sábado, 11 de abril de 2020

El amor en la historia de La Puerta



(en Trujillo, Venezuela).

Oswaldo Manrique R.

 a Adriana Tushaskia.  

Contenido:
1.- Generalidades. 
2.- Siglo XVII. El amor indígena en el valle del Bomboy. 
3.- Siglo XVIII. La influencia Vasca, venció la cofradía del santo reproche.
4.- Siglo XIX. La influencia Andaluza y Elbana, en nuestra cultura de amor. 
5.- Siglo XX.  Idilios Urbanos e Idilios Parameros.
6.- Siglo XXI. La Globalización, el Mercado, la ciencia y  la Tecnología inciden sobre las prácticas del amor y sus sentimientos.



 1.- Generalidades. 

<<En qué agitación, en qué negra tristeza me han sumido los maldicientes y los envidiosos! ¡Con cuanta deslealtad me han perseguido estos destructores de toda alegría! Os han impulsado a alejaros de mí, a vos que amo más que a mi vida; me han privado del bien de veros y volveros a ver continuamente. ¡Ah! Me muero de dolor; de furor, de rabia! >> (Clara de Andusa. Fragmento de Los Trovadores. Literatura Provenzal).

Por lo general, se ha percibido el amor como la atracción física entre dos seres vivientes; antiguamente, se limitaba a seres pertenecientes a sexos opuestos, como ley biológica, en función de conservar las especies,  lo que ha sido superado. Se ha escrito también, que el amor, desde los primeros tiempos de la humanidad, es un simple estado emocional, en virtud de que se nace, crece y evoluciona juntos (la pareja) en armonioso esfuerzo con propósitos comunes: la conservación de la vida y perpetuación de la especie.



Abencerraje, es una obra tributo alegórico a las parejas que se han casado en secreto, sustentada en dos episodios, uno propio de la literatura musulmana (Historia del Abencerraje y la Hermosa Jarifa) y otro análogo,  ocurrido en la ciudad de Valera.  Cuadro en oleo sobre tela, elaborado en el 2013, por el distinguido amigo, artista plástico e historiador valerano Carlos Montiel, quien ha tenido la generosidad de compartirlo con nuestro lectores.

Abandonado poco a poco, el criterio instinstivista o biológico de la perpetuación de la especie humana, ha venido variando o cambiando esencialmente, no solo en cuanto a la formas genéticas, in vitro y otras, que se han constitucionalizado, sino también, en cuanto al aspecto del enamoramiento, la conquista, el flirteo o la galantería, para no entrar al tema de los piropos, que viene siendo considerado, inclusive penalizado, con o sin razón, como especie de acoso u hostigamiento sexual.
Quizás en la actualidad, sea esto políticamente incorrecto, pero desde los primeros tiempos, el enamoramiento inicial o conquista de la pareja, que algunos escritores suelen llamar el galanteo o actividad de atracción, es necesaria y fundamental. Con Adán y Eva, como primigenia pareja de hecho y de la historia, se ha venido representando con la famosa manzana tentadora, inclusive como alérgeno erótico, lo que se puede interpretar como un acto instintivo y sexual.   
El roce social, ambiental, cultural y religioso, inclusive mas allá de las sucesivas civilizaciones, devino en un alto sentimiento afectivo y creciendo como complejo psicosomático, en el que concurren variados elementos, como son la atracción personal impoluta, el desinterés económico o arreglo, la fidelidad, sexualidad consciente, y podemos sumar también, la madurez, la rebeldía y a veces hasta lo involuntario, que suele concurrir en el amor.
Como parte de la cultura castiza española, al implantarla en América, las parejas y matrimonios eran endogámicos, entre miembros de la misma familia, para mantener y proteger el linaje y limpieza de sangre. A partir del siglo XVI, se fue dando una apertura a la sensualidad erótica, influenciada por los textos de Dante y del poeta  Petrarca, aunque más populares los de Bocaccio (El Decamerón) o los de Rebelais con su ingenioso “Gargantúa y Pantagruél”, quienes se encargaron de promover e idolatrar el amor extraconyugal y la vida licenciosa.
No contamos con datos, sobre raptos y negociaciones por arrobamientos de mujeres o de comercio de amor, en nuestra comarca. Los indígenas Timotes, además de las ceremonias y encuentros para conformar uniones y enlaces de parejas, podían también, arreglar enlaces con integrantes de otras tribus por razones de alianzas estratégicas, de guerra, o por beneficios comunitarios. El espacio o territorio del pueblo al que nos referimos, es parte de  lo que se llama Cordillera de los Andes Venezolanos o Sistema Andino de Venezuela, que en nuestra orografía se corresponde con el  “Ramal Septentrional”  que comienza en el Pico Miranda que pudo estar en tiempos inmemoriales unido al Nudo de Tuñame, al replegarse al Norte para formar los ramales Mendoza, Los Labastida y el del Pico del Tomón, echa una hermosa estribación que se viene llamando La Puerta, pero que es mejor llamarla de La Mocotí, pues nace del Paramo de las 7 Lagunas, vecino del Paramo de la Sal” (Bennet, Francis. Guía General de Venezuela. Págs. 271-272-273. 1926); desde el Portachuelo, parte el río, que le va dando forma al pequeño Valle del Bomboy; esto es, en lo que hoy se conoce como Parroquia La Puerta, Municipio Valera, Estado Trujillo, en Venezuela. 


2.- Siglo XVII. 
El amor indígena en el valle del Bomboy.

“El amor de que los indios mas participan es la flema, en el qual pocas vezes se enciende el amor […] pues como todo esto falte en esta gente no se puede creer sean heridos de la amorosa flecha, con diferencia alguna de las bestias. Aunque sus defensores niegan esto, atribuiendoles mil dulcuras, que en tiernos requiebros y enamorados dizen y cantan sus amadas” (Extracto de la Araucana, pág. 232). 


Desde el sacrificio de amor por su pueblo Bomboy, de la heroína y bella Princesa indígena Dorokokoe, un ser humano que más que una mujer  parecía una ninfa sagrada,  hecho ocurrido siglos antes de que llegara la invasión europea a esta tierras andinas, que se convirtió en hermosa leyenda, nuestro valle ha sido campo para las historias más interesantes en cuanto al amor se refiere.  Entre las  primeras que podemos comentar se encuentra la mujer del señor del Bomboy, el tabiskey, que fue desalojado y desaparecido de su Comunidad por el primer encomendero del Pueblo de San Pablo Apóstol (hoy La Puerta), capitán Juan Álvarez de Daboín,  el terrible genocida y exterminador de indígenas en el Lago de Maracaibo (Coquivacoa). El tabiskey, al ser desaparecido por el exterminador,  su mujer logró huir y se salvó un hijo de ambos, al punto que en el Libro de Bautismos de la Parroquia La Puerta de 1810, resquebrajándose el sistema colonial, una de sus descendientes de nombre María La Paz Bomboy, India Tributaria de La Puerta, bautizó a su hijo natural como  José Manuel Bomboy  (Abreu, José Rafael. La Puerta, un pueblo. Editorial Arte. 1969). Obsérvese que, a pesar del comienzo del tiempo independentista, y de haber transcurrido dos siglos de genocidio, los indios esclavos tributarios insistían en usar y respetar en este caso, como apellido, el nombre del cacique Bomboy, en lugar del encomendero, que fue costumbre.  Dicha  acta de bautismo, está suscrita por el padre y prócer independentista Francisco Antonio Rosario, párroco de La Puerta.

         Pudiéramos estar comentando de los amores del Cacique Pitimay, en su Cima  maravillosa,  entre Carorita y Los Cerrillos. El amor indígena en la antigüedad, expresaba  el espíritu y el deseo del joven Timote por la mujer de su tribu, se dirigía hacia ella, a la más amable y a la más simpática, de lo que no escapó Kukuruy, la caudilla de las alfareras de Tierra de Loza (Carorita), quien era muy visitada, por su poder dentro de la tribu, pero también por ser agraciada físicamente, agradable, conversadora y de buenos sentimientos; cualidades que llevaban la exaltación del amor, a un plano y entidad digna de los más altos sacrificios.


Kukuruy, jefa indígena, ubicada hacia el sur-este, del valle del Bomboy (hoy, Tierra de Loza y Carorita), admirada por los de su tribu. Boceto alegórico propio de este blog. Cronografía 3304.

