sábado, 22 de junio de 2024

Cultura y sencillez en Juanita Archila de Uzcátegui.


Por Oswaldo Manrique (*)


La primera promotora cultural de La Puerta.

Durante las primeras décadas del siglo XX, La Puerta, tras el alzamiento de los caudillos de la Cordillera, estuvo inmersa en una difícil situación con la dictadura de Juan Vicente Gómez, comunidad azotada además, por la penuria, el analfabetismo  y las enfermedades, sin embargo, se sentía el aliento de pobladores, con inquietudes formadoras de alto valor educativo y cultural, de ideas nacionalistas y de justicia.

En esos retirados años, estuvo presente el ímpetu humano por construir una nueva comunidad a pesar de las máculas históricas de los caudillos. Casas a medio construir, que no pasaban de cincuenta, en una persistente penumbra, calles de tierra y barro, con un oblicuo recuadro que llamaban Plaza atravesada por quebradas que se desprendían de la montaña. Uno de los testigos que refiere al pueblo de La Puerta, como obra colectiva de improvisados constructores, señaló: pero <<igualmente la empresa común de ánimos empeñosos que, tal vez conformes con su propia estrechez, pero inconforme con ella como para transmitirla,  lucharon por transformar, mejorándola hasta donde pudieron, la atmósfera en que debieron cumplir la difícil parábola de sus días terrenos. Entre lo más esforzados orientadores, están... las maestras como doña Juana Archila>> (Mágica puerta de la infancia. Discurso de Régulo Burelli Rivas, 8 - 8 - 1970); destacaron algunos rostros de bellas mujeres que habían llegado desde otros lugares. Archila, contribuyó a elevar de nivel de conciencia ciudadana y la misma existencia de esta comarca.

Doña Juanita, la maestra que abría horizontes más amplios.

Cuando llegó a La Puerta, era una mujer bastante mayor, había nacido en el año 1879, pero traía un buen dinamismo y el conocimiento para emprender una loable y significativa labor educativa en un pueblo aislado, desinformado y mayormente analfabeta. Eran tiempos en los que algunas familias, cuidaban su cabello con Tricofero de Barry o el Tónico Oriental, y se perfumaron con Agua Florida de Murray, el perfume universal. En cuestiones de salud, se prevenían con el Jarabe de Vida de Reuter, todos estos productos lo podían adquirir en la Botica Alemana de los Haack, o en la Botica Inglesa

Su pariente el académico e  historiador merideño Asdrúbal Baptista Troconis, en la sección Maestras y Maestros, de su revista de historia, reprodujo una referencia de uno de los alumnos de Juanita Archila de Uzcátegui, quien la  inscribió en sus memorias, así: <<De fiesta fue para nosotros la llegada al pueblo de una maestra oficial, ya mayor, llamada doña Juanita Archila de Uzcátegui. No era la primera maestra estadal o Federal, porque cuando yo crecí había una excelente también oficial llamada Concepción de Salinas>>  (Burelli Rivas, Miguel Ángel. En: Baptista, Asdrúbal. El desafío de la historia. Maestras y Maestros.  Vol. 30. Macpecri); no fue la primera, pero si, la más destacada.

Agregó el mismo Burelli, lo siguiente: <<Doña  Juanita instaló la escuela en la esquina culta del pueblo. Ella nos enseñaba a recitar poemas, a escribir pequeñas alocuciones patriotas para las ocasiones solemnes o nos hacia breves discursos para que los declamáramos en los días grandes de la Patria.  Sobre todo, ella nos abría, con sus cuentos y narraciones horizontes más amplios que los del tercer grado a que equivalía su escuela.  Y lo hacía con gracia de persona fina educada, que había conocido y vivido entre gente culta>>  (Ídem); la esquina culta, para la pequeña oligarquía municipal, era la casa construida por el coronel Eulalio Ruz, temido personaje “Poncho” de la época de los caudillos, justamente donde está hoy la Escuela de Música de La Puerta, vecina a las casas de las familias Abreu, Burelli, González, Viloria y Bello.

Su ex alumna, Ligia Burelli, recuerda su gestión docente en la siguiente forma: <<pero que en clase era más estricta que un mariscal prusiano>> (Burelli, Ligia. Un día volver. Página 295. Caracas 1992), y explicó que: cuando algún padre preocupado aspiraba que su hijo estuviera en la escuela, aunque fuera en calidad de oyente, doña Juanita, gustosamente lo aceptaba, pero <<siempre que no le ocasionaran problemas>>, si los niños se entretenían o eran rocheleros o muy conversadores en clase, ella con su originalidad y decencia, se los enviaba <<con una carta para los representantes que no era otra cosa que su expulsión por mala conducta>> (Burelli, Ligia, 296), claras reglas de convivencia.

En Reencuentro Con Una Infancia, otra de sus ex alumnas Adela Abreu Burelli, anotó: <<la escuela nos brindó una excelente maestra: doña Juana Archila, ella no solo enseñaba las cuatro reglas, enseñaba también canto y guitarra, bordado y dulcería>> (En: Un valle, una aldea, un río, 82); impartió con estas actividades atrayentes, un nuevo tipo de enseñanza para esa época.

Juanita Archila pudo haber llegado a La Puerta, a finales de la década de los 20, cuando existía la Escuela Federal de Niñas, Mixta de La Puerta, N° 22. Allí compartió actividades docentes con las maestras Concepción de Salinas, Adriana Gabaldón de Mora, Edilia Carrasquero. 

La Carretera Trasandina la habían puesto en servicio. Se realizaban los grandes carnavales de Valera y de Trujillo y se celebraban a al estilo de grandes comparsas y emotivos montajes al  estilo Valentino o estampas hawaianas, ya se bailaba Charleston, equilibrado con El Manisero, las canciones de Carlos Gardel, se escucha y se baila mucho tango, predilectas del Dictador;  Para el recordado Cronista Luis González, también se escuchaban las populares Para Vigo Me Voy, Son de la Loma, Negra Consentida, Frenesí y la Cumbancha.

En 1935, ocurrió la muerte de Gómez, hecho fundamental que rompe con un régimen cruel, que mantuvo la cotidianidad, horario y vida del pueblo de La Puerta sometido a "la matraca",  lo que había anulado su capacidad de reacción. Al año siguiente, comienza a escucharse Radio Valera que además de romper el aislamiento, cambia la dinámica social y cultural de la región. 

En 1937, la maestra Archila, es designada Directora de la Escuela Pública de Niñas de La Puerta, función que cumplió hasta 1943 (Abreu), cuando fue creado el Grupo Escolar José Luis Faure Sabaut, principal centro de estudios de nuestra Parroquia.

Durante este año 37, ocurrió en este Municipio un sacudón en la educación, porque además de la escuela mixta de niñas, fueron creadas escuelas primarias en sitios cercanos como El Molino y Las Delicias, y asimismo, en los caseríos de montaña como la del Páramo de los Torres, Carorita, La Lagunita y San Pedro, impulso educativo dado por el eminente educador Br. Emiro Fuenmayor (Abreu), Inspector de Educación Nacional en el estado Trujillo, quien  promovió el desarrollo y expansión de una escuela activa y criolla, es decir, dando rienda a la concepción de la nueva escuela.


Panorámica de La Puerta (área urbana), captada desde el viejo camino del Cementerio. Gráfica tomada de de Un valle, una aldea, un río, de Alirio Abreu Burelli.

Primera promotora cultural de La Puerta: Juanita Archila de Uzcátegui, la hermosa y polifacética educadora, baladista, escritora, teatrera, patriota y madre. Baladas en tiempo de tangos. 

