La
galopa de Cesáreo Parra, 1915.
Oswaldo Manrique
El joven y aguerrido Coronel, sentado en una butaca de cuero de vaca, sintió que malos augurios se le acercaban, cuando escuchó el sonido veloz de los cascos de una mula fina de algún cristiano amigo o compañero. Se calzó las polainas, tomó su revólver, se puso su lanosa carpeta encima, su sombrero y esperó a que terminara de llegar el desesperado jinete.
De Jajó a Palmira.
La mula a toda galopa, se deslizaba
por entre riscos y empinadas montañas parameras, así como, por matorrales,
arbustos y todo lo que pudiera parecer un mal paso. Andaba si se puede decir,
por instinto y recuerdo, tenía sus años. Su jinete llevaba el apremio y el
miedo a la vez, pues las condiciones políticas y militares que imponía Gómez el
dictador, no le eran favorables; casi infranqueables, él iba con Dios y la Virgen,
madre de éste. Conocía como la palma de su mano, el camino, sus ríos, quebradas,
trochas, voladeros, zanjones, pasos, la maraña de pajonales, descampados de día
y de noche, en lo claro y bajo niebla y lluvia.
Según nuestro dilecto amigo y
colaborador Antonio Lino Rivero, hijo del maestro Martín Rivero, admirador del
Coronel y amigo de Cesáreo, éste se encontraba en Jajó, porque fue a realizar
diligencias en el sitio donde nació, y se quedaría el tiempo necesario. Aquel día, en la plaza del pueblo,
después de saludar a viejos amigos de infancia y algunos familiares, se dirigió
a donde el Jefe Civil del Municipio, pero ve un movimiento inusual de tropa del
gobierno nacional y de policías. Llegó al Despacho, sintió una atmósfera
represiva, cargada de olor a violencia, de cacería de hombre, que impedía
respirar el aire en ese lugar y momento. Le preguntó a un conocido, la razón
del operativo y le dijo el nombre de a quién iban a capturar y el sitio a donde
se dirigía la tropa cazadora de hombres.
Cuando regresó a la plaza, se quitó
el sombrero, se rascó la cabeza con preocupación, repitiendo en silencio el
nombre de la presa de caza. Miró al cielo, como buscando una señal en ese
momento de consternación interna. Sacó del bolsillo del pantalón la cajeta de
chimó y se metió en la boca su peyita viajera.
- ¡Mi amigo el Coronel! -pensó-. Y volviendo a mirar el
rostro de aquellos “chácharos" infernales y bien armados con máuseres y
rifles, buscó su briosa y pretenciosa mula, la montó, era buen jinete, ella
comenzó a lucir sus hermosos pasos, entonces su alterado dueño le dijo: - Apúrele
ligero, que vamos pa’ Palmira avisar al Coronel. Una mula en ese
tiempo, de acuerdo a las compras del general Araujo, podía llegar a costar unas
doce morocotas. Mientras Cesáreo se retiraba al son del bello pasitrote del
animal, los “chácharos", no le quitaron la vista, a su precipitada marcha.
Era el año 1915, de entre el
Zanjón de los Muertos, en la cima de La Mocotí salió Parra, por el pedregoso,
angosto, sinuoso y empinado camino cercano a la Lagunita del Portachuelo, de
allí surgió el jinete en una desesperada y ciega galopa. En él se notaba el
amarillo de la tierra caminera, el sudor de la franela, junto al hambre y la
sed de aquella larga carrera.
Entró en la casa de San
Martín, buscó al Jurungo, padre del Coronel, conversó con él y salió rápido.
Cesáreo entró a su casa en la Media Loma, buscó su carpeta de lana, algo de avío
y continuó su apretada marcha.
José Américo, estaba
refugiado en la casa de su hermano Pedro Mario, en Palmira, <<
pues las fuerzas del gobierno lo perseguían de día y de noche>> (Rivero,
Antonio Lino. Notas sobre Américo Burelli. S/N. En fotostato. Maracaibo. 2011). El joven militar, se había convertido en uno
de los enemigos más buscados por el largo y terrorífico gobierno de Juan
Vicente Gómez, tras su levantamiento militar en la Sierra de la Culata y el
sitio de Timotes, junto con otros oficiales, en lo que la memoria oral de nuestra
comarca, llama “la guerra de los 15 días”.
Cuando estuvo a punto
de " tiro de cachito", el Coronel se dio cuenta quién era y desistió
de disparar. En efecto, la galopa, a pesar de su edad, no la sintió Parra,
ni en lo físico, ni en el tiempo, eran momentos de preocupación por uno de sus
amigos más admirado, en que el cuerpo se vuelve insensible, privilegiando el
valor y el culto a la amistad, así lo aprendió y lo demostró, aún al costo de lesionar
a su fiel animal.
Mula y jinete
traspasaron la entrada de la finca y frenó en seco, en el patio. Se bajó
de su fiel bestia que soltaba baba blanca en su pelambre, y llamó al
Coronel, quien lentamente al conocer la voz, salió a verle el rostro toteado
por el sol y el viento, a recibirlo, aquella tarde de calor y frío. Era la
figura con 58 años de edad, curtida, viril y alterada del buen amigo Cesáreo
Parra.
Cuando le informa que
viene una columna de "chácharos" para capturarlo, entró rápidamente a
la casa, y ordenó llamar a Pedro Mario, su hermano, poniéndolo al tanto, para
la huida y evadir el cerco policial militar; también, o hizo con Umberto, su
otro hermano, que andaban tras él para capturarlo, por estar involucrado en el
movimiento de resistencia contra la dictadura. Con un gesto firme, le
agradeció a Cesáreo aquel sacrificio de alertarlo frente a la cacería montada
por el tirano enemigo.
En la lacónica referencia
de Rivero, apuntó que, << De La Puerta, llegó un jinete
(Cesáreo Parra), a todo galope para avisarles que venía una comisión para
hacerlos presos. Los hermanos Burelli, tuvieron que salir huyendo por las
montañas de San José de Palmira y Monte Carmelo>> (ídem); al no
encontrarlos, la decepción la pagó un joven de La Puerta, José Antonio
Pabón a quien se llevaron detenido y
amarrado, que trabajaba con Pedro Mario.
Antonio Lino, agregó en
relación a este hecho, que, <<Dos días después llegó la tropa a la
casa de doña Adela al mando del general Olegario Salas... alto y arrogante se
adelantó y le dijo: - Señora, tiene que salir de aquí, necesitamos la casa para
la tropa del gobierno>> (ídem); habían comenzado los saqueos a
los bienes y fincas de los Burelli García. Evidentemente, Cesáreo le frustró la
cacería a la Comisión del Gobierno, pero no, el ladronazgo.
Parra, que lo vieron los militares en Jajó, sabía las consecuencias de su acción, montó nuevamente su mula, en rápida marcha se dirigió por un estrecho camino, y se regresó a su casa en Los Manzanos, donde lo esperaban con cierta impaciencia Mercedes su mujer y su familia. No estuvo seguro de su suerte ni de los riesgos que le venían, pero siempre estuvo pendiente de la suerte del Coronel. Así, logró salvar de la captura a ese caudillo pujante, en aquellos primeros episodios de la resistencia contra la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Otra versión de este episodio, que no varía en lo sustancial del asunto, es la de una pariente del coronel Américo, que escribió lo siguiente: <<Al pasar la comisión por Timotes, el padre Buenaventura Vivas –enterado de lo que sucedía- envió a un baquiano llamado Cesáreo Parra, conocedor de atajos por la montaña, para avisar a sus amigos que habían sido descubiertos y que gente del gobierno iba ya en camino para sorprenderlos>> Burelli Rivas, Ligia. Humo de higueras. Capitulo X. Pág. 66. Editorial Arte. Caracas. 1979).
En la continuación de su relato,
anotó: <<En la tarde de ese mismo día los hermanos conversaban en la casa con
dos o tres personas más y algunos peones que se habían convertido en
guardaespaldas, cuando vieron llegar a Cesáreo Parra fatigoso y asustado con
aquella noticia>>. Ante esta
reunión y conversación, les dijo: <<-apúrense que ya los Nacionales
deben estar llegando al pueblo –les gritaba el hombre impaciente para que el
gesto de aquel gallardo Padre Vivas y su propio cansancio no resultaran
inútiles>> (Ídem).
Después de la carrera,
en calma, le dio el íntimo saboreo de un sentimiento de satisfacción,
espumante, sonoro y altivo como las aguas del Bomboy, que llenó su estampa, al
haberle cumplido de esa forma, al mozo comandante de la Sierra de La Culata. Esta bondadosa acción, de aquel jinete y su mula,
fue tema obligado en las casas de las familias puertenses, incluso, las de Jajó
y Palmira.
¿Quién era el hombre de la galopa?
El hombre de la galopa, es José Cesáreo
(o Cesário) Parra Castellanos, quien nació en la población de Jajó, estado
Trujillo, en 1857. Su padre José Francisco Parra, agricultor y su madre María
Isabel Castellanos. Compartió los afectos y crianza en su hogar familiar con
seis hermanos, Hipólito, Genaro, Juana, Felipa, Petronila y Paula Parra
Castellanos (Datos suministrados por Antonio Lino Rivero. 2022); parte de la
extensa familia Parra, de Jajó.
