(en Trujillo,
Venezuela).
Oswaldo
Manrique R.
a Adriana
Tushaskia.
Contenido:
1.-
Generalidades.
2.-
Siglo XVII. El amor indígena en el valle del Bomboy.
3.-
Siglo XVIII. La influencia Vasca, venció la cofradía
del santo reproche.
4.-
Siglo XIX. La influencia Andaluza y Elbana, en nuestra cultura de amor.
5.-
Siglo XX. Idilios Urbanos e Idilios
Parameros.
6.-
Siglo XXI. La Globalización, el Mercado, la ciencia y la Tecnología inciden sobre las prácticas del
amor y sus sentimientos.
<<En qué agitación, en qué
negra tristeza me han sumido los maldicientes y los envidiosos! ¡Con cuanta
deslealtad me han perseguido estos destructores de toda alegría! Os han
impulsado a alejaros de mí, a vos que amo más que a mi vida; me han privado del
bien de veros y volveros a ver continuamente. ¡Ah! Me muero de dolor; de furor,
de rabia! >> (Clara de Andusa. Fragmento de Los
Trovadores. Literatura Provenzal).
Por lo general, se ha percibido
el amor como la atracción física entre dos seres vivientes; antiguamente, se
limitaba a seres pertenecientes a sexos opuestos, como ley biológica, en
función de conservar las especies, lo
que ha sido superado. Se ha escrito también, que el amor, desde los primeros
tiempos de la humanidad, es un simple estado emocional, en virtud de que se
nace, crece y evoluciona juntos (la pareja) en armonioso esfuerzo con
propósitos comunes: la conservación de la vida y perpetuación de la especie.
Abencerraje, es una obra tributo alegórico a
las parejas que se han casado en secreto, sustentada en dos episodios, uno
propio de la literatura musulmana (Historia del Abencerraje y la Hermosa
Jarifa) y otro análogo, ocurrido en la
ciudad de Valera. Cuadro en oleo sobre
tela, elaborado en el 2013, por el distinguido amigo, artista plástico e
historiador valerano Carlos Montiel, quien ha tenido la generosidad de
compartirlo con nuestro lectores.
Abandonado poco a poco, el
criterio instinstivista o biológico de la perpetuación de la especie humana, ha
venido variando o cambiando esencialmente, no solo en cuanto a la formas
genéticas, in vitro y otras, que se han constitucionalizado, sino también, en
cuanto al aspecto del enamoramiento, la conquista, el flirteo o la galantería,
para no entrar al tema de los piropos, que viene siendo considerado, inclusive
penalizado, con o sin razón, como especie de acoso u hostigamiento sexual.
Quizás en la actualidad, sea esto
políticamente incorrecto, pero desde los primeros tiempos, el enamoramiento
inicial o conquista de la pareja, que algunos escritores suelen llamar el
galanteo o actividad de atracción, es necesaria y fundamental. Con Adán y Eva,
como primigenia pareja de hecho y de la historia, se ha venido representando
con la famosa manzana tentadora, inclusive como alérgeno erótico, lo que se
puede interpretar como un acto instintivo y sexual.
El roce social, ambiental,
cultural y religioso, inclusive mas allá de las sucesivas civilizaciones,
devino en un alto sentimiento afectivo y creciendo como complejo psicosomático,
en el que concurren variados elementos, como son la atracción personal
impoluta, el desinterés económico o arreglo, la fidelidad, sexualidad
consciente, y podemos sumar también, la madurez, la rebeldía y a veces hasta lo
involuntario, que suele concurrir en el amor.
Como parte de la cultura castiza
española, al implantarla en América, las parejas y matrimonios eran
endogámicos, entre miembros de la misma familia, para mantener y proteger el
linaje y limpieza de sangre. A partir del siglo XVI, se fue dando una apertura
a la sensualidad erótica, influenciada por los textos de Dante y del poeta Petrarca, aunque más populares los de
Bocaccio (El Decamerón) o los de Rebelais con su ingenioso “Gargantúa y
Pantagruél”, quienes se encargaron de promover e idolatrar el amor
extraconyugal y la vida licenciosa.
No contamos con datos, sobre
raptos y negociaciones por arrobamientos de mujeres o de comercio de amor, en
nuestra comarca. Los indígenas Timotes, además de las ceremonias y encuentros
para conformar uniones y enlaces de parejas, podían también, arreglar enlaces
con integrantes de otras tribus por razones de alianzas estratégicas, de
guerra, o por beneficios comunitarios. El espacio o territorio del pueblo al
que nos referimos, es parte de lo que se llama Cordillera de los Andes Venezolanos o Sistema Andino de Venezuela,
que en nuestra orografía se corresponde con el
“Ramal Septentrional” que
comienza en el Pico Miranda que pudo estar en tiempos inmemoriales unido al
Nudo de Tuñame, al replegarse al Norte para formar los ramales Mendoza, Los
Labastida y el del Pico del Tomón, “echa una hermosa estribación que se viene
llamando La Puerta, pero que es mejor llamarla de La Mocotí, pues nace del
Paramo de las 7 Lagunas, vecino del Paramo de la Sal” (Bennet, Francis.
Guía General de Venezuela. Págs. 271-272-273. 1926); desde el Portachuelo,
parte el río, que le va dando forma al pequeño Valle del Bomboy; esto es, en lo
que hoy se conoce como Parroquia La Puerta, Municipio Valera, Estado Trujillo,
en Venezuela.
2.- Siglo
XVII.
El amor indígena en el valle del Bomboy.
“El
amor de que los indios mas participan es la flema, en el qual pocas vezes se
enciende el amor […] pues como todo esto falte en esta gente no se puede creer
sean heridos de la amorosa flecha, con diferencia alguna de las bestias. Aunque
sus defensores niegan esto, atribuiendoles mil dulcuras, que en tiernos
requiebros y enamorados dizen y cantan sus amadas” (Extracto de la Araucana, pág. 232).
Desde el sacrificio de amor por
su pueblo Bomboy, de la heroína y bella Princesa indígena Dorokokoe, un ser
humano que más que una mujer parecía una
ninfa sagrada, hecho ocurrido siglos
antes de que llegara la invasión europea a esta tierras andinas, que se
convirtió en hermosa leyenda, nuestro valle ha sido campo para las historias
más interesantes en cuanto al amor se refiere.
Entre las primeras que podemos
comentar se encuentra la mujer del señor del Bomboy, el tabiskey, que fue
desalojado y desaparecido de su Comunidad por el primer encomendero del Pueblo
de San Pablo Apóstol (hoy La Puerta), capitán Juan Álvarez de Daboín, el terrible genocida y exterminador de
indígenas en el Lago de Maracaibo (Coquivacoa). El tabiskey, al ser
desaparecido por el exterminador, su
mujer logró huir y se salvó un hijo de ambos, al punto que en el Libro de Bautismos de la Parroquia La Puerta de 1810, resquebrajándose el sistema
colonial, una de sus descendientes de nombre María La Paz Bomboy, India Tributaria de La Puerta, bautizó a su hijo natural
como José Manuel Bomboy (Abreu, José Rafael. La Puerta, un pueblo. Editorial Arte.
1969). Obsérvese que, a pesar del comienzo del tiempo
independentista, y de haber transcurrido dos siglos de genocidio, los indios
esclavos tributarios insistían en usar y respetar en este caso, como apellido,
el nombre del cacique Bomboy, en lugar del encomendero, que fue costumbre. Dicha
acta de bautismo, está suscrita por el padre y prócer independentista Francisco
Antonio Rosario, párroco de La Puerta.
Pudiéramos
estar comentando de los amores del Cacique Pitimay, en su Cima maravillosa,
entre Carorita y Los Cerrillos. El amor indígena en la antigüedad,
expresaba el espíritu y el deseo del
joven Timote por la mujer de su tribu, se dirigía hacia ella, a la más amable y
a la más simpática, de lo que no escapó Kukuruy, la caudilla de las alfareras
de Tierra de Loza (Carorita), quien era muy visitada, por su poder dentro de la
tribu, pero también por ser agraciada físicamente, agradable, conversadora y de
buenos sentimientos; cualidades que llevaban la exaltación del amor, a un plano
y entidad digna de los más altos sacrificios.
Kukuruy, jefa indígena, ubicada
hacia el sur-este, del valle del Bomboy (hoy, Tierra de Loza y Carorita),
admirada por los de su tribu. Boceto alegórico propio de este blog. Cronografía
3304.