Gozaba de un rostro bello, encantador, pelo blanco corto a la moda, ojos claros, piel blanca, su figura encantadora, siempre ataviada de vestidos sencillos y a la vez formales para un clima frío. Si me pidieran caracterizarla en pocas palabras, diría que, energética, porque gozó de esa virtud y capacidad para convencer, organizar y entusiasmar a la gente a participar en la actividad vecinal, se debe sumar otra, la de formadora, por su amplio conocimiento en las diferentes disciplinas que impartió como educadora y a la vez, como activista socio cultural; y finalmente, la cualidad de sencillez siendo bella física y espiritualmente, porque así la veían sus estudiantes, <<doña Juanita, la señora bella, de cabello plateado>> (Burelli, Ligia, 296). Sin duda, a más de bella, fue una dama propositiva. 

Su forma de hablar el idioma, casi a la perfección, el conocimiento y la naturalidad al expresarse ante sus alumnas y alumnos, y hasta con las mismas familias del vecindario, la hacían destacar, en aquella aislada comunidad andina. Su experiencia como educadora, sus modales y convencionalismos sociales, culturales y religiosos, progresivamente fueron incidiendo como guía, en la conducta de sus estudiantes <<Y lo hacía con gracia de persona fina educada, que había conocido y vivido entre gente culta>>  (Burelli, M); y  del mismo modo, en los representantes y en el resto de la comunidad.  Su estampa y ademanes eran los de una dama de mundo, su pelo blanco denota experiencia y vivencias enigmáticas, que contrastaba con su franca y hermosa sonrisa que expedían sus finos labios. Mediana y firme de estatura le permitió andar a su conveniencia en forma dinámica, por los distintos lugares y caminos de la apartada comarca. 

A la par, su intranquilidad y buenos deseos, los canalizó volcándolos en la promoción y organización del ambiente cultural y patriótico, la historiografía la reconoce como primera promotora cultural de La Puerta, cuando ni siquiera existía electricidad, ni carretera, ni biblioteca, ni periódicos, apenas una limitada escuela rural, su casa de habitación familiar, se fue convirtiendo poco a poco en fuente de iluminación cultural y ciudadanía. 

Para doña Juanita, las veladas o actos culturales y reuniones familiares y del vecindario, no tendrían el resultado esperado, sino iban acompañadas con un toque musical, lo que iba creando una atmósfera propicia para la hermandad, e ir abandonando las reminiscencias impositivas de los caudillos locales. Sabía que establecer la cultura musical en La Puerta, era un proceso lento, pero que no se podía abandonar, y enseñaba a su alumnos a cantar y a tocar guitarra.

Dentro de sus virtudes y polifacética vida, una de sus alumnas de aquella escuela novedosa, la recuerda <<doña Juanita, la señora bella, de cabello plateado, que cantaba baladas y se acompañaba ella misma con su guitarra>> (Burelli, Ligia, 296). Cantaba baladas, género, que tenía su incipiente origen en los inmigrantes europeos en América, a partir de 1920, lo que contrastaba con  otros géneros musicales de moda, como los tangos que gustaban al general Gómez, y tal vez, las rancheras mexicanas; sin embargo, cantaba algo más sustancial, sentimental y profundo, pero  en ritmo lento, a pesar que para ese tiempo, ya estaban resurgiendo expresiones nacionales como el vals criollo, canciones como Adiós a Ocumare, predilecta de Cipriano Castro, que debía tocarse en todas las retretas municipales, o el afamado Conticinio del trujillano Laudelino Mejías.

En 1930, la organización de los eventos locales en tributo al Centenario de la muerte del Libertador, en el marco de la conmemoración nacional, tuvo la marca patriota y bolivariana de doña Juanita Archila, de quien comentaban era oriunda de Colombia. Tanto en la elaboración del guión de la magna velada cultural, como en la organización y formación del reducido grupo teatral y musical, en lo que también ayudó don Lucio Augusto Viloria, así como la puesta en escena, con los actores y actrices de las familias de esta incipiente comunidad de La Puerta, en diciembre de 1930, fue un significativo antecedente de la obra cultural de la maestra Juanita, que dio brillo y enalteció el gentilicio local. Fueron muchas horas invertidas en el estudio e investigación al tratar y escenificar la crónica sobre el Libertador moribundo en su viaje hacia la muerte, lo que  al menos como dato curioso, merece su reconocimiento cultural e histórico.

Panorámica de La Puerta (hacia la parte sur, vía a La flecha), captada desde el Campanario del templo San Pablo Apóstol, hoy sin campanas, que no las han querido regresar. Gráfica tomada de de Un valle, una aldea, un río, de Alirio Abreu Burelli.

La actividad de teatro y las veladas musicales, populares, festivas y religiosas en La Puerta, cumpliría una labor importante en el proceso de Neo poblamiento y de construcción urbana de comienzos del siglo XX, casi de concientización, en aquel ambiente de analfabetismo y penurias, en medio del proyecto frustrado de construcción de un pueblo racista (sin indios y sin negros), como aspiración de hacendados y gamonales, pero tuvo en el arte escénico el espacio propicio para generar mediante el entretenimiento, invitación y estímulo a los visitantes a integrarse y contribuir al impulso de esta comunidad en formación, un nuevo imaginario colectivo y local.

Honesta, amable, sociable, dinámica, sin desmayo en sus propósitos, con ella, la comunidad tenía la certeza de que todo saldría satisfactorio, por eso la acompañaban las familias principales y hacendados. Le alcanzaba el tiempo para todo, un pariente de doña Juanita, nos comentó que, <<en La Puerta ella crió a mi padre Pedro Pablo Archila Rodríguez y a Jesús Enrique Archila Rodríguez>> (Edgard Archila. Dic. 2023), estaba casada, y criaba a sus hermanos.

Sus restos mortales fueron enterrados en el camposanto de La Cejita, del hoy Municipio San Rafael de Carvajal, estado Trujillo, y al ser objeto de una crecida de las aguas, desaparecieron. El mismo Edgard, ratificó esta información: <<enterrada allí, sus restos desaparecieron por una inundación>> (Edgard Archila. Dic. 2023). Murió en 1959.

Expreso mi agradecimiento al señor Edgard Archila, por su generosidad en aportar datos del personaje, para la elaboración de esta semblanza.

Esta apartada comunidad andina, llamada La Puerta, debe sentirse en deuda, con doña Juanita Archila de Uzcátegui, noble, culta y sencilla educadora, quien consagró sus esfuerzos, conocimientos y talento, por sus emprendimientos al mejoramiento de la educación y la cultura de esta población,  en un  tiempo que estuvo ayuno de todo, y por incidir como notable pedagoga en la educación de buena parte de esta población, asi como por ser la  primera promotora cultural de La Puerta, lo que la convierte en un meritorio personaje de nuestra historia local.

 

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.

La Puerta, junio 2024.

 Omanrique761@gmail.com

sábado, 15 de junio de 2024

Padre Francisco Antonio Rosario, los linderos de su infancia (2ª. Parte).

 

Padre Francisco Antonio Rosario, los linderos de su infancia (2ª. Parte).


Por Oswaldo Manrique (*)


Detallista y contemplativo, desde su casa en la “Calle Arriba”, veía  andar a muchos curas conocidos, sacerdotes nuevos, sudorosos frailes y religiosos, monjas ataviadas de sus quehaceres, predicadores, novicios, estudiantes, transitando con sus correspondientes hábitos, porque además del Convento de los Franciscanos, había otros dos Conventos, uno de los Jerónimos o de la Congregación de los Predicadores de Santo Domingo, en la “Calle Abajo”, que no tuvo actividad escolar; el otro, era el Convento de monjas dominicas Regina Angelorum. Continuaba como Vicario de la ciudad, el Br. Don Vicente de Segovia, de 42 años de edad, el de los “amancebamientos fraternos y benditos”; y ejercía como Cura Rector Subdecano el Br. Don Idelfonso Escalona Cabeza de Vaca, erudito en Filosofía y Teología, quien sufría <<algunas quiebras de salud que lo tienen bien quebrantado y achacoso casi de continuo>> (Ramos de Lora, Documentos); mantenían en planta, nueve Tenientes Curas (Fonseca, T2, 214); aquellos eran las autoridades de la Iglesia.


IV. Una educación conventual.  El Convento de los Franciscanos de Trujillo.

En 1771, el mozo Francisco Antonio, ingresa a los estudios preparatorios o de primeras letras, que también le servirán como previos para encaminarse en su aspiración a cursar la carrera sacerdotal.  En el Convento, dictaban clases de primeras letras a <<blancos y plebeyos>>; los frailes más liberales, disponían sus espacios como casas de estudio y sin costo.

Una vez que hizo la primera comunión, se preparó para ser monaguillo y ayudar en el Templo Matriz o en la Ermita cercana. La usanza española indicaba que los niños que se inclinaban por el sacerdocio, a los 10 años de edad los internaban en el Convento o Seminario, hasta proseguir estudios en las universidades pontificias y reales.

Aparte de la enseñanza en el hogar, las primeras escuelas fueron los Conventos donde impartían aritmética, lectura, escritura y nociones de filosofía" (Burguera, 98), asimismo más avanzado, daban clases de historia sagrada, y universal, idioma y literatura, geografía y religión, que era como la  parte básica para ingresar a las carreras universitarias o al Seminario de Mérida o de Caracas. Además, para la formación de curas,  exigían cumplir con el requisito para el acceso a un seminario y universidades que <<estaba reservado a los peninsulares y sus descendientes>>; esto nos  revela que Francisco Antonio Rosario, no era indio, mestizo, mulato, negro, ni hijo ilegítimo. Desde su comienzo colonial, la ilustre ciudad fue poblada por blancos, este grupo étnico funcionaba y estaba internamente  clasificado, en el blanco terrateniente o “aristocracia terrateniente” y los blancos criollos, que se dedicaban a oficios y ocupaciones manuales, el comercio, que no mermaba su cualidad de noble, ni su honor y reputación.

Eran tiempos de la decadencia del clero en América. Es celebre el denominado “interrogatorio” de 1784, impuesto por el exigente Obispo Ramos de Lora, quien dio el grado de Sacerdote a Rosario,  exigía que, <<para poder aspirar a los hábitos clericales y ser admitido en la carrera del sacerdocio ser hijos de los representativos de la clase social más elevada>>, en este caso podían  hacerlo los aristócratas trujillanos, aclarando: <<no descendientes de lo que llamaban gentes palurdas de los pueblos>. Su biógrafo el padre Enrique María Castro, afirmó que Francisco  Rosario, pertenecía a una de las <<familias más conocidas de la provincia, y no carecían de algunos bienes de fortuna>> (Castro, 11); cumplía con el requisito de pertenecer a clase social elevada, y tener bienes de fortuna, para ingresar al seminario y cursar los estudios sacerdotales.  

Desde su nacimiento, tuvieron  “Paco”, sus hermanos y vecinos, muy cerca, el espacio y ambiente inductivos para la fe, de sus primeros pasos en la catequesis para niños, el que los acercó a los misterios de Dios y de su vocación, a solo unos 500 metros de su casa: el Convento de San Francisco, también a pocos pasos del añoso Hospital de la Caridad y la Capilla de la Chiquinquirá, justo en los laterales de la Plaza que se llegó a llamar “de los Ajusticiados”. 

Los padres  creyeron conveniente tanto por tenerlo cerca, como por razones económicas, que “Paco”, ingresara a la escuela de los Franciscanos, la más cercana a su residencia familiar, eran las aulas donde impartían la formación de mayor nivel académico de la ciudad, con libros y textos actualizados, también donde se preparaba a los aspirantes al futuro clero. Aunque con cierta timidez, va a clase, lo que mejoraría cuando sus hermanos Nicolás y Felipe, también se integran a estudiar en esta institución, donde había banquetas y tableros y frailes y curas uniformados que dictaban las primeras nociones pedagógicas.  Después de clases el introvertido “Paco” y su hermano Nicolás, avanzaban en sus aventuras cómplices, entre los torrentes y montañas de la “Quebrada de los Cedros” o subiendo a pie hacia los cerros de Carmona y  “La Peña de la Virgen” o trepando árboles para alcanzar pichones en los nidos. El padre Castro  apuntó, que <<sus padres le dedicaron al Estado eclesiástico, como tan religiosos que eran. Entonces era deseo general de los padres de familia, y aún lo fue hasta hace poco tiempo, que uno o dos y aun tres y cuatro de sus hijos abrazasen el estado eclesiástico>> (Castro, 13), sin embargo, los niños Rosario, seguían siendo rebeldes y de carne y hueso.

Las virtuosas aulas del Convento de los Franciscanos, se había convertido en el espacio dispensador de luces, educación y de conciencia ciudadana de los hijos de los blancos peninsulares y blancos criollos, particularmente los que bien de forma voluntaria o por así haberlo decidido su familia, seguirían la carrera sacerdotal durante aquel periodo, y centro guía para el fortalecimiento del clero, como factor de poder colonial. Era una educación de castas. Aparte en la escuela conventual solo accesible para los blancos criollos y blancos peninsulares, le enseñan a leer, escribir, contar y rezar, en el marco de la religión católica.

Luego de adquirir los conocimientos básicos de la escuela de primeras letras, se iniciaba la formación humanística con Gramática y Latinidad (especie de bachillerato). Castro su biógrafo, afirmó que <<Su facilidad en aprender le hizo adelantar pronto en el estudio de la lengua de los sabios>> (Castro, 12).  La gramática latina constituía la base del proceso escolar de esa época y el conocimiento del latín, un requisito principal para cursar estudios universitarios; <<Es probable que en la ciudad de Trujillo hubiese alguna aula o colegio de esta especie,  y que en él estudiase nuestro joven el latín>> (Castro, 13);  Rosario, lo sabía a la perfección, lo hablaba y lo escribía, al igual que, la retórica, la dialéctica, la historia religiosa y algo de la historia profana.  

La investigadora Tarcila Briceño, en su obra  De la ciudad hidalga a la ciudad criolla,  sostiene que Trujillo para el tiempo que nos ocupa (siglo XVIII), contó con una  escuela de gramática y latinidad consolidada en el Convento de San Francisco, como parte de la tradición intelectual, como soporte ético para la vida religiosa y su prédica; orientada además,  a los aspirantes a cura. Se refería a estudios de gramática de la lengua latina, requisito indispensable para luego continuar el estudio y nivel de las Artes durante tres años, que al culminar, autorizaba el paso al tercer nivel de enseñanza o Teología y Moral, que duraba 4 años (Tarcila Briceño, 96-97).

Muchas de las actividades de infancia de “Paco”, entre ellas su educación, estuvieron ligadas al ambiente del aventajado Convento de San Antonio Tavira de Padua de la Recolección, conocido como San Francisco, amplio y adecuado, era el más antiguo y prestigioso plantel académico de la aristócrata ciudad, allí conoció al venerable Padre Joan, su Reverendo Guardián, a los maestros, los novicios, alumnos, sacerdotes, sus aulas y espacios, allí transcurrió gran parte de sus horas espirituales y de estudio. Marcado por la historiografía, como la edificación formadora de recios varones en santidad y patriotismo. Su educación pre sacerdotal la recibió en dicha institución, en la ciudad de Trujillo, el noviciado de dos años, de estrictos estudios religiosos. Julio Febres Cordero, intelectual y escritor trujillano del siglo XIX, uno de sus más antiguos biógrafos, nos aclara: <<Y llegó el tiempo de escoger carrera…pronto los deudos aligeraron los trámites que llevaronlo hasta el Convento Franciscano de Trujillo, la casa de la Recolección de San Antonio de Padua>> (Febres, 55), que contaba con ilustres docentes, donde se formaron los primeros curas franciscanos doctrineros trujillanos. 

