Por Oswaldo Manrique (*)
Se fuga alegremente, desde que Francisco Javier, el hermano mayor y su padrino, lo llevó a Kachute, a ver la molienda en el trapiche, y le dieron a probar guarapo de caña. De vez en cuando se escapa para ver el humo de la chimenea abrazando a la neblina. El trapiche es movido por las fuertes, frescas y cristalinas aguas del Bomboy. Se queda embelesado, viendo como se hace paso a paso la panela, y por supuesto, pendiente de la tercera paila para pedir algo de espuma de melaza. Quizás lo atraía ese delicioso olor que expiden las inmensas y hervidas pailas. Este ingenio, su panela, el granulado y la caña de azúcar, formaba parte de la vida misma de los Briceño.
Otras veces se
escapaba para ir a los ordeños, o a la preparación de los quesos o al corral de las aves, a ver
los pavos reales. “Nacha”, la hermana mayor, lo contemplaba mucho, no le perdía
el rastro, al igual que las indias de la servidumbre.
-
¡Ahora sí! Se
juntó el hambre con las ganas de comer. ¡Jacinta, el chino se volvió a escapar! La vieja Jacinta, que también lo tenía como su
consentido, dejó lo que estaba haciendo y se fue a buscarlo.
Bajó
lentamente los grandes escalones de la casona y se fue al trapiche, que estaba
en época de zafra. Al verlo, se le fue acercando y le dijo en su particular
forma de pronunciar:
-
“NiñoColá”, venga, que lo llama “Ña Nacha”. Ella lo agarró de la
mano y se dirigieron a la casa. En el amplio solar de ladrillos criollos
compactos lo esperaba efectivamente Nacha.
-
Ahí viene, otra vez, estilandito. Le he dicho que aquí brisa mucho. Volteó a ver a la
vieja Jacinta y expresó:
-
Mírelo, si se atarraja el sombrerito hasta las orejas,
para no hacer caso. Briceño tenías que ser. Le dijo mientras lo
secaba.
-
¡Ay citico! Exclamó Jacinta la vieja india que estaba muy pendiente de él, y se fue a la cocina, regresó al rato
ofreciéndole una jícara, y le dijo cantandito:
-
- Venga y tome tantica agualoja, que esta tibiona. Hoy,
no hay mazamorra. Él se la acepto, agarró con las dos manos y se sentó a
tomarla. Es Antonio Nicolás Briceño Briceño, que al pasar de los años, lo
conocerán como” El Diablo”.
Su mundo era de
felicidad, comodidades, sin limitaciones económicas, con maestros que les enseñaban en su casa,
música, religión y sobre todo, abrumada por los mimos de sus padres. Nacha era
la mayor de sus hermanos Briceño, jugaba con ellos y los dirigía, fungía como
una especie de instructora y guía. Su hermana María Encarnación, en 1776,
sintió inclinación por los hábitos y se
fue al Convento de Santa Clara de
Mérida.
La hermosa casa
solariega del doctor Antonio Nicolás Briceño Toro, en la
hacienda “La Concepción”, ubicada en las feraces tierras de Mendoza, Provincia
de Trujillo, surcada por las aguas del
irreverente Bomboy, bajo el calor, cariño y ternura de doña Francisca, su
madre, fue donde se criaron aquellos bravíos guerreros, la dinastía de los Briceño,
devotos de la libertad y el republicanismo. Allá mismo, rodeados de una
exuberante vegetación, cañaverales y potreros, a veces caminando por el puente
solido de cal y canto, se cultivó su corazón solidario, su dignidad, promotores
de las ideas independentistas, estos abnegados forjadores de la Patria. Allá mismo fue, donde nacieron y
vivieron los hermanos y hermanas Briceño, dinastía ejemplo de la dignidad
revolucionaria.
*
María Ignacia,
mujer de virtudes, trabajo, espiritualidad, de mucho fervor patriótico,
quien asumió forzosamente el rol bajo
unas dramáticas circunstancias, quizás sin saberlo, siendo muy joven y soltera,
como la madre necesaria de aquella familia.
Llegado el día 29
de abril de 1782, la partera que los había ayudado a venir al mundo, y que
llamaban “madrina”, les informó que el niño estaba bien, pero lamentablemente
doña Francisca, murió en el parto. Esto, fue demoledor para don Antonio, el
abogado, prospero hacendado y hombre fuerte de la monarquía en Trujillo, pero
mucho más para María Ignacia, su hija mayor. La tristeza y la confusión
invadieron el hogar de los Briceño.
Doña Francisca,
la madre, meses antes, llenó un día para todos de alegría, en el que les dio la
noticia de traerles un nuevo hermanito, pero, el destino le deparó una jugada a
la muchacha, que la convertiría en cuidadora de sus hermanos, cuando muere la madre en el parto de Antonio Nicolás. Sintió que su madre la había dejado sola, la había
abandonado, sentía el dolor y cólera hacia la vida, viendo raro a su hermano
que en lugar de traer alegría, había llegado
en un trágico trance, la muerte de la madre.
