viernes, 13 de septiembre de 2019

José Jesús Peña Pacheco, un fontanero popular.



                                                                                     Oswaldo Manrique R.

Hay seres que ocupamos en nuestra cotidianidad, pero que a la vez, invisivilizamos hasta sin intención, sin querer, por decir lo menos, son los que nos auxilian en los momentos que consideramos pequeños gajes sencillos pero apremiantes, en nuestro espíritu egoísta y de beneficio individualista; solo nos acordamos de ellos cuando los necesitamos. El personaje a que me voy a referir, es uno de ellos.

“La vida antes, era muy brava”.

Esa es la síntesis y reflexión que nos da de una época reciente del siglo pasado (1960-1980), el vecino José Jesús Peña Pacheco, a quien popularmente y desde sus tiempos de mozalbete, se le llama Jesús “Cabeza e’ mango” o Jesús “Cabeza”, a raíz de los cortes de pelo  singulares que le hacía personalmente su tío Tolentino Pacheco, el antiguo tendero de La Hoyada de La Puerta, que lo crió.
Jesús, según sus palabras, nació el 6 de octubre de 1950, en Valera. Hijo de Felicita Pacheco, oriunda del caserío La Culebrina, Parroquia Mendoza Fría, y de Andrés Peña, natural de Montecarmelo, quienes fueron de los cofundadores del populoso barrio El Milagro (antes Barrio Ajuro) de la ciudad de Valera. A los 9 meses de nacido, la vida le da un giro lamentable, su madre muere, “me trajeron a La Puerta y me dejaron aquí, con mi abuela Segunda Pacheco, me crio y me puso a estudiar. Estudie hasta cuarto grado en la escuela José Luis Faure Sabaut, que quedaba en la esquina sur de la plaza Bolívar, un caserón grande que llegaba hasta donde está la posada El Portachuelo, y quedaba el telégrafo, que atendía Ángel González Rivas, el Guayanés. Me acuerdo que antes se estudiaba hasta los sábados al mediodía, mi maestra fue la maestra Elpidia Graterol, la mama de la juez Marina Paredes, el director era el maestro Julio, también me dieron clases la maestra Francisca Palomares, que vivía aquí en el pueblo, y la maestra Salome Cabrita, que era y vivía en Mendoza Fría, que enseñaban para que uno aprendiera de verdad” (Entrevista realizada en La Puerta, el 3 de septiembre del 2019). Hace un punto de inflexión y continua:  “también recuerdo que los sábados, me iba a Valeralta con un machete a buscar leña; cuando tenía los 2 tercios, los organizaba y bajaba, mi tío me los pagaba a 0,75 y él los vendía a 1 bolívar; en aquel tiempo la mayoría cocinaba con leña, no habían llegado las cocinas a gas”.


En esta casa ubicada en la avenida Bolívar, entre calles 2 y 3 de La Puerta, vivió y fue criado José Jesús Peña Pacheco. Cronografia propia de este blog. 2019.  

Desde joven tuvo una definición sobre su futuro: La vida antes, era muy brava, había que salir a trabajar afuera a Maracaibo, Valera o a  Caracas, aquí solo había la hacienda de caña de don Felipe  Viera y el Hotel Guadalupe. Cuando cumplí los 18 años, trabajé en la hacienda muy poco, era un trabajo muy rígido, empezaba a las 6 de la mañana y soltaba a las 4 de la tarde. Sí, nos daban una comida pésima, todos los días cambures cocidos y caraota con sal. Trabajé pocas semanas, no era lo mío”.


José Jesús Peña Pacheco, el fontanero popular de La Puerta. Cronografia propia de este blog. 2019.   

