sábado, 26 de octubre de 2024

Al paso del Dr. José Gregorio Hernández por La Puerta, en 1888.

Por Oswaldo Manrique (*)

Luego de pasar la Navidad con su familia, de profundas convicciones católicas, donde disfrutó el reencuentro y compartió la mesa de apetitosos y tradicionales pasteles (hallacas), un poco de carne compuesta, ensalada de gallina, papas cocidas bautizadas de saní, arepas de harina del norte, pan criollo, dulce de lechosa y curruchete, frutas, leche de burra, jugos, emprendió viaje a Mérida acompañado de un guía, muy conocedor de la ruta, también llevaba un sirviente. Pasó por Valera, y unos amigos le organizaron una fiesta, que tuvo que atender. En una de sus cartas, escribió sobre este pasaje, <<no hubo más remedio que acceder a bailar toda la noche hasta que a las cuatro monté a caballo para seguir mi viaje>> (Hernández), a esa hora, emprende la marcha hacia San Juan de Colón (Táchira). Valera, a unas 6 leguas de distancia de La Puerta, equivalía para aquel tiempo una jornada y media y hasta dos jornadas normales de camino en mula; él, muy disciplinado, intentó hacerla en una jornada, con el aplomo que lo sostenía sobre su brioso caballo.

Al ver su aspecto físico y andar, su vestimenta, elegancia y escuchar su forma de hablar, se sabía que era un joven de distinguida y próspera familia, pero además, se notaba que era de esfuerzo y méritos propios. Logró su doctorado en Caracas. Andaba en la búsqueda de un pueblo andino, donde poder demostrar sus conocimientos y capacidades. En la oscuridad, con su misma resolución, con expresión y acento capitalino, dijo:

-         ¡Epa vale! vámonos que nos va a agarrar el sol de Valera. Serían las palabras madrugadoras, con interjección y acento caraqueño que se le escucharon al recién graduado galeno trujillano, dirigidas a sus acompañantes de viaje. El sirviente había montado las maletas en la mula; los caballos ya tenían puestas sus enjalmas y sillas. 

El 26 de diciembre de 1888, salieron de Valera a esa hora de la madrugada; subieron por el camino viejo y ancho, vía a Mendoza, bajo cerradas arboledas de café. No existía carretera para automóviles, ni por el peligroso margen del brioso río Motatán (Quebrada de Cuevas, La Mesa, Timotes), camino resbaloso, era inhóspito. Tampoco existía carretera de Valera a La Puerta, pero existía el Decreto de 1881 de Juan Pablo Bustillos, para su construcción.

Los chonatales de San Isidro, sintieron el paso veloz de las bestias con los tres viajeros y una de carga. Así, nuestro personaje comenzó a conectarse, respirar y escuchar la naturaleza serrana. Pararon casi a la mitad de trayecto, en Mendoza, era apropiado que buscaran algún sitio donde comer algo y estirar las piernas. Reanudan la marcha comenzando la tarde. Bajaron La Quebradita. Antes de salir, en Valera, pensaron que en unas 8 o 9 horas, a resuelta galopa y paso forzado, en sus caballos y mulas, podía rendirles la jornada, inclusive para llegar a Timotes. Uno de sus biógrafos, al develar la ruta planeada por el Dr. Hernández, indicó que, <<Su primera parada sería en La Puerta>> (González Cruz, 35).

Precisamente iban subiendo hacia La Puerta, en algunos tramos por laderas de los mismos páramos, vadeando torrenteras, asegurando que las bestias no tuvieran tropiezos, sembradíos de caña dulce, frondosos cafetales custodiados por filas de bucares, un paisaje fresco para los ojos.

 Mayormente fueron bordeando el zigzagueante y espumoso río Bomboy, que nace en aquel próximo punto geográfico, que desea ver con sus propios ojos y no pecar de desinformado; eran los trillos del virtuoso padre Rosario. Pasaron caseríos como La Mocojó, La Culebrina, se detuvieron en el famoso paradero “Convento de las Viejas”, en El Rincón, a comer empanadas, pastelitos o hallacas de caraota, o arepa de harina y cuajada, dulces y tomar algún café o jugo fresco elaborados por las hermanas Rivas. El baquiano, bebería un cuello corto de miche, para acomodar el cuerpo. Al terminar de merendar continuaron la marcha. Franquearon Dos Cerritos, la otra capilla del Padre Rosario; siguieron por San Felipe, pasaron la Quebrada de las Yeguas. Era un camino difícil.

 Tuvo que parar en el Resguardo Indígena, las bestias necesitaban descanso. Cuando llegó a La Puerta, entró por la vuelta que da al hermoso y prestigioso Oratorio de la Virgen de Guadalupe de Indios, lugar de peregrinos. Su curiosidad católica lo hizo detener y preguntar a los Bomboyes que estaban sembrando cerca, sobre aquel sagrado recinto, construido varias décadas antes por el prócer independentista presbítero Francisco Rosario D. 

  Montó nuevamente y se dirigió hacia la inclinada plazoleta, donde se bajó, caminó por la única calle hasta el viejo y cerrado Templo San Pablo Apóstol y desde allí observó aquel lugar, del que le habían hablado, unos bohíos grandes y otros pequeños de bahareque y con techos de fajina, de acuerdo al grupo familiar. En los alrededores del Resguardo, pasando el río, varias casas de tapial y piedra, donde vivían los caudillos “ponchos” y hacendados.  

