Oswaldo
Manrique R.
Hay seres que ocupamos en nuestra
cotidianidad, pero que a la vez, invisivilizamos hasta sin intención, sin
querer, por decir lo menos, son los que nos auxilian en los momentos que
consideramos pequeños gajes sencillos pero apremiantes, en nuestro espíritu
egoísta y de beneficio individualista; solo nos acordamos de ellos cuando los
necesitamos. El personaje a que me voy a referir, es uno de ellos.
“La vida antes, era muy
brava”.
Esa es la síntesis y reflexión que
nos da de una época reciente del siglo pasado (1960-1980), el vecino José Jesús
Peña Pacheco, a quien popularmente y desde sus tiempos de mozalbete, se le
llama Jesús “Cabeza e’ mango” o Jesús “Cabeza”, a raíz de los cortes de pelo singulares que le hacía personalmente su tío
Tolentino Pacheco, el antiguo tendero de La Hoyada de La Puerta, que lo crió.
Jesús, según sus palabras, nació el 6
de octubre de 1950, en Valera. Hijo de Felicita Pacheco, oriunda del caserío La
Culebrina, Parroquia Mendoza Fría, y de Andrés Peña, natural de Montecarmelo,
quienes fueron de los cofundadores del populoso barrio El Milagro (antes Barrio
Ajuro) de la ciudad de Valera. A los 9 meses de nacido, la vida le da un giro
lamentable, su madre muere, “me trajeron a La Puerta y me dejaron aquí,
con mi abuela Segunda Pacheco, me crio y me puso a estudiar. Estudie hasta
cuarto grado en la escuela José Luis Faure Sabaut, que quedaba en la esquina
sur de la plaza Bolívar, un caserón grande que llegaba hasta donde está la
posada El Portachuelo, y quedaba el telégrafo, que atendía Ángel González
Rivas, el Guayanés. Me acuerdo que antes se estudiaba hasta los sábados al
mediodía, mi maestra fue la maestra Elpidia Graterol, la mama de la juez Marina
Paredes, el director era el maestro Julio, también me dieron clases la maestra
Francisca Palomares, que vivía aquí en el pueblo, y la maestra Salome Cabrita,
que era y vivía en Mendoza Fría, que enseñaban para que uno aprendiera de
verdad” (Entrevista realizada en La Puerta, el 3 de septiembre del
2019). Hace un punto de inflexión y continua: “también recuerdo que los sábados, me iba a Valeralta con un machete a
buscar leña; cuando tenía los 2 tercios, los organizaba y bajaba, mi tío me los
pagaba a 0,75 y él los vendía a 1 bolívar; en aquel tiempo la mayoría cocinaba
con leña, no habían llegado las cocinas a gas”.
En
esta casa ubicada en la avenida Bolívar, entre calles 2 y 3 de La Puerta, vivió
y fue criado José Jesús Peña Pacheco. Cronografia propia de este blog.
2019.
Desde joven tuvo una definición sobre
su futuro: “La vida antes, era muy brava, había que salir a trabajar afuera a
Maracaibo, Valera o a Caracas, aquí solo
había la hacienda de caña de don Felipe Viera y el Hotel Guadalupe. Cuando cumplí los
18 años, trabajé en la hacienda muy poco, era un trabajo muy rígido, empezaba a
las 6 de la mañana y soltaba a las 4 de la tarde. Sí, nos daban una comida
pésima, todos los días cambures cocidos y caraota con sal. Trabajé pocas
semanas, no era lo mío”.
José
Jesús Peña Pacheco, el fontanero popular de La Puerta. Cronografia propia de
este blog. 2019.
Este personaje popular, una mañana de
este septiembre pasado, tuvo la generosidad
de compartir su historia de vida, para lo que nos dio unos minutos de su tiempo
para entrevistarlo, iba de compras a Valera y hasta me permitió sacarle una fotografía.
Relató algunos pasajes vividos en el contexto de los años 60 del siglo pasado,
en los que se impulsaba la Reforma Agraria en Venezuela, e ingresaban los fuertes
recursos de la renta petrolera, procesos que no llegaron a la población
campesina de La Puerta.
“en 1968, me fui a buscar trabajo en
Valera, logré ingresar a una empresa que recién la estaban montando. Era la
empresa Valfriger, de un señor quien acababa de llegar al país, Pepino Royati,
técnico en aparatos de aire acondicionado, yo fui el primer ayudante que él
tuvo. Recuerdo que había ganado Caldera la presidencia de la república. Luego
en el 71, me fui a trabajar en la construcción del terminal de pasajeros de
Valera, estuve un año y me reclutaron y me llevaron al Cuartel de Valencia, y luego
al batallón de ingenieros del Táchira, hasta el año 1973”. En los Andes, antiguamente el que
salía del cuartel, mostraba orgulloso el diploma y baja con la jerarquía
militar obtenida. Le pregunté que con
qué rango salió del servicio militar, muy orondo y echándose una larga
carcajada dijo “raso”.
La gente en los 60, participaba en política,
le gustaba, “aquí vino Caldera en la campaña electoral, me acuerdo que los copeyanos
de aquella época estaban de fiesta, Rafaelito Rivas de Las Delicias, que luego
fue Presidente de la Junta Comunal, también Felipe Briceño el papa de Julián y su hermano Víctor, eran los
que dirigían a Copei en la parroquia. Aquí estaban los adecos, y los
urredistas, que tenían su casa en la avenida Bolívar, en donde Pedro Pablo Rivero
el guardia, lo dirigía un señor Coronado, que era profesionalizado, le pagaban por
ser secretario, el vivía en la casa de Isaías Torres frente al bazar de las
ofertas, recuerdo que vino también Jovito Villalba y un hombre destacado como Raúl
Ramos Jiménez”.
No se olvidó de lo ocurrido en la
iglesia, “a mediados de los 60, cuando inauguraron la nueva iglesia, comentamos
que la placa que pusieron, aparece un grupo de personas y no señala a Audón Lamus,
el que más dio dinero para la construcción de la iglesia”.
Su formación técnica:
aprender haciendo y trabajando.
Días antes de esta corta entrevista,
estaba conversando con él en una de las esquinas de La Hoyada, y llegó una señora bastante mayor, llevándole
la rueda de un molino manual, de esos que se usan para hacer la masa de maíz, se
lo revisó y él en forma muy didáctica y sencilla, le dijo
que le comprara una pequeña goma y que se lo llevara que le haría una
adaptación, que no se preocupara que ahora era que tenia molino, él se lo
arreglaba. A sus años –ya pensionado-, mantuvo
en todo momento, respeto y sensibilidad con la señora.
Continuó con su relato de vida: “cuando muchacho, me la pasaba acompañando a
mi tío Tolentino que tenia la bodega y pesaba cochino. Iba con él, por el páramo
y por todas esas montañas y caseríos a comprar cochino en pie que criaba la gente
para vender. Luego, iba yo solo a comprarlos. En la casa los mataban, lo componían
y lo vendían. Lo ayudaba, pero el comercio tampoco era lo mío”.
Acoto igualmente que en aquellos
años, “Habían pocas bodegas, la de Martin Sulbarán, aquí donde vive Laura,
otra de Gavino Rivero, la de Jacinto Peñaloza cerca de la plaza, la de Julián
frente a la casa parroquial, y “La Tortolita”, donde Isaías Torres, en la
avenida Bolívar, frente al Bazar de las ofertas, que luego la mudaron a la plaza
Bolívar”.
Queriendo conocer otras realidades y
otros lugares, dijo lo siguiente: “Cuando regresé del Cuartel en el 73, me fui
a trabajar a Maracaibo, donde estuve 10 años de vigilante privado, era lo que
había”.
Una reflexión de vida.
Según su parecer, “los muchachos
que están criando hoy, deberían formarlos como me formé yo. Hoy en día se crían
sin brújula. Mi tío Tolenino, que me crió,
desde que yo tenía unos 8 o 10 años, me ponía a componer los socates,
los apagadores, bombillos, él conocía de eso, también de carpintería, hacia
puertas, ventanas y otras cosas. Me ponía a instalar cables, igual a trabajar
la tubería, todo en la casa, en el negocio”. Como parte de sus
evocaciones nos explicó: “cuando trabajé con Pepino Royati, tuve conocimiento
en refrigeración y arreglé lavadoras y neveras. En ese taller mi primera tarea fue lijar las neveras para
pintarlas, luego me pusieron a lavar los aires acondicionados para hacerle el mantenimiento
completo”. En los oficios que le tocó desempeñar, fue acucioso
en buscar detalles en los instrumentos y equipos que usó, experiencia que le
serviría en sus trabajos futuros, “en
los electrodomésticos, los molinos, licuadoras, calentadores, uno ve el aparato
que le traen, lo destapa y le busca el funcionamiento y pasando la primera vez
ya uno pierde el miedo”; fue así,
según sus recuerdos, como adquirió los conocimientos para convertirse en el
técnico y fontanero con el que siempre contamos en nuestra comunidad, en asuntos
de electricidad, plomería y en electrodomésticos, es el que nos “saca la pata
del barro” y nos soluciona aquellas vicisitudes domesticas, bien sea problemas
con las tuberías, plumas y chorros de agua, o con la electricidad de las casas
y hasta las falencias de las licuadoras, lavadoras, neveras, refrigeradores,
por decirlo en alguna forma, es un hombre útil.
Las tradiciones de La
Puerta.
Le preguntamos a nuestro entrevistado
acerca de las tradicionales celebraciones religiosas populares de enero, en honor
al patrono San Pablo apóstol y a la Virgen de la Paz, que de alguna manera, son
expresión de nuestros orígenes y raíces;
nos habló de cómo se hacían, y refirió
que a partir de los años 60, se fueron incorporando nuevas formas y eventos de diversión, así como los lugares donde se
realizaban. Ya estas fiestas no se celebran con la calidad y entusiasmo de
otras décadas. Recuerda que traían artistas, toreros, deportistas y otras
personalidades que le dieron mucha vistosidad a nuestra festividad de enero. Sin embargo, “se han perdido nuestras
tradiciones, pero más que todo, se debe rescatar la disciplina, se vive a los
carajazos, no hay respeto, eso hay que rescatarlo”.
Acerca de las navidades recordó los
diciembres y las misas de aguinaldos en la madrugada. “En los años 60 surge un gran conjunto
musical aquí en el pueblo, llamado Blanco y Negro, eso fue en 1964, cantaba
mucha gaita. El maestro Julio, director de le escuela Faure, Chuy, hermano de Gerardo Quintero, era el
cuatrista, William Gudiño, cuatro, Máximo Carrasquero tocaba el tambor, Freddy
Gudiño, también tamborero, cantaban José Morales y otro maracucho, que era compositor;
igualmente, “Bola de Humo” hijo de Rito Ramírez, era cantante, un buen conjunto
que entretenía al pueblo en diciembre”. Hizo una pequeña pausa, siguió pensando.
Las carreras de
carritos “go kart”.
Los organizadores de las fiestas
populares como “Antonio Ramón Simancas, Pepino Royati, Pepe Losito y otros, no
escatimaban esfuerzos y sus colaboradores aportaban lo necesario para que fueran
fastuosas. Se realizaban las tradicionales carreras de cintas, con caballos
buenos, de paso y otros de afuera, aquí no había gente con ese tipo de caballos
de carrera, eso se hacía en la plaza en los años 60”. Recordó con facilidad
que, en el año 86, como parte de las fiestas de enero, se organizaron las
carreras de carros “gocar”. “Estaban los
muchachos entusiasmados, iban ver una competencia de carros en el pueblo. El día
de la virgen fue el espectáculo central, desde muy temprano, comenzaban a
exhibirse en la plaza los distintos modelos de estos vehículos, igual los pilotos
con sus trajes coloridos y marcadas sus escuderías”.
Carrera de carros. Imagen de Eldeportero.
Siguió relatando que, “Estaban los de la escudería del Zulia, los
de Barinas y los de Mérida. Luego, se presentaron los carros del equipo de
Trujillo, que dirigía Pepino Royati, que fue mi jefe con el que aprendí refrigeración. Pepino fue un apasionado
colaborador de la fiesta y dieron varias vueltas de exhibición. Recuerdo que
Pepe Lozito, el de la discoteca la Araña, también tenía su carrito gocar y daba vueltas y vueltas por el pueblo
paseando a su novia. El circuito local de la carrera tenía su aviso de partida
en la plaza Bolívar, subían por el Calvario, en un punto bajaban y regresaban
nuevamente a la plaza como llegada. Al ganador le daban su trofeo”.
El maratón raspacanilla
en la Discoteca La Araña.
Para ese mismo tiempo y como parte de
las fiestas tradicionales de enero, “Pepe Losito, no se quedaba atrás en la
celebración, organizaba el maratón bailable en la discoteca La Araña que fue un
concurso famoso, que comenzaba desde las 7 de la mañana corrido hasta el día
siguiente. Las parejas sudaban la gota gorda, sosteniéndose uno con otro y
bailando para no abandonar o ser descalificado, la gente se aglomeraba para ver
a las parejas participantes que llegaban de distintas partes. A los ganadores
les daban sus trofeos”. Había
hombres que bailaban muchísimo sin descanso, y hasta con 4 mujeres distintas,
porque no le aguantaban el paso, otros que tenían que sacarse la camisa para
exprimirle el sudor. Así eran los
eventos recreacionales y populares de enero, en nuestra parroquia.
El
maratón de baile de la discoteca La Araña duraba muchas horas. Imagen de
Telesurtv.net.