Este personaje popular, una mañana de este septiembre pasado,  tuvo la generosidad de compartir su historia de vida, para lo que nos dio unos minutos de su tiempo para entrevistarlo, iba de compras a Valera y hasta me permitió sacarle una fotografía. Relató algunos pasajes vividos en el contexto de los años 60 del siglo pasado, en los que se impulsaba la Reforma Agraria en Venezuela, e ingresaban los fuertes recursos de la renta petrolera, procesos que no llegaron a la población campesina de La Puerta. 
“en 1968, me fui a buscar trabajo en Valera, logré ingresar a una empresa que recién la estaban montando. Era la empresa Valfriger, de un señor quien acababa de llegar al país, Pepino Royati, técnico en aparatos de aire acondicionado, yo fui el primer ayudante que él tuvo. Recuerdo que había ganado Caldera la presidencia de la república. Luego en el 71, me fui a trabajar en la construcción del terminal de pasajeros de Valera, estuve un año y me reclutaron y me llevaron al Cuartel de Valencia, y luego al batallón de ingenieros del Táchira, hasta el año 1973”.  En los Andes, antiguamente el que salía del cuartel, mostraba orgulloso el diploma y baja con la jerarquía militar obtenida.  Le pregunté que con qué rango salió del servicio militar, muy orondo y echándose una larga carcajada dijo “raso”.
La gente en los 60, participaba en política, le gustaba, “aquí vino Caldera en la campaña electoral, me acuerdo que los copeyanos de aquella época estaban de fiesta, Rafaelito Rivas de Las Delicias, que luego fue Presidente de la Junta Comunal, también Felipe Briceño  el papa de Julián y su hermano Víctor, eran los que dirigían a Copei en la parroquia. Aquí estaban los adecos, y los urredistas, que tenían su casa en la avenida Bolívar, en donde Pedro Pablo Rivero el guardia, lo dirigía un señor Coronado, que era profesionalizado, le pagaban por ser secretario, el vivía en la casa de Isaías Torres frente al bazar de las ofertas, recuerdo que vino también Jovito Villalba y un hombre destacado como Raúl Ramos Jiménez”.   
No se olvidó de lo ocurrido en la iglesia, “a mediados de los 60, cuando inauguraron la nueva iglesia, comentamos que la placa que pusieron, aparece un grupo de personas y no señala a Audón Lamus, el que más dio dinero para la construcción de la iglesia”.

Su formación técnica: aprender haciendo y trabajando.

Días antes de esta corta entrevista, estaba conversando con él en una de las esquinas de La Hoyada,  y llegó una señora bastante mayor, llevándole la rueda de un molino manual, de esos que se usan para hacer la masa de maíz, se lo revisó y él en forma muy didáctica y sencilla,   le  dijo  que le comprara una pequeña goma y que se lo llevara que le haría una adaptación, que no se preocupara que ahora era que tenia molino, él se lo arreglaba.  A sus años –ya pensionado-, mantuvo en todo momento, respeto y sensibilidad con la señora.
Continuó con su relato de vida: “cuando muchacho, me la pasaba acompañando a mi tío Tolentino que tenia la bodega y pesaba cochino. Iba con él, por el páramo y por todas esas montañas y caseríos a comprar cochino en pie que criaba la gente para vender. Luego, iba yo solo a comprarlos. En la casa los mataban, lo componían y lo vendían. Lo ayudaba, pero el comercio tampoco era lo mío”.
Acoto igualmente que en aquellos años, “Habían pocas bodegas, la de Martin Sulbarán, aquí donde vive Laura, otra de Gavino Rivero, la de Jacinto Peñaloza cerca de la plaza, la de Julián frente a la casa parroquial, y “La Tortolita”, donde Isaías Torres, en la avenida Bolívar, frente al Bazar de las ofertas, que luego la mudaron a la plaza Bolívar”.   
Queriendo conocer otras realidades y otros lugares, dijo lo siguiente: “Cuando regresé del Cuartel en el 73, me fui a trabajar a Maracaibo, donde estuve 10 años de vigilante privado, era lo que había”. 

Una reflexión de vida.

Según su parecer, los muchachos que están criando hoy, deberían formarlos como me formé yo. Hoy en día se crían sin brújula. Mi tío Tolenino, que me crió,  desde que yo tenía unos 8 o 10 años, me ponía a componer los socates, los apagadores, bombillos, él conocía de eso, también de carpintería, hacia puertas, ventanas y otras cosas. Me ponía a instalar cables, igual a trabajar la tubería, todo en la casa, en el negocio”. Como parte de sus evocaciones nos explicó: “cuando trabajé con Pepino Royati, tuve conocimiento en refrigeración y arreglé lavadoras y neveras. En ese taller  mi primera tarea fue lijar las neveras para pintarlas, luego me pusieron a lavar los aires acondicionados para hacerle el mantenimiento completo”.  En los oficios que le tocó desempeñar, fue acucioso en buscar detalles en los instrumentos y equipos que usó, experiencia que le serviría en sus trabajos futuros,  en los electrodomésticos, los molinos, licuadoras, calentadores, uno ve el aparato que le traen, lo destapa y le busca el funcionamiento y pasando la primera vez ya uno pierde el miedo”;  fue así, según sus recuerdos, como adquirió los conocimientos para convertirse en el técnico y fontanero con el que siempre contamos en nuestra comunidad, en asuntos de electricidad, plomería y en electrodomésticos, es el que nos “saca la pata del barro” y nos soluciona aquellas vicisitudes domesticas, bien sea problemas con las tuberías, plumas y chorros de agua, o con la electricidad de las casas y hasta las falencias de las licuadoras, lavadoras, neveras, refrigeradores, por decirlo en alguna forma, es un hombre útil.

Las tradiciones de La Puerta. 

Le preguntamos a nuestro entrevistado acerca de las tradicionales celebraciones religiosas populares de enero, en honor al patrono San Pablo apóstol y a la Virgen de la Paz, que de alguna manera, son expresión de nuestros orígenes y raíces;   nos habló de cómo se hacían, y refirió que a partir de los años 60, se fueron incorporando nuevas formas y eventos  de diversión, así como los lugares donde se realizaban. Ya estas fiestas no se celebran con la calidad y entusiasmo de otras décadas. Recuerda que traían artistas, toreros, deportistas y otras personalidades que le dieron mucha vistosidad a nuestra festividad de enero.  Sin embargo, “se han perdido nuestras tradiciones, pero más que todo, se debe rescatar la disciplina, se vive a los carajazos, no hay respeto, eso hay que rescatarlo”.
Acerca de las navidades recordó los diciembres y las misas de aguinaldos en la madrugada. En los años 60 surge un gran conjunto musical aquí en el pueblo, llamado Blanco y Negro, eso fue en 1964, cantaba mucha gaita. El maestro Julio, director de le escuela Faure,  Chuy, hermano de Gerardo Quintero, era el cuatrista, William Gudiño, cuatro, Máximo Carrasquero tocaba el tambor, Freddy Gudiño, también tamborero, cantaban José Morales y otro maracucho, que era compositor; igualmente, “Bola de Humo” hijo de Rito Ramírez, era cantante, un buen conjunto que entretenía al pueblo en diciembre”. Hizo una pequeña pausa, siguió pensando.

Las carreras de carritos “go kart”.

Los organizadores de las fiestas populares como “Antonio Ramón Simancas, Pepino Royati, Pepe Losito y otros, no escatimaban esfuerzos y sus colaboradores aportaban lo necesario para que fueran fastuosas. Se realizaban las tradicionales carreras de cintas, con caballos buenos, de paso y otros de afuera, aquí no había gente con ese tipo de caballos de carrera, eso se hacía en la plaza en los años 60”. Recordó con facilidad que, en el año 86, como parte de las fiestas de enero, se organizaron las carreras de carros “gocar”. “Estaban los muchachos entusiasmados, iban ver una competencia de carros en el pueblo. El día de la virgen fue el espectáculo central, desde muy temprano, comenzaban a exhibirse en la plaza los distintos modelos de estos vehículos, igual los pilotos con sus trajes coloridos y marcadas sus escuderías”.


Carrera de carros. Imagen de Eldeportero.
Siguió relatando que,  “Estaban los de la escudería del Zulia, los de Barinas y los de Mérida. Luego, se presentaron los carros del equipo de Trujillo, que dirigía Pepino Royati, que fue mi jefe con el que  aprendí refrigeración. Pepino fue un apasionado colaborador de la fiesta y dieron varias vueltas de exhibición. Recuerdo que Pepe Lozito, el de la discoteca la Araña, también tenía su carrito gocar  y daba vueltas y vueltas por el pueblo paseando a su novia. El circuito local de la carrera tenía su aviso de partida en la plaza Bolívar, subían por el Calvario, en un punto bajaban y regresaban nuevamente a la plaza como llegada. Al ganador le daban su trofeo”.   

El maratón raspacanilla en la Discoteca La Araña.

Para ese mismo tiempo y como parte de las fiestas tradicionales de enero, Pepe Losito, no se quedaba atrás en la celebración, organizaba el maratón bailable en la discoteca La Araña que fue un concurso famoso, que comenzaba desde las 7 de la mañana corrido hasta el día siguiente. Las parejas sudaban la gota gorda, sosteniéndose uno con otro y bailando para no abandonar o ser descalificado, la gente se aglomeraba para ver a las parejas participantes que llegaban de distintas partes. A los ganadores les daban sus trofeos”.   Había hombres que bailaban muchísimo sin descanso, y hasta con 4 mujeres distintas, porque no le aguantaban el paso, otros que tenían que sacarse la camisa para exprimirle el sudor.  Así eran los eventos recreacionales y populares de enero, en nuestra parroquia.



El maratón de baile de la discoteca La Araña duraba muchas horas. Imagen de Telesurtv.net.


