El taita Concio Rivas, Cantor de Las Siete Lagunas.
Oswaldo Manrique
¡Respire profundo y puje que ya va
tar!
Fueron las palabras que le dijo la partera vecina. La india Juana Paula, cerraba los ojos y le chorreaba sudor en la cara, cada vez que sentía dolor en su voluminosa barriga. En su casa en Los Berros, cerca de las lagunas, habían preparado todo para el advenimiento, la partera atenta a los movimientos de la parturienta. Minutos antes, se había levantado del catre donde estuvo sentada. Había sentido una punzada en la espalda, y enseguida un liquido que se deslizaba por sus piernas. Fue cuando llamó a Aracelis, le pidió que la ayudara, ya era la hora. Comenzó a pasar al cuarto las sabanas, agua, alcohol y las otras cosas para recibir al nuevo vástago. Se tranquilizó un poco, al paso de las suaves contracciones.
El ambiente en el Paramo de La
Puerta, durante el mes de diciembre no es grisáceo, ni blanquecino ni oscuro
como en otros lugares; por ese mes,
adquiere un excepcional color brillante, que contrasta con el claro verdor de
su paisaje y el iluminante azul de su cielo. En la noche, aunque no estaban
convocados para el evento, algunos vecinos y familiares se acercaron a Los
Berros, unos reunidos en la sala, conversando y riendo, mientras las mujeres se
apiñaban en la cocina, alrededor del fogón, preparando mucho café y mucho
guarapo de panela.
Sus caderas soportaban esas
sensaciones fuertes, lacerantes y calientes.
Comenzó a dilatar y cada cierto lapso la revisaba la partera. Las
contracciones se tornaron más intensas. Estaba semisentada. Confiaba en la esposa de Rafael
Aranguren, partera del caserío. Esta le
afirmó que ya la criatura se comenzaba a ver, y le pidió que dejara de pujar,
que no pujara más. Soñaba con él, ansiaba
verlo, saber cómo era. Salió Concio, lo recibe la partera sonriente, lo
revisa, lo alza para enseñarlo, es
humano. Abrió los ojos, se lo entregó a la madre, abrigándolo,
inmediatamente comenzó la búsqueda del calostro, que lo mantendrá en contacto
con ella. Lo comenzó a amamantar. Llegó el ser que se convertiría en el eje de
la familia, lo llamará José Concepción, porque ya tenía un Jesús, que era el padre,
el ex montonero liberal. Era de madrugada con brumoso y helado tiempo. Parto
normal. Juana, después de parir, entró
en un letargo placentero y tranquilo que pudo disfrutar al canto que le
susurraba al oído a su criatura, solo por esa vez>> (Extracto de nuestro
libro"Relatos y cuentos del Páramo de La
Puerta" 2015).
Uno de los personajes
más simpáticos y polifacéticos, que persiste en la tradición oral de nuestra
comarca, lo es el "taita" Concio o el "Bachiller" Concio,
como también lo llamaban. Su nombre José Concepción Rivas, nació el 17
diciembre de 1916, en la posesión Los Berros, en el propio páramo de las Siete
Lagunas, jurisdicción de La Puerta, estado Trujillo en Venezuela. Pertenecía a las
primeras familias indígenas y mestizas que se asentaron en este lugar. Aprendió
a leer en la rudimentaria escuela del maestro Mateo Valero, en el llano de la
Lagunita.
En esta fotografía se puede observar a Jose Concepcion Rivas, con su uniforme militar, cuando tenía unos 25 años de edad.
Después de azarosas
huidas de la recluta militar, a los pocos años lo agarró la de los chácharos gomecistas.
Estuvo en el Cuartel de Infantería Libertador, de la ciudad de Maracaibo, luego
lo trasladaron al Cuartel de Lagunillas, con responsabilidad siendo sargento
primero del Ejército Nacional. Una noche que conversábamos de muchachos
con él, con su pie montado en un lateral del fogón y quitándose de vez en
cuando su felpudo sombrero, nos contó lo
que presenció y vivió, en su época de soldado, uno de los sucesos más trágicos
de la Venezuela petrolera, el incendio y desaparición de Lagunillas de Agua, en
el que hubo miles de muertos, que aún no hay cifras ciertas y menos aún, se han
determinado las causas del mismo.
Caminó la mayor parte de su vida, en
su instinto natural y metodológico de conocer y saber, se exigía explorar
espontanea y autodidácticamente, más allá de los limites de los páramos. En la primera mitad del siglo XX, la región
de Los Andes, era una zona rural, de servidumbre, aislada e ignorada, de la que
solo se acordaban caudillos y gobernantes, cuando requerían la soldadesca y sus
riquezas. Igualmente,
recordaba como si fuese un suceso cercano, lo del siniestro aéreo de Avensa en 1950,
en el Páramo, cuando la comisión de la Guardia Nacional lo sacó de su casa para
que les sirviera de baqueano. Fue a regañadientes, pero cuando vio aquel
desastre, buscó mulas y machos, para el
traslado de los estudiantes muertos.
De sus muchas y simpáticas
aventuras y anécdotas ha escrito Ángel González Rivas, el Guayanés. Fue
caporal del MOP, en el desarrollo de la carretera trasandina. Agricultor casi
de nacimiento, comisario de caserío, coordinaba el trueque, préstamo de
semilla, convites, vuelta de mano, como costumbres colectivas ancestrales del
Páramo. Sacaba buen y aromático sanjonero, los curas acostumbraban a visitarlo
y a tomarse un cuello corto para bajar con alegría la Cuesta de los Rondones;
ese elixir de los montes, le compraba toda la producción, en la madrugada, su compadre
el comerciante José del Carmen Matheus “Don Carmen”. En edad madura se casó con María Guadalupe
Ramírez Terán (1926 - 2017), nativa de las Mesitas de Niquitao, ella murió con
100 años de edad.
Como era uno de los
pocos que sabía leer y escribir en ese tiempo, su casa en el Sicoque, se
llenaba los fines de semana de vecinos, las mujeres para que le redactara y
escribiera carta a los hijos, hermano, al marido y hasta los novios que se
habían ido a trabajar a Caracas o Maracaibo. Equivalentemente, le llevaban las
cartas que recibían, para que se las leyera, por eso se ganó que lo llamaran el
"Bachiller Concio".
De pie y con sombrero, el taita Concio Rivas, compartiendo con vecinos de la comunidad del Páramo de La Puerta, Trujillo en Venezuela.
Un aspecto de su versatilidad,
fue su amor por el folclore. Su afición a
la música, el cantador de décimas por excelencia, el más fogueado en
contrapunteos, tenia facilidad para improvisar, su nombre brilló en las fiestas
de Barinas, Mérida y la zona baja. Le gustaban los tonos y pajarillos, en lo
religioso, los rosarios a la virgen. Montaba bailes en los tradicionales Cantos
de Navidad por diciembre, en las casas de familia, cantaba toda la noche.
Cuando lo veían llegar con su cuatro a cualquier lugar, seguro que había baile,
más atrás llegaban sus pares, Ruperto Rivera, con la guitarra de cinco cuerdas,
era el esposo de Felipa Ruz, sobrina del legendario coronel Sandalio Ruz. No
podían faltar Emeterio Villarreal y José de los santos Ramírez, con su
respectivo cuatro, Ernesto Barrios con guitarra y canto. Camilo Rivas, hermano
de Concio, en la armónica, Sandalio Salcedo el violinista, Rafael Artigas con
la bandolina y Concio Rivas en el canto y baile, eran la música, la fiesta y
eran la alegría.
El 19 de abril de 1978,
día de libertad, bajando por los Santicos, del Páramo, alzó vuelo y emprendió
viaje hacia otros espacios.
Nota: Si está interesado en
conocer más de la vida y anécdotas de éste y otros personajes, puede leer de
nuestra autoría "Relatos y cuentos del Páramo de La Puerta",
disponible en PDF, solicítalo por nuestros contactos.
La Puerta, mayo de
2021
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