Oswaldo Manrique R.
El titulo de este artículo, pudiera
sugerir que voy a tratar de las distintas muertes o fallecimientos de algún
paciente catatónico, o de alguna especial edición de las 7 Partidas de Alfonso
el Sabio, o de alguien que se fue varias veces del pueblo, del que
jamás se separó en vida; pero no, me refiero a la síntesis de parte de una
historia de vida que cambió la cotidianidad mercantil de nuestra comarca.
Casi a mediados del siglo pasado, en
este humilde pueblo rural, en donde muy poco acontecía que fuera extraordinario,
hubo reuniones cuya ocurrencia se convertía en tema de conversación de muchas
familias. Época en que apenas, pocas casas tenían aparato de radio para el
entretenimiento. Voy a referirme de entrada, a las comentadas y selectas
partidas de don Audón Lamus, de juego de ajiley. Que por la personalidad de sus
protagonistas, por sus particulares reglas y por sus apuestas, se convertían en
todo un acontecimiento digno de glosar en el pueblo y en el mismísimo Páramo
(se le llama “pueblo” al grupo de habitantes que viven en el área urbana de La
Puerta).
El anfitrión-jugador era Audón Lamus;
le decían quienes eran sus pares o amigos muy cercanos “el negro Audón”. Su
casa de familia y su negocio mercantil, a la entrada del pueblo, colindante con
el Hotel Guadalupe, era el sitio donde se realizaban estas famosa Partidas. La
gran mayoría de la gente del pueblo, lo consideraba y trataba con respeto, le decían
Don Audón. Lo consideraban un hombre con mucho dinero, con influencias y de
elevado trato con los curas del pueblo y las autoridades. En su tienda, solo se
oía en la voz de la clientela el “don Audón” y salía a atender desde una butaca
ubicada en una de las esquinas del local, un hombre pequeño, de piel oscura,
que denotaba sus años de trabajo.
Cuando Mario Briceño Iragorry, llamó
a La Puerta, Puebla y no Pueblo, su particular óptica de la conformación racial
y de personas venidas de otros confines del planeta a este valle, seguramente atinó
a ver también, seres de origen hebreo que arribaron a estas tierras en la
oleada de corsos e italianos a mediados del siglo XIX. Varios hebreos o
sefardís, que se conocieron en La Puerta, fundaron las familias de apellidos
Álvarez, descendiente del primer encomendero y hacendado de este valle, los
Salas, los Senior y los Lamus, quienes transfirieron el elemento judaico y la
cultura del comercio, tenderos, prestamistas,
etcétera a estas tierras. Estos Lamus, según nuestra indagación arribaron
al Táchira, tras el boom del café, abriendo grandes casas mercantiles y se
fueron desplazando a Mérida, llegando a La Puerta; hay otra vertiente en Upata,
Estado Bolívar, donde se asentó un señor de nombre parecido: Abdón Lamus, que
habría muerto en 1923.
Al parecer don Audón, era hijo del
señor Juan Pedro Lamus, quien fue uno de los beneficiarios de la partición de
las tierras indígenas de La Puerta, en 1891. Según nuestra investigación, se le
adjudicó el lote de tierras N° 36, que linda por el norte, sur y oeste con lo adjudicado al hacendado de Mendoza Fría y
Mayordomo de la iglesia de La Puerta,
Miguel Aguilar.
Me
contó mi abuelo Concio, y me lo confirmó el señor Víctor Delgado “Gordo
Víctor”, que trabajó en la obra, que el negro Audón, fue el gran benefactor del
Padre Trejo, cura párroco que proyectó, contrato a los maestros italianos,
buscó el dinero y desarrolló la construcción de nuestro actual templo, y a
pesar de que todo el pueblo reconoce la gran ayuda que dio, no aparece señalado
en la placa inaugurativa que está en la fachada, un hombre con mucha fortuna y
desinteresado cuando se trataba de la iglesia del pueblo. Si aparecen inscriptos
nombres de personas que no pusieron un centavo.
