Por Oswaldo Manrique (*)
Sentada
en su apostadero acostumbrado en la parte alta del Llano de San Pedro, doña
Paula la encomendera de la cabecera del Valle del Bomboy, los observa venir tanto
con los ojos de la ganancia, como con los de la tranquila y regocijante
realización. Los Bomboyes, hombres y mujeres del Valle y de los páramos, son
gente sencilla y calmada, que habitaban a pesar de la obligada mudanza, su
condición y yugo, en un espacio de tierras exclusivo para ellos, para su uso y
explotación desde 1608, conocido como “Pueblo de Indios” de la Doctrina de
Nuestro Señor San Pablo” (hoy, parte del área urbana La Puerta), pero cercano a
las posesiones y estancia de esta encomendera. Por práctica impuesta, cada encomienda
o comunidad tenía su propio Cacique, quien organizaba los turnos y faenas de
trabajo de los hombres útiles y las mujeres.
En la
madrugada, don Fernando, el Cacique de la encomienda de doña Paula, ayudaba a
Andréz, Domingo, y Gaspar a preparar las mulas, a enjalmar, a apretar maletas y
la carga que habitualmente llevan al Puerto de Gibraltar, los guiaba el pequeño
y dinámico Juan Fanay, que disciplinaba el grupo, este arriero medía un metro y
poco de estatura, muy conocedor de esos caminos, era Gayón, oriundo de la Cordillera
de Sanare. La selección de telas, mantas, alfombras, esteras y carga
de algodón, la habían llevado al Tocuyo, en el viaje anterior, lo que
disfrutaba este arriero.
En los campos y haciendas, trapiches
y talleres del valle de Bomboy, para finales del siglo XVI, <<Junto
a los cultivos nuevos, de los cuales llegaron a ser principales el trigo y la
caña, y más tarde el añil y el café, los criollos prosiguieron en el beneficio
de los frutos aborígenes. El cacao y el tabaco, cuya aparición había
transformado la buena sociedad de Europa, llegaron a figurar en gran escala, al
igual del añil y del algodón, entre los productos que exportaba la colonia>>
(Briceño Iragorry, Tapices, 140).
Muy avanzado el siglo XVII, tiempo de
doña Paula, gozaban de una floreciente
producción de panelas dulces, todo género de conservas, plantaciones del cacao
solicitado en otros países, las abundantes menestras y toda clase de vitualla;
también tabaco, tejidos, hallándose muy prospera la cría de ganado menor <<las
carnes son gustosas y los carneros muy grandes…excelentes quesos>> (Relaciones
Geográficas. P.210).
Los
gañanes de la encomienda, Gonzalo, Bartholomé, Lucas y Pablo, se trasladaban a
los cañaverales y sementeras en San Pedro, el Pozo, Komboko, Kukuruy que
estaban en los alrededores del “Pueblo de Indios”. También le tocaba atender a su turno, las tierras
de la Alumbrina, San Felipe, Agua Azul, Kalembe y Chaín, a cumplir su tarea,
siempre pensando y comentando la suerte de Alonso, el otro gañan, que había huido
y se encontraba fugitivo y perseguido por el Corregidor y las autoridades.
Bartholomé, Pedro, Santhiago, Nicolás y Asencio con sus nombres españolizados,
atendían el ordeño, arrebaño y pastoreo y algunas veces el trapiche. Era un
trabajo duro, muchas veces de noche, de existencia casi salvaje en el hato,
para proteger a los animales.
Era
parte de la cotidianidad, en la hacienda diversificada y extensa de esta
encomendera. Don Fernando el cacique, que no era ladino, ni hablaba el español,
ni creía en las santerías católicas, sin embargo, organizaba y tenía bajo su
gobierno tribal, a 51 indígenas de la encomienda. Eso lo respetaba doña Paula,
quien a pesar de todo, era una hacendada con tabaco en el ombligo, en una
Provincia donde no existían linderos ni marcas para poner a pastar el ganado, y
era necesario imponer autoridad, para cumplir con las exigencias de la
hacienda. Los indígenas al reconocerles sus costumbres, su vida familiar, en
calma, obedecían, y la encomendera los trataba con respeto, por consiguiente,
no había margen para actos de agresión, asi fue su relación por muchos años con
la tranquilidad domestica del Cacique.
El mágico y
antiguo telar Timoto - Al-Andaluz de doña Paula de Saavedra.
Le tocaba a diario colocar los hilos
paralelos para formar la urdimbre, como también, el pie después de urdido, para
finalizar la tela. Era Francisco el maestro
tejedor, quien siguió la tradición de sus mayores, realizando esta artesanía;
era de raza pura Timotes, y aun después de su libertad, siguió trabajando en el
telar.
El telar utilizado para esta época, era el horizontal con entretejidos
y pedales, es decir, el Al-Andaluz, principal influencia musulmana en España,
en esta actividad, elemento que permitía la elaboración de telas resistentes y finas
en algodón, que trajeron los abuelos de doña Paula. Habían superado, el viejo telar
de cincho; aunque persistía lo artesanal
y básico de la más antigua técnica indígena, para preparar los hilos en la urdidera, y
pasarlos al telar.
Esa era la actividad predilecta de
doña Paula Saavedra, el telar; allí dictaba las orientaciones de su
conocimiento, sujetaba el conjunto de hilos con el que se realizarían sus
diseños en la fábrica de hermosos tejidos. Sin duda, valoró la invención mágica
de sus confeccionistas, las 14 indias mayores y sus 9 “Chinitas”, que si bien
no sabían leer ni escribir, ni tenían estudios, sus creaciones de colores
armónicos, eran una manifestación artística y espiritual a la que sacaba
provecho. Recordaba a las “Chinitas”, cuando llegaron
por primera vez al telar, a aprender a tejer guiadas por sus madres, y también
con la ayuda de Francisco el maestro tejedor. El uso del ancestral telar de
cincho, agarrado a la espalda, era lo esencial, para que se le entregara un
hilo de color, cuya primera obra se podían llevar como recuerdo a su casa.
A diario, iba a inspeccionar la siembra de algodón y añil,
luego se instalaba en el telar a participar con las trabajadoras en la
selección del algodón y la pita de la que revisaba constantemente la hoja para
saber el tamaño de la hilacha, y de otras fibras. Andaba por los patios, veía a
las mujeres preparando en las enormes vasijas los distintos colores para ir
pasando los ovillos de algodón. En otro espacio techado de la casa vieja, podía
examinar en la parte superior donde van pasando los hilos. Allí se elaboraban distintas piezas femeninas como
mantillas, velos finos para cubrirse la cabeza, el cuello o el rostro, paños del
mejor algodón de la Cordillera trujillana.
Igualmente,
tomaba cuenta de la prospera cría de ovejunos, que fue produciendo la lana con
la que elaboraban las famosas mantas, gruesas o delgadas, rectangulares, además
las llamadas “burreras”, de alta utilidad para cobijarse en la cama. Del mismo modo fabricaba los
“ponchos” de lana, con lo que se abrigaban los hombres en la noche, a la
intemperie o en los largos viajes, que con el correr de los años, serian
símbolo de la oligarquía trujillana. Elaboraban
en lana las fajas con los encantadores hilos del arco iris, los famosos
chumbes, con lo que ajustaban sus sayas de vestir, o los cinchos para cargar en
la espalda a los niños “a kachute”, que develaban historia y cultura
indígena.
De tela ordinaria de algodón, se
confeccionaba en la Serranía, los calzones o
ropa suelta sencilla que usan los hombres y la gente común para
abrigarse que forma parte de la indumentaria diaria. En sus celebraciones, los indígenas acostumbraban a
regalar mantas de algodón como señal de amistad y alegría.
De toda
la hacienda y su factoría, doña Paula sentía gran atracción por el trabajo que
realizaban las mujeres, particularmente sus “chinitas”. En la parte inicial y
angosta, en el Sur del valle, en la parte alta del llano de San Pedro, repleto
de algodón, añil, fique, existía de muchos años, una casa telar, de tapiales y
horcones, techo de paja paramera, que fungía como taller artesanal de las indígenas
de su encomienda.
Las
mujeres nativas tenían sus horas para estar en sus dispersos conucos y
barbechos en el Resguardo, recogiendo maíz,
papa, arveja, caraota, batata, apio, auyama, ají, como era la costumbre
para alimentar a la familia; asimismo algo de tabaco. En la mañana, salía Beatriz, con Pascuala,
Cathalina y Lucía, caminaban con las nueve “chinitas” de doña Paula, rumbo
a San Pedro, a realizar su trabajo, su
laborioso arte en los telares; a veces, se reunían estas 23 integrantes de la
encomienda a trabajar. En Tapices de Historia Patria,
el escritor Mario Briceño Iragorry, apuntó que, <<Las indias de las encomiendas de
Trujillo labraban diariamente el algodón, que ora se utilizaba, a la par de la
lana, en la confección de tejidos y de “alfombras de gran primor”, ora se
enviaba a El Tocuyo para alimentar telares que allí existían desde tiempos de
Pérez de Tolosa>> (MBI, Tapices, 144); para este tiempo existían
grandes rebaños de animales, entre ellos, de
ovejos, que se comercializaban con el Nuevo Reino de Granada. De
pita o fique y otras fibras naturales se elaboraba las cabuyas, y los costales y las cubiertas que servían de enjalma a las
bestias de carga.
Eran
las cábalas y urdimbres de hilos de colores, que guiaban la cotidianidad de
aquel colectivo de trabajo de colores, formas y símbolos, adentro y alrededor del telar que tejía
diariamente la manta enorme de la vida. Para ella, para doña Paula Saavedra, esto era un
espacio atractivo, adictivo, interesante, de múltiples posibilidades, que la
actividad de sus “chinitas” y sus encomendadas, llenaban de arte y belleza.
La Encomendera Paula Saavedra y su
desafío feminista.
Llama la
atención a los historiadores, el hecho que en el Pueblo de Doctrina del Señor
San Pablo (hoy La Puerta), se encontraran dos mujeres en posesión de tierras,
trabajando y administrando plantaciones, factorías, talleres y al frente de
Encomiendas de indígenas Timotes, una de ellas: Doña Paula de Saavedra, quien
pudo encarnar un tipo de mujer distinto, que con su manera de afrontar la vida,
buscó impulsar desde su plantación y encomienda, un cambio en cuanto a la
hegemonía de poder, la relación y trato con sus indígenas, en rechazo al modelo
hegemónico patriarcal de la sociedad colonial. Es claro su contundente desafío
como mujer, frente a ese “Orden” establecido por el pre-capitalismo colonial
mundial.
Doña
Paula o Paola, según la senda investigada para estas anotaciones, nació en 1647,
en la ciudad de Trujillo. Era pariente del capitán Juan Álvarez de Daboín, de
los primeros beneficiarios de la “Encomienda Valle de Bomboy”, a la que había
renunciado en 1601, su padre cofundador
de Trujillo, el capitán portugués Tomé Dabuyn; ambos fueron Alcaldes de dicha
ciudad. Asimismo, descendía del
conquistador capitán Rodrigo Fernández de Saavedra, nacido en Islas Canarias,
España; éste y su hermano Pedro de Azuaje y Saavedra, destacaron militarmente
en la invasión de los Andes, jugando un papel significativo en el impulso del
cultivo y comercialización del tabaco en la provincia de Barinas y Trujillo;
fue Alcalde y Regidor de Trujillo, y en otra línea la misma Paula, estaba
emparentada con la familia del capitán y fundador de Trujillo Francisco de
Graterol, el mismo que según los antiguos cronistas de indias, venció y le
cortó las manos al Tirano Aguirre, en Barquisimeto.
Cita
nuestro historiador trujillano Mario Briceño Iragorry, que “…Los
Saavedra procedían de una noble casa española establecida en Andalucía en
tiempos del Rey D. Fernando III de Castilla y estuvo representada en la
conquista de Indias por ilustres vástagos>> (Briceño Iragorry: pág. 37). En las venas de
doña Paula, corría sangre con ese temple
y coraje, también musulmana y mora.
De la lectura del Acta y Censo del Alférez Valera y Mesa de 1687, al momento de ejecutar la Real Cedula del Rey de España, que ordenó dar la libertad a los indígenas encomendados, se distinguen varios e interesantes datos. Uno de ellos, el porcentaje significativo de mujeres indígenas, en la 2ª. Encomienda de la Cuarta Doctrina, cuya titular era Paula Saavedra, debido al tipo de unidad de producción que dirigía esta mujer blanca criolla, particularmente por los telares. (Castellanos, Rafael Ramón. Relación de un viaje por tierra de los Cuicas: con notas del libro del Obispo Mariano Martí.Pág. 83). Era una plantación importante y diversificada de caña dulce y trapiches, con siembra de algodón y fique, con talleres de hilado y telares, que son actividades y oficios para mujeres por ser más selectivas, acuciosas y con mucha paciencia para realizar trabajos de este tipo. Junto con esto, se extrae que las condiciones de trabajo serian distintas a las otras encomiendas, pues, se nota que habría puestos de faena o labores que ellas podían realizar.
Las “chinitas” de doña Paula
Saavedra.
Otro
aspecto interesante que se desprende de dicho documento, es el trato a las
mujeres indígenas dado por su encomendera, es la única encomienda de este
Pueblo de Doctrina, quizás de todas las de la geografía trujillana, en el que
se recoge una expresión de trato cariñoso hacia sus indígenas menores de 14
años, como se puede observar en el Acta en referencia, se le da trato de
“Chinitas”, y no de mujeres menores, como se indica en el resto de las
encomiendas. (Castellanos: pág. 84). Esto sugiere o apunta a un trato afectuoso
o matriarcal hacia las niñas y adolescentes, por parte de su encomendera, lo que no se nota en el
resto de las encomiendas matriculadas.
Su
perspicacia de mujer, la pasó sobre el arduo trabajo de las indígenas, tanto en
las sementeras como en el telar, donde éstas vertían sus técnicas y
conocimientos ancestrales, así como, su sentido de la belleza, artístico y
estético, por su cumplimiento y responsabilidad en la labor, y su preocupación
por la familia. Un rol importante dentro de la economía de plantación y las
relaciones de género en la sociedad colonial, tópico de interés y sobre el que
se requiere investigación suficiente.
Hay pequeñas acciones o sencillos
detalles que tienen alta significación en la vida personal y social de los
humanos, entre ellas, la forma de reconocer, tratar y llamar a los demás; eso
habla muy bien –en nuestro criterio-, de esta mantuana. En Trujillo, al
expresar la palabra “chinita”, y llamar así a una joven o niña, se considera el
especial trato y cariño hacia ella. Si bien no es asunto de semiótica ni de
teología, también “Chinita” en la simbología religiosa, la entendemos en los
Andes venezolanos, como trato dado a la Virgen de Chiquinquirá, que denota una
especial y antigua devoción mariana. Según el Diccionario del Español de
América (Morínigo, 1996) “china”, vocablo de origen quechua, es un calificativo
cariñoso, usado desde el siglo XVIII, en Venezuela, particularmente de los
Andes, en los primeros tiempos para referirse a la niña, muchacha, la india
púber y luego se amplió su significación al género masculino; aun se usa esta
palabra en nuestras familias.
Es muy particular, que el único registro –en
este sentido-, observado en el acta señalada, es el de la encomienda de doña
Paula de Saavedra, es decir, la segunda encomienda correspondiente a la 4ª.
Doctrina del Señor San Pablo (La
Puerta). Dándole validez a la buena fe de su testimonio, en virtud de que dicha
Matrícula recoge in situ, delante del Corregidor de Naturales, el Cura
Doctrinero, los indígenas y sus Caciques y Mandones, las informaciones
suministradas por la misma encomendera. Ese interesante dato resalta no la
rareza de su uso, sino la significación de esa diversidad desafiante e
histórica de la mujer al frente de una encomienda de indios en tiempos de
violencia, patriarcado y masculinísmo
que evidencia su sensibilidad y formación religiosa.
Pudiéramos establecer por añadidura que
por ser mujer, Paula Saavedra, seria enemiga y protegería a sus indígenas ante
posibles violaciones y maltratos, como
era usual por parte de los encomenderos hombres. Esto marcaria la diferencia, contra las
prácticas de explotación, y a la vez, contra las políticas hegemónicas de
género, del conquistador hispano, establecidas por la Monarquía, en su proceso
histórico colonial. Evidentemente, guiadas por incipientes ideas de justicia y
hasta feministas que se sostenían en derechos humanistas cristianos, que
enarbolaban entre otros, el padre Bartolomé de Las Casas, defensor de los
indígenas.
¿Y cómo
pudo esta mujer, obtener en el marco de un derecho de hombres y hecho para
favorecer y proteger a los hombres, la titularidad de la encomienda del valle
del Bomboy y la posesión de tierras? se preguntaran. Los causahabientes de los
conquistadores, gozaban del derecho a heredar las encomiendas y tierras
asignadas a éstos, como pago por acciones
de invasión en nombre del Imperio Español. No obstante, se alegaba en contra
que la Ley de 1545, prohibía dar estas encomiendas a mujeres.
A
pesar del desconocimiento de leyes y derechos indianos, que como mujer pudo
tener la señora Saavedra, supo hacer uso de ellas para exigir el reconocimiento
legal y otorgamiento de la Titularidad, de la posesión de las tierras y la
Encomienda de indios Timotes en el valle del Bomboy. Su condición de vasalla del Rey y con libertas, es decir,
estatus de mujer libre, aunque no totalmente liberta, con restricciones, puesto que estaba sometida a
unas reglas practicas y convencionalismos sociales que prohibían su
participación en asuntos públicos y esenciales en las provincias y colonias del
reino español, donde la arbitrariedad se hacía tradición, normas también
compartidas por la celosa y misógina curia religiosa, fundamentadas en el papel
de adoración permanente que debía cumplir la mujer hacia la Santa Madre Iglesia. Todos estos
elementos adversos, los tuvo que sortear
nuestra encomendera.
Considerada
una mujer de temple, inteligente, de
piel excesivamente blanca, estatura media, joven y de buen porte, muy sana, con
un donaire de dama mantuana, era mujer de virtudes, de mucha sensibilidad
humana y preocupada por sus semejantes. Trascendiendo el espacio de su rol como
mujer, esposa, madre, hija, hermana,
armada de sus derechos y ejerciéndolos mediante sus letrados, ante una
complicada estructura de poder, sobrepasó el límite de intervención y aporte de
las mujeres, logrando que se le otorgara la encomienda y vencer en su reto al
poder colonial y patriarcal. Con ese desafío y actitud, supo demostrar firmeza y tenacidad suficiente para asumir la
Encomienda, de una forma distinta, que develó que podía ser posible un orden
con relaciones de poder distinto, en el que destacaría la condición de la mujer
emprendedora, colocándola en el lugar que legal y legítimamente le correspondía
en ese tiempo.
*
Lo más
probable, tras el enfoque histórico, es que con esa actitud de desafío, con sus
delicados y elegantes modales, doña Paula puso en evidencia las
injusticias, deficiencias, y hasta la crisis estructural en ciernes de la
sociedad colonial trujillana, en la que intentó
imponer cambios al asumir su nuevo rol de poder como hacendada y encomendera,
generando molestias, rechazo y rencores de aquellos que se abrogaban sus
derechos.
(*) Portador Patrimonial Historico y Cultural de La Puerta.
omanrique761@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario