domingo, 7 de marzo de 2021

Tino, el gol-oso de las Siete Lagunas

 

Tino, el gol-oso de las Siete Lagunas.

(Cuento infantil).


Oswaldo Manrique.


Había una vez, un osito llamado Tino, que gozaba caer entre los frailejones y piedras, debido a las patas torcidas que tenia, pateaba lo que encontraba y sonara en el camino, como si fuera futbolista. Quién podría imaginarse que aquel gordo y careto osezno,  con lentes, alegre, juguetón, lo habían despojado de Tina su mamá y de Tinoco su taita, familia de los frontinos (*). Verdaíta, eso ocurría con frecuencia, desde que llegó el primer Keuña europeo a nuestro Páramo de las Siete Lagunas (Maen Shombuk). Sí, desde los tiempos del Capitán Tomé Dabuyn en 1601, que comenzaron a cazarlos para vender sus pieles de color dominó,  y elaborar las potentes y espirituales camándulas de garra negra y curva, claro, eran artículos para los supersticiosos, por eso los mataron.   

Tino, el osito anteojudo, quedó íngrimo y se acostumbró a vivir y andar solitario, estaba en la Cordillera de la Culata, pero se habituó a un paraje en el que se sentía a sus anchas, libre como el viento y sin riesgos para su existencia, el santuario Maen Shombuk, ese que llaman las respetadas Siete Lagunas, indudablemente por su altura de más de 3.500 m.s.n.m, y su helado clima.

Recorría por días enteros, andando, brincando y pateando la helada Sierra, no tenía miedo a nada ni a nadie, ni siquiera a los Momoyes ni a la niebla burlona. Su albergue era la cueva mágica de la Piedra del Muñeco a la que llegaba a dormir y protegerse del frio, de la lluvia y de los humanos; además de eso, podía buscar bachacos, hormigas y las arañas tejedoras, de esas que atajan insectos, y cerca para entretenerse había mucho frailejón, aliso fresco y cristales de hielo para quitar la sed. Se quedaba por temporadas, buscando siempre qué comer, porque estando la barriga buchona, se vivía con alegría;  de la Corazón, pasaba a la laguna Madre, iba a La Gata, la que dejaba por ir a la Ciega, o bien a la Corcovada, para llegar a la Laguna Negra, a partir espejos completos de hielo con sus garras y dientones, regando los cristales con sus patas de jugador,  cuando se cansaba de lamer y deshielar. Los nativos reían de las ocurrencias del osito Tino, cuando azotaba los frailejones comiéndole las pencas dulces, que tanto le gustaba,  y poco a poco, se fueron encariñando con él.

Sin sentir miedo, estaba tan  ambientando que, venía desde la cima de la serranía, hasta el retirado Santuario indígena, aventurándose por las zonas boscosas, haciendo su parada obligatoria por los zanjones de los Alisos y del Xikoke, para su segura “forrada” de moras piñas. Se hartaba de esta fruta, y pasaba aconchabado por días, haciendo la digestión entre los matorrales. A veces, estaba tranquilo, jugando con los insectos, coquitos, bubutes, mariquitas, hormigas, bachacones, y se los comía; también producía gracia cuando lo veían por entre los bosques de la Boca del Monte y el Arbolito o de Piedras Blancas,  corriendo y dando botes hasta los Pozos y los Alisos, cuando salía perseguido por los enjambres de abejas molestas y aguijoneándolo, y él, saboreando el panal que llevaba en sus garras.   

Explorando, y agarrando confianza, siguió bajando desde la laguna Calzona, al viejo camino indígena de La Maraquita, Tino llegó al Cío, la garganta del Bomboy, el más hermoso oasis andino, una naciente y piscina llena de grandes y coloridos peces, que eran su delicia, se extasiaba en aquel lugar escondido entre guaduas, cíos, jumangues, alisos y frutales, iguanas, pavas, paujís, paraulatas parameras, y la restringida mariposa marrona, que era difícil divisarlo, además de sus características mágicas, de las que comentaba la voz vecinal.

Un día, el Cío, lo convirtieron en sementeras, casas, apartamentos  y desviaron las aguas del río, irrespetando la naturaleza. Tino, el osito frontino del Páramo de La Puerta, al ver aquello, ajustó sus lentes y se fue por los Bicuyes, poco a poco ascendiendo, encaminándose hacia la Sierra, dejando nostalgia y tristeza en su transitar; al pasar los años, no se le volvió a ver por estos lugares. Ya no se sentiría la pesada y escandalosa pisada del osito frontino;  nunca más se volvió a escuchar su roznido anunciante y alucinante de su alegre llegada.

(*) Oso Frontino (Tremarctos Ornatus).


La Puerta, marzo 2021.

Omanrique761@gmail.com


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