Oswaldo Manrique R.
En muchas ciudades, encontramos a
ancianos que por su manera de ser y la simpatía
que expiden, son verdaderos personajes
populares, ejemplo de ello, fue aquella pareja de viejitos militantes del
partido Acción Democrática, que en los años 60 se convirtieron en símbolo de
esa organización y encabezaban con su lustrosa vestimenta marcada con los
emblemas y boinas blancas, todas las manifestaciones, marchas, fiestas y actos
de esa organización política en la ciudad de Caracas, eran, algo así como la
representación del Juan Bimba mimado por los jerarcas. También es un icono en
la actualidad, la señora de alta edad, flaquita, de lentes, participativa
y alegre que viste siempre de rojo, y es emblemática del chavismo
humilde de la ciudad de Caracas.
En nuestros pueblos andinos,
encontramos a personas de la tercera edad, como se le dice ahora, con igual o
más simpatía, aunque no son iconos de partidos políticos, sino de los mismos
pueblos. En La Puerta, a principios del siglo XX, vivían en un lateral del río
Bomboy, cerca de la Prefectura (donde está el restaurante Rustico Andino), una
pareja de viejitos, llamados Pío y Quintína. Todos hemos escuchado historias de
ellos, fueron famosos por ese estilo de
filosofía sencilla y de aplicar el sentido común a sus vidas. La vecina María Paredes, recuerda que cuando
muchacha iba los sábados o domingos con su papá Camilo, a llevarle flores a la
tumba de su mama Zenaida. Iban los 5
hermanos, a arreglarla y a ponerle flores. Al salir del cementerio, se dirigían a dar una
vuelta por donde Pío y Quintína, a visitarlos.
La pareja de ancianos, se hallaban en
condiciones muy precarias económicamente, pero así, demostraban felicidad y
alegría, se querían mucho y estaban pendientes uno del otro. De acuerdo con la
oralidad local, se conocieron aquí en el pueblo. Fueron inseparables. Su trato de pareja era
muy simpático, se hablaban y comunicaban con mucho respeto, hasta se
consultaban con la mirada; ella lo atendía en sus necesidades básicas, atenta a
sus comidas, a su ropa, a que se bañara, se vistiera y viera bien y
presentable, cuando le tocaba ir a misa o para alguna reunión o actividad social de importancia en la
parroquia. Salia ella con sus sencillos vestidos, y él, muy ataviado de paltó y
sombrero. También compartían la humilde vivienda con un
hermano al que llamaban Chuy.
Pío, al igual que Quintína, hacía
honor a su nombre, pues era generoso, colaborador, religioso, amable y buena
gente. No tenían ambición de riquezas, solo conformes y felices por vivir cada
nuevo día. Tampoco se preocupaban por lo que no podían controlar en la vida y
su entorno, porque no podían hacer nada al respecto. Recuerda el amigo Oscar Volcán,
que cuando estudiaba los primeros grados en la Faure, bajaban a la plaza, los
escueleros, y estando de ociosos, se metían a la casa de Pío y Quintina a
averiguar, porque les llamaba la atención que en ese sitio siempre olía a Creolina y otras veces a kerosene, quizás lo usaban para espantar los bachacos y los alacranes; los escueleros se metían a escondidas y
alguna veces se llevaron su susto porque les salía Pío y los correteaba.
Boceto de pareja de la tercera edad. Cronografía de este blog N° 3181.
Se mantuvieron juntos por mucho
tiempo. Vivieron hasta la década de los años 70 del siglo pasado. Algunas personas y familias de la comarca, los
fines de semana le llevaban algunos comestibles, ropa o dinero, quizás no tanto
por lo pobres, sino por lo simpática que era esta pareja.
Uno a veces se sorprende cuando sabe
o conoce casos como estos, cuyos protagonistas parecieran piezas perfectas, que
encajan uno con el otro, como si les deparara un destino perfecto, duradero y
simbiótico. Estos ancianos son un símbolo de la solidaridad y el
afecto que se puede sentir en pareja, y a la vez, prueba de que con esos lazos
de apego pudieron sobrevivir a muchos años de penurias. En el recuerdo de varias personas que los conocieron,
cuando murió Pío, de viejo a finales de
los años 70, mientras dormía, afectó mucho a su compañera, quien vociferaba que
ya no podía vivir así, iba frecuentemente a misa y rezaba por Pío, pidiendo le
deparara descanso eterno; al poco tiempo murió Quintína. La pareja paso la mayor parte de su existencia
en común, en un ranchito ubicado frente a la Plaza Bolívar, donde ambos trabajaban en lo que podían y
vivían también como podían.
María Paredes, echando atrás en el
tiempo, dijo que era gente muy atenta y agradable, era la manera como aquella pareja de ancianos,
más que por el regalo, conversaban, reían y hacían bromas, disfrutando de las
pequeñas cosas que le llevaban y de la compañía de los donantes. Eso es muestra
de la sabiduría popular, que fueron adquiriendo con los años, y de la
tranquilidad y armonía con la que vivían, en su historia de lucha diaria y de
esperanza. Eran tiempos, en los que no existía eso que llaman hoy, calidad de
vida o el denominado envejecimiento
saludable para los seres de la tercera edad.
Febrero 2020.
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