jueves, 13 de mayo de 2021

Concio Rivas, Cantor de Las Siete Lagunas

El taita Concio Rivas, Cantor de Las Siete Lagunas.


Oswaldo Manrique


¡Respire profundo y puje que ya va tar!


Fueron las palabras que le dijo la partera vecina. La india Juana Paula, cerraba los ojos y le chorreaba sudor en la cara, cada vez que sentía dolor en su voluminosa barriga.  En su casa en Los Berros, cerca de las lagunas, habían preparado todo para el advenimiento, la partera atenta a los movimientos de la parturienta. Minutos antes, se había levantado del catre donde estuvo sentada. Había sentido una punzada en la espalda, y enseguida un liquido que se deslizaba por sus piernas. Fue cuando llamó a Aracelis, le pidió que la ayudara, ya era la hora. Comenzó a pasar al cuarto las sabanas, agua, alcohol y las otras cosas para recibir al nuevo vástago. Se tranquilizó un poco, al paso de las suaves contracciones. 

El ambiente en el Paramo de La Puerta, durante el mes de diciembre no es grisáceo, ni blanquecino ni oscuro como en otros lugares; por ese  mes, adquiere un excepcional color brillante, que contrasta con el claro verdor de su paisaje y el iluminante azul de su cielo. En la noche, aunque no estaban convocados para el evento, algunos vecinos y familiares se acercaron a Los Berros, unos reunidos en la sala, conversando y riendo, mientras las mujeres se apiñaban en la cocina, alrededor del fogón, preparando mucho café y mucho guarapo de panela.

Sus caderas soportaban esas sensaciones fuertes, lacerantes y calientes.  Comenzó a dilatar y cada cierto lapso la revisaba la partera. Las contracciones se tornaron más intensas. Estaba semisentada.  Confiaba en la esposa de Rafael Aranguren,  partera del caserío. Esta le afirmó que ya la criatura se comenzaba a ver, y le pidió que dejara de pujar, que no pujara más. Soñaba con él, ansiaba  verlo, saber cómo era. Salió Concio, lo recibe la partera sonriente, lo revisa, lo alza para enseñarlo, es  humano. Abrió los ojos, se lo entregó a la madre, abrigándolo, inmediatamente comenzó la búsqueda del calostro, que lo mantendrá en contacto con ella. Lo comenzó a amamantar. Llegó el ser que se convertiría en el eje de la familia, lo llamará José Concepción, porque ya tenía un Jesús, que era el padre, el ex montonero liberal. Era de madrugada con brumoso y helado tiempo. Parto normal.  Juana, después de parir, entró en un letargo placentero y tranquilo que pudo disfrutar al canto que le susurraba al oído a su criatura, solo por esa vez>> (Extracto de nuestro libro"Relatos y cuentos del Páramo de La Puerta" 2015). 

Uno de los personajes más simpáticos y polifacéticos, que persiste en la tradición oral de nuestra comarca, lo es el "taita" Concio o el "Bachiller" Concio, como también lo llamaban. Su nombre José Concepción Rivas,  nació el 17 diciembre de 1916, en la posesión Los Berros, en el propio páramo de las Siete Lagunas, jurisdicción de La Puerta, estado Trujillo en Venezuela. Pertenecía a las primeras familias indígenas y mestizas que se asentaron en este lugar. Aprendió a leer en la rudimentaria escuela del maestro Mateo Valero, en el llano de la Lagunita. 


En esta fotografía se puede observar a Jose Concepcion Rivas, con su uniforme militar, cuando tenía unos 25 años de edad. 



Después de azarosas huidas de la recluta militar, a los pocos años lo agarró la de los chácharos gomecistas. Estuvo en el Cuartel de Infantería Libertador, de la ciudad de Maracaibo, luego lo trasladaron al Cuartel de Lagunillas, con responsabilidad siendo sargento primero del Ejército Nacional. Una noche que conversábamos de muchachos con él, con su pie montado en un lateral del fogón y quitándose de vez en cuando su felpudo  sombrero, nos contó lo que presenció y vivió, en su época de soldado, uno de los sucesos más trágicos de la Venezuela petrolera, el incendio y desaparición de Lagunillas de Agua, en el que hubo miles de muertos, que aún no hay cifras ciertas y menos aún, se han determinado las causas del mismo.

Caminó la mayor parte de su vida, en su instinto natural y metodológico de conocer y saber, se exigía explorar espontanea y autodidácticamente, más allá de los limites de los páramos.  En la primera mitad del siglo XX, la región de Los Andes, era una zona rural, de servidumbre, aislada e ignorada, de la que solo se acordaban caudillos y gobernantes, cuando requerían la soldadesca y sus riquezas.  Igualmente, recordaba como si fuese un suceso cercano, lo del siniestro aéreo de Avensa en 1950, en el Páramo, cuando la comisión de la Guardia Nacional lo sacó de su casa para que les sirviera de baqueano. Fue a regañadientes, pero cuando vio aquel desastre, buscó mulas y machos,  para el traslado de los estudiantes muertos. 

De sus muchas y simpáticas aventuras y anécdotas ha escrito Ángel González Rivas, el Guayanés.  Fue caporal del MOP, en el desarrollo de la carretera trasandina. Agricultor casi de nacimiento, comisario de caserío, coordinaba el trueque, préstamo de semilla, convites, vuelta de mano, como costumbres colectivas ancestrales del Páramo. Sacaba buen y aromático sanjonero, los curas acostumbraban a visitarlo y a tomarse un cuello corto para bajar con alegría la Cuesta de los Rondones; ese elixir de los montes, le compraba toda la producción, en la madrugada, su compadre el comerciante José del Carmen Matheus “Don Carmen”.  En edad madura se casó con María Guadalupe Ramírez Terán (1926 - 2017), nativa de las Mesitas de Niquitao, ella murió con 100 años de edad. 

Como era uno de los pocos que sabía leer y escribir en ese tiempo, su casa en el Sicoque, se llenaba los fines de semana de vecinos, las mujeres para que le redactara y escribiera carta a los hijos, hermano, al marido y hasta los novios que se habían ido a trabajar a Caracas o Maracaibo. Equivalentemente, le llevaban las cartas que recibían, para que se las leyera, por eso se ganó que lo llamaran el "Bachiller Concio". 


De pie y con sombrero, el taita Concio Rivas, compartiendo con vecinos de la comunidad del Páramo de La Puerta, Trujillo en Venezuela.


Un aspecto de su versatilidad, fue su amor por el folclore. Su afición a la música, el cantador de décimas por excelencia, el más fogueado en contrapunteos, tenia facilidad para improvisar, su nombre brilló en las fiestas de Barinas, Mérida y la zona baja. Le gustaban los tonos y pajarillos, en lo religioso, los rosarios a la virgen. Montaba bailes en los tradicionales Cantos de Navidad por diciembre, en las casas de familia, cantaba toda la noche.  Cuando lo veían llegar con su cuatro a cualquier lugar, seguro que había baile, más atrás llegaban sus pares, Ruperto Rivera, con la guitarra de cinco cuerdas, era el esposo de Felipa Ruz, sobrina del legendario coronel Sandalio Ruz. No podían faltar Emeterio Villarreal y José de los santos Ramírez, con su respectivo cuatro, Ernesto Barrios con guitarra y canto. Camilo Rivas, hermano de Concio, en la armónica, Sandalio Salcedo el violinista, Rafael Artigas con la bandolina y Concio Rivas en el canto y baile, eran la música, la fiesta y eran la alegría. 

El 19 de abril de 1978, día de libertad, bajando por los Santicos, del Páramo, alzó vuelo y emprendió viaje hacia otros espacios. 

Nota: Si está interesado en conocer más de la vida y anécdotas de éste y otros personajes, puede leer de nuestra autoría "Relatos y cuentos del Páramo de La Puerta", disponible en PDF, solicítalo por nuestros contactos.

La Puerta, mayo de 2021

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