El edénico jardín de doña Elba Bello de Rosales.
Por Oswaldo Manrique
(*)
¡Canducha! ¡Canducha! Traiga
ligero las matas para sembrarlas en los potes. Estaba pendiente de trasplantar a
primera hora, antes que berreara el sol.
Sentada, vio pasar a una señora que
salía de la iglesia, podía observar toda la inclinada plaza Bolívar, con sus
hermosos jardines, flores, árboles y un poco más allá, el viejo cementerio sin
ninguna dificultad. Tenía dominio visual del movimiento en el edificio
municipal, desde donde Manuel le hacía señas de amor, cuando se había estrenado
como Prefecto. La Plaza, realmente le entretenía, en silencio, transitaba
uno que otro campesino o visitante por las callejuelas abiertas entre la hierba
y los esplendorosos árboles, conjugando con el refrescante aroma de las “bellas
de día” y también de noche, aún estaban revoloteando las paraulatas parameras
con sus lentes habituales, cantando y alegrando, y uno que otro paují,
picoteando solícito con sus crías, esa música que alegraba y hacia más grata la
tranquilidad virgiliana, como decía el poeta Régulo.
Cuando escuchaba el estruendoso vuelo
de ellas en el aire, cambiaba de posición, buscaba en su mirada, enfocando la
calle 8 junto al vergel, marchando a paso lento los niños y mujeres ordenadamente
que habían llenado sus imbaques, botellones, jarras, ollas, latas y cualquier
envase de aquel hilo de agua que le deparaba la naciente. Iban pasando en
silencio, de uno en uno aquellos cántaros, mientras los otros en la cola,
miraban el cristalino líquido.
Respira la fría mañana. Como todas
las mañanas, sentaron a la Nona Elba, en el frente de su casa en la
avenida Bolívar, en dirección a la Plaza, para recibir los cálidos rayos del
sol. Hugo, le escuchó algunas palabras en italiano, que a la matrona le
motivaron aquel sentimiento de ansiedad por ver en su interno, a Francisco, su
padre; preguntándose ¿Por qué hablaba así y qué quería decir?
Elba Bello, saludaba afectivamente a
sus vecinos, igualmente veía otra parte de la cotidianidad puertense, las
caminatas de los visitantes o de los paisanos, algunos como Mario Paredes, Lorenzo Villarreal o el mismo Concio
Rivas, llegando con sus mulas a
descargar a los negocios de Rafael Villarreal o en el de don Carmen
Matheus. El clima, la claridad, se mezclaban aquella mañana, con el aire
fresco y con los colores y olores de las flores y el verdor de la comarca.
Doña Elba, volvió a clamar ¡Canducha! ¡Canducha! Se le vino a la
mente, Jesús María el eximio jurista, sonreía y Alejandro el destacado médico,
acompañando a su hermano el emperifollado Manuel, aquel día en que se casó con
ella, no lo podía olvidar fue de mucha alegría y siendo muy joven, solo eso se podía
acordar. Sonreía sola, entre sus pensamientos y recuerdos, sus hijos la
plenaron de felicidad, lo que llegó hasta que Manuel por causa de una
enfermedad demoledora, falleció. Le quedaba el apoyo de Enriqueta, la hermana,
que era monja.
Apareció Canducha, le llegó la
alegría a la cara, cuando recordó aquel cumpleaños inolvidable. Ella, le
recordó el <<cumpleaños de Héctor en el que yo estuve. Había adornos, antes se
adornaban las casas el día del cumpleaños con banderas y bambalinas. Había mucha
cerveza, miche, ron, pero también había eso que llaman soda, esa soda se le
echaba al licor para que disminuyera lo fuerte del alcohol. ponían mesas donde
había mucha comida y habían mesas con vasijas repletas de papas cocidas, carne
de res, hallacas, sancochos, yuca, pasteles los pasteles lo que llaman
pasteles de Navidad, también ponía un mesón con peras, cambures, manzanas, mesa con fruta, con muchas frutas, duraznos,
porque en el solar de atrás habían matas de durazno, cambur, había mucha
fruta. Habían arepas de maíz y no faltaba el plato de arveja, cambur
cocido, todo eso era parte de la fiesta, el mesón de la fiesta>> (Conversación
con María Candelaria Pacheco Abreu de Pacheco “Canducha". La Puerta, 4
septiembre 2023). No podía faltar la música, <<Ese día le cantaron
cumpleaños a Héctor como debe ser, con guitarra y violín, ya se había muerto el
señor Manuel>>, agregó Canducha.
Una merecida y frustrada celebración y un
mal día.
En su encierro con los recuerdos, la
abrumó ese día de fiesta post electoral que movilizó a todo el pueblo, que
se lanzó a las calles, <<Recuerdo que nosotras, ya nosotras
habíamos limpiado la yuca, un saco de yuca para la novilla que iban a asar en
San Pedro y estaba Carmen soltera todavía, doña Elba y yo, fuimos las que
pelamos esa yuca>> (Conversación citada). Era el 20 de
diciembre de 1958, había triunfado electoralmente el candidato de Héctor,
Rómulo Betancourt, sería el nuevo Presidente de la República.
De pronto la Nona se tornó molesta,
triste, era ese suceso recurrente que le atosigaba la vida, aquel infausto día
en que una bala partidaria le arrebató la vida a Héctor, el más hermoso de su
prole. Escribió el apreciado Guayanés,
que, <<Un mal día uno de sus hijos, Héctor, un hombre joven lleno de vida que
gozaba del aprecio y el cariño del pueblo, fue asesinado por criminales,
sesgando una vida útil>> (González); en la avenida Bolívar con
calle 7, cayó Héctor Rafael Rosales Bello.
Recuerda Benito Rivas, cofundador del Comité ProDefensa de La Puerta, que ese infausto
día, anduvo en la mañana con él, estaba alegre, << Héctor se paraba a
hablar con los paisanos, y yo detrás de él. Esa contagiosa alegría, me
proporcionó ganas de decirle que me
brindara un refresco, yo entendía que era un día de brindis para todos en el
pueblo. Pasamos por el negocio de doña Elda Torres, y luego bajamos a donde don
Carmen Matheus, y total que no le dije que me brindara. Al otro día me entero
que estaba muerto>> (Conversación con Benito Rivas)
Hacia un ruido extraño en la boca,
la abuelita, cuando brotaba en sus recuerdos ese tapiz sangriento,
y Héctor en el centro de él. Canducha aun mantiene fresco lo sucedido con
Héctor, <<Vivía el finado Héctor que lo mataron. Ese día llamaron a doña Elba
era de noche iba ganando la elección Acción Democrática, y él iba subiendo con “Capino” a la casa. Pasa
y uno de los Chuecos le pega un tiro por el pecho. Bajamos con doña Elba y a él
lo encontramos acostado muerto en la calle. Eso fue a las 10 de la noche, la
gente andaba buscando al matón para
matarlo. Fue la policía a su casa y estaba sola, y al no conseguirlo, la
poblada le echó candela a la Prefectura, y yo detrás de Doña Elba. >>,
así, lo recordó Canducha.
Había cumplido 97, y no se quejaba
del mal de viejera, señora de alta edad, antigua y activa dama de la selecta
población urbana. Su tiempo había pasado. Se sentía animosa y conversadora como
todos los días, a pesar de estar en esa silla, sabía que ni era tan reciente, pero tampoco
era tan antigua, asi se sentía. Su cara deslucida, trastocada por el tiempo, la
trasladaba a aquellos cuentos viejos que le repetían sus padres. Elba, había
cumplido los 97 efectivamente era nonagenaria, una anciana mujer, sus hijos y
nietos la admiraban.
La Nona Elba, de
delicada tez blanca, marcada por el paso del sol, ya su cabello era plateado,
solo expedía bondad y afecto, fueron muchos años enfrentando la amargura.
