Por Oswaldo Manrique (*)
La joven y corpulenta viuda Maclobia
Rivas, desde una rendija de una de las ventanas de su casa en “El Rincón”, veía
los movimientos ligeros de unos que a caballo iban en dirección a Valera y
otros a la Cordillera, que sin decirlo, anunciaban que pronto ocurriría alguna
de esas infaltables revueltas militares. Supo del paso de los “Ponchos” de La
Puerta y los de Jajó, en una nerviosa
correría de “a caballo” y armados. Solo pensó para ella y en voz lenta y
baja:
- Por el orden que llevan, la
revuelta es grande ¡júrelo es de nación!

El 11 de agosto de 1899, ante la
inminente invasión de Cipriano Castro al Estado Trujillo, el jefe de los godos
trujillanos, general Leopoldo Baptista, llamó a la tropa paramera de “La
Culata” a organizarse, comenzando por la del Coronel Sandalio Ruz, señor de Los
Aposentos, La Mucutí y Garabulla, y el
“Jurungo” Burelli Raffaeli y sus hijos, señores de la cordillera de “El Censo”,
“San Martin” y Quebrada Seca”. Baptista, fue autorizado el día anterior por el
presidente del Estado, señor Juan Bautista Carrillo Guerra, para formar un
nuevo ejército y detener la avanzada de la Revolución
Liberal Restauradora, que venía desde el Táchira. “El Cabito” Castro,
marchaba con el regocijo del triunfo obtenido el 6 de agosto en la población de
Tovar, sobre el ejército del jefe liberal trujillano Rafael González Pacheco.
Así, con dos batallones, llegó a Timotes, con suficiente material de guerra, y
mucho entusiasmo, para ingresar a Trujillo.
Aquel viejo caserón, los lugareños lo
llamaban “El Convento de las Viejas”, que ahora era de Maclobia, quien tenía
dos pequeñas hijas: Josefa y Teresita. La robusta viuda mientras modulaba su
pellita de chimó, cuando se enteró, comentó para ella:
- Asi que por aquí va a pasar el
Comandante de la Revolución “Libertadora”. Le sonaba igual, “Liberal Restauradora” que “Libertadora” o pensó que era más de lo
mismo en aquellos tiempos de caudillos. Por los comentarios de los vecinos y
viajeros, imaginó que sería un hombre grandioso e inalcanzable. Sus ocupaciones
de atender los animales, desyerbar la huerta, preparar los amasijos, roscas de
agua, empanadas por encargo, alimentos y horneados que vendía en su tienda, no
tuvo la oportunidad de darse cuenta, de un grueso grupo del Ejército del
Gobierno, que se estaba emboscando más arriba de “Las Aletas”, al frente del
camino viejo de las posesión “Las Delicias”, de los Ramírez, en dirección hacia
el viejo y enredado camino de “San Felipe” (Los Cerrillos), para emboscar a los
revolucionarios, y luego, trastumbar a la otra Cordillera.
El conjeturado “paseo cívico” de Cipriano Castro por La Puerta, subiendo
la escalera de los cielos trujillanos.
Llegó a Timotes el “Invicto”.
Seguramente había preguntado allí mismo ¿Cuál era el histórico Paso de Bolívar en su Campaña Admirable?
A las 2 de la madrugada del martes 15
de agosto, cogió hacia La Puerta. Desde la suave Vega de Timotes, pasando por
Tafallés, Castro con su tropa, trepa la fuerte e inclinada “Cuesta de la Mocotí”,
dónde gastó una jornada de camino, enrumbados hacia esa diáfana esfera azul y
blanca, que envuelve los campos trujillanos, que según el decir de nuestros
mayores, pareciera que se mueven incesantemente las constelaciones, y se siente
la presencia de Kachuta.
La primera emboscada: enfrentamiento en La Mocotí.
Dicha Cuesta es una demoledora
subida, que algunos llaman la escalera a los cielos trujillanos o el paso de Bolívar. El primer batallón de
campesinos tachirenses convertidos en ejército restaurador, comandado por el
general Rufo Nieves, había salido varias horas antes, a enfrentar la tropa
“Poncha” que les esperaba en los vericuetos de “Los Muertecitos”.
Liberada y alcanzada la Cima de la
Mocotí, por las fuerzas rebeldes, paró en la pequeña “Laguna del Portachuelo”
(hoy La Lagunita), para después enrumbar por el viejo camino de San Martín,
bajar poco a poco, empalmando los sinuosos caminos hacia Quebrada Seca y San
Pedro, hasta llegar al solitario y abandonado pueblo de La Puerta, para
finalmente llegar a descansar, donde acampó el mismo 15 de agosto de 1899. Aquí
pudo darse la reunión del “salto de talanquera” del “Chato” Blas Briceño. El general Cipriano
Castro, al seguir esta ruta o periplo: había trepado la escalera de La Mocotí.