Nunca olvidará el acto en el que el Padre Rector, les dio la bienvenida al grupo de “Paco”, no tanto por la formalidad, sino por ser la primera vez que leyó algo ininteligible para él que ya dominaba el idioma de los selectos eclesiásticos. Al entrar en el recinto donde los esperaba el Padre, vio en lo alto de la rancia sala rectoral, que destacaba la siguiente inscripción: <<SE ACABO.A.M.DCC.LXVHI-elGFLP.P.F.V.U. >> (Fonseca, T2, 233); le prestó mucha atención a aquella inscripción. Se la aprendió y la fue repitiendo durante el resto del día. Preguntó tiempo después y varias veces a distintos frailes cuál era su significado, y solo le respondían: - Lo sabrá en su momento. Esto se convirtió para él en la gran incógnita y le venía con recurrencia: SE ACABO, y él se preguntaba: ¿SE ACABO qué?, algo así como uno de sus Arcanos, en el comienzo del cauce de sus estudios. 

*

La alegre muchachería de la que forma parte “Paco”, no logró alterar de ninguna forma la inmutable tranquilidad de la ciudad, todos coexistían en su calmada cotidianidad, sin embargo, un día, en 1774, se vieron religiosos de varias órdenes, frailes ligados por votos solemnes, que corrían desesperados por las calles de la ciudad, con sus hábitos recogidos y figuras sudorosas. A los Conventos llegaban asustadas personas, asi como las monjas, los monjes, los sacerdotes, los vicarios, los novicios, estudiantes, los monaguillos, que regresaban a su sede y otros a sus casas, no fue un terremoto pero si una auténtica sacudida a la tranquilidad  monacal.


El joven Francisco Antonio Rosario, presenció con cierta preocupación en su familia y en la comunidad, la forma violenta como  irrumpió en la ciudad un Batallón de Tropas Realistas, ocupando y tomando la Sala Consistorial y de Gobierno, al pequeño cuartel y los lugares principales, y de los otros pueblos, caseríos y aldeas de la jurisdicción, comandado por el Capitán español don Tomas de la Concha, quien había asumido las riendas del gobierno, por órdenes superiores, con los cargos de Teniente de Justicia Mayor  y Alcalde Ordinario, también, ostentaba el grado de Cabo a Guerra principal, Juez de Comisos y Corregidor de Indios de Trujillo;  lo habían designado con plenos poderes para frenar los excesos y manejos irregulares por parte de las autoridades civiles.

Ni siquiera cuando le tocó visitar la Cañada de Mendoza, vio tantos animales juntos y en estricto orden, en la recorrida de los soldados. En la práctica, era un representante del Rey de España, que sustituyó abruptamente a los gobernantes criollos.

A De La Concha lo seguía y escoltaba subordinadamente una Compañía de Caballería de Blancos peninsulares desde Maracaibo a la ciudad, con cincuenta hombres, que habían acampado previamente en Santa Ana. Fue una sorpresiva militarización del territorio trujillano a la que no estaban acostumbrados los tranquilos pobladores, quienes recurrían ante los excesos de la gente armada del Rey, a las autoridades eclesiásticas. La gestión de gobierno del Capitán catalán duró hasta el año siguiente en que fue sustituido por Francisco Gutiérrez del Corral, pero esta acción militar y de fuerza, que tomó y dominó la ciudad, impactó en su sentimiento americanista a los pacíficos pobladores, entre ellos, a  “Paco” que apenas tenía 13 años de edad.

Una de las exigencias principales para aspirar al sacerdocio en aquella época,  además del latín, era tener conocimiento de la denominada ciencia de teología moral, el Padre Castro su biógrafo, consideró que, <<Nuestro joven debió estudiar la teología moral con algún sacerdote medianamente instruido, siquiera en esa ciencia, y nos inclinamos a creer que fue con el mismo cura de la ciudad de Trujillo>> (Castro, 13). En nuestra revisión, es  bastante probable que Rosario, en 1775, haya recibido clases de Filosofía, Teología y Derecho del Bachiller don Vicente Segovia, o del Bachiller don José Vicente Escalona o con el Bachiller don José Ignacio Briceño, quienes –según el Obispo Ramos de Lora-, eran los mayores conocedores de estas disciplinas eclesiásticas y estaban residenciados en Trujillo (Documentos de fray Juan Ramos de Lora. Revista de Literatura y Humanidades. N° 50. Montalbán. 2017); “Paco” habría cumplido unos 14 años de edad.

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- ¡Eso es castigo de Cristo! ¡Castigo de Cristo! Gritaba una beata arrodillada frente a la Capilla la Chiquinquirá. Junto a ella se iban acercando otras señoras llorando con sus hijos, con sumo temor y abrumadas por el pánico. Aunque no lo dijo, especulaban que se refería a los excesos de los hombres en el mundo profano. 

Una de las experiencias más traumáticas para el muchacho, fue aquella vez que se dirigía a su casa y al atravesar la plaza, caminando tranquilamente, y escuchó un extraño ruido que salía del suelo. De pronto, lo sorprendió algo que nunca había visto ni sentido, un movimiento de la tierra sobre la que caminaba, la que pisaba se movió bajo sus pies; si, la tierra sobre la que estaba parado se movía y lo movía, y lo hizo perder el equilibrio, sintió y vio cómo la tierra se vadeaba como un barco, y los techos y paredes de las casas se desplomaban, mientras la gente quedaba paralizada, otros intentaban correr desesperados y no podían.



A finales de este año, específicamente el 26 de diciembre, toda la comunidad de vecinos de la “Calle Arriba”, desesperados e imbuidos en miedo, aterrorizados, se acercó y  reunió en la Plaza de la Chiquinquirá, frente a la Capilla se arrodillaron a rezar y pedir protección divina, tras ser sorprendidos por el estremecedor terremoto, que destruyó gran parte de las viviendas y edificaciones de la ciudad, incluyendo y afectando el edificio más preciado: el Convento Franciscano. A los minutos, cuando percibió alguna calma, se fue rápidamente a su casa. Al llegar, encontró a su mamá y la familia en la calle, igualmente sus vecinos, en la disyuntiva de que se produjera otro movimiento telúrico, o que todo volviera a su normalidad.  Nadie que haya pasado por esto, y así lo comentó años más tarde, salía ileso de tan dramático trance, eran los designios de la naturaleza. 

Con bastante factibilidad, se puede decir que el joven Rosario, ingresó a los estudios sacerdotales en ese Convento; el investigador Gómez Pariente, mencionado por la profesora Briceño, afirmó que <<el noviciado del convento de San Antonio de Padua, tiene plena vigencia y funcionó en forma casi continua en el siglo XVIII>>, (En: Tarcilia Briceño, 83), esto devela que en la ciudad de Trujillo existía esa sede formal o casa de novicios, y solo tuvo interrupción cuando asumió el Obispado el Dr. Mariano Martí, quien en sus anotaciones señala que <<suspendió este noviciado a causa de la pobreza de este convento y solo permitió terminar la carrera a los novicios que ya habían comenzado>> (ídem), esto ocurrió en 1777, por lo que es  altamente probable que en este grupo estuviere el joven trujillano Francisco Antonio Rosario, quien  tenía 16 años de edad. En este tiempo, era Padre Guardián del Convento y Predicador General Fray José Silvestre Fonseca.

En su  periodo conventual tuvo un horario riguroso, en cuanto a los estudios y la oración. Al amanecer, a eso de las 5 y 30 a.m, correspondía la oración de la mañana; a las 6, la prima; de 7 a 9 a.m, clase de Gramática; de 9 a 10 y 30 a.m, lectura; a las 2 p.m,  tocaba víspera u oficio divino, y al culminar, había lectura hasta las 4 de la tarde. El comentarista Febres Cordero, adicionó que, Rosario pasó <<Años de duro aprendizaje éstos del convento…por el rumbo de los sagrados textos…Allí estaban, en la biblioteca del convento, Teresa Cepeda y fray Luis de León y fray Luis de Granada>> (Febres, 56); también pudo haber leído los dos apretados volúmenes de comentarios del Obispo Fray Alonso Briceño, sobre  La Monarquía Indiana de Torquemada.

Discurría con sosiego y tranquilidad la vida en Trujillo, estaba preparándose “Paco” para su cumpleaños 16, cuando quedó impactado por el encuentro que tuvo con Su Ilustrísima, hecho que le solidificó su vocación sacerdotal y lo aceró en sus creencias sociales y religiosas.

Actual capilla de la Chiquinquirá, ciudad de Trujillo, Venezuela. Imagen cortesía de Ing. Felipe Nuñez

Transcurriendo unos pocos días, las gentes de Trujillo, notaron su ausencia, haciendo comentarios, preocupados por el flaco niño de los Rosario, la respuesta no se hizo esperar: ¡Paco Rosario, se puso la sotana! El inquieto e ingenioso muchacho, ciertamente se sometió a los solemnes, estrictos y claustrales estudios sacerdotales ¡Se fue definitivamente al Seminario!

*

Sirva esta brevísima nota para evocar, a este digno maestro, por su renovación, con sus virtudes, falencias y contradicciones, por su talentoso esfuerzo por constituirnos en Provincia, por amar a su tierra y su gente, un personaje humanitario y patriota que simboliza nuestro gentilicio, cuyos restos deben reposar en el mausoleo de los héroes de la Patria, por todo eso, lo recordamos en los 263 años de su  natalicio.

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta. 

 omanrique761@gmail.com 


sábado, 8 de junio de 2024

Padre Francisco Antonio Rosario, los linderos de su infancia (1ª. Parte).


Por Oswaldo Manrique (*)


A propósito del natalicio del prócer civil Francisco Antonio Rosario, a quien considero es un trujillano olvidado.

Existe un vacío historiográfico acerca de la infancia del padre Rosario, como también lo hay sobre el tema en general de la infancia durante la época colonial trujillana. En el caso de los aborígenes, se conocen las fuertes restricciones que prohibía trabajar a los menores de 16 años, por lo menos en la fragua agropecuaria y mita (Castellano), no eran calificados como adultos en la Encomienda. 


La mayoría de los historiadores, en su enfoque religioso, lo aclaman por su aureola de santidad, obviando específicos atributos personales de su tiempo vital, es decir, como ejemplar ciudadano, sin la menor duda, como Cura Provincialista, el desenfrenado conocedor, amante y orfebre constitucionalista de Trujillo, la entidad gigante de sus sueños, lo que demostró y defendió con hidalguía y patriotismo.

En los siguientes párrafos, se propone visibilizar un período de la vida de este personaje, que comienza con su nacimiento y llega hasta su pubertad, cuando decide tomar los hábitos de novicio, aportando a develar la perspectiva del futuro presbítero y prócer independencista, en su infancia y tiempo. El Padre Rosario, Cura Provincialista, el desenfrenado conocedor, amante y orfebre constitucionalista de Trujillo, la entidad gigante de sus sueños, lo que demostró y defendió con hidalguía, sabiduría y patriotismo. De eso, intentamos aproximarnos y tratar aquí.


I.- Al abrigo de un regazo trujillano. Casa natal del padre Rosario,  "po’ allá en La Rosariera". 

Al fresco amanecer de un día de 1761, en casa de los Rosario, hubo movimiento, nerviosismo y alegría. La bella mujer, de tez blanca y cara perfilada, conocida en su populoso vecindario  de la “Calle Arriba”,  dio a luz un niño, ser de deslumbrantes ojos y buen grito. Al rato, comenzaron a llegar al portal de la casa los vecinos, interesados por la salud de la parturienta y ver y cargar al recién nacido. En la larga y empedrada calle del Trujillo aristócrata y colonial, comenzaron a transitar los que difundían la buena nueva: los Rosario, apreciada familia, tienen un nuevo vástago.

Fue un acontecimiento en la ciudad, el nacimiento de Francisco Antonio. Cronistas e historiadores de la ciudad de Trujillo, así como, la Municipalidad, han marcado el sitio donde nació. La imagen que compartimos, en la parte inferior izquierda de la composición que se acompaña, es de la casa donde nació el Cura Patriota, ubicada en la inclinada y antigua Calle Regularización, hoy Sector El Carmen, Parroquia Chiquinquirá, en la ciudad de Trujillo. Antes era un amplio lote de terreno; en la parte de atrás, pasa la Quebrada Los Cedros, la calle estaba empedrada, que para facilitar identificar su dirección las voces populares de la comarca, la fueron llamando "po’ allá en La Rosariera" o “Villa la Rosariera”, pero catastralmente se conocieron como sectores específicos de la ciudad, verificados en la obra de Manuel Mendoza. Trujillo Histórico y Gráfico. Tipografía América. 1930. Fueron lugares y comercios populares de la denominada “Calle Arriba” propiedad de los Rosario. Para finales del siglo XIX, ya existía actividad comercial en este sector y un molino.

Casa natal del padre Francisco Antonio Rosario, antigua Calle Regularización, parte alta o "Calle Arriba" de la ciudad de Trujillo. 

Actualmente, la casa tiene una inscripción de catastro municipal, en la parte alta de la fachada, se lee: <<Casa donde nació el padre independentista Francisco Antonio Rosario R. el 13 de junio de 1761>>. Debajo hay otra placa que indica: <<Calle Francisco A. Rosario>>; asi la adoptó la Municipalidad.

Muy temprano Francisco Antonio o “Paquito” como seguramente le decían en la intimidad de la familia isleña y cristiana, sintió el celo y cuidado de sus padres por darle una adecuada educación, pues con el buen juicio y sus actitudes naturales, habían proyectado que fuera sacerdote. Su madre le enseñaba el abecedario, la escritura y lectura sobre textos religiosos y las primeras nociones de aritmética, enseñanza maternal que recibía con sumo agrado.


II.- Tiempo para jugar ¡Hasta el cielo!

Como a todo niño le gustaba jugar. Desde muy pequeño, deducía y le alcanzaba el tiempo para pasarlo con Nicolás y Felipe Santiago que serian los nombres de sus hermanos y con otros niños de la “Calle Arriba”.

Por lo cariñoso y decente que era, tenía conquistados a los traviesos que eran sus condiscípulos y amigos y ya propondría juegos y ocurrencias para ellos, para romper la monotonía y llenar de alegría aquellos días de infancia. Aparte sus vecinitos, lo miraban al detalle y comentaban sus cualidades físicas. Cuando le escuchaban y aceptaban jugar con Paco, éste se la ingeniaba para distraerlos y liderarlos. Esa era una de sus virtudes naturales: el convencimiento.

