sábado, 8 de febrero de 2025

Crónica de difuntos: violencia política y pillaje en La Puerta, 1887


Por Oswaldo Manrique (*)

Alguno ha escrito, que, de la pléyade de difuntos, está hecha la historia. Suena cruel, pero es así. Se puede pensar que estoy tocando las tumbas de los “Ponchos”,  olvidados por la historiografía moderna, aquella que insiste en que la historia de La Puerta comienza en 1900; sin embargo, se debe reconocer aquellas  almas godas que se atrevieron a reclamar derechos y justicia, y se enfrentaron a los gobernantes liberales, para frenar  su plan de la muerte.


Una Crónica de Difuntos:

En la casa municipal de La Puerta, van llegando más detenidos. Corría el año 1887, de mucha agitación política. En el recibimiento que se le hizo al Dr. Pedro Arnal, presidente del Gran Estado Los Andes, del que Trujillo formaba parte como Sección, <<hubo un choque entre los bandos políticos de la localidad y resultaron muertos y heridos>>, el Presidente de la República, Guzmán Blanco, envió al general Aristiguieta, como Delegado “apaga fuego”, quien fue recibido por los “Ponchos” araujeros colaboradores (La Riva, 107), y estos se apoderaron de la situación. En las elecciones de abril, ganan los liberales, y asume el Dr. José Emigdio González, ex conservador y ahora gobernante liberal, arbitrario y sectario.

 Durante las noches los indígenas no podían conciliar el sueño, no solo por el intenso frio, sino por los actos de tortura que recibían los capturados: los araujeros. Lo que temían los detenidos, era la posibilidad de salir en parihuela. No era ningún convento de aislamiento donde estaban, era la fría celda de La Puerta, pueblo aislado de la serranía de La Culata, en el estado Trujillo.

El centro del pueblo de indios Bomboyes,  llamado La Puerta, está cruzado por  pequeñas quebradas, transitaban su Cacique y principales, los mohanes, los agricultores, artesanos, comerciantes vestidos con sus mantas de lana y sombrerillos,  las mujeres con sus samalayetas cubiertas hasta las rodillas, cabellera en trenzas y sombrero de paja paramera para protegerse del sol; exponen sus productos: lanas, tejidos, alfombras labradas con detalles, ponchos, sombreros, olletas  y utensilios de barro, tabaco, gustosos quesos, ovejos, víveres, trigo, azúcar prieta,  grano y menestras, papas, verduras y otras vituallas producidas en sus tierras del Resguardo Indígena. Durante el periodo guzmancista, de inclinación liberal, consideraba a los indígenas como ciudadanos, con iguales derechos a los no indígenas; sin embargo, su forma de vida y organización social comunitaria en posesiones que comprendían una legua a los cuatro vientos,  y además, verlos felices trabajando y entendiéndose en su lengua aborigen, eran considerados como reminiscencias negativas del pasado colonial, que frenaban el avance y progreso económico de la región. Eran motivos para que fueran agredidos y acosados por los hacendados y gamonales de los pueblos vecinos, que los despojarían de sus tierras y de su existencia.  Esto impedía el desarrollo económico y cultural, a que tenían derecho los primeros pobladores, dentro del espejismo del modelo igualitario republicano.

Aparte de estas arremetidas contra la comunidad Bomboy, para este tiempo, le fueron ocupando tierras y siendo lo más cercano a Timotes, sede de los poderes del Gran Estado Los Andes.  No estando La Puerta bajo el control absoluto de los Araujo, los liberales lo asumieron como parte de su espacio político, de violencia, despojo y de correrías militares.


Un atentado político de los liberales contra los araujeros.


Los liberales se fueron acercando al lugar de los acontecimientos. El “Maese” Felipe, liberal de naturaleza y convicción, apoyaba al jefe civil, en su plan de reivindicar a los liberales de tantas décadas de gobierno araujero. No eran flores y villancicos lo que recibieron de los “Ponchos”.

-      Que le parece, ahora me abrieron un juicio criminal porque estoy haciendo justicia y he metido en cintura a varios araujeros. Usted los conoce, saben cómo actúan. Felipe Uzcátegui, que lleva rato viendo que Natividad camina de un lado a otro preocupado, le replicó:

-      Pues claro, mándelos “pal pote”, tuvo que tomar medidas muy severas, si no somos capaces de enfrentar a estas culebras, no tenemos derecho a llamarnos liberales. Fue una conversación corta en el pórtico de la Casa de la Jefatura Municipal, estaban esperando a los de la Junta de Fomento quienes iban a inspeccionar la obra del camino del Portachuelo-La Mocotí, decretada por el Gobierno Federal.

-      Lo único que ordené fue, la captura de los araujeros, de la forma que fuera, porque siguen alzados y siguen matando nuestra gente. Eso sí,  si se resistían a la captura, que le “echaran plomo”.  Le justificaba este personero, recién designado por  los cinco miembros del Concejo Municipal del Distrito Valera, quienes nombraban a los Jefes Civiles de las parroquias foráneas (Ley Orgánica del Poder Municipal, 1882, s/n). El “Maese”, sin cuestionarlo, pero claro del momento político, le rebatió:


-      Pues, si el gobierno liberal no resuelve, seguiremos ensartaos por los “ponchos colorados”.


Si bien las confrontaciones y sucesos de la guerra política y armada, tuvieron como escenario Timotes como capital del Gran Estado y centro del poder político, fue en la geografía de La Puerta, en sitios como la Mocotí, las Delicias, San Felipe, Los Cerrillos, no es menos cierto que el 10 de junio 1887, se produjo en la misma área urbana del Resguardo Indígena de La Puerta, una trifulca de armas, que “desencadenó los demonios” en el Estado.

    

En 1887, hubo mucho desplazamiento de personas, debido a que estaba en pleno desarrollo la construcción del nuevo camino de Valera a Mérida, por el sector La Mocotí, que conduce a Timotes, la capital y el centro del poder político del Gran Estado Los Andes. Junto con los directivos de la Junta de Fomento,  estaban los ingenieros, agrimensores, capataces,  peones.  Varios indígenas de La Puerta, se les veía en la madrugada caminar en fila, con su machete o pico sobre el hombro, o llevando sus yuntas de bueyes, desde El Pozo, por el camino real de Quebrada Seca, hasta el lugar de la obra. Existía un marcado ascenso en la producción y en el precio internacional del café, uno de los rubros agrícolas del Valle de Bomboy. Todo esto coincidía, con el plan que se venía desarrollando para arrebatarles las tierras a los analfabetas indígenas.


- ¡Qué de cosas nos tocará ver Coronel!  Se maulearon! Le expresó el jefe civil al coronel Felipe Uzcátegui, el “Maese” liberal de la Mocotí, casado con doña Mercedes Cols Arvelo.


- Paciencia y barajar Natividad; la suerte está echada. Le dejó estas palabras alentadoras, como para que no sufriera más rubor de temor por las acusaciones, pues sentía su causa liberal, con realidad impaciente.


-      Guabinas  y truchas disque “guzmanistas”. ¡Colaboracionistas impostores son lo que son, unos oportunistas! Me denunciaron como criminal, asegún,  por los muchos crímenes que he cometido, pero no dicen quiénes fueron las víctimas. Si casi convierten en difunto a Miguelón González, que es compañerito nuestro y de la “Gonzalera”. Dijo la molesta autoridad civil. El coronel le seguía dando ánimos positivos:


-      Pero si hasta los indios de La Puerta saben que esos  difuntos los causó la refriega de parte y parte, pero no ayudan.


-      Coronel Felipe, le voy a decir, como dijo una vez mi amigo Federico Vetancourt,  usted lo conoce, "ahora no nos queda otra que entretener a los godos y matarlos en las pasadas, prefiero que me salga lana antes que rendirme" (“El Trujillano”. 15- 3 -1880). Uzcátegui, al escuchar eso, siendo un liberal moderado, le respondió:


-      Compañerito, la revolución liberal no se perderá si no tiroteamos a los godos. Aunque estén alzados, como colaboradores del Presidente Guzmán.


-       ¿Cómo aseguran que juí yo? Esos son los kari-kari, ni lavan ni prestan la batea.  ¡Que presenten pruebas, a mí no me van a jorobar con eso de "según se dice", no me jodás! Parece la mismita forma de evadir su responsabilidad.


-      Llegaron los de la Junta de Fomento. Dijo el Coronel. 


La crueldad militar de las enviciadas montoneras andinas.


Fueron muchos  los campesinos de la serranía de La Puerta y de otros pueblos, que  marcharon como prisioneros a la cárcel de Valera y de Trujillo. Igualmente, se recordaba los que fueron objeto de una implacable persecución, bastaba que fueran parientes, amigos o correligionarios de los Araujo. 

