El jocoso flaco Federico Araujo.
Oswaldo Manrique.
Desde las primeras décadas del siglo
XX, tiempo de mucha pobreza, estrechez y limitaciones económicas, La Puerta, se
estaba repoblando, lo que representaba una oportunidad de trabajar las tierras
despojadas a los indígenas, o que se podían negociar, llegó gente nativa
de otros municipios Trujillanos.
En los años 40, abrió sus puertas el Hotel Guadalupe, que imprimió nuevo impulso a la economía local. Igualmente, existían las viejas haciendas. La Puerta, aparentaba ser un lugar de oportunidades, llegaban familias jóvenes, con ansias de trabajar la tierra y poder sostener sus familias. Una de esas personas, fue el flaco Federico Araujo, natural de Monte Carmelo, nació en 1895, conocía la labranza de los cañamelares y de la técnica del Trapiche. Se casó con Cándida Jerez, oriunda también de Monte Carmelo, allí procrearon once hijos. Quedó viudo muy joven en Monte Carmelo, y se mudó a La Puerta, en el sector Santa Bárbara, donde levantó responsablemente a sus hijos.
Conocedor del cultivo y producción de
caña de azúcar, trabajó en el Trapiche de los Viera, en las antiguas tierras
del padre Rosario, del Resguardo Indígena, después denominada hacienda
Rosario, de La Puerta. Federico vivía y tenía una finca en Santa Bárbara,
fuera del área urbana, la que cultivaba y atendía personalmente.
Cansado de la soledad, se fue a vivir
a la casa de su hija Clarisa Araujo, en La Puerta, quién ya se había casado con
Víctor Manuel Briceño Briceño, oriundo de San Lázaro, y allí estuvo por unos 50
años.
Era un hombre respetado, amable y de buen humor, pero sus vecinos usualmente se preguntaban las razones por las que siendo joven, no se había casado nuevamente. No se volvió a matrimoniar.
En la imágen, de derecha a izquierda, la señora Clarisa Araujo, Federico Araujo, y Victor Briceño, yerno de éste, acompañado de varias de las nietas. Cortesía del señor Pedro Pablo Rivero. |
En el ocaso de su vida, cuando se
tomaba sus cucharadas de sanjonero, y compartía con vecinos y amigos les
cantaba: <<cuando tenía plata, me decían Don Tomás, y ahora que no tengo,
me dicen tomá no más>>, y así, continuaba la jornada de cuentos y
ocurrencias humorísticas.
Era un hombre de piel clara, de porte
quijotesco, siempre fue muy delgado, muy trabajador y de graciosa conversación.
Su pariente Pedro Pablo Rivero, rememoró, cuándo y cómo le salvó Federico, la
vida a su hijo Hugo Araujo, que trabajaba en el Trapiche de los Burelli, en la
calle 4; en un momento de la jornada, lo haló la máquina, y por su rápida
acción, solo le enganchó el brazo y lo salvó; ésto, gracias a su conocimiento
del funcionamiento de los trapiches.
La señora Clarisa Araujo, hija del jocoso Federico Araujo. Cortesía del señor Pedro Pablo Rivero. |
Recuerda también que fue un hombre
muy jocoso y ocurrente, con unos cuantos años a cuesta, andaba con su
garrote en la mano para ayudarse, cuando salía a visitar a algún amigo o
a realizar diligencia, y se encontraba con un grupo de personas amigas o
vecinos reunidas o conversando, se detenía y les decía uno de sus picarescos
saludos: <<¿Dónde están los maricos de La Puerta? ¿Usted es marico?
>>, a lo que los presentes le reían; pero en una oportunidad, dió
el mismo saludo, ante otro grupo, y un señor se sintió ofendido y le dio una
paliza, que sacó al jocoso Federico de circulación de calle, por un buen
tiempo, lo dejó comiendo con pitillo. A los días el que lo aporreó, se hizo
responsable de los medicamentos y la recuperación del viejo Federico. Murió en
La Puerta, en 1980.
La Puerta, enero 2022.
Gracias por tan hermosa reseña de mi abuelo, muy agradecida
ResponderEliminar