Tino, el gol-oso de las Siete Lagunas.
(Cuento infantil).
Oswaldo Manrique.
Había una vez, un osito llamado Tino, que gozaba caer entre los frailejones y piedras, debido a las patas torcidas que tenia, pateaba lo que encontraba y sonara en el camino, como si fuera futbolista. Quién podría imaginarse que aquel gordo y careto osezno, con lentes, alegre, juguetón, lo habían despojado de Tina su mamá y de Tinoco su taita, familia de los frontinos (*). Verdaíta, eso ocurría con frecuencia, desde que llegó el primer Keuña europeo a nuestro Páramo de las Siete Lagunas (Maen Shombuk). Sí, desde los tiempos del Capitán Tomé Dabuyn en 1601, que comenzaron a cazarlos para vender sus pieles de color dominó, y elaborar las potentes y espirituales camándulas de garra negra y curva, claro, eran artículos para los supersticiosos, por eso los mataron.
Tino, el osito
anteojudo, quedó íngrimo y se acostumbró a vivir y andar solitario, estaba en
la Cordillera de la Culata, pero se habituó a un paraje en el que se sentía a
sus anchas, libre como el viento y sin riesgos para su existencia, el santuario
Maen Shombuk, ese que llaman las respetadas Siete Lagunas, indudablemente por
su altura de más de 3.500 m.s.n.m, y su helado clima.
Recorría por días
enteros, andando, brincando y pateando la helada Sierra, no tenía miedo a nada
ni a nadie, ni siquiera a los Momoyes ni a la niebla burlona. Su albergue era
la cueva mágica de la Piedra del Muñeco a la que llegaba a dormir y protegerse
del frio, de la lluvia y de los humanos; además de eso, podía buscar bachacos,
hormigas y las arañas tejedoras, de esas que atajan insectos, y cerca para
entretenerse había mucho frailejón, aliso fresco y cristales de hielo para
quitar la sed. Se quedaba por temporadas, buscando siempre qué comer, porque
estando la barriga buchona, se vivía con alegría; de la Corazón, pasaba a la laguna Madre, iba
a La Gata, la que dejaba por ir a la Ciega, o bien a la Corcovada, para llegar
a la Laguna Negra, a partir espejos completos de hielo con sus garras y dientones,
regando los cristales con sus patas de jugador, cuando se cansaba de lamer y deshielar. Los
nativos reían de las ocurrencias del osito Tino, cuando azotaba los frailejones
comiéndole las pencas dulces, que tanto le gustaba, y poco a poco, se fueron encariñando con él.
Sin sentir miedo, estaba
tan ambientando que, venía desde la cima
de la serranía, hasta el retirado Santuario indígena, aventurándose por las
zonas boscosas, haciendo su parada obligatoria por los zanjones de los Alisos y
del Xikoke, para su segura “forrada” de moras piñas. Se hartaba de esta fruta,
y pasaba aconchabado por días, haciendo la digestión entre los matorrales. A
veces, estaba tranquilo, jugando con los insectos, coquitos, bubutes,
mariquitas, hormigas, bachacones, y se los comía; también producía gracia
cuando lo veían por entre los bosques de la Boca del Monte y el Arbolito o de
Piedras Blancas, corriendo y dando botes
hasta los Pozos y los Alisos, cuando salía perseguido por los enjambres de abejas
molestas y aguijoneándolo, y él, saboreando el panal que llevaba en sus garras.
Explorando, y
agarrando confianza, siguió bajando desde la laguna Calzona, al viejo camino indígena
de La Maraquita, Tino llegó al Cío, la garganta del Bomboy, el más hermoso
oasis andino, una naciente y piscina llena de grandes y coloridos peces, que
eran su delicia, se extasiaba en aquel lugar escondido entre guaduas, cíos,
jumangues, alisos y frutales, iguanas, pavas, paujís, paraulatas parameras, y
la restringida mariposa marrona, que era difícil divisarlo, además de sus características
mágicas, de las que comentaba la voz vecinal.
Un día, el Cío, lo
convirtieron en sementeras, casas, apartamentos y desviaron las aguas del río, irrespetando la
naturaleza. Tino, el osito frontino del Páramo de La Puerta, al ver aquello,
ajustó sus lentes y se fue por los Bicuyes, poco a poco ascendiendo, encaminándose
hacia la Sierra, dejando nostalgia y tristeza en su transitar; al pasar los
años, no se le volvió a ver por estos lugares. Ya no se sentiría la pesada y
escandalosa pisada del osito frontino;
nunca más se volvió a escuchar su roznido anunciante y alucinante de su
alegre llegada.
(*) Oso Frontino
(Tremarctos Ornatus).
La Puerta, marzo
2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario