Nerio Rodríguez y sus ocurrencias.
Oswaldo Manrique.
Existen en cada pueblo, personas que
tiene el don de la palabra, a quienes provoca escucharlos, pero hay otros excepcionales,
que con mucha parsimonia y elegancia, transmiten un humor de esos que aflojan
todos los músculos corporales y logran entretener hasta el más serio y
decepcionado. Uno de ellos, fue Nerio Rodríguez.
Su parada diaria obligatoria, en el
negocio diagonal al local de las hallaquitas de caraotas, en el triángulo de Mendoza. Cuando había hecho
varios viajes en su camión rojo, entraba en la bodega, ahí pedía 6 tercios de
espumosas y se los “arriaba” uno tras otro; al beberse el último, se quedaba
como en suspenso de profeta por unos minutos, luego pagaba y volvía a retomar
el viaje.
El camión -que todavía existe-, es un
Ford, modelo 1954, en el que le trajo arena y granzón a mejor precio, a todo
aquel vecino de La Puerta, que emprendía la construcción de su vivienda, eso
sí, siempre el pago por adelantado. Traía arena amarilla de la Cabaña, la negra
la que sacaban de la Bajada del río, y también traía la piedra rústica de la
Maraquita.
Su nombre completo José Nerio
Rodríguez, nació en 1941, en el caserío El Molino, jurisdicción de la parroquia
La Puerta, estado Trujillo en Venezuela, hijo de María Francisca Rodríguez y Víctor
Araujo. Su esposa, la señora María Ignacia Rivas de Rodríguez, con la que
procreó cuatro hijos varones y una hembra. Estos datos familiares fueron
suministrados gentilmente por su hijo Orlando Rodríguez.
El repertorio de ocurrencias y
anécdotas de Nerio Rodríguez, es muy amplio, del cual pudimos rescatar las
siguientes:
Comprando
azúcar.
Estaba Nerio Rodríguez,
un día parado, conversando con otros parroquianos, en el muro de la casa de
Marcos Terán, donde éste tenía una bodega muy concurrida, frente a la gallera
de Pica piedra, y llegó una señora y preguntó: - ¿Marcos tiene azúcar? Le
respondió que no, y enseguida le dijo Nerio: - Señora, el que tiene azúcar es
Picapiedra. En efecto, el amigo Picapiedra, sufría de diabetes.
Madre
Cocuy.
En aquella ocasión,
el Dr. Méndez, fue a Barquisimeto a recuperar una caja perdida de LTD, y en su
lugar se trajo un bidón de 20 litros de autentico cocuy de penca. Cuando llegó
a La Puerta, se detuvo en la gallera de Picapiedras, y allí estaba Nerio, lo
brindó y se tomó un cuello largo y exclamó: -
¡Que madre cocuy! Esto si esta bueno. Tomándole el gusto de “media en
media”, Nerio se rascó. Al rato, llegó su vecino el “Campano” Antonio, y se
tomó unos traguitos con él, cuando de pronto éste, se puso a bailar y cantar en
medio de la avenida Páez. Viendo esto, Nerio dijo: - yo mejor me voy, pero Jorge,
deme otra media, que es para un amigo mío.
Betijoque:
Estaba un grupo de
jóvenes de La Puerta, se recuerda a Luis Rivero, que tenía un Volkswagen
blanco, Carlos Quintero, Alfonso Araujo, que después fue Prefecto, en la fiesta de San Benito de Betijoque, y se
encontraron con Nerio, devoto del Santo
Negro, y viendo la romería y los chombangeles se tomaban un elixir combinado
que llevaban en una bota española, pero llegó un momento, en el que se formó
una trifulca, hubo golpes, puños y patadas a granel. Estaba un tal Rojas que
era muy perreroso, y en el grupo de Nerio, estaba el fornido Jorge Méndez, quien
agarró a Carlos Quintero “tantico”, y lo empujó al grupo del pleito. Recuerdan
que eso eran carajazos y más carajazos, de pronto salió “tantico”, arrastrándose
por entre las piernas de los perrerosos, y dijo: - usted si es desgraciado, cómo
coño me a lanzar contra esos perrerosos, casi me joden. Nerio, gozaba
de reír, y por mucho tiempo de contar, aquella ocurrencia.
El
otro camión.
No tenía corrido
mexicano, pero a Nerio se le identificó siempre con su camión rojo. Mucho
antes, cuando trabajaba en la hacienda de Felipe Viera, él manejaba el camión
de la hacienda. Algunas noches, escuchaba que el camión era encendido; ocurrió
varias veces a la 1 de la mañana; y Nerio dice: -vacieee, quién será que esta
prendiendo el camión. Una noche se paró a ver el camión, y lo revisó
con la linterna y estaba el camión frío y apagado. Como que los burlones, lo
molestaban.
Mis
primeros pasos.
Cerca de la bodega
de Pacho, vivía un señor Esteban, que tenía problemas con una hernia en la
espalda o en la columna, caminaba con dificultad y lentamente. Un día, estando
Nerio conversando con algunos paisanos en la calle de abajo, ve venir al hombre,
y le dice a los amigos, con mucha seriedad: - Ahí viene, mis primeros pasos. En ese tiempo, había una propaganda por
televisión, de un alimento para bebes, que lo llamaban así, “Mis primeros
pasos” y una cuña por Radio Valera, de un negocio de artículos infantiles, con
el mismo nombre, y a él, se le ocurrió ponerle ese remoquete al vecino.
El rumbón
en el Pastelito de Oro y la fuerza del escocés.
Gustavo Duque,
propietario del restaurant y fuente de soda el Pastelito de Oro, ubicado en La
Puerta, trajo a sus padres de Colombia, tenía mucho tiempo sin verlos ni
compartir con ellos. Para el cumpleaños, decidió hacerles una fiesta como se
debe hacer, decoró el local y los ambientó para disfrutarlo sus padres, su
familiares y sus amigos. Hubo una organización de mesones, repleto de grandes
platos de comidas y pasapalos, y las mesas de los invitados, cada una con sus
correspondientes botellas de whisky.
Esa noche llegó Nerio
y se sentó en derredor de una mesa larga, junto con otros vecinos, entre ellos,
Duilio Simancas, que había subido con regalos desde Mendoza, Segundo Prieto,
Jorge Méndez, echándose sus palos de escocés, conversando de lo más ameno entre
trago y trago, anécdotas y cuentos, o de algún encuentro amoroso fugaz, porque
los de esta mesa eran tercios atrevidos, lo mismo comían en taza plástica, que en un plato de linda cerámica.
De pronto se levantó de la silla, Segundo Prieto el “Pitoco”, quien iba al
baño. Y sorprendentemente se desató Nerio a insultarle, diciéndole: - ¡y
este guaro viejo, qué, que que es muy rico! Lo calmaron inmediatamente, y a Segundo
también, porque le iba a pegar un tiro.
Duque, había
contratado a un trío de Valera, de música romántica para tributar a sus padres.
Cantaron unas cuantas melodías del ayer. Se entusiasmó Jorge Méndez el
“muñeco”, hablo con los del trío, y Méndez aligerado por los tragos, algunos
treinta palos, tomó el micrófono para cantar la excelsa del recuerdo: <<Los
hombres no deben llorar>>, de Erasmo Catarino, acompañado por el trío
de guitarras contratado.
No me
conformé
Cuando
te perdí
No me
conformé con la realidad
…………
Dicen
que los hombres no deben llorar
Por
una mujer que ha pagado mal
Pero
yo no pude contener mi llanto
Cerrando
los ojos me puse a llorar.
Antonio Torres, que estaba
con un grupo en otra mesa, comenzó a aplaudir y con su vozarrón le dijo al
espontaneo Mendez: - ¡repítala Muñeco! Nerio, más calmado, se sumó y dijo: - ¡si,
muñeco, repítala! Y así, entre
los tragos de escoses, y las canciones románticas, algunos de los asistentes a
la velada, pensaron que estaban en el Club sentimental de los despechados,
llorándole a la vida. A Nerio, alegre, solo se le escuchaba: - ¡échese el otro muñeco! Puso Méndez a recordar a los allí presentes,
aquellas vivencias de lloraderas, guayabos y despechos, hasta que intervino Gustavo Duque
y comenzó a sonar la música bailable, y Nerio y Segundo, continuaron el rumbón
hasta el amanecer.
Pata
e’ rifle Suárez lo desafía.
Como todos los sábados
y domingos, la gallera de Picapiedras, se convertía en el lugar de encuentro de
muchos puertenses y de visitantes que iban a ver peleas de gallos, a jugar
bolos o simplemente a comer y echarse sus cervezas. Una de esas tardes
recreacionales, estaba Nerio tomándose una cerveza, conversando y riendo. Llegó
Pata e’ rifle Suárez, pasado de cucharadas y al verlo le gritó: - ¡Este
guaro gordo averiguador, hablador de pendejadas! Aquel Nerio, se paró serio, se bebió el
resto de la cerveza, sus amigos pensaron que se iba del lugar para no discutir,
cuando de pronto, le soltó un solo puñetazo a Pata e’ rifle y lo dejó
horizontal en el suelo, como dicen, “patas pa’ rriba”, cuando iba al remate,
los amigos lo separaron. Nerio era un
hombre muy fuerte, se alimentaba bien, recuerdan sus compañeros de trabajo que
se comía un pollo en brasa, él solo, de una sentada.
El
Mariachi.
Los sábados y domingos,
antes de que aquel alcalde de Valera, tomara la trasnochada e inconsulta
decisión de prohibir la actividad gallística solo en La Puerta, en la gallera
de Picapiedras, llegaban además de fanáticos de las espuelas, apostadores,
vendedores de comidas y quincalla, malabaristas y artistas; por supuesto, menos,
cuando había campeonato de gallos finos; ese día, solo de prestaba atención a
las espueleros. Un sábado de esos, por la tarde, salió de la gallera y cruzo la
avenida Páez, un señor con una guitarra y vestido de charro mexicano, ofreciendo sus servicios, y se dirigió a un grupo reunido frente a la casa de
Marcos Terán, y le preguntó si conocía alguien que lo contratara para
cantar, que cobraba barato, o interesado en que
le lleve una serenata; inmediatamente Nerio, que no se le quitaba lo jodedor,
sin pensarlo dos veces, le dijo: - Mire,
que yo sepa, el único es el gordo Víctor, que esta de amores con la catira y se
van a casar. Le indicó la dirección
de la casa y el mariachi se fue. Al
rato, subió el músico sudando y desde la esquina le dijo: - Eso es mentira, ahí no hay
ningunos novios, es una casa de familia. Nerio con gesto de asombro, le
respondió: - ¡Ah, será que se dejaron! En realidad el “gordo Víctor” era su
amigo, su "yunta" era Víctor Delgado, más flaco que un poste, que ya tenía unos treinta años de casado y un cuadro
de familia, con varios hijos y nietos. El músico emprendió la marcha hacia la
plaza Bolívar.
Traslado
de emergencia.
Los que conocieron a
Nerio, saben que en su camión rojo, nunca iba a más velocidad que la de
morrocoy. Si llevaba carga, iba más
lento. En una ocasión,
no había vehículo y menos ambulancia, él, tenía una carga de granzón que debía
entregar al día siguiente, una vecina estaba por parir, cuando le vio la cara
sudando y jipata y llorando, dijo: - acomódenla en el granzón que nos vamos pa
Valera; y la llevó.
Desde joven fue a trabajar en la Hacienda
el Rosario y el trapiche de Felipe Viera; en esa época, su compañero de causas
juveniles fue su cuñado Fermín Rivas, y cuando se hizo independiente y se
compró el camión rojo usado, también fue su compañero, complementada la amistad
con la del gordo Víctor Delgado. Murió recientemente con 81 años, buen
padre de familia, buen ciudadano, con su edad bien llevada.
La Puerta, enero 2023.
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