Juan de Castellanos en su obra Elegía de varones ilustres de las Indias,  resume que la causa por la que muchos de los conquistadores perdieron la vida, inclusive empresas de exploradores enteras, en <<toda su perdición fue por amores>>, enamorados de las indígenas, e irrespetando las mujeres en pareja, inclusive las de los caciques (Elegía II, 258-259). Castellanos,  aunque con criterio misógino, describe: <<Huye de la razón el amor ciego: / y ciegan las lascivias de mujeres (Indígenas); /en todos los principios indecentes/los fines tienen mil inconvenientes>> (Castellanos. 1:136); esto,  por interpretación a contrario, da una idea del valor del amor, de la dulzura y tiernos requiebros de los aborígenes, de su castidad y fidelidad a sus esposos,  cantan sus amadas, según lo expresa la Araucana.   En el caso de los Kuikas, anotó don Amílcar Fonseca, que, las costumbres matrimoniales, tenía “entre ellas por bases las bígamas costumbres de los asiáticos pueblos. Amparado bajo la forma común de compra-venta el precio de la mujer lo estipulaba el jefe de la familia. No se comerciaba, sin embargo, con la virginidad, ni existía la prostitución hospitalaria  ni la religiosa…las infracciones del derecho de castidad, empero (rapto, adulterio, estupro) no perjudicaban la reputación de la mujer, pero si las prerrogativas del propietario” (Fonseca, Amílcar. Orígenes Trujillanos. Págs. 29-30).
Establecido el régimen de esclavitud o encomiendas, durante el siglo XVII, se dieron episodios apasionados de amor, dentro de la Comuna Indígena del Bomboy, y en las haciendas de los encomenderos esclavistas. Entre ellos, podemos citar:
Gaspar el gañan, era aborigen Bomboy, de la nación Timoto, lo bautizaron y españolizaron con ese nombre en 1653 aproximadamente. Pertenecía a la hacienda de caña dulce, del esclavista Capitán Joseph Sánchez Mexias.  Durante su juventud, enamoró a la india Ugenia, para lo que tenía que escaparse del cañaveral para verla y caminar alrededor de 3 leguas de camino, entre La Puerta y altos de Mendoza,  cada vez que deseaba verla y conversar con ella, recibiendo su castigo del dueño o del capataz o del mismo cacique de la encomienda. Trabajó duro, hasta que le permitieron casarse con ella, porque era encomendada del Cura Juan Buenaventura Cabrita y Losada, sacerdote “protector” de indígenas y a la vez esclavista de ellos. El matrimonio por ser obligatorio en periodo colonial,  para tener pareja  los esclavos encomendados y poder convivir, se realizó en 1670. Al casarse, pensaron ambos Gaspar y Ugenia, que vivirían felices, así procrearon tres hijos: Pedro, Andrés y Alexio. Con el correr del tiempo, a Gaspar el gañan, con ese cargo de responsabilidad en la hacienda,  se le exigía trabajar más tiempo, a pesar de que cumplía lo que le correspondía como encomendado  y el resto lo dedicaba para sembrar el terreno que le daba sustento a su familia, sin embargo, seguía siendo maltratado y castigado, por lo que indignado tuvo que romper con esta situación de sumisión y huyó.
La solitaria vida de Ugenia, además de la preocupación por la suerte de Gaspar, solo la calmaba el cuido de sus hijos, que eran todos menores de 14 años, y el arduo trabajo al servicio del cura Buenaventura, su dueño y esclavista. La huida de su marido la impactó, ya sería inevitable que todo el frenesí que cubría su relación íntima, sus caricias, quedaba suspendida por la fuga de Gaspar, ahora la distancia y la persecución los separaba. El ofrecimiento reciproco, de ambos protegerse, ayudarse y hasta de mantenerse en el altar de la luna y las estrellas, tuvo un accidente en el tiempo.  Al parecer, el gañan de la hacienda de  los Sánchez, se fue a vivir al famoso Cumbe, en el páramo de Labastida, por la Cañada de Mendoza; transformándose su matrimonio amoroso y responsable con Ugenia, en una relación furtiva, lo que cambió en 1687, cuando se les convirtió en indios “libertos” y tributarios a la Corona española (Castellanos, Rafael Ramón. Relación de un viaje por tierras de los Cuicas. pág. 90.  MRI. Caracas. 1958).
Otro episodio de amor, a destacar fue el de Joseph el Mandón de la hacienda de caña y encomienda del capitán Fernando Hurtado de Mendoza, este hacendado, hombre y familia profundamente católicos, sus tierras comenzaban en la Cañada de Mendoza y llegaban hasta Castil de Reina, muy cerca de la Meseta de Valera, muy extensa.  En una oportunidad,  Joseph indígena Bomboy pudo conocer a la bella María, de igual raza, encomendada del cura Cabrita y Losada, y se enamoró de ella, y tenía que caminar después de su jornada de trabajo, entre 4 y 5 leguas para poder verla.
A María, también le gustó de joven Joseph, lo habían bautizado con ese nombre de santo cristiano, sus sonrisas, su belleza, su pelo lacio sobre su cara, su proporcionado cuerpo y hermoso caminar, solo eran para él. Momentos furtivos hubo, en los que estando solos conversaban, jugaban, reían y enloquecían de amor. Él solo tenía ojos para ella, y estuvo a punto de dejarse llevar por la pasión carnal, y Don Hernando Hurtado de Mendoza, su encomendero, hombre muy religioso,  lo obligó a casarse para formalizar sus amores con María, y aceptó. Junto con esa responsabilidad que adquiría como hombre,  y como no había cacique en la encomienda, Joseph  fue designado Mandón, con parecidas atribuciones a las de Cacique, y con representación de los de su raza.  No trabajaría físicamente,  pero ejercería la autoridad sobre los otros indígenas de la plantación.     Después de cumplir con los requisitos católicos y pagar los emolumentos y derechos al encomendero, le permitieron casarse con ella, tuvieron tres hijos: Domingo, Juan y Joseph. En 1687, ella tendría unos 35 años de edad,  le permitieron hacer una vivienda en las tierras de los futuros resguardos indígenas, asimismo un lote para sembrar,  y pudieron convivir como pareja y junto a su familia (Ídem).
Seria prejuicioso, no hacer mención de Lucia la Tejedora. En el estricto régimen de imposición religiosa española del matrimonio a los aborígenes encomendados, quienes en sus creencias y cultura, tenían otros ritos para el enlace y conformación de las parejas, sucedieron hechos severamente criticados. Lucia, india Bomboy, perteneciente a la encomendera Paula de Saavedra, era una de sus más eficientes tejedoras en el taller de esta señora, donde se producían las bonitas y duraderas telas, paños y lienzos de algodón, así como cobijas y piezas de fique, que se negociaban con el Tocuyo y otras ciudades.  Así como los hermosos lienzos que producía con sus manos, igualmente era de hermosa ella; un buen día se enamoró de un hombre, él la sedujo, tomó su cuerpo y la transformó en mujer y madre, pero a la vez, se apoderó de su amor, que sería siempre para él, como su cuerpo, su lecho y sus deseos solo para él, eso era una decisión y la furiosa e interna pasión de una mujer Bomboy.  Salió embarazada; de su romance nadie supo, ni con quién, ni desde cuándo ni en dónde, quizás sí, Doña Paula, que le permitió parir su único hijo: a quien puso por nombre: Juan (Castellanos: 88).
          Además, debemos anotar el  caso de romance oculto,  de la india Madalena, natural Bomboya,  perteneciente a la encomienda del esclavista Capitán Joseph Sánchez Mexias,  dueño de una   hacienda de caña dulce en Mendoza arriba. Valiente y encantadora, todos los hombres de la encomienda, inclusive, los parientes del encomendero, la deseaban, era excesivamente bonita, intentaban enamorarla pero no les hacía caso. Se sorprendieron, cuando la comenzaron a ver embarazada y no se le conoció novio, ni  tenía ningún enamorado oficial, ni aspirante a su amor, en apariencia.  Cuando su amo, la interrogó sobre el embarazo, solo hizo mutis. Ella aceptó con mucho amor y recato, vivir sola con su hijo Pedro, fruto de su amor profundo e intimo, quizás prohibido, tan solo recordando los hermosos instantes de frenesí de sus cuerpos, en el campo del secreto.  También había parido soltera  (Ídem).
*
La fórmula que inventaron para ir eliminando el rapto de mujeres y el malestar, rechazo u odio generado en la familia de la mujer raptada, pues, ella era muy valorada como productora de vida, fue el matrimonio formal,  contrato con obligaciones y deberes. La gran mayoría de los matrimonios eran arreglados, suerte de acuerdos y convenios entre las familias; ejemplo de ello, el acuerdo entre el Capitán español Sancho Briceño, de casar a una de sus hijas, con el Capitán Francisco La Bastida, ambos  fundadores de Trujillo y pobladores del Valle del Bomboy, si al primero de los hijos de éste, se le bautizaba con el apellido Briceño. Así ocurrió, y el apellido Briceño se expandió en nuestro Valle y en dicha Provincia, en lugar del La Bastida.   Para los invasores europeos, el pago de la dote matrimonial, limitaba de alguna manera, el enamoramiento pleno y pasional. La mujer en la Colonia, a pesar del recato y el oscurantismo religioso, tuvo algunos avances o libertades, como dejarse ver en misa, la plaza, en fiestas, juegos, veladas, haciendo gala de su ternura natural y de su feminidad.  Para esta época, la obra más interesante y polémica en relación a este tema, escrita por Ovidio, el filoso romano, fue “El Arte de Amar”; se convirtió en la guía explicativa de lo que era el amor, en todos sus ámbitos,  la que se utilizó hasta principios del Medioevo; luego irrumpió ante estas “ideas libres”, el concepto de la Iglesia católica del “ideal de la virginidad”, como elemento de estado perfecto y  necesario para la realización del matrimonio, la denominada castidad. La Iglesia, igualmente impuso el rechazo a la fase previa de la relación sexual, negando que fuere necesaria para copular o para dar placer a la pareja, considerándola amoral. Sin duda alguna, fue una época muy oscurantista y de recato excesivo, donde los curas se convirtieron en unos  fiscales de la vida intima y sexual de la pareja, lo que ocasionó que jóvenes y doncellas tuvieran una vida afligida y de frustración, por lo que se aplicaba castigos, encierros y penas corporales para su “salvación”. Como sociedad de castas y endogámica, solo en las clases sociales altas, de hijosdalgo, herederos de conquistadores,  mantuanas, se podía hablar, escribir, y catarle al amor como arte, aunque de hecho, los hombres de esas clases quebrantaran esos cánones y sinodales, de forma solapada y sibilinamente con las clases y razas “inferiores”.


