Oswaldo Manrique. La Puerta, 2019.
En el año 1636, todas las aldeas
indígenas de la provincia de Trujillo, fueron visitadas por el Obispo Dr. Juan
López Agurto de la Mata. Éste en su
informe, da cuenta que hasta el año anterior, en lo que comprendía la
jurisdicción del pueblo de San Pablo Apóstol del Bomboi, estuvo como Cura
Doctrinero el padre Antonio Montero, y recibió la parroquia el cura Salvador
Carmona. Indica además, que era Vicario
foráneo el padre Melchor López (Briceño Perozo, Mario. Historia del Estado Trujillo. pág. 60. ANH. Caracas. 1984). Esta es una referencia importante, en
el proceso religioso y de formación de La Puerta, como pueblo.
Tiempo antes, en 1608, el obispo Fray
Antonio de Alcega, cura franciscano, en su visita pastoral a Trujillo, hizo la
distribución de las Doctrinas con lo que se le dio dirección y organización al
cauce poblacional de esta Provincia,
para lo cual, encargó de cada una de las Doctrinas no solo a religiosos, sino
que incorporó a sacerdotes seculares, otorgándoles a todos la igualdad
necesaria, es decir, la condición y categoría de párrocos. En la denominada
Séptima Doctrina, en lo que hoy es La Puerta, Mendoza y parte de Timotes,
estuvo integrada por la encomienda otorgada a Juan Álvarez Dabuim, con 408
indios habitantes del valle del Bomboi, una de las más extensas, que cubría el
territorio desde El Portachuelo, hasta El Quebradon-Carmania, límites con lo
que hoy es la ciudad de Valera; incluía
asimismo esta Doctrina, la encomienda del
capitán Blas Tafallés, con 108 indios habitantes de Timotes, que alcanzaba
a los Mucutís; la del capitán Pedro
Gómez Carrillo, con 131 indios Timotes, Don Francisco de la Piñuela, con 175
indios Timotes, y la del capitán Hernando Hurtado de Mendoza, con 137 indios, también
Timotes. Son estos grupos de indígenas los que fueron encomendados para ser
adoctrinados y congregados por los misioneros españoles, que van a encauzar
posteriormente lo que será el Pueblo de San Pablo Apóstol del Bomboi, y que
abordará como cura doctrinero el padre
Antonio Montero.
Partiendo de la mencionada e inicial fuente
documental, el primer Cura Doctrinero que ejerció labor evangelizadora en el
Pueblo de San Pablo Apóstol del valle del Bomboi, el primer rector espiritual de esta comarca,
fue el padre franciscano Antonio Montero,
por lo menos hasta 1635, año en que le entregó la parroquia al clérigo
-también de la misma Orden-, Salvador Carmona y se trasladó a la iglesia de San
Miguel de Burbusay. Podemos distinguir, que, luego de la exploración y visita
canónica del Obispo Alcega, la primera
sotana autorizada que se conoció y sirvió al curato de La Puerta, en la otrora
capilla de palma, fue la del sacerdote Antonio Montero.
Historiográficamente
se ubica la fundación del Convento Franciscano de Trujillo, en el año
1578, que se corresponde con la misión
del segundo grupo de los frailes españoles observantes que llegaron en 1576,
saliendo ese mismo año de La Española, Santo Domingo (hoy República
Dominicana), para establecerse específicamente en Trujillo, Provincia de
Venezuela, contando con el apoyo del Gobernador y Capitán General
Diego de Mazariegos, con lo cual comenzó el proceso de erección de la
Provincia Franciscana (Arellano, Fernando. SJ. Una introducción a la Venezuela
prehispánica. Pág. 198. UCAB. Caracas. 1986. Versión digital). El nombre del
Convento es prosopopeyico: Convento de San Francisco de Asís o San Antonio
Tavira de Padua de la Recolección.
Se vislumbra que Antonio Montero, no
siendo español, integró ese grupo de
franciscanos y se encargó de la catolización de los indios Timotes de este
valle porque se requerían curas nacidos en Trujillo y conocedores de la zona,
de la gente y del idioma indígena; y con suficiente espíritu de misericordia
evangélica y de humanismo protector que animó todos sus actos, dio comienzo a
su ministerio pastoral aquí. Apreciándose igualmente que Trujillo era, un
objetivo principal del primer ensayo evangelizador de los franciscanos en
Tierra Firme. Su personal misionero, venía exclusivamente de España, para
fundar y ocuparse de los pueblos indígenas para su paulatina evangelización y
europeización, excepción hecha con este sacerdote.
Su padre, el legendario Capitán Juan García Montero,
descendiente del conquistador Juan Román, compañero de armas y amigo de
Juan Rodríguez Suárez, el caballero de
la capa roja, fundador de la ciudad de Mérida; también fue de los guerreros
españoles que asistió al desbarate del Tirano Lope de Aguirre con sus armas y
caballo (llamado por otros historiadores: Príncipe de la libertad), desde
Trujillo. Servicios de guerra, por los que obtuvo en 1595, encomienda en
Boconó, en la que “entraban los caciques Alonso Bucis, el Principal Bohote, el Principal
Bijeo, el principal Pitahay, y los principales Mitieis, Momoitatu, Estabanda y
Mitubu con sus demás indios”. (Briceño
Iragorry, Mario. Los fundadores de Nuestra Señora de La Paz de Trujillo. 1930.
Versión digital). El capitán García
Montero, fue amigo personal del ilustre Obispo Fray Antonio de Alcega, a quien
acompañó por su recorrido pastoral a la Provincia de Nirgua, contando
en 1648, con 80 años de edad. La madre fue
Olaya Pacheco. A pesar de la
avanzada edad del padre, fue algo prolífico, tuvo varios hijos: Clemente
Montero, el mayor, sucesor de su padre en la encomienda; Jacinto Montero, quien fue Regidor de
Trujillo y estuvo el año de 1666 en la
defensa de Maracaibo contra los piratas; Antonio, el cura, fue el tercero de 7
hermanos; Isabel García; Mariana de la
Paz; Juana Sánchez; Catalina García; y
Olaya Pacheco. Las familias con amplia
prole, se trazaban estratégicamente el destino de la familia, entre ello, la de hacer ingresar a alguno de los hijos en
la carrera eclesiástica, que les daba cierto poder, aumentaba su prestigio y
además un ingreso económico vitalicio, generado por las denominadas capellanías.
Los elementos documentales que
hemos revisado, en conjunción con el mismo contexto histórico, nos lleva a
pensar que este religioso, tuvo su formación como sacerdote en el Convento de
los Franciscanos, en la denominada “Callearriba” de la ciudad de Trujillo,
cumpliendo allí, requisitos académicos en filosofía y teología, disciplinas que
abultaron su conocimiento intelectual de la época. En las aulas de ese convento
franciscano, se pudo haber recluido durante un tiempo a ilustrarse, y en la
fría habitación o en los pasillos a repasar y madurar dogmas y apotegmas sobre
los más abstractos y trascendentes asuntos metafísicos, herramientas con las
que iba a confrontar la cosmovisión y creencias de los indígenas que pretendía
convertir al cristianismo.
A contravía de la prevalente tesis
economicista y del materialismo histórico,
el historiador francés Febvre, afirma que las motivaciones de los
conquistadores españoles para invadir y ocupar las tierras americanas y someter
a los aborígenes, fueron de orden divino, de aspiraciones místicas y dogmas. No
habría según esto, causas de carácter material, ambición de fortunas y de poder
en las posesiones ocupadas, por eso denominó estos siglos XV y
XVI, como de la expansión del “antiguo fervor proselitista… para ensanchar
los límites del cristianismo…” (Febvre, Lucien. El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais. Pag. 136.
1993). A tenor de esta tesis tan
contradictoria, los españoles, vascos, portugueses, italianos que llegaron a La
Puerta como invasores y colonizadores, lo hicieron en nombre de la fe
cristiana.
El apellido Montero es muy antiguo y procede de
la zona de Castilla en el Reino de España.
Este apellido estuvo presente en la conquista y posterior colonización
de América, donde personajes llamados Montero participaron en las hazañas de
los guerreros hispanos. Cita Mario Briceño Perozo, en su
libro Historia del Estado Trujillo,
la existencia de un encomendero de apellido Montero, se refiere al capitán español Juan García
Montero, padre del levita Antonio.
En la indagación hecha para esta
crónica, encontramos que el capitán Juan García Montero, llegado al Tocuyo, fue
compañero de Juan Pacheco Maldonado en la campaña de 1607, contra las tribus
rebeldes del lago de Maracaibo; asimismo existe la posibilidad que el padre
Antonio Montero, fuera pariente de Don Bernabé Montero de Espinosa, otra rama
de este apellido, que se estableció para dicha época como colono en la ciudad de Coro.
Los Franciscanos, cuando llegaron a
Venezuela, recién ocupada por los
guerreros españoles, vinieron con una idea diferente a la simple
evangelización, tenían como objetivo crear pueblos católicos, con o sin el
apoyo de los soldados. Para ellos, la labor estaba conjugada a la socialización
occidental de los indígenas, y así, lo fueron demostrando creando muchos
pueblos de doctrina, en retiradas zonas de Venezuela; en Trujillo, se reconoce
su trabajo en la capital de la provincia, y en varias de sus comarcas como San
Miguel de Burbusay y la nuestra. La labor inicial de los
franciscanos era la de evangelizar y para ello, tenían que reducir y congregar
a los aborígenes, lo que obviamente no fue tarea sencilla para los misioneros.
Sin embargo, el padre Montero, en su labor pastoral, los fue congregando y
organizándolos en la fe, formando a los fiscales de doctrina, con jóvenes que
escogía en las mismas encomiendas y a los ayudantes eclesiásticos. Además de la
catequesis, les suministraba nuevos hábitos y costumbres y el nuevo idioma, el
castellano.
Fachada actual de la iglesia
San Pablo Apóstol de La Puerta. Cronografía propia de este blog.
Cuando
pudo celebrar en enero siguiente, la fiesta patronal de San Pablo Apóstol, tuvo
la participación de indígenas, colonos y hacendados y sus esposas y familias.
Esta jornada de fe, fue prestigiada con la asistencia del clero de la Vicaría
de Trujillo, y de otros sacerdotes; demostrando que su novel feligresía
fomentaba humanismo y religiosidad, pero
además, iba adoptando cuerpo de comunidad. Como todo cura
franciscano, percibimos que la incorporación de la Inmaculada Concepción, también llamada Purísima
Concepción de María o simplemente la Purísima, como una de las cuatro joyas de nuestro templo, es obra de Montero. Esto lo basamos en una de las disposiciones del Papa
Sixto IV, también franciscano, que impuso la devoción y celebración de la
Inmaculada, como esfuerzo emblemático de dicha congregación religiosa.
En los siguientes meses de su llegada
a este valle, empezó la reparación y acondicionamiento de la Capilla doctrinera,
una enramada, especie de gran choza sobre palos de tirindí y laurel, que requería
preparación y ornamentos y prendas necesarias para el culto. Montero embelleció el templo rural dotándolo
de algunas imágenes incrustadas en las
paredes de tapias, quizás algún retablo con imágenes sagradas, o apropiadamente
pintadas en telas y lienzos durables, y
el Santo Cristo, trajo los vasos sagrados y preciosas decoraciones. Para ello,
tuvo la ayuda de Doña María Estrada, mujer profundamente creyente y cristiana,
era esposa del encomendero capitán
Don Hernando Hurtado de Mendoza. Un hijo de los Hurtado de Mendoza, de nombre Cristóbal como todo un vástago de
español, quiso ser cura, sus
padres tuvieron que dar en garantía la
casa, el solar y sus tierras y hasta los esclavos que tenían, para que él
entrara al Seminario, se dedicara a sus estudios sacerdotales, recibió primera
tonsura en Trujillo el año de 1607, de manos del Ilustrísimo Señor Fray Antonio
de Alcega, posteriormente dejó la
carrera eclesiástica, para atender la encomienda de su padre; esto da una idea
del grado y magnitud de la catolicidad de esta familia fundadora y de la ayuda
que seguramente le prestaron al padre Montero, para los inicios de la
catequización y la labor litúrgica. Pudo contar también, con la ayuda de la
española Catalina Castañeda, casada con el Capitán Gómez Carrillo, también
encomendero de este valle. Y seguramente, haría aportes doña Marina de Ledesma,
mujer que fue del Capitán Blas Tafallés, Alcalde de la Santa Hermandad en
Trujillo en el citado año, todos ellos profusos creyentes de la fe católica.
Además fue, el primer encomendero de
este valle Juan Álvarez Davoín, Alcalde Ordinario de la ciudad de Trujillo en
1630 y también de Maracaibo, casado con María de Saavedra, hija del
Conquistador de Mérida Capitán Hernando de Cerrada. Este matrimonio de
procedencia lusitana, era profundamente católico, tuvo 7 hijos, en el siguiente
orden: María Álvarez Davoín; Clara
Álvarez Saavedra, bautizada el 20 de agosto de 1608; Capitán Tomás Davoín
Pereira, casado con Petronila de Alarcón; Catalina Álvarez Davoín, Juan Álvarez Davoín, a quien le decían el
Mozo; Inés, bautizada el 2 de marzo de
1613, y Margarita Álvarez, bautizada el
14 de junio de 1614.
Boceto Cristo en la Cruz. Fotografía
y boceto propios de este blog.
Este grupo de apellidos de nuestros
encomenderos, mayoritariamente españoles, proceden de la zona más
categóricamente católicas, como lo es Extremadura, donde existe una profunda
devoción por la Virgen María; ellos, marcan el historial genealógico y
religioso de nuestra comarca, algunos se han extinguido o van camino a su
desaparición como: Tafallés, otros como,
Briceños, Mendoza, Saavedra, Graterol, Davoin, Pacheco, conformaban el selecto grupo de los dueños
del valle durante la época colonial, apellidos que persisten hasta nuestros
días y que conforman la columna vertebral de nuestra población, y de su espiritualidad. La familia más numerosa de toda la
provincia, que sentó raíces en nuestra parroquia, los Briceños (descendientes
del conquistador fundador Sancho Briceño),
que opacó a los La Bastida (el otro conquistador), sumada a las de los
señalados encomenderos, son las familias
genésicas, que fundamentan el sentimiento religioso arraigado en nuestra
población desde su comienzo en el siglo XVII, como pueblo de doctrina católica.
En aquella modesta capilla, ubicada
en un lote de terreno de la esquina nor-este de la Plaza Real, visitado por el
Obispo Alcega, que a comienzos del siglo
XVII, fue asignado a la iglesia, fue donde nuestro primer clérigo oficiaba y
servía como espacio para los fieles en el cumplimiento de sus obligaciones
católicas y así establecer la estable vida religiosa de esta comarca. Una vez que se fueron estructurando las
Cofradías del Patrono, de la Purísima y San Isidro, por el empuje de las
señoras de los encomenderos, se logra avanzar hacia la catolicidad colectiva,
imprimiendo y sintiéndose en el valle, la misticidad religiosa que hoy se
mantiene.
En
muchas ocasiones se le vería sin su habitual negra vestidura, siempre abrochada desde arriba hasta abajo, de esas que usan los
eclesiásticos y los legos que sirven en las funciones de la iglesia, para
asumir las labores del campo y de su subsistencia. Con la preparación y la
voluntad franciscana, en los ratos que se permitía, cultivaba el solar aledaño
al templo, para producir alimentos, en lo que lo ayudaban los indígenas, y
aprendió de estos, la técnica del conuqueo; seguramente de esta actividad,
quedaría por mucho tiempo el cambural y plátano en este sitio, de lo que
gustaban los europeos. Los nativos, compartieron con él, sus técnicas comunitarias
de labranza y su tierra, sin ninguna aspiración a prebendas o pagos por esta
relación humana y solidaria, pudiendo ver en él, una especie de protector y
hombre de buenas cualidades humanas, que lo asimilaron como nuevo integrante de
su comunidad, frente al español explotador y maltratador.
Tuvo que recorrer las distintas encomiendas de su parroquia
para saber de los aborígenes a su cargo,
estimulando entre ellos su incorporación
a la fe cristiana. Ni los caminos más apartados e inclementes, ni las
fuertes corrientes de los ríos y
quebradas lo detenían, no le preocupaban los peligros, fuese a pie o a caballo,
para cumplir su labor pastoral, desde La Puerta, Mendoza, Tomón, Castil de
Reina, llegar hasta la cima de Pitimay, para salir a la tierra de Cucuruy, o ir
a los inhóspitos dominios de Chegué, Portachuelo, Tafallés, Mucutí, atravesar Comboco o el Chorreron de La Maraquita, ni los
sitios más inhóspitos por la cruda intemperie fueron obstáculos para cumplir su
deber como pastor. Los sitios más apartados, páramos, montes, valles, vieron
pasar el peregrino: padre Antonio; siempre tenía tiempo para atender las tareas
de su función ministerial. Tuvo especial cuido con la aldea de Mombom, del
Páramo de 7 Lagunas, y anduvo por Jajó y la Quebrada Grande y Timotes fueron
los parajes de su misión eclesiástica, fue a organizar y catequizar a sus
indígenas.
Virtualmente, en
esta zona tribal de la etnia Timoto, este
clérigo entró a negociar la cooperación de los caudillos indígenas para
desempeñar su misión; quizás con el cacique Pitimay, el caudillo de los cuatro
rangos, asentado entre el filo este de
nuestra comarca y Komboko, o con Chegué, el rebelde de los Xikokes del Páramo,
ubicados en el lado oeste, cerca de los Mucutís; o del mismo Kukuruy, jefe de
los alfareros de Tierra de Loza, hacia el sur, o el mismo Bomboi en sus predios
del valle. Con toda seguridad, estaba informado de los suicidios colectivos de
algunos grupos Timotes, ante la imposición del nuevo régimen de esclavitud,
otros huyeron a distintos lugares. No era una zona sumisa la que le habían
asignado, aunque él, como hijo de un encomendero tenía la experiencia en el
procedimiento de conversión de los indígenas.
La forma en que
pudo entrar en contacto con los nativos, su tratamiento humanista y sucesivo, y
su don de patriarca evangelizador, le ganó el afecto y respeto, al punto que su
culto y sus procesiones era encabezados por ellos.
Una vez calmado el valle, desprovisto
de actos violentos y de fuerza armada, fueron viendo el empuje a gran escala
del trabajo agrícola en una nueva relación social, hacendado-indígenas
agricultores, que acondicionaba y mantenía el apoyo dado por los abnegados
religiosos, adoctrinando a los nativos e insertándolos en la nueva cultura.
Fueron estos, en su persistente y admirable lucha diaria, los que sentaron las
bases para la construcción de este pueblo colonial.
Nuestro cura franciscano, en su
visión creadora, se trazó el objetivo de crear un verdadero pueblo de Dios y
para la Corona de España; a partir de la habilitación concreta de la Capilla,
dotación de sus imágenes, retablos, y del mobiliario y utensilios del altar y
para la liturgia, comenzó a organizar y establecer en el área de los terrenos
asignados a los indígenas dispersos a orillas del río, e ir concentrándolos organizadamente, para sus
viviendas y en función del trabajo agrícola, en base a la sobre usada
cuadricula española, perfilando lo que sería con el tiempo, las calles y
avenidas que hoy tenemos, lo que le dio características de pueblo y elementos
claros para la socialización de los aborígenes y los nuevos pobladores.
Entre abril y junio de 1624, recibió la visita canónica y
pastoral del obispo Fray Gonzalo de Angulo,
corroborando este prelado que ya se estaba consolidando la concentración
de los indígenas y se abría por esta organización de la novel feligresía
nativa, la posibilidad de formar nuevos pueblos; gracias a este positivo
resultado, pudo sentar las bases para el nacimiento del pueblo de San Antonio
Abad (hoy Mendoza Fría). Se debe agregar que en este proceso evangelizador,
cooperaron los religiosos padre Salvador Carmona y el fraile Juan de León. Nuestro clérigo, al final de sus jornadas y
luego de evaluar las visitas a las distintas encomiendas, se convencía de la
docilidad de la mayoría de los nativos, a tal grado que se quedó varios años al
frente de esta parroquia; ellos, compartieron con él, la arepa, la siembra de
maíz, papa, caraota, auyama, chayota,
tomate, kuruba, consumiría el tabaco y el chimó que le brindaban, aunque estaba
prohibido para los curas, usaría la
vestimenta de algodón y de fique que le proporcionarían los encomendados, que
eran producto de su sistema económico colectivista y de subsistencia, que eran
gente que solo vivían en la búsqueda de la armonía, amistosos, respetuosos y
dignos.
A fines de 1635, por disposición
superior, fue designado cura doctrinero de la parroquia de San Miguel de
Burbusay, un pueblo mucho más antiguo que La Puerta, el que es considerado
como una reliquia colonial y posee un
retablo hecho por el enigmático pintor del Tocuyo. El padre
Montero, por su condición de franciscano,
tuvo mucha conexión con el templo de San Miguel, porque fue fundada por
curas de la Orden Franciscana de la ciudad del Tocuyo.
Justo es reconocer
que gracias a la labor evangelizadora del padre Montero en los nativos de La
Puerta, su espíritu emprendedor y el entusiasmo que puso en toda la
organización social del culto católico, favoreció la pacifica actividad
económica de los colonos españoles, y la evolución de aquella aldea indígena,
para convertirse en la parroquia que hoy conocemos. Murió, fortalecido por su labor
cumplida, cuando le tocó, recibió la
unción del oleo sagrado de extremaunción y expiró dulcemente en la paz del
Señor.