miércoles, 30 de marzo de 2022

Gavino Rivero y su bodega solidaria.

 

Gavino Rivero y su bodega solidaria.


Oswaldo Manrique.

 


Desde muy temprano y cumpliendo aquel dicho antiguo y popular que <<el que tenga tienda que la atienda>>, los bodegueros, pulperos y tenderos, como se les llamaba en aquellos tiempos, realizaban la ceremonia "espanta bichos", con algo de prosopopeya, luego de barrer con escoba de raíces parameras, iban rociando con cristalino gas plan (kerosen), la acera y la calle que hace frente a su respectivo negocio. 


Gavino Rivero Villarreal, uno de los antiguos tenderos de La Puerta.


Ese ritual, lo ejecutaban, Don Audon Lamus, en su tienda de telas y zapatos, en la entrada norte del pueblo, Tolentino Pacheco, en la Hoyada a una cuadra de distancia de éste; Gil Cómbita en su pesa de carne, comestibles y bar, y asimismo, el señor Gavino Rivero, a quien no le adjudicaron el título rural de "Don", como a otros acaudalados comerciantes, quizás por su particular forma de ejercer el comercio. Su nombre completo: Gavino Rivero Villarreal, nació en La Puerta el 20 de octubre de 1906, murió el 19 de junio de 1997. Se casó con Victoria Araujo, quien falleció en La Puerta, el 28 de mayo de 1998.

Hombre formal, ordenado, pulcro en su negocio de comestibles, y de mucha responsabilidad. 

 

Sus comienzos mercantiles.

El señor Gavino, era un hombre de labranza, tenía un lote de terreno, cerca de la Escuela de La Flecha, en la que por muchos años sembró caraota y maíz, la que comercializaba. 

En la casa que tenía Gavino, en el área urbana de La Puerta, a comienzos de los años 60 del siglo XX, le llegaron a alquilar la sala de la esquina, que tiene dos puertas, una que da a la calle 4, y la otra, a la avenida Bolívar, a pocos metros de la sede de la Escuela Técnica Agropecuaria, que dirigía el educador Isaac Araujo. El señor Gil Cómbita, que fue el arrendatario, puso ahí un comercio y bodega, al frente estaba el restaurante <<la vieja Carmelita>>, de grata recordación por sus exquisitas comidas criollas. Al poco tiempo, se muda Gil, al frente de la ETA, y un pariente de Gavino, de nombre Hernán Rivero, se lo alquila por ser buen punto, pero no duró, también se fue. Teniendo Gavino el local adaptado y con la estantería básica para el comercio, decidió abrir la bodega en 1965.

El señor Gavino Rivero Villarreal, en el interior de su bodega, ubicada en la esquina de la calle 4 con avenida Bolívar, La Puerta. Gráfica cortesía de Pedro Pablo Rivero.


Aquel hombre blanco, vestido a la antigua usanza, con paltó azul, camisa blanca, pantalón oscuro, alpargatas y con su sombrero gris, de buen trato, atendió personal y permanentemente su negocio, a ratos lo suplia su esposa Victoria; una que otra vez, lo ayudaba su hijo Pedro Pablo, quien se incorporó a la Guardia Nacional. 

Allí se le veía, en las mañanas y tardes vendiendo las arepas de maíz, la cachapa, el pan criollo, que elaboraban su esposa Victoria y su hija Flor, y con horarios establecidos, horneaban en el horno de adobes de arcilla traída de Tierra de Loza o Colorada, cercana a Carorita, que tenían en el patio, y apartaban tiempo para elaborar sus cocadas, el majarete o sus afamados polos de distintos sabores, que pedían los estudiantes. Para los adultos, tenía para que chispearan, su michito sanjonero.

 

Victoria Araujo de Rivero, esposa del señor Gavino Rivero Villarreal.

Madrugaba el hombre, cuando le tocaba atender sus cultivos en La Flecha, y al culminar, se le veía venir en su caballo, que lo guardaba en la parte trasera de la casa, donde había un pequeño potrero.  

Pedro Pablo Rivero, su hijo, recuerda que una mañana, se detuvo en los oficios la señora esposa de Gavino, para decirle algo que la tenia confusa. Le dijo al marido: - el Roque es del otro lado. Queriendole decir que al parecer era homosexual. Enseguida le contestó Gavino: - Usted si parece pendeja, no va a ser del otro lado si vive del cementerio pa’ llá, pa’ la carretera. La respuesta dejó perpleja a la señora y no se le ocurrió comentar más. 

 

Recordó su hijo Pedro Pablo Rivero, que la familia tenía como costumbre, cuando iban a comer los mayores, es decir, Gavino y su esposa, que ninguno de los hijos ni parientes, ni amigos, se acercaban al comedor, en ese momento casi sagrado, solo podían estar él con su señora, comiendo. Este matrimonio procreó 8 hembras y 3 varones. 

 

No, no, no, llévese uno... 

 

Todos los días, en los predios del alba, con brisa, neblina, se le veía detrás del mostrador, manipulando el peso, picando y envolviendo comestibles,  dinámico, ordenado y respetuoso, con su pulcra gala diaria y su infaltable sombrero, atendiendo a su clientela, y quedaba tiempo para saludar a los eventuales transeúntes. 

En aquel tiempo, cuando alguna madre de familia pequeña, necesitaba algún alimento o comestible, le decía al muchacho que fuera donde el señor Gavino, y había una razón para ello. En este pueblo andino, los muchachos le dirigían su mirada escrutadora de la tarde, esperando su palabra alentadora, la respuesta, un - ¡Si hay! 

Cuando antes me referí que al señor Gavino, no le decían "Don", por su particular manera de manejar su tienda; por ejemplo, si llegaba una persona y pedía algún alimento por bulto, panela, maíz, harina, arroz, o caraota, o que quería comprarle toda la existencia, él de inmediato le respondía: 

<<No, no, no, llévese uno para que le deje a los demás>>, y en efecto, le vendía una porción, equilibrando que los demás también pudieran comprar y comer.

En esta casa de la esquina de la avenida Bolívar con calle 4, de La Puerta, estuvo por más de 4 décadas, la Bodega de Gavino.


Aunque resulte paradójico, eso ocurría en la bodega del señor Gavino, era una especie de distribución equitativa y solidaria de los alimentos ofertados en el día, sacrificando la recuperación rápida de la inversión, que es uno de los objetivos de cualquier comerciante. Ésa actitud, le acreditó mucha confianza entre sus vecinos. 

- ¡Señor Gavino, Señor Gavino, yo llegué primero! Otro jóven cercano, decía:

- ¡atiendame a mi señor Gavino!

Eran los escueleros, y los estudiantes de la ETA, pidiendo las ricas cachapas o sus exquisitos polos, a quienes también les aplicaba la tabla rasa, cuando se ponían a pedir por lotes las sabrosas cachapas y arepas que preparaba la señora Victoria. Aquellos gritos y algarabía de los estudiantes con su apetito matutino, no alteraba su temperamento, por el contrario, era cuidadoso en atender y distribuir por orden de llegada, en eso no se inmutaba. 


Pedro Pablo Rivero, hijo del señor Gavino, cuando estuvo en la Guardia Nacional, hoy jubilado de dicha fuerza. 


Gavino, se hizo a pulso de honradez y de trabajo, fue un comerciante excepcional en La Puerta. Su solidaridad, es una de las más excepcionales virtudes que se puedan contemplar en el mundo del comercio de ayer y de siempre. Esta es una de las razones, por la que se elabora esta pequeña crónica local.

La Puerta, febrero 2022.

 Omanrique761@gmail.com

 

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