Varias veces se escucharon sus gritos buscando en el fogón de su casa algún tizón seco o de carbón blanco de "La Chapa", para marcar en el piso las 10 casillas del juego. También saltaban las niñas, era el momento de ir a las alturas, jugando, brincando, rebotando, cayendo y riendo. 


Los compañeritos le carcajeaban las maromas y bailes que hacía “Paco” al lanzar la piedra, estando parado detrás del primer cuadro, era además de perfilado y ágil, muy flaco. Con ese mismo diminutivo de “Paco”, llamaban a San Francisco, desde pequeño en la calle con afecto y cariño sus hermanos y allegados; de ahí la semejanza.

La casilla donde caía la piedra, seguro no la pisaba, porque los enseñaba con su parsimonia y gracia, a contar y controlar el equilibrio, y el objetivo principal del juego, que era alcanzar el “cielo”; hasta jugando de niño, se manifestaba como un soldado de la fe católica. Su agilidad, competía con la de su cómplice Nicolás, al hacer el recorrido saltando a la “pata coja” sobre el cuadro, solo y con los dos pies si le tocaba doble casilla. Las reglas -desde que los españoles y curas trajeron este juego a América-, son precisas: no caerse en el trayecto, ni tirar la piedra fuera del cuadro, es decir, ir pasando la piedra de cuadro en cuadro, hasta llegar al último, que era el “cielo”, y luego regresar, y les repetía en forma chocante:

 - ¡Hasta el cielo! ¡Hasta el cielo! En efecto, la última casilla, tenía escrita la palabra "CIELO". Era “Rayuela”, el juego infantil más popular y religioso durante la Colonia. 

Uno de sus biógrafos señala que la madre de “Paco”, fue Ana Catalina Rosario (Rosario, 65), era lectora y generosa, le enseñó el alfabeto, a rezar y el pueblo de Trujillo lo fue moldeando en sus pininos de vida.  La monotonía del trabajo en el campo, en el comercio, en la Sala Consistorial, los templos, Conventos y otras faenas, abrumaba la vida de la ciudad, solo alterable por los días pascuales. Los niños anhelaban esos días con sus sueños y aspiraciones. Las fiestas se iniciaban el 24 de diciembre en la tarde, con la procesión de San José y la Virgen, desde el sitio de los catalanes. Se esperaba con alegría las imágenes rodeadas de flores, adornos, cantos, villancicos, en el recorrido hasta la iglesia. La festividad duraba hasta que encendieran los faroles de combustible aceitoso de las calles, para que en la casa, se esperara la llegada del Niño Dios y disfrutar de antemano algún manjar dulce o buñuelo para tan hermosa ocasión. 

Cuadro: Antiguo Templo Matriz de la ciudad de Trujillo. 

La celebración litúrgica suprema, era la organizada por la Sociedad de La Paz, muy apoteósica con misa de tres padres  "Asperge, tercia y sermón" (Briceño Iragorry, 31); celebración incienzada con frescos aromas de laurel criollo, para luego sacar la imagen de la Virgen en procesión. Sí, en el templo Matriz de la ciudad,  donde “Paco” recibió el sacramento de la comunión. 

La ciudad angosta y clerical, al contrario de lo que se piensa, estaba poblada por familias descendientes de conquistadores, colonos, españoles peninsulares, y también,  pardos e isleños, que vivían y disfrutaban en forma aislada su propio mundo, su propio espacio vital reservado y espiritual, algo introvertidos en su soledad y albedrío.

Cada familia en su casa tenía su huerto, el solar de la familia Rosario, era grande, repleto de matas frutales, flores, arbustos medicinales, malezas aromáticas, no tenían necesidad de pasarse el tiempo en la calle para sobrellevar la vida. En ese mundo reservado para ellos, se protegía el prestigio del linaje y la distinción, mientras más fuerte la pobreza de la familia, mayor era la clausura del recinto (Briceño Iragorry, 42). En 1767, cae como un terrible terremoto el gran cisma que ocurría dentro de la iglesia: los Jesuitas son expulsados de España y sus Colonias en América. Ellos que fueron desde 1629, importantes colonos y propagadores de la fe cristiana, en tierras de Pocó y La Arenosa,  ahora execrados; este hecho fue comentado en lo interno por las familias trujillanas,  con desagrado y discreción. Era esa cautela, parte de esa altivez e hidalguía españolas, adecuadas a las circunstancias de la vida, quizás mucho orgullo y sencillez del trujillano.  

Lentamente “Paco” caminaba y detenía el paso cuando transitaba por el frente de las puertas y blasones de las mansiones de las encumbradas, privilegiadas y ricas familias descendientes de los conquistadores, Briceño, La Bastida, Mendoza, Azuaje, Pachecos y otros, símbolo del estirpe y linaje de la ciudad lo que quedaría grabado en su mente y será farol clasista, en su lucha por un porvenir libertario y de igualdad. En este ambiente colonial, de injusta distribución de privilegios, se labró su conciencia infantil, su hogar y su escuela conventual, fueron su fecunda lección.

Se tiene referencia de sus características y señales fenotípicas, observadas en su tiempo trascendental, según lo apuntó el más antiguo de sus biógrafos, los vecinos que lo conocieron decían que <<era de estatura regular, color trigueño rosado, facciones bien formadas y enérgicas, cabeza esférica de bonita figura y un tanto despoblada de cabello>> (Castro, 41), podemos deducir que cuando niño sus rasgos físicos eran agraciados.

Reía mucho este personaje, fue de infancia feliz, cuando grande le admiraban por <<el semblante festivo y alegre... Su rostro dejaba traslucir la suavidad, el contento, la paz y la alegría de que rebosaba su corazón...Su conversación era festiva, halagadora, llena de gracia; pero siempre espiritual>> (Castro, 43), un ser vital y de buenas energías. 


III.- Su origen social. Trujillo ciudad de calidades: blancos y curas. 


 El repique de las campanas del Convento de los Franciscanos, marcan el paso de la vida de los pobladores de la parte alta. La Ciudad de Trujillo, situada entre dos paralelas montañosas, su calle principal es larga, con una inclinación pronunciada, pero desde su casa, muy cerca de la Quebrada Los Cedros, “Paco” podía observar sin necesidad de catalejo,  lo que ocurría  hasta cerca del río San Jacinto. Podía detallar que desde la Plaza Real o Mayor, donde está la Iglesia, en relación con el rio, se notaba un desnivel bastante considerable, de la misma forma, el paso diferente de blancos e indios hacia las labranzas.

El cronista de Trujillo, Huma Rosario Tavera, escribió una biografía de este personaje, de la que me regaló un ejemplar autografiado. Transcribe una fe de bautismo, en la que se señala que habría nacido el 13 de junio de 1761, bautizado por el cura Juan Bautista Viloria, en la parroquia eclesiástica Chiquinquirá, siendo sus padres: Juan Evangelista Rosario y Ana Catalina Rosario (Rosario, 65). En nuestra investigación, han resultado infructuosas las diligencias realizadas, para obtener esta fe de bautismo, para revisar y corroborar  si cumple con la formalidad extrínseca del documento, que le de autenticidad, es decir, su inserción en el libro correspondiente. 


En lo que sí coincide la mayoría de sus biógrafos y comentaristas, es en datos importantes de dicha fe de bautismo o sus formalidades intrínsecas, como por ejemplo: que Francisco Antonio Rosario, nació en Trujillo, un día del año 1761 (Enrique María Castro, 11; De Santiago, 281; Isilio Antonio Rosales, 182; Mario Briceño Perozo, 122; Mario Briceño Iragorry, Julio Febres Cordero, y Vicente Dávila, 294; Huma Rosario Tavera, 65); presumo y con certeza que guiándose y tomando en consideración el año de su ordenación sacerdotal 1786-1787, pues según las Sinodales, se requería los 25 años cumplidos para ser ordenado.

El tiempo colonial social, moral y espiritual de la ciudad de Trujillo, estuvo gobernado por la Iglesia en forma muy rígida. La Curia en estos asuntos sacramentales era estricta y celosa. El bautizo había que hacerlo de inmediato, a pocas horas o días de nacido,  era obligatorio para todos, los padres podían ser excomulgados de no bautizar prontamente a sus hijos, no solo por aquello de  la “salud de las almas”, sino porque de ese acto solemne, formal y documental derivaba la condición social de la persona.  A pocos días de su nacimiento, guiados por el monaguillo, los familiares y padrinos acompañaron a la dama que cargó a Francisco Antonio hasta la pila bautismal de la  Ermita de la Chiquinquirá, que era el recinto eclesiástico de la parte alta de la ciudad y más cercana a la casa de la familia Rosario, esta larga Capilla medía unas 36 varas de fondo por 6, 5 de ancho, con fachada de rafería de cal y canto, en obra limpia, techada de tejas, piso sin ladrillos ni mosaicos (Tarcila Briceño, 66). Las dos puertas que dan a la plaza estaban abiertas, entraron, pasaron el campanario, y al fondo pudieron observar la majestuosidad del <<Altar mayor presidiendo por la Virgen de la Chiquinquirá y un altar pequeño del Niño Jesús>> (Ídem). Se podía ver que las otras dos puertas al lado del evangelio también estaban abiertas, lo que dio mayor iluminación al momento bautismal. 

Un elemento con el que también cumplieron los padres, fue que le dieron al recién nacido el nombre correspondiente del santoral católico, el 13 de junio, dedicado a San Antonio; el nombre de Francisco, quizás en tributo a la advocación del Convento cercano y reverenciado de los recoletos. Otro dato bastante probable señalado en dicha fe de bautismo, es que haya sido bautizado por el Teniente Cura don Juan Bautista Viloria, o por Don Domingo de Briceño, o el ilustrado y virtuoso Dr. Gregorio Martin Betancourt y Berdugo (Fonseca, T2, 213), facultados en 1761 para bautizar.



Su infancia y adolescencia, transcurrió en la casa grande, que fue aquella pequeña ciudad, de la calle larga empedrada, que se convirtió para muchos, en el verdadero hogar, de fresca niebla y sol, ternura y afecto, que se desprenden de la propia <<tierra de María Santísima>>, como la llamó Mario Briceño Iragorry.

Allí, acabando de cumplir dos siglos de fundada, en aquella ciudad colonial andina abrió sus ojos a la vida, Francisco Antonio Rosario. Trujillo, ubicada en el occidente de Venezuela, en una terraza salpicada y refrescada por el río Kastán, este apacible lugar con casas blancas antiguas, provistas de techos de tejas rojas, fachadas con linajudos blasones, que fueron levantando los capitanes fundadores, cerca de la Plaza Real y su Templo colonial y católico, en cuyo interior permanecía la antigua imagen de la Patrona Virgen de la Paz, que seguramente recibió innumerables miradas y oraciones del niño Francisco Antonio. Al caminar en sus tiempos infantiles y juveniles, por la extensa calle, estaría incompleta su marcha si no observaba el Convento Regina Angelorum, o al comenzar la ruta desde el Convento de Nuestra Señora de la Candelaria de los Dominicos, para subir a la Ermita, cercano al prestigioso e imponente Convento de formación de los Franciscanos, el San Francisco de Asís o San Antonio Tavira de Padua de la Recolección; los Conventos, formaban parte de la tradición cultural y espiritual de las familias trujillanas (Briceño Iragorry, Mario. Mi infancia y mi pueblo. Evocación de Trujillo. Págs. 20-24. Editorial Arturo Cardozo.Trujillo.2004). A cuál infante o muchacho trujillano de aquella época, le podía ser indiferente el ambiente de aquella ciudad conventual, religiosa y Mariana.

Casa natal del padre Francisco Antonio Rosario, antigua Calle Regularización, parte alta o "Calle Arriba" de la ciudad de Trujillo. 

Las instrucciones del Monarca, obligaban que al imponerse el régimen colonial de España en América, los aborígenes obligatoriamente vivieran en pueblos de indios, los encomenderos en sus estancias y haciendas para facilitar la explotación de tierras y esclavos, y solo en las ciudades, asiento de los poderes, vivían los blancos. Trujillo era una ciudad de blancos y curas. 

“Paco” según uno de sus biógrafos, tuvo dos hermanos que fueron curas como él, <<Felipe Rosario, que fustiga el presbítero Rondón, según se dice en la vida de este prócer, por su realismo>>,  así mismo, <<debe ser su deudo, Nicolás Rosario que fue preso en Mérida por el comandante Faría>> (Dávila 297), La familia Rosario era numerosa. Una familia de profundo fervor religioso, de ahí salen esos rasgos principales de Francisco Antonio un ser de bondad natural, inquieto, preocupado y responsable, que en su madurez demostrará ser un hombre de amor y de obras. 

Uno de los estudiosos de su vida, dijo: << aquel aristócrata nacido en el lujo y acostumbrado a la molicie>> (Discurso del Dr. Regulo Burelli Rivas, en la inauguración de la lápida conmemorativa del centenario del fallecimiento del Cura Patriota Francisco Rosario. Pág. 16. Mendoza, 1947). Gozó desde niño de todas las comodidades y afectos, y ya mayor, fue un ser dispendioso y caritativo, pues provenía de un hogar de buena familia cristiana y noble <<repartía el bien a manos llenas, tanto espiritual como corporal>> (Dávila 297), procedía de familia con fortuna y bienes.

Las notas sobre la heráldica y orígenes del apellido  Rosario, señalan que la familia de este nombre es originaria de las Islas Canarias, Reyno de España, y de cierto linaje (Resumen del Instituto de Historia Familiar y Heráldica. En www.heraldicafamiliar.com), posee escudo o blasón. Algunos especialistas en el tema, han señalado, que los canarios eran considerados blancos, pero de orilla, sin ninguna condición social, de oficios manuales y ocupaciones nada relevantes, gente de vida modesta. Los que llegaron a Venezuela, demostraron su gran habilidad para el comercio, la producción agrícola, grandes navegantes y amasaron grandes fortunas. 


La primera persona con este apellido Rosario, que se estableció en tierra trujillana, pudo haber llegado a comienzos del siglo XVII, con las migraciones de isleños, que venían en búsqueda de nuevas opciones de vida y fortuna, y adoptaron carácter de colonos. Varios, ingresaron con los hermanos Fernández Saavedra, navegantes y dueños de barcos que anclaban en el Puerto de Gibraltar. Los colonos de apellido Rosario, se concentraron en esta ciudad de Trujillo, hemos revisado el censo residencial y de servicios antiguos y actuales, encontramos que es muy escaso este apellido en el resto de la Provincia; Francisco Antonio, pertenecía a familia de esta distinción. Argumentamos esto, porque en aquel tiempo, los indígenas, negros y pardos, no tenían acceso a los estudios sacerdotales. Esa limitante, nos induce a pensar que era descendiente de un hidalgo o colono canario, es decir, noble de tercera clase, quien fomentó familia en Trujillo, con una vinculación muy cercana a la vida religiosa, entendiendo que esta ciudad poseía carácter conventual. Francisco Antonio Rosario, en nuestra cavilación, se identificó desde su infancia, con los asuntos del Templo cercano, con el Matriz y de los Conventos vecinos, en los que fue aceptado por los religiosos, y su educación pudo ser confiada a algún presbítero de la confianza de sus padres y familiares.

En 1761, ejercía el poder civil en Trujillo, el Teniente de Gobernador, capitán Sancho Antonio Briceño, poderoso terrateniente, descendiente de uno de los fundadores de la ciudad. La historiografía señala que con él se inició una saga de Gobiernos marcados por la arbitrariedad y la corrupción, intimidaba o arremetía con violencia a los vecinos para imponer el gobernante y los alcaldes y corregidores de su preferencia, para apoderarse de los impuestos y tributos y dineros públicos de la Corona; además ejercía el contrabando e imponía contribuciones ilegales a la gente, que también se embolsillaba. Fue tan deleznable la situación, que años más tarde, en 1775, el Contador Mayor de Caracas  - después Intendente- José de Avalos solicitó <<Se mande salir, y más de 50 o 100 leguas en contorno, a dicho D. Sancho, a sus hijos y demás parientes de su apellido, con prohibición absoluta de poder volver a ningún tiempo a dicho país>> (Informe de Avalos), medida que no llego a ser ejecutada. 

La época del padre Rosario es la del Trujillo de las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, que coincide con el reinado de Carlos III y sus grandes reformas administrativas y los reordenamientos de los territorios y colonias americanas. La historiadora Diana Rengifo, afirma que para Trujillo, <<el siglo XVIII inicia el proceso de maduración citadina>> (Rengifo, pág. 75), se entiende como tiempo de  ebullición social, política e ideológica, de avanzada de los pardos como grupo social, en un ambiente relativamente próspero, pero también signado por la pobreza.

En 1767, con 6 años de edad, ingresó a la escuela franciscana de primeras letras, la más cercana y a pocos pasos de su residencia, <<El joven Francisco Antonio hizo rápidos progresos en el aprendizaje de las primeras letras a que le dedicaron sus padres. Adquirido los conocimientos necesarios en la escuela le pusieron estudiar latinidad>> (Castro, 12), eso le permitió sus primeros paseos por la ciudad, guiado por su papá, quien bajando por la Calle Real le iba enseñando los solares y las casas con su correspondiente blasón, anunciando las linajudas familias que las habitaban.

Se interesó en sus salidas, por visitar el nicho del Cristo de la Salud llamado Cristo de los Milagros, que antes estuvo en la Plaza del Calvario, hoy Plaza El Carmen, bastante cerca de su casa y también la Ermita de la Chiquinquirá, y el templo Matriz. El Cristo de la Salud, era una hermosa talla que la mayoría de los vecinos veneraba por los milagros que realizaba, era el mayor tesoro que tenía la ciudad colonial. Fueron los primeros lugares que conoció, cuando lo llevaban a caminar varias cuadras empedradas, desde la “Calle Arriba” a la “Calle Abajo”, haciendo parada obligatoria ante la “Quebrada los Cedros” y la “Caja de Agua”.

Un día de 1769, lo invita un niño amigo, a realizar una pequeña aventura, algo que siempre quiso hacer. La propuesta para esos años, era atrevida y audaz, y accedió, se atrevió a entrar a escondidas a averiguar qué oscuros secretos guardaba, los motivos del hermetismo y quiénes estaban dentro de las enormes e inexpugnables  paredes y portones  del Convento de los Franciscanos. Era el Convento de San Francisco, el guía y consejero de aquella populosa comunidad de la parte alta o “Calle Arriba”, es decir, en las afueras de la ciudad, que siendo de blancos criollos, no gozaba del abolengo, calidad e hidalguía de los habitantes de la “Calle Abajo”.

La investigadora Tarcila Briceño, escribió que: dicho recinto tenía una iglesia de mediana capacidad con una capilla al lado del evangelio que la hacía parecer de dos naves, donde se encuentra un altar de San Antonio de Padua (Briceño T, 78), que era el segundo patrono del Claustro.

 La solemnidad y nivel académico de este centro de enseñanza, lo hacía atrayente  según lo describe el historiador Mario Briceño Perozo,  se eleva la distinción porque funcionó <<El de San Francisco destacó por su hermoso templo y fue famosa la rica biblioteca de que disponían maestros y alumnos. Se comunicaba por una vía subterránea con el convento de los Dominicos en La Candelaria…brillaron en Trujillo eminentes humanistas vinculados a este ilustre monasterio>> (Briceño Perozo, 174); el más importante y adecuado centro de enseñanza avanzada de la ciudad, lo observó en aventura el niño Francisco Antonio.

Para este tiempo, cumplía el cargo como Reverendo Padre Guardián de ese Convento, y Predicador General Fray José Francisco Portillo, de la congregación franciscana (Fonseca, T2, 214); “Paco”, contaba con 8 años de edad, y esa experiencia lo abrumó de una paz interior, que causó preocupación a sus padres. Ya no quería andar jugando en la calle, vivía tranquilo, meditabundo, dedicado a leer el catecismo y otros textos católicos de la madre, leía salmos en el mesón y cualquier libro relacionado con el  campo del cristianismo, se transformó en un ser estudioso y mucho más espiritual,  lo que también notaron sus maestros y sus amigos.

Con su crecimiento físico, fue aumentando su lectura religiosa y su correspondencia con el mundo de salvación de almas.  En 1770, rozando los 9 años de edad, participa por primera vez del sacramento de la eucaristía, recibiendo su comunión; era Vicario don Vicente de Segovia, quien era apreciado por los feligreses, a pesar de su dispendiosa, indecorosa y pública vida de amancebamientos, y como Cura Rector propio de la ciudad, el Br. Don Idelfonso Escalona Cabeza de Vaca, de 43 años de edad, quien había cursado estudios de Filosofía y Teología (Ramos de Lora, Papeles).  

Este mismo año, comenzaron a llegar noticias de la zona baja, sobre el avance de la invasión de los indios Motilones. Los pobladores de la ciudad, incluyendo la familia Rosario, se dirigieron a la Plaza Real, y frente a la Sala Consistorial manifestaron su preocupación porque se pudiera convertir en otro saqueo como el del pirata Granmont en 1678. El 10 de octubre de 1770, se reunió casi en emergencia el Cabildo, para organizar una arremetida en contra de los “invasores”, que se habían apoderado y ocupado los Llanos de Cornieles y el Cenizo hasta las orillas de la Quebrada La Vichú, al pie de Bitijoc, y avanzaban hacia otros lugares trujillanos. Entre los caciques invasores estaba un descendiente de las hermanas Argüelles raptadas por los Quiriquires en Gibraltar a comienzos de ese siglo. La intranquilidad era total, fue <<necesaria una prolongada y tenaz movilización de trujillanos para lograr al fin, la expulsión de los indígenas>> (Cardozo, 19); lo que finalmente lograron, volviendo la tranquilidad a estas familias. 

Curioso, pero desde 1738, que transitó el Dr. José Félix Valverde, Trujillo no  tuvo Visitas Pastorales de Obispos.  En junio de 1773, “Paco” cumplió sus 12 años de edad, considerada ésta, la edad del uso de razón,  participa del sacramento de la Confirmación, siendo el Vicario Don Vicente de Segovia, de 50 años de edad, con mayor formación teológica y válidamente ordenado, quien cumplió más de 24 años de antigüedad y servicio en el Curato (Ramos de Lora, Papeles).  El padre Vicente, sentía gran simpatía y afecto por el cordial niño Francisco, y es uno de los sacerdotes que lo prepara y fortalece espiritualmente en su inclinación a la vida sacerdotal, también a sus hermanos.      el rebelde Nicolás y al conservador y realista Felipe Santiago Rosario. 

(…continuará)

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta. 
La Puerta, junio de 2024. 
omanrique761@gmail.com 

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