Desde la batalla campal de 1892, convertido Jajó -patio propiedad del general Juan Bautista Araujo el “León de la Cordillera”-, en un campo de guerra, por los "ponchos y lagartijos", dejando centenares de muertos, según Fabricio Gabaldón, quedó abandonado (Gabaldón, Fabricio. Rasgos biográficos de trujillanos ilustres. pág. 120. Edición Presidencia de la República. Caracas. 1993); las víctimas de los saqueos de los Araujistas, formaron grupos armados de venganza y recuperación de bienes, creando más zozobra y violencia.
Esta localidad, donde los amigos en confianza se dicen "zambo", unos a otros, cuyos temas de conversa eran los gallos, las bestias y las sementeras, quedó desierta. La mayoría de los jóvenes huyeron, otros se ocultaron, algunos se unieron a los caudillos regionales y locales, que hacían justicia por su cuenta. Eran tiempos de mucha violencia y hambruna. Cesáreo, antes de esto, había tomado otro rumbo: hacia La Puerta, donde se comenzaba a reconstruir un pueblo, sobre el destierro de los indígenas.
Parra, en su búsqueda de nuevos
horizontes, se vino a La Puerta, y comenzó a trabajar unas tierras de don Audón
Lamus, un prospero hacendado y un sagaz y
dinámico comerciante de la localidad y del occidente del país. Éste hizo una enorme fortuna, adquirió mucha propiedad
inmobiliaria, que incluyó, el lote de terreno y lo que quedó del Oratorio de la
Guadalupe de indios de La Puerta, que construyó el padre Rosario, de su propio
dinero en 1827; Lamus lo adquirió del
señor Giacopini y su esposa, el 23 junio de 1922, lo que produjo innumerables
leyendas y narraciones extraordinarias.
Lamus, era propietario de la posesión denominada “La Media Loma”, alguno considera que esta era la antiquísima e indígena “Lomalla de Busandi”, camino a La Lagunita del Portachuelo; Lamus se entendió con Cesáreo y éste comenzó a hacerla producir. Las otras fincas de Audón, como El Pozo, eran muy productivas con buen ganado lechero y producción de quesos; así, fue adquiriendo otras propiedades, que lo convirtieron en terrateniente y en el hombre más rico del pueblo, pero Cesáreo se la llevaba bien con Audón, y sembraba parte de esas tierras.
En la posesión del padre Rosario,
donde levantó el Oratorio de la Virgen de Guadalupe de indios, con mucha
sapiencia comercial inmobiliaria y con visión futurista, en 1922, este
comerciante se va a vivir a ese zona, a la entrada norte del área urbana de La
Puerta y establece su casa, allí mismo, con varias puertas en la fachada, abre
su negocio de telas, ropa, zapatería, sombreros
y mercadería seca, como en los tiempos coloniales, mientras más puertas
tenía el local, era señal de gran prosperidad.
En el costado norte y lado izquierdo del negocio, montó una bomba
de gasolina, era la entrada del pueblo y del hotel. En el costado Sur, tenía un
solar donde criaba gallinas, puercos, pavos, gansos, quedaba una casa abandonada, que se presume era para dar posada a los
peregrinos, y al final de este patio estaba el portón que da al zanjón de la
caraota amarilla; este zanjón se lo vende al tiempo, al señor Carlos Jaeger,
del Hotel Guadalupe, después que le vendió el terreno donde se construyó el
hotel. Este sector, después fue llamado el “Topón”.
Al asentarse como productor y estando
en un sitio, que le permitió trabajar las tierras de Audon Lamus, con el que
mantuvo buenas relaciones personales y de negocios, por muchos años, conoció a
una joven de la Media Loma, con la que contrajo matrimonio en La Puerta, el 13
de noviembre de 1897, la novia, su nombre: Mercedes Paredes, de 18 años de edad,
hija de Francisco Paredes y de Casimira Hoyos. La novel pareja se residenció en
la Media Loma, fomentaron familia, procrearon cuatro hijas: Luisana, Blasa,
Teodora y Sixta, y cuatro hijos: Daniel, Humberto, Jesús y Ricardo; este
último, murió en el 2012, a la edad de 110 años, en La Puerta.
Allí, muy cercano al caserío donde le
tocó vivir y trabajar, Parra conoció a un joven Coronel oligarca, habitante de
la posesión San Martín, próspero hacendado y valiente guerrero, de nombre
Américo Burelli García. Es bastante probable, que en 1899, cuando era seguidor del joven coronel Américo Burelli, participara bajo la
comandancia de éste y del general Leopoldo Baptista, en la acción de La
Mocoti, que salvó a las tropas oligarcas de ser despedazadas por los liberales,
y posteriormente, haya acompañado a éstos, en la famosa División Trujillo,
contra los banqueros de la “Revolución Libertadora” en 1903.