Devastada por el
duelo, debía continuar con su vida y ayudar al recién nacido. Cuando el padre
José Antonio Godoy, Cura doctrinero de Jajó, bautizó a Nicolás, ella fue la
madrina (Fonseca, TII, 490). Aunque tenía dos “Nanas”, amamantadora una y la
otra cargadora, Nacha lo cargaba y estaba pendiente desde que le pusieran los
costales, para que pudiera endurecer las piernas y comenzar a caminar, nunca en
el suelo descubierto, hasta de las oportunas comidas del niño se acordaba. El
Dr. Antonio Nicolás, su padre, estuvo durante todo ese tiempo de crecimiento
pendiente y acompañándolos. Ella, le dispensaba al recién nacido -le pusieron de nombre Antonio Nicolás-, el
afecto, lo protegía y lo asumió como parte de su vida. Después llegaría
Margarita de la Torre, prima del Dr. Briceño, que tomaría las riendas de la
casa y la familia, al casarse con este. En aquellas circunstancias y alterada
dinámica familiar, sobrellevaba la vida lo mejor que podía.
Ella lo llamaba
simplemente Nicolás, y asi se hacía llamar él, hasta en sus escritos
profesionales, quizás para distinguirse
del padre; los chontales le decían “NiñoKolá”.
En 1804, muere don Antonio Nicolás Briceño Toro, su padre.
*
Entre las damas
trujillanas que con decidido arrojo colaboraron con sus bienes y su esfuerzo
personal a la causa emancipadora, merece sitio de honor María Ignacia Briceño y Briceño (Doña Nacha).
Nació en Mendoza del Bomboi. Fue la primera hija del Dr. Antonio Nicolas Briceño Toro (El Abogado realista), acaudalado hacendado
y Protector Real de Indios en Trujillo y de doña Maria Francisca Briceño Pacheco del Toro, ambos primos y nativos de Trujillo. Su nombre
completo María Ignacia Briceño y Briceño, a quien cariñosamente la llamaban
“Doña Nacha”, mujer de carácter y de gran sensibilidad humana. Recibió la
educación que les daban a las jóvenes de las familias mantuanas de aquellos
tiempos coloniales. Era una hermosa mujer, según los antiguos cronistas, una de
las más notables catiras trujillanas, de ojos azules y extraordinaria piel
lozana, María Ignacia Briceño y Briceño, al igual que Antonio Nicolás y su
hermana Margarita, eran <<rubios y
ojos azules>> (Dávila, 344); y vivía precisamente en el denominado
Valle de las “Catiras”, en el Bomboy.
María Ignacia
Briceño y Briceño, formaba parte del linaje guerrero independentista de los Briceño,
hermana del Coronel y Dr. Antonio Nicolas Briceño Briceño "El Diablo". Ser hermana de aquel Coronel,
versado en jurisprudencia, a quien el
historiador Juan Vicente González,
describió como el <<hombre trágico y fatal, de esos a quienes
una violencia innata consagra a las furias, su rostro no llevaba el signo
innoble de la barbarie. Su cuerpo era gentil, su cabeza bella>>,
tenía que ser tan indomable, digna, generosa y compasiva como él, que lo ayudó
a criar, cuidarlo, formación de hábitos,
valores cristianos, enseñarle las primeras letras, en fin asistirlo material,
moral y afectivamente, responsabilidad que no le correspondía y que cumplió, y
que el prócer le reconoció. Es bastante probable, que el nombre de María
Ignacia que le pusieron Antonio Nicolás y su esposa Dolores Jerez Aristiguieta,
a su primera hija, haya sido en honor a doña Nacha, hermana mayor del prócer.
Sus otros
hermanos, Pedro Fermín, Francisco Javier, José Ignacio, Indalecio (Vencedor de Ayacucho), y Domingo
Briceño Briceño (Libertador de Maracaibo), también estuvieron en
primera línea de la lucha independentista, son próceres de la Patria, hoy
lamentablemente olvidados.
Debido a los
cánones de una sociedad castiza y endogámica, contrajo matrimonio con su primo Juan
Pablo Briceño Pacheco y Montilla, quien estudió Medicina en la ciudad de Mérida
en 1805 y ejerció como médico en Trujillo es decir, se dedicó ”a la ciencia y
el arte de curar y es fama que alcanzó grandes aciertos” (De Santiago, Pedro. Biografías Trujillanas. Pags. 72-73.
Ediciones Edime. Madrid. 1956). Enterada como todos los Briceños, de lo que
estaba ocurriendo en Caracas desde 1808, involucrado y confinado su hermano
Nicolás, por la conspiración contra el imperio español, el movimiento
emancipador se fue expandiendo por el resto de la Provincia, ella se sumó a la gesta. Su esposo, el doctor Briceño, ese año era Sindico
Procurador Municipal, cuando en la denominada Sala Consistorial de Trujillo, se
discutía sobre lo que ocurría en España, lo que generó la exaltación del
espíritu libertario de aquellos patricios.
Con el entusiasmo
de los notables, en 1810, Juan Pablo también se incorporó al movimiento
independentista, promoviéndolo, y el 9 de octubre de dicho año, formó parte de
la Junta Patriótica y salió electo como diputado representante de esta
Provincia al primer Congreso Constituyente de Venezuela, en la ciudad de Caracas en 1811, participando activamente en
los debates, destacando su derecho de palabra, en el que pidió al pleno,
aceleraran la aprobación de la Declaración de Independencia de Venezuela. Es
uno de los 5 trujillanos firmantes del Acta de Independencia. El 28 de agosto de 1811, el Congreso lo designa miembro de la
Sección Administratoria de la Hacienda Nacional. En septiembre, promueve una
comisión para atender el grave problema de insubordinación y desavenencias
entre los integrantes de la Junta de Gobierno de Trujillo.
El <<doctor Juan Pablo>> como le decían,
regresó a Trujillo. Destacaron en él, las cualidades y rasgos característicos
de la familia Briceño, inteligente, sincero, apasionado en sus posiciones y
actitudes, fue crítico de la administración realizada por el generalísimo Francisco
de Miranda al frente del gobierno de emergencia, lo que en su criterio, incidió
en la caída de la primera República y la vergonzosa Capitulación con Monteverde.
Doña Nacha
se casó con el <<doctor Juan
Pablo>>, y lo acompañó en
el trance dramático de la forja republicana. Doña Nacha, procreó con Juan
Pablo, a Paz Briceño y Briceño, quien a su vez, se casó con el prócer y capitán
Félix Fernando Hurtado de Mendoza.
Tras la
Capitulación de Miranda, las fuerzas rebeldes buscaron mantener encendida la
tea libertaria, uno de ellos el coronel Antonio Nicolás “El Diablo”, que
comenzando su campaña, fue traicionado y capturado. El paladín de la libertad
de los pueblos, quien <<en plena juventud iluminó con la luz de su
ciencia, y calentó con el fervor de su doctrina la causa de independencia>>
(Fonseca, TII, 380), fue ejecutado el 15 de junio de 1813.
Cayendo
nuevamente la República en poder de los realistas, en el año 1814, tras la
arremetida de Monteverde y su Ley de la Conquista, emigró con su esposo a la Nueva Granada. Sin decaer en
sus convicciones revolucionarias, el Dr. Briceño Pacheco con total
desprendimiento de bienes y privilegios, estuvo en la guerra, sirvió con
Bolívar en las operaciones militares de Bogotá; es recordado como uno de los
héroes del sitio de Cartagena de Indias en 1815; y luego regresó a Venezuela, estuvo bajo la
comandancia del general Páez, en 1816,
entregando su vida en la Campaña de Apure en 1817, había nacido en 1748,
quedando viuda María Ignacia y huérfana la pequeña Paz. Pero mujeres de su
estirpe, no sucumbían en el dolor y se dedicó por entero a la lucha por la
libertad de Venezuela. Lo expuesto en los párrafos precedentes, nos da una idea
del entorno familiar y social de esta dama patriota.
Se ha escrito que
Doña Nacha, siendo viuda, se habría
casado con su otro pariente Juan Jose Briceño de Pacheco y Toro (Fonseca, TII, 60), lo cual ha desmentido Picón
Parra, al aclarar que, “… En Los Protocolos de Mérida (Protocolo 103, folio 38
vuelto) está el testamento de Doña María Ignacia Briceño "hiha legítima
del Dr. Antonio Nicolás Briceño, de Trujillo, sin sucesión”, fechado el 1 de
abril de 1828, y es muy raro que esta señora no mencione a su segundo marido…” (Picón Parra, Roberto. Fundadores, Primeros Moradores y
Familias Coloniales de Mérida. Tomo
4, pág. 91. Biblioteca de la Academia
Nacional de la Historia. "Fuentes para la Historia Colonial de
Venezuela", Caracas, 1988).
La integridad, nobleza, generosidad y constante lealtad de esta dama trujillana con su Patria, a pesar de los duros vaivenes a los que estuvo sometida por la lucha militar que asumió su hermano Antonio Nicolás y sus otros hermanos, asimismo, la que tomó su esposo Juan Pablo durante 7 años, muriendo en el campo de batalla, conforman una vida azarosa y tormentosa revolucionaria que la convierten en una heroína digna del reconocimiento histórico de todos los trujillanos; sin duda, fue una eximia republicana.
(*) Portador Patrimonial Historico y Cultural de La Puerta.
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