El cronista de Valera Alberto la Riva
Vale, anotó que: el mismo 15 de agosto, a las 4 de la tarde, entraron a Valera,
los generales Graciano Castro (quizás se refiere a Celestino, hermano mayor de
don Cipriano), Pedro Pablo Rodríguez y el Dr. Godoy (es bastante probable que
se refería al médico Luis Godoy, que
acompañó a Castro en toda su campaña, y fue funcionario de su gobierno;
llegaron otros oficiales de las Fuerzas Castristas, y <<después se presentó el
general Rufo Nieves con un batallón>> (La Riva, 86); este grupo
fue el que se encargó de enfrentar los 600 soldados trujillanos que intentaron
impedir el avance de Castro, en el sitio de La Mocotí. Leopoldo Baptista, jefe
Civil y militar abandonó Valera.
Cipriano Castro y los “restauradores”, sí ingresaron, al
rubio y godo Valle de La Puerta.
“El Invicto” bajó algo agotado en su
bestia, a pesar de la belleza del paisaje y el frescor del clima. Su cuerpo
algo mallugado por los continuos saltos de la mula; quizás bajo de peso por la
intensa campaña, llevaba su “carpeta” de lana encima y su pequeño sombrero.
Le sonaron las espuelas, cuando puso
pie en tierra al llegar a la Plaza de los Bomboyes, frente a la casa de
gobierno municipal. Con alguna impaciencia y preocupación expresó:
- ¿Dónde está la gente de esta aldea? Caminó hacia la empalizada plaza,
subió hasta el viejo templo San Pablo Apóstol y desde
allí observó un lugar solitario, con no más de 30 casas, algunas en
construcción, casas que se veían como parte de ese silencio, las calles
desiertas. Era el nido del mutismo, aquel sitio vacío, cuyo cercano cementerio
al pasar el río, completaba la soledad y el miedo.
Miró que los hermosos y rubios
trigales, solo estaban acompañados por los pretiles y las casas vacías. Alertados
por el paso del Primer Comandante liberal tachirense en Timotes, los hacendados
conservadores no esperaron a verlo y menos a recibirlo; antes escondieron todo
dinero, armas, municiones y cualquier artículo que fuera de valor. Cuando “el
Cabito” emprendió su revolución que restauraría los ideales liberales, la cosa
estaba color de hormiga, tanto para el gobierno del presidente Andrade, como en
Trujillo para el gobernador Carrillo Guerra.
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General Leopoldo Baptista y el general Juan Vicente Gomez, se convirtieron en socios de negocios, durante el gobierno de Cipriano Castro.
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El 15 de agosto de 1899, el primer
Comandante y líder de la Revolución Liberal Restauradora, está en La Puerta, un
pueblo íngrimo, marcado por la fechoría y la ambición de los gamonales y
terratenientes despojadores de tierras indígenas; es su día 83 de campaña de
guerra (Crespo, 62); sin embargo, era espacio ideal, para armar campamento.
Aquella tarde, sentado en un sillón
de cuero, cercano al escritorio que usa Miguel Aguilar, el Jefe Civil, hacendado
de Mendoza y mayordomo de fábrica de la iglesia de San Pablo Apóstol de La
Puerta, fue tomando su taza de café. Silencioso, Cipriano, capachero, con 40
años de edad, calzando botas negras de cuero, se levantó y fue a la ventana,
desde donde pudo ver el irreverente Bomboy, entre los hermosos y deslumbrantes
trigales.
Con humor mejorado, mirada profunda,
aquel hombre moreno, pequeño, cabello mestizo y corto, barbado, con sus manos
rudas tocó su pecho, sacó y se persignó con el escapulario que llevaba, y con
su timbrada voz, expresó:
- Qué buenos trigos tiene esta gente. Se acercaron muy pocos a hablar con
él. Cuando entró el Segundo Comandante,
lo recibió diciéndole:
- ¡Compadre! Y se juyeron los goditos
¿No? El hacendado Juan Vicente Gómez, le contestó
con su parsimonia y calma característica:
- Si compadre, se juyeron, con los
que se emboscaron en La Mocotí.
*
El
16 de agosto de 1899, salieron a las 2 de la madrugada, hacia Valera, pasando por Mendoza, por el
camino viejo, entre montañas y bordeando el rio Bomboy, no existía carretera.
Los cartuchos de González Pacheco; el
desistimiento de Baptista en combatir; la "secreta" reunión y salto
de talanquera del Chato Briceño a las fuerzas de “El Cabito”, fue una gran
madeja de tinta historiográfica, que oculta elementos importantes en la jornada
de Castro y los restauradores, por estos predios andinos.
En las reseñadas acciones de guerra
de esta campaña, han pretendido sostener que “El Invicto” no tuvo resistencia
en Trujillo, <<De Mérida a Valera, da Castro un paseo
cívico>> (Cañizales, 139); esto es un error. Desde los Despachos
oficiales y militares, entiéndase el Estado Mayor del Pdte. Andrade, operaron
personajes en un plan estratégico, cuyas ideas y movimientos, eclipsaron y
subestimaron la realidad de los hechos, jugaron a una guerra de desinformación
y distracción, buscando la oportunidad ideal del combate.
Esto se desprende de un telegrama del
16 de agosto, que le envió el Presidente de la República general Ignacio
Andrade, al jefe de gobierno de Trujillo, Carrillo Guerra, le comunica la
siguiente instrucción, en relación a los trujillanos: <<no deben combatir sino en la
seguridad de triunfar, porque no hay necesidad de comprometer la vida de un
soldado, ni la perdida de una sola capsula, cuando con los recursos del
gobierno para destruir esa facción, bastará con las acciones que se combinen
más adelante. La vaquía y el denuedo de los trujillanos servirán a asediarlos
en sus marchas, si pasare de esa jurisdicción, contando que él encontrará su
escarmiento indefectiblemente>>
(Cardozo, 266). Confiaba el general Andrade, Presidente de la República, en el
esfuerzo y arrojo de los trujillanos para perturbar y desgastar las fuerzas de
Castro, no para darle combate campal.
Hay otro documento importante,
suscrito por el general Antonio
Fernández, jefe del ejército gubernamental, que publicó en Caracas, el 29 de septiembre
de 1899; explicando el por qué de su fracaso en Los Andes, destacando cómo
fue el paso de las fuerzas restauradoras
y la participación de los godos trujillanos, que informa lo siguiente: <<Oficié
a los generales Sulpicio Gutiérrez y Gorrochotegui, que se movieran con los 800
hombres que estaban a sus órdenes, sobre la facción de los Méndez, Pedro Araujo
Sánchez y Arístides Sánchez, que en número de 600 hombres ocupaban las
posiciones de La Culebra, El Bolero, La Palmita (jurisdicción del
antiguo Municipio Tovar, estado Mérida), La Mocotie y San Felipe (Trujillo).
Después de tres reñidos combates y desalojado el enemigo de estas fuertes
posiciones, ordené a los jefes triunfadores que se incorporasen a los generales
Bravo, que venían con 300 hombres, Medina que traía igual número y Montaña y
Parada que conducían 200; y juntos marcharon por La Grita a incorporárseme en
Colón, atravesando el Páramo de El Zumbador>> (Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág.
30. En: Carlos Quintero Gamboa. La Gran
Emboscada. Págs. 83 y 84. Universidad Militar Bolivariana de Venezuela). Se
afirma, que hubo tres “reñidos combates”, y se menciona entre los cinco lugares
y posiciones: “La Mocotí” (Sur de La Puerta) y el de la montaña de “San Felipe”
(Nor-Este de La Puerta). Estos dos
documentos, despejan cualquier duda, en relación a que en Trujillo,
particularmente entre La Puerta y Mendoza del Bomboy, no se le dio combate a Castro.
Saliendo de La Puerta,
le tronaron unos guáimaros. Tricolor era la bandera restauradora. “San Felipe”, campo de hostilidades.
Temprano, fue informado que en “San
Felipe”, parte de su avanzada, se enfrentó y desalojó a unos destacamentos de
tropa goda, dirigidos por Lorenzo Guevara.
Al salir de La Puerta, el 16 de
agosto, iban alegres las patrullas montoneras de la vanguardia de los 60
liberales andinos luciendo el
tricolor de la bandera restauradora. Por el antiguo camino hacia Mendoza, los
restauradores, cuando van subiendo el viejo camino de “Las Delicias”, escucharon
una, dos, tres descargas de tiros, que
sorprendieron a esa avanzada de montoneros y se asustaron más cuando,
escucharon un grito devastador que dijo:
-
¡Viva mi Presidente Andrade! ¡Abajo Castro! ¡Plomo a las lagartijas! ¡Vivan
los constitucionales!
Guevara, tendió la celada, se ubicó
entre los peñascos, matorrales y abundante maleza de la montaña de “San Felipe”,
y después de un fuerte tiroteo, que fue respondido con el empuje del batallón de
insurgentes tachirenses y merideños, huyeron en sus cabalgaduras, por las
tierras y serranía del Pitimay.
Esta operación militar, no ocasionó
mayores bajas al ejército restaurador; el coronel Lorenzo Guevara ejecutó esa
táctica de la emboscada, hostigamiento, distraccionismo y desgaste, como parte
de una guerra de montoneras, con el fin de obstaculizar la marcha y generar
molestias y miedo en la tropa, para sorprender a los rebeldes andinos
amarillos, en el sitio más adecuado y darle combate.
El historiador Arturo Cardozo refiere
que en este tránsito del “Invicto” habría ocurrido lo siguiente: <<Ha
encontrado solo una leve resistencia en Los Cerrillos, encabezada por el Gral.
Lorenzo Guevara>> (Cardozo, 266). Este relato, entra en
contradicción con lo afirmado por el general Antonio Fernández, jefe de la
expedición gubernamental, que eran 600 hombres, los que intentaron frenar u
hostilizar a la tropa de Castro, entre La Mocotí y San Felipe (Los Cerrillos).
Los “restauradores” se dividieron y
fueron a perseguir a la guerrilla gobiernera, que eran pocos hombres, en
relación a la guerra que ellos representaban
y gritaron con su acento cucuteño: - ¡Abajo el gobierno! ¡Abajo
Andrade! Probablemente esos
alaridos llegaron a escucharlos en casa de Maclobia, quien pudo distinguir el
infrecuente acento.
Eran 60 los hacendados andinos
metidos a militares, pero esos 60 gritos daban miedo, pánico y mucho más,
cuando montados sobre sus bestias pegaban la carrera para capturar a los emboscadores, disparando
sus máuseres y sus pistolas, detrás de aquellos hombres que huían
despavoridos.
Este “paso cívico” por La Puerta,
dejó huella, la escritora Ligia Burelli Dávila, relató que su pariente Maclobia
Rivas, en su casa ubicada al borde del camino entre Mendoza y Los Cerrillos
<<el corredor del frente tenía en uno de sus extremos un cuarto con
ventana hacia afuera, desde donde podía verse un mostrador con granjerías que
la dueña elaboraba y vendía a las personas que transitaban por allí. Era este
el paso obligado de todos cuántos venían de Mérida hasta Valera y luego al
centro del país. También se pasaba por allí para ir desde Mendoza hasta Pan de
Azúcar>> (Burelli, L, 30); aquella mujer alta y maciza de apenas
30 años de edad, con desbordante vitalidad y generosidad, regía aquel negocio y
sus alrededores.
El sitio lo llaman “El Rincón”. Allá,
se detenían los arrieros y la gente que viajaba o quería descansar, y ataban
sus bestias en los viejos ceibos que allí estaban sembrados para dar sombra a
la casa, mientras tomaban algún refrigerio en la tienda de Maclobia Rivas.
Ella, al conocer la noticia, se
dirigió hasta su pequeño altar y rezó y le pidió a la Virgen de Santa Rosalía,
patrona de esa comunidad, que los
librara de cualquier mal, mientras le encendía una vela de cebo. Al poco rato,
elevó sus ojos al cielo y dijo otras palabras, para que no ocurriera nada ante
el paso de quién se decía era un elemento del terror y de la superstición.
Entre los recuerdos familiares más
importantes de los Rivas, <<fue el paso por allí de Cipriano Castro, en
su famosa Libertadora. Desde temprano algunos hombres de a caballo comentaron
que el general pasaría por aquel lugar rumbo a Caracas. La voz se regó y muchas
personas…comenzaron a alinearse a lo largo de la vía para ver pasar aquel
hombre>> (Burelli-Dávila, 32 y 33), según esta autora, dicho
paso, fue todo un acontecimiento.
En el desenlace de este relato,
apuntó: <<Cuando por fin…se acercó la expedición nadie pudo ver muy bien al héroe
porque era muy pequeño venía además envuelto en un aura de tierra>> (Ídem). Maclobia, ese día no lo vio, pero sí le fue
bien porque logró vender casi todas sus granjerías, dulces, arepas, chichas, bebidas, miche, frutas y
otras especies de comida.
Castro entró a Valera, acompañado del
segundo comandante Juan Vicente Gómez, y oficiales como Eleazar López Contreras
y José María García, y del otro batallón, más de mil hombres, con desplegadas
banderas tricolores, y el sonido de los marciales tamborileros, comandado por
los coroneles Benjamín Ruiz (Dr. Bolívar) y Santiago Briceño Ayesterán. Llegó a
Valera, a las 8 de la mañana del 16 de agosto (La Riva).

Todo este grupo de varones de “La
Culata” peregrina, que acompañaron a Leopoldo Baptista, en su ejército de
paseadores, de sí sí y de sí no, regresaron a sus casas y sementeras. No hubo
bajas, ni por senilidad, ni enfermedades, mucho menos de bajas por caídos en
combate.
Este año, se cumplen 125 años de
aquellos hechos históricos, muy previos
a lo que constituiría un ciclo de compleja y difícil relación política
de La Puerta y Trujillo, con el gobierno de Castro, y seguidamente, la cruel
dictadura del general Juan Vicente Gómez. Lo que merece, se registre como parte
de nuestra historia local y regional.
(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.
La Puerta, agosto 2024.
Omanrique761@gmail.com