Doña Elba era nívea y pecosa. Muy conversadora, la recuerdan en su especial
vinculación con la gente de la Iglesia, su hermoso jardín atraía, pero mucho
más su jocosa conversación. Hasta su casa llegaban a diario las niñas
Carrasquero, Ofelia y Edilia. Su vecina la niña Pancha, hermana de Pedro
González y también, la niña Natalia, quienes todas, en su orden del día, incluían la visita y
alegada con la hija del italiano. Cuando le pregunté a Canducha, que hoy
tiene 82 años de edad ¿Cómo era
físicamente doña Elba? Me respondió: <<Era delgada, una mujer alta, de
pelo largo, acostumbraba a hacerse un moño, usaba vestidos largos, se los
hacían muy bonitos. A diario calzaba abuelitas, no cotizas>> (Conversación citada). Al recordarla Canducha dijo: - ¡Era buenecita! Yo
hasta dormía con ella. Ella tenía una cama muy grande y yo la
acompañaba>>. Lo hacía
porque quedaba cerca de la escuela, se quedaba en la casa de doña Elba
Rosales y la acompañaba porque precisamente se le facilitaba el ir a la
escuela, que quedaba a pocos pasos.
Elba, siendo muchacha, además de culta, fue amante del teatro, en
diversas obras protagonizó personajes, en alegres cuplés y de serias e
históricas veladas culturales, en esta comunidad; lo que recoge nuestra
historiografía local.
Entre 1850 y 1873 arribaron a las
costas venezolanas un grupo de inmigrantes italianos provenientes de la isla de
Elba, una de las hipótesis es que no fueron aceptados en el Puerto de La
Guaira, porque no reunían las previsiones sanitarias que se requerían para el
ingreso y los desviaron y en ese desvío, llegaron al Puerto de La Ceiba y aquí,
lograron dispersarse por varios lugares de Trujillo y otras entidades. Una de
esas familias eran los Bello Polita, grupo integrado por tres hermanos, entre
ellos Francisco Antonio, que venían en busca de fortuna, casi de sobrevivencia
ante las vicisitudes que se sufrían en Europa. Otra de las versiones es que
estas familias fueron recibidas por el gobierno, fueron atendidas y las
repartieron, y unas se asientan <<en el estado Trujillo, entre ellos Francisco
Bello Polito, sus otros hermanos uno se queda en Valencia y otro en el Oriente
del país. El joven Francisco se radica en La Puerta, dedicándose a la
agricultura y conoce a la señorita Eufemia Pérez nativa de Escuque, con quien
se casa. Estando en La Puerta forman su hogar y tienen su primera hija de
nombre Sofía, el segundo Francisco, y más tarde llega Elba la menor>> (González). Sofía se casa con
Ciriaco Carrasquero, un rico hacendado de esta población, y Francisco hijo,
muere siendo niño.
Un rol inesperado, joven, viuda y con cinco hijos.
Esa mañana, igual de helada, sentada
Elba frente a la plaza Bolívar, la dilecta hija de Francisco el italiano,
recordaba los más viejos pasajes de su vida.
Lo primero que le llegó a la mente ese día, fue el momento en que se
casó <<con Manuel Rosales Aranguren, hermano de los doctores Jesús María
Rosales Aranguren y Alejandro Rosales Aranguren. Este matrimonio tuvo cinco
hijos, más tarde muere don Francisco Antonio Bello Polito y doña Eufemia Pérez
de Bello>> (González Rivas, Ángel. Crónicas de La Puerta. Pág.
18. S/f), estos dos últimos, progenitores de la primera generación de los
Bello, trujillanos.
Rememoró como si estuviese viendo una vieja película silente, aquel tiempo,
cuando el valerano <<don Manuel Rosales
Aranguren llegó a La Puerta como Jefe Civil del pueblo, muy pronto se relacionó
con los habitantes. Más tarde se estableció con un negocio de víveres en su
casa frente a la plaza Bolívar, además visitaba los campos comprando ganado,
era un comerciante muy dinámico, tenía dos mulas muy buenas caminadoras en las
cuales se desplazaba a Valera y otros sitios; era un hombre muy apasionado por
el juego, donde apostaba fuertes sumas de dinero, muchas veces perdía y otras
ganaba. Hombre de palabra muy querido y respetado en La Puerta; una terrible
enfermedad y sorpresa de su vida, desapareciendo físicamente, pero dejando el
mayor tesoro que puede dejar un ser humano como a los hijos>>
(Ídem) (González Rivas, 46).
El doctor Alejandro Rosales Aranguren, en su juventud, cuñado de doña Elba. |
Muerto su esposo Manuel, le tocó muy
joven asumir un rol inesperado, ser viuda y con cinco hijos. Aun cuando no
estaba preparada, ella, lo entendió, le venía trabajo y abnegación, siempre
cuidando, mejorando y embelleciendo aquel lugar paradisiaco de su morada: el
jardín. El cronista González Rivas, la
rememoró asi: <<Con fe y amor cultivaba
su precioso jardín donde se conjugaban aromas y fragancias, que invitaban a
soñar despierto, por su agradable olor: Doña Elba vendía flores preciosas,
bordaba lindas obras de artes que más tarde vendía, hacía mantecada, dulces y otras
delicateses" (González Rivas, 45); recuerdan sus descendientes que
tejía hermosos manteles y confeccionaba ropa, que ponía a la venta.
Aparte, jamás se amilanaba en la vida
la honorable señora. Con sacrificio iba levantando a sus hijos dentro de la moral
y buenas costumbres: <<fue una mujer magnánima de gran corazón,
en medio estrechés económica, socorre al desvalido, a más de una persona le
daba de comer en su mesa, ella supo ganarse el cariño de su pueblo>>
(González, 45); mujer de la iglesia y caritativa.
Canducha, la recuerda con cierta
nostalgia y querencia, Doña Elba, <<era
una mujer sola, de mucho temple, viuda, poca gente la visitaba, solo las niñas
Carrasquero, Ofelia, Rosa, Enriqueta y Edilia; pero era decidida…Ella
tenía a Rafael el hijo, en Mérida, estudiaba medicina y para mandarle la plata
para que estudiara>> (Conversación citada).
Su esfuerzo, dio resultado,
<<Sus hijos crecieron, Rafael se graduó de médico, Rogelio Mayor de la
Guardia Nacional y abogado; Héctor comerciante al igual que Hugo y Carmen
secretaria ejecutiva>> (González). Ella no salía, entregada a sus
labores, <<Carmen la hija, vivía al frente, se había casado con el Guayanés. Hugo
era el que la acompañaba y Moraima la nieta>> (Canducha). Doña
Elba, durante varios años alquiló el amplio local donde su esposo Manuel
después que dejó de ser Prefecto, tenía su comercio, al señor Jacinto Peñaloza,
quien con buen punto, logró prosperar, y compró una casa a pocos metros de
allí, montando la famosa gallera y centro recreativo de La Puerta.
El edénico jardín de Doña Elba.
Eran los tiempos en que la luna regía
la filosofía de las flores, en que <<la poda de los jardines de doña Elba…dependían
de la creciente o de la menguante, con
matemática precisión>> (Miguel Burelli. En: Alirio Abreu B. Un
valle, una aldea, un rio). El resultado: un cromático espacio, frente a la
Plaza de La Puerta, en el que se conjugaban las magnolias con el blanco
resplandor de sus azucenas, birladas por las victorianas y “marronas” mariposas
y los saltamontes, escogiendo como fragante regazo el date vida, claveles y
otras. Era propiamente el paisaje, con su fulgurante rosal despierta corazones,
que desde la calle atraía la atención de los visitantes, como parte del elenco
mágico, regocijado y sereno de un pueblo: La Puerta, bajo la majestuosidad de
sus páramos y el rumoroso y plateado Bomboy.
Satisfecha de haber tomado los rayos
de sol, llamó a Moraima, su nieta para que la llevara a su lugar de encuentro
con la bella naturaleza: su jardín. Eso, hablaba muy bien de ella, cuidadosa,
detallista, destacaba en sincronía y estética, en síntesis, describía su buen
gusto. La casa de puerta ancha, con dos hojas de madera gruesa. Al lado estaba la casa de las González y la
niña Natalia. Recuerda la señora María Candelaria Pacheco Abreu de Pacheco, a
quien cariñosamente se le llama Canducha,
quien acompañó a Doña Elba, por varios años, que <<una
de las cosas más bonitas que había en la casa y lo más querido era el gran
jardín, que estaba frente a la cocina, porque esa casa era grande y había un
cuarto para la hermana Enriqueta, que era monja y ella iba a pasar sus
días allá y había otro cuarto de Héctor>> (Entrevista a Canducha)
Recuerda las joyas de ese jardín,
<<matas de orquídeas, las gladiolas, los hermosos claveles, las dalias, y
las exuberantes calas, imagínese que yo me iba con ella hasta el Zanjón del
Muerto, más arriba de los Jumangues, bien arriba a buscar matas de calas
montañeras para sembrar y para vender>> (Canducha). Los turistas y visitantes se extasiaban al
verlas; allí mismo, <<preparaba tierra, en potes de leche. Antes
había mucho pote de leche, y ahí las sembraba y los turistas las compraban>>.
Alrededor de ese conjunto de colores,
tenía la flora aromática y medicinal, y aun, en el resto del solar, se podía
encontrar yerbasanta, sauco, mostacilla, ruda, sábila, romero, y hasta la túa
túa; <<Era un jardín muy bonito y llamaba la atención. Si, tenía un letrero en
la puerta. Se podía ver desde la calle. No existía el muro ese de la parada.
Desde luego, arriba había más solar donde tenía las gallinas>>
(Canducha). Más allá, en la parte de
arriba del solar, las matas de durazno y cambur, donde estaban las ponedoras.
Los chupitas y los gonzalicos y paraulatas parameras, hacían de las suyas, a la
hora de nutrirse y saborear tan exquisitos néctares, entre ellos, los almácigos
de violetas y pensamientos.
En el ocaso de su vida, pendiente de su santuario personal: el jardín. La Nona Elba, guía de sus hijos y nietos.
El jardín, era un espacio
maravilloso, que se podía ver, oler y disfrutar allí mismo en la casa, entre la
brisa, color y las fragancias. No podía existir en el planeta, otro lugar de
mayor paz que ese, frente al corredor y a la cocina. Hasta las mismas paredes
del patio, estaban cubiertas y fungían de regazo de las flores. La ancha puerta
de la calle, daba directamente al hermoso jardín de doña Elba. Una casa amplia
y fría, con techos rojos y corredor de ladrillos, ubicada en la avenida Bolívar,
antigua Calle Real, que hace frente en
buena parte, a uno de los laterales de
la plaza del pueblo.
El agua de la acequia de la calle 8,
nutria sus plantas. Entre ambas, desyerbaban el huerto, aunque doña Elba le gustaba
religiosamente regar sus matas, las revisaba y limpiaba, incluso, les hablaba
esperando como respuesta, la esplendida recompensa del brillante color y la
belleza floral.
Bellos recuerdos, en las tardes
noche, se le sentía su buen estado de ánimo, cuando en el día iban y se detenían muchos visitantes y compraban mas
flores y mas matas que de costumbre, era algo reconfortante, que también se constituía
en dinero. Ya iba muy poco a misa por la incomodidad de la silla. Recordaba a
su mama Eufemia, que fue fundadora, y cuando la incorporó a la Sociedad de Nuestra
Señora de la Paz. Luego con su hermana Sofía de Carrasquero, formaban parte de
las 300 consocias de la Sociedad, que le daban vida a la organización de las
fiestas religiosas de enero, estimulando la fe y la devoción por la
Virgen.
La vida de está matrona debe ser
considerada ejemplar para las nuevas generaciones de esta comarca, no solo en
el marco de su acción caritativa en buena convivencia con sus vecinos, por su
trabajo, como guía emprendedora ante la
desesperanza y el infortunio, que logró superar todos esos escollos.
Nació un día del año 1910, y luego, sentada, una mañana, apuntó su mirada a la Cuesta de los Rondones, hasta lo más alto de la fila del Paramo de La Puerta, como si esperara la venia de Chegué, en un halo de blancura eterna, expiró. La historiografía local, narró su ocaso, asi: <<Desde su silla de ruedas conversaba evocando el pasado y aconsejando a sus hijos y a sus nietos; una fría mañana murió la dulce ancianita a la edad de 97 años, despidiéndose de este mundo donde dejó un ejemplo digno de admiración y respeto >> (González Rivas, 46). Mi agradecimiento a María Candelaria Pacheco Abreu de Pacheco, la apreciada “Canducha, por su colaboración para la elaboración de este articulo.
(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.
La Puerta, diciembre 2023.
omanrique761@gmail.com
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