Recorrió hasta la vieja casa de los antiguos Corregidores, ahora sede de la Jefatura Civil, explicó que era médico y estaba visitando los pueblos, buscando un lugar para ejercer su profesión, se dirigía al Táchira. Algunos curiosos, que lo entendían, se le acercaron, le comentaron que ellos tenían los secretos para curarse solos, con sus ramas y oraciones. Al más conversador, sin preguntarle, le escucharía:

-         Aquí, el díctamo real es lo que nos ayuda contra la vejez, si es del dorado mejor, más fuerza.

José Gregorio, aquel hombre de 1,60 metros de estatura, piel blanca marcada por el sol, <<carácter alegre y dulce, era gentil…compasivo, generoso, caritativo, respetuoso…sencillo>> (Suarez, María Matilde. José Gregorio Hernández, Él era así), sin ínfulas de sabio científico, con amables razones persuasivas, les dijo:

- Soy cristiano, se rezar, y también sé de yerbas. El novel galeno, también conocía de medicina natural y herbolaria, sin embargo, hasta allí llegó el comentario. Mirando el templo, les comentó:

-         Aquí como que no celebran la navidad. La iglesia cerrada. Los concurrentes contestaron:

-         Por estos días, la “Serenada”, salen las máscaras, música, guaruras y maracas para el Niño y la fiesta de la Guadalupe, y la bajada del Ches. Son fiestas muy bonitas de aquí. Mientras uno dijo:

-         Sí, el cura no viene desde hace mucho, vive en Mendoza, está muy ocupado. Otro, regañó al que dijo esto, en un tono desagradable y le increpó:

-         ¡Cállese! Él viene cuando puede. Llegó el silencio, callaron, no era regaño, sino que no querían al cura León, que estaba involucrado en la conspiración para despojarlos de las tierras. Había un Jefe Civil de nombre José Natividad Aponte, muy de la iglesia, que no sabía leer ni escribir,  pero a quien realmente le hacían caso, era a su Cacique.

 Se veían como parte de esa armonía interna y comunitaria, los niños, en la única calle o camino real, jugando, compartiendo sus alegrías, todos gozando las maravillas de esta tierra. Conformaban la morada de la abstracción social, contemplativa comunidad, tan cercana al río, que perfeccionaba aquel holístico y tranquilo lugar de bellos paisajes, que el poeta Pérez Carmona llamó “el descanso de los dioses”.

Era cotidiano que las nativas, ataviadas con su campechano sumbay bajo la ruana, aguantada por un tupu alrededor del cuello, muchas con sombrero de cola de burra, los muchachos que apenas si dicen algunas palabras en castellano, miraban asombradas entrar aquellos visitantes, que a su vez, también les echaban un vistazo a lo que hacían.

Lo atrayente de esta comunidad no era la belleza del paisaje, clima y sus siembras, sino su armonía y la forma de entenderse, de colaborarse. En aquel fértil valle, custodiado por dos serranías, las sencillas viviendas de bahareque y techos pajizos, concordaban con  el amplio espacio donde las mujeres en una esquina de la plazoleta, cerca de la iglesia, exhibían cestas de frutos que cultivaban, no falta el trigo, maíz, papas, arvejas, caña de azúcar y todos los demás rubros de las zonas frías, además, de tener rebaños de ganado vacuno y lanar. Pudo observar, cotidianidades. En un solar, indígenas desgranando maíz, otras pasaban cargando a sus pequeños hijos dentro de fardos terciados en la espalda; las más jóvenes de sombrerillos con plumas de colores, calzadas con cotizas, usando sus metálicos adornos en las mejillas. En un abierto, se secaba café; mas allá, pudo observar a las hilanderas del algodón y las tejedoras del fique, y en uno de los amplios bohíos, mujeres con manares seleccionando y enrollando hojas de tabaco, todas sonriendo y hablando en su particular lengua Timoto-Al-Andaluz. 

Se puede entender que como científico y conocedor de sus coterráneos, sabía que culturalmente los nativos, mantenían sus creencias, eran fervorosos con su medicina ancestral y su botánica que les daba eficacia en cuanto a su salud, y hasta gozaban de longevidad, inclusive, sumaría lo de la superstición, eso que denominan el conjuro de Chegué y los mojanes con su poder magnético maravilloso, llámenlo augurio, sortilegios o magia, era a lo que estaban acostumbrados y a ello se aferraban, era lo que les ofrecía con generosidad la naturaleza, por lo que se sentían en un espacio dichoso.

Pero, lo que impresionaba era esa áurea de una gente armónica y amable, con una cultura, cotidianidad y estilo de vida distintas, que los hacía diferentes; eso era lo atrayente, casi con un halo de enigma, de uno de los más antiguos pueblos indígenas, incluido en los 16, considerados étnicamente “casi totalmente puro”, ubicado a seis leguas de Valera y a poca distancia de Timotes.

Muchos han preguntado: ¿pasó realmente el médico José Gregorio Hernández, por La Puerta en 1888? y cabe la pregunta: ¿y si pasó, por qué no la mencionó, como tampoco a Mendoza, en su carta descriptiva del paso por la Cordillera? A la primera interrogante, es afirmativa la respuesta. Decir que no entró, seria calificarlo de prejuicioso y desconocer sus cualidades y formación científicas.

