Oswaldo
Manrique R.
En nuestros pueblos andinos, nos
encontramos con algunas señoras que nos imprimen cierta energía y admiración
por ser nobles, virtuosas y abnegadas
madres de familia, es lo que comúnmente conocemos como matronas.
Una de estas señoras, es María Cristina Rodríguez. Nació en Durí, Parroquia La Mesa de Esnujaque, Municipio
Urdaneta del estado Trujillo, el 28 de julio de 1919. Hija de María Ana Rodríguez, oriunda de Jajó, Municipio Urdaneta. Su compañero de vida fue el señor Felipe
Briceño, nativo de Jajó, hijo de María Mauricia Briceño, con el cual
procreo 8 hijos: Víctor, María Balbina (n.1947), Teresa (n.1952),
Saida, José, Juana, Pedro, Julián.
Felipe era agricultor, no obstante, fue un hombre inquieto, muy entusiasta y
emprendedor.
Doña
Cristina Rodríguez. Retrato. Colaboración de su hijo Julián Briceño.
Cronografía de este blog N° 3147.
Esta pareja, en 1948, percibiendo las limitaciones de trabajo,
económicas y aspirando que sus hijos
estudiaran y también ellos progresar; evalúan la situación y deciden buscar
otro rumbo; nos explica su hijo Julián
Briceño, que su papá viajó dos veces a La Puerta, pero no le gustaba la casa
que le ofrecían, una en el sector donde hoy está la escuela de música, y la otra, donde están
actualmente cerca de la plaza Bolívar, frente a la casa parroquial. Habían decidido cambiar de ambiente. Se vinieron
a vivir a La Puerta, compraron
una casa con toda la intención de formar su familia y salir adelante con ellos
en esta parroquia.
De mucho esfuerzo compartido, la pareja
logró un primer contrato: cocinarle la comida a los obreros que fueron
construyendo la Troncal 7 de la carretera Timotes-Villa Mercedes, aunque era un
trabajo arduo y delicado, fueron puntuales en el servicio, y con ello, fueron
ahorrando algún dinero para emprender un negocio por su cuenta.
En las condiciones muy austeras de un
pueblo rural como La Puerta, inició su negocio con Felipe, y al morir éste, su
duelo y sufrimiento iba aparejado con el propósito común de continuar sacando
la familia adelante, y ella, se convirtió en la figura central de su grupo de
hijos, de sus nietos, las nueras y yernos, cuyos rostros se iluminaron con su
esfuerzo del dia a dia. La continuación de su misión, se fue dando sin más
estímulo que el de progresar, y sin más ayuda que el afecto mutuo y sincero de
ellos. Los que la conocimos, fuimos testigos, de cómo alrededor de ella, esos
hijos fueron efectivamente creciendo, estudiando, progresando, graduándose
unos, otros dedicándose a otras actividades y propósitos de valor, y así fueron
forjando sus conciencias de ciudadanos, con la fuerza inspiradora, que les dio
el ejemplo y la bondad de la madre.
En La Puerta, se ubicaron en la cuadra
existente entre avenida Bolívar y Sucre, de la calle 7, frente al antiguo
Templo parroquial. Aquí abrieron
un establecimiento comercial de víveres y bebidas, que aún se mantiene.
Doña Cristina como le decían en el pueblo, tuvo una vida de esfuerzo y
sacrificio, sobre todo para la crianza y formación de sus hijos. El señor Felipe fue muy estricto, de respeto,
reservado, sus problemas los resolvían en familia y con mucha
obediencia, su lema “respete para que las respeten”, cultivaron la colaboración entre
hermanos, hasta los más pequeños
ayudaban en las labores. Es obvio, que es una familia de profundos valores
morales y principios cristianos y sociales.
Al
morir su esposo en 1959, cambiaron las cosas en el régimen familiar, doña
Cristina comenzó a ser más tolerante con sus hijos, en darles permiso para
divertirse, salir a fiestas, hacer amigos, socializar con la gente del pueblo. Como lo
ha testimoniado Balbina una de sus hijas mayores, la muerte del señor Felipe,
significó un vuelco en sus vidas, “murió
papa y de allí en adelante la vida cambió para bien, mamá salía, iba a misa,
nos dejaba tener amigos y amigas, así conocí a Jenny Toro y quien es mi mejor
amiga, compañera y colega Ada Ramírez, salíamos a pasear siempre…”
(Yaritza Rivas y otras. Tesis biográfica
sobre Balbina Rodríguez. UBV. La
Puerta. 2009). Se entiende de este testimonio, que en contexto, el cambio
significó en cuanto a forma, pero no en el fondo, manteniendo los mismos
valores familiares.
Las
roscas de agua de doña Cristina.
Cuentan como anécdota, que cuando las hijas
las iban a buscar las amigas para salir e ir a la plaza o a algún sitio, les
decía a todas: “para que puedan ir tienen que ayudarme a elaborar las roscas de agua,
todavía existen en La Puerta, el grupo de muchachas con el interés de ir a
jugar a otro sitio les ayudábamos” (Ídem). Una de las virtudes de
nuestro personaje, es su conocimiento culinario ancestral; tenía la fórmula de
las roscas de agua, que había heredado de su familia.
Doña
Cristina Rodríguez, con jóvenes universitarias de la comunidad, en la entrada de su
residencia en La Puerta. Cronografía de
este blog N° 2902.
Las roscas de agua de doña Cristina, se
hicieron famosas en esta parte del occidente del país; personalmente amigas me
encargaron que les llevara las deliciosas roscas, que contenían el secreto de
la receta de doña Cristina, que había obtenido de sus abuelas y que traía de
los lados de Durí y la Mesa de Esnujaque.
Cuando le preguntamos a Julián, su hijo, que significaba y por qué las
llamaban “roscas de agua”, se echó a
reír, y con suma franqueza respondió “que no llevan agua”. Esto es parte de la receta y del secreto de este manjar que se calcula,
tiene más de 2 siglos de antigüedad.
Sus hijos son gente de bien, responsables,
de compromiso. Ella en su soledad se refugiaba en el trabajo y en sus hijos,
fueron muchas horas que se dedicó a movilizar sus manos y brazos para logra el
“amasijo dulce” para crear las roscas de agua. Las reuniones familiares de los
Rodríguez Briceño, en semana santa, diciembre y las festividades de la
parroquia y la Virgen de la Paz, eran de mucha fraternidad, de reencuentros, en
mesas atiborradas de exquisitos dulces caseros y de las típicas comidas de las
familias andinas. El fogón de la casa de
doña Cristina, era prodigioso, de allí,
las hortalizas, granos, frutas, apio, cambures, batatas, guaje, salían
transformados en deliciosos platos, sopa
de caraota, arvejas, mojos, guisados, mutes, sancochos, no le faltaban a esta
familia en la creación culinaria de doña Cristina, alegrándole la vida a sus
asiduos comensales.
Doña
Cristina Rodríguez en la puerta de su casa.
Cronografía de este blog N° 2903.
Era una mujer de gustos sencillos, ya en la
tercera edad, sus ratos libres los dedicaba a coser y a ver de sus nietos que
nunca dejaban de estar con ella, le gustaba sembrar y cuidar sus flores y matas
ornamentales. Murió en La Puerta, el 29 de junio de 2016. Soy de los que
considera que, las recetas de doña Cristina, así como las de otras matronas
nuestras, deben ser rescatadas como parte del patrimonio cultural parroquial, y
también como opción, en esta época en
que se requiere optimizar los frutos que nos suministra la madre tierra,
dándole el sitial que merece a nuestra gastronomía local.
Como madre, Cristina Rodríguez, fue una mujer de mucho fuelle y fortaleza para
criar y guiar sola con buen destino a su familia, como mujer virtuosa y
decente, fue colaboradora de la
comunidad, era católica creyente, son
atributos que la convierten en una mujer excepcional y en una matrona destacada
de nuestra comarca.
Diciembre 2019.
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