Las tardes de toros eran parte de las fiestas de enero.

 Se ríe nuestro entrevistado cuando echando revisión a sus recuerdos, nos cuenta que, en una fiesta en las que participó en su organización el párroco de nuestra iglesia el padre Trejo,  “Recuerdo que trajeron a un torero muy afamado, el Nito López, toreaba en la maestranza de Maracay y en plazas como las de Mérida y san Cristóbal, era de los buenos. Antes, la barrera la ponían en la plaza y ahí toreaban. Como los arboles altos de pino de la plaza estaban muy tupidos, los habían quemado y quedaron las chamizas. Entre los aficionados esa tarde estaba el padre Trejo, elegante e imponente como siempre con su sotana lustrosa. Los aficionados ayudaron a montar la plazoleta portátil que trajo la empresa taurina. La pusieron en la misma plaza Bolívar.
La tarde estuvo buena, había toreros buenos, toros para ellos y muchos aficionados. Uno de esos buenos toreros, con el brillo y la técnica demostrada en plazas taurinas, fue el merideño  Nito López, con la muleta era un artista y dominador de la escena. Había toreado en casi todas las ferias de los pueblos de Venezuela. Según el entusiasta padre Trejo, López era un torerazo. 
Cuando lo anunciaron, el hombre dio una vuelta al ruedo saludando a la afición que lo ovacionaba, lucia su traje de luces, cargaba capote de color fucsia intenso, que contrastaba con el carmesí de la muleta.   Recuerda muy risueño nuestro fontanero que, “comienza la corrida y al Nito López le soltaron un toro salvaje, cimarrón, no de los de lidia y el toro se volvió loco. El torero intentaba hacer sus piruetas y no podía controlarlo”; posiblemente desde el primer momento que lo vio, pensó de dónde habrían sacado los ganaderos, empresario y organizadores de la fiesta ese animalón, mezcla de   tiranosaurio con león. Intentó recibirlo con sus verónicas templadas que acostumbraba, el toro le embestía, pero no era de lidia ni para corrida verdadera.
         Los taurinos por su parte  se divertían y compartían las “cucharadas” de rigor. Cuando el Nito se movía, lo aplaudían y le soltaban su ole de costumbre. Contaban chistes, se burlaban unos de otros, gritaban, estaba toda la plaza llena de algarabía.  Nito intentó torearlo, quería hacerlo ver como un toro regular,   “Volvió a intentarlo y el toro loco lo corneó, lo ensartó en el traje de luces y hasta los interiores se los rompió y la gente comenzó a correr; la locura fue total, algunos reían, muchos gritaban y otros gritaban sálvese quien  pueda”. La afición al ver aquel toro convertido en una fiera, abandonó inmediatamente la barrera, su seguridad corría peligro, “El padre Trejo, también se asustó y se subió a uno de los pinos. Cuando lograron amarrar al toro, el padre intentó bajarse, pero quedó también engarzada su sotana en las chamizas del árbol y no pudo zafarse; y tuvo que pedir ayuda para que ayudaran a desenredarse y poder bajarse, aquello fue para la gente motivo de gracia y de bromas durante mucho tiempo”.


Corrida de toros. Imagen de Telesurtv.net

En la noche, las esquinas calientes, donde Julián y en La Hoyada, los aficionados siguieron   la celebración, empalmando  con chistes sobre lo ocurrido en la tarde taurina.   Esta fue una tarde inolvidable.  Tiempo después, al Nito en una fiesta de Lagunillas, lo corneó un toro por la garganta, que le lesiono un ojo, pero eso, no lo paró y siguió toreando; según uno de sus biógrafos, fue alternativado en España, al parecer toreó en su vida unos 800 toros. Fue empresario taurino, falleció en el 2014, lo sobreviven varios hijos, que siguieron el oficio de su padre: toreros.   Presumimos que por su “bravura”, el toro cimarrón fue indultado, se lo ganó. Se puede decir que esta fue una verdadera  fiesta brava.
La historia de vida acontecida en el contexto de un pueblo rural a mediados del siglo XX, que nos comparte Peña Pacheco en esta pequeña entrevista, nos ayuda a describir y entender la cotidianidad, las costumbres y la manera de ser de los pobladores de La Puerta, con sus logros y fracasos y todo lo significativo que ello comprende. De sus propios relatos en esta conversación informal sostenida recientemente (31-08-2019), obtenemos inferencias esenciales que nos permiten contar con elementos de análisis de una época pasada no tan lejana.  

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