 Por la ruta que tuvo que andar, su disposición a recorrer toda la Cordillera, previendo parar en La Puerta, montado en bestias, acompañado como iba de dos personas, su baquiano y su sirviente, una mula de carga, e incomodado por el trasnocho de la fiesta, se comprende que obligatoriamente se detuvo a descansar y conocer a Mendoza y luego en La Puerta, existiendo en este punto, una de las pocas comunidades aborígenes sobrevivientes.

 A la subsecuente interrogante, se debe responder con esto: ¿se podría dudar de las ganas de conocer este pueblo indígena, dudar de su ansiedad como investigador, su pensamiento, interrogantes, quizás nervios, que abrumaban a aquel científico, cuando le tocó ineludiblemente pasar por este lugar?

Siendo este médico, científico y virtuoso de la filosofía, sabía que dentro de la cosmovisión de esta comunidad indígena, se continuaban practicando los rituales de sanación, con el conocimiento de la herbolaria, y las plantas medicinales, así como, complementadas con las diversas técnicas de curación espiritual. Esta comunidad, relacionada con la civilización Chibcha Mukus, consideraba que las enfermedades eran producidas por el desajuste entre el cuerpo y el espíritu, por eso, la abordaban con rituales para restaurar la armonía necesaria y la salud, también fundamentada en la sana alimentación. La Puerta, era para aquel tiempo un Resguardo Indígena aislado, abandonado por los organismos de gobierno. Para dicho año (1888), La Puerta en lo que hoy es su área urbana, estaba habitada solo por indígenas Bomboyes, quienes fueron prudentes con su entorno, vivían los tiempos de la República Post Independentista Liberal Guzmancista, y trataron de relacionarse con una vecindad hostil, de caudillos, hacendados y gamonales de pueblos aledaños, que ambicionaba apoderarse de sus tierras, lo que lograron en 1891, 3 años después de esta visita.

Desde una perspectiva historiográfica critica, es fundamental lo que encontramos en las Cartas del Beato, al no comentar su recorrido por este pueblo, estando a poca distancia de Timotes, aunque se puede entrever una especie de dialéctica compleja, entre científica y el realismo de creencias, entre lo espiritual y lo catolicista, entre la ciencia y la vertiente de la cultura de la civilización indígena comunitaria, que poblaba estas tierras desde 500 a 1.000 años A.C., y perduraba hasta ese momento. El núcleo poblacional de La Puerta, que conoció el Dr. Hernández en 1888, tenía unos 230 habitantes nativos Bomboyes, y unas 70 viviendas indígenas, según estadísticas de Américo Briceño Valero.

El Dr. Hernández, tenía su criterio científico, el cual adelantó días antes de este paseo por La Puerta, cuando se refirió a los enfermos tratados por él, en Betijoque e Isnotú, <<es tan difícil curar a la gente de aquí, porque hay que luchar contra las preocupaciones y ridiculeces que tienen arraigadas: creen en el daño, en las gallinas y las vacas negras, en los remedios que hacen diciendo palabras misteriosas: en suma, yo no sabía que estábamos tan atrasados en estos países>> (Hernández. Carta del 18 de septiembre 1888). Se intuye que por las mismas razones o con mayor énfasis, para dicho año en La Puerta, siendo una comunidad indígena aislada, es obvio, que practicaban los rituales y conocimientos ancestrales para sus curaciones. Con esas razones, es obvio, que entró a conocer esta comunidad y obtuvo su apreciación subjetiva del recorrido.  

*

El recordado historiador y amigo Arturo Cardozo, sobre la corta  estadía de José Gregorio en Trujillo, transcribió un fragmento de una carta al Dr. Domínici: <<en el gobierno de aquí se me ha marcado como godo; se está, estudiando mi expulsión del Estado o más bien si me envían preso a Caracas…Si me echan de aquí, ¿A dónde voy? Esta es mi duda; como tú comprenderás sin que yo haya dado lugar a nada porque solo me preocupan mis libros. Si me apura la cosa me iré a Caracas y allá decidiremos el remedio>> (Cardozo, 225). El ocurrente Dr. Cardozo, cerró este capítulo, escribiendo: <<La “cosa le apuró”, porque, para abril ya estaba en la capital de la República, preparándose para su viaje a Europa>>; del año 1889.

*

El paso del Dr. José Gregorio Hernández, por La Puerta, tiene relevancia histórica tomando en consideración la búsqueda de las razones para que se tenga en esta localidad una devoción tan antigua por este Beato, quizás una de las primeras en Venezuela, en momentos en que se espera que desde Roma, se dicte su condición de santidad, lo que obliga o merece mayor investigación.

Hemos escrito, que la devoción desde el punto de vista orgánico, como grupo católico que existe en La Puerta por el Dr. José Gregorio Hernández, se lo acreditamos al padre Ramón de Jesús Trejo, quien fue Cura en Isnotú, denominado el primer gran devoto, que tuvo entre sus iniciativas la de elaborar, dibujar y diseñar, junto al artesano italiano Salvatore, el primer vitral dedicado a José Gregorio, en el año 1948, reservando antes y después de ser párroco, el nicho en la fachada principal del nuevo templo parroquial de San Pablo Apóstol de La Puerta, para quien no tenía la condición de Venerable, Beato y menos de Santo, justo al lado de San Benito de Palermo; sin embargo, es bastante probable, que aquel paso del llamado Médico de los Pobres, por estos lares, tenga alguna relación con esa devoción. Trejo, aupó la organización y actividades litúrgicas del grupo de devotos de "Mano Goyo", como también se le llama en la comunidad, de los más participativos en las peregrinaciones y caminatas a Isnotú. 

Sin vanidad parroquiana, pero sí, con cierto orgullo, estos antecedentes devocionarios a los que me he referido, merecen su investigación y reconocimiento. 

* 

El sirviente, despegando las bridas de las frondosas matas de cío, donde descansaban las bestias, esperaba la orden de los señores, quienes absortos por lo que veían, quedaron suspendidos en el mutismo. Luego, a los pocos segundos, se vieron las caras, y sincronizados con la mirada, José Gregorio se paró del banco donde estaba sentado, y sonriendo, para no comentar su impresión, ni sacar conclusiones de lo que había visto,  expresó:

-         ¿Seguimos  vale?  Sonrieron los viajeros.

-         Sí doctor, eso es todo lo que hay para ver aquí. Le señaló el acompañante conocedor de la ruta.

-         Por lo menos vimos buena parte de lo que hay para ver, pero es mucho lo que hay para saber. Replicaría el filósofo, inspirado en su pasión racional y espiritual por la humanidad. Miraron los caballos, y se decidieron montar, sin apartar las miradas de los indígenas de aquella mustia y particular aldea, se fueron despidiendo.

En algún momento, el Dr. Hernández, pensaría dentro de su agitado viaje, en la vida armónica y especial de aquellos abandonados seres humanos, casi como si estuvieran en conforme resistencia en los confines de la tierra, enfrentándola con la sustancia misma de la candidez y la inocencia.

Se acomodó en la silla y echó a andar, tras el baquiano, exclamando:

-         ¡Ahora Timotes!

Miró al subir por las curvas de San Martín, los hermosos y rubios trigales, y dentro de ellos, mestizos abandonando la “fornaleada” y otros simplemente sentados en los pretiles de las casas abrumados por los acordes de los fogones, conjugados con el frío y la niebla.

Al llegar al Portachuelo de La Lagunita, comenzó su descenso por la difícil Cuesta de La Mocotí, única vía para llegar al cercano Timotes. Unos diez años antes, habían mejorado el camino hasta La Mocotí, con algunos arreglos en tramos y vueltas que conducen hacia esa ciudad, del antiguo Estado Guzmán (Mérida).

Los iluminó Chía, con su halo claro y fresco, con manojos de estrellas en el firmamento.

Como cierre de la apresurada y fatigosa jornada, trasnochado y con las asentaderas humeantes de cansancio y dolor, en la noche le comentó al acompañante viajero:

-         ¡Epa chico! en este viaje <<no se presentó ningún incidente en particular>>. El guía quien se vio afectado por el páramo, al igual que el sirviente, le respondió:

-         ¡Si, doctor! todo en la travesía estuvo calmado. Las bestias rindieron.  El sabio médico, le añadió:

-         Lo que te puedo comentar, es que muy <<maltratado llegué a Timotes>> (Hernández). 


(*) Portador Patrimonial Cultural e Historico de La Puerta. 

 

sábado, 12 de octubre de 2024

Cuando se movían al son de “La Maraquita”.

Por Oswaldo Manrique (*)


La primera vez que campesinos sin tierra sembraron en uno de los desbocados y apartados lugares de este singular sitio, el agua de lluvia que bajó con barro y piedras por el zanjón acabó con las siembras, la crecida del río se llevó a los animales y hubo difuntos.  Fidel Rivas le comentó a Mitrídates:

- Qué fiera tormenta, de la que nos salvamos compadre. Rosnaba como si fuera el demonio, nunca había escuchado algo así de feo. “Mitri”,  que era más baquiano y conocedor del mundo de las cabrillas le respondió a su joven montonero lo que causaba ese sonido tan misterioso.

*

Extraordinaria, creativa y poética imaginación, la de los Bomboyes, nativos y primeros pobladores de La Puerta. Le pusieron como topónimo a esa boscosa e intrincada montaña y a su Chorrerón, un nombre de instrumento musical: “Maraquita”, maraca pequeña.  



Localización:

“La Maraquita”, es hoy una quebrada de tipo intermitente, que se desprende de las Siete Lagunas, con altitud en su parte baja o zanjón bajo, de 1.849 msnm, cercana a la posesión “San Pedro”, y “El Pozo”, y colindante también con la población urbana de La Puerta, río Bomboy de por medio, al que nutren sus aguas. En la parte baja, lamentablemente hoy, se encuentra intervenida por anárquicas y masivas urbanizaciones, con incidencia de daño ambiental.  

Ubicación: Parroquia La Puerta, Municipio Valera,  Estado Trujillo, Los Andes, Venezuela, Sudamérica.

Breve reseña histórica:

Siguiendo la paralela trayectoria del lecho de este derrame, existe un zigzagueante borde que desde tiempos ancestrales,  siempre sirvió de camino a los aborígenes Bomboyes, de nación Timoto, para trasladarse desde los pueblos del lago Coquivacoa (Maracaibo), por la vía intermontana, de las Siete Lagunas (Maen Shombuk) hasta el valle de Bomboy, donde tenían establecida su aldea indígena,  y viceversa. Considerado como uno  de los pueblos de la Sierra de La Culata.

De Tulio Ramón Rivas Ramírez, cronista popular de estos páramos, aprendimos que históricamente este es el primer camino indígena de La Puerta, el gran camino indígena que lleva a las Siete Lagunas, vía que se remonta a unos 500 a 1.000 años antes de Cristo, usado por los primeros pobladores Bomboyes de la gran nación Timoto, involucrada con la civilización  Chibcha Muisca, en su proceso de expansión y dominio de la Sierra Nevada hasta el lago Coquivacoa. Algunos comentan que por aquí entró el pirata Gramont, en 1678, para evadir enfrentamientos con la milicia real y poder sorprender y saquear a los habitantes de la ciudad de Trujillo.

En la memoria colectiva la tradición ha conservado relatos que revelan que fue “La Maraquita”, el camino  indígena de conexión entre el Páramo de las Siete Lagunas y el valle; inclusive, era ruta de huida y de resguardo de los nativos a los páramos, en la época de la invasión hispana. Forma parte de este valle. Documentalmente, la primera referencia de Bomboy, la encontramos en el titulo de la “Encomienda Valle de Vomboy”, del capitán Juan Álvarez de Daboín, del 18 de julio de 1611, que da cuenta que su padre el capitán Tomé Dabuyn, la había dejado el 26 de marzo de 1601, es decir, que para 1.600, ya se había otorgado dicha encomienda, localizada en lo que hoy constituye la parroquia La Puerta.  En 1608, se le señaló por parte del Obispo fray Antonio de Alcega, como “Pueblo de indios” Cabecera de la Séptima Doctrina. 

Razones de índole etnográfica y documental, asi como su ubicación en área de frontera, califican a los Bomboyes como de nación Timoto, es decir, a pesar, de lo errado de clasificarlo en una insubsistente nación Timoto-Cuica. Era “La Maraquita”, una inmejorable zona de cacería de lapas, báquiros, conejos y picures, que fortalecía la dinámica del nativo y complementaba su ingesta alimenticia. 

En 1891, La Maraquita”, se convirtió en uno de los puntos de lindero, en la partición fraudulenta de las posesiones del Resguardo Indígena de La Puerta. Al desalojar a la comunidad indígena Bomboy en dicho año, los nuevos “propietarios” se disputaron estas tierras, pero la misma naturaleza los fue  combatiendo, arrasando con sus cultivos y sus criaderos. 

Mitrídates Volcanes, viejo montonero del tiempo de caudillos, lugarteniente del coronel Sandalio Ruz, y  dirigente agrario, promotor de esta área de producción, históricamente se considera como el último montonero de La Puerta, porque sobrevivió a su jefe y a los varones nacionalistas de la Cordillera de La Culata.

Cuando “Mitri”, como le llamaban sus parientes y amigos, intervino y venció con sus compañeros Juan Torres y Delfín Rivas y otros, la intrincada vegetación boscosa, subiendo por el primer camino indígena parameño, en el llamado “Derrame o Chorrerón de La Maraquita”, que se desprende del páramo de Las Siete Lagunas, sobre la tercera década del siglo XX, se fue perfilando el comienzo de la historia de este caserío. Su nieto Ramón Volcán “el Cholito”, hizo un importante esfuerzo por el mejoramiento del Dique de “La Maraquita”.

Al tener dominio sobre las aguas, mediante construcción de dique y canales, y haber deforestado gran parte de esa inhóspita zona, fue organizando parcelas de labor,  dadas a campesinos pobres, divididas con pretiles de piedra en su mayoría, convirtiéndose en un área fértil de producción agrícola, que a la vez, fue generando la necesidad de ocupar espacios, para vivir los peones, ayudantes, en el área adyacente a La Maraquita, que es lo que hoy constituye el sector La Flecha; fueron pocas casas las que se levantaron, todas de bahareque y techo de fajina de caña.

El sugestivo y musical topónimo.

Los indios bomboyes deseosos de transmitir el fenómeno y sus vivencias en este lugar, lo bautizaron con un nombre que era un alerta que impresionaba en su imaginación: la maraquita. Significa voz derivada del guaraní mbaracá (DRAE), instrumento musical sudamericano, que consiste en una calabaza, tapara o totumo con granos naturales o de maíz en su interior, usado por los aborígenes para acompañar el canto de faena, rito o festivo.    

Cuando se movieron al son de La Maraquita. El fenómeno natural.

Era analfabeto “Mitri” y le fue explicando a Fidel Rivas, el fenómeno natural y atmosférico que ocurría en ese sitio.  Las grietas de la inmensa montaña, hacen un sonido como de maraca, qué anuncia minutos antes a los de abajo y a los de arriba que el invierno se aproximaba, es decir, que en la cabecera cerca de las Siete  Lagunas se aproximaba la tormenta, porque comenzaba a llover mucho, y por eso ese sonido que alerta, es el retumbar de los truenos. Es un sonido subterráneo con el que alcanza un máximo volumen, que permite a la gente ponerse atenta y movilizarse, tanto a los viajeros del Páramo, como a los que viven en La Puerta. Los indígenas lo llamaban la música de la montaña, la maraca. Luego los nuevos pobladores lo siguieron llamando “La Maraquita”, en su creencia mitológica era considerado una de las hermosas crinejas de la Kusman de las grandes aguas de la Cordillera. Este sonido de la maraca fue lo que salvó a los despreocupados o tranquilos indios del Valle, de algunos cataclismos. 