Las tardes de toros
eran parte de las fiestas de enero.
Se ríe nuestro entrevistado cuando echando
revisión a sus recuerdos, nos cuenta que, en una fiesta en las que participó en
su organización el párroco de nuestra iglesia el padre Trejo, “Recuerdo que trajeron a un torero muy
afamado, el Nito López, toreaba en la maestranza de Maracay y en plazas como
las de Mérida y san Cristóbal, era de los buenos. Antes, la barrera la ponían
en la plaza y ahí toreaban. Como los arboles altos de pino de la plaza estaban
muy tupidos, los habían quemado y quedaron las chamizas. Entre los aficionados
esa tarde estaba el padre Trejo, elegante e imponente como siempre con su
sotana lustrosa”. Los aficionados ayudaron a montar la plazoleta portátil
que trajo la empresa taurina. La pusieron en la misma plaza Bolívar.
La tarde estuvo buena, había toreros buenos,
toros para ellos y muchos aficionados. Uno de esos buenos toreros, con el
brillo y la técnica demostrada en plazas taurinas, fue el merideño Nito López, con la muleta era un artista y dominador
de la escena. Había toreado en casi todas las ferias de los pueblos de
Venezuela. Según el entusiasta padre Trejo, López era un torerazo.
Cuando lo anunciaron, el hombre dio
una vuelta al ruedo saludando a la afición que lo ovacionaba, lucia su traje de
luces, cargaba capote de color fucsia intenso, que contrastaba con el carmesí
de la muleta. Recuerda muy risueño nuestro fontanero que, “comienza
la corrida y al Nito López le soltaron un toro salvaje, cimarrón, no de los de
lidia y el toro se volvió loco. El torero intentaba hacer sus piruetas y no
podía controlarlo”; posiblemente desde el primer momento que lo vio,
pensó de dónde habrían sacado los ganaderos, empresario y organizadores de la
fiesta ese animalón, mezcla de tiranosaurio con león. Intentó recibirlo con
sus verónicas templadas que acostumbraba, el toro le embestía, pero no era de
lidia ni para corrida verdadera.
Los
taurinos por su parte se divertían y
compartían las “cucharadas” de rigor. Cuando el Nito se movía, lo aplaudían y
le soltaban su ole de costumbre. Contaban chistes, se burlaban unos de otros,
gritaban, estaba toda la plaza llena de algarabía. Nito intentó torearlo, quería hacerlo ver
como un toro regular, “Volvió a intentarlo y el toro loco lo
corneó, lo ensartó en el traje de luces y hasta los interiores se los rompió y
la gente comenzó a correr; la locura fue total, algunos reían, muchos gritaban
y otros gritaban sálvese quien pueda”.
La afición al ver aquel toro convertido en una fiera, abandonó inmediatamente
la barrera, su seguridad corría peligro, “El padre Trejo, también se asustó y se
subió a uno de los pinos. Cuando lograron amarrar al toro, el padre intentó
bajarse, pero quedó también engarzada su sotana en las chamizas del árbol y no
pudo zafarse; y tuvo que pedir ayuda para que ayudaran a desenredarse y poder
bajarse, aquello fue para la gente motivo de gracia y de bromas durante mucho
tiempo”.
Corrida de toros. Imagen de Telesurtv.net
En la noche, las esquinas calientes,
donde Julián y en La Hoyada, los aficionados siguieron la celebración, empalmando con chistes sobre lo ocurrido en la tarde
taurina. Esta fue una tarde
inolvidable. Tiempo después, al Nito en
una fiesta de Lagunillas, lo corneó un toro por la garganta, que le lesiono un
ojo, pero eso, no lo paró y siguió toreando; según uno de sus biógrafos, fue alternativado
en España, al parecer toreó en su vida unos 800 toros. Fue empresario taurino,
falleció en el 2014, lo sobreviven varios hijos, que siguieron el oficio de su
padre: toreros. Presumimos que por su “bravura”, el toro cimarrón
fue indultado, se lo ganó. Se puede decir que esta fue una verdadera fiesta brava.
La historia de vida acontecida en el
contexto de un pueblo rural a mediados del siglo XX, que nos comparte Peña Pacheco
en esta pequeña entrevista, nos ayuda a describir y entender la cotidianidad,
las costumbres y la manera de ser de los pobladores de La Puerta, con sus
logros y fracasos y todo lo significativo que ello comprende. De sus propios
relatos en esta conversación informal sostenida recientemente (31-08-2019), obtenemos
inferencias esenciales que nos permiten contar con elementos de análisis de una
época pasada no tan lejana.
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