también ocurrieron otros hechos deplorables, el 25 en Betijoque asesinaron a una niña de 12 años de edad, hija del perseguido político Salvador Guerrero, y el 26 en La Quebrada, se da  una riña entre los Brillenburg y los Pizani, con muerto de ambos lados. En julio de 1887 en la Vichú, Federico Antúnez fue asesinado en su casa por pertenecer al círculo araujista de Betijoque. En la misma ciudad, <<Felipe Matos muerto por la salvaje golpiza que le propinaron agentes de policía en complicidad con el Jefe del Distrito>>. Además, hubo persecuciones políticas contra los políticos y dirigentes sociales Pablo Antonio Salas, Nicomedes Antúnez, Félix Berroterán y Víctor Viloria, Ignacio Castellanos y otros araujistas. En <<Santa Ana, el coronel Benjamín Villegas trató de asesinar a Alfredo Vale. y más tarde, junto a Alejandro Urbina, Jesús María Blanco y Juan León Canelones, trataron de matar al araujista Juan Bautista Rojas a quien le dispararon a quemarropa>> (Colmenter, 90-91). La violencia y el derramamiento de sangre, se ubica en la zona de los “Ponchos”.

*

Muchos los efectivos militares del gobierno. Todos bien armados, intentando mantener el orden en aquel solitario pueblo indígena. El temible y aguerrido Natividad  jefe civil de la comarca, integrante de las fuerzas liberales guzmancistas (no era el cacique del Resguardo Indígena), había ordenado la persecución de los “Ponchos” araujeros.

Desde que hirieron a uno de sus amigos y copartidario, se envalentonó  y mantenía lleno “el pote” de la Jefatura Municipal, con los sospechosos o involucrados en la trifulca del 10 de  junio de 1887.  En el mes de junio, de 1887, ocurrieron varios sucesos, que perturbaron la tranquilidad pública.  El historiador trujillano, Felipe Colmenter, reseñó en su tesis universitaria, este hecho de armas, de la siguiente manera: <<El semanario “El Trujillano”, N° 504, de junio de 1887, tituló el suceso político asi: <<El 10 en la parroquia La Puerta hubo varios muertos a causa de una riña colectiva>> (En: Felipe Colmenter.  Economía y Política en Trujillo durante el Gusmancismo 1870-1887. Páginas 90 y 91. Impresos Urbina. Caracas.1983).   

Pero días después, se le presentó gente armada de Jajó y La Mesa de Esnujaque, se concentraron en la plaza real, y recorrieron el pueblo, como para exhibir la dignidad del partido  conservador. Pero mucho más temor lo abrumó, cuando bajaron los montoneros de la Cordillera de La Puerta.

Podemos afirmar que en ese tiempo, la principal  tropa de La Cordillera, la comandó el legendario coronel Sandalio Ruz, quien tenía una respetable organización de parentelas, con campesinos, indios, parceleros y arrendatarios, que se convertían con un solo llamado, en hoscas montoneras macheteras, cuya participación era necesaria para cualquier movimiento en el vic vac de toda la Sierra de La Culata, entre Trujillo y Mérida. Sus hermanos coroneles Eulalio, Francisco Javier y Ricardo Ruz, lo acompañaron en la mayoría de sus campañas. Al coronel Sandalio, lo llamaban el “Justiciero”, a raíz, de que hizo su propia revolución contra los liberales, saqueó y quemó la casa y hacienda de los González, en El Burrero, como ajuste de lo que le habían hecho con sus bienes de “Los Aposentos”; para esa jornada se llevó a los “Zarcilleros”, unos montoneros gitanos de pelo largo y aretes, que se movían a caballo en los pueblos del sur del Lago de Maracaibo y las islas del Caribe; se desconoce si eran mercenarios. La memoria familiar recuerda que, no era Araujero, pero coincidía con las ideas de defensa de la propiedad privada y de la autonomía de Trujillo; con los Baptista tuvo mayor afinidad y acercamiento y los siguió años después, en campaña y varias de sus acciones militares. Se convirtió en una especie de páter familiae, juez y caudillo en la Cordillera, tan respetado que todo se lo consultaban y sometían a su consideración, hasta los enlaces y compromisos matrimoniales entre su gente. Su lugarteniente fue Mitrídates Volcanes, el de La Maraquita, secundado por el “Mocho” Fidel Rivas.

La otra tropa, era la del  “Jurungo” Giuseppe Burelli, quien para este tiempo ya se hacía entender con los de la Cordillera, y tenía su pequeño grupo de parientes, parceleros, arrendatarios, medianeros y amigos, entre los que se recuerda a Cesáreo Parra, el “Roble” Pabón, los Paredes, con los cuales constituyó una incipiente montonera, para defender las posesiones de su esposa doña Petra Cantalicia García, terrateniente y dueña de posesiones como “El Contrafuego” en Valera, otra en las “Vegas de Motatán”, y las de “El Censo”, “Media Loma”, “San Martín” y “Quebrada Seca” en jurisdicción de La Puerta, la coincidencia en cuanto a la defensa de los bienes, además del carácter inquieto, aventurero, conspirador, jugador del “Jurungo”, lo llevó a sumarse a las huestes conservadoras, que jefatura el general Araujo y luego los Baptista.

Ese día, las sementeras de papa, arvejas, trigo, caña dulce, asi como los pocos hatos de ganado, fueron desasistidos, para sumarse a tan peculiar reyerta política.  Venidos de los prósperos caseríos de los páramos de La Puerta, Kukuruy (después Carorita) y de Pan de Azúcar, llegaron los montoneros de “la Cordillera”. Por el camino real que va de Los Aposentos, la Mocotí, Portachuelo, bajaron de todos los caseríos hasta La Puerta, inclusive gente del Rincón, San Felipe y Los Cerrillos.

*

En esta ocasión, tanto el Cura León, como el Mayordomo de la Iglesia, fueron llamados para los actos fúnebres de los caídos en la riña política. Estuvieron pendiente esos días, de abrir el viejo templo, aquella edificación añeja construida por los indios bajo la dirección del padre Pedro Santa Anna Vásquez de Coronado en 1790, cuyas tapias laterales no se rendían, a pesar que las lechadas de cal no le rendían; los pilares de madera paramera y las tejas rojas hechas por los nativos  de Kukuruy (Carorita) lo mantenían, para cumplir con los eventos religiosos.

-      Como que les están cobrando las que debían y las que no, también.  Fue lo que le dijo el padre José Asunción León al mayordomo de la iglesia. Se encontraban –como rareza-, sentados en uno de los escaños, cerca del armonium.

-      No Padre, lo pasado pisado, eso quedó en el pasado. Son araujeros, también son colaboradores en la pacificación de la región, Ño Fuan, ha sido llamado por el general Guzmán a Caracas. Le respondió Miguel Aguilar, el mayordomo de la iglesia. El cura no estaba muy enterado de las razones de tanto muerto, porque vivía en Mendoza y venía dar misa una vez por mes, no lo querían los indígenas.

-      ¿y por qué tanto muerto, Miguel?

-      Asegún me comentó el amigo José Miguel Bustos, que ha estado aquí, la mortandad de araujeros de esa refriega, se debe a que las lagartijas, tomaron definitivamente el toro por los cachos. En efecto, el legendario general Juan Bautista Araujo, se encontraba en Caracas.

-      ¿No serán lavas de Ño Fuan? Dijo el cura, mientras se levantaba a apagar la vela que recién había encendido a San Pablo Apóstol.

El comentario del cura, vino por lo de la muerte reciente de Filadelfo Araujo, <<hijo del General Juan Bautista Araujo a causa de una herida que le ocasionó Carlos Briceño Vázquez, hecho ocurrido en Trujillo el 4 de diciembre de 1886>> (Colmenter, 90).  Gabaldon.

Al retomar la conversación, el padre León, se volvió a sentar, y Aguilar le comentó:

-      Dicen que fue que al jefe civil “se le fueron las tapas”, porque ordenó que le echaran plomo “por parejo” a los godos.

-      Es lamentable, es buena persona, pero se apasiona. Dijo el cura.

-      Eran vecinos en su mayoría, gente valiosa, agricultores, su único delito es ser “ponchos”, que es como decir, seguidores del “León de la Cordillera”.

-      Si y ardidos también, por haber sido derrotados por los lagartijas. Le expresó el sacerdote. 

El 18 de junio,  los apacibles moradores que no pasaban de 230 aborígenes y vivían en menos de 70 casas dentro del perímetro del Resguardo, presenciaron una discusión entre partidarios de los conservadores “Ponchos” y los “Lagartijos” del partido de gobierno liberal, que se transformó en una pelea con armas, denominada por las autoridades y la historiografía como “riña colectiva”.  En el mismo Semanario “El Trujillano”, se reseña este deleznable suceso,  <<El 18 se denunció al Jefe Civil de La Puerta por proclamar el crimen como necesidad, perseguir padres de familias ordenando incluso que los maten donde los encuentren, por heridas de bala causadas a Miguel González, por ordenar matar a todo aquel que se haga llamar Araujista>>, (Colmenter, 90). Sin duda, es uno de los más severos y graves transgresiones en la sociedad, la propia barbarie, el jefe civil se arrogaba ser la justicia y la ley, se limpiaba el rastro con el ejemplar de la Ley Penal y el de la Constitución, que tenía en el escritorio. El poder y la ley lo imponía solo él y el revólver que llevaba ajustado al cinturón. 

 

-      Aguilar, fíjese que Mendoza, por estar más cerca de Valera,  ya se están preparando para la de guerra <<por parte de las autoridades liberales, causando zozobra y alarma a los ciudadanos  a quienes imponen empréstitos y bagajes forzosos>> Mendoza, por tradición es zona goda. (Colmenter, 91).  Le comentó el Presbítero merideño.

-      Padre, Ño Fuan ha pedido garantías. Agregó el mayordomo.

Aguilar quien vivía también  en Mendoza, era hacendado, ahora de tendencia liberal. Tenía gente que lo ayudaba en su función de cuidar del templo San Pablo Apóstol de La Puerta, de sus bienes y terrenos. Se afirma en las actas que cuando el gobernador  Gral Trinidad Baptista, le informaron que fue el más votado por la feligresía para dicho cargo, le dio el nombramiento <<despachándole titulo en propiedad, con fecha 2 de marzo de 1882>> (Libro de Fabrica San Pablo Apóstol de La Puerta. Archivo Histórico Diócesis de Trujillo).

-      Le voy a decir una cosa, estos hechos dan una idea de la anarquía reinante, y los eternos sectores en pugna, logran rápido con cualquier pretexto, la inestabilidad política en la región, lo que va en contra de la gestión mejoradora o  modernizadora de Guzmán Blanco quién para colmo de males, se va del país. Le respondió el Cura.

"Cuidado con los andinos", dijo el Pdte. Guzmán.  La ambivalencia y el pragmatismo por encima de las ideas políticas: "la doble parada".

Depuesto en 1886, el Pdte. del Gran Estado Los Andes, Gral. Francisco Alvarado, por un golpe armado conducido por el Gral. Colina, se alteró la tranquilidad en el Distrito Valera, al cual estaba subordinado el Municipio La Puerta,  resurgiendo las viejas pasiones y odios de los grupos políticos locales.

Según el comandante insurrecto, los motivos del golpe se centraron en el desconocimiento y burla por parte de los gobernantes liberales, en la designación que hizo el general Joaquín Crespo, del General Juan Bautista Araujo como Jefe de Operaciones de Los Andes (Cardozo, 216);  también para impedir que Guzmán, retomara la Presidencia de la República. y esta insurgencia  <<alteró velozmente el orden público en todo el Gran Estado Los Andes…en la sección Trujillo, los conservadores asaltan el poder, deteniendo al gobernador González (Manuel de Jesús) y demás funcionarios>>. De la ciudad de Trujillo parte el general Juan Bautista Araujo hacia Mérida con una tropa de 500 hombres. Araujo, pacificó los Estados de la Cordillera, y fue reconocido por el gobierno, como garante <<para el gobierno que quiere mantener el orden>> (El Trujillano, N° 479. Edición del 7 agosto 1886).  

Posteriormente, asumió la Presidencia interina del Gran Estado el Dr. Pedro Arnal, y cuando viene a Trujillo, el recibimiento que tuvo fue <<un choque entre los bandos políticos de la localidad y resultaron muertos y heridos>> (La Riva Vale, 107).

Reasumiendo la Presidencia de la República el Gral. Guzmán Blanco, el conservador general Araujo, permanece dos meses en Caracas, sometido a la presión del presidente Guzmán  <<quién lo insta a ordenar a sus parciales la entrega de las armas>> (Cardozo 218), el Presidente  viendo la confrontación en Los Andes, designó como “pacificador” al Gral. Aristiguieta, quien es recibido por los partidarios “godos” del Gral. Araujo, y pasan éstos, a ser <<dueños de la situación>> (La Riva, 108), es decir se apoderaron del gobierno. Coincidiendo los señalados hechos locales, que no aislados, en todos los pueblos andinos <<corre una vez más la sangre>> (Cardozo, 217).

 El historiador Arturo Cardozo, conjetura acerca del momento que pasaban los liberales ejerciendo el poder, presintiendo lo que podía ocurrir al retirarse el general Guzmán Blanco de la Presidencia de la República, << el León de la Cordillera se mantenía apacible por un compromiso personal: ¿qué sería de los liberales trujillanos al ausentarse Guzmán? (Cardozo, 221); debido al proceso electoral, se recrudecen las pasiones políticas en Trujillo y toda Venezuela.

Junto con la paz necesaria para el trabajo rural, el ansiado desarrollo de obras o mejoramiento de los pueblos trujillanos, se frustró con <<el renacer del caudillismo nefasto que condujo a Venezuela a un atraso económico social y político del cual aún hoy en día no se ha podido desprender>> (Colmenter, 90-91).

Ciertamente, como lo afirma la historiadora  Yuleida Artigas, durante el ciclo guzmancista,  <<No gozaron los andinos la paz, menos de progreso; la unificación satisfizo solamente las ansias de poder de los caudillos regionales, las exigencias de sus partidarios, quienes participaron de la nueva burocracia creada por la nueva estructura legal del Estado, que permitió la tranquilidad del gobierno nacional pues logró un mayor control político de la región, a través de los Delegados Nacionales, Presidentes Provisionales y Jefes Civiles y Militares>> (Artigas D, Yuleida.  El Estado Los Andes en la época de Antonio Guzmán Blanco 1881-1887). 


En mucho incidió, lo siguiente:


En carta del 5 de octubre de 1886, Guzmán Blanco se dirige el general Pedro Vallenilla y le da la orden de acabar hasta con el último hombre que se encuentra en armas "no se preocupe por una Revolución, por el contrario, no haga nada por impedirla... esto es, precisamente, lo que deseo, qué haya un movimiento en Los Andes contra la autoridad del gobierno nacional. Entonces yo marcharé con un ejército... y dejaré la región tan liberal como lo hice en Apure después de su rebelión" (Luis González. Testimonios del Periodismo Trujillano. volumen 2, pág. 5. siglo 19). A pesar de su alianza con el general Araujo, tranquilizador de los Andes, Guzmán Blanco, expresaba ese mismo año "cuidado con los andinos". 

Años más tardes uno de los principales protagonistas del caudillismo trujillano el general  Blas Briceño “El Chato” y “Atila trujillano”,  cuñado del “León de la Cordillera”,  escribió al general liberal Víctor de Jesús González, el 6 de junio de 1898,  una carta en la que le resume: "pues ustedes si la ganan la pierden y si no también, pues si la revolución triunfa, nosotros quedamos bien y si triunfa el gobierno del mismo modo" (Boletín N° 6 del Archivo Histórico de Miraflores. Caracas 1960).  

Hay otra carta dirigida por el doctor Inocente Quevedo, Presidente de Trujillo, dirigida al general Cipriano Castro, Presidente de la República el 4 de junio de 1900, en la que le señala que observaba en el estado "unas medias tintas, espectadora y fluctuante, que esperaba seguramente algún éxito de la Revolución para seguir sus corrientes. Hablo de la fracción genuinamente de los Baptista>> (Boletín 35 y 36 del Archivo Histórico de Miraflores. Caracas, marzo de 1965). Esto sintetizaría lo que realmente era una fórmula de actuar en política que llamaban la jugada de "la doble parada", que podían usarla tanto los dirigentes principales del conservadurismo como los del liberalismo.

*

-  Mirá aquellos indiecitos malartes, averiguando y revisando las mortajas de los que van a enterrar. Se le medio percibía al Sacerdote. Coincidiendo con el parecer de este, casi con fastidio, Aguilar respondió:

- Cuando será que se van a decidir a aplicar el decreto de partición, casi toda la  tierra la tenemos dividida. Manuel González y yo, ya le dimos poder en el tribunal de Jajó, al Dr. Onofre.  Los Quevedo no se deciden, porque disque Leopoldo Baptista y los Araujo no les han dado las órdenes.

Fue durante estos días del gobierno del carachero y viejo Gral. Juan de Dios Perdomo, cuando se planifica el zarpazo y se introdujo la demanda para apoderarse de las tierras del Resguardo Indígena, donde hoy se encuentra ubicada el área urbana de La Puerta.  En la fase inicial del juicio de partición, en mayo de 1887, en el Tribunal de Trujillo, Samuel Quevedo, apoderado de los demandantes: supuestos indígenas, este gamonal era lugarteniente del jefe de los oligarcas general Juan Bautista Araujo (Gabaldon: 41). Como demandados, los supuestos indígenas: Miguel Aguilar, hacendado de Mendoza y Mayordomo de Fabrica de la Iglesia de La Puerta, Manuel González, integrante de la “Gonzalera”, asi como, un Rubén Carrizo, y Gregoriana Moreno, tenían como apoderado a un pariente de aquel Quevedo, de nombre Onofre Quevedo. Contestada la disfrazada y fraudulenta  demanda, el tribunal designó Partidor de las tierras al  Agrimensor y Bachiller Leopoldo Baptista, personaje que ya se convertía en un encumbrado “Poncho” trujillano (Archivo histórico Registro Principal de Trujillo. Actas del Expediente de Partición, 1891).

-      Si, amigo Miguel, seguiremos esperando, a mí también me toca un pedacito, yo no pido mucho. Acuérdese que cuando uno muere no tiene cómo llevarse las fincas ni los barbechos, pa’ donde nos toque. Le decía el cura.

-      Padre, voy a tocar campanas, porque llegó otro muerto.

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.

sábado, 1 de febrero de 2025

El alzamiento constitucional contra el Latifundio en Trujillo (1811). El Mayorazgo de los Cornieles.

Por Oswaldo Manrique (*)


Adornaba la sala principal de la Casa Parroquial de Mendoza de los Timotes, una imagen de la Purísima, en la otra pared, un crucifijo de madera con un rosario que le guinda. Delante de la ventana, un sobrio escritorio de cedro de muchas gavetas y sus cerraduras, la silla acolchada del Padre Rosario y dos sillas para sentar a sus visitantes y fieles. Un día de agosto de 1811.  

-         Chico Toño, que sorpresa tan agradable. ¿Cómo esta doña Asunción y Ricardito? Le dio un abrazo y lo recibió con alegría, invitándolo a sentarse.

-         Están todos bien, Padre, allá en “San Francisco”. Le respondió el letrado Francisco Antonio Labastida Briceño, uno de sus vecinos e integrante de su feligresía, refiriéndose a su hacienda.

-         Cuando te vi llegando montado en el “Moro” y no en la calesa, le dije al señor Rumbos, que alguna urgencia traías. El prócer La Bastida, con su rostro inescrutable, le contestó:

-          Padre, más que una urgencia para mí, es una necesidad impostergable para nuestra futura Provincia.

-         Te adelanto, ya conversé con Fray Ignacio, y como lo conozco bien, el proyecto esta guiado <<por el amor de su religión, de su patria y de su deseado dueño y señor Fernando Séptimo “que Dios guarde”, >> y hasta me dijo en resumen: Padre Rosario, nuestra Constitución se basara en “religión santa, felicidad de la patria y vasallaje>> (Fonseca, TII, 355-356). Sin embargo, él acepta lo de convertir a Trujillo, en Provincia, zafándonos de Maracaibo.  Pero tú dirás, y yo te escucho. Como eminente doctor en derecho civil, y conocedor de su región, el mendocino La Bastida, le explicó:

-         Padre es necesario, buscar el apoyo para la eliminación de los Mayorazgos, que son tan perniciosos, como el demonio. Esas tierras ociosas en poder de un solo dueño, hacen mucho daño a los hacendados y a todos los que queremos que esta provincia prospere y se desarrolle. El dinámico Cura, le dijo:

-         Por supuesto, entiendo tu preocupación, yo también tengo mis haciendas en El Cucharito y en la entrada de La Puerta, y no estaremos haciendo nada nuevo si no mejoramos el asunto de la economía y la propiedad de la tierra. De esa forma discurriría, la conversación entre estos dos próceres de la independencia.

La dinámica económica trujillana durante la Colonia, basada en la agricultura y la ganadería, que requería mayores lotes de tierra fértil,  bien ubicadas para la salida de su producción, encontró un fuerte obstáculo, que a muchos hacendados les causaba motivos de reproche y molestia, fue el establecimiento de una particular forma de propiedad de tierras: el Mayorazgo, que podía ser considerada la máxima expresión del modelo latifundista, que influyó contundentemente en el avance de la economía regional.

Esta forma de propiedad, con vigencia por las Leyes de Toro desde 1505, en que las aprobaron los reyes Fernando de Aragón e Isabel I de Castilla, permitía que las grandes fortunas de la época, fundamentalmente basadas en Tierras, fundos, hatos y haciendas, fueran instituidas como Mayorazgos, para que esos bienes,  pasaran al  hijo mayor, con el fin de evitar la disgregación, división, partición o venta o hipoteca de la fortuna familiar, es decir, se transmitía generacionalmente de uno  a otro primogénito,  con eso se perpetuaba en una sola familia la propiedad de extensas posesiones de tierras y no se esparcía, sino que por el contrario, uno de sus fines era acrecentar los bienes instituidos y posesiones de tierras; en fin, eran inalienables e indivisibles. Como privilegio, era un modo de mantener el poderío económico de la familia. Este derecho y prerrogativa de ciertos súbditos de los Reyes (latifundistas), fue trasladado a las Colonias americanas en 1529, y gozaban además, de exención de impuestos y tributos, salvo que los impusiera alguna licencia o autorización de la Corona española.

Entre la primera y segunda década del siglo XVII, el Capitán de Caballería Real y Regidor de Trujillo Francisco Gómez Cornieles e Isabel Briceño, su mujer, instituyeron un Mayorazgo, <<Real Cédula de 8 de noviembre de 1608>> (Fonseca, TII, 319); que en investigación de la historiadora trujillana Zulay Rojo, perteneció a la familia de este militar, hasta 1748. Su hijo el Maestre de Campo Francisco Cornieles Briceño la tuvo mucho tiempo; luego, Antonio Cobarrubias Cornieles, hasta  que pasó al  Cabildo de Trujillo, y a la postre, la República tomó la determinación de que fuera administrado por el Colegio Nacional de Primera Categoría de dicha ciudad, hasta que en 1872, por decreto presidencial es enajenado (Rojo, Zulay. El Mayorazgo de los Cornieles. ANH. 1997); decisión del general Guzmán Blanco.  