3.- Siglo XVIII. 
La influencia Vasca, venció la cofradía del santo reproche.


“Por vos he de morir y por vos muero” (Garcilaso de la Vega. Inca).


Con la revolución francesa, se dio el mayor movimiento social igualitario en los anales de la historia, que trastocó las bases ideológicas establecidas, haciendo su aparición un desenfrenado periodo de anarquía sexual; pues las muchachas francesas, sintiéndose entonces liberadas del severo control familiar, enardecidas y estimuladas por el nuevo orden social proclamado por la revolución triunfante, se lanzaron a las calles presas de su pitiatismo sexual, cantando al unísono con la mayor desfachatez y bien marcada intención, el sugestivo “slogan” de <<una para todos y todos para una>>, novedosa expresión de camaradería y libertad social” (Travieso, Carlos R. Conferencia: El amor y la galantería en la historia. Págs. 123 a 125.. Boletín ANH N° 233. Caracas. 1976).
A pesar de lo anterior, el matrimonio como institución regulatoria de la pareja se mantuvo, bien como consecuencia de una fase introductoria amorosa, o de un arreglo familiar; por supuesto, eso no aseguraba la felicidad de los contrayentes, ni siquiera en el manejo y administración de las dotes. Lo que sí es innegable, es que las ideas y propuestas de los cultores del amor, como sentimiento sublime y pasional, no lograron con sus cantos permear los estamentos religiosos ni los del Estado Colonial; aunque algunos caballeros, buscaban mujeres educadas, fieles, virtuosas, sin alejarse u obviar la belleza, voluptuosidad, sensualidad, proporción corporal y buen andar, en quién poder aplicar sus realidades mundanas.  En el valle del Bomboy, colonial, uno de los matrimonios más interesantes y dignos de un estudio minucioso, fue el que consumaron la bella mantuana Asunción Betancourt, mujer de linaje y riqueza,  enamorada por un hombre mucho mayor que ella, Don Paco La Bastida.
Un día de agosto de 1811, como a las 3 de la tarde, se juntaron en la Capilla de San Pablo Apóstol del Bomboy, convocados por el cura párroco Padre Rosario, electores, vecinos y personas de distinción del pueblo de La Puerta. Explicó el motivo de la reunión,  y concedió el derecho de palabra, a los postulados. 
Conociendo muy bien dónde se encontraba, y del poder de convocatoria que lo acompañaba, quiso mostrarse comedido, y con especial afectación, expresó: -Vecinos de La Puerta, Me obligo a obedecer estrictamente vuestros deseos legítimos, conservar los derechos del pueblo, a luchar por la libertad, la propiedad y la seguridad de sus individuos. Igualmente, juro luchar por la libertad y la Constitución de Trujillo, como Provincia independiente; y a oponerme a cualquier clase de dominación y de gobiernos extraños. Y, observando de reojo al cura Francisco Rosario, párroco, quien se encontraba sonreído cerca en un sillón,  porque eran miembros de la logia  masónica del Bomboy, por ser librepensadores y partidarios  de otros deslices que iban contra los cánones de la Iglesia, continuó: -  Y juro, ante Dios y los santos evangelios, sostener y defender la religión de nuestros padres, que es la católica, apostólica y romana, única y exclusiva de esta provincia.
Alborozado y lógicamente agitado y nervioso, fue aplaudido por los honorables vecinos electores de La Puerta y los invitados especiales al acto, que se encontraban en la Capilla de San Pablo Apóstol. Era el juramento ante sus electores. Minutos antes de su elección, había dado un discurso, con ideas de un hombre de Estado, lo que aplaudieron y le dieron felicitaciones.  Sabía lo que le depararía el futuro. Pidió permiso para retirarse y buscó la puerta,  para dirigirse a la plaza real, donde hubo vivas y fuegos artificiales, luego, buscó su caballo  y cogió rumbo hacia la Cañada de Mendoza, donde  lo esperaba su amantísima esposa. 
         Su gran y único amor, fue Doña María de la Asunción Vethencourt Uzcátegui Briceño, quien  nació hacia el año 1775, en la ciudad de Trujillo, sus padres Don  Miguel Eusebio Vethencourt Berdugo, y Doña  María Lucía Uzcátegui Briceño, de las familias  aristocráticas y poderosas económicamente de esa provincia.  Era al igual que Paco, descendiente del conquistador y capitán español Sancho Briceño  uno de los fundadores de Trujillo. Pertenecía sin saberlo, al grupo de las hermosas “catiras” de la Colonia; pensó alguna vez, ingresar al Convento de las Clarisas como lo había hecho su prima Encarnación Briceño, la abadesa. La idea se fue disipando, cuando comenzó a ir a las fiestas familiares o ir a misa los domingos en la Catedral, y a las veladas culturales vespertinas de la ciudad.




Doña María de la Asunción Vethencourt Uzcátegui Briceño. Aquel hombre maduro, ataviado con uniforme de Capitán de Milicias Reales y porte de Gobernador, le sonreía y la anhelaba con la mirada. Luego, seria mujer y cómplice de las actividades de su esposo Francisco Antonio La Bastida Briceño y Fernández, en la lucha de independencia. Cronografía alegoría 2755.

A finales del siglo XVIII, entabló una relación excepcional por decir lo menos, a pesar de la diferencia de edad que tenia la pareja, escollo que tuvo que sortear el maduro aspirante a su mano y a sus amores. Fue una relación    tan pasional,  cómplice y  de particular  apego,  como aplicables son las razones del poeta Joaquín Sabina para  cantar aquella vieja letra de Te amo más que a mi vida. Fue su ideal de amor, en aquella época tan convulsiva: la del comienzo de la guerra de independencia.
Vencidos todos los obstáculos y requisitos del linaje y la limpieza de sangre, mas la  autorización del Obispo  y el de  <<la cofradía del santo reproche>> se casó con uno de los más importantes personajes de la Colonia trujillana, el letrado Francisco Antonio La Bastida Briceño y Fernández,  el primer constituyente del Pueblo de La Puerta, la llamaban El Provincialista, líder de los propietarios y hacendados, y quien tuvo una participación destacada desde los inicios del movimiento independentista en 1810, suscribiendo la primera Constitución de Trujillo emancipado.  Realizó cuanta labor fue necesaria en función de la independencia.
Lo conoció en la ciudad de Trujillo, donde él  era Teniente de Gobernador, en una oportunidad que ella y sus hermanas estaban sentadas en una de las ventanas de su casa, y él se detuvo, la observó y saludó, cuando desfilaba  como primera autoridad de la ciudad. Era una hermosa joven,  él, le llevaba muchos años de diferencia en edad, ambos estaban decididos a favor de la causa republicana. La tendría en el pedestal más alto del cielo, junto con la luna y las estrellas. Era indudable, que un hombre tan refinado y culto, descendiente de vascos,  como Paco La Bastida, tuviese el espíritu caballeresco y poético, afectuoso y sagaz, y  a la vez, la masculinidad y energía, con que sus ancestros conquistaron a sus bellas mujeres. Para los férreos vascos, el matrimonio era para siempre, indisoluble, inquebrantable, impenetrable, solo la unidad de dos, que solo podía quebrantar la muerte.   
En 1800, el 16 de enero,  en la casa de la hacienda San Francisco,  en  Mendoza del Bomboy,  dio a luz su primer niño, que con el transcurrir del tiempo sería el primer gobernador de la Provincia de Trujillo, de la denominada tercera República,   el Dr. Ricardo Augusto Labastida Briceño Vethencourt.  Su esposo Paco,  descendiente de vascos, era además de letrado y respetado hacendado, un destacado político, ocupó por varios periodos el cargo de Teniente de Gobernador, el más importante de la Provincia, igualmente autoridad en la jurisdicción de Escuque, la Puerta, Mendoza.
Luego procrearía otros nueve hijos, a quienes crió y veló por su educación. Se le llamó entre la sociedad mantuana,  la “mujer del vientre espléndido”. Una verdadera matrona patriota.
 En 1810, estando embarazada, mientras atendía la hacienda, a su familia, a su marido y se esforzaba por alimentarlos, su casa en la hacienda San Francisco, en el Valle del Bomboy,  se convirtió en un sitio de activismo político y de conspiración patriótica. Ella, coordinaba todo lo necesario para que se produjeran esas reuniones y facilitaba la logística y apoyo a los conspiradores. Doña Asunta, es una de esas lecciones de la emancipación.
A la caída de la primera República, su esposo Francisco Labastida, el popular “Paco” Labastida, se dedicó a la lucha insurreccional enfrentando al gobierno español, junto con la mayoría de los Alcaldes, comandados por el coronel rebelde Vicente de la Torre, su primo. Ella  tuvo también gestos de notable heroísmo, en 1812, a la caída de la Primera República, no emigró como hicieron las familias de los líderes republicanos, siguió a su esposo y al coronel Vicente de la Torre,  en la lucha guerrillera de los Alcaldes, para mantener vivo el fuego emancipador en Trujillo. Atendía personalmente la hacienda San Francisco en el Valle del Bomboy y también las sementeras del  Llano de San Pedro, vía La Lagunita, en La Puerta, con el tiempo esta matrona se convertiría en una heroína trujillana de la época independentista. En junio de 1813, en medio de la Campaña Admirable, fue visitada ella y su esposo Paco, por el Libertador Simón Bolívar, su viejo amigo, y pernoctó esa primera noche trujillana, en la residencia de los Labastida. A los tres meses, con algunos quebrantos de salud, pero siempre vinculado al movimiento emancipador, muere su esposo, a quien atendió y cuidó hasta el último día de su vida.

4.- Siglo XIX. 
La influencia andaluza y elbana, en nuestra cultura de amor. 


Te quiero más que a mi vida
Más que a mi vida te quiero
Pero más quiero a mi vida
Porque sin ella me muero.
(Hermoso, complejo y polémico verso de la canción Y sin embargo te quiero.  Autores: Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga). 

Era el tiempo, en que se hablaba, de aquel hombre rústico  que andaba a caballo y no se libraba de cometer alguna falta, los hoscos y bárbaros, sin embargo,  se conoce que a pesar de no haber estado en la escuela de las damas,  muchos de ellos, fueron de una u otra forma cultores del amor. La Puerta, propiamente una Puebla, como la llamó Mario Briceño Iragorry, tuvo la suerte de ser receptora de la cultura y costumbres de varias nacionalidades, entre ellas, la andaluza, por familias descendientes de nativos de esa parte de España. Una de ellas, fue la familia Ruz, asentada en El Portachuelo, los Aposentos y Altamira de Garabulla, en la que destacó como leyenda un hombre y su gran amor.
Sandalio nació, de acuerdo a la información genealógica encontrada,  de la unión de Don  José Ysidoro Ruz (el Viejo Isidoro), de ascendencia andaluza y María del Carmen  Moreno Malpica “Carmela”, en el año 1856.
 La oralidad local, relata las hazañas  de Sandalio Ruz, cuando con apenas 15 años,  acompañó al  León de la Cordillera, en su campaña contra las fuerzas liberales en 1871.  Como imberbe tropa, fue destacando en el combate y en el servicio marcial de los oligarcas.  Individuo de rosto enérgico, oficial de tropa, imponía respeto, se le podía ver, en plena faena con sus gañanes, movilizando a las yuntas. Tenía rostro y cuerpo alargados, ojos grandes y muy abiertos, pelo grueso y negro, acostumbraba el bigote como se estilaba en la época, labios gruesos,  gozaba de una tez natural blanca, toteada por el sol del campo; usaba sombrero de pajilla paramera.
La memoria de la comarca, repite que el día que la vio por primera vez, fue en una fiesta de la Purísima, le siguió con la mirada su graciosa forma de caminar, que ajustaba su línea corporal, tenía los pies pequeños,  iba con las hermanas, por la Calle Real, hacia el templo de San Pablo. Estaba el día caluroso, los rayos de sol intensos.  Llevaba puesto su sombrero, la esperó al salir, para verla desfilar nuevamente, con su excepcional movimiento de caderas, y no aguantó y le soltó una del viejo Ysidoro, su padre, y le dijo algo así como: -¡Ese cuerpo picoso, ¡camínelo morena! Ella volteó a mirarlo, sorprendida e intrigada por lo que le dijo ese hombre alto,  y sin abandonar la alegría de su cara,  porque la llamara de esa manera. Fue algo espontáneo, aunque, formaba parte de la estrategia o ritual de los jóvenes para conquistar a las mujeres. Después le explicaría, el por qué de esa evocación de sus raíces andaluzas. El entusiasmo, elegancia y resplandor que inspiraba con su caminar musical, era evidente.  Su nombre: María Antonia Carrizo, la familia y amigos la llamaban Toñita, no era muy alta, morena, vivía en Los Aposentos, integrante de una familia emparentada con la de Sandalio.  En los días siguientes, éste, salía en campaña, pero ya iba “picado” con los deseos de entablar amores con ella. Lo que no sabía cuándo ni cómo regresaría de la campaña.  
Él, pendiente de ella, lo pensaba mucho,  aunque fuera la vida entera, sería el centro de sus pensamientos. Fue a despedirse. ¿pero ella lo esperaría?    La campaña del general Araujo, fue corta. Regresó y   no tuvo que esperar tanto, en  1875, se casaron;  al año siguiente, procrearon a: Nicolás y  al siguiente a Pedro Ruz Carrizo. Fue en La Cañada, cerca del Portachuelo y  Garabulla, donde construyeron el hogar, su  espacio de amor. Era su sitio, desde donde niño comenzó a soñar, donde el frailejón se une con el yagrumo en la estrellada nocturnidad,  y al amanecer reverbera intensamente el Dios Sol. Era el mundo de sus recuerdos.  


Al suspenso de la lucha, abrumaba con sus cargas de amor al guerrero Sandalio Ruz. Toñita Carrizo, vivió,  acompañó y sufrió estoicamente, las aventuras guerrilleras de su esposo, el legendario coronel Sandalio Ruz, caudillo de la Cordillera. Cronografía alegoría 2762.

Le agradaba verla rodeada de macetas, o sembrando y cuidando sus flores y matas ornamentales y las medicinales; hablándoles, o a veces, desgranando maíz. Le gustaba cuando se iba a arrancar moras piñas, en los silvestres matorrales y ver cómo las comía con gusto, y tener aquellos labios rojos intensos, burlones que contrastaban con su sonrisa y se convertían en algo seductor para él.  Le gustaba verla así, risueña, saludable y desbordando felicidad, alguna vez, le diría: - ¡Toña! Esa boquita, solo debe comer moritas frescas y escarlatas!   Para “picarlo” mas, echaba una carcajada, y lo besaba, en la forma que se le ocurría, comiendo moras o caña dulce, le imprimía sus besos de sabores y aromas. Le hacía el momento feliz, y alegre; así aprovechaba el tiempo con él, al máximo. El no podía vivir sin aquellos labios rosas.  Toñita, tenía conocimientos de cocina, pero se esmeró en aprender a preparar lo que a él le gustaba, el exquisito arroz con leche o la versión parameña  de churí o cabello de ángel, polvoreado con una cálida gloria de canela.
 