A estas partidas, asistían los
comerciantes más adinerados de La Puerta y algunos hacendados que nuestros
personajes se ponían de acuerdo para invitarlos. Se ha escrito mucho del juego
de ajiley, tiene sus reglas antiguas, adaptadas a la singularidad del talento y
posibilidades económicas de sus jugadores, sus voces y reglas se escuchan de
acuerdo a esas posibilidades. Los jugadores
a los que me refiero, le adicionaban otras que no están escritas, entre
ellas: la Partida duraba lo que tenía que durar, y los primeros invitados
fueron los que la propusieron y quedó como primera regla. La otra era, que
Audón los días de Partida, dejaba el revólver en su cuarto; los invitados
tampoco lo cargaban. La otra regla era sobreentendida, el jugador llevaba en
sus faltriqueras de cuero, solo Morocotas, aquellas monedas antiguas de oro
sólido, que la podían tener y disponer la gente adinerada; esto obviamente
limitaba el ingreso a estos juegos de barajas, no eran para “guaros” como aquí
se dice. Esto, a mi juicio, era lo que hacía interesante esas partidas y de
ahí, el motivo del comentario que rodaba en el pueblo.
Lo que pareciera contradictorio es,
que, los protagonistas de estos encuentros de ajiley, eran personas muy
trabajadoras, siempre estuvieron al frente de sus respectivos negocios, y
tenían el entusiasmo de entretenerse jugando y apostando fuertes cantidades de
dinero; en aquel tiempo, muy pocas personas tenían morocotas, estos 3 sí.
Uno de los invitados consuetudinarios
a las partidas del negro Audón, era un personaje cercano y le llamaban “Don
Carmen”, su nombre José del Carmen Matheus, también rico comerciante, ubicado
en la calle 7, esquina de la Plaza Bolívar de La Puerta, negocio que aun
funciona como licorería. Hombre blanco, regordete, usaba lentes cuando lo
conocí, vestía de franela manga larga blanca y sombrero de ala ancha, siempre risueño, provenía de una familia de
comerciantes, gente trabajadora.
1.-
Fotografía histórica. La Puerta en 1950. La casa esquina que se observa a la
derecha, con techo de tejas y 4 puertas, era el local comercial de Don Carmen
Matheus; calle abajo (Páez) con calle 7.
Se ve también, parte de la plaza Bolívar. Cronografía 2513.
Eran partidas a lo trujillano,
convocadas con tiempo y religiosamente
acatadas, con las formalidades correspondientes. Eran años, en las que las calles eran de tierra,
donde caminarlas representaba parte del compromiso para llegar donde el Negro
Audón, a la entrada del pueblo. Don Carmen, a pesar de su gordura, caminaba las
7 cuadras de tierra de la Calle Real (hoy avenida Bolívar), a su paso, saludaba
parsimoniosamente cuadra a cuadra, a la gente como si fuera candidato a algo;
parecía que andaba de gira electoral, se sabía que iba a las partidas de ajiley
donde Audón; era muy tratable y
jocoso.
Supe por mis viejos y por deudos ya
muertos, que los pobladores de esta comarca, eran extremadamente herméticos y
estas partidas que duraban hasta las madrugadas y excepcionalmente varios días,
generaban mucha curiosidad. Algunos iban con la audacia de presenciar el juego
y recoger los intríngulis para comentarlos en las esquinas calientes, la de la
Plaza y la de la Hoyada, en fin, animarían la conversa popular de las
siguientes semanas.
En aquellos años, se decía que si no
participaba Don Serafín, la partida no estuvo buena. Serafín Briceño, era un
hombre blanco, curtido por el sol, descendiente de los Briceño del Bomboy, agricultor con muchas tierras en el Páramo de
La Puerta, las posesiones de la Mesa del Aliso y Los Bicuyes, eran las que más
atendía; también en ambos sitios tenia establecimientos mercantiles. En
aquellos tiempos rurales, poseía buenas casas y pulperías, desde donde
comercializaba lo que producían sus sementeras, animales y su taller. En la Mesa del Aliso, el negocio era amplio, expendía
desde comestibles, víveres, telas, cotizas, sombreros, aperos de labor,
ferretería, puertas, ventanas, muebles, hasta urnas hechas en una carpintería
que tenía cerca, elaboradas con maderas
parameras, desde el pueblo subían a comprarlas.
2.-
Panorámica de la Mesa del Aliso (Páramo de La Puerta). Se observa gran parte
del caserío donde Serafín Briceño estableció su negocio mercantil. Fotografía
tomada por el amigo Antonio Lino Rivero. Cronografía 2533.
Vivía en los Bicuyes, en un caserón
cerca de la quebrada; en esta posesión tenia abundantes sementeras de caraota,
maíz, papa y hortalizas, rubros con los que cimentó su economía. Tenía un
negocio mercantil en la Mesa del Alizo, en el que expendía mercadería seca y
muebles. Su hermano Vitaliano Briceño era el que llevaba las cuentas del
negocio.
Cuando bajaba al pueblo, montando su caballo,
llevaba su sombrero de cogollo paramero tejido, gustaba usar pantalón blanco o
kaki y franela blanca de botones; calzaba como pocos podían hacerlo, con sandalias
de cuero de 3 puntos; y usaba su fajo de cuero de 15 centímetros a la cintura,
con bolsillos, cargados de monedas de oro.
Era
de mediana estatura, agraciado físicamente, de ojos claros, contextura fuerte,
piel blanca rojiza, cabello liso, inquieto, de una actividad agrícola febril
muy apegado a la tierra, su actividad mercantil era si se quiere
complementaria. Poseía cualidades incontestables, hombre sobrio, con un amor
infatigable por el trabajo, casi excesivo.
Al
parameño Serafín, se le conocieron varios hijos, cuenta mi madre y algunos que
fueron sus amigos, que entre su prole había una joven muy bella de nombre
Alicia, estudiosa, religiosa, que deslumbraba por su belleza y un día se fue de
viaje y no se supo mas de ella. Murió este
agricultor-comerciante cerca de los Bicuyes, cuando terminando de recoger unos
kilos de caraota, llenó el costal grande hecho de tela ordinaria, que usaba
para estos casos, se lo cargó en sus hombros para llevarlo hasta
su casa y en el borde de un precipicio, un fuerte ventarrón lo golpeó y se rodó
causándole la muerte.
Comentaba Audón Lamus, y esto lo repite la tradición oral, que el
hombre con más dinero en el Páramo de La Puerta, era Serafín Briceño, afirmaba
que cuando llegaba a su negocio, vaciaba los sacos de dinero sobre el mostrador
para contarlo, porque había entre los dos mucha confianza. Quizás de eso, proviene la invención en este
Páramo, que las luces que se ven en algunas oportunidades en los Bicuyes y en
la misma Mesa del Aliso, son los entierros de la fortuna del abuelo Serafín,
que dio rienda a la leyenda de las Morocotas de Serafín Briceño. Me refería mi madre, que la única persona que consideraba éste, realmente
su amigo, era el negro Audón.
3.-
Otra toma fotográfica de la Mesa del Aliso, vía a los Alicitos, La Lagunita, la
Popa y la Lomita, caseríos del Páramo de La Puerta, donde se dice, que estarían
enterradas las morocotas de Serafín Briceño. 2535.
Según el censo realizado por el
investigador Francis Benet, para el año 1928, existían en La Puerta, 8
establecimientos mercantiles principales, cuyos propietarios eran: Aquilino
Azuaje; Pedro Aldana; Resurrección Araujo; Tobías Briceño; Hilario González,
José Abel González, Emilio Ibarra y
Abdón Lamus; éste último, descendiente de judíos, aunque en el mundo
occidental, esa condición acarreaba montones de prejuicios y comentarios
malsanos, se les veía con malos ojos, siendo tan católica nuestra provincia. En
nuestra comarca, tuvo cabida y honrosa figuración. De esto, no se ha escrito
nada, ni hablado nada.
La principal y primera Tienda
de telas, mercancía seca y otros productos, fue propiedad de Audón Lamus; en el
pueblo era conocido como el “negro Audón” o “Don Audón”, un hombre muy hábil
para los negocios, pasaba la mayor parte del tiempo sentado en una butaca de cuero ubicada en un
costado de su establecimiento comercial.