El mayorazgo de Cornieles fue tan extenso que algunos cronistas han señalado  que además de las Llanadas de Monay, alcanzaban tierras de los Llanos del Cenizo, Los Negros, Pocó, Los Tiestos, las inmediaciones del rio Motatán y las de El Cenizo, era un territorio inmensamente grande para una Provincia como la nuestra. El historiador Castellanos, profuso investigador del tema, denominó esta posesión como “la llanura infinita”, perpetua y sin medidas,  porque para esa época era impensable lograr una medición o levantamiento topográfico de la misma; al efecto, escribió lo siguiente: “Es necesario pensar en lo que fue el Mayorazgo de Cornieles con una dimensión apenas menor que las tres cuartas partes de lo que hoy es nuestro Estado” (Castellanos Villegas, Rafael Ramón. La Trujillanidad. Marzo 2009. En: rrcastellanos.blogspot.com). Era obvio, que estuvieren molestos todos los hacendados que ocupaban y sembraban el territorio restante de la Provincia, apenas una cuarta parte de ésta.

Durante la fase inicial del proceso libertario de Trujillo, la Asamblea Provincial Constituyente electa en 1811, zafándose de la subordinación y dependencia de la Provincia y Gobierno de Maracaibo, consagró en el texto de su primera Constitución la  prohibición del Mayorazgo.   Con el conocimiento agroeconómico de la provincia y del problema de la tenencia de la tierra, generado por el hecho que casi las 3 cuartas partes del territorio pertenecía a una sola familia mantuana (Mayorazgo de los Cornieles), Francisco Antonio La Bastida Briceño, hacendado, letrado, principal líder de los aristócratas  y a la vez Constituyente por La Puerta, llevó el planteamiento a la Asamblea Provincial Constituyente  y buscó el apoyo de los hacendados de la región, entre ellos, los Briceño, los Mendoza, Roth, Parra, González, Betancourt, Carrasquero, Graterol, Saavedra, varios de ellos también constituyentes, y el valioso apoyo del padre Francisco Rosario, cura doctrinero de La Puerta y Mendoza,  para incluir como norma jurídica suprema, la prohibición del Mayorazgo, a la sazón, la mayor concesión y expresión del latifundio durante la Colonia, consiguiendo el  respaldo político y aprobando dicho pronunciamiento.  Fue de tal importancia el problema generador de atraso económico, que los representantes de los distintos cantones, parroquias y pueblos, mantuanos, criollos, pardos y curas, en su mayoría hacendados revolucionarios, vieron la necesidad de poner coto a una de las figuras más reprochadas en materia de tenencia de la tierra: el Mayorazgo, que como institución tradicional medieval imperial, sostenía el latifundio. Este, es un ejemplo de la madurez provinciana y patriótica alcanzada por este sector de hacendados criollos, en la comprensión de la necesidad de desatar una revolución anticolonial, además que fueron determinantes en los hechos decisivos independentistas de 1810 en Trujillo y a la incorporación a la revolución nacional emancipadora.

Al efecto, en  el Titulo Noveno, de la Constitución Independentista de Trujillo, que trata de los Establecimientos Generales, y luego de una bien madurada e hilvanada propuesta, en cuyo debate participó con mucho conocimiento el hacendado e ilustre abogado, Francisco Antonio De La Bastida Briceño como representante del Pueblo de La Puerta, consagró lo siguiente: Capitulo 5° “Se prohíbe la fundación de Mayorazgos como gravosa al bien general de la provincia (ANH. Las Constituciones Provinciales. Pag.315. Caracas. 1959). Este extraordinario aporte de lucha contra la tenencia insaciable e incalculable de tierras, podemos considerarlo como uno de los primeros pronunciamientos constitucionales de los republicanos venezolanos contra  el latifundio, no obstante, que no varió el resto de tan complejo problema  y sobre el modo de producción esclavista. , lo que no quita ni desmerita lo aprobado, su carácter revolucionario y relevante, orientado hacia una nueva distribución de la tenencia de la tierra.

Este, debe considerarse un momento relevante en la evolución del pensamiento sobre el tema agrario, cuyo principal impulsor de aquel logro en materia de tenencia de la tierra, para ponerle punto final al privilegio del Mayorazgo, fue el ex Teniente de Gobernador, La Bastida, en la provincia de Trujillo. Dicho texto constitucional, aprobado el 2 de septiembre de 1811, lo suscribió el constituyente  De La Bastida, cuyo apellido luego derivaría en Labastida.

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.

 

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