Oswaldo Manrique R.
La invasión militar hispana, desde el
siglo XVI, se hizo acompañar de curas para la implantación de la doctrina
católica entre los aborígenes, junto con
ellos cargaron su simbología religiosa, considerándose las campanas
instrumentos indispensables en los templos, y en el culto, al punto que los
indígenas encomendados sentían gran fascinación por sus sonidos y por lo que
significaba comunicacionalmente cada uno
de esos toques; las primeras campanas llegaron con los curas a estas tierras
andinas.
La Puerta es uno de los pueblos más
antiguos de Venezuela, que fue evolucionando en el catolicismo desde el año 1608, cuando el Obispo Fray
Antonio de Alcega, organizó la 7ma Doctrina, incorporando la gran encomienda
del Bomboy, a cargo de Juan Álvarez Daboín. De los datos que aporta la pesquisa
realizada en 1660, por el gobernador Pedro de Porres Toledo y Vosmediana, “…se pone en claro que los indios que posee
Cristóbal Hurtado de Mendoza en el valle del Momboy, se encuentran juntos y
congregados en el mencionado valle, de donde son naturales y tienen allí pueblo
e iglesia dedicada a San Pablo, disponiendo de todos los ornamentos necesarios
para la celebración del culto, que el cura doctrinero es el Padre Nicolás de
Reyna…” (Perozo: 276). Entre los objetos imprescindibles, están las
campanas, que son símbolo y elemento de alta significación en la vida católica.
Al señalar todos los ornamentos necesarios, se incluye, las campanas para
llamar a misa y a las otras actividades litúrgicas. Este mismo cura Reyna, es
el que junto con el maestro Mateo de Párraga, llamó el historiador trujillano
Amílcar Fonseca, fundadores de La
Puerta, por haberlo hecho el 29 de julio de
1670, según documentos existentes el Registro Publio de Trujillo.
La actividad de los campaneros, a lo largo de
la historia eclesiástica, ha tenido la evocación de incontables feligreses. En
los templos, los sacristanes, los integrantes de los coros o los mismos
instrumentistas, cuentan las vicisitudes de esos personajes, que hacen el
llamado y convocan mediante el sonido del bronce a la feligresía y ayudan a los
sacerdotes en su labor litúrgica. Este es la historia del señor Rafael Ramírez.
Desde niño siempre tuvo especial
predilección por los asuntos de la iglesia, le gustaba ir a misa y participar
en todas las actividades de la parroquia, así como, a las fiestas del párroco
San Pablo Apóstol y de la Virgen de la Paz, desbordaba alegría en las de San Isidro. Habría nacido
en la primera década del siglo XX. Fue monaguillo durante muchos años, oficio
que desempeñaba con mucha devoción. Todos pensaban que iría a parar al
seminario.
1.-
Fotografía histórica. En este campanario, centró Rafael Ramírez sus principales
actividades eclesiásticas; hermosa obra que fue demolida en 1965, cuando se
inauguró el actual templo de San Pablo Apóstol de La Puerta.
Según el testimonio del amigo, vecino
y cronista popular Víctor Delgado “el gordo Víctor”, Rafael Ramírez fue un hombre profusamente
católico, las cosas y actos de la iglesia para él eran de estricto cumplimiento y no aceptaba
juegos y flexibilidades en los actos litúrgicos ni en las fiestas religiosas.
Se cuenta que, en las Paraduras de Niño, que son celebraciones populares, su
oficio era el de repartir el café, el pan
y las paledonias, lo que llevaba con el garbo y vestimenta de un
mesonero de restauran de lujo, con la bandeja en alto, y con la mano inclinada;
cuando los muchachos le robaban alguna de las paledonias él se enojaba y le
descargaba un sermón y regaño religioso.
En las fiestas y ceremonias del
templo en semana santa, era el Matraquero oficial de la iglesia, toda vez que
se tenía el temor popular que en dichas fechas no se podían tocar las campanas.
La matraca era un instrumento formado por una tabla de madera, a la cual se le
agregaban piezas de metal que hacían un ruido al girar la tabla, actividad que
realizaba de forma ceremonial y solemne.
Ramírez, por sus diestras manos, era
capaz de sacar a esa pieza metálica en forma de copa invertida, sonidos ruidoso
y a la vez agradables a los oídos cristianos, una especie de sonoridad musical, hacia golpear y golpear el badajo
contra ella y lograba la convocatoria a misa. Hay una
suerte de cultura o conocimiento de las señales que envía el campanero a través
de los sonidos de las campanas, cuando es en el cotidiano atardecer es toque de
6; si es doble, tocan a muerto; si las
hace sonar al vuelo, hay júbilo y alegría en el pueblo, fiesta religiosa o nos
visita algún prelado.