Juan de Castellanos en su obra Elegía de varones ilustres de las Indias, resume que la causa por la que muchos de los
conquistadores perdieron la vida, inclusive empresas de exploradores enteras,
en <<toda
su perdición fue por amores>>, enamorados de las indígenas, e
irrespetando las mujeres en pareja, inclusive las de los caciques (Elegía II,
258-259). Castellanos, aunque con
criterio misógino, describe: <<Huye
de la razón el amor ciego: / y ciegan las lascivias de mujeres (Indígenas); /en
todos los principios indecentes/los fines tienen mil inconvenientes>> (Castellanos. 1:136); esto, por interpretación a contrario, da una idea
del valor del amor, de la dulzura y tiernos requiebros de los aborígenes, de su
castidad y fidelidad a sus esposos,
cantan sus amadas, según lo expresa la Araucana. En el caso de los Kuikas, anotó don Amílcar
Fonseca, que, las costumbres matrimoniales, tenía “entre ellas por bases las bígamas
costumbres de los asiáticos pueblos. Amparado bajo la forma común de
compra-venta el precio de la mujer lo estipulaba el jefe de la familia. No se
comerciaba, sin embargo, con la virginidad, ni existía la prostitución
hospitalaria ni la religiosa…las
infracciones del derecho de castidad, empero (rapto, adulterio, estupro) no
perjudicaban la reputación de la mujer, pero si las prerrogativas del
propietario” (Fonseca, Amílcar. Orígenes Trujillanos. Págs.
29-30).
Establecido
el régimen de esclavitud o encomiendas, durante el siglo XVII, se dieron
episodios apasionados de amor, dentro de la Comuna Indígena del Bomboy, y en
las haciendas de los encomenderos esclavistas. Entre ellos, podemos citar:
Gaspar el gañan,
era aborigen Bomboy, de la nación Timoto, lo bautizaron y españolizaron con ese
nombre en 1653 aproximadamente. Pertenecía a la hacienda de caña dulce, del
esclavista Capitán Joseph Sánchez Mexias.
Durante su juventud, enamoró a la india Ugenia, para lo que tenía que escaparse del cañaveral para verla y
caminar alrededor de 3 leguas de camino, entre La Puerta y altos de
Mendoza, cada vez que deseaba verla y
conversar con ella, recibiendo su castigo del dueño o del capataz o del mismo
cacique de la encomienda. Trabajó duro, hasta que le permitieron casarse con
ella, porque era encomendada del Cura Juan Buenaventura Cabrita y Losada,
sacerdote “protector” de indígenas y a la vez esclavista de ellos. El
matrimonio por ser obligatorio en periodo colonial, para tener pareja los esclavos encomendados y poder convivir,
se realizó en 1670. Al casarse, pensaron ambos Gaspar y Ugenia, que vivirían felices, así procrearon tres hijos:
Pedro, Andrés y Alexio. Con el correr del tiempo, a Gaspar el gañan, con ese
cargo de responsabilidad en la hacienda,
se le exigía trabajar más tiempo, a pesar de que cumplía lo que le
correspondía como encomendado y el resto
lo dedicaba para sembrar el terreno que le daba sustento a su familia, sin
embargo, seguía siendo maltratado y castigado, por lo que indignado tuvo que
romper con esta situación de sumisión y huyó.
La
solitaria vida de Ugenia, además de
la preocupación por la suerte de Gaspar, solo la calmaba el cuido de sus hijos,
que eran todos menores de 14 años, y el arduo trabajo al servicio del cura
Buenaventura, su dueño y esclavista. La huida de su marido la impactó, ya sería
inevitable que todo el frenesí que cubría su relación íntima, sus caricias,
quedaba suspendida por la fuga de Gaspar, ahora la distancia y la persecución
los separaba. El ofrecimiento reciproco, de ambos protegerse, ayudarse y hasta
de mantenerse en el altar de la luna y las estrellas, tuvo un accidente en el
tiempo. Al parecer, el gañan de la
hacienda de los Sánchez, se fue a vivir
al famoso Cumbe, en el páramo de Labastida, por la Cañada de Mendoza;
transformándose su matrimonio amoroso y responsable con Ugenia, en una relación furtiva, lo que cambió en 1687, cuando se
les convirtió en indios “libertos” y tributarios a la Corona española
(Castellanos, Rafael Ramón. Relación de
un viaje por tierras de los Cuicas. pág. 90. MRI. Caracas. 1958).
Otro
episodio de amor, a destacar fue el de Joseph
el Mandón de la hacienda de caña y encomienda del capitán Fernando Hurtado
de Mendoza, este hacendado, hombre y familia profundamente católicos, sus
tierras comenzaban en la Cañada de Mendoza y llegaban hasta Castil de Reina,
muy cerca de la Meseta de Valera, muy extensa.
En una oportunidad, Joseph
indígena Bomboy pudo conocer a la bella María,
de igual raza, encomendada del cura Cabrita y Losada, y se enamoró de ella, y
tenía que caminar después de su jornada de trabajo, entre 4 y 5 leguas para
poder verla.
A María, también le gustó de joven Joseph, lo habían bautizado con ese
nombre de santo cristiano, sus sonrisas, su belleza, su pelo lacio sobre su
cara, su proporcionado cuerpo y hermoso caminar, solo eran para él. Momentos
furtivos hubo, en los que estando solos conversaban, jugaban, reían y
enloquecían de amor. Él solo tenía ojos para ella, y estuvo a punto de dejarse
llevar por la pasión carnal, y Don Hernando Hurtado de Mendoza, su encomendero,
hombre muy religioso, lo obligó a
casarse para formalizar sus amores con María, y aceptó. Junto con esa
responsabilidad que adquiría como hombre,
y como no había cacique en la encomienda, Joseph fue designado Mandón, con parecidas
atribuciones a las de Cacique, y con representación de los de su raza. No trabajaría físicamente, pero ejercería la autoridad sobre los otros
indígenas de la plantación. Después
de cumplir con los requisitos católicos y pagar los emolumentos y derechos al
encomendero, le permitieron casarse con ella, tuvieron tres hijos: Domingo,
Juan y Joseph. En 1687, ella tendría unos 35 años de edad, le permitieron hacer una vivienda en las
tierras de los futuros resguardos indígenas, asimismo un lote para
sembrar, y pudieron convivir como pareja
y junto a su familia (Ídem).
Seria
prejuicioso, no hacer mención de Lucia la
Tejedora. En el estricto régimen de imposición religiosa española del
matrimonio a los aborígenes encomendados, quienes en sus creencias y cultura,
tenían otros ritos para el enlace y conformación de las parejas, sucedieron
hechos severamente criticados. Lucia, india Bomboy, perteneciente a la
encomendera Paula de Saavedra, era una de sus más eficientes tejedoras en el
taller de esta señora, donde se producían las bonitas y duraderas telas, paños
y lienzos de algodón, así como cobijas y piezas de fique, que se negociaban con
el Tocuyo y otras ciudades. Así como los
hermosos lienzos que producía con sus manos, igualmente era de hermosa ella; un
buen día se enamoró de un hombre, él la sedujo, tomó su cuerpo y la transformó
en mujer y madre, pero a la vez, se apoderó de su amor, que sería siempre para
él, como su cuerpo, su lecho y sus deseos solo para él, eso era una decisión y
la furiosa e interna pasión de una mujer Bomboy. Salió embarazada; de su romance nadie supo,
ni con quién, ni desde cuándo ni en dónde, quizás sí, Doña Paula, que le
permitió parir su único hijo: a quien puso por nombre: Juan (Castellanos: 88).
Además, debemos anotar el caso de romance oculto, de la india Madalena, natural Bomboya,
perteneciente a la encomienda del esclavista Capitán Joseph Sánchez
Mexias, dueño de una hacienda de caña dulce en Mendoza arriba.
Valiente y encantadora, todos los hombres de la encomienda, inclusive, los
parientes del encomendero, la deseaban, era excesivamente bonita, intentaban
enamorarla pero no les hacía caso. Se sorprendieron, cuando la comenzaron a ver
embarazada y no se le conoció novio, ni
tenía ningún enamorado oficial, ni aspirante a su amor, en apariencia. Cuando su amo, la interrogó sobre el
embarazo, solo hizo mutis. Ella aceptó con mucho amor y recato, vivir sola con
su hijo Pedro, fruto de su amor
profundo e intimo, quizás prohibido, tan solo recordando los hermosos instantes
de frenesí de sus cuerpos, en el campo del secreto. También había parido soltera (Ídem).
*
La
fórmula que inventaron para ir eliminando el rapto de mujeres y el malestar,
rechazo u odio generado en la familia de la mujer raptada, pues, ella era muy
valorada como productora de vida, fue el matrimonio formal, contrato con obligaciones y deberes. La gran
mayoría de los matrimonios eran arreglados, suerte de acuerdos y convenios
entre las familias; ejemplo de ello, el acuerdo entre el Capitán español Sancho
Briceño, de casar a una de sus hijas, con el Capitán Francisco La Bastida,
ambos fundadores de Trujillo y
pobladores del Valle del Bomboy, si al primero de los hijos de éste, se le
bautizaba con el apellido Briceño. Así ocurrió, y el apellido Briceño se
expandió en nuestro Valle y en dicha Provincia, en lugar del La Bastida. Para los invasores europeos, el pago de la
dote matrimonial, limitaba de alguna manera, el enamoramiento pleno y pasional.
La mujer en la Colonia, a pesar del recato y el oscurantismo religioso, tuvo algunos
avances o libertades, como dejarse ver en misa, la plaza, en fiestas, juegos,
veladas, haciendo gala de su ternura natural y de su feminidad. Para esta época, la obra más interesante y
polémica en relación a este tema, escrita por Ovidio, el filoso romano, fue “El
Arte de Amar”; se convirtió en la guía explicativa de lo que era el amor, en
todos sus ámbitos, la que se utilizó
hasta principios del Medioevo; luego irrumpió ante estas “ideas libres”, el
concepto de la Iglesia católica del “ideal de la virginidad”, como elemento de
estado perfecto y necesario para la
realización del matrimonio, la denominada castidad. La Iglesia, igualmente
impuso el rechazo a la fase previa de la relación sexual, negando que fuere
necesaria para copular o para dar placer a la pareja, considerándola amoral.
Sin duda alguna, fue una época muy oscurantista y de recato excesivo, donde los
curas se convirtieron en unos fiscales
de la vida intima y sexual de la pareja, lo que ocasionó que jóvenes y
doncellas tuvieran una vida afligida y de frustración, por lo que se aplicaba
castigos, encierros y penas corporales para su “salvación”. Como sociedad de
castas y endogámica, solo en las clases sociales altas, de hijosdalgo,
herederos de conquistadores, mantuanas,
se podía hablar, escribir, y catarle al amor como arte, aunque de hecho, los
hombres de esas clases quebrantaran esos cánones y sinodales, de forma solapada
y sibilinamente con las clases y razas “inferiores”.
3.- Siglo
XVIII.
La influencia Vasca, venció la cofradía
del santo reproche.
“Por
vos he de morir y por vos muero” (Garcilaso de la Vega. Inca).
Con
la revolución francesa, se dio el mayor movimiento social igualitario en los
anales de la historia, que trastocó las bases ideológicas establecidas,
haciendo su aparición “un desenfrenado periodo de anarquía sexual;
pues las muchachas francesas, sintiéndose entonces liberadas del severo control
familiar, enardecidas y estimuladas por el nuevo orden social proclamado por la
revolución triunfante, se lanzaron a las calles presas de su pitiatismo sexual,
cantando al unísono con la mayor desfachatez y bien marcada intención, el
sugestivo “slogan” de <<una para todos y todos para una>>, novedosa
expresión de camaradería y libertad social” (Travieso, Carlos R.
Conferencia: El amor y la galantería en
la historia. Págs. 123 a 125.. Boletín ANH N° 233. Caracas. 1976).
A
pesar de lo anterior, el matrimonio como institución regulatoria de la pareja
se mantuvo, bien como consecuencia de una fase introductoria amorosa, o de un
arreglo familiar; por supuesto, eso no aseguraba la felicidad de los
contrayentes, ni siquiera en el manejo y administración de las dotes. Lo que sí
es innegable, es que las ideas y propuestas de los cultores del amor, como
sentimiento sublime y pasional, no lograron con sus cantos permear los
estamentos religiosos ni los del Estado Colonial; aunque algunos caballeros,
buscaban mujeres educadas, fieles, virtuosas, sin alejarse u obviar la belleza,
voluptuosidad, sensualidad, proporción corporal y buen andar, en quién poder
aplicar sus realidades mundanas. En el
valle del Bomboy, colonial, uno de los matrimonios más interesantes y dignos de
un estudio minucioso, fue el que consumaron la bella mantuana Asunción
Betancourt, mujer de linaje y riqueza,
enamorada por un hombre mucho mayor que ella, Don Paco La Bastida.
Un
día de agosto de 1811, como a las 3 de la tarde, se juntaron en la Capilla de
San Pablo Apóstol del Bomboy, convocados por el cura párroco Padre Rosario,
electores, vecinos y personas de distinción del pueblo de La Puerta. Explicó el
motivo de la reunión, y concedió el
derecho de palabra, a los postulados.
Conociendo
muy bien dónde se encontraba, y del poder de convocatoria que lo acompañaba,
quiso mostrarse comedido, y con especial afectación, expresó: -Vecinos
de La Puerta, Me obligo a obedecer estrictamente vuestros deseos legítimos,
conservar los derechos del pueblo, a luchar por la libertad, la propiedad y la
seguridad de sus individuos. Igualmente,
juro luchar por la libertad y la Constitución de Trujillo, como Provincia
independiente; y a oponerme a cualquier clase de dominación y de gobiernos
extraños. Y, observando de
reojo al cura Francisco Rosario, párroco, quien se encontraba sonreído cerca en
un sillón, porque eran miembros de la
logia masónica del Bomboy, por ser
librepensadores y partidarios de otros
deslices que iban contra los cánones de la Iglesia, continuó: - Y juro, ante Dios y los santos evangelios,
sostener y defender la religión de nuestros padres, que es la católica,
apostólica y romana, única y exclusiva de esta provincia.
Alborozado
y lógicamente agitado y nervioso, fue aplaudido por los honorables vecinos
electores de La Puerta y los invitados especiales al acto, que se encontraban
en la Capilla de San Pablo Apóstol. Era el juramento ante sus electores.
Minutos antes de su elección, había dado un discurso, con ideas de un hombre de
Estado, lo que aplaudieron y le dieron felicitaciones. Sabía lo que le depararía el futuro. Pidió
permiso para retirarse y buscó la puerta,
para dirigirse a la plaza real, donde hubo vivas y fuegos artificiales,
luego, buscó su caballo y cogió rumbo hacia
la Cañada de Mendoza, donde lo esperaba
su amantísima esposa.
Su
gran y único amor, fue Doña María de la Asunción Vethencourt
Uzcátegui Briceño, quien nació hacia el
año 1775, en la ciudad de Trujillo, sus padres Don Miguel Eusebio Vethencourt Berdugo, y Doña María Lucía Uzcátegui
Briceño, de las familias aristocráticas
y poderosas económicamente de esa provincia.
Era al igual que Paco, descendiente del conquistador y capitán español
Sancho Briceño uno de los fundadores de
Trujillo. Pertenecía sin saberlo, al grupo de las hermosas “catiras” de la
Colonia; pensó alguna vez, ingresar al Convento de las Clarisas como lo había
hecho su prima Encarnación Briceño, la abadesa. La idea se fue disipando,
cuando comenzó a ir a las fiestas familiares o ir a misa los domingos en la
Catedral, y a las veladas culturales vespertinas de la ciudad.
Doña María de la Asunción Vethencourt Uzcátegui Briceño. Aquel
hombre maduro, ataviado con uniforme de Capitán de Milicias Reales y porte de
Gobernador, le sonreía y la anhelaba con la mirada. Luego, seria mujer y
cómplice de las actividades de su esposo Francisco Antonio La Bastida
Briceño y Fernández, en la lucha de independencia. Cronografía alegoría 2755.
A
finales del siglo XVIII, entabló una relación excepcional por decir lo menos, a
pesar de la diferencia de edad que tenia la pareja, escollo que tuvo que
sortear el maduro aspirante a su mano y a sus amores. Fue
una relación tan pasional, cómplice y
de particular apego, como aplicables son las razones del poeta
Joaquín Sabina para cantar aquella vieja
letra de Te amo más que a mi vida.
Fue su ideal de amor, en aquella época tan convulsiva: la del comienzo de la
guerra de independencia.
Vencidos
todos los obstáculos y requisitos del linaje y la limpieza de sangre, mas
la autorización del Obispo y el de
<<la cofradía del santo reproche>> se casó con uno de los
más importantes personajes de la Colonia trujillana, el letrado Francisco
Antonio La Bastida Briceño y Fernández,
el primer constituyente del Pueblo de La Puerta, la llamaban El Provincialista,
líder de los propietarios y hacendados, y quien tuvo una participación
destacada desde los inicios del movimiento independentista en 1810,
suscribiendo la primera Constitución de Trujillo emancipado. Realizó cuanta labor fue necesaria en función
de la independencia.
Lo
conoció en la ciudad de Trujillo, donde él
era Teniente de Gobernador, en una oportunidad que ella y sus hermanas
estaban sentadas en una de las ventanas de su casa, y él se detuvo, la observó
y saludó, cuando desfilaba como primera
autoridad de la ciudad. Era una hermosa joven,
él, le llevaba muchos años de diferencia en edad, ambos estaban
decididos a favor de la causa republicana. La tendría en el pedestal más alto
del cielo, junto con la luna y las estrellas. Era
indudable, que un hombre tan refinado y culto, descendiente de vascos, como Paco La Bastida, tuviese el espíritu
caballeresco y poético, afectuoso y sagaz, y
a la vez, la masculinidad y energía, con que sus ancestros conquistaron
a sus bellas mujeres. Para los férreos vascos, el matrimonio era para siempre,
indisoluble, inquebrantable, impenetrable, solo la unidad de dos, que solo
podía quebrantar la muerte.
En
1800, el 16 de enero, en la casa de la
hacienda San Francisco, en Mendoza del Bomboy, dio a luz su primer niño, que con el
transcurrir del tiempo sería el primer gobernador de la Provincia de Trujillo,
de la denominada tercera República, el
Dr. Ricardo Augusto Labastida Briceño Vethencourt. Su esposo Paco, descendiente de vascos, era además de letrado
y respetado hacendado, un destacado político, ocupó por varios periodos el
cargo de Teniente de Gobernador, el más importante de la Provincia, igualmente
autoridad en la jurisdicción de Escuque, la Puerta, Mendoza.
Luego
procrearía otros nueve hijos, a quienes crió y veló por su educación. Se le
llamó entre la sociedad mantuana, la
“mujer del vientre espléndido”. Una verdadera matrona patriota.
En 1810, estando embarazada, mientras atendía
la hacienda, a su familia, a su marido y se esforzaba por alimentarlos, su casa
en la hacienda San Francisco, en el Valle del Bomboy, se convirtió en un sitio de activismo
político y de conspiración patriótica. Ella, coordinaba todo lo
necesario para que se produjeran esas reuniones y facilitaba la logística y
apoyo a los conspiradores. Doña Asunta, es una de esas lecciones
de la emancipación.
A
la caída de la primera República, su esposo Francisco Labastida, el popular
“Paco” Labastida, se dedicó a la lucha insurreccional enfrentando al gobierno
español, junto con la mayoría de los Alcaldes, comandados por el coronel
rebelde Vicente de la Torre, su primo. Ella
tuvo también gestos de notable heroísmo, en 1812, a la caída de la
Primera República, no emigró como hicieron las familias de los líderes
republicanos, siguió a su esposo y al coronel Vicente de la Torre, en la lucha guerrillera de los Alcaldes, para
mantener vivo el fuego emancipador en Trujillo. Atendía personalmente la hacienda
San Francisco en el Valle del Bomboy y también las sementeras del Llano de San Pedro, vía La Lagunita, en La
Puerta, con el tiempo esta matrona se convertiría en una heroína trujillana de
la época independentista. En junio de 1813, en medio de la Campaña Admirable,
fue visitada ella y su esposo Paco, por el Libertador Simón Bolívar, su viejo
amigo, y pernoctó esa primera noche trujillana, en la residencia de los
Labastida. A los tres meses, con algunos quebrantos de salud, pero siempre
vinculado al movimiento emancipador, muere su esposo, a quien atendió y cuidó
hasta el último día de su vida.
4.- Siglo
XIX.
La
influencia andaluza y elbana, en nuestra cultura de amor.
Te quiero más que a
mi vida
Más que a mi vida
te quiero
Pero más quiero a
mi vida
Porque sin ella me
muero.
(Hermoso, complejo y polémico verso
de la canción Y sin embargo te quiero. Autores: Antonio Quintero,
Rafael de León y Manuel Quiroga).
Era el tiempo, en que se hablaba,
de aquel hombre rústico que andaba a
caballo y no se libraba de cometer alguna falta, los hoscos y bárbaros, sin
embargo, se conoce que a pesar de no
haber estado en la escuela de las damas,
muchos de ellos, fueron de una u otra forma cultores del amor. La
Puerta, propiamente una Puebla, como
la llamó Mario Briceño Iragorry, tuvo la suerte de ser receptora de la cultura
y costumbres de varias nacionalidades, entre ellas, la andaluza, por familias
descendientes de nativos de esa parte de España. Una de ellas, fue la familia
Ruz, asentada en El Portachuelo, los Aposentos y Altamira de Garabulla, en la
que destacó como leyenda un hombre y su gran amor.
Sandalio nació, de acuerdo a la información genealógica
encontrada, de la unión de Don José Ysidoro Ruz (el Viejo Isidoro), de
ascendencia andaluza y María del Carmen
Moreno Malpica “Carmela”, en el año 1856.
La
oralidad local, relata las hazañas de
Sandalio Ruz, cuando con apenas 15 años,
acompañó al León de la
Cordillera, en su campaña contra las fuerzas liberales en 1871. Como imberbe tropa, fue destacando en el
combate y en el servicio marcial de los oligarcas. Individuo de rosto enérgico, oficial de
tropa, imponía respeto, se le podía ver, en
plena faena con sus gañanes, movilizando a las yuntas. Tenía rostro y cuerpo
alargados, ojos grandes y muy abiertos, pelo grueso y negro,
acostumbraba el bigote como se estilaba en la época, labios gruesos, gozaba
de una tez natural blanca, toteada por el sol del campo; usaba sombrero de
pajilla paramera.
La memoria de la comarca, repite
que el día que la vio por primera vez, fue en una fiesta de la Purísima, le
siguió con la mirada su graciosa forma de caminar, que ajustaba su línea
corporal, tenía los pies pequeños, iba
con las hermanas, por la Calle Real, hacia el templo de San Pablo. Estaba el
día caluroso, los rayos de sol intensos.
Llevaba puesto su sombrero, la esperó al salir, para verla desfilar
nuevamente, con su excepcional movimiento de caderas, y no aguantó y le soltó
una del viejo Ysidoro, su padre, y le dijo algo así como: -¡Ese
cuerpo picoso, ¡camínelo morena! Ella volteó a mirarlo, sorprendida e intrigada por
lo que le dijo ese hombre alto, y sin
abandonar la alegría de su cara, porque
la llamara de esa manera. Fue algo espontáneo, aunque, formaba parte de la
estrategia o ritual de los jóvenes para conquistar a las mujeres. Después le
explicaría, el por qué de esa evocación de sus raíces andaluzas. El entusiasmo,
elegancia y resplandor que inspiraba con su caminar musical, era evidente. Su nombre: María
Antonia Carrizo, la familia y amigos la llamaban Toñita, no era muy alta,
morena, vivía en Los Aposentos, integrante de una familia emparentada con la de
Sandalio. En los
días siguientes, éste, salía en campaña, pero ya iba “picado” con los deseos de
entablar amores con ella. Lo que no sabía cuándo ni cómo regresaría de la
campaña.
Él, pendiente de ella, lo pensaba
mucho, aunque fuera la vida entera,
sería el centro de sus pensamientos. Fue a despedirse. ¿pero ella lo
esperaría? La campaña del general
Araujo, fue corta. Regresó y no
tuvo que esperar tanto, en 1875, se
casaron; al año siguiente, procrearon a:
Nicolás y al siguiente a Pedro Ruz
Carrizo. Fue en La Cañada, cerca del Portachuelo
y Garabulla, donde construyeron el
hogar, su espacio de amor. Era su sitio,
desde donde niño comenzó a soñar, donde el frailejón se une con el yagrumo en
la estrellada nocturnidad, y al amanecer
reverbera intensamente el Dios Sol. Era el mundo de sus recuerdos.
Al suspenso de la lucha, abrumaba
con sus cargas de amor al guerrero Sandalio Ruz. Toñita Carrizo, vivió, acompañó y sufrió estoicamente, las aventuras
guerrilleras de su esposo, el legendario coronel Sandalio Ruz, caudillo de la
Cordillera. Cronografía alegoría 2762.
Le
agradaba verla rodeada de macetas, o sembrando y cuidando sus flores y matas
ornamentales y las medicinales; hablándoles, o a veces, desgranando maíz. Le
gustaba cuando se iba a arrancar moras piñas, en los silvestres matorrales y
ver cómo las comía con gusto, y tener aquellos labios rojos intensos, burlones
que contrastaban con su sonrisa y se convertían en algo seductor para él. Le gustaba verla así, risueña, saludable y
desbordando felicidad, alguna vez, le diría: - ¡Toña! Esa boquita, solo debe
comer moritas frescas y escarlatas! Para “picarlo” mas, echaba una carcajada, y lo besaba, en la forma que
se le ocurría, comiendo moras o caña dulce, le imprimía sus besos de sabores y
aromas. Le hacía el momento feliz, y alegre; así aprovechaba el tiempo con él,
al máximo. El no podía vivir sin aquellos labios rosas. Toñita, tenía conocimientos de cocina, pero
se esmeró en aprender a preparar lo que a él le gustaba, el exquisito arroz con
leche o la versión parameña de churí o
cabello de ángel, polvoreado con una cálida gloria de canela.
Toñita,
fue cómplice silenciosa de sus angustias, amarguras y alegrías, lo amaba, lo
esperaba que llegara alguna noche de sus campañas o de sus persecuciones,
siempre preparada para curarle las heridas y atenderlo; ya no podía decir: –
¡qué suerte la mía!; había
escogido esa vida, la de compañera de un caudillo y madre de sus hijos. En 1929, con 73 años a cuestas, muere
-el amado por unos y odiado por otros-, el polémico justiciero Coronel
Sandalio Ruz, en su casa de La Cañada,
el 14 de marzo.
Como si todo lo hubiese planificado, al ser inhumado su
cadáver, ante unos pocos familiares, Toña, su mujer, les ordenó e hizo jurar
a sus hijos Pedro y Nicolás, y a su
lugarteniente Mitridates Volcanes, que el lugar donde fue enterrado se
mantendría en secreto por muchos días,
meses, años, décadas, como si fuere un pacto de silencio. Sus nombres
debieron ser olvidados, sus cadáveres enterrados sin pompa ni velorios, ni
ceremonia militar, era importante no precisar el lugar, para que la memoria del
coronel Ruz, se borrara, al igual que sus cenizas; así, con este rigor sus
deudos no serian ajusticiados, ni sus casas, tierras y bienes serian saqueados.
Era lo que se denominaba la “Mortalidad
de Antiguo Régimen”, por lo que fue enterrado en fosa no señalizada ni marcada,
dentro de un cementerio católico de un pueblo con el que no tuvo mayor
vinculación en su vida. En el 2017, faltando unos pocos años, para cumplirse
un siglo de su muerte, es localizada su sepultura, en la Mesa de Esnujaque.
*
Se
ha escrito, que para las castizas
mujeres trujillanas, solo valían como esposos sus propios primos, hasta
que llegaron los italianos, y cambiaron el antiguo paradigma endogámico. En
1873, el Presidente de la República, general Guzmán Blanco decreta el
matrimonio civil, lo que fue desagrado para la iglesia católica, y trajo
cambios en cuanto al enlace de parejas.
Nadie
podía pensar que aquel ser que parecía chasquear, caminando y brincando
las fangosas calles de Mendoza, debajo de un paraguas, a
esa hora de la noche, sumido entre la niebla, lluvia y oscuridad, podía ser uno
de los hijos del “Jurungo”, el inmigrante italiano. Huyendo del chismorreo del
pueblo, se acercaba en la oscuridad de la noche a ver por unos minutos a
Braulia. Nadie lo pensaría, que era el joven Américo Burelli, el destacado
oficial del ejército del general Baptista. Rara vez se le veía caminar bajo la
lluvia, por esas empedradas calles. Su vida en la hacienda de La Lagunita, el
Molino de La Puerta y de ajetreo militar, acostumbraba a andar sobre el lomo de
su yegua “Marrona”, mansa y estaba bien domada,
antes de sustituirla por el caballo blanco, cuando “La Sagrada”, lo capturó.
Esta
vez, había algo importante por el que lo hacía. Cuadra tras cuadra, desde la
Cañada, subiendo bajo ese aguacero, para llegar a su encuentro con la joven
mendocina, que esperaba por él, se reunió con ella, y sus labios se pegaron en
un beso apasionado, casi perpetuo, se arrullaron en medio de un silencio
cómplice, nada les estorbaba ni los detenía; el beso que los unía, los
trasladaba al mundo celeste, intenso,
palpitante, ganas reciprocas existían,
fueron los minutos más cortos y largos que pudieron disfrutar de placer,
en los inicios de su relación. Américo, se enamoró perdidamente de ella, tenía
la sangre burbujeando y eso significaba: el compromiso, él fue un hombre de
palabra y de compromiso; con él, no existían ardientes despedidas ni noches
perdidas, ese episodio de su vida ya tenía nombre de mujer.
La joven mujer, tenía un pomposo
nombre: Braulia de los Reyes Ramírez Perdomo,
nació en Mendoza del Bomboy, el 6 de enero de 1884, muy criolla e hija
de hacendado y comerciante. Gozaba de buena estampa corporal,
algo enseñaban sus redondeces y turgencias, aunque no tuviera la belleza que
deseaba la moda de la época. Quizás por el rictus destacado de la barbilla y
pizca de redondez en la garganta, síntoma de posible bocio, lo tapaba su
sensual boca y sus ojos claros, que la convertían en un ser sensual, que atrajo
al joven hijo del “Jurungo” Burelli, lo que complementaba su cabellera
intensamente azabache, suelta y dividida como se usa en el campo.
Para los provenientes de la isla
de Elba (Italia), de donde provenía el “Jurungo” Burelli, así como para sus descendientes, parte de su cultura, era cultivar la poesía,
la estética y la belleza, se deleitaban
comentando sobre lo hermoso de la vida, pero con más profundidad, el amor, fue lo más corriente en sus cantos, cundía
ese sentimiento con respecto a la mujer, a lo bonito que ella inspira, y por
supuesto, la actitud y el trato hacia ella, debía ser el más agradable y
atento, para honrar el bello sexo. En familias de este tipo, se dedicaba tiempo
a este tema, los Burelli, no fueron una excepción. Américo, desde que se casó
con Braulia en 1903, fue su devoto y más fiel admirador. Vivieron en El
Portachuelo, hasta que adquirió el rango de Coronel, y por sus
responsabilidades con la República, se
tuvo que mudar con la familia a Caracas, sin dejar de atender sus negocios y
haciendas en La Puerta.
La
descendencia (Hijos) de José Américo Burelli García y Braulia Ramírez Perdomo:
José Isaac Burelli Ramírez, Azael Medardo Burelli Ramírez, Armida Burelli
Ramírez, Zemida Claudia Burelli Ramírez, Aida María Burelli Ramírez, Rafael Antonio Burelli
Ramírez, Américo Sabas Burelli Ramírez, Hernán Demetrio Burelli Ramírez y
Josefa Cleotilde Burelli Ramírez; como se puede intuir, los nombres dados a sus
hijos, son algunos épicos romanos, de profetas bíblicos, otros de artistas,
algunos de ópera, que dan una idea que ambos, gozaban y compartían
conocimientos históricos y culturales universales.
La vida de este matrimonio era de
mucho trabajo, sin embargo, ella, destacaba por su bondad y sensibilidad por
las causas de la iglesia y de los desamparados; siempre tenía espacio para
dedicarse a las acciones benéficas en la comarca, hasta que el marido se
comprometió. De profundas ideas nacionalistas,
Américo fue uno de los principales caudillos de la Rebelión de la Cordillera de
la Culata, en 1914, que se batió en Timotes, contra la dictadura de Juan
Vicente Gómez, en el tiempo en que éste iniciaba la venta del territorio
nacional y entregaba como en feria, las concesiones petroleras y las mineras a
las empresas norteamericanas y de otras potencias. Por sus ideales,
antiimperialistas, se convirtió en su peor enemigo; el dictador impartió la
orden de su captura y encierro en la cárcel de San Carlos del Zulia. Lo
capturan varios años después, por medio de una emboscada.
Braulia Ramírez, protagonista del
drama autentico, que llamó al calvario del encarcelamiento del coronel
nacionalista Américo Burelli; con
solidaridad y sus labios levantó aquel enorme corazón revolucionario y patriota.
Fue el soporte y fortaleza de su esposo, alzado en el momento en que la
dictadura Gomecista vendía a Venezuela. Cronografía alegoría 2760.
Braulia, fue compañera abnegada y atenta consejera de buen
sentido y particular perspicacia, en la
vida de este hombre público y autentico
caudillo trujillano. Para ella vivir con Américo, no fue un sacrificio, al
contrario, le permitió vivir intensamente una vida de aventuras y desventuras, de
alegrías y de tristezas al lado de su marido, a pesar de que tuvo que lidiar
con los más de 10 años que estuvo él en la cárcel del Castillo de San Carlos
del Zulia, soportar la persecución de Juan Vicente Gómez, participar en la
conspiración contra la dictadura, y a la vez, encargarse de la crianza de sus hijos, sin arrastrarlos al
dolor de la prisión de su padre. Fueron los dramáticos itinerarios que tuvo que
cumplir Braulia, desde Caracas, donde vivía,
para que no se desvaneciera la voluntad y la salud de su marido, sin
dinero, porque a Américo, lo habían despojado de sus bienes en un conflicto
familiar, a la muerte de su hermano y apoderado Pedro Mario. No se encerró en su habitación a llorar y
esperar, como en duelo profundo, a que
el marido saliera de prisión. Insistió ella,
ante los distintos funcionarios de gobierno regional y nacional,
conocidos o no, inclusive, llegó al mismo despacho del Dictador, por la
liberación de su esposo, pero se estrellaba ante la apatía de éstos, sin
embargo, no había nada que la hiciera
desistir en esta diligencia, aun a costa de su propia salud.
Ya no eran los tiempos en los que se
desvivía por prepararle la pasta casera, los ñoquis de papa, o los raviolis con
cochino, o la variante del mute, que tanto le gustaban. Era ir desde la capital
de la República, hasta el Lago de Maracaibo, travesía que hacía en alguna
embarcación comercial, hacer trasbordo, para ir a la isla de San Carlos de la
Barra, a visitar al Coronel, y luego,
regresar a Maracaibo, para coger una barcaza a vapor hasta la Ceiba, al terminal del ferrocarril
con destino a Motatán, y seguidamente,
montarse sobre el lomo de la bestia de alguna recua de mulas, para ir
ascendiendo hasta las tierras de La Puerta. Esa era Braulia de los Reyes, a la
que no se le moría el niño en la barriga.
Por eso, él la celaba, andaba armado cuando salía con ella, desbordaba
una alegría y simpatía natural que prendaba al más escéptico.
Fue difícil para él, amarla desde la cárcel. También, era
duro, muy duro, pensar en ella y en sus problemas existenciales al mismo
tiempo. Trataba de organizar el tiempo para esperar su próxima visita.
Recordaba su sonrisa, sus palabras, sus historias de la familia, todo eso le
era placentero en su tono de voz, no se cansaba de mirarla. Se va, y se lleva
en la cartera, el cumulo de aspiraciones, sus deseos y hasta sus frustraciones.
José Américo Burelli García, sobrevivió a Gómez su carcelero.
Demandó a la República, por los daños causados por más de 10 años de cárcel. No
tenemos base firme, para asegurar que le hayan conferido el grado de general,
salvo la referencia que hizo el escritor José Félix Díaz Bermúdez, en el que lo
menciona con ese grado militar (Díaz Bermúdez, José Félix. Juicios y sentencias a presidentes de Venezuela. Pag.72. Centauro.
Caracas. 1994). Los dramáticos pasajes de su amor, sellado con la desgracia de
la cárcel y la pérdida de su fortuna personal, solo podía sobrellevarlo una
pareja de este talante. El Coronel trujillano, falleció en 1939, a los 58 años,
culminando así, de cabalgar su aventura perdida, pudo haber vivido más, pero el
impacto de sus desgracias, le mermó la vida. Braulia, su compañera de vida, le
rendiría el resto de la suya, para admirarlo y recordarlo, dedicándolo a sus
hijos.
Otra de las parejas que no podemos dejar de
mencionar, que fue ejemplo de amor, tesón y solidaridad, fue la constituida por
la joven Micaela Sulbarán, nativa de
nuestra comarca, y Mitrídates Volcanes, el
lugarteniente del Coronel Sandalio Ruz. Mitrídates era
oriundo de Pueblo Llano (Estado Mérida) y se vino a La Puerta, integrando las
montoneras del coronel Sandalio Ruz, recorriendo y ejerciendo su mando sobre
los caseríos y poblaciones de estos contornos. Siendo un joven campesino de
unos 25 años de edad, cansado de esa vida guerrillera de macheteros, pidió
permiso a su comandante Sandalio y se quedó en La Flecha (Municipio La Puerta),
sitio cercano al de las posesiones de su líder, allí se casó con la joven
Micaela y formó familia y además de
ello, tomó y ocupó tierras de los oligarcas, repartió y desarrolló un
asentamiento campesino en lo que se conoce como sector La Maraquita, de nuestra
parroquia.
5.- Siglo XX. Idilios urbanos e idilios parameros.
Desde finales del siglo XIX, periodo
Republicano Militar Oligarca y Liberal, las parejas y matrimonios fundamentalmente
eran guiadas por el sentimiento amoroso, por la religión católica y los valores
y principios morales y familiares, por lo que aminoraron de alguna manera, los
arreglos familiares. Las jóvenes atractivas, cultivaban su femineidad y
sensualidad, comenzaba a introducirse la moda, en el vestir, en la apariencia
personal y en los asuntos cotidianos de la mujer, que iban cambiando el
comportamiento de las enamoradas y las aspirantes a casarse.
En
otro artículo, he tratado sobre nuestra reflexión de que se ha venido
englobando, dentro de un mismo tronco cultural, una formidable cosmovisión
tradicional serrana rural, herencia de la cultura campesina indígena
ancestral, con la muy particular y
moderna cultura urbana de la zona occidental del país, que ha venido siendo
intervenida modernamente, ciencia y tecnología y por el avance mismo de las
poblaciones y migraciones urbanas; aquella diversidad, la hemos llamado la
Parameñidad. Nuestra parroquia, disfruta de esa diversidad.
Se
pudiera hacer una lista intermina de relaciones amorosas, marcadas por hechos
de excesiva pasión, sacrificios, abnegación que destacan en la historia de esta
parroquia andina. Podemos señalar
parejas de principio de siglo, que sirvieron como ejemplo en nuestra
comarca, las siguientes: el matrimonio integrado por Don Natividad Sulbarán, nació en 1887 y
su mujer Bisai
Rivas Monreal, quien nació en 1890, él cuando la enamoró, le ofreció mantenerla
en un pedestal hermoso y lo cumplió, le construyó la casa campesina más hermosa
que pudo existir en la comarca, en la hacienda “El Pozo”, de su propiedad,
subiendo por el camino a La Lagunita, con paredes de tapiales, techado de
tejas, con un amplio patio rodeado de
arboles y jardinerías con la más exquisitas flores, colores y aromas, le creó
un espacio paradisiaco para vivir y hacer familia, como la describió Don Mario
Briceño Iragorry, en su novela Los Ribera. Sulbarán,
además de hacendado, fue jefe municipal de La Puerta.
Bisai Rivas
Monreal, en la gráfica, al lado de su esposo, Don Natividad
Sulbarán, ambos cargando a sus hijos más pequeños. Formaron una encantadora
pareja y apreciada familia en la comunidad.
Sulbarán fue propietario de la finca Los Pozos, vía a la Lagunita, y jefe civil del Municipio La Puerta (hoy
Parroquia); personaje que menciona Mario Briceño Iragorry, en su novela Los
Ribera. Cronografía 2802.
*
Es común escuchar, que el amor, es tan excelente, saludable e ingenioso, que tiene sus propios medios de
recompensar a todo el que se consagre a
él, es una especie de imperecedero elixir mágico. De eso se nutrió el maestro Don
Lucio Augusto Viloria, de su unión amorosa con Doña Elba.
Quién de los dos fue el primero
en abordar al otro, en cuestiones de amor, ¿quién conquistó a quién? Será difícil responder. Los dos tenían sus propias ideas, eran
extremadamente cultos, a pesar de que no tuvieron el acceso a la formación
universitaria. Al parecer don Lucio Viloria, provenía de una familia de este
apellido, muy extensa de los primeros
pobladores de Escuque, sitio donde seguramente emparentado con el mundo
de la cultura y asiduo al conocimiento de distintas disciplinas, esforzado
autodidacta, aportó desinteresadamente
sus luces, para el engrandecimiento espiritual de La Puerta. Sumamente católico
practicante y buen vecino.
Fue
quien en 1907, montó una escuela de primeras letras para varones en este
Municipio (hoy parroquia) y fue su
director, hasta que se inauguró otro plantel. Se recuerdan las veladas de
lectura que organizaba don Lucio, en las tardes, en su casa en la calle 9 con
avenida Bolívar, en las que se hacía lectura entre los vecinos del pueblo, de
obras que eran comunes como las de Alejandro Dumas, Salgari o el mismo El Mártir del Gólgota.
Doña Elba Abreu (sentada), de quien
se recuerda sus veladas literarias, que fueron motivo de crónicas locales; y su esposo el maestro Don Lucio Augusto
Viloria (también sentado a su derecha), quien regentó una de las primeras
escuelas de primeras letras en La Puerta, al fondo, de pie, sus hijos.
Cronografía 3222.
Don
Lucio, como se le llamaba popularmente en el pueblo, era un hombre sumamente
metódico, toda su principal actividad diaria la anotaba, desde sus siembras,
negociaciones comerciales, hasta el proceso de construcción de la capilla El
Calvario o la llegada de la Virgen, lo registraba en un cuaderno de notas.
Rafael Enrique Abreu Burelli, al
referirse a la vida de este educador,
escribió: “Don Lucio hizo numerosas anotaciones sobre las matas de flores y
arboles que plantaba en el solar de la casa…Una sutil -implícita y fina-
muestra de la estimación, la delicadeza y el respeto que sentía por su esposa y
por las pertenencias y quehaceres de ella, es su anotación de haber sembrado
una mata de rosa verde en el patiecito donde tiene Elba sus matas” (Abreu
Burelli, Rafael Enrique. Un cuaderno de
apuntaciones de don Lucio Augusto Viloria. En: La Puerta, una aldea, un
rio. Alirio Abreu Burelli. Pág. 101). Este pequeño párrafo de Abreu, nos da una
idea, de lo sublime y respetuosa que era la relación con su mujer.
En
su hogar, además del amor a su mujer, se veía iluminado todas las tardes por
convertirse en un espacio cultural, de lectura, de actuación dramática y
declamación, esa era la diversión, allí se veía a doña Elba, muy
estudiosa, junto a sus hijas Josefa,
Nieva y Angélica, leyendo animadamente alguna obra de interés cultural. Don
Lucio, murió el 28 de enero de 1938, dejando un extraordinario legado
educativo, cultural y espiritual, “como maestro de escuela y como hombre de
bien, que vivió de acuerdo a su tiempo y sus circunstancias” (Ídem).
Doña Elba, lo sobrevivió.
*
En
nuestros pueblos andinos, encontramos a personas de la tercera edad, como se le
dice ahora, con igual o más expresión y carga de amor que los jóvenes, y que son iconos de los mismos pueblos. En La Puerta, a
principios del siglo XX, vivían en un lateral del rio Bomboy, cerca de la
Prefectura (donde está el restaurant Rustico Andino), en una humilde casita frente a la plaza Bolívar de La Puerta, en su
lado oeste, donde hoy están los teléfonos, una pareja de viejitos,
llamados Pío y Quintína. Todos hemos escuchado historias de ellos, fueron
famosos por ese estilo de filosofía
sencilla y de aplicar el sentido común a sus vidas.
La
pareja de ancianos, se hallaban en condiciones muy precarias económicamente,
pero así, demostraban felicidad y alegría, se querían mucho y estaban
pendientes uno del otro. De acuerdo con la oralidad local, se conocieron aquí
en el pueblo. Fueron inseparables. Su
trato de pareja era muy simpático, se hablaban y comunicaban con mucho respeto,
hasta se consultaban con la mirada; ella lo atendía en sus necesidades básicas,
atenta a sus comidas, a su ropa, a que se bañara, se vistiera y viera bien y
presentable, cuando le tocaba ir a misa o para alguna reunión o actividad social de importancia en la
parroquia. Iba ella con sus sencillos vestidos, y él, muy ataviado de paltó y
sombrero. Son
un ejemplo a rememorar, esta pareja conformada por los viejitos: Pio y
Quintina, una lección de vida de amor, de sana convivencia y solidaridad, que
vivieron durante la primera y parte de la segunda mitad del siglo XX.
En el populoso sector de La Hoyada, debemos mencionar los
comentados amores de Adalberto Martínez, el “Zurdo”, y su novia Flor Rivas. Adalberto,
oriundo de Carvajal, de joven asumió la pose de un dandy de los años
sesenta en Valera, vestía elegantemente como los mejores galanes de la época,
con fluxes Montecristo y usaba zapatos Corfan o los afamados mocasines Tom
Mackan. Eran tiempos de exiguas
alternativas culturales, se dedicó a jugar barajas y al billar como distracción
y para ponerle emoción: apostando. Tenía gusto por el cigarrillo, solo fumaba
Viceroy. Estudio la primaria en la escuela Padre Blanco y bachillerato en el
Liceo Rafael Rangel. Fue militante de izquierda, en la década de la lucha
armada en los años sesenta, ideas por las que estuvo preso en la Digepol,
policía política, involucrado en una operación expropiatoria de la célula a la
que pertenecía, que se ejecutó en La Puerta, en la que participaron otros
guerrilleros urbanos trujillanos. En ese mismo sector, debemos recordar la
pareja formada por Florentina Morillo y Eduardo Briceño, murieron ambos
nonagenarios. El señor Eduardo, fue el encargado de una importante obra sanitaria, meterle
sistema de cloacas a toda el área urbana de La Puerta.
*
Solo por mencionar, amores
de algunos de nuestros caseríos más alejados del área urbana,
podemos referirnos: al constituido
por Felipa Ruz, pariente del legendario
Coronel Sandalio Ruz, nativos de Los Aposentos,
y el joven Ruperto Rivera, el
violinista, con el que procreó 7 hijos, entre ellos, José Félix Ruz Rivera, el
popular “Felisol”, activo dirigente comunitario del Páramo de La Puerta. Ella
era una especie de ser angelical, si de alguna mujer de
este páramo, se puede llamar ingenua, bondadosa y respetuosa, era Felipa, le decían por su manera de ser la “Tontica
Felipa”, nunca usó zapatos. Nadie como ella, podía ser más servicial,
más solidaria y más inocente en su familia y en su comunidad. En cuestiones de afectos, por azar o destino, la
mestiza se enamoró de un igual, Ruperto, con el que procreó 7 hijos y con esa
particular manera de ser, les inculcó el trabajo y la responsabilidad.
Vivía
contenta y optimista, al son de la cadencia fascinante de su canto de faena,
que la nutria de una especie de evocación musical y de fuerza para sobrellevar
el tosco trabajo del campo. Tarareaba y luego cantaba. Cantaba y luego
tarareaba, inmersa su alma en aquellas tonalidades y frecuencias particulares,
agarrando con empeño el garabato o la escardilla, inclusive, el paso de yunta,
sobre la misma Mesa del Aliso. La virtuosidad que se desprendía de sus manos
color de tierra, se expresaba a los días
o semanas, en hermosas sementeras y en radiantes flores sobre el verdor de sus
paños. La recuerdo con su pequeño y felpudo
sombrero negro, alta, agradable, muy
servicial, conversadora.
La ingenuidad en ella, la hizo protagonizar graciosas
y paradójicas anécdotas. El día de su casamiento por el civil, bajó descalza
por la cuesta, pasó el cementerio viejo de La Puerta, y llegó con familiares y
amigos al edificio de la Prefectura nueva. Entró y cuando va subiendo las
escaleras para celebrar el enlace matrimonial, exclamó: - Ah rigor, ¿pa dónde me llevarán?, ¿será pal cielo? La candidez o la inocencia o la
ignorancia gregaria, estaban muy marcadas en ella.
Otra simpática anécdota, ocurrió en el templo de San
Pablo Apóstol, para cumplir con el casamiento por la iglesia. Cuando el cura le
preguntó - Quiere y recibe usted, a
Ruperto Rivera, por esposo y marido?
Incontinente respondió: - Si
no lo quisiera no viviera con él. Era pura
ingenuidad y bondad, Felipa Ruz
de Rivera, la esposa del violinista del páramo.
*
Uno
de los ejemplos de amor apasionado y desenfrenado, fue el de una indígena de
nuestro páramo. Se ufanaba que solo tenía amigos, nunca novios, que no tenía
apuros. Juana Paula Rivas, indígena
Xikoke, había nacido en una finca de sus padres, en el Paramo de La Puerta,
alrededor del año 1890. Juana Paula, era
pequeña de estatura, pero muy picosa, avispada, locuaz, inteligente, y también
trabajadora, tanto en el cuido del conuco familiar, como en la atención de las
sementeras y los animales, ordeñaba temprano, se metía al fogón a preparar la
comida de los peones, las arepas de harina, pizca o mojo, la cuajada, el queso
paramero, mantequilla, almuerzo de
guisado de arveja y papa, o la sopa de carne o gallina, con arepa de harina de
trigo, que sacaban en el molino de los Burelli en La Puerta, a una hora de
camino; igualmente, repotenciaba el ajicero, colocándole el suero y laguna
carga de mongo, jobo y chirel; unas
veces se le veía llevando la sal y comida a las vacas, otras recogiendo
cosecha, nunca se le veía enferma o flojeando. Era incansable, quizás
híperquinetica.
Un
día, llegó a trabajar a la finca “Los Berros”, cerca de la Lagunita de la Popa,
un joven fornido, tosco semblante, con una ruana gruesa de lana, de color
cardenal, se le notaba ansioso de trabajar,
su nombre Jesús Briceño. Callado
mientras los otros echaban sus cuentos groseros, eso, le llamó la atención a
Juan Paula, quien de antipática muchacha fue cambiando con él, buscándole
conversa y llevándole guarapo, café o algún dulce que ella tuviera el gusto de
prepararle. Él, se quedaba más tiempo, en la tarde, luego de la jornada de
trabajo, se acercaba a la casa rodeada de muchas flores y plantas fragantes, y la inseparable
neblina, para seguir conversando y
riendo con ella. Y de esa forma, apareció el amor en su vida, el sentimiento
que lo puede todo y por el que se hace cualquier cosa. Llegó el momento de las
sin razones, por lo que se da la vida entera.
Se
fueron haciendo novios, y se enamoraron, se citaban para verse en las misas y
en las fiestas del pueblo, la pasión les
daba la oportunidad, la fuerza para encontrarse, un buen día se reunieron, y
sus labios se encontraron en un beso apasionado, interminable casi, y se
entregaron a su amor sin medida, sin inhibiciones, nada les molestaba ni
interfería, gozando de una infinita pasión que nada ni nadie les pudo
arrebatar, se entregaron a los placeres de la carne, y nació José Concepción Rivas, el popular y recordado
cantador de decimas “Concio” Rivas. Jesús Briceño, fue el niño que a los 12 años
de edad, se llevaron los oligarcas a pelear contra las fuerzas de la Revolución
Libertadora, de los banqueros y las trasnacionales en 1903, y regresó triste y
siendo montonero liberal. Luego
procrearon a sus otros hijos: Matilde, la matrona de los Villegas, Camilo, Ángela y Josefa Rivas.
Hubo
otros amores, de parejas significativas
que dieron fruto para el poblamiento del Páramo de La Puerta y de las 7
Lagunas, solo como referencia se menciona, a parejas descendientes de las tres
primeras familias que lo poblaron: Serafín Briceño, descendiente de los
primeros pobladores del valle y del páramo, quien hizo pareja con Luisa Araujo,
ellos vivieron en el sector La Mesa del Alizo. Briceño, rico comerciante y
agricultor, fue el primer Comisario Político y autoridad de este lugar.
Petra Villarreal y Martin Salcedo,
pareja que tuvo como sitio de su hogar conyugal y trabajo Los Pozos del
Páramo de La Puerta. Cronografía 2677.
Anotamos, a Caracciolo
Villegas y Matilde Rivas, hija de la india Juana Paula Rivas, autóctona de este
lugar. La pareja, vivió los primeros
tiempos, en el sector La Casa Quemada,
después en el sector La Popa, ella donó los terrenos para la construcción de la
capilla y de la primera escuela del Páramo; su hijo Filadelfo, fue el emprendedor
de la carretera agrícola La Puerta-Páramo de La Puerta (Torres).
Matilde Rivas (hija de la india
Juana Paula Rivas), recordada matrona de nuestra comarca, se casó con
Carracciolo Villegas, vivieron en La Popa del Páramo de La Puerta. En la grafica, Matilde, al lado
de su hijo Filadelfo Villegas, acompañados por el Padre Sergio, en la inauguración de la Capilla de San Benito,
en dicho sitio, en 1982. 2669.
En
estas heladas montañas, donde subyace la naturaleza, que es el seno materno y
de crianza de seres distintos y de excelentes virtudes; todos o en su
mayoría gozan de la longevidad. Puede
ser, que por tener a la mano, favores y secretos que se encuentran en hierbas,
arboles, aguas, plantas, piedras, clima y paisaje en un todo holístico, preste
algún beneficio en particular, y eso, deleita y entusiasma a los sentidos, al
corazón y al amor. Así como duran unidos estos seres, así en esa misma línea de
tiempo permanecen enamorados. Dentro de ese grupo, mencionamos,
la pareja constituida por José Concepción “Concio” Rivas, hombre polifacético,
poeta, cantor de decimas, agricultor y activo dirigente comunitario y la india
Guadalupe Ramírez; ambos vivieron en el sector Xicoke. Ella murió a los 100
años de edad. En el sector La Lagunita cercano
a La Popa, hicieron pareja Jesús Briceño y Señora Celima Valiente.
De los idilios parameros, en la
gráfica, Doña Gregoria Paredes y Don
Luis Villarreal, agricultor y comerciante, vivieron en el sector Las
Mesitas, Páramo de La Puerta. Cronografía 2655.
Una
de las características de muchas parejas de este páramo, lo es su longevidad,
algunos le achacan ese favorecimiento, a que consumen el díctamo real de las 7
Lagunas, uno de esos ejemplos es el de Mario Paredes. Hacia el sitio conocido como San Rafaelito,
se recuerda a la pareja integrada por Ángela Salcedo y el longevo Mario Paredes, éste, vivió más de 100
años.
Ramona García y su esposo José de
los Santos Paredes, afectuosamente se le llamaba Santos; formaron una bonita
familia en el sector San Rafaelito del Páramo
de La Puerta. Santos, en su época de activo productor agrícola, fue muy
devoto y Capitán de San Benito de Palermo. Cronografía 2659.
Así como no se cree en este páramo, la existencia del
carro del amor tirado por hermosas palomas, tampoco se cree en cigüeñas. El amor,
desde muy jóvenes, brota de la misma sangre juvenil, como naciente
imperecedera, a veces con palabras, otras con sencillas y autenticas sonrisas.
De ahí, que las parejas, matrimoniadas o no, sean prolíficas demográficamente.
Mencionamos en ese sentido a: la pareja formada por Salvador Rondón e Isaías Rivera, que vivieron
en el sector el Llanito. Vivieron por
mucho tiempo juntos en el sector Las Cruces, y procrearon familia Juan Villegas
y su mujer María Ignacia Moreno. La
unión de José del Carmen Parra y Polonia
Villarreal, igualmente la apuntamos,
porque vivieron y fomentaron familia en el sector El Arbolito. Como compañeros de vida se avecindaron y
formaron familia Cruz Rondón y Eulogia Moreno, en un sector un tanto inhóspito
como lo es la Boca del Monte.
Verónica Jerez y su esposo Adriano
Torres, pareja de agricultores, vivieron en el sector la Otra Banda del
Páramo de La Puerta. Cronografía 2654.
La
unión concertada por Aparicio Albarrán y Cristina Santiago, quienes desde muy
jóvenes se hicieron marido y mujer y vivieron en una posesión agrícola en La
Perdía, en el hermoso Páramo de las 7 Lagunas. A Aparicio Albarrán, se le recuerda, por haber sido uno
de los defensores del Páramo y su gente. La tradición oral, repite, anécdotas
como la que ocurrió en una casa del sector llamado El Otro lado, donde hubo una
Fiesta de Cantaduría, y tocó el momento en que se apertura el canto en versos y
décimas, que algunos llaman de “Pique”.
Uno de los invitados, habitante del pueblo (área Urbana de La Puerta),
cantó una copla que era ofensiva para los parameños. Cuentan que, Aparicio se
molestó y le dijo al cantante: - M…..vuélvala a cantar y nos echamos
coñazos. El invitado que era un hombre tosco, atenido a la máxima de
que el que pega primero pega dos veces,
le soltó un manotazo a Aparicio. Este, luego del carajazo, despertó del
aturdimiento y le dio lo suyo al invitado fuereño, quien aprendió la lección y
dicen que nunca más, se volvió a meter ni a burlarse de los parameños. Tras esa
lección de dignidad, Aparicio se ganó el aprecio de los lugareños y de la gente
del pueblo.
*
En la década de los 60 y 70 del
siglo pasado, marcada por la guerra de Vietnam, surgió con fuerza un movimiento
y sacudón social y juvenil con la bandera del <<Amor
Libre>>, y complementada con el lema <<Haz
el amor, no la guerra>> del movimiento hippie y los grupos de
contraculturas, como duro cuestionamiento a la institución del matrimonio,
legalización del aborto, control de la natalidad y el adulterio, como asuntos
que solo debían dilucidar las parejas y no, el Estado y la Iglesia. La idea del amor libre, en la década de los
80, se topó con un gran problema: el SIDA.
6.- Siglo
XXI.
La
Globalización, el Mercado, la Ciencia y
la Tecnología inciden sobre las prácticas del amor y sus sentimientos.
Freud,
llegó a afirmar, que el amor es en sí mismo un “fenómeno irracional, ciego, compulsivo” (Fromm, Erich. El arte de amar. Pág. 109. Ed. Paidos.
Bs.As. 1977); cómplice, e intimo, de dos seres contra el mundo. En la
actualidad, los jóvenes a pesar de la libertad que tienen, pareciera que han
venido cediendo y obviado su capacidad de enamoramiento directo, dando paso a
formas indirectas, y con lenguajes menos rebuscados, mediante la tecnología,
electrónica y telefonía; se buscan parejas en páginas de internet, o a través
de las distintas redes sociales, lo que nos reserva, mayor frialdad y
mecanismos que harán retroceder tan elevado sentimiento humano, o por lo menos,
formas de desintegración del amor; se repite la tesis de Fromm en esta época,
en que el mercado de productos y la globalización siguen determinando las
condiciones que rigen ese intercambio, y asimismo, incide sobre las prácticas
del amor y sus sentimientos.
La
Puerta, abril de 2020.
Lapuertaysuhistoria.blogspot.com
Sencilla y eficaz manera la de Manrique la de contar la historia de La Puerta a través del hilo conductor de los encuentros amorosos de pareja.
ResponderEliminarMuy entretenida la narrativa.
Salú por el amor
Gracias por tan generoso comentario. En cada pareja, hay una historia particular que también genera valores y enaltece nuestro gentilicio. OM
EliminarDisculpen lo tardía de la respuesta, pero como me justificaba un amigo, cada vez que llegaba retrasado a una actividad <>. OM.
ResponderEliminartarde pero seguro. OM
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