Ubicado en la entrada del pueblo, Calle 1, colindando por el Norte con
el Hotel Guadalupe. Se podía adquirir además de
telas ropa, zapatos, herramientas, artefactos y electrodomésticos, era
una gran comercial. Aun se mantiene en pié el inmueble, al lado quedaba la
primera bomba surtidora de gasolina. Se calcula que
esta tienda, comenzó a funcionar en 1920, y cerró en los años 70,
aproximadamente. En comentario de mi madre, la manera de ser y el talento de este personaje para los negocios, solo
eran característicos de un comerciante judío, con predilección por las telas,
la venta de ropa y el calzado.
Los
más entrados en años de nuestra parroquia, lo recuerdan como un hombre estricto
y serio. Al parecer sus ascendientes
provenían de Mérida y Táchira. Su primera esposa fue, la señora Antonia Sulbarán,
con la que procreó a Clotilde “La Nena Lamus”, Raúl y otro hijo. Su segunda
esposa fue Aminta Briceño, nativa de El Molino de Mimbom, sector de nuestra
parroquia, con la que no tuvo hijos.
Era un hombre gordo y trigueño. En la
mañana, enviaba a un trabajador con un frasco vacio a la licorería, para que le
trajeran media de whisky, que se la iba tomando poco a poco durante la jornada,
y su revólver muy cerca en en el cajón de la mesa. Audón, viendo el aislamiento
de La Puerta, en relación a las ciudades, estableció en su negocio el
denominado “puesto”, que era una especie de banco para prestar dinero a
agricultores y comerciantes, lo que realizaba por medio de los llamados “giros”
o letras de cambio, lo que transformó radicalmente la vida de las familias de
la comarca. La
bomba surtidora de gasolina que estaba en un lado de su negocio, a la entrada del Hotel Guadalupe y del
pueblo, se dice que era también de su
propiedad; recuerdan algunos vecinos
antiguos, que el hombre también habría “corrido la cerca” para agrandar su
posesión de terreno desde la calle 1 hasta la calle 2. En la bomba de gasolina, trabajó como primer bombero el señor Ignacio
Pacheco “El Capino”, sobrino de Tolentino Pacheco. Igualmente se comenta en el pueblo, no
tenemos prueba documental, que Audón
habría comprado todo la finca San Pedro, que incluía la Media Loma y El Pozo.
Para surtir la tienda, gozaba de la exclusividad
de los grandes telares del país, que eran propiedad de judíos; las otras
compras de víveres y mercancías al mayor las realizaba en el mercado viejo de
Valera y en las distribuidoras de Trujillo; las entregas y sus traslados
personales, los realizaban en su flamante camioneta marca GCM; el chofer era el
señor Camilo Rivero, según éste, la mejor camioneta del mundo. Este Camilo, al
parecer era hijo de Audón. Así como trabajaba el
comercio con la camioneta hasta el Estado Tachira, tenía una recua de mulas de
carga, con las que distribuía y vendía mercancía por todos los caseríos de los
páramos de La Puerta y Timotes.
En la memoria colectiva quedaron grabadas las fiestas del Niño Jesús que
Audón Lamus celebraba todos los 19 de
enero en su casa. La gente que iba a rezar disfrutaba de los buenos sancochos que mandaba
preparar, y también bebían aguardiente. Era muy devoto del Niño, y ese día echaba la casa
por la ventana, con un gran festejo popular, en el que daba regalos a los
presentes, zapatos, sombreros, cortes de telas, franelas, cotizas, con la
siguiente particularidad, que todo aquel que iba a la fiesta tenía que rezar,
cantar, comer y beber hasta el amanecer. El que iba no podía irse sino al día
siguiente, que Don Audón se encargaba de eso, les cerraba con llave la casa y
por si acaso se ajustaba el revólver al cinto, todos a rezar.
Con la apertura de la
Tienda del negro Audón, en la misma entrada del pueblo, se innovaban las ventas
y las nuevas formas del comercio, en las que el pulpero compraba una mercadería
y la sacaba a la venta a un precio determinado y hasta que no la terminara de
vender a ese precio no se sentía satisfecho, así se la llegaran a comprar toda
a un precio que le diera ganancia y salir de ella en menor tiempo. Aquí se
establecieron los apartados de ropa o sombreros o vajillas, o cualquier
instrumento o artefacto, con abonos parciales, los campesinos pobres, los
peones de las haciendas, los artesanos, empleados públicos, y los seres más
humildes de los caseríos cercanos al pueblo y del páramo, fueron ataviándose y
mejorando la vestimenta y el calzado de la mercadería que traía el negro Audón.
Gente de Mendoza, y de Valera se llegaban a su tienda, porque se encontraba lo
que buscaran del ramo de telas, botones, alfileres, mercería, hilos,
accesorios, ropa y calzado y de la mejor calidad. Era la gran tienda de La
Puerta.
Fui escucha de jocosas historias de
amigos y parientes que se vistieron por primera vez, unos pantalones de los que
se exhibía en escaparates de esta tienda, igual que los que calzaron también
por vez primera zapatos de fino cuero, acostumbrados a las alpargates;
inclusive, llegué a escuchar sobre las ofertas de 2 artículos o prendas de
vestir pagando por el precio de uno.
También llegué a escuchar, la historia de niñas que les tocaba ir a
fiestas, cumpleaños o comuniones y Aminta la esposa del Negro, que era muy
amable y solidaria, le mostraba los
vestidos y observaba la cara de la niña cuando le gustaba algún vestido y no
era de su talla, hacia como sastre, le
quitaba un pedazo a las mangas y le agregaba alguno de los diversos adornos que
había y satisfacía las aspiraciones de la niña.
4.-
Casa de don Audón Lamus, ubicada a la entrada norte del área urbana de La
Puerta, Avenida Bolívar. Aquí estableció el negro Audón, la sede de sus
negocios y sitio también, donde se realizaban las partidas de ajiley, con
morocotas de oro sobre la mesa.
Obsérvese que es de 4 puertas, aun se mantiene en pie este inmueble. En el lado izquierdo colinda con la entrada del Hotel Guadalupe. Cronografia propia de este blog. 2773. Tomada en el año 2019.
Siendo un hombre de estatura mediana, pero con sangre de comerciante
sefardí, era muy dinámico para los negocios. Tenía una camioneta tipo panel
cerrada que viajaba cada semana al Estado Táchira, para llevar cotizas,
sombreros, sardinas enlatadas, tasajo (carne de buey enlatada); este vehículo
lo manejaba Pedro Rodríguez, que fue su primer chofer; y el segundo, fue el
señor Camilo Paredes, de quien se dice era su hijo.
Audón le buscó siempre la salida
rápida a la mercancía, por eso manejó la cultura mercantil de lleve mejor por
menos, es decir, bajaba los precios de los artículos al menor precio posible,
lo que le daba mayor dinamismo a las ventas, que junto con las ofertas y
remates, le dieron un vuelco total al mercantilismo en La Puerta, impulsado por
este judío local, muy católico y mecenas del cura párroco.
Quizás los estoy aburriendo con las
subalternas circunstancias de la cotidianidad de mi comarca, desprovistos de la
humanidad épica o artística, de los artículos de este blog, pero al
recordarlas, rindo un pequeño homenaje a esta tierra amable y laboriosa.
Para finalizar, voy a compartir una
anécdota: La casa de don Audón, estaba hecha de paredes de bahareque. Con el tiempo la mando a
reconstruir pero con paredes de bloque, que es la que aun se encuentra en pié a
la entrada del pueblo. Se la construyó el maestro Roviro Briceño, que vivía en La Hoyada; El maestro era un hombre
pequeño, con conocimientos en construcción civil, era familia de Audón. Éste
Roviro, transformó el inmueble de acuerdo a los requerimientos del dueño.
Terminada la obra, le siguió haciendo arreglos, y adecuándola a las necesidades
del negocio mercantil, ampliándole los ambientes y depósitos. Esa relación, de
trabajo se mantuvo por muchos años, y para muchos en el pueblo, más allá del
tiempo. Esto, lo fundamentan en que, el mismo día en que murió don Audón Lamus,
murió el maestro Roviro; es decir, que esos días los velaron a los dos, les
rezaron a los dos, y también, el mismo día los enterraron a ambos en el
cementerio del pueblo. Dicen que las coincidencias no existen; quizás. Ahí les
dejo eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario