Por Oswaldo Manrique (*)
Estábamos
rodeados por aquel manto blanquecino y frio, de lo que solo se escapaba la
vieja y cálida cocina. Era el momento de sacar del viejo cajón de la conciencia
familiar, los recuerdos, que cuando los contaban nuestros mayores, nos
trasladaba al momento de su ocurrencia.
De los que estábamos sentados alrededor del fogón, mirándola, ninguno se atrevió a decir alguna palabra, ni a interrumpirla.
- - Ay hijitico, cuando lo de los pescaitos, éramos muy pocos
aquí en el pueblo. La nona Guadalupe,
mientras estaba redondeando sobre el mesón una arepa grande de esa sabrosa
mezcla que produce la harina del norte
con el maíz criollo, continuaba contándome aquel acontecimiento histórico.
- - Apenitas unas cuarenta casas, incluyendo la Municipal y la
Iglesia, la calle real era de tierra, barro
y piedra, atravesada por varias quebradas. Con algo de tristeza, dijo:
- - Tuvimos mucho miedo, parecía un castigo del Señor. Cuando nos contó esto, ya había
muerto el abuelo, y ella solo subía al Sicoque, unas dos o tres veces al año, a
reencontrarse con los suyos. Se refería a uno de los hechos interesantes y de
apariencia fantástica ocurrido un día de la cuarta década del siglo pasado, en
la parroquia la Puerta del estado Trujillo, y que nuestras recientes
generaciones desconocen.
Esto que les voy a relatar y que
pareciera un hecho mágico o producto de la imaginación o fantasía, ocurrió y
forma parte de la memoria colectiva puertense.
Quienes dijeron en aquella época, que
fue un hecho portentoso, fueron los que participaron en el despojo de tierras a
los indígenas; otros, que lo vivieron y comentaron, pensaron que era un castigo
de Dios, por ser pecadores, y los más escépticos, que el singular
acontecimiento, fue un torbellino, un hecho natural sin causa, un fenómeno de
la misma naturaleza y lo llamaron Cuando
cayeron los peces del cielo.
El hecho, evento, suceso, experiencia o fenómeno.
Alguno podría considerar esto, como algo
meramente superficial y quizás cargado de misticismo, sin embargo, el hecho en
sí fuera lo que fuere, causó asombro y temor en las personas, quedando tensas,
convulsionadas muscularmente y algunas quedaron sin poder pronunciar palabra
alguna, suceso que se mantuvo por muchos años en la memoria de la comarca. Un
día de mayo de los primeros años 40,
posterior al festejo de San Isidro, apareció una nube gruesa oscura, que
se posó sobre los campos y montañas, adelantando la noche, entristeciendo el
paisaje que parecía, iba a repetir la noche larga de la princesa de Dorocoke.
La oscuridad que mostraba “Los Aposentos”, anunciaba que el día sería de lluvia
pareja. Luego fue el rumor fragoso y confuso que llegaba a los oídos de nuestros
abuelos, se acercaba la llovezón por los lados de Comboquito y Quebrada Seca,
bajando por el camino real. Seguido y sin dejar usar el cielo, avanzando como
en una marejada incontenible la tronazón y los rayos hasta acabar con el
silencio, la serenidad y la tranquilidad nostálgica, que nos contó la abuela
María Guadalupe de Rivas. El escándalo en las láminas de zinc y las goteras de
los techos de fajina de las casas, así como la galopa temerosa sobre el
charquero de las calles, fue grande. Y, de pronto, se escuchó el grito de una
voz desgarradora:
-¡Virgen Santa, la crecida del cielo! Ese día, desapareció hasta el humo
azul de los fogones.
*
Los que transitaban por la calle real
y los que pasaban cerca de los canales, se persignaron, porque de pronto fue
tan fuerte y estruendoso el trueno, que
lo sintieron en las propias palmas de los pies, y hasta << hizo
aullar a los perros, y a los gatos refugiarse en las cenizas del fogón, y a las
señoras recordar las palmas benditas, pues casi habían olvidado, tras el largo
verano, el rayo y la lluvia. Empezó a llover con tal exceso que parecía que
toda el agua retenida en algún remoto lugar, venía ahora implacable a castigar
nuestro olvido>>; asi lo contaron.
El dueño de la finca “San Isidro”,
cerca de donde hoy está La Flecha, el señor Daniel González, con asombro y
temor, le avisó al hacendado José Rafael Abreu, quien vivía en la calle 9, de
un fenómeno del que no pudo determinar su causa, natural o castigo, de lo
asustado que estaba el hombre, pensó que era algo espiritual. Esto lo explicó
en uno de sus relatos, nuestro maestro en la universidad, Dr. Alirio Abreu,
hijo de aquel Abreu, en la siguiente forma: <<El señor Daniel González, a quien
sorprendió el aguacero en el camino, dijo a mi padre que con la lluvia habían
caído peces y otros animales del mar. Corrimos a ver y más arriba del Calvario
saltaban en los charcos peces rojos, dorado, plateado, caballitos y estrellas
del mar… El río se llenó de peces que nadaban, saltaban y los caballitos del
mar se escondían entre los juncos y la hierbabuena>>. (Alirio
Abreu Burelli. Los días de la
infancia. Relatos. pág. 27. La Puerta. 2007). Varios niños, con su
espontanea acción y agrado, tomaban los peces y los llevaban al rio, hasta
tempranas horas de la noche. Un extraordinario espectáculo tierra, aire y agua,
teniendo como protagonistas vertebrados acuáticos, y para el temeroso
informante, especies del mar.
El mismo Abreu, agregó:
<<Llovió toda la noche, el río creció y al día siguiente no pudimos
entrar en él porque estaba colmado con los pequeños visitantes marinos>>. Un
autentico desfile de peces, en el altivo y espumante río Bomboy, de uno de los
pueblos de la Cordillera de La Culata, desprendimiento de la Sierra Nevada, a
más de 1.780 msnm.
El sorprendente torbellino en “El Calvario”.
La enorme Cruz de madera hecha por el
ingenio de Matías González, simplemente presenció en silencio aquel torbellino
de agua, aire y peces.
El Dr. Alirio Abreu, quien vivió
aquel hecho curioso y extraño, escribió una crónica, en 1950, estando en San
Cristóbal, en la que, relató: <<En la tarde se oscureció el cielo; tuvimos
miedo y regresamos a la casa y desde allí pudimos ver al torbellino que se
llevó el río hasta las nubes y con él se fueron todos los peces y los
caballitos y las estrellas del mar>>
(Abreu, 27); sin duda, algo maravilloso.
Como siempre, en la vida, llueve y escampa.
En su sofisticada prosa, el Maestro
Abreu, dejó la descripción del feliz ocaso del hecho, <<El
cauce del río quedó seco y solo parecía un pequeño camino entre el césped
humedecido... crecieron los manantiales con las lluvias de esos días, brotó el
agua y volvió nuestro río con su tímido canto a deslizarse entre los sauces y
las flores de ilusión, y las aguas lanzaron al cielo un arcoíris con el cual el
río pregonaba su alegría>> (Abreu, Alirio. Los días de la infancia. Pág. 27. 2007); alegría, que solo duraría
hasta la década de los 80 del siglo pasado, cuando comenzó a ser intervenido
por los inescrupulosos negociantes de tierras y viviendas, ante la mirada
cómplice de los funcionarios de gobierno.
Alirio Alfonso Abreu Burelli, nació
en La Puerta, el 10 de mayo de 1933. En 1940, estudió en la escuela de primeras
letras que regentaba su padre José Rafael Abreu. Cursó estudios en la ULA,
entre 1952-1957. Poeta, músico, escritor, magistrado, educador, es una de las
más destacadas personalidades puertenses.
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