswaldo Manrique Ramírez.


Existen personajes populares realmente interesantes, no por inmensas y encumbradas obras de caridad, sino porque son vidas que deleitan y hacen la cotidianidad de la población mucho más llevadera y agradable, y eso, tiene un valor inmensurable.  Algunos son seres solitarios, sin malicia, tratarlos es casi como interpretar su silencio. Al elaborar este articulo nos proponemos eso, escudriñar un poco en esta historia de muy pocas palabras.

Hace muchos años, a mediados del siglo pasado, cuando aun, no había llegado la invasión del concreto armado y el realengo cemento por estos trillos, vivía en La Puerta, uno de estos seres solitarios y especiales, integrante de una humilde familia que vivía en una pequeña casa, cerca de lo que se conoció antiguamente como El Matadero, hoy Calle 2 de La Puerta.  

Ramón Salas "Arepa e' techo", caminando hacia la plaza Bolívar de La Puerta, siempre con su alegre y permanente sonrisa. Cortesia de Felipe Rondon. 

Sus facciones y rasgos físicos eran los de un nativo Timote, su pelo negro, chorreado, contrastaba armónicamente con su piel trigueña indo ambiental. Estatura mediana, de sana corpulencia, sonrisa franca, en la fotografía que aquí compartimos, se puede observar el personaje que debemos comentar con pocas palabras. Esa imagen quizás de los años 70, es bastante elocuente y con evidentes detalles. Es algo, que hace fascinante esta historia que aquí tratamos, que sintetizo en la sonrisa generosa y sincera que atrae. 

Procuraba vestir, con su paltó del mismo color del pantalón. Camisa oscura, calzaba alpargatas también oscuras y sus calcetines.  Su nombre Pablo Salas, le decían popularmente “Arepa e’ techo”. De niño era introvertido, poco conversador, a veces confundía palabras, las utilizaba intentando decir otra cosa, porque le sonaban parecidas.

No pudo adelantar en la escuela, sufría de fuertes dolores de cabeza y no podía anotar las tareas que la maestra ponía en el pizarrón, mucho menos hacerlas, ni en el salón de clase ni en su casa donde todos trabajaban. Pudo haber tenido dislexia, como dificultad para leer, ver o hacerse entender, pero algo aseguraba que su inteligencia era normal, su buen trato a las personas. El asunto es que esa dificultad no se puede detectar a temprana edad, sino con la adultez.

Los curiosos, ociosos y los infaltables  “jetones”, al hacer su particular  diagnostico decían que padecía  de ese extraño mal llamado “tontera”.  El ambiente rural de La Puerta, reforzaba las condiciones humildes de su familia, como para dificultar la atención médica. Una hilera de pequeñas habitaciones de barro, donde vivía con sus padres y sus hermanos, en el final de la Calle 2, cerca del río Bomboy, conocida antiguamente como El Matadero, de La Puerta, Estado Trujillo, en Venezuela; desde la entrada de dos puertas de madera pintada en color vino tinto, orificio de tapiales, se observaba el amplio solar sembrado de hortalizas, matas y rubros de cosecha rápida, para el consumo de la familia, también  gallinas, algún cerdo,  donde pasaba la mayor parte de su infancia, al parecer su lugar preferido para jugar, junto a unos  árboles frutales. Ese fue su mundo infantil.   

El original apodo, le venía porque en las mañanas, cuando las madres estaban elaborando sus desayunos, y salían por los techos el convocante olor de los fogones mezclados con los aromas,  se presentaba y tocaba en las casas de familia, con su pocillo para que le echaran café, y además como hablaba con cierta dificultad,  hacia muecas mirando hacia arriba, se le escuchaba: -¡aepa y echo! intentando decir que le dieran arepa con queso.  Con esta expresión, se ganó el citado sobrenombre. Un día tocaba en la casa de los Rondones, otro, se metía donde los Combita en la Calle Páez, o en la siguiente de los Abreu, y de esa forma, calculando las distintas casas y posibilidades,  llenaba su estomago en las mañanas.

Cargando con su dificultad para contestar de inmediato, o localizar la palabra idónea para responder lo que le preguntaban, algunas veces, trabajaba en las haciendas, otras hacia mandados o cargaba una marusa con algunas ramas que le daban para vender, pero gozaba de algo característico, siempre andaba sonriendo. Esto, le daba un enorme sentido a su vida.   Se ponía muy molesto, cuando los muchachos le gritaban Arepa e’ techo, los perseguía y los “jartaba”, cuando no les lanzaba piedras.

Los seres como Pablo Salas, son tan impredecibles como geniales.  Una mañana, llegando a la Plaza Bolívar, dejó en la Prefectura un saco que cargaba y se fue a la estatua del Libertador, le hizo parada y saludo militar y se retiró. Esto, dejó sorprendidos a los funcionarios de policía. Regresó a buscar su saco y siguió hacia el final de la avenida Páez. Era parte de las ocurrencias que siempre le acompañaban. Su familia, que conocía que era una persona tranquila y sana, le permitía salir a la calle desde pequeño. En las fiestas del pueblo, en enero, o en mayo, o en diciembre, se divertía y las recordaba y comentaba en las semanas siguientes, carruseles, procesiones, corridas de toros, desfiles, como estampas inolvidables.

Plaza Bolívar de La Puerta, sitio donde Arepa e' techo, rendía respeto al Libertador. 

De adulto, tampoco se le trataron esos trastornos,  continuó con su mala pronunciación, inclusive, tenía problemas para aceptar los juegos y chanzas de los infaltables ociosos del pueblo que le gritaban “Arepa e techo”. Tenía dificultad para recordar. Baja autoestima, a pesar de su permanente sonrisa, ansiedad, retraimiento y  discusiones hacia sus amigos y familiares. A pesar que tenía sus dificultades para hablar, siempre lograba hacerse entender por sus interlocutores.

El papá de Ramón, Pablo Salas, hombre muy trabajador, mantuvo negocios con el señor Tolentino Pacheco, el tendero de la avenida Bolívar, también  trabajó un tiempo en la hacienda de Felipe Viera, luego, ya anciano, seguía sembrando productivamente su lote de terreno ubicado en la Calle 2, cercano a lo que antiguamente llamaban “El Matadero”, adyacente al río Bomboy. Su hijo Guillermo, se fue a vivir en San Rafael, y Reyes, se fue a La Mesa de Esnujaque. Al morir el señor Salas, Ramón quedó solo.  

Como no era tan feo, piel morena, pelo liso, negro brillante y tenía sus atributos personales, tuvo la suerte en una oportunidad que estaba observando a los clientes en la Terraza Zulia, del señor Benito Sánchez, en el populoso sector de La Hoyada,  conocer una dama zuliana, que entabló amistad con él, y se enamoraron, lo que sorprendió a los averiguadores, quienes inmediatamente comenzaron a hacer conjeturas ociosas sobre sus dimensiones varoniles, contrastandolas con las tradicionales de otros paisanos. De esa forma, tuvieron tema para ir  abordando con elucubraciones, humor, medidas,  interrogantes y distintos puntos de vista la suerte de Arepa e’ techo.

Ramón Salas "Arepa e' techo"

Su idilio, dio para que varios en el pueblo hablaran de él. Inclusive, generó cuentos y chistes, de cuando las monjas lo ayudaban con la comida y su aseo personal, allí le cortaban el pelo y lo vestían. Pero el comentario de otros paisanos que viajaron a Maracaibo, lo vieron en las calles pidiendo, y al parecer, la mujer aprovechaba el dinero que él recogía. Al tiempo, este personaje regresó y se lo llevó su hermano Reyes Salas, que vive en La Mesa de Esnujaque.

Cuando lo veían, le preguntaban cómo era la vida con ella, con su pareja  y lo que lograba decir en su media lengua, era  que lo bañaba mucho; y así, la dama visitante, eficiente observadora de lo que no observaban en el pueblo,  se lo llevó a vivir con ella a la ciudad de Maracaibo. Recuerda la oralidad parroquiana que, fueron momentos de expresiva felicidad para Pablo. Cuando la dama lo invitó a que se fuera con ella  a la capital zuliana, le reventó la emoción y la alegría, comentaban sus conocidos que nunca lo habían visto con tanta felicidad.

Al llegar a Maracaibo, fue cuando por primera vez, pudo apreciar un paisaje distinto, distintos urbanismos, otra gente, otro trato, otra dimensión de la vida; y por si fuera poco, en dicha ciudad, dinámica y calurosa, lo recibió una familia que lo acogió durante varios meses. Quizás su timidez, intranquilidad, huidizo, y su misma condición especial, lo hizo regresar a La Puerta, donde sus parientes, por no sentirse capaz de afrontar esa nueva realidad. Al tiempo, este personaje regresó y se lo llevó su hermano Reyes Salas, que vive en La Mesa de Esnujaque.

Ramón, volvió a La Puerta, habían dejado al cuido el solar que le había quedado en herencia de su padre, apenas le permitían dormir en un cuarto de la hilera que había, tuvo que afrontar la vida solo, las Monjas de Tarbes, de la Calle 9 de La Puerta, lo atendían y le daban comida. Recordó Alfonso Araujo, que hubo un tiempo en que nadie lo atendía, y anduvo deambulando por las calles, y siendo él Prefecto del Municipio, lo recogió y <<lo llevé al Ancianato de Betijoque, para que lo asearan y le dieran la comida, porque lo habían abandonado, eso fue en 1979, lo llevé junto con el señor Virgilio Araujo, que tendría unos 90 años, y también, a Magdalena Briceño “la enamorada”, a esta bonita mujer, la recuerdan los jóvenes ociosos de aquella época. A Magdalena la llevé a donde las monjas, y allá estuvo bastante tiempo, bien atendida>>; quizás, la dislexia o la dificultad para expresarse, no se la trató un médico especialista, y  se le confundía como un enfermo mental, que no lo era. Ramón Salas, jamás recuperó su herencia, hoy, en ese lote de terreno se encuentra levantada una edificación de inversiones multimillonarias; él, está vivo en un ancianato. 

Posiblemente la semblanza de este personaje, como otras que hemos venido publicando, nos lleve a reflexionar sobre si son raros, locos, soñadores, graciosos, ángeles, en fin, tratar de comprender la moraleja, y asimismo, las ironías que se desprenden de estas vidas.

La Puerta, noviembre 2021.

omanrique761@gmail.com 

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