Las Rockolas musicales.
Oswaldo Manrique R.
El capitalismo, acostumbró a los
pueblos a surtirlos de cuanto invento se le ocurriera vender. Los comerciantes, como parte de la cadena económica, sirven de agentes en esa práctica. A comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado, las
pulperías, bodegas o negocios mercantiles de La Puerta, llegaron las famosas
rockolas, que se consideraron escandalosas y para otros, la fórmula de
masificar la música para los que no tenían tocadiscos o gramófonos en este
medio rural. Allí, metiendo una moneda, podían escuchar los corridos,
rancheras, mejicana, bolero, joropo y cualquier expresión de música popular que
estuviera de moda, lo que estimulaba al escucha a seguir consumiendo en el local.
Eran unas maquinas bastante
populares, permitiendo que el melómano
escogiera de una lista de canciones, la que más le gustara. Se estima que en 1910, mejoraron y modernizaron el
sistema del cilindro con que se iniciaron las primeras rockolas, y fue
sustituido por un mecanismo que reproduce el grupo ordenado de discos de 45 rpm, mediante la introducción de
monedas y haciendo su selección personal.
La rockola impactó el mundo de la
diversión y el entretenimiento de los habitantes de La Puerta. En muchos sitios
de la comarca se instalaron estas maquinas musicales. Las más visitadas en su
época de apogeo, para bailar y conseguir pareja, fueron las del Centro Familiar
El Valle, de la señora Elda Torres, local frente a la plaza Bolívar, atendido
por su hijo Kike Matheus, recuerdo a Alfonso Rivas, del páramo, que entraba al mediodía,
alborotando y gritaba “llegó la alegría” e iba directo a la rockola, a poner un
porro o alguna cachicamera del momento, eran dos o tres mesas que se ocupaban rápidamente
para escucharle sus historias fantásticas y a bailar muchachos; otra de las rockolas que
se convirtió en parte de la cotidianidad musical de los puertenses, fue la del
“Centro Social Tropical”, en la calle Bolívar, entre calles 3 y 4, La Puerta,
local de dos niveles, resturant y área bailable, del señor Gil Combita; otro de
los de mayor recordación fue la popular “Terraza Zulia”, en la avenida Bolívar,
entre calles 2 y 3, La Puerta, su dueño era el señor Benito Sánchez; en estos
establecimientos se podía además de comer y escuchar la música, bailar en el local,
conversar las parejas de novios, hasta el amanecer. Fueron muchas las parejas
de enamorados y matrimonios que generaron estos lugares.
A pesar de ser unos aparatos o armastotes
barrigones y pesados, median casi metro y medio de alto, las rocokolas, eran
las reinas más buscadas en los centros de esparcimiento, restaurantes, fuentes
de soda, bares, bodegas y pulperías; en los años 60, del siglo XX, eran el
centro de la alegría y la fiesta popular. Asi como producían diariamente mucho
dinero, también eran aparatos costosos.
Los fines de semana o en días de fiestas
del pueblo y religiosas, se podía observar, como los jóvenes solitarios, entraban
a los locales e iban directo a la
maquina musical, era como si estuvieran embrujados, directo a meter la moneda y
a marcar la escogida, ni siquiera saludaban a los otros rockoleros presentes;
luego, pedían su cerveza, se ubicaban en alguna mesa y a disfrutar del momento.
Hubo rockola en el negocio y gallera del
señor Jacinto Peñaloza, que tenia un variado repertorio, a media cuadra de la plaza; y otras, no menos
animadas como las de Augusto Carrasquero, local y gallera, ubicada en la calle
Bolívar, a una cuadra de la Iglesia, donde tenían buenas rancheras y variadas
criollas y extranjeras.
De las rockolas que se convirtieron en
el principal instrumento de animación musical de los pobladores de La Puerta, debemos
anotar las de Rodulfo Combita y Escolástico Combita, ubicada en la Calle Páez,
con rancheras, boleros, guarachas y baladas; también las del señor Antonio Rivas y la señora Marta Combita,
entrando por la Calle 3, hoy cerca del Hotel Cordillera; igualmente hubo música
de moneda en el negocio de Escolástico Combita, ubicado en la calle Páez, a media cuadra de la Prefectura. En el
restaurant "Pastelito de Oro", en La
Hoyada, también hubo rockola. En La Flecha, había rockola en los negocios de Pablo y el de Ramón Volcán, en este negocio de Ramón aprendió a bailar el amigo Oscar Volcán, atendía y bailaba; y en el sector la “Y”, la del señor Enrique Aldana. Si, era
cierto, que algunos vecinos, para justificar las cucharadas, decían “voy a
esperar que suene la mia”, algún porro, o cualquier ranchera, lo que alargaba la
alegria y a veces, una de Julio Jaramillo o Daniel Santos para la tristeza; pero
una u otra situacion, aderezada con musica. Jaramillo, estuvo en la Discoteca “La
Araña”, cantando y libando como los buenos, según me lo contó Gustavo Duque, el
popular regente del Pastelito de Oro.
Las mas conocidas eran
las Rockolas marca Segburg-Wurlitzert.
Así como era causa y sostenimiento de
los bebedores, los más melómanos, acudían todos los fines de semana a
cerciorarse y escuchar las nuevas canciones, que llegaban en los acetatos que
iban cambiando cada cierto tiempo, en esos aparatos musicales. Por ahí desfilaban
las voces mexicanas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solis, José Alfredo Jiménez,
Antonio Aguilar, o de ilustres caribeños como Beny Moré, Celia Cruz, Rolando la
Serie, o sureños como Leo Marini y Lucho Gatica, entre otros.
Con la llegada de los aparatos de
sonido en sus diferentes modalidades y los discos compactos (CD), las rockolas, pasaron a ser de la tercera edad
y fueron sustituidas y arrumadas en el cuarto de los cacharros viejos. La
mayoría era de marca Segburg-Wurlitzert, la más vendida fue la Modelo Spectra, que cargaba con 80 Discos y la Rockola Marca Ami modelo G-120, algunos dueños de estos
negocios o hijos de éstos, aun las conservan como reliquias. Así se amenizaron durante una
época, las celebraciones en nuestra parroquia.
omanrique761@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario