Por Oswaldo Manrique (*)
Cabalgando sobre ella, castaña oscura,
se dirigió a donde pensó hospedarse, un pueblecito llamado La Puerta (estado
Trujillo), que consideraba histórico. En
uno de sus soliloquios, describe:
-
<<venia
contemplando tranquilamente mi mula, que, aunque con algunos resabios, no deja
de ser una mula buena; esta contemplación era un tanto compasión al calcular
que habría de caminar doce días consecutivos montado sobre ella>>
(Hernández).
Tal fue el comienzo del relato
detallado de su viaje por la Cordillera Andina, en carta del 14 de enero de 1889,
a su amigo Santos Aníbal Dominici (Castellanos, 184).
Eran tiempos del régimen liberal
guzmancista, que siguió con su política de <<dejar que los conservadores
gobiernen el Estado (Trujillo) a su
leal saber y entender>> (Cardozo, 227); el pacto del Pdte. de la
República general Antonio Guzmán Blanco y el jefe de los “Ponchos” trujillanos general Juan Bautista Araujo, dio
continuidad a la hegemonía de estos, con todos sus vicios y virtudes
caudillistas, siempre que mantuvieran el desarme y “la huidiza tranquilidad”
que permitiera avanzar en el proceso económico, agropecuario e industrial de la
región.
*
Azuzaron las bestias, para subir a la
angosta y empinada entrada y pasar por la “Vuelta del Peo”, llamada asi por ser
sitio de emboscada de los “Ponchos” en su enfrentamiento con los “Lagartijos”
en 1877, con saldo de varios difuntos.
Pasaron por la “Quebrada La Guadalupe”, de aguas frescas y curativas y a
pocos pasos se detuvieron.
A semejanza de la profecía señalada
en el Antiguo Testamento, sobre la llegada de un hombre justo y de paz montado
sobre un burro: Jesús a Jerusalén, el joven médico, humilde y altruista, hizo
su entrada a La Puerta, montado en su obstinada
y testaruda mula. Hombres de mediana estatura, vestidos de calzones de fardo,
franelas sarazas color blanco, alpargatas serranas, con muy pronunciado
dialecto indígena, le dieron la bienvenida al elegante y culto caballero; eran
los celosos encargados del Oratorio y de la posada de los peregrinos.
Para finales de 1888, en compañía de
su cuñado José Temistocles Carvallo Hidalgo y de un sirviente, el Dr. José
Gregorio Hernández Cisneros, se dirigió y pasó por esta aldea indígena,
montando su mula, mañosa y desconfiada, en su aventura de buscar un lugar,
ciudad o pueblo, donde establecerse y ejercer su profesión de médico.
Tomaron el camino de
Valera-Mendoza-La Puerta-Timotes, descartando el de Quebrada de Cuevas a
Timotes, por el borde del caudaloso Motatán, lo que confirma el Informe de
Caminos de 1908, del Ejecutivo del estado Trujillo, al señalar que, <<el
ramal de La Mocotí a Valera por el rio Motatán, parte del decretado por el
Ejecutivo Federal el año 1887, es un camino de recuas de malísimas
condiciones…la vía usual que es la de La Puerta, la comunica entre las ciudades
de Mérida y Valera>> (La Riva, Alberto. Anales de
Valera, pág. 35. 1957. Igualmente, en Cardozo, 232); la distancia entre Mendoza
y La Puerta, era de dos leguas aproximadamente.
El padre Enrique María Castro, ex
Párroco de este Valle, describió en 1884, que el antiguo camino que iba de
Mendoza a La Puerta, iba por la vega del río Bomboy <<el
cual hay que vadear dos veces, con una subida disimulada hasta el espacio de
una legua en que se aparta del rio, y toma por unos cerrillos, cuyo piso está
cubierto de piedras menudas que lo hacen molesto>> (Castro, 58),
lo que no impedía ver en los laterales de las montañas, los frondosos trigales;
y las plantaciones de café, caña, tabaco y legumbres del Valle, custodiado por
las dos espesas cordilleras.
Tenía la peculiaridad este camino,
que de trecho en trecho, había una cruz, que fueron colocadas varias décadas
antes por el Padre Rosario, y cuando este iba rezando, <<siempre
hacia genuflexiones>> (Ídem). Se extrañaría y preguntaría el Dr.
José Gregorio y sus acompañantes, la razón de tantas cruces. Su mula buena
y vulnerable, anduvo a pesar de la
carga, con su manera habitual, tranquila y dócil, e incluso, preparada para
alertar o regresarse, cuando anuncian acecho, o algún obstáculo o fenómeno
natural.
*
Sin duda, fue antes, y más de una
vez, que José Gregorio, visitó la aldea indígena de La Puerta, para enterarse
de propia voz de sus habitantes, los
episodios y fastos, que lo llevaron a decir que lo consideraba: histórico. Bien
fuere porque lo conoció en sus vacaciones de agosto de 1883, o porque se alojó
en alguna otra oportunidad en la posada de los peregrinos, o porque pasó o lo
visitó varias veces, lo cierto es que en carta del 14 de enero de 1889, se
refirió a dicho pueblo, que para esa época, además de su gente indígena Bomboyes,
casi totalmente pura, contaba con elementos del patrimonio inmobiliario
espiritual colonial, que por su religiosidad y curiosidad tuvo que haber
visitado el hoy Santo Dr. José Gregorio Hernández.
Mientras el sirviente amarraba las
bestias en un falso, una de las mulas se
tornó relinchona, dejando escapar un
fuerte rebuzno, José Gregorio subió las escalinatas y se dirigió hacia
la ermita que los indígenas de La Puerta, mantenían al cuido, atendiendo a los
peregrinos y visitantes para que pudieran apreciar la bella construcción, sino
por su atrayente hermetismo.
Carvallo iba detrás.
-
Chico, se portaron bien las bestias. Nos rindió el camino. Le comentó el futuro Santo trujillano, quien
llevaba su acostumbrado sombrero negro.
-
Sí, ninguna se descascajó Le contestó su
cuñado.
-
Hasta mi mula resabiada, cumplió.
Cuando estaban en el umbral, se
quitaron los sombreros y no les quedó más que arrodillarse, persignarse al ver
aquel hermoso recinto. Entraba luz solar al fondo por la claraboya de lo más alto
del altar finamente adornado, se situó frente al encantador retablo de la
Virgen de Guadalupe de Indios y su rostro resplandeciente. Se ubicaron en los
reclinatorios, donde oraron. José Gregorio pudo observar el maravilloso, sereno
y sagrado lugar, y llegó a imaginarse al Santo penitente Padre Rosario (quien
lo diseñó personalmente y construyó de su dinero), en un acto de devoción
diaria por la Virgen, que, <<con su rostro dejaba traslucir la suavidad,
el contento, la paz y la alegría de que rebosaba su corazón>> (Castro, 42), o cuando
invitaba a todos los feligreses <<a
obsequiar a María Santísima con un rosario, o al principio de la visita o al
final>> (Castro, 45), era parte de su estado de perfección
espiritual. El futuro Santo, como investigador sintió la necesidad de conocer
la obra material de este excepcional personaje, modelo de penitencia y
santidad.
Al salir, el aspecto externo
observado, de firmes tapiales y radiante blanco, piso de arcilla, techo de
tablones de cedro, coronado por teja roja de las que hacen los aborígenes en
Kukuruy (Tierra Colorada). Las anchas escalinatas de piedra, dan acceso a los
angostos senderos que conducen a las casas habilitadas para los peregrinos.
El padre Rosario, escogió para
construir este Oratorio de la Virgen de Indios, la parte alta de su posesión
(Hacienda del Padre Francisco Rosario), que tuvo que desboscar y aplanar (hoy
está en este sitio el Hotel Guadalupe); la bella panorámica por el lado norte
con la “Quebrada Guadalupe”, de aguas medicinales y permanentemente con aromas
a malva, cayendo hacia el Bomboy; la suave ladera por el lado sur, da entrada a
la Calle Real de la aldea (hoy Avenida Bolívar), y más allá, las famosas
<<mecedoras de piedra de la Guadalupe>> (Burelli, en Abreu:
151), que pudo haber recorrido el futuro Santo, que conforman el área externa o
de alivio del Oratorio, que en realidad era un sitio de reunión de los
indígenas, descanso y paseo para los
peregrinos y visitantes.
Así que, a su llegada al pueblo,
ingresando por la entrada norte e impulsado por su ferviente religiosidad, y
con el conocimiento de que el Santo Padre
Rosario, que así lo llamaban los pobladores, había construido antes de su
ciclo de purificación, sin la majestuosidad de la Capilla de Mendoza, pero sí
con el detalle estético y de belleza que le imprimía dicho Cura a sus obras,
uno de los Oratorios más peculiares del país, como lo fue el de la Virgen de Guadalupe de Indios, tributo a
la aldea de los Bomboyes, su última obra material y aporte al engrandecimiento
de esa comunidad, al cual llegaban peregrinos desde distintos lugares de la
República.
Para un hombre como José Gregorio, la
oración era tan imprescindible para fortalecer el espíritu, como nutrir el
cuerpo con comida y agua. Diariamente en
Caracas, <<A las 7:00 a.m. asistía a la Santa Misa, recibía la Comunión>>.
Era tan necesaria para él la oración, que seguramente, para emprender y
fortalecerse en su viaje, y precedido del conocimiento de la bella y ejemplar historia del Padre
Francisco Rosario, de esta aldea, al estar en el preciado y aislado recinto
para efectuar la oración a Dios, y <<tú te imaginarás que hacía mis súplicas
ordinarias>> (Hernández), quizás le dedicó como la primera vez,
una plegaria al Cura Santo y Patriota.
En 1969, da fe el cronista y
hacendado José Rafael Abreu, que en <<el extremo norte de la calle real
se conocía como “El Topón” y el “Oratorio”, por haber construido allí el Padre
Rosario un lugar para la oración, de lo que aún quedan las bases de cal y
canto, a la usanza española>> (Abreu, J.R., 31).
Era una Capilla donde acostumbraba a flagelar su cuerpo y a rezar el
prócer Rosario, amigo de Simón Bolívar y solían decir misa religiosos, sacerdotes
pasajeros y visitantes que venían de Barinas, Mérida y de la Nueva Granada,
cuyo festejo solemniza el día de la Virgen.
La historiografía local de los
terratenientes, nos recuerda que para mediados del siglo pasado, aún andaba <<El
alma del padre Rosario, ambulante por el Oratorio>> (Abreu
Burelli, 151), este mito quizás, era para borrar el genocidio cometido con los indígenas, y embalar la vida del Cura patriota en un espanto, y
asustar a la nueva población de blancos.
Lo anterior se fundamenta, en que,
José Gregorio un médico filántropo, como parte de su personalidad, era
profusamente <<cristiano de fe ejemplar, fue un
contemplativo de juicio sereno…tenía un altísimo concepto de la vida, hablaba
solo lo indispensable, era piadoso, asceta y místico de inalterable
espiritualidad>> (Suarez, 19). También es factible, que antes de
seguir viaje, haya entrado al templo de Nuestro Señor San Pablo Apóstol,
recinto principal de los católicos.
La niebla es pertinaz y comienza a
abrazar a los grandes sauces del angosto camino, también, el templo. El diseño
y distribución del espacio interno del templo construido en 1790, por el cura Pedro Santa Anna Vásquez de
Coronado, respondía a la tendencia arquitectónica católica
aplicada a las edificaciones religiosas en las colonias americanas. Planta
rectangular, semejante al estilo basilical, que se describe en el acta de
inventario de 1882, cuya acta describe:
“En
el cuerpo de la Yglesia de La Puerta a trece de abril de mil ochocientos
ochenta y dos el cura encargado de ella presbítero José Asunción León, asociado
del Mayordomo de Fabrica, ciudadano Miguel Aguilar y los testigos, avaluamos
Natividad Aponte y José Miguel Bustos se procedió hacer en debida forma el
inventario de propiedades de la Yglesia. Primeramente. 1.- Caserón (o
Cañón) de tapias que constituye la
Yglesia y a la espalda un cuarto que sirve de sacristía y otro a un costado del
presbiterio que sirve para guardar… y al lado derecho el edificio del
campanario en dos pisos, todo está cubierto de tejas…” (Libro de Fabrica del templo de San
Pablo Apóstol de La Puerta. Archivo Histórico de la Diócesis de Trujillo). El
inventario inmobiliario y características del templo indican que era una
construcción simple, sin ningún aditamento u ornamento arquitectónico que lo
asemejara a un templo formal dentro de los cánones eclesiales tradicionales
europeos.
Este templo, guardaba y exhibía en su
interior algunos tesoros como son las bellas y antiguas imágenes de sus Santos.
El mobiliario inventariado se encontraba en buen estado; igualmente, las
reliquias e imágenes existentes: las “…1.-
La imagen de la Virgen de la Paz. 2.- La Virgen Purísima. 3.- La imagen de San
Isidro. 4.- El patrono San Pablo…”
(Ídem). Asimismo, dan cuenta en dicho inventario de la existencia de nueve (9)
alhajas o grupo de pequeñas joyas de plata del patrono, valoradas en total por
más de 700 bolívares de aquella epoca. (Libro
de Fabrica del templo de San Pablo Apóstol de La Puerta. Archivo Histórico
de la Diócesis de Trujillo a cargo del padre Ramón Urbina, revisado y fotografiado por mí el 20 septiembre
2018).
Desde diciembre de 1888, en que el
futuro Santo, llegó montado en su resabiada mula y pasó por nuestro pequeño
pueblo histórico, al día de hoy, han
trascurrido 137 años. El hecho que este eminente medico, hombre caritativo, de
infinita generosidad, historiador, educador, científico, con sus convicciones
religiosas y filosóficas, haya visitado a La Puerta y expresado su
consideración, acerca de su historicidad, debe llenar de orgullo a todos los
pobladores, lo que se debe manifestar en aprecio, agradecimiento y en el reconocimiento
colectivo como ciudadano virtuoso a este médico de los pobres.
Se ha trazado en estas notas, para el conocimiento de las nuevas generaciones puertenses, un pasaje refrescante del joven médico de los pobres por la aldea indígena de La Puerta, cuya conducta ejemplar resalta en estos tiempos por el hecho de su próxima y efectiva canonización como Santo, por lo que tomando las palabras del universal escritor don Rómulo Gallegos, sobre el fervor y devoción popular que infunde el Dr. José Gregorio Hernández, sin dudas, es el Trujillano <<que nos ennobleció la vida>>.
(*) Portador Patrimonial Histórico y Cultural de La Puerta.
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