El ocaso del viejo roble de los Parra.
En la década de los años 30 del siglo
pasado, el legendario Cesáreo Parra, gustaba de alternar con sus amigos. La
consolidada y demostrada amistad con los Burelli García, dejó al fallecimiento
de estos, empatía con algunos descendientes. Cuando Regulo Burelli Rivas, que
estudiaba en el Seminario de Mérida, y luego al cursar Derecho en la
universidad de dicha ciudad, regresaba en vacaciones a La Puerta, el viejo Cesáreo,
con más de 70 años encima, lo iba a visitar, a conversar con él. Se llegaba
a la casa del molino de trigo, aquel que
fue movido por el agua de la acequia hecha de mampostería, donde conversó
muchas veces con Américo y con Pedro Mario, alrededor de una ruma de arepas de
trigo y el exquisito mojito, o en una tarde, para compartir una taza de la
sabrosa postrera; esa residencia rodeada
de árboles de pomarrosa, matas de durazno, moras, limonero y una de naranjón, ubicada
en lo que hoy es la calle 4 de La Puerta y cercana al río Bomboy.
Esa aura que seguía al poeta, la literatura, el arte, la lírica, atraía al viejo roble de los Parra, quien al enterarse de la llegada de su joven amigo, se acercaba a su casa, con algunos frutos de su huerta, y se los llevaba más que como ofrenda al amigo, como una manera de conversar y escuchar sus entretenidas disertaciones culturales y religiosas, o escuchar sus canciones y poemas o que le hablara del Eminentísimo padre José Humberto Quintero. Ada Abreu Burelli, lo evocó en una remembranza, así: <<el patriarcal Cesáreo Parra -ese viejo señor de la hermosa barba blanca y conversación pausada y sabia- traía desde Chucumbete, para agasajar al tío Regulo>> (Abreu Burelli de Rodríguez, Ada. Reencuentro con una infancia. pág. 83. En: Abreu Burelli, Alirio. Un valle, una aldea, un río. Caracas. 2007). Quizás para Cesáreo, de los Burelli de la segunda generación, quien tenía cierta semejanza ideológica con el Coronel Américo, fue Regulo, por eso, su predilección amistosa.
En nuestra investigación documental, localizamos el acta mortuoria de nuestro personaje, que consideramos importante y la compartimos a continuación.
Partida de defunción de Cesáreo Parra. Transcripción del original.
<<N° 36. Francisco Miguel Delgado, primera autoridad civil del Municipio La Puerta, hace constar que hoy veintitrés de octubre de mil novecientos cuarenta se presentó a este Despacho el ciudadano Ricardo Parra de veintiocho años de edad, soltero, agricultor, vecino de este Municipio y manifestó que ayer a las dos de la tarde falleció en el Caserío “Media Loma” de esta jurisdicción, su padre Cesáreo Parra, de ochenta i tres años de edad, agricultor y vecino de de este Municipio, quien al acto de su fallecimiento estaba casado con María Mercedes Paredes, vecina de este Municipio.- de las noticias adquiridas aparece que la causa del fallecimiento fue de Fiebre y duró enfermo quince días y no dejó bienes de fortuna. Los testigos presenciales de este acto fueron Luciano Moreno y Bernardo Ocanto, mayores de edad y vecinos de este Municipio.- Leída la presente acta al presentante y testigos manifestaron su conformidad y no firman por decir no saber. El jefe Civil (Fdo.)Francisco M. Delgado. El secretario (Fdo.) A. Burelli R. >> (Libro de defunciones año 1940. Unidad de Registro Civil Parroquia La Puerta).
Cesareo, vivió siempre en la Media Loma, fue un campesino sin tierra, la trabajó toda su vida,
conocido por la calidad de sus cosechas y por sus buenas acciones. En el año
1940, aquejado de una enfermedad que no pudo vencer, su bien ponderada familia
y sus amigos, vieron apagar la señera vida del legendario Don Cesáreo Parra, el
de la frenética y nacionalista galopada de 1915. Murió sin haciendas, y sin
bienes de fortuna. El rescate y recuerdo de este personaje local, debe
mantenerse en la conciencia de los puertenses, porque fue un varón ejemplar, de
trabajo tesonero y honesto, buen padre de familia, y por su lealtad a la
amistad, a los principios y valores humanos, y particularmente por su actitud
en defensa de los intereses nacionales.
La Puerta, marzo 2022.
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