Se han tejido leyendas sobre la aparición en esta zona de gigantescas culebras y reptiles, aunque se han encontrado “tragavenado” u otras del mismo tamaño, temidas y veneradas a la vez por los indígenas, especie de deidad en su cosmovisión, entendiendo en su simbolismo que este reptil cambia de piel y se fortalece y renueva, por ser esa su naturaleza. 

*

Un boscoso zanjón que domina la entrada y salida del lecho natural del derrame de “La Maraquita”, que en el pasado constituía la entrada a una hermosa caída de agua o balnearios indígenas, para ir por ese mismo atajo hacia los páramos.  Sin ser senderistas, un baño fresco en estas aguas, una peyita de chimó, comer moras piñas silvestres y una buena conversa, generaba en los siglos anteriores, un buen efecto reconstitutivo tanto en lo físico, como en lo espiritual.

Insertarse, bien a caballo o a pie, para explorar o como paso hacia las Siete Lagunas, es un paseo delicioso y fresco, siempre bordeando el lecho de esta gran vertiente de agua, vestida por un simulacro de selva. Montaña arriba, se logran conseguir quebradas e hilos de aguas cristalinas, llamativas, apadrinadas por hermosas y colgantes matorrales y espigados árboles.  Este hermoso lugar, forma parte de esa ruta profunda de turismo, que todos debemos conocer.

(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.


sábado, 5 de octubre de 2024

“San Pedro”, de viejo y fértil lugar, a “Chucumbete”.

Por Oswaldo Manrique (*)


Cuanto regocijo y ganas de inmiscuirse se siente, al ir subiendo por la carretera que va desde La Flecha, en ruta hacia La Lagunita, antes de Quebrada Seca, encontrarse con un hermoso  paisaje andino, que se ve en el costado derecho, y se conoce como “San Pedro”, con frondosas montañas, es  casi una postal turística. La diversidad de sembradíos, con los agricultores jornaleando, cada uno orgulloso de su desempeño, provoca un sentimiento que nutre nuestra espiritualidad, junto con el frescor de la belleza penetrante del lugar, sus montañas, quebradas, su historia, sus secretos, los sentimientos colectivos, costumbres y tradiciones, asi como, los caminos internos, en pendiente la mayoría, confirma la significativa valoración que le dio el Obispo Mariano Martí, cuando pasó en 1777. Un generoso paisaje andino.  


Su historia mínima.

Coinciden historiadores criollos que, los más precisos datos acerca del origen y desarrollo de nuestros pueblos y sitios andinos, los asentó el Obispo Dr. Mariano Martí, en su visita pastoral de 1777. En su acuciosa obra, da cuenta histórica de los sitios “El Portachuelo” y “San Martin”, y junto con estos, el que denominó “Mesa de San Pedro”, considerado de buen relieve, clima, población e importancia económica, para ese tiempo, junto con (Briceño Perozo, 94), teniendo como eje el Pueblo de Doctrina de San Pablo de Bomboy. Este primer dato, define el topónimo colonial y religioso, así como la razón de orden económico y social, para destacar la reseña de este sitio, por dicho Prelado.

La historia de esta posesión “San Pedro”, está ligada a la familia La Bastida, descendiente del fundador de la ciudad de Trujillo, capitán Francisco de La Bastida, destacando el prócer independencista Dr. y Capitán Francisco Antonio La Bastida Briceño, primer Constituyente de La Puerta en 1811, quien dio impulso a los trigales de este valle, y trajo las tres primeras matas de café a los Andes. Al morir este Francisco, su viuda doña Asunción Vetancourt, se casó con el primo de este y capataz de la hacienda “San Francisco”, Pedro Fernández Carrasquero, que logra conservar la productividad de las tierras de aquella familia, entre otras, las de la Posesión “San Pedro”, trigalera y ganadera. Hay un dato curioso, cuando el Obispo Mariano Martí, visitó La Puerta en 1777, observó y le gustó esta floreciente posesión, inclusive con perspectiva de convertirlo en  sitio principal (Briceño Perozo, 94), lo que anotó.  Por lo que es bastante probable, que sea la razón de haber puesto en su Informe de Visita Pastoral, por nombre al pueblo indígena, <<13. San Pedro de Bomboy (La Puerta) Pueblo de Doctrina>> (Briceño Perozo, 96); en lugar del que venía usando: San Pablo de Bomboy, es decir, pareciera que fue intencional, y no, un error.   

Y surgió una curiosidad del lugar: el  singular “Chucumbete”.

Posteriormente, en la séptima década del siglo XIX, se le comienza a llamar “Chucumbete”, aunque el topónimo original (San Pedro), se niega a desaparecer de la memoria oral de la zona.

Sobre este disimulado nombre de la posesión, en la búsqueda de datos, aparece registrado como Sitio Principal de la parroquia La Puerta, en el Censo de 1875,  no como caserío, vecindario ni pueblo (Apuntes Estadísticos del estado Trujillo. pág. 142); igualmente, en el Censo de 1883, aparece como vecindario, con 37 habitantes (Nomenclátor de Venezuela. Tomo I, pág. 309. Caracas. 1883).

Nuestro colaborador y conocedor de esta zona, Antonio Lino Rivero,  testimonió que, <<Chucumbete era el nombre de lo que hoy es “San Pedro”, en ese lugar tenía Don Ciriaco Carrasquero, sus propiedades que eran grandes extensiones de terreno y llegaban hasta lo que llaman “La Casa de Teja”, >> (Dato enviado por Antonio Lino Rivero. 27 de enero 2023), dónde comienza la Media Loma.

El mismo Rivero, precisó que, <<”San Pedro” era un pequeño caserío, yo conocí ese sector en el año 1941-42, cuando vivía en “San Martin” y conocí a las familias que vivían en ese lugar y eran las siguientes: Emilio Abreu y familia, la Sra. Candelaria y sus hijos, el Sr Julio Viloria (tenía un negocio de víveres, el Sr Juan Briceño con su señora Filomena y sus hijos, Adelina Ramírez y familia, años más tarde Gonzalo Andara  instaló un negocio de víveres, y Domingo Abreu, quien tenía un negocio bien surtido, en la entrada de Media Loma>> (Ídem); en relación al Censo de 1883, el crecimiento poblacional  fue lento.

Añadió que, <<Esos terrenos eran de Don Ciriaco Carrasquero, y vivió muchos años en ese sector en la famosa “Casa de Teja”, con su esposa Doña Sofía y sus hijos, después se mudó para La Puerta dónde vivieron por muchos años. El sector “San Pedro” era conocido con el nombre de “Chucumbete”, después le pusieron el nombre de “San Pedro”. Todos los integrantes de las familias que le nombré ya fallecieron. Hoy existe una comunidad bastante grande en ese sector. Yo conocí a los hijos e hijas de Don Ciriaco Carrasquero y Doña Sofía>> (Ídem). Es posible que este Ciriaco, sea el mismo Ciriaco Labastida, que refiere Bennet, como uno de los principales hacendados de La Puerta, en 1929.

De nuestras más antiguas cronistas, Ligia Burelli, da cuenta que, estas tierras, fueron trabajadas muchos años en calidad de arriendo, por el recordado personaje nacionalista Don Cesáreo Parra, quien también se alzó bajo las órdenes del coronel Américo Burelli, contra el dictador Gómez (Burelli. Humo de Hogueras); tierra de rebeldes.

El mismo Rivero, nos informa que, <<En cuanto a Cesáreo  Parra, supuestamente era de Jajó, sus padres eran José Félix Parra y María Isabel Castellano, tenía dos hermanos Hipólito y Genaro y cuatro hermanas: Juana, Felipa, Petronila y Paula, se casó un 13 de Noviembre con María Mercedes Paredes, quien era tía de mi mamá Leonor>> (Rivero); hablar de “Chucumbete” y no referirse a uno de sus principales y legendarios personajes, como lo fue Cesáreo Parra, es suministrar una historia incompleta.

De nuestra investigación sobre este personaje, <<Aquel día de 1915, presionado por las circunstancias, salió rápidamente de Jajó, el barbado y filosofal Cesáreo Parra, sobre su canoso macho, el de la imparable cabalgata, el hombre de las conversaciones interesantes, espiritual y labrador de «Chucumbete», que era el nombre de lo que hoy es “San Pedro”, gran posesión de tierra del terrateniente Ciriaco Carrasquero, para llegar hasta Palmira, para salvar al Coronel Américo>> (Tomado del articulo Los Varones de la Culata. Autor: Oswaldo Manrique. Diario de los Andes. 18-02-2024).

Efectivamente y lo corrobora su acta de matrimonio, nació en Jajó en 1857. <<En 1897, contrajo nupcias con la puertense María Mercedes Paredes. A partir de este hecho social, se inició en varios caseríos de La Puerta, el fomento y el asentamiento de  la familia de apellido Parra, teniendo como primero de ese apellido a José Cesáreo Parra. Vivió siempre en la Media Loma, fue un campesino sin tierra, la trabajó toda su vida, conocido por la calidad de sus cosechas y por sus buenas acciones. Murió en el año 1940>> (Ídem).

Ada Abreu Burelli lo citó en remembranza de su infancia, así: «el patriarcal Cesáreo Parra -ese viejo señor de la hermosa barba blanca y conversación pausada y sabia- traía desde Chucumbete, para agasajar al tío Régulo» (Abreu: pág. 83).

El sugestivo topónimo “Chucumbete”.

 Se llegó a pensar que su significado tenía que ver con alguna golosina autóctona o dulce o manjar preparado por nuestras matronas Timoto-Andaluzas. Como desconocía el significado deChucumbete", recurrí a parientes, vecinos y amigos, para que me lo dijeran. El amigo Duilio Simancas, me envió lo siguiente: <<Por decirte algo: una olla vieja se le puede decir esto es un chucumbete de olla>>, algo viejo y feo, que se puede seguir usando.

Alfonso Araujo, ex Prefecto de La Puerta, coincidente un poco con lo anterior, sostiene que es una palabra muy vieja, ya en desuso, significa <<Persona Mala sangre, ser antipático, se le dice: - ¡ese chucumbete!. También como sinónimo de Bojote>>; Araujo coincide con Simancas.

Nuestro siempre colaborador, Antonio Lino Rivero, conocedor del sitio, nos refirió lo siguiente: <<Según contaban nuestros antepasados significaba "campo abierto”. Don Ciriaco Carrasquero le puso ese nombre porque sus propiedades eran unos llanos inmensos, después le cambió el nombre por San Pedro>>; aquí hay otro topónimo de este lugar: los “Llanos de San Pedro”.

El amigo Wilmer Viloria, mendocino, y curioso por estas palabras antiguas, localizó  una interesante explicación: <<El término "Chucumbete" no tiene un significado único y definitivo. Se utiliza en diferentes regiones de Latinoamérica con variaciones en su significado y contexto>>; incluyendo que  se utiliza para designar cosas innominadas. 

El significado principal <<"Chucumbete" se refiere a una persona desordenada, desaliñada o descuidada en su aspecto físico o en su forma de actuar. Se puede utilizar como un adjetivo descriptivo o como un insulto leve>>; que tiene variaciones regionales: 

En Venezuela específicamente, "Chucumbete" puede tener un significado similar al de Perú, como un insulto leve para referirse a una persona desordenada, desaliñada o descuidada.  Algunos ejemplos de uso: "Mira ese chucumbete, cómo viene todo despeinado y con la ropa sucia", "No seas chucumbete y recoge tus cosas”, "Ese equipo es un chucumbete, nunca están organizados". Según este comentario, también solía ser usado, para denominar cosas que no tenían nombre, innovadoras, inventos.

Geográfica y localmente, “Chucumbete” antiguamente, era una enorme posesión de trigales y de fértiles potreros, que animaban la cría de ganado vacuno y ovino. Fue una tierra de mucha prosperidad, llena de verdor y de pequeñas y grandes alegrías.

El  sector San Pedro y el siglo XX.  

Posterior a ser posesión durante varios siglos, de grandes hacendados y caudillos, donde se explotaban trigales, tabaco, pasto y la ganadería vacuna y lanar, se fue conformando un caserío con gente campesina sin tierra.

Desde las montañas, en tiempo de lluvia, el verde se intensifica y afloran algunas variables de hortalizas, granos y frutales, bajando por el viejo camino los pocos arreos de burros y mulas cansinas, alebrestando el polvoriento suelo. 

Según la memoria oral, fue conformándose como comunidad campesina por iniciativa de 19 familias, entre las que se recuerdan las de la señora Trina González, quien murió a los 85 años, el señor Blas González, señor Pedro Ramírez, señor Domingo Abreu, señor Gonzalo Aldana, señora Adelina, señor Julio Viloria. Estos primeros fundadores ya han muerto, hoy por hoy se encuentran nuevos habitantes, descendientes de estas personas, a quienes llaman “propietarios”. 

El sector San Pedro, vía La Lagunita, Parroquia La Puerta del estado Trujillo, en la actualidad es uno de los sitios visitados por los turistas, por ser uno de los lugares donde mejor se desarrolla la agricultura.

Localización geográfica.

El sector San Pedro está situado en la cabecera del estrecho Valle del Bomboy,  en medio de grandes montañas.

Se encuentra a 1.735 metros sobre el nivel del mar y su temperatura oscila entre los 13 y 20 grados centígrados, lo que hace que el clima sea muy agradable.

La comunidad de San Pedro,  vía La Lagunita, se comunica por carretera asfaltada con La Puerta,  conectando con la carretera trasandina en sus ramales a Valera y el que va a Timotes y otros pueblos del estado Mérida. 

Manifestaciones culturales y religiosas.

En cuanto a las manifestaciones culturales, tradiciones, costumbres populares y fiestas religiosas, la comunidad San Pedro está sumada a las expresiones y festividades principales de La Puerta, como las fiestas de enero, en honor al patrono San Pablo y la Virgen de la Paz, también el culto católico las hace manifestar su devoción Mariana por la Virgen María, la Rosa Mística. 

El 13 de mayo en San Pedro, se celebra el día de la Rosa Mística, que consiste en celebrar la misa con el sacerdote en compañía de los sectores allegados.

En este mismo mes se hace la serenata a San Isidro y se acompaña con una caravana por los diferentes sectores, también existen otras religiones evangélicas. 

Agricultura.

La mayoría de las personas del sector San Pedro son agricultores, no con finca propia, son medianeros o por días. Se cultiva el ajo porro, lechuga, perejil, papas, cilantro, calabacín, sedano, brócoli y coliflor.

Vialidad.

Una de las preocupaciones principales de esta comunidad, es que se mejore la vía de penetración agrícola, es decir, que conjuntamente los organismos competentes y los habitantes del sector, buscar el mejoramiento y que la carretera sea recuperada en su totalidad.

Las anotaciones anteriores, dan una idea de ese estupendo y agradable tapiz, que forma parte de nuestra cotidianidad y cultura de una comunidad de gente amable, trabajadora y andina.  

 (*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.


El espejismo de la rebelión trujillana del Miche (1884)

Por Oswaldo Manrique (*) Eran los tiempos, en los que lo que decía el Pdte. Guzmán Blanco, era santa palabra y amen. En una casa del páram...