Toñita, fue cómplice silenciosa de sus angustias, amarguras y alegrías, lo amaba, lo esperaba que llegara alguna noche de sus campañas o de sus persecuciones, siempre preparada para curarle las heridas y atenderlo; ya no podía decir: ¡qué suerte la mía!;  había escogido esa vida, la de compañera de un caudillo y madre de sus hijos. En   1929, con 73 años a cuestas,  muere  -el amado por unos y odiado por otros-, el polémico justiciero Coronel Sandalio Ruz, en su casa de La Cañada,  el 14 de marzo.
Como si todo lo hubiese planificado, al ser inhumado su cadáver, ante unos pocos familiares, Toña, su mujer, les ordenó e hizo jurar a  sus hijos Pedro y Nicolás, y a su lugarteniente Mitridates Volcanes, que el lugar donde fue enterrado se mantendría en  secreto por muchos días, meses, años, décadas, como si fuere un pacto de silencio.   Sus nombres debieron ser olvidados, sus cadáveres enterrados sin pompa ni velorios, ni ceremonia militar, era importante no precisar el lugar, para que la memoria del coronel Ruz, se borrara, al igual que sus cenizas; así, con este rigor sus deudos no serian ajusticiados, ni sus casas, tierras y bienes serian saqueados. Era lo que se denominaba  la “Mortalidad de Antiguo Régimen”, por lo que fue enterrado en fosa no señalizada ni marcada, dentro de un cementerio católico de un pueblo con el que no tuvo mayor vinculación en su vida. En el 2017, faltando unos pocos años, para cumplirse un siglo de su muerte, es localizada su sepultura, en la Mesa de Esnujaque.
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Se ha escrito, que para las castizas  mujeres trujillanas, solo valían como esposos sus propios primos, hasta que llegaron los italianos, y cambiaron el antiguo paradigma endogámico. En 1873, el Presidente de la República, general Guzmán Blanco decreta el matrimonio civil, lo que fue desagrado para la iglesia católica, y trajo cambios en  cuanto al enlace de parejas.
Nadie podía pensar que aquel ser que parecía chasquear, caminando y brincando las  fangosas  calles de Mendoza, debajo de un paraguas, a esa hora de la noche, sumido entre la niebla, lluvia y oscuridad, podía ser uno de los hijos del “Jurungo”, el inmigrante italiano. Huyendo del chismorreo del pueblo, se acercaba en la oscuridad de la noche a ver por unos minutos a Braulia. Nadie lo pensaría, que era el joven Américo Burelli, el destacado oficial del ejército del general Baptista. Rara vez se le veía caminar bajo la lluvia, por esas empedradas calles. Su vida en la hacienda de La Lagunita, el Molino de La Puerta y de ajetreo militar, acostumbraba a andar sobre el lomo de su yegua “Marrona”, mansa y estaba bien domada, antes de sustituirla por el caballo blanco, cuando “La Sagrada”, lo capturó.
         Esta vez, había algo importante por el que lo hacía. Cuadra tras cuadra, desde la Cañada, subiendo bajo ese aguacero, para llegar a su encuentro con la joven mendocina, que esperaba por él, se reunió con ella, y sus labios se pegaron en un beso apasionado, casi perpetuo, se arrullaron en medio de un silencio cómplice, nada les estorbaba ni los detenía; el beso que los unía, los trasladaba al mundo celeste,  intenso, palpitante, ganas reciprocas existían,  fueron los minutos más cortos y largos que pudieron disfrutar de placer, en los inicios de su relación. Américo, se enamoró perdidamente de ella, tenía la sangre burbujeando y eso significaba: el compromiso, él fue un hombre de palabra y de compromiso; con él, no existían ardientes despedidas ni noches perdidas, ese episodio de su vida ya tenía nombre de mujer.   
La joven mujer, tenía un pomposo nombre: Braulia de los Reyes Ramírez Perdomo,  nació en Mendoza del Bomboy, el 6 de enero de 1884, muy criolla e hija de hacendado y comerciante. Gozaba de buena estampa corporal, algo enseñaban sus redondeces y turgencias, aunque no tuviera la belleza que deseaba la moda de la época. Quizás por el rictus destacado de la barbilla y pizca de redondez en la garganta, síntoma de posible bocio, lo tapaba su sensual boca y sus ojos claros, que la convertían en un ser sensual, que atrajo al joven hijo del “Jurungo” Burelli, lo que complementaba su cabellera intensamente azabache, suelta y dividida como se usa en el campo. 
Para los provenientes de la isla de Elba (Italia), de donde provenía el “Jurungo” Burelli,  así como para sus descendientes,  parte de su cultura, era cultivar la poesía, la estética y la belleza,  se deleitaban comentando sobre lo hermoso de la vida, pero con más profundidad, el amor,  fue lo más corriente en sus cantos, cundía ese sentimiento con respecto a la mujer, a lo bonito que ella inspira, y por supuesto, la actitud y el trato hacia ella, debía ser el más agradable y atento, para honrar el bello sexo. En familias de este tipo, se dedicaba tiempo a este tema, los Burelli, no fueron una excepción. Américo, desde que se casó con Braulia en 1903, fue su devoto y más fiel admirador. Vivieron en El Portachuelo, hasta que adquirió el rango de Coronel, y por sus responsabilidades con la República,  se tuvo que mudar con la familia a Caracas, sin dejar de atender sus negocios y haciendas en La Puerta.
La descendencia (Hijos) de José Américo Burelli García y Braulia Ramírez Perdomo: José Isaac Burelli Ramírez, Azael Medardo Burelli Ramírez, Armida Burelli Ramírez, Zemida Claudia Burelli Ramírez, Aida María  Burelli Ramírez, Rafael Antonio Burelli Ramírez, Américo Sabas Burelli Ramírez, Hernán Demetrio Burelli Ramírez y Josefa Cleotilde Burelli Ramírez; como se puede intuir, los nombres dados a sus hijos, son algunos épicos romanos, de profetas bíblicos, otros de artistas, algunos de ópera, que dan una idea que ambos, gozaban y compartían conocimientos históricos y culturales universales.    
La vida de este matrimonio era de mucho trabajo, sin embargo, ella, destacaba por su bondad y sensibilidad por las causas de la iglesia y de los desamparados; siempre tenía espacio para dedicarse a las acciones benéficas en la comarca, hasta que el marido se comprometió.  De profundas ideas nacionalistas, Américo fue uno de los principales caudillos de la Rebelión de la Cordillera de la Culata, en 1914, que se batió en Timotes, contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, en el tiempo en que éste iniciaba la venta del territorio nacional y entregaba como en feria, las concesiones petroleras y las mineras a las empresas norteamericanas y de otras potencias. Por sus ideales, antiimperialistas, se convirtió en su peor enemigo; el dictador impartió la orden de su captura y encierro en la cárcel de San Carlos del Zulia. Lo capturan varios años después, por medio de una emboscada. 


Braulia Ramírez, protagonista del drama autentico, que llamó al calvario del encarcelamiento del coronel nacionalista  Américo Burelli; con solidaridad y sus labios levantó aquel enorme corazón revolucionario y patriota. Fue el soporte y fortaleza de su esposo, alzado en el momento en que la dictadura Gomecista vendía a Venezuela. Cronografía alegoría 2760.   

Braulia, fue compañera abnegada y atenta consejera de buen sentido y particular perspicacia,   en la vida de este hombre público  y autentico caudillo trujillano. Para ella vivir con Américo, no fue un sacrificio, al contrario, le permitió vivir intensamente una vida de aventuras y desventuras, de alegrías y de tristezas al lado de su marido, a pesar de que tuvo que lidiar con los más de 10 años que estuvo él en la cárcel del Castillo de San Carlos del Zulia, soportar la persecución de Juan Vicente Gómez, participar en la conspiración contra la dictadura, y a la vez, encargarse de  la crianza de sus hijos, sin arrastrarlos al dolor de la prisión de su padre. Fueron los dramáticos itinerarios que tuvo que cumplir Braulia, desde Caracas, donde vivía,  para que no se desvaneciera la voluntad y la salud de su marido, sin dinero, porque a Américo, lo habían despojado de sus bienes en un conflicto familiar, a la muerte de su hermano y apoderado Pedro Mario.   No se encerró en su habitación a llorar y esperar, como en duelo profundo,  a que el marido saliera de prisión. Insistió ella,  ante los distintos funcionarios de gobierno regional y nacional, conocidos o no, inclusive, llegó al mismo despacho del Dictador, por la liberación de su esposo, pero se estrellaba ante la apatía de éstos, sin embargo,  no había nada que la hiciera desistir en esta diligencia, aun a costa de su propia salud. 
         Ya no eran los tiempos en los que se desvivía por prepararle la pasta casera, los ñoquis de papa, o los raviolis con cochino, o la variante del mute, que tanto le gustaban. Era ir desde la capital de la República, hasta el Lago de Maracaibo, travesía que hacía en alguna embarcación comercial, hacer trasbordo, para ir a la isla de San Carlos de la Barra, a visitar al Coronel,  y luego, regresar a Maracaibo, para coger una barcaza a vapor  hasta la Ceiba, al terminal del ferrocarril con destino a  Motatán, y seguidamente, montarse sobre el lomo de la bestia de alguna recua de mulas, para ir ascendiendo hasta las tierras de La Puerta. Esa era Braulia de los Reyes, a la que no se le moría el niño en la barriga.  Por eso, él la celaba, andaba armado cuando salía con ella, desbordaba una alegría y simpatía natural que prendaba al más escéptico.

Fue difícil para él, amarla desde la cárcel. También, era duro, muy duro, pensar en ella y en sus problemas existenciales al mismo tiempo. Trataba de organizar el tiempo para esperar su próxima visita. Recordaba su sonrisa, sus palabras, sus historias de la familia, todo eso le era placentero en su tono de voz, no se cansaba de mirarla. Se va, y se lleva en la cartera, el cumulo de aspiraciones, sus deseos y hasta  sus frustraciones. 
José Américo Burelli García, sobrevivió a Gómez su carcelero. Demandó a la República, por los daños causados por más de 10 años de cárcel. No tenemos base firme, para asegurar que le hayan conferido el grado de general, salvo la referencia que hizo el escritor José Félix Díaz Bermúdez, en el que lo menciona con ese grado militar (Díaz Bermúdez, José Félix. Juicios y sentencias a presidentes de Venezuela. Pag.72. Centauro. Caracas. 1994). Los dramáticos pasajes de su amor, sellado con la desgracia de la cárcel y la pérdida de su fortuna personal, solo podía sobrellevarlo una pareja de este talante. El Coronel trujillano, falleció en 1939, a los 58 años, culminando así, de cabalgar su aventura perdida, pudo haber vivido más, pero el impacto de sus desgracias, le mermó la vida. Braulia, su compañera de vida, le rendiría el resto de la suya, para admirarlo y recordarlo, dedicándolo a sus hijos.  
 Otra de las parejas que no podemos dejar de mencionar, que fue ejemplo de amor, tesón y solidaridad, fue la constituida por la joven Micaela Sulbarán, nativa de nuestra comarca, y  Mitrídates Volcanes, el lugarteniente del Coronel Sandalio Ruz.  Mitrídates   era oriundo de Pueblo Llano (Estado Mérida) y se vino a La Puerta, integrando las montoneras del coronel Sandalio Ruz, recorriendo y ejerciendo su mando sobre los caseríos y poblaciones de estos contornos. Siendo un joven campesino de unos 25 años de edad, cansado de esa vida guerrillera de macheteros, pidió permiso a su comandante Sandalio y se quedó en La Flecha (Municipio La Puerta), sitio cercano al de las posesiones de su líder, allí se casó con la joven Micaela  y formó familia y además de ello, tomó y ocupó tierras de los oligarcas, repartió y desarrolló un asentamiento campesino en lo que se conoce como sector La Maraquita, de nuestra parroquia. 
5.- Siglo XX. Idilios urbanos e idilios parameros.

 Desde finales del siglo XIX, periodo Republicano Militar Oligarca y Liberal, las parejas y matrimonios fundamentalmente eran guiadas por el sentimiento amoroso, por la religión católica y los valores y principios morales y familiares, por lo que aminoraron de alguna manera, los arreglos familiares. Las jóvenes atractivas, cultivaban su femineidad y sensualidad, comenzaba a introducirse la moda, en el vestir, en la apariencia personal y en los asuntos cotidianos de la mujer, que iban cambiando el comportamiento de las enamoradas y las aspirantes a casarse.

En otro artículo, he tratado sobre nuestra reflexión de que se ha venido englobando, dentro de un mismo tronco cultural, una formidable cosmovisión tradicional serrana rural, herencia de la cultura campesina indígena ancestral,  con la muy particular y moderna cultura urbana de la zona occidental del país, que ha venido siendo intervenida modernamente, ciencia y tecnología y por el avance mismo de las poblaciones y migraciones urbanas; aquella diversidad, la hemos llamado la Parameñidad. Nuestra parroquia, disfruta de esa diversidad.
Se pudiera hacer una lista intermina de relaciones amorosas, marcadas por hechos de excesiva pasión, sacrificios, abnegación que destacan en la historia de esta parroquia andina. Podemos señalar  parejas de principio de siglo, que sirvieron como ejemplo en nuestra comarca, las siguientes: el matrimonio integrado por  Don Natividad Sulbarán, nació en 1887  y su mujer  Bisai Rivas Monreal, quien nació en 1890, él cuando la enamoró, le ofreció mantenerla en un pedestal hermoso y lo cumplió, le construyó la casa campesina más hermosa que pudo existir en la comarca, en la hacienda “El Pozo”, de su propiedad, subiendo por el camino a La Lagunita, con paredes de tapiales, techado de tejas,  con un amplio patio rodeado de arboles y jardinerías con la más exquisitas flores, colores y aromas, le creó un espacio paradisiaco para vivir y hacer familia, como la describió Don Mario Briceño Iragorry, en su novela Los Ribera.   Sulbarán, además de hacendado, fue  jefe municipal  de La Puerta.


Bisai Rivas Monreal, en la gráfica, al lado de su esposo, Don Natividad Sulbarán, ambos cargando a sus hijos más pequeños. Formaron una encantadora pareja y apreciada familia en la comunidad.  Sulbarán fue propietario de la finca Los Pozos, vía a la Lagunita,  y jefe civil del Municipio La Puerta (hoy Parroquia); personaje que menciona Mario Briceño Iragorry, en su novela Los Ribera. Cronografía 2802.

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Es común escuchar,  que el amor, es tan excelente, saludable  e ingenioso, que tiene sus propios medios de recompensar a todo el que  se consagre a él, es una especie de imperecedero elixir mágico. De eso se nutrió el maestro Don Lucio Augusto Viloria, de su unión amorosa con Doña Elba.
Quién de los dos fue el primero en abordar al otro, en cuestiones de amor, ¿quién conquistó a quién?  Será difícil responder.  Los dos tenían sus propias ideas, eran extremadamente cultos, a pesar de que no tuvieron el acceso a la formación universitaria.  Al parecer don Lucio Viloria, provenía de una familia de este apellido, muy extensa de los primeros  pobladores de Escuque, sitio donde seguramente emparentado con el mundo de la cultura y asiduo al conocimiento de distintas disciplinas, esforzado autodidacta,   aportó desinteresadamente sus luces, para el engrandecimiento espiritual de La Puerta. Sumamente católico practicante y buen vecino. 
Fue quien en 1907, montó una escuela de primeras letras para varones en este Municipio (hoy parroquia)  y fue su director, hasta que se inauguró otro plantel. Se recuerdan las veladas de lectura que organizaba don Lucio, en las tardes, en su casa en la calle 9 con avenida Bolívar, en las que se hacía lectura entre los vecinos del pueblo, de obras que eran comunes como las de Alejandro Dumas, Salgari o el mismo El Mártir del Gólgota.


Doña Elba Abreu (sentada), de quien se recuerda sus veladas literarias, que fueron motivo de crónicas locales;  y su esposo el maestro Don Lucio Augusto Viloria (también sentado a su derecha), quien regentó una de las primeras escuelas de primeras letras en La Puerta, al fondo, de pie, sus hijos. Cronografía 3222.

Don Lucio, como se le llamaba popularmente en el pueblo, era un hombre sumamente metódico, toda su principal actividad diaria la anotaba, desde sus siembras, negociaciones comerciales, hasta el proceso de construcción de la capilla El Calvario o la llegada de la Virgen, lo registraba en un cuaderno de notas. Rafael Enrique Abreu Burelli,  al referirse a  la vida de este educador, escribió: “Don Lucio hizo numerosas anotaciones sobre las matas de flores y arboles que plantaba en el solar de la casa…Una sutil -implícita y fina- muestra de la estimación, la delicadeza y el respeto que sentía por su esposa y por las pertenencias y quehaceres de ella, es su anotación de haber sembrado una mata de rosa verde en el patiecito donde tiene Elba sus matas” (Abreu Burelli, Rafael Enrique. Un cuaderno de apuntaciones de don Lucio Augusto Viloria. En: La Puerta, una aldea, un rio. Alirio Abreu Burelli. Pág. 101). Este pequeño párrafo de Abreu, nos da una idea, de lo sublime y respetuosa que era la relación con su mujer. 
En su hogar, además del amor a su mujer, se veía iluminado todas las tardes por convertirse en un espacio cultural, de lectura, de actuación dramática y declamación, esa era la diversión, allí se veía a doña Elba, muy estudiosa,  junto a sus hijas Josefa, Nieva y Angélica, leyendo animadamente alguna obra de interés cultural. Don Lucio, murió el 28 de enero de 1938, dejando un extraordinario legado educativo, cultural y espiritual, “como maestro de escuela y como hombre de bien, que vivió de acuerdo a su tiempo y sus circunstancias” (Ídem). Doña Elba, lo sobrevivió.    
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En nuestros pueblos andinos, encontramos a personas de la tercera edad, como se le dice ahora, con igual o más expresión y carga de amor que los jóvenes, y  que son iconos  de los mismos pueblos. En La Puerta, a principios del siglo XX, vivían en un lateral del rio Bomboy, cerca de la Prefectura (donde está el restaurant Rustico Andino), en una humilde casita frente a la plaza Bolívar de La Puerta, en su lado oeste, donde hoy están los teléfonos, una pareja de viejitos, llamados Pío y Quintína. Todos hemos escuchado historias de ellos, fueron famosos por  ese estilo de filosofía sencilla y de aplicar el sentido común a sus vidas. 
La pareja de ancianos, se hallaban en condiciones muy precarias económicamente, pero así, demostraban felicidad y alegría, se querían mucho y estaban pendientes uno del otro. De acuerdo con la oralidad local, se conocieron aquí en el pueblo.  Fueron inseparables. Su trato de pareja era muy simpático, se hablaban y comunicaban con mucho respeto, hasta se consultaban con la mirada; ella lo atendía en sus necesidades básicas, atenta a sus comidas, a su ropa, a que se bañara, se vistiera y viera bien y presentable, cuando le tocaba ir a misa o para alguna reunión  o actividad social de importancia en la parroquia. Iba ella con sus sencillos vestidos, y él, muy ataviado de paltó y sombrero.  Son un ejemplo a rememorar, esta pareja conformada por los viejitos: Pio y Quintina, una lección de vida de amor, de sana convivencia y solidaridad, que vivieron durante la primera y parte de la segunda mitad del siglo XX.

En el populoso sector de La Hoyada, debemos mencionar los comentados amores de Adalberto Martínez, el “Zurdo”, y su novia Flor Rivas. Adalberto, oriundo de Carvajal,  de  joven asumió la pose de un dandy de los años sesenta en Valera, vestía elegantemente como los mejores galanes de la época, con fluxes Montecristo y usaba zapatos Corfan o los afamados mocasines Tom Mackan.  Eran tiempos de exiguas alternativas culturales, se dedicó a jugar barajas y al billar como distracción y para ponerle emoción: apostando. Tenía gusto por el cigarrillo, solo fumaba Viceroy. Estudio la primaria en la escuela Padre Blanco y bachillerato en el Liceo Rafael Rangel. Fue militante de izquierda, en la década de la lucha armada en los años sesenta, ideas por las que estuvo preso en la Digepol, policía política, involucrado en una operación expropiatoria de la célula a la que pertenecía, que se ejecutó en La Puerta, en la que participaron otros guerrilleros urbanos  trujillanos.    En ese mismo sector, debemos recordar la pareja formada por Florentina Morillo y Eduardo Briceño, murieron ambos nonagenarios. El señor Eduardo, fue el encargado de  una importante obra sanitaria, meterle sistema de cloacas a toda el área urbana de La Puerta.  
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Solo por mencionar, amores  de algunos de nuestros caseríos más alejados del área urbana, podemos  referirnos: al constituido por  Felipa Ruz, pariente del legendario Coronel Sandalio Ruz, nativos de Los Aposentos,  y el joven Ruperto Rivera,  el violinista, con el que procreó 7 hijos, entre ellos, José Félix Ruz Rivera, el popular “Felisol”, activo dirigente comunitario del Páramo de La Puerta. Ella era una especie de ser angelical, si de alguna mujer de este páramo, se puede llamar ingenua, bondadosa y respetuosa,  era Felipa,   le decían por su manera de ser la “Tontica Felipa”, nunca usó zapatos. Nadie como ella, podía ser más servicial, más solidaria y más inocente en su familia y en su comunidad. En cuestiones de afectos, por azar o destino, la mestiza se enamoró de un igual, Ruperto, con el que procreó 7 hijos y con esa particular manera de ser, les inculcó el trabajo y la responsabilidad.
Vivía contenta y optimista, al son de la cadencia fascinante de su canto de faena, que la nutria de una especie de evocación musical y de fuerza para sobrellevar el tosco trabajo del campo. Tarareaba y luego cantaba. Cantaba y luego tarareaba, inmersa su alma en aquellas tonalidades y frecuencias particulares, agarrando con empeño el garabato o la escardilla, inclusive, el paso de yunta, sobre la misma Mesa del Aliso. La virtuosidad que se desprendía de sus manos color de tierra,  se expresaba a los días o semanas, en hermosas sementeras y en radiantes flores sobre el verdor de sus paños. La recuerdo con su pequeño y felpudo sombrero negro, alta, agradable,  muy servicial, conversadora. 
La ingenuidad en ella, la hizo protagonizar graciosas y paradójicas anécdotas. El día de su casamiento por el civil, bajó descalza por la cuesta, pasó el cementerio viejo de La Puerta, y llegó con familiares y amigos al edificio de la Prefectura nueva. Entró y cuando va subiendo las escaleras para celebrar el enlace matrimonial, exclamó: - Ah rigor,  ¿pa dónde me llevarán?, ¿será pal cielo? La candidez o la inocencia o la ignorancia gregaria, estaban muy marcadas en ella.
Otra simpática anécdota, ocurrió en el templo de San Pablo Apóstol, para cumplir con el casamiento por la iglesia. Cuando el cura le preguntó   - Quiere y recibe usted, a Ruperto Rivera,  por esposo y marido? Incontinente respondió: -  Si no lo quisiera no viviera con él.  Era pura  ingenuidad y bondad,  Felipa Ruz de Rivera, la esposa del violinista del páramo.
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Uno de los ejemplos de amor apasionado y desenfrenado, fue el de una indígena de nuestro páramo. Se ufanaba que solo tenía amigos, nunca novios, que no tenía apuros.  Juana Paula Rivas, indígena Xikoke, había nacido en una finca de sus padres, en el Paramo de La Puerta, alrededor del año 1890.  Juana Paula, era pequeña de estatura, pero muy picosa, avispada, locuaz, inteligente, y también trabajadora, tanto en el cuido del conuco familiar, como en la atención de las sementeras y los animales, ordeñaba temprano, se metía al fogón a preparar la comida de los peones, las arepas de harina, pizca o mojo, la cuajada, el queso paramero,  mantequilla, almuerzo de guisado de arveja y papa, o la sopa de carne o gallina, con arepa de harina de trigo, que sacaban en el molino de los Burelli en La Puerta, a una hora de camino; igualmente, repotenciaba el ajicero, colocándole el suero y laguna carga de mongo, jobo y chirel;  unas veces se le veía llevando la sal y comida a las vacas, otras recogiendo cosecha, nunca se le veía enferma o flojeando. Era incansable, quizás híperquinetica. 
Un día, llegó a trabajar a la finca “Los Berros”, cerca de la Lagunita de la Popa, un joven fornido, tosco semblante, con una ruana gruesa de lana, de color cardenal,  se le notaba ansioso de trabajar, su nombre Jesús Briceño.  Callado mientras los otros echaban sus cuentos groseros, eso, le llamó la atención a Juan Paula, quien de antipática muchacha fue cambiando con él, buscándole conversa y llevándole guarapo, café o algún dulce que ella tuviera el gusto de prepararle. Él, se quedaba más tiempo, en la tarde, luego de la jornada de trabajo, se acercaba a la casa rodeada de muchas  flores y plantas fragantes, y la inseparable neblina,  para seguir conversando y riendo con ella. Y de esa forma, apareció el amor en su vida, el sentimiento que lo puede todo y por el que se hace cualquier cosa. Llegó el momento de las sin razones, por lo que se da la vida entera. 
Se fueron haciendo novios, y se enamoraron, se citaban para verse en las misas y en las fiestas del pueblo,  la pasión les daba la oportunidad, la fuerza para encontrarse, un buen día se reunieron, y sus labios se encontraron en un beso apasionado, interminable casi, y se entregaron a su amor sin medida, sin inhibiciones, nada les molestaba ni interfería, gozando de una infinita pasión que nada ni nadie les pudo arrebatar, se entregaron a los placeres de la carne, y nació  José Concepción Rivas, el popular y recordado cantador de decimas “Concio” Rivas. Jesús Briceño, fue el niño que a los 12 años de edad, se llevaron los oligarcas a pelear contra las fuerzas de la Revolución Libertadora, de los banqueros y las trasnacionales en 1903, y regresó triste y siendo montonero liberal.  Luego procrearon a sus otros hijos: Matilde, la matrona de los Villegas,  Camilo, Ángela y Josefa Rivas.
Hubo otros amores, de parejas significativas  que dieron fruto para el poblamiento del Páramo de La Puerta y de las 7 Lagunas, solo como referencia se menciona, a parejas descendientes de las tres primeras familias que lo poblaron: Serafín Briceño, descendiente de los primeros pobladores del valle y del páramo, quien hizo pareja con Luisa Araujo, ellos vivieron en el sector La Mesa del Alizo. Briceño, rico comerciante y agricultor, fue el primer Comisario Político y autoridad de este lugar.


Petra Villarreal y Martin Salcedo, pareja que tuvo como sitio de su hogar conyugal y trabajo Los Pozos del Páramo  de La Puerta. Cronografía  2677.

Anotamos, a  Caracciolo Villegas y Matilde Rivas, hija de la india Juana Paula Rivas, autóctona de este lugar.  La pareja, vivió los primeros tiempos,  en el sector La Casa Quemada, después en el sector La Popa, ella donó los terrenos para la construcción de la capilla y de la primera escuela del Páramo; su hijo Filadelfo, fue el emprendedor de la carretera agrícola La Puerta-Páramo de La Puerta (Torres). 


Matilde Rivas (hija de la india Juana Paula Rivas), recordada matrona de nuestra comarca, se casó con Carracciolo Villegas, vivieron en La Popa del Páramo  de La Puerta. En la grafica, Matilde, al lado de su hijo Filadelfo Villegas, acompañados por el Padre Sergio, en la inauguración de la Capilla de San Benito, en dicho sitio, en 1982.  2669.


En estas heladas montañas, donde subyace la naturaleza, que es el seno materno y de crianza de seres distintos y de excelentes virtudes; todos o en su mayoría  gozan de la longevidad. Puede ser, que por tener a la mano, favores y secretos que se encuentran en hierbas, arboles, aguas, plantas, piedras, clima y paisaje en un todo holístico, preste algún beneficio en particular, y eso, deleita y entusiasma a los sentidos, al corazón y al amor. Así como duran unidos estos seres, así en esa misma línea de tiempo permanecen   enamorados. Dentro de ese grupo, mencionamos, la pareja constituida por José Concepción “Concio” Rivas, hombre polifacético, poeta, cantor de decimas, agricultor y activo dirigente comunitario y la india Guadalupe Ramírez; ambos vivieron en el sector Xicoke. Ella murió a los 100 años de edad.  En el sector La Lagunita cercano a La Popa, hicieron pareja Jesús Briceño y Señora Celima Valiente. 


De los idilios parameros, en la gráfica, Doña Gregoria Paredes y Don  Luis Villarreal, agricultor y comerciante, vivieron en el sector Las Mesitas, Páramo de La Puerta. Cronografía 2655.

Una de las características de muchas parejas de este páramo, lo es su longevidad, algunos le achacan ese favorecimiento, a que consumen el díctamo real de las 7 Lagunas, uno de esos ejemplos es el de Mario Paredes.  Hacia el sitio conocido como San Rafaelito, se recuerda a la pareja integrada por Ángela Salcedo y el longevo  Mario Paredes, éste, vivió más de 100 años. 

Ramona García y su esposo José de los Santos Paredes, afectuosamente se le llamaba Santos; formaron una bonita familia en el sector San Rafaelito del Páramo  de La Puerta. Santos, en su época de activo productor agrícola, fue muy devoto y Capitán de San Benito de Palermo. Cronografía 2659.

Así como no se cree en este páramo, la existencia del carro del amor tirado por hermosas palomas, tampoco se cree en cigüeñas. El amor, desde muy jóvenes, brota de la misma sangre juvenil, como naciente imperecedera, a veces con palabras, otras con sencillas y autenticas sonrisas. De ahí, que las parejas, matrimoniadas o no, sean prolíficas demográficamente. Mencionamos en ese sentido a: la pareja formada por  Salvador Rondón e Isaías Rivera, que vivieron en el sector el Llanito.  Vivieron por mucho tiempo juntos en el sector Las Cruces, y procrearon familia Juan Villegas y su mujer María Ignacia Moreno.  La unión de  José del Carmen Parra y Polonia Villarreal, igualmente la apuntamos,  porque vivieron y fomentaron familia en el sector El Arbolito.  Como compañeros de vida se avecindaron y formaron familia Cruz Rondón y Eulogia Moreno, en un sector un tanto inhóspito como lo es la Boca del Monte.


Verónica Jerez y su esposo Adriano Torres, pareja de agricultores, vivieron en el sector la Otra Banda del Páramo  de La Puerta. Cronografía 2654.

La unión concertada por Aparicio Albarrán y Cristina Santiago, quienes desde muy jóvenes se hicieron marido y mujer y vivieron en una posesión agrícola en La Perdía, en el hermoso Páramo de las 7 Lagunas. A Aparicio Albarrán, se le recuerda, por haber sido uno de los defensores del Páramo y su gente. La tradición oral, repite, anécdotas como la que ocurrió en una casa del sector llamado El Otro lado, donde hubo una Fiesta de Cantaduría, y tocó el momento en que se apertura el canto en versos y décimas, que algunos llaman de “Pique”.  Uno de los invitados, habitante del pueblo (área Urbana de La Puerta), cantó una copla que era ofensiva para los parameños. Cuentan que, Aparicio se molestó y le dijo al cantante: - M…..vuélvala a cantar y nos echamos coñazos. El invitado que era un hombre tosco, atenido a la máxima de que el que pega primero pega dos veces,  le soltó un manotazo a Aparicio. Este, luego del carajazo, despertó del aturdimiento y le dio lo suyo al invitado fuereño, quien aprendió la lección y dicen que nunca más, se volvió a meter ni a burlarse de los parameños. Tras esa lección de dignidad, Aparicio se ganó el aprecio de los lugareños y de la gente del pueblo. 
*
En la década de los 60 y 70 del siglo pasado, marcada por la guerra de Vietnam, surgió con fuerza un movimiento y sacudón social y juvenil con la bandera del <<Amor Libre>>, y complementada con el lema <<Haz el amor, no la guerra>> del movimiento hippie y los grupos de contraculturas, como duro cuestionamiento a la institución del matrimonio, legalización del aborto, control de la natalidad y el adulterio, como asuntos que solo debían dilucidar las parejas y no, el Estado y la Iglesia.  La idea del amor libre, en la década de los 80, se topó con un gran problema: el SIDA.

6.- Siglo XXI.
La Globalización, el Mercado, la Ciencia y  la Tecnología inciden sobre las prácticas del amor y sus sentimientos.

Freud, llegó a afirmar, que el amor es en sí mismo un “fenómeno irracional, ciego, compulsivo” (Fromm, Erich. El arte de amar. Pág. 109. Ed. Paidos. Bs.As. 1977); cómplice, e intimo, de dos seres contra el mundo. En la actualidad, los jóvenes a pesar de la libertad que tienen, pareciera que han venido cediendo y obviado su capacidad de enamoramiento directo, dando paso a formas indirectas, y con lenguajes menos rebuscados, mediante la tecnología, electrónica y telefonía; se buscan parejas en páginas de internet, o a través de las distintas redes sociales, lo que nos reserva, mayor frialdad y mecanismos que harán retroceder tan elevado sentimiento humano, o por lo menos, formas de desintegración del amor; se repite la tesis de Fromm en esta época, en que el mercado de productos y la globalización siguen determinando las condiciones que rigen ese intercambio, y asimismo, incide sobre las prácticas del amor y sus sentimientos.

La Puerta, abril de 2020.
Lapuertaysuhistoria.blogspot.com


4 comentarios:

  1. Sencilla y eficaz manera la de Manrique la de contar la historia de La Puerta a través del hilo conductor de los encuentros amorosos de pareja.
    Muy entretenida la narrativa.
    Salú por el amor

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    1. Gracias por tan generoso comentario. En cada pareja, hay una historia particular que también genera valores y enaltece nuestro gentilicio. OM

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  2. Disculpen lo tardía de la respuesta, pero como me justificaba un amigo, cada vez que llegaba retrasado a una actividad <>. OM.

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