Rafael el campanero, vivía en la casa
de la familia Ramírez, 3 casas más arriba del canal, en la avenida Páez, cerca de la plaza Bolívar. Se recuerda de esa
familia católica que todos los diciembres en la misma casa se hacían dos
pesebres, el de Manuela Ramírez y otro de María Ramírez, pero ambos se unían y hacían
doble paradura de niño, porque igualmente había dos niños Jesús que festejar.
2.- Al escuchar el testimonio de varios
feligreses, el señor Ramírez, estuvo
casi medio siglo logrando hermosos
registros tocando las campanas del templo de San Pablo Apóstol de de La Puerta,
campanas que mudaron sin consultar al pueblo. Caricatura de Universo.com.
Los vecinos Hugo Rosales, Don Carmen
Matheus y Jacinto Peñaloza, viendo que
este señor ya con cierta cantidad de años, no tenía novia ni pareja, decidieron
jugarle una broma al personaje y comenzaron a decirle cada vez que veían al
Campanero, que una señora también con bastante edad, de nombre Nicanora Torres,
de Carorita, muy católica, estaba enamorada de él. Al principio, el Campanero
era escéptico ante el asunto. Los bromistas, igualmente, al ver a Nicanora, le
decían que Rafael, estaba enamorado de ella, y fueron tantas las veces que le
dijeron esta conseja, que la anciana mujer comenzó a sonreírle al Campanero, y
el Campanero a su vez, comenzó a corresponderle las señales de amor que le
dispensaba la devota de San Pablo y la Virgen de la Paz.
Cuando los bromistas se dieron cuenta
que la invención y burla, se había convertido
en una historia de ternura y apego de estas dos personas de la tercera edad, continuaron instándolas a continuar en su amorío, e iniciaron
la broma que debían casarse, cada vez que los veían, les preguntaban que cuándo
se casaban, lo que los dos viejitos enamorados meditaron y tomaron muy en
serio. Un buen día, a principios de la década de los 70, estando el señor Ruperto
Sulbarán, haciéndole la suplencia a don Alberto Burelli, Juez del Municipio La
Puerta, fijaron carteles, prepararon el acto y los casaron.
Luego del casamiento, el Campanero a
pesar de su edad, tomó en serio el estar en pareja con Nicanora y se mudó a
Valera con su anciana esposa, al barrio El Milagro. Cuando llegó al gobierno el
social cristiano Rafael Caldera, un paisano y amigo, Víctor Rodríguez, que era
Jefe de Personal del Concejo Municipal
de Valera, le consiguió un trabajo allí,
donde laboró durante varios años, lo que le permitió mantener a su
señora esposa y vivir tranquilo.
Durante muchos lustros, anteriores y
posteriores a la mitad del siglo XX, el templo de San Pablo Apóstol, fue el
campanero Rafael Ramírez, el que lograba
los hermosos registros cuando tocaba las campanas y convocaba a misa, o para la
actividad cotidiana de los sacerdotes o para las festividades de los
santos. Después, que se mudó a Valera Rafael Ramírez,
el oficio lo ocuparon los monaguillos y algunos colaboradores de la iglesia.
Las campanas, encierran sus
historias. Desde que fueron colocadas en la torre campanario, bendecidas por
los curas y los Obispos las consagraron en sus visitas pastorales, al ser
manipuladas por el campanero, comienza su utilidad y significación, dando la
hora, avisaban en caso de emergencias, y por supuesto, al convocar a los fieles
a los santos oficios y a celebraciones de importancia religiosa. En el acta de inventario de bienes de nuestro
templo parroquial, realizado en 1882, cuya acta describe: “En el cuerpo de la Yglesia de La
Puerta a trece de abril de mil ochocientos ochenta y dos el cura encargado de
ella presbítero José Asunción León, asociado del Mayordomo de Fabrica,
ciudadano Miguel Aguilar y los testigos, avaluamos Natividad Aponte y José
Miguel Bustos se procedió hacer en debida forma el inventario de propiedades de
la Yglesia… “Dos campanas grandes por…..800” (Libro
de Fabrica del templo de San Pablo Apóstol de La Puerta. Archivo Histórico de la Diócesis de
Trujillo). 800 Bolívares de aquella época. Refieren viejos feligreses de
nuestra parroquia, que estas son las mismas campanas que se llevaron a comienzo
de este siglo XXI inconsultamente para el templo de un pueblo de Boconó, y se
requiere se devuelvan a su debido lugar.
Es interesante este dato, porque como
se ha podido obtener de otra documentación, la elaboración de las campanas se encargaba
para el siglo XVII, a las mismas congregaciones
religiosas que tenían sus propios fundidores y fabricantes de campanas en las
colonias americanas. Para cada campana se elaboraba un molde, presumimos que en
cerámica de barro, loza o porcelana, para lo cual los curas contrataban a una persona
con conocimientos en esta actividad. Cada campana estaba elaborada de la aleación del
cobre y el estaño, que da el duro bronce.
Para
ese tiempo las campanas como elemento religiosos importante y que daba
prestigio a los pueblos católicos, podían
llegar a ser elaboradas con un peso aproximado de unas 20 arrobas, equivalentes
a 460 kilogramos de metal. También, las hacían en cobre, pero de menor duración y de
distintos tamaños.
Se puede deducir de dicho documento
histórico, que las dos campanas grandes del
templo de La Puerta, valoradas en 800 bolívares (moneda de la época), eran además
de pesadas, también costosas, porque en dicho inventario le asignan un valor
casi como el que le dan a un solar o
lote de terreno en el mismo pueblo, y colindante al de la iglesia, por 1.200 bolívares
(moneda de la época).
En Mérida hay un museo
eclesiástico, el Metropolitano de
Mérida, creado en los comienzos del siglo pasado, en él, se encuentran
custodiadas y en exhibición las campanas de la iglesia del vecino pueblo de
Jajó, que envió en 1910, el padre Miguel A. Mejías, nativo de Mendoza Fría,
quien siendo cura y vicario de Valera,
las remitió porque estaban rotas y en desuso, y corrían peligro de ser
fundidas y perder el merito histórico o antigüedad que señalaban sus inscripciones.
Al parecer esas campanas las trajeron los misioneros que llegaron a estos
valles en la época de la conquista a comienzos del siglo XVII.
3.- Fotografía del acta original de inventario de
1882, en la pagina izquierda, obsérvese en el 6° reglón de la lista, describe las
2 campanas grandes y el valor dado.
¿Por qué no suenas las campanas en La
Puerta?
Quién de nuestra generación, no llegó a
escuchar cada madrugada entre el 15 y el 23 de diciembre las campanas de la
iglesia, así como, cada 24 de enero,
cuando avisaban que comenzaban los festejos religiosos y populares en honor a
la Virgen de la Paz y al Patrono San Pablo. Igualmente, el 15 de mayo, cuando
se llenaba el pueblo de los agricultores y sus yuntas de bueyes expresando su gratitud a San Isidro, o
cuando había alguna visita pastoral de algún representante de la Diócesis o
dignatario de la iglesia.
Durante un tiempo, nuestras históricas
campanas, añejas y en buen estado, dejaron de sonar porque alguien se le
ocurrió instalar un sistema computarizado de campanas electrónicas, cierto es que,
llegamos a acostumbrarnos al sonido de
estos equipos electrónicos y escuchábamos el sonido de estos que asemejaban las
campanas, y también, el toque de la hora tipo catedral, hasta algunas melodías
como el Ave María y villancicos, con buen alcance ese sonido, 6 de la mañana, 6
de la tarde y 12 de la noche. En las torres, muy erguidas, seguían en estado de reposo las viejas
campanas de metal, esas que pueden durar un promedio de 150 años de uso, porque
la mayoría son de pesado bronce.
Hoy nuestro templo lamentablemente no
cuenta ni con campanero, ni con campanas que se puedan tocar porque se las
llevaron inconsultamente para otro templo trujillano. Un tiempo de silencio. Las antiguas campanas
de La Puerta, constituyen indudablemente parte de nuestro patrimonio cultural religioso,
de incalculable valor para nuestra comarca; en ellas vive parte importante de
nuestra historia, al llevárselas a las
Mesitas de Niquitao sin autorización de la comunidad, desaparece uno de los
símbolos de cristiandad, de fe, y de nuestra evolución como pueblo histórico
colonial andino, precisamente en estos tiempos de incertidumbre que abaten a la
nación venezolana.
La colectividad recuerda a nuestro
Campanero, y hace votos para que las
campanas, sean retornadas al templo de San Pablo Apóstol de La Puerta, de donde
nunca han debido salir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario