lunes, 30 de diciembre de 2019

María Cristina Rodríguez, una matrona de la comarca.




Oswaldo Manrique R.

En nuestros pueblos andinos, nos encontramos con algunas señoras que nos imprimen cierta energía y admiración por ser nobles,  virtuosas y abnegadas madres de familia, es lo que comúnmente conocemos como  matronas.  Una de estas señoras, es María Cristina Rodríguez. Nació en Durí,  Parroquia La Mesa de Esnujaque, Municipio Urdaneta del estado Trujillo, el 28 de julio de 1919.  Hija de María Ana Rodríguez, oriunda de  Jajó, Municipio Urdaneta.  Su compañero de vida fue el señor Felipe Briceño, nativo de Jajó, hijo de María Mauricia Briceño, con  el cual  procreo 8 hijos: Víctor, María Balbina (n.1947), Teresa (n.1952), Saida,   José, Juana, Pedro, Julián. Felipe era agricultor, no obstante, fue un hombre inquieto, muy entusiasta y emprendedor. 


Doña Cristina Rodríguez. Retrato. Colaboración de su hijo Julián Briceño. Cronografía de este blog N° 3147.

Esta pareja, en 1948,  percibiendo las limitaciones de trabajo, económicas y  aspirando que sus hijos estudiaran y también ellos progresar; evalúan la situación y deciden buscar otro rumbo;  nos explica su hijo Julián Briceño, que su papá viajó dos veces a La Puerta, pero no le gustaba la casa que le ofrecían, una en el sector donde hoy está  la escuela de música, y la otra, donde están actualmente cerca de la plaza Bolívar, frente a la casa parroquial.  Habían decidido cambiar de ambiente.  Se vinieron  a vivir a La Puerta,  compraron una casa con toda la intención de formar su familia y salir adelante con ellos en esta parroquia.

De mucho esfuerzo compartido, la pareja logró un primer contrato: cocinarle la comida a los obreros que fueron construyendo la Troncal 7 de la carretera Timotes-Villa Mercedes, aunque era un trabajo arduo y delicado, fueron puntuales en el servicio, y con ello, fueron ahorrando algún dinero para emprender un negocio por su cuenta.

En las condiciones muy austeras de un pueblo rural como La Puerta, inició su negocio con Felipe, y al morir éste, su duelo y sufrimiento iba aparejado con el propósito común de continuar sacando la familia adelante, y ella, se convirtió en la figura central de su grupo de hijos, de sus nietos, las nueras y yernos, cuyos rostros se iluminaron con su esfuerzo del dia a dia. La continuación de su misión, se fue dando sin más estímulo que el de progresar, y sin más ayuda que el afecto mutuo y sincero de ellos. Los que la conocimos, fuimos testigos, de cómo alrededor de ella, esos hijos fueron efectivamente creciendo, estudiando, progresando, graduándose unos, otros dedicándose a otras actividades y propósitos de valor, y así fueron forjando sus conciencias de ciudadanos, con la fuerza inspiradora, que les dio el ejemplo y la bondad de la madre. 
En La Puerta, se ubicaron en la cuadra existente entre avenida Bolívar y Sucre, de la calle 7, frente al antiguo Templo parroquial.   Aquí  abrieron  un establecimiento comercial de víveres y bebidas, que aún se mantiene. Doña Cristina como le decían en el pueblo, tuvo una vida de esfuerzo y sacrificio, sobre todo para la crianza y formación de sus hijos.  El señor Felipe fue muy estricto, de respeto, reservado, sus problemas los resolvían en familia  y con mucha  obediencia, su lema “respete para que las respeten”, cultivaron la colaboración entre hermanos,  hasta los más pequeños ayudaban en las labores. Es obvio, que es una familia de profundos valores morales y principios cristianos y sociales.   

 Al morir su esposo en 1959, cambiaron las cosas en el régimen familiar, doña Cristina comenzó a ser más tolerante con sus hijos, en darles permiso para divertirse, salir a fiestas, hacer amigos, socializar con la gente del pueblo.   Como lo ha testimoniado Balbina una de sus hijas mayores, la muerte del señor Felipe, significó un vuelco en sus vidas,  “murió papa y de allí en adelante la vida cambió para bien, mamá salía, iba a misa, nos dejaba tener amigos y amigas, así conocí a Jenny Toro y quien es mi mejor amiga, compañera y colega Ada Ramírez, salíamos a pasear siempre…” (Yaritza Rivas y otras. Tesis biográfica sobre  Balbina Rodríguez. UBV. La Puerta. 2009). Se entiende de este testimonio, que en contexto, el cambio significó en cuanto a forma, pero no en el fondo, manteniendo los mismos valores familiares.   

Las roscas de agua de doña Cristina.

Cuentan como anécdota, que cuando las hijas las iban a buscar las amigas para salir e ir a la plaza o a algún sitio, les decía a todas: “para que puedan ir tienen que ayudarme a elaborar las roscas de agua, todavía existen en La Puerta, el grupo de muchachas con el interés de ir a jugar a otro sitio les ayudábamos” (Ídem). Una de las virtudes de nuestro personaje, es su conocimiento culinario ancestral; tenía la fórmula de las roscas de agua, que había heredado de su familia.


Doña Cristina Rodríguez, con jóvenes universitarias de la comunidad, en la entrada de su residencia en La Puerta.   Cronografía de este blog N° 2902.

Las roscas de agua de doña Cristina, se hicieron famosas en esta parte del occidente del país; personalmente amigas me encargaron que les llevara las deliciosas roscas, que contenían el secreto de la receta de doña Cristina, que había obtenido de sus abuelas y que traía de los lados de Durí y la Mesa de Esnujaque.   Cuando le preguntamos a Julián, su hijo, que significaba y por qué las llamaban  “roscas de agua”, se echó a reír, y con suma franqueza respondió “que no llevan agua”. Esto es parte de la receta y  del secreto de este manjar que se calcula, tiene más de 2 siglos de antigüedad.

Sus hijos son gente de bien, responsables, de compromiso. Ella en su soledad se refugiaba en el trabajo y en sus hijos, fueron muchas horas que se dedicó a movilizar sus manos y brazos para logra el “amasijo dulce” para crear las roscas de agua. Las reuniones familiares de los Rodríguez Briceño, en semana santa, diciembre y las festividades de la parroquia y la Virgen de la Paz, eran de mucha fraternidad, de reencuentros, en mesas atiborradas de exquisitos dulces caseros y de las típicas comidas de las familias andinas.  El fogón de la casa de doña Cristina,  era prodigioso, de allí, las hortalizas, granos, frutas, apio, cambures, batatas, guaje, salían transformados en deliciosos platos,  sopa de caraota, arvejas, mojos, guisados, mutes, sancochos, no le faltaban a esta familia en la creación culinaria de doña Cristina, alegrándole la vida a sus asiduos comensales.    


Doña Cristina Rodríguez  en la puerta de su casa.  Cronografía de este blog N° 2903. 

Era una mujer de gustos sencillos, ya en la tercera edad, sus ratos libres los dedicaba a coser y a ver de sus nietos que nunca dejaban de estar con ella, le gustaba sembrar y cuidar sus flores y matas ornamentales.   Murió en La Puerta, el 29 de junio de 2016.  Soy de los que considera que, las recetas de doña Cristina, así como las de otras matronas nuestras, deben ser rescatadas como parte del patrimonio cultural parroquial, y también como opción,  en esta época en que se requiere optimizar los frutos que nos suministra la madre tierra, dándole el sitial que merece a nuestra gastronomía local.

Como madre, Cristina Rodríguez,  fue una mujer de mucho fuelle y fortaleza para criar y guiar sola con buen destino a su familia, como mujer virtuosa y decente, fue  colaboradora de la comunidad, era católica creyente,  son atributos que la convierten en una mujer excepcional y en una matrona destacada de nuestra comarca.

 Diciembre 2019.


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