martes, 23 de junio de 2020

Pueblo Rockolero y Alegre.


         Las Rockolas musicales.


                                                          Oswaldo Manrique R.

El capitalismo, acostumbró a los pueblos a surtirlos de cuanto invento se le ocurriera vender. Los comerciantes, como parte de la cadena económica, sirven de agentes en esa práctica. A comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado, las pulperías, bodegas o negocios mercantiles de La Puerta, llegaron las famosas rockolas, que se consideraron escandalosas y para otros, la fórmula de masificar la música para los que no tenían tocadiscos o gramófonos en este medio rural. Allí, metiendo una moneda, podían escuchar los corridos, rancheras, mejicana, bolero, joropo y cualquier expresión de música popular que estuviera de moda, lo que  estimulaba al escucha a seguir consumiendo en el local. Eran unas  maquinas bastante populares,  permitiendo que el melómano escogiera de una lista de canciones, la que más le gustara. Se estima que en 1910, mejoraron y modernizaron el sistema del cilindro con que se iniciaron las primeras rockolas, y fue sustituido por un mecanismo que reproduce el grupo ordenado de  discos de 45 rpm, mediante la introducción de monedas y haciendo su selección personal.  
La rockola impactó el mundo de la diversión y el entretenimiento de los habitantes de La Puerta. En muchos sitios de la comarca se instalaron estas maquinas musicales. Las más visitadas en su época de apogeo, para bailar y conseguir pareja, fueron las del Centro Familiar El Valle, de la señora Elda Torres, local frente a la plaza Bolívar, atendido por su hijo Kike Matheus, recuerdo a Alfonso Rivas, del páramo, que entraba al mediodía, alborotando y gritaba “llegó la alegría” e iba directo a la rockola, a poner un porro o alguna cachicamera del momento, eran dos o tres mesas que se ocupaban rápidamente para escucharle sus historias fantásticas  y a bailar muchachos; otra de las rockolas que se convirtió en parte de la cotidianidad musical de los puertenses, fue la del “Centro Social Tropical”, en la calle Bolívar, entre calles 3 y 4, La Puerta, local de dos niveles, resturant y área bailable, del señor Gil Combita; otro de los de mayor recordación fue la popular “Terraza Zulia”, en la avenida Bolívar, entre calles 2 y 3, La Puerta, su dueño era el señor Benito Sánchez; en estos establecimientos se podía además de comer y  escuchar la música, bailar en el local, conversar las parejas de novios, hasta el amanecer. Fueron muchas las parejas de enamorados y matrimonios que generaron estos lugares.

A pesar de ser unos aparatos o armastotes barrigones y pesados, median casi metro y medio de alto, las rocokolas, eran las reinas más buscadas en los centros de esparcimiento, restaurantes, fuentes de soda, bares, bodegas y pulperías; en los años 60, del siglo XX, eran el centro de la alegría y la fiesta popular. Asi como producían diariamente mucho dinero, también eran aparatos costosos.

Los fines de semana o en días de fiestas del pueblo y religiosas, se podía observar, como los jóvenes solitarios, entraban a  los locales e iban directo a la maquina musical, era como si estuvieran embrujados, directo a meter la moneda y a marcar la escogida, ni siquiera saludaban a los otros rockoleros presentes; luego, pedían su cerveza, se ubicaban en alguna mesa y a disfrutar del momento.  Hubo rockola en el negocio y gallera del señor Jacinto Peñaloza, que tenia un variado repertorio,  a media cuadra de la plaza; y otras, no menos animadas como las de Augusto Carrasquero, local y gallera, ubicada en la calle Bolívar, a una cuadra de la Iglesia, donde tenían buenas rancheras y variadas criollas y extranjeras.

De las rockolas que se convirtieron en el principal instrumento de animación  musical de los pobladores de La Puerta, debemos anotar las de Rodulfo Combita y Escolástico Combita, ubicada en la Calle Páez, con rancheras, boleros, guarachas y baladas; también las del señor  Antonio Rivas y la señora Marta Combita, entrando por la Calle 3, hoy cerca del Hotel Cordillera; igualmente hubo música de moneda en el negocio de Escolástico Combita, ubicado en la calle Páez,  a media cuadra de la Prefectura. En el restaurant  "Pastelito de Oro", en La Hoyada, también hubo rockola. En La Flecha, había rockola en los negocios de  Pablo y el de Ramón Volcán, en este negocio de Ramón aprendió a bailar el amigo Oscar Volcán, atendía y bailaba; y en el sector la “Y”, la del señor Enrique Aldana. Si, era cierto, que algunos vecinos, para justificar las cucharadas, decían “voy a esperar que suene la mia”, algún porro, o cualquier ranchera, lo que alargaba la alegria y a veces, una de Julio Jaramillo o Daniel Santos para la tristeza; pero una u otra situacion, aderezada con musica. Jaramillo, estuvo en la Discoteca “La Araña”, cantando y libando como los buenos, según me lo contó Gustavo Duque, el popular regente del Pastelito de Oro.  


                                            Las mas conocidas eran las Rockolas marca Segburg-Wurlitzert.

Así como era causa y sostenimiento de los bebedores, los más melómanos, acudían todos los fines de semana a cerciorarse y escuchar las nuevas canciones, que llegaban en los acetatos que iban cambiando cada cierto tiempo, en esos aparatos musicales. Por ahí desfilaban las voces mexicanas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solis, José Alfredo Jiménez, Antonio Aguilar, o de ilustres caribeños como Beny Moré, Celia Cruz, Rolando la Serie, o sureños como Leo Marini y Lucho Gatica, entre otros.  
Con la llegada de los aparatos de sonido en sus diferentes modalidades y los discos compactos (CD),  las rockolas, pasaron a ser de la tercera edad y fueron sustituidas y arrumadas en el cuarto de los cacharros viejos. La mayoría era de marca Segburg-Wurlitzert, la más vendida fue la Modelo Spectra, que cargaba  con 80 Discos y la Rockola Marca Ami modelo G-120, algunos dueños de estos negocios o hijos de éstos, aun las conservan como reliquias. Así se amenizaron durante una época, las celebraciones en nuestra parroquia.


La Puerta, junio 2020.

